Título: "El Empecinado", un héroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 20:57:19 (http://i33.tinypic.com/27xnqlk.jpg)
Un castellano en la Guerra del Rosellón Cuando está a punto de expirar el siglo XVIII, la mayorÃa de los pueblos y las ciudades de España siguen desconociéndose entre sÃ. Dormidos los unos junto a sus vetustas iglesias y los otros rememorando añejas glorias a la sombra de sus catedrales y palacios, apenas tienen otras relaciones que las de comercio. Alejarse de un lugar cualquiera 50 o 60 leguas es algo que sólo suelen hacer las gentes de la milicia, los servidores de la justicia, la tropa errante de los mercaderes y la nutrida arrierÃa con sus recuas. Y también, por pedantesca inclinación, la ociosa y arrogante aristocracia, totalmente afrancesada, que se impone la obligación de viajar con alguna frecuencia a ParÃs para adquirir finura y distinción. Aparte de éstos, la mayorÃa de los españoles permanecen clavados en la tierra que les viera nacer, y al cabo de unos años vuelven a hundirse en ella sin haber tenido ocasión de conocer otra. Sólo un puñado de audaces se arriesga a saltar las fronteras del paÃs para buscar fortuna en ultramar. Los largos viajes son incómodos, lentos y bastante costosos: baste decir que, para trasladarse de Madrid a San Sebastián en aquel servicio regular de diligencias que creara el buen rey Carlos III, se requieren 8 o 10 dÃas de monótono rodar por caminos reales, acompañado por el multiplicado campaneo del tiro, los cerriles gritos del postillón y el poco grato alojamiento en las ventas. Lo que comúnmente se llamar "correr la posta" en coche particular es un lujo que sólo pueden permitirse los más sobrados de dinero... Dicho lo que antecede, no puede dejar de soprender el hecho de que, en muchas ocasiones, la noticias corren a mayor velocidad de la que pueden desarrollar los quejumbrosos y bamboleantes carruajes. ¿Por qué medio se transmiten? Nadie se preocupa de averiguarlo, y tampoco es que importe mucho. El caso es que en pocos dÃas llegan siempre a los puntos más opuestos de España, a veces alteradas o exageradas. Es lógico, pues, suponer que sus propagadores sean los correos militares o los mensajeros que despachan hacia esta o aquella ciudad los comerciantes e industriales importantes. Tal cosa es la que viene sucediendo en los últimos meses del año 1792 con las nuevas que se reciben de Francia. A pesar de haberse prohibido la entrada de los periódicos de esta nación, son conocidos aquà el destronamiento y la prisión del rey Luis XVI y su parentela; asà como los dramáticos episodios revolucionarios protagonizados por las masas, dominadas por un incontenible furor hacia todo lo que representa la monarquÃa de Luis Capeto. El trato que recibe el soberano francés causa indignación en España, y las autoridades proceden a perseguir todo lo que pueda estar relacionado con las doctrinas revolucionarias. Lo que nadie quiere ver es que el estallido antimonárquico francés ha sido provocado, a lo largo de más de cien años, una realeza y una aristocracia disipadas y viciosas, dueñas de inmensas fortunas e incontables privilegios feudales. Y como de esto también existen innumerables casos en España, la clandestina propaganda revolucionaria se encarga de sacarlos a la luz como buenamente puede. Mientras el terror alentado por los jacobinos aumenta en tierras francesas, el Gobierno de Carlos IV hace denodados esfuerzos para tratar de salvar la vida de su pariente Luis XVI y concederle un seguro refugio en España. El omnipotente primer ministro Godoy da carta blanca (y hasta 12 millones de reales) al diplomático José Ocáriz para comprar votos en la Convención revolucionaria antes de que ésta dicte sentencia contra el despuesto monarca. Algunos de los que aceptan el soborno (como el ex-capuchino Chabot) cogen el dinero y denuncian la sucia maniobra. Danton monta en cólera y califica el hecho como "una osadÃa intolerable del Gobierno español". Finalmente, el 21 de enero de 1793 la cabeza de Luis XVI será cortada por la guillotina. La noticia produce una inmensa conmoción en nuestro paÃs: dada la gravedad y la significación del terrible suceso, la guerra se considera inevitable. El 7 de marzo de aquel mismo año, la Francia revolucionaria declara la guerra a España, basándose en fútiles pretextos y en agravios de escasa consistencia. Los españoles dejan a un lado sus querellas y se disponen a combatir con ánimo resuelto. El movimiento popular es unánime y clamoroso: nunca, hasta entonces, habÃa sido tan popular una guerra. Se suceden las ayudas y los donativos para contribuir a la lucha contra los jacobinos franceses. AsÃ, se forma entonces un Ejército formando en su mayorÃa por voluntarios, sin necesidad de levas ni sorteos, bien abastecido de armas, vestimenta, caballos y pertrechos de todas las clases. Para cubrir la totalidad de la frontera con Francia, esta fuerza de combate es dividida en tres grupos: el de Guipúzcoa-Navarra (18.000 hombres), Aragón (5.000) y Cataluña (cerca de 32.000). También Castilla la Vieja responde con presteza a la llamada al combate. El ardor patriótico se extiende por las dilatadas llanuras castellanas...Y llega hasta una humilde localidad de la provincia de Valladolid llamada Castrillo de Duero, emplazada en el Campo de Peñafiel. Castrillo domina el armonioso valle que (desde Cuevas de Provanco a Mélida de Peñafiel) traza el rÃo Botijas. Hemos de recordar que, en los humedales de este rÃo, se produce un lodo negruzco llamado "pecina" por ser parecido a la pez empleada por los zapateros en sus labores. No debe extrañarnos, pues, que a los de Castrillo siempre se les llamase "empecinados"... Y en este lugar de Castilla encontramos a Juan MartÃn DÃez, el protagonista de esta historia. Nacido el 2 de septiembre de 1775, es el mayor de los hijos de Juan MartÃn y LucÃa DÃez, un matrimonio campesino laborioso y honrado. Enseguida empezarÃa el pequeño Juan MartÃn a ayudar a sus padres en las labores del campo: le encontramos cavando viñas en Castrillo, Fuentecén o Nava de Roa. Y "Juanillo" (que asà le llamaban entonces) se ganó una gran fama por su considerable fuerza fÃsica: arar la tierra y cavar viñas a diario, de sol a sol, fueron las labores que esculpieron una musculosa y aventajada anatomÃa. Buena prueba de ello es que, a los 14 años, era capaz de echarse un costal de trigo a la espalda como si de una pluma se tratara. Era un mozo valeroso y decidido, que no se detenÃa ante nada. De su coraje da cuenta una anécdota recogida por el escritor bejarano Hernández Girbal: en una tarde de asueto, el hercúleo Juan MartÃn decidió descansar en una viña cercana, arrancó un par de racimos y, al poco de empezar a comérselos, el dueño del terreno y dos regidores se le echaron encima llamándole ladrón. Ni corto ni perezoso, el mozo la emprendió a pedradas contra el trÃo justiciero, que tuvo que refugiarse en el Ayuntamiento... Y asà estaban las cosas cuando las noticias de la lucha contra Francia llegaron a Castrillo de Duero. El inflamado patriotismo de las autoridades, que solicitan ayuda y voluntarios a través del corregidor de Valladolid, produce efectos encontrados: enardece a los jóvenes y siembra de temores el corazón de los viejos. El pueblo se dispone a enviar ganados, vino y trigo. Y unos pocos muchachos, casi unos niños, manifiestan su deseo de alistarse. Más los padres, ya ancianos, les hacen ver que sin su ayuda no podrán acometer las faenas del campo. Ante tan poderoso razonamiento, los zagales desisten, pero uno de ellos se niega en redondo: es Juan MartÃn DÃez. Este mozo de fuerza extraordinaria, que no tiene rival en los juegos violentos ni en las competiciones de arada, no consentirá que nadie frustre su deseo de incorporarse al Ejército. Una noche, cuanto todos estaban ya dormidos, Juan MartÃn preparó un atillo y salió de casa sigilosamente. Envuelto en una manta y a lomos de un pollino, abandonó Castrillo en dirección a Peñafiel. Sin dudarlo un instante, se presentó en el cuartel de esta villa con intención de sentar plaza. Enseguida lo destinaron a Valladolid, pasando a formar parte del Cuartel de Farnesio. Algo defraudado queda al ver que no le entregan el anhelado uniforme y, sin abandonar sus resobadas ropas campesinas, pasa a realizar los adecuados ejercicios de instrucción. Después, con unos cientos de voluntarios de la provincia, marcha a Cataluña. El convoy que le transporta es larguÃsimo y tarda bastante en salir de Valladolid. El lento rodar de los carros militares con pertrechos y hombres por los caminos resulta insufrible para más de uno, pero no para Juan MartÃn DÃez. Tras muchos dÃas de incesante y molesto traqueteo, viendo desfilar los campos de Soria, Aragón y Cataluña, los voluntarios de Valladolid llegan a Barcelona. La señorial presencia de la ciudad condal y su hermoso puerto, lleno de buques, le producen una impresión que jamás habrá de olvidar. No le sucede lo mismo con el agitado mundo del cuartel donde le llevan. Se encuentra en él como perdido. Cuando menos lo espera, es trasladado a otro y le hacen entrega del uniforme. Ahora queda encuadrado en el 7º de CaballerÃa de Lanceros de España. No tardará nuestro Juan MartÃn en mostrar una destreza con las armas que es muy apreciada por los superiores. Y como es voluntarioso y ejecuta con diligencia todo cuanto se le ordena, el de Castrillo contará pronto con todas las simpatÃas del escuadrón, del cual es el benjamÃn. Poco después, los Lanceros de España abandonan Barcelona. Mientras caminan hacia la frontera se enteran de que el audaz general Antonio Ricardos (en una operación heroica realizada sólo por cuatro batallones) ha invadido el Rosellón y se ha hecho con Ceret y Saint Laurent de Cerdá sin que los 16.000 soldados franceses que cubrÃan aquel sector hubiesen podido impedirlo. Tan importante victoria levanta la moral de las tropas españolas. Tras realizar con éxito la arriesgada misión de abrir un camino en el Coll de Portell para que avance la artillerÃa, el escuadrón de Juan MartÃn peleará en la batalla de Mas-Deu con un valor impresionante, dejando muy mal paradas a las fuerzas francesas. No es de extrañar que el general Ricardos, responsable de las tropas de España en aquella acción bélica, fuese premiado con los entorchados de capitán general y la gran cruz de Carlos III. También son recompensados los jefes de regimientos de caballerÃa que tomaron parte en la memorable carga, entre ellos el de Lanceros de España. Y es el jefe de este regimiento quien, hablando con el general Ricardos, le comenta que tiene bajo sus órdenes a un muchacho especialmente valeroso. Se trata de un tal Juan MartÃn DÃez, labrador de oficio y natural de un pueblo vallisoletano. Quiere Ricardos conocerle y pide que le lleven ante su persona. Cuando Juan MartÃn se entrevista con el general no se muestra ni tÃmido ni encogido. Responde con soltura y naturalidad a las preguntas que le hace sobre su condición, circunstancias familiares y las razones por las que se alistó. La franqueza que Ricardos ve en el joven le mueven a simpatÃas con él. Para recompensarle por su valeroso comportamiento en la carga contra los franceses, el general le nombra su ordenanza. Pero el honor de galopar junto a Ricardos es algo que no satisface a Juan MartÃn, que anhela pelear como uno más en el campo de batalla. A mediados de febrero de 1794, el general Ricardos es llamado a la Corte. Según puede saber Juan MartÃn por las conversaciones de campamento, va a reunirse con Godoy y los restantes jefes de los Ejércitos pirenaicos para estudiar la situación militar y disponer cuanto sea necesario para continuar la guerra. Lo que nadie puede prever es que una inesperada desgracia vendrá a echar por tierra buena parte de lo conseguido hasta entonces. Antonio Ricardos fallece repentinamente a la edad de 66 años, y el doloroso suceso produce a los combatientes españoles una honda pena. El conde O´Reilly, nombrado para sustituir a Ricardos, muere al poco de llegar a Cataluña. Su puesto lo ocupa el conde de la Unión, que dista mucho de reunir las condiciones requeridas para ser un buen estratega. Y esto no tardará en comprobarse: un desastroso intento de ataque a los franceses por él ordenado termina en flagrante derrota de las tropas nacionales, que pierden casi toda la artillerÃa y multitud de material y municiones. Por si fuera poco, los franceses aprovechan aquellos momentos de flaqueza para invadir Cataluña. Hasta entonces, nuestro labrador de Castrillo sólo ha conocido una cara de la guerra: la del júbilo ensordecedor de las victorias. Ignoraba, hasta el momento, la amargura y la humillación del vencido. Y las derrotas, jamás esperadas, vienen a enfriarle los ánimos. Actuando por su cuenta, logra Juan MartÃn salvar algunos pertrechos y provisiones que se hallan desperdigados. Una nueva derrota de las tropas españolas trae consigo la retirada hasta el pueblo de Bascara, situado entre Figueras y Gerona. Al poco tiempo, dos bochornosos sucesos hacen que Juan MartÃn pierda la confianza en sus jefes militares: la ciudad de San Sebastián y la plaza fuerte de Figueras caen en manos francesas; la primera por traición y la segunda por cobardÃa. Descorazonado, Juan MartÃn no quiere permanecer más tiempo en aquel Ejército de perdedores, y como voluntario que es pide (y obtiene) la baja. No se va sólo: le acompañan cuatro cinco mozos naturales, como él, de los pueblos ribereños del Duero. Y con la audacia que le caracteriza, el de Castrillo se convierte en el jefe de una pequeña guerrilla. Juan MartÃn y sus camaradas comienzan a merodear por las cercanÃas de San Juan de las Abadesas y Castellfullit de la Roca, permaneciendo al acecho de cualquier patrulla enemiga. Tienen la suerte de contar con la desinteresada ayuda de unos payeses que les proporcionan ropa. Pero un inesperado suceso pone fin a sus andanzas guerrilleras: el 22 de julio de 1795 se firma en Basilea la paz entre Francia y España. Los recursos de nuestro paÃs hallábanse muy mermados y la situación de sus Ejércitos a lo largo de los Pirineos no era muy halagüeña. Las tropas francesas, por su parte, abandonarán las villas y ciudades ocupadas, devolviendo los cañones y los pertrechos pertenecientes a las plazas fuertes. La Primera República Francesa recibirá como indemnización la parte española de la isla de Santo Domingo, un territorio en completo desorden que le resultaba a España más gravoso que útil. Y asà es como terminó la llamada Guerra del Rosellón. A Juan MartÃn y sus amigos no les queda otra que abandonar la actividad guerrillera. Unidos a una columna de soldados, llegan a Barcelona, desde donde sus caminos se separan. Unos se quedan en Cataluña, otros marchan hacia Levante y Aragón y un reducido número se dirige a Castilla. Entre éstos últimos se halla nuestro joven de Castrillo, que es transportado por arrieros en sus carromatos. Es un soldado al que algunos ofrecen comida y refugio en los pajares. Llegará a la villa burgalesa de Aranda de Duero, y allà le dicen que un tratante de ganados dispone de una recua para dirigirse al mercado de Peñafiel. Juan MartÃn consigue que este hombre le acomode en una de sus caballerÃas y le lleve hasta las proximidades de su pueblo. Poco después, su madre y sus hermanos le reciben con exageradas manifestaciones de alegrÃa. (http://www.montesdeasturias.com/techos_es/cuchillejo_/robledana%20148.jpg) De vuelta en Castrillo de Duero. "El Empecinado", un recaudador valeroso. Atrás quedaban, por el momento, las andanzas guerreras: Juan MartÃn volvÃa a ser el humilde labriego que siempre fue. Aunque nadie lo sepa, la Guerra del Rosellón ha dejado en él un poco de amargura, sin que el aprecio sentido hacia la memoria del general Ricardos logre consolarle. Por esta razón, no le tienta repetir la aventura, ni dedicarse por entero al servicio de las armas. No obstante, en su interior sigue presente el heroico militar que demostró ser. Se halla oculto, adormecido, en espera de que el tiempo y las circunstancias le permitan salir a la luz... A su regreso a Castrillo de Duero, todos le encuentran muy cambiado. Sus facciones muestran una mayor serenidad y su voz suena reposada y grave. También se conduce con más aplomo y seguridad. Como buen castellanoviejo, es un hombre serio y reflexivo, quizá demasiado para sus 20 años. Más que fuerte, puede calificársele de hercúleo. Y tan noble y generoso es, tan humilde y sencillo, que en ocasiones peca de ingenuo. Posee una cualidad que bien muestra a las claras sus dotes para el mando: sabe imponerse sin necesidad de palabras, únicamente le bastan una mirada o un gesto. No puede extrañar, por tanto, que los jóvenes de Castrillo le consideren su jefe. En cualquier momento y ocasión, "Juanillo" es quien da las órdenes, y los demás le hacen caso sin que les pese su autoridad. Y los labradores, admirados, pronto se convencen de que el joven Juan MartÃn no tiene rival en las faenas agrÃcolas: lo mismo en sacar patatas y arar que en podar y cavar las viñas. Es natural que un mozo como el que acabamos de describir sea considerado por no pocas madres como el esposo ideal para sus hijas. Las zagalas más desenvueltas no dejan de llamar su atención y de sonreÃrle cuando, los domingos por la atrde, se reúnen en la era comunal para bailar al son de la dulzaina. Pero sus rústicas artes de seducción no hallan eco en el corazón de "Juanillo" porque ya tiene su elección hecha: Catalina de la Fuente (burgalesa de Fuentecén) es quien tiene un lugar en su corazón. Vive desde niña en Castrillo, en la casa de una tÃa suya. MantenÃa esta señora una estrecha amistad con LucÃa DÃez, madre de nuestro biografiado, de ahà que ambos tuvieran una constante relación desde la infancia. Han participado desde bien pequeños en los juegos infantiles y ahora, en plena juventud, sienten que están hechos el uno para el otro. Y el 1º de marzo de 1796, en la parroquia de Castrillo, tuvo lugar la esperada boda. La dote aportada por Catalina de la Fuente (que contaba entonces con 22 años) era humilde, pero nada despreciable: algunas onzas, viñas, tierras y un molino, todo ello en su localidad natal. A la salida de la iglesia, los contrayentes pasaron bajo un dosel de ramaje dispuesto por los mozos del pueblo, tal y como mandaba la traidición. Después tendrÃa lugar un espléndido banquete, casi pantagruélico, regado con los buenos y añejos vinos de las riberas del Duero... Juan MartÃn y su esposa se trasladaron a Fuentecén (en plena Comunidad de Villa y Tierra de Montejo) donde nuestro joven comenzarÃa a trabajar como un labriego más del pueblo. Al igual que en nuestros dÃas, Fuentecén tenÃa más entidad que Castrillo de Duero: situado a dos leguas de Roa, es un encantador pueblo al que custodian dos cerros. Las calles son anchas y alegres. En la plaza, dos fuentes vierten sus chorros en robustos pilones de piedra. La iglesia parroquial, puesta bajo la advocación de San MartÃn, tiene cierta grandeza arquitectónica. No deja Juan MartÃn de recorrer todo el término municipal para comprobar, con su buen ojo de labrador, cuánto puede ofrecerle este pueblo burgalés: tiene un magnÃfico prado, un par de vegas muy fértiles con árboles frutales y una gran cantidad de olmos y álamos. En las tierras de labrantÃo se produce trigo, centeno y cebada; y de las numerosas viñas sale uno de los mejores vinos de la comarca. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:05:41 Es a los pocos meses de establecerse en Fuentecén cuando a Juan MartÃn comienzan a llamarle "El Empecinado", sin que este mote sea ofensa o menosprecio de su persona. Es simplemente, el que allà suelen dar a todos los naturales de Castrillo de Duero, por la "pecina" que forma el arroyo Botijas. Hay que decir que, en esta época, los apodos son moneda corriente; no sólo en los pueblos, sino también en muchas fábricas, industrias y obradores de las ciudades. Cada uno tiene el suyo y por él es conocido. Llegan a hacerse tan consubstanciales con la persona que ésta acaba por relegar su nombre a un segundo plano. Y Juan MartÃn aceptó el suyo como algo natural, de acuerdo con las costumbres, y demostrado está que con el tiempo se enorgulleció de él y consiguió verlo reconocido como apellido. Lejos está de suponer que, en los años venideros, llegará a ser sinónimo del más ardiente patriotismo. ¡Cómo podrÃa soñar tal cosa aquel humilde labrador castellano!
Nuestro biografiado se emplea en las faenas agrÃcolas, al mismo tiempo que cuida de un molino maquilero al que mueven las aguas del Riaza. De vez en cuando, se traslada hasta Roa, Aranda o Peñafiel para vender sacas de grano y garrafas de vino. Es muy aficionado a los espectáculos taurinos y no se pierde ni una sóla capea en los pueblos de la comarca. Permanece atento a los sucesos de la polÃtica internacional, enterándose de sucesos como la muerte del inglés Nelson en su intento de tomar Tenerife o la amistad del rey Carlos IV con Francia, el paÃs que antes fuera su enemigo. "El Empecinado", que aún recuerda vÃvidamente la Guerra del Rosellón, no aprueba las cordiales relaciones de España con aquel joven general llamado Napoleón... Y asà pasan, poco a poco, los años en Fuentecén. "El Empecinado" lleva una vida apacible, dedicado a trabajar en la labranza con el deseo de ver aumentada su hacienda. Están ya muy lejos los tiempos en que ansiaba ser soldado. Ahora, o ya no tiene iguales ansias o las oculta muy bien. Desinteresado de la vida militar, no le tienta nada volver a las hazañas guerreras. En sus viajes para vender grano y vino se entera de todo cuanto sucede en España, a través de las noticias (no siempre exactas) que de un lado a otro llevan los carreteros y trajinantes. En las tabernas y mercados se habla de ello, pero Juan MartÃn rara vez deja traslucir lo que piensa. En algo se muestra explÃcito: no le interesa la polÃtica. En cambio, cuando alguien se refiere al comportamiento de Francia con nuestro paÃs, su genio se encrespa y asegura con firmeza que (tarde o temprano) los franceses acabarán por darnos algún disgusto grande. No se fÃa de ellos. Intuye que, bajo apariencias de amistad, lo único que pretenden es aprovecharse de España... Allá por 1807, nuestro Juan MartÃn fue nombrado recaudador de impuestos de las primicias aportadas a las iglesias de Olmedo, Alcazarén, Iscar y otras localidades inmediatas (las primicias eran los primeros frutos de la tierra o de los animales que, aparte del diezmo, se habÃan de entregar a la Iglesia, siguiendo casi literalmente los preceptos contenidos en el Antiguo Testamento). En honor a la verdad, hay que decir que este nombramiento se debió a la influencia de un eclesiástico amigo de la familia. Este nuevo empleo le aportó un sobresueldo nada desdeñable al joven Juan MartÃn. Nunca pensó que con esta dedicación perjudicarÃa a nadie, pero cuando menos se lo esperaba se vio envuelto en un follón que no habÃa buscado ni deseado. Según parece, la designación de "El Empecinado" como recaudador de primicias habÃa enojado enormemente a un hidalguillo de Alcazarén, beneficiado hasta entonces con dicha actividad. Aquel señorito altanero y despectivo ocupaba aquel cargo sin oposición de nadie y ya lo consideraba indisolublemente unido a su persona. Hombre temido, odiado por el pueblo y de apariencia robusta, el señorito de Alcazarén supone que intimidará a Juan MartÃn con su sola presencia, haciéndole renunciar al cargo. Le hace llamar, y le dice que si no le entrega la cobranza de las primicias puede tener serios problemas. Mal le sientan a Juan MartÃn las amenazas de aquel energúmeno. Frenando su indignación, rechaza las propuestas del de Alcazarén. Piensa el señorito que ha ido a topar con un labriego al que puede atemorizar fácilmente, y comienza a insultarle con grandes voces. A la par que grita aumenta su ira. Finalmente, levanta uno de sus brazos y, sin medir las consecuencias, descarga un puñetazo en el rostro de "El Empecinado". ¡Más le valdrÃa no haberlo hecho! El de Castrillo se abalanza sobre él y, trabándolo con sus recias manos por la ancha correa que le ciñe la cintura, lo levanta en el aire sin mucho esfuerzo. Con tremendo impulso, estampa al señorito contra el suelo y, una vez allÃ, comienza a propinarle furiosos puñetazos y puntapiés, mientras el otro pugna inútilmente por detenerle. Ni que decir hay que el hidalguillo quedó maltrecho y ensangrentado. Tras darle su merecido a aquel mastuerzo, "El Empecinado" tuvo que vérselas con varios vecinos, que habÃan llegado hasta la casa atraÃdos por las voces y los golpes. Entre ellos se hallaba el alcalde de Alcazarén, que ordenó la detención de Juan MartÃn. Alega éste que ha sido insultado y amenazado, pero como el otro insiste en apresarle, abre una larga navaja de fina hoja que siempre lleva en su faja y, embozándose en su capa, se marcha de allà sin que nadie se atreva a detenerle. Ni que decir hay que la noticia de la monumental paliza es muy comentada en todos y cada uno de los pueblos de la zona, donde son bien conocidos los abusos de aquel tirano. Y se habla con admiración del joven Juan MartÃn... Después de esto, nuestro biografiado empieza (ya sin obstáculo alguno) a realizar la cobranza de las primicias, haciendo viajes frecuentes de Castrillo a Ãscar, y de ésta villa a Olmedo y Alcazarén. Durante ellos no deja de conocer cuanto se comenta en la Corte sobre la cada vez más estrecha amistad de las autoridades con el emperador francés, que impone su autoridad al Gobierno español ante el temor de Godoy, la ansiedad de los nobles y la justificada inquietud del pueblo llano. La mayorÃa de las gentes, enemigas siempre de validos y paniaguados, centran su odio en Manuel Godoy: se le considera causante de todos los males que padece la nación, entre ellos los apuros del Tesoro y las necesidades de los pueblos. Y al tiempo que aumenta su impopularidad, siguen lloviendo sobre él distinciones, grados, honores y tÃtulos. Hasta tal punto llega la cosa que, cuando se supone que no quedará ningún cargo que ofrecerle, le es otorgada la dignidad de Almirante de España y de las Indias con tratamiento de Alteza SerenÃsima. "El Empecinado", que por aquellos dÃas se encuentra accidentalmente en Valladolid, presencia con desagrado los festejos que en la ciudad se ofrecen para celebrar el acontecimiento. Hay corridas de toros y juegos de cañas, entre otras distracciones. Y ve cómo el intendente Cesáreo Gardoqui traslada (acompañado por treinta caballeros) un retrato de Godoy para colocarlo en el salón de sesiones del Ayuntamiento... Huelga decir que a Juan MartÃn todo aquel ridÃculo ceremonial le parece un acto de servilismo vergonzoso. (http://www.disfrutavalladolid.com/fotos/plaza-mayor.jpg) Comienza la invasión francesa. Las tropas napoleónicas entran en Valladolid. Abandonamos por un momento las peripecias de "El Empecinado" y nos trasladamos a tierras francesas. Allà se halla Napoleón Bonaparte, en cuya cabeza bulle ya la idea de crear un gran imperio occidental, resucitando en cierto modo el de Carlomagno, con reinos tributarios y estados feudatarios, todos bajo su mano omnipotente y la fuerza de sus ejércitos victoriosos. Por lo pronto, ya es dueño de toda la PenÃnsula Itálica, y ha derrotado a los austriacos en Ulma, a los rusos en Austerlitz y a los prusianos en Jena. Cabe preguntarse, a la vista de todo esto, qué es lo que le tendrá reservado a España. Una cosa es evidente: desde que destronó a los Borbones en Nápoles, su idea es la de expulsarlos de todos los tronos que detentan para sustituirlos por sus hermanos. Coronado emperador en 1804, Napoleón se vuelca enseguida en la PenÃnsula Ibérica para presionar sobre la Corte portuguesa e impedir sus tratos comerciales con los británicos. En mayo de 1087, Bonaparte lo prepara todo para invadir Portugal entrando por España; y cinco meses después, el tratado de Fontainebleau sancionará la participación conjunta de España y Francia en la ofensiva contra los portugueses. La débil monarquÃa de Carlos IV da su permiso para que las tropas francesas pasen por territorio español. AsÃ, el dÃa 18 de octubre de 1807, cruza el Bidasoa la infanterÃa francesa del general Delaborde, perteneciente al Ejército acampado en Bayona. Pocos dÃas después, entran en España las divisiones de los generales Loisan y Travot, y con ellas la caballerÃa del infame Kellermann. Parte de estas fuerzas se dirigen (a través de Burgos y Valladolid) a la ciudad de Salamanca, donde desfilan ante los ojos atónitos de la población. Llenos de confianza, los salmantinos los acogen en sus casas y hasta se celebra un baile para los oficiales del Estado Mayor en el Palacio de los Marqueses de Zayas. Luego, los franceses salen en agotadora marcha hacia Ciudad Rodrigo, dejando por los caminos animales muertos, armas inservibles y soldados desgajados del resto de las fuerzas. Hambrientos como van, poco tardan en empezar a robar colmenas en los campos y castañas o aceitunas en las chozas. Al pasar por el pueblo de Peñaparda se apoderan de cuantas reses pastan cerca del rÃo Ãgreda. Los campesinos del lugar, profundamente indignados, vengan aquella afrenta matando a varios de los soldados rezagados. Es ésta la primera reacción poular contra el Ejército francés, anticipándose a las guerrillas que aún tardarán en aparecer. La encubierta invasión de España ha comenzado: con ella se abre una época de luchas, perfidias, heroÃsmo y sacrificios. En tanto las tropas francesas siguen extendiéndose por toda España, el 27 de octubre de aquel año se firma el ya mencionado tratado de Fontainebleau, que bien puede calificarse como el saqueo alevoso de un pueblo, en este caso el de Portugal. Véase, si no, lo que sus cláusulas establecen: Godoy se convertirá en el soberano de Alentejo y los Algarbes, con el tÃtulo de PrÃncipe; al Rey de Etruria (a cambio de este efÃmero reino que pasará a manos de Napoleón) se le nombrará Rey de la Lusitania Septentrional; y en cuanto al despreocupado y complaciente Carlos IV, se le otorgarÃa el tÃtulo de Soberano de las Dos Américas. ¡Nada menos que eso! A mediados de noviembre, el Ejército francés de Jean-Andoche Junot y las tropas españolas del general Carrafa se reúnen en la villa extremeña de Alcántara. Penetrarán en Portugal sin encontrar resistencia alguna, obligando a la Casa Real portuguesa a instalarse en RÃo de Janeiro. Mientras todo esto sucede, "El Empecinado" no deja de comentar con sus parientes y amigos las inquietantes noticias (incompletas unas veces y adulteradas otras) que le llegan por diversos conductos. Generalmente, el tema principal de las conversaciones es la constante entrada de tropas francesas en España. Esto enfurece a nuestro Juan MartÃn: con palabras apasionadas, trata de hacer comprender a quienes le escuchan que la soldadesca napoleónica no debe ser tratada como amiga, sino como lo que realmente es: enemiga de la Patria, de la Iglesia y de la MonarquÃa. Cuando se entera de que en algunos lugares reciben a los franceses con aclamaciones y obsequios, no puede creérselo. Un dÃa de enero de 1808, "El Empecinado" se traslada a Valladolid para comprar diversos aperos de labranza. No tarda en darse cuenta de que en las calles se respira un ambiente de fiesta, y un aguador le dice que están a punto de entrar en la ciudad las tropas del general Dupont. Hace intención de esquivarlas y lo único que consigue es encontrarse frente al desfile, entre toques de clarines y golpes de tambor. Él, tan inclinado a las artes de la guerra, contempla con interés y recelo a aquellos 24.000 infantes y 3.500 caballeros. Su buen ojo le lleva a observar, junto a los curtidos y cansados veteranos, a un buen número de soldados barbilampiños, reclutados e instruidos de cualquier manera para recomponer las unidades. Ciertamente, no tienen un aspecto muy aguerrido. Quizás piensa Juan MartÃn que un centenar de hombres de estas tierras, valerosos y medianamente armados, podrÃan dar más de un disgusto a cualquier destacamento francés. Y rondándole esta idea en la cabeza emprende el camino de regreso a Fuentecén... (http://lacocinadebender.com/wp-content/uploads/2008/03/vinas-uvas-vino.jpg) Respuesta al ultraje francés. Ardor guerrillero en la taberna de Fuentecén Castrillo de Duero, abril de 1808: un sargento de dragones francés (secundado por un soldado que le sirve de ordenanza) se acerca al pueblo con el objetivo de conseguir provisiones para sus tropas. Una vez satisfechos sus deseos, el sargento y su acompañante avisan al corregidor de que pasarán la noche en la localidad para partir, nada más amanecer, a Nava de Roa y Fuentecén. El encargado de darles cobijo es un matrimonio que ronda la cincuentena y en cuya casa vive Juana, su única hija. Los tres son buenos amigos de "El Empecinado". La jornada con los nuevos huéspedes transcurre con normalidad, hasta que el sargento de dragones (posiblemente más bebido de la cuenta) no se recata a la hora de expresar su atracción por la bonita joven. La escena es tensa: el militar trata de abusar de Juana y ésta se resiste como puede. Insultos, gritos, forcejeo. Al final, el francés no logra satisfacer sus bajas pasiones, pero el ultraje deja desconsolada a la familia... A la mañana siguiente, poco después de partir los franceses, aparece en Castrillo nuestro Juan MartÃn, que acaba de llegar de Fuentecén para entregar unos encargos a su madre. Le acompaña su hermano Manuel. Cuando entra en el pueblo, se topa con el desdichado matrimonio y éstos le cuentan lo sucedido la noche anterior. "El Empecinado" y su hermano no se lo piensan dos veces: les falta tiempo para partir al galope en busca de los dos franceses. Como a una legua de Castrillo, ya cerca de Peñafiel, existe un lugar solitario y agreste al que llaman el Salto del Caballo: se trata de un angosto sendero que serpentea junto a la orilla del Duero, cuyas aguas son allà muy vivas, y sobre el que cae la vertiente suave de un collado cubierto por árboles, matorrales y enormes rocas. Allà podrÃa cualquier hombre atacar o defenderse con éxito de quien tome el reducido paso. Asà lo hicieron (según cuentan por aquellos pueblos) unos bandidos llamados "El Melero" y "El ChafandÃn", que aterrorizaron a la comarca cuando el rey Carlos era mozo. Ya son casi las doce cuando los dos militares se aproximan al Salto del Caballo. Llegados ya a la parte más angosta, el soldado se da cuenta de que lleva floja la cincha de su caballo y se detiene para apretarla, mientras el confiado sargento continúa la marcha. De pronto, retumba el estampido de un disparo y el sargento, abierta la cabeza de un certero disparo, cae muerto de su montura. El soldado acude en su auxilio. Se da cuenta, entonces, de que el humo del disparo ha salido de entre las rocas de la ladera, y entre ellas asciende. Enseguida ve correr a un hombre. Galopa tras él, dispuesto a darle alcance. Manuel, que ha sido el autor del disparo, trepa como una cabra collado arriba: salta piedras, aparta arbustos y obliga al jinete a tomar el peor camino. De repente, se oye una voz poderosa cuyo eco repiten aquellas hondonadas: -¡Voy, Manuel!- suena como un trueno. Y ante la alegrÃa de éste y el temor del francés, aparece "El Empecinado". Monta el corcel del sargento muerto y agita su sable. Avanza, amenazador, hacia donde su hermano se encuentra. El francés, al verle, trata de salir de aquel incómodo terreno para alcanzar el camino. "El Empecinado" se lo impide cortándole el paso. No le queda al militar otro remedio que aceptar el encuentro, pensando quizás que aquel labriego no podrá resistir la fuerza de su sable. Mas en esto se engaña. Juan MartÃn se lanza sobre el francés, lleno de Ãmpetu y furia. Intercambian varios golpes, luchando sin cuartel. "El Empecinado" le propina un mandoble tan certero y violento que a punto está de hacerle soltar el arma. Luego, al verle dudar más de la cuenta, le da una estocada tan tremenda que le atraviesa el cuerpo de parte a parte. Ensangrentado, el francés cae de su montura. Resuelto ya aquel lance, Juan MartÃn y su hermano se apropian de la documentación que llevaba consigo el sargento y arrojan los dos cadáveres a las aguas del rÃo Duero... A media tarde, Juan MartÃn y Manuel entraban victoriosos en Castrillo, mostrando como trofeos los caballos y las pertenencias de los franceses. Nada mejor para agrandar la fama o la admiración entre sus paisanos. TodavÃa no sospechaba "El Empecinado" lo alto que iba a llegar en la lucha guerrillera contra el invasor, aunque fuese un motivo personal el que le llevase hasta ella. Presiente que pronto será necesario responder a los abusos y excesos de los franceses con violencia, obrando en legÃtima defensa. No sabe ni cómo ni cuándo se producirá el inevitable choque, pero de una cosa está muy seguro y asà se lo comunica a sus amigos: - Si como temo sucede lo peor, juro que no descansaré hasta que el último soldado francés salga de España. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:14:31 Poco tiempo después, "El Empecinado" y los suyos se reunieron en la taberna de Fuentecén, charlando amigablemente alrededor del buen vino. Junto a él están dos amigos que son casi como hermanos: Blas Peroles (natural de Castrillo de Duero) y Juan GarcÃa (un mozo de 16 años, huérfano de padres y que habÃa sido acogido en Castrillo por la familia de Juan MartÃn). Alarmados por la preocupante situación del paÃs, los tres amigos deciden pasar a la acción y formar una guerrilla más o menos estable para actuar entre Peñafiel y Castrillo de Duero. La experiencia militar de "El Empecinado" y su primera actividad guerrillera en Cataluña constituyeron la inspiración táctica inicial del grupo.
"Tranquilo vivÃa cultivando mis tierras, cuando se dijo que al rey Fernando se lo llevaban a Francia. Yo querÃa echarme al campo porque esta canalla francesa me cargaba, señores, y cuando la gente de aquà se entusiasmaba con Napoleón, yo decÃa: " Napoleón es un infame. Si entra Fernando en Francia, no sale hasta que le saquemos". No me quisieron creer... Vino Mayo y al fin se descubrió el pastel. Yo no podÃa aguantar más y me picó mostaza en la nariz. Llamé a Juan GarcÃa y a Blas Peroles, y les dije: "¿Nos echamos o no nos echamos?" Ellos me contestaron que ya tenÃan pensado salir a matar franceses, y en efecto, salimos. Éramos tres. Nos pusimos en el camino real a cuatro leguas de Aranda, en un punto que llaman Honrubia, y allà a todo correo francés que pasaba le arreglábamos la cuenta. Fue llegando gente y se formó una partidilla... La verdad es que no sé cómo se formó. La partida se hizo ejército y aquà estamos. Me han hecho brigadier. Yo no lo he pedido. Quieren que sea general... He servido a la Patria con fe, y también con buen resultado, ¿no es verdad?". Asà recreaba Benito Pérez Galdós en sus célebres Episodios Nacionales los inicios guerrilleros de "El Empecinado". La suya fue, sin duda, la primera partida guerrillera que comenzó a actuar en la lucha española contra el francés. Generalizadas en el paÃs a partir de 1809, las guerrillas (denostadas a veces por los extranjeros y mitificadas hasta la extenuación por los nacionales) constituyeron un elemento genuino de la Guerra de la Independencia. Hasta la saciedad se han resaltado sus maneras de actuar: eran partidas de pequeñas dimensiones en cuanto a efectivos, se movÃan con rapidez aprovechando al máximo las caracterÃsticas del terreno, atacaban por sorpresa, se retiraban cuando no existÃa una gran certeza de victoria, se dispersaban en caso de necesidad y, no pocas veces, aprovechaban las villas y ciudades para camuflarse entre la población civil. Su labor de hostigamiento y desgaste se hizo muy preocupante para las tropas francesas. El bautizo guerrillero de "El Empecinado" en el Salto del Caballo y la apasionada reunión en la taberna de Fuentecén tendrÃan una consecuencia inmediata. Tuvo lugar a fines de abril de 1808. Por aquellas fechas, Juan MartÃn y sus camaradas abandonan Fuentecén, llegan a Aranda de Duero y siguen por los campos, manteniéndose paralelos al Camino Real que une Madrid con Burgos. Resueltos y animosos, están dispuestos a darlo todo en la lucha guerrillera. Acercáronse entonces a una localidad llamada Honrubia de la Cuesta, perteneciente (al igual que Fuentecén) a la Comunidad de Villa y Tierra de Montejo. Allà fue donde consiguen interceptar a un correo francés , haciéndose con toda su valiosa documentación. Dos dÃas después, en las proximidades de Aranda, otro correo francés les sale al paso. Éste opone resistencia a la partida guerrillera, que acaba con su vida. Le arrebatan en un santiamén las armas, los documentos y el caballo. Animados por la fácil victoria, los guerrilleros se ocultan con su botÃn entre los pinares... La cosa no quedó ahÃ. Aún no habÃa estallado el mÃtico 2 de mayo madrileño cuando los guerrilleros de Juan MartÃn seguÃan haciendo de las suyas en las inmediaciones de Aranda. La fama de esta valerosa pandilla se fue extendiendo, imparable, por los pueblos cercanos, hasta el extremo de incentivar la demanda de jóvenes deseosos de ingresar en la partida "empecinada". Ésta no tardará en pasar a disponer de una docena de hombres. Además, "El Empecinado" ofrece una suculenta contrapartida a todo aquel que se una a sus filas: la paga de un jornal diario más una ocasional parte del botÃn que pudiera conseguirse. Un señuelo muy apetecible, mucho más que la desprestigiada soldada del momento. La base de operaciones de Juan MartÃn es la zona arandina, y se mueve con sus guerrilleros por localidades burgalesas como Fuentenebro, Gumiel de Hizán, Castrillejo y Fuente Espina. Roban armas y pertrechos a la soldadesca francesa, prenden a todos los soldados que encuentran rezagados, obstaculizan las comunicaciones de los invasores. Hostigan sin cesar a las tropas napoleónicas desde Honrubia hasta la misma Aranda de Duero. El 2 de mayo de 1808 tuvo lugar el heroico levantamiento de los madrileños contra los invasores franceses. Las gentes de la Villa y Corte se rebelan contra el despotismo y las crueldades de las tropas napoleónicas. Dejan los aguadores sus cubas, los vendedores sus puestos, los herreros las fraguas, los vinateros las tabernas, las lavanderas el rÃo, las planchadoras el almidón. El improvisado ejército, en el que no existen grados pues todos son combatientes de primera fila, lo forman estos hombres y mujeres a quienes los remilgados cortesanos llaman, despectivamente, el pueblo bajo, Son artesanos y jornaleros, chulillos y majos, aguadores y chisperos, jaques de castoreño y caleseros y faja grana, bravÃas de los corrales y los lavaderos, pillastres y estudiantes, sacristanes y clérigos de misa y olla. No se ven entre ellos a los petimetres de la burguesÃa, ni a los servidores de Palacio, ni a las dignidades de la milicia o de la Iglesia. Aquà sólo está el pueblo, en su más exacta definición. Gentes inflamadas de patriotismo, luchadores fieros, indómitos, dispuestos a batirse con las tropas imperiales hasta la muerte. Ni una gota de sangre azul tiñó las guijas del suelo de Madrid: toda fue roja y derramada con generosidad. No, no; al pueblo no se le puede tratar como si fuese un rebaño de esclavos. Tiene tan alto orgullo y tan elevado concepto de la dignidad que no está dispuesto a consentir un sólo atropello más. Y la rebelión se extiende rápidamente por todos los confines de España como un huracán que todo lo arrolla. Y se produce unánime y clamorosa, sin jefes ni caudillos; sin previa inteligencia y acuerdo; sin órdenes ni movilizaciones, casi de manera simultánea. (http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/21/Iglesia_de_La_Antigua_a_principios_del_S._XX.jpg) Movilización popular en Valladolid. Ardor patriótico. Entre los dÃas 29 y 31 de junio, tiene lugar una explosión de ira antifrancesa en Valladolid que se torna imparable: la tibia actitud frente a los invasores de GarcÃa de la Cuesta, capitán general de Castilla la Vieja, irrita enormemente a los vallisoletanos. Los acontecimientos se precipitan, las decisiones se encadenan a golpe de algarada callejera. La multitud se presenta, desafiante y amenazadora, ante el Ayuntamiento y exige el alistamiento general y forzoso de toda la población, asà como la urgente entrega de armas. GarcÃa de la Cuesta les pide que se "aquieten y recojan", pero los congregados empiezan a hacer acopio de armas por su cuenta. Es decir, arrebatándoselas a los 250 franceses heridos o enfermos que convalecÃan en hospitales y viviendas particulares. La multitud incauta, además, los cargamentos de algodón, trigo y armas que iban destinados a las tropas francesas instaladas en Madrid. GarcÃa de la Cuesta ve con muy malos ojos los movimientos populares antifranceses, aunque tiene conocimiento de que ya han triunfado en Santander, León, Asturias y las provincias gallegas. En los primeros momentos, hace oÃdos sordos a las peticiones del pueblo vallisoletano y se niega a seguir el ejemplo de tantas otras ciudades, terca actitud que a punto está de causar un sangriento motÃn y de costarle la vida. "El Empecinado", que continúa con empeño su guerra personal contra los invasores, muestra especial interés por todo lo que sucede en Valladolid. Y cuando alguien le dice que el general GarcÃa de la Cuesta no se aviene a los deseos del pueblo, lo abandona todo y se presenta en la ciudad del Pisuerga para contrubuir a la causa antifrancesa. Nada mas poner el pie en Valladolid, acompañado por su hermano, observa cómo marcha por la Fuente Dorada una gran muchedumbre que se dirige a la CapitanÃa General. "El Empecinado" y su acompañante se unen a ellos. Se congregan las masas frente al edificio y exigen, a grandes voces, que se haga entrega de las armas al pueblo y se declare la guerra a Napoleón. El alboroto llega a ser tan considerable que el propio GarcÃa de la Cuesta sale al balcón principal, pronunciando unas palabras mesuradas y llenas de evasivas que a nadie convencen. Miles de gritos amenazadores le insultan y humillan. Entonces, tiene lugar algo sorpendente: aparecen varios hombres cargados de maderos, valaises y herramientas de carpinterÃa que, junto al edificio de la CapitanÃa, comienzan a levantar un patÃbulo. Trabajan a prisa, con extraordinaria destreza. Entre el recio golpear de los martillos se oye una voz autoritaria y conminativa: -¡ Si no estáis con nosotros, preparaos para estrenar esta horca!- Y el Capitán General, ante tan explÃcita amenaza de muerte, accede a que una representación de cinco hombres del pueblo se entreviste con él. Entre los que voluntariamente se ofrecen está "El Empecinado". Sin cortedad alguna, se presentan en el despacho: es la primera vez que pisan aquellas ricas alfombras y toman asiento en los sillones dorados tapizados de damasco. Juan MartÃn hace valer su condición de veterano de guerra y es el que lleva la voz cantante. Informa al militar de su persona, le da cuenta de sus actividades guerrilleras en la Ribera del Duero y promete hacerle entrega de los documentos interceptados a los correos franceses. Al final, GarcÃa de la Cuesta accede a sus demandas. ¡La movilización contra los invasores ha triunfado también en Valladolid! "El Empecinado", por su parte, permanecerá unos cuantos dÃas en la ciudad. Algunos entusiastas se han unido al grupo guerrillero que él comanda y le llegan noticias de que también Palencia, Zamora, Salamanca y Ãvila se han levantado contra los franceses. Llega a entrevistarse con GarcÃa de la Cuesta en varias ocaciones, haciéndole entrega de las valijas que arrebata a los correos del enemigo. El general le autoriza para continuar sus correrÃas contra los soldados napoleónicos, siempre y cuando le mantenga bien informado de todo cuanto hace y esté en comunicación permanente con él. A nuestro "Empecinado" no acaba de serle simpático aquel viejo militar de la antigua escuela, rÃgido y autoritario. (http://valladolidenbici.files.wordpress.com/2008/05/dscn2818.jpg) Escaramuzas en tierras burgalesas. Decepción en Cabezón de Pisuerga y Medina de Rioseco. Sea como fuere, "El Empecinado" regresa a la Ribera del Duero burgalesa y junto a sus compañeros se aloja en la villa de Milagros, perteneciente hoy a la provincia de Burgos pero dependiente de la de Segovia en aquella época. Regada por el rÃo Riaza y con poco más de 400 habitantes en los comienzos del siglo XIX, Milagros acoge a los "empecinados" que (con una valentÃa nada despreciable) se mueven desde las proximidades de Sepúlveda hasta Aranda de Duero, y desde esta villa hasta Lerma o Valladolid. Un mozo de Tudela de Duero que responde al nombre de Mariano Fuentes une su guerrilla particular a la de Juan MartÃn, sumando fuerzas. Un dÃa, en las riberas del Riaza, las guerrillas de ambos derrotan a un destacamento de 30 húsares que escoltan al correo de Murat, mariscal y gran Duque de Berg, uno de los hombres de confianza de Napoleón. Tras la contienda (que fue más dura y farragosa de lo esperado) los guerrilleros pasaron a refugiarse en un pinar cercano a Fuentenebro, donde procedieron a repartirse el botÃn. Un testigo de aquellos dÃas aseguraba que, entre mayo y junio de 1808, la partida de "El Empecinado" llega a causar al invasor más de 800 bajas, entre muertos y heridos. La cifra, que parece exagerada, no lo es tanto si tenemos en cuenta que en un sólo ataque llega a capturar a 10 sargentos y cerca de 900 soldados, lo cual constituye una considerable pérdida para los imperiales. Los sucesos de Valladolid alarmaron un tanto a los estrategas franceses, que inmediatamente posaron sus miradas sobre Castilla la Vieja. Los generales Merle y Lassalle unieron sus fuerzas en Dueñas, y el segundo saqueó Torquemada y Palencia poco después. "El Empecinado" sabÃa que el siguiente objetivo era Valladolid. Por eso, no dudó en regresar a la ciudad del Pisuerga. HabÃa llegado el momento de una gran acción bélica contra el invasor. Nuestro guerrillero de Castrillo no podÃa presagiar el desastre que se avecinaba... Y es que las fuerzas reunidas en Valladolid por GarcÃa de la Cuesta eran de todo menos poderosas. Aquel primerizo Ejército de Castilla (al que se incorpora "El Empecinado") estaba compuesto por cerca de 5000 paisanos, voluntariosos pero pésimamente pertrechados. Tan sólo los 560 jinetes de los Escuadrones de la Reina, Guardia de Corps, Carabineros Reales y Calatrava aportaban algo de profesionalidad dentro de aquel enjambre de luchadores negligentemente entrenados. Ante el avance imparable y amenazador de los franceses, GarcÃa de la Cuesta decidió sacar al Ejército de la ciudad los dÃas 9 y 10 de junio de 1808. Su misión, preparar el combate que se avecinaba. Y el combate tuvo lugar en un paraje situado a 15 kilómetros de Valladolid, junto a Cabezón de Pisuerga. El Ejército de Castilla contaba con más de 5000 soldados de infanterÃa, 500 elementos de caballerÃa y 4 cañones; frente a 6000 infantes, 1000 caballeros y 11 cañones franceses. Tenemos constancia de que "El Empecinado" combatió como un soldado más de las fuerzas castellanas. Por desgracia, aquella batalla supuso una flagrante derrota para las tropas de GarcÃa de la Cuesta, cuyo gran error estratégico ha pasado a la historia de las ineptitudes militares: decidió esperar a los franceses en campo abierto, en su propio terreno, concretamente en la orilla derecha del Pisuerga, una vez rebasado el estrecho puente. Desplegó sus fuerzas en dos lÃneas a ambos lados del rÃo, a caballo del puente, dejando sin fortalecer el pueblo y situando un par de cañones a cada lado. Para algunos, el desastre final obedeció a la poca pericia del militar; otros, para mayor abundamiento, cargan las tintas contra una actitud que juzgan aviesa y voluntariamente errática. En cualquier caso, el resultado no se hizo esperar: dos cargas de caballerÃa francesa (acompañadas del bombardeo de los cañones) destrozaron las lÃneas castellanas. Los soldados de GarcÃa de la Cuesta ("El Empecinado" entre ellos) empezaron a retroceder. La desbandada fue inminente: cuando trataban de cruzar el puente sobre el Pisuerga, las estrecheces de éste y el fuego francés incrementaron aún más el número de vÃctimas. Algunos murieron ahogados intentando cruzar el rÃo a nado, mientras otros fugitivos eran acuchillados en su desesperada huida hacia Valladolid. Seguidamente, una parte de las tropas francesas entró en la ciudad, evacuada tres dÃas más tarde. Las fuentes documentales aseguran que Juan MartÃn peleó con gran arrojo en aquella ocasión, como no podÃa ser de otra manera. El espectáculo era desolador: los combatientes que no huÃan eran pasados por las armas francesas sin piedad. Mientras parte de las tropas castellanas se retiran a Medina de Rioseco, "El Empecinado" decide seguir otro trayecto: primero se traslada a Santovenia de Pisuerga, donde permanece oculto hasta el anochecer, dirigiéndose entonces hacia la ciudad de Valladolid. Aprovechando el oscuro manto de la noche, nuestro guerrillero marcha a Viana de Cega, una localidad de la Tierra de Pinares donde se reúne con sus hombres. Es en ese momento cuando tiene noticia de que un destacamento francés se aproxima desde Olmedo, procedente de Palencia. Reciente aún la humillación de Cabezón, Juan MartÃn y los suyos le salen al paso en la zona conocida como las Riberas del Henar. El éxito es rotundo: los de "El Empecinado" se apoderan de todo cuanto llevan consigo los franceses, incluidos unos valiosÃsimos pliegos firmados por el general Lassalle. Lo contenido en dichos papeles es de grandÃsima importancia: nada menos que una enumeración de las apremiantes necesidades de las tropas invasoras acantonadas en Palencia. Consciente del valor estratégico de lo incautado, "El Empecinado" se traslada velozmente a la villa de Benavente, donde se ha instalado GarcÃa de la Cuesta. La entrega de los documentos anima al Capitán General de Castilla la Vieja, que recompensa a Juan MartÃn confiándole el mando de un escuadrón del Ejército de Castilla formado por 6000 infantes y 560 caballeros de la Reina, aunque desprovisto de ArtillerÃa. El objetivo es claro: expulsar de la zona al mariscal Bessiéres, quien, falto de efectivos, habÃa terminado desguarneciendo la ciudad de Valladolid. Una vez más, Juan MartÃn pasa de guerrillero a militar; y, también una vez más, será incapaz de presagiar lo que se avecinaba... GarcÃa de la Cuesta soñaba con reconquistar Valladolid y desquitarse de la derrota sufrida. En Benavente, donde ha logrado engrosar sus fuerzas con reclutas locales, asturianos y leoneses; aglutina un total de 10000 soldados de infanterÃa. Enseguida se unirán a ellos los del Ejército de Galicia, comandado por el general andaluz JoaquÃn Blake. Ambos generales preparan el ataque a las fuerzas napoleónicas: pretenden lanzarse sobre Valladolid para luego ascender en dirección a Palencia y, por tanto, separa a Lassalle del resto de unidades del Cuerpo de Observación. Por su parte, el francés Bessiéres recibe refuerzos y sale en dirección a Medina de Rioseco desde Burgos, donde se hallaba instalado por aquellos dÃas. Una vez más, la ineptitud del general Cuesta sorpende a todos, incluido "El Empecinado": creyendo que los imperiales atacarÃan desde Valladolid, hace que el Ejército de Castilla se mantenga inmóvil en un llano frente a Rioseco. Los de Blake, entre tanto, eligen el Páramo de Valdecuevas, a la izquierda del Teso del MoclÃn. Con ambos Ejércitos divididos y descoordinados, el ataque francés no se hace esperar. Fueron siete horas de intenso pelear con lamentable resultado para las tropas españolas, una desdichada peripecia que aún hoy sigue pareciendo inverosÃmil. Nada menos que 21700 españoles quedaron a merced de 14400 franceses. Los primeros perdieron cerca de 4000 hombres y 15 piezas de ArtillerÃa, frente a los 700 heridos y 300 muertos del bando contrario. Tras aquella cruel carnicerÃa, las infames tropas napoleónicas dedicarÃan su tiempo a saquear y devastar Medina de Rioseco... Tan tremenda derrota disgustará a nuestro guerrillero de Castrillo, hasta el punto de que lo lanzará definitivamente al menester que mejor sabÃa hacer: las labores de guerrilla. Efectivamente, su desánimo como militar a las órdenes de GarcÃa de la Cuesta resultó directamente proporcional a su voluntad de retomar las correrÃas al frente de su partida. Eso, y el odio cerval a los franceses: como tantos otros, "El Empecinado" enfureció al tener noticias del cruel saqueo de Medina. Al poco tiempo, los Ejércitos de Castilla y Galicia decidieron replegarse hacia Villalpando, Villafrechós y Benavente; al tiempo que GarcÃa de la Cuesta y Blake terminaban sus dÃas de acción conjunta. "El Empecinado", por su parte, decidió regresar a Castrillo de Duero y retomar las labores guerrilleras. Estaba convencido de que era la mejor forma de combatir a los invasores. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:18:48 El cura Merino. La prisionera francesa.
Por aquellos dÃas, va en busca de "El Empecinado" un hombre de mediana estatura, tosco, flaco y de lúgubre vestimenta. Sabedor de sus correrÃas, viene a pedirle ayuda para armar a su propia partida guerrillera. Se llama Jerónimo Merino y es el sacerdote de Villoviado, localidad burgalesa cercana a Lerma. Pese a ser parco en palabras, explica al de Castrillo su odio a los franceses: no hace mucho se presentaron éstos en Villoviado, y no hallando en él medios de transporte, utilizaron a todos los vecinos como acémilas. Con expresión seca y bruscos ademanes, aún sonrojado por el recuerdo, dice que a él le hicieron cargar con los instrumentos de una banda militar, sin mostrar ningún respeto por su condición sacerdotal. Ante este ultrajante trato, arrojó el cargamento y esto le valió ser maltratado en público por los imperiales. Huyó entonces, y en un mesón pudo hacerse con una escopeta. Apostado con ella en los pinares de la zona, se dedicó a cazar franceses por su cuenta. Y ahora, como cuenta con 15 hombres dispuestos a batirse contra el enemigo, necesita armarlos. "El Empecinado" le hace entrega de fusiles, municiones y diversos efectos. Comen juntos, en total amistad, y se separan deseándose fortuna. Asà es como se conocieron "El Empecinado" y "El cura Merino". Tan pronto como regresa con sus hombres, Juan MartÃn redobla sus actividades guerrilleras en distintos puntos del Camino Real burgalés. Acecha, sin descanso, los movimientos de los invasores en retirada, y les sorprende cuando menos se lo esperan. Todo soldado francés (o grupo de ellos) que abandone al grueso de las tropas por unos instantes lo paga con la vida. Y todos los mensajeros o transportistas rezagados caen rápidamente en su poder, sin que se vuelva a saber de ellos. En la carretera de Burgos, cerca del pueblo de Bahabón, la partida guerrillera de "El Empecinado" pasa por las armas a los 50 soldados franceses que acompañaban a un convoy. La batalla fue encarnizada, pero el botÃn bien ha merecido la pena: un cofre repleto de monedas doradas, que servirá para ayudar a las tropas españolas y comprar vÃveres o pertrechos. Los "empecinados" celebran por todo lo alto aquel golpe de buena suerte. La alegrÃa, sin embargo, es efÃmera en tiempos de guerra. Apenas ha transcurrido un dÃa cuando son sorprendidos por una amplia partida de soldados pertenecientes a las tropas de Murat. Los guerrilleros no tienen la suficiente capacidad de respuesta. Incapaces de hacer frente a los imperiales (que les superan en número) se ven obligados a salir en retirada, rechazando como pueden a los perseguidores franceses. El resultado, aunque nada halagüeño, podrÃa haber sido mucho peor: los guerrilleros pierden a cinco de sus hombres. Recuperados del susto, los "empecinados" se reúnen en Campillo de Aranda, a 88 kilómetros de Burgos y a sólo 7 de Aranda de Duero. Prosiguen con sus correrÃas, ocultándose esta vez en las proximidades de Carabias, una pequeña localidad segoviana. Acaban de recuperarse del reciente disgusto cuando se topan con una oportunidad de resarcirse por las bajas sufridas: un nuevo convoy francés pasa junto a ellos. No les cuesta mucho trabajo secuestrarlo. Se trata de un carruaje que viaja escoltado por una docena de hombres, que se rinden sin oponer resistencia alguna. En el interior del mismo viaja una delicada doncella francesa, acompañada por su ama. Tras apoderarse del dinero y de las joyas que transporta el carruaje, Juan MartÃn ordena que la dama sea conducida a Castrillo y alojada en su propia casa, al cuidado de su madre y su esposa, por si tuvieran que emplearla como prenda. "El Empecinado" no sabe que, con el secuestro de la francesita, ha irritado profundamente al mariscal Bon Adriano Jeannot Moncey, famoso sitiador de Zaragoza. En nuestros dÃas, la identidad de la damisela es toda una incógnita: mientras el inglés Hardmann la hacÃa esposa de M. Bardot (joyero y diamantista de Carlos IV); otros, mucho más osados, han preferido convertirla en familiar directa del mariscal francés: sobrina, hija o esposa. Sin olvidar a quienes se la imaginan enamorada del apuesto guerrillero... (http://www.sorianitelaimaginas.com/sites/sorianitelaimaginas/files/public/styles/_x600/public/localidades/burgo_1.jpg?itok=5PPTPoeX) Calumnias y rencores. Juan MartÃn es encarcelado en El Burgo de Osma "El Empecinado" ha conquistado fama en toda Castilla y son muchos los que le admiran, pero ignora que también su sobrenombre despierta en algunos envidias y codicia. Muy pronto va a saber de crueles injusticias y negras traiciones. Y como muestra de cuantas en lo venidero le esperan, se dispone a sufrir la primera. Es la que más dolor le causa, por venirle de sus propios paisanos. Mientras Juan MartÃn se hallaba parlamentando con GarcÃa de la Cuesta en Salamanca, ciertos enemigos suyos (capitaneados por un tal Manuel de Frutos) han proferido ataques contra su persona, entrando poco después en su hogar y robando el botÃn allà reunido; ante la indiferencia de las autoridades y el espanto de las mujeres. Cuando regresa a Castrillo y un viejo pastor le relata esto, "El Empecinado" se dispone a galopar en busca de los culpables para hacerles pagar cara su felonÃa. Su esposa y su madre le detienen. Al fin y al cabo, argumentan, aquellas riquezas no eran suyas. Renuncia (con pesar) a la venganza y se dirige al alcalde para hacer patente su profundo disgusto. Mas éste, que es amigo del licenciado Frutos y que tampoco mira con buenos ojos al guerrillero, nada hace sino exasperarle. Furioso, abandona el Ayuntamiento y se traslada a Madrid. Allà se entrevista con el señor Arias Mon y Velarde, Gobernador interino del Consejo de Castilla, el más cumplido y recto caballero que hay en la Corte. Éste se pone de parte de nuestro guerrillero y oficia el pertinente mandato a la ChancillerÃa vallisoletana ordenando que le presten ayuda y que todo lo robado le sea restituido. Satisfecho, "El Empecinado" sale de Madrid y emprende el camino de vuelta a Castrillo. Pero en su pueblo le espera una nueva infamia. Un buen amigo le informa de que Frutos y los otros malnacidos que le robaron han dirigido al general Cuesta una exposición contra él llena de calumnias y falsedades, presentándolo poco menos que como un malhechor. Debe impedir que todo lo dicho en el cobarde escrito prospere, asà que se traslada rápidamente a El Burgo de Osma, donde le han dicho que se halla GarcÃa de la Cuesta. El viejo militar le recibe más tieso, serio y autoritario que nunca. Cuando "El Empecinado" se dispone a rebatir todas las falsedades que en su contra se han escrito, el general hace entrar a un grupo de soldados y les ordena que entreguen a aquel hombre a las autoridades locales. Asà lo hacen, y éstas le meten en un angosto calabozo. "El Empecinado" cree que al final prevalecerá su enorme honestidad, que prontamente se verá la falsedad de aquellas envenenadas calumnias. Pero, por si la cosa se demora, mira la forma de salir de allÃ. El primer examen que hace le deja con pocas esperanzas. El calabozo (aunque está en una especie de desván) no tiene ninguna ventana al exterior; la puerta, de recias maderas, está asegurada por un grueso cerrojo. No le queda sino esperar a que cualquier hecho fortuito haga posible su intento. No puede pensar en corromper al carcelero, ya que las tres onzas que llevaba para el viaje se las quitaron al encerrarlo. La fuga de "El Empecinado". Camarero en Fuentelcésped Asà estaban las cosas cuando los franceses (tras vencer a los soldados de JoaquÃn Blake en Las Merindades) entraron en Burgos primero y en Aranda después. En Castrillo de Duero, la dama francesa a la que secuestrase "El Empecinado" sabe que sus compatriotas se hallan cerca. Llama al licenciado Frutos y le desvela su personalidad, hasta entonces por nadie conocida. Le dice que es sobrina del mariscal Moncey, convenciéndole sin mucho esfuerzo de que (a fin de evitar represalias contra el pueblo) le facilite la huÃda de allà a fin de unirse a las tropas imperiales. No debÃa hallarse muy vigilada esta damisela por cuanto consigue ver realizado su deseo sin contratiempo alguno. Y en el mismo carruaje en que fuera apresada, salva las seis leguas que separan a Castrillo de Aranda y se presenta a los jefes militares franceses, relatándoles su odisea. Da el nombre de "El Empecinado" como jefe de la partida de guerrilleros que se apoderaron del convoy y de su persona, añadiendo que se encuentra encerrado en El Burgo de Osma por una denuncia de su propios paisanos. De inmediato, uno de los jefes militares franceses ordena que un destacamento acuda a la villa soriana para atrapar a nuestro guerrillero, vivo o muerto. No cabe duda de que es una buena oportunidad para liquidar a uno de los más encarnizados enemigos del poderÃo francés. La noticia llega a oÃdos de los muchos partidarios que Juan MartÃn tiene en El Burgo de Osma. Éstos acuden al alcalde exigiendo su pronta liberación, o que al menos sea trasladado a otra cárcel. Y el regidor (hombre cruel y encubierto afrancesado) se niega a hacerles caso. De algún medio se valen para hacer saber a Juan MartÃn el peligro en que se encuentra, y éste decide conquistar por la fuerza lo que por la razón se niega. Poco le conocen quienes han formulado contra él aquellas falsas acusaciones: no le abaten las calumnias ni le preocupan las adversidades. No va a dejarse conducir mansamente al matadero, como pretenden sus enemigos. En un esfuerzo heroico, hace uso de su tremenda fuerza fÃsica para romper los grilletes de hierro que le oprimen. Atenaza las cadenas con sus dedos de acero, pone en tensión la piernas y tras un feroz forcejeo con el hierro (resoplante el pecho, encendido el rostro y sudoroso el cuerpo) consigue romper aquella sujección. Convertido en un león rugiente, golpea la puerta con el Ãmpetu de un gigante y lanza gritos de ira que hielan la sangre a más de uno. Se abre la puerta del calabozo y bajo el dintel aparecen el jefe de la prisión y tres carceleros. Sin darles tiempo a reaccionar, les propina un tremendo empujón, haciendo que sus cuerpos choquen cómicamente. Y antes de que puedan usar sus armas, les hace rodar por la empinada escalera en confuso montón. Tras ellos echa a correr "El Empecinado", en un aceleradÃsimo descenso y sin tocar casi los peldaños. Animado por un vigor desconocido, corre sin cesar entre las asombradas gentes de El Burgo. De lejos le llegan el sonar de las trompetas y un retumbar de tambores. Eso significa que los franceses han entrado ya en El Burgo, buscándole para acabar con su vida. Por caminos y veredas, "El Empecinado" corre hacia el Poniente, guiado por el sol declinante. Necesita alejarse lo más posible de aquella villa y liberar sus tobillos de las argollas. Al llegar a San Esteban de Gormaz se limita a seguir el curso del Duero. Lo abandona a la altura de Langa y, ya de madrugada, se detiene en Santa Cruz de la Salceda. Ha ido a buen paso durante toda la noche y se encuentra muy cansado. Busca la casa del herrero, y al saber éste quién es, le quita los hierros y le brinda comida y alojamiento. Tras un corto descanso, marcha campo a través hacia la villa de Fuentelcésped, situada en el camino de Francia y a orillas del Riaza. Desea unirse a la partida guerrillera que debe merodear por aquellos lares. Pregunta a quienes se encuentra en su caminar, y le dicen que los franceses han roto nuestras lÃneas y dominan buena parte de Castilla la Vieja, imponiendo duros castigos a quienes muestran la menor oposición. Un buhonero huido de Burgos le cuenta, aún aterrorizado, los horrores que aquella ciudad ha padecido durante el saqueo llevado a cabo por los imperiales: la mayorÃa de las casas fueron asaltadas por la feroz soldadesca, la Cartuja ha sido casi destruida y el hermoso Monasterio de las Huelgas se halla convertido ahora en una vulgar cuadra. Nada más entrar en la villa de Fuentelcésped, Juan MartÃn se encamina hacia la posada. Conoce muy bien al patrón, pues no en balde aquella comarca ha sido (y es) el escenario de sus correrÃas guerrilleras. No lleva allà ni media hora cuando ve entrar, ruidosos y engreÃdos, a varios dragones franceses. Todas las miradas recelosas se dirigen hacia ellos. La primera orden del sargento que los manda es que nadie salga de aquella taberna: "El Empecinado" se da cuenta de que le todavÃa le andan buscando. Hace un signo de complicidad al patrón y piensa en la forma de fugarse de allÃ. Los franceses, por su parte, han ocupado una mesa y piden algo de comer. "El Empecinado", que acaba de atarse un mandil a la cintura, se acerca a ellos y se dispone a servirlos sin que éstos nada sospechen. Va y viene (con fingida diligencia) de la mesa a la cocina, llevando vasos, vino y pan. Como quien no quiere la cosa, muy discretamente se va al corral de la taberna, en el que esperan los caballos de los soldados. Elige el mejor, y tras comprobar que lleva armamento en el arzón, salta a la silla y huye al galope. Cuando los franceses se enteran de lo sucedido, nuestro guerrillero ya está muy lejos de allÃ... Azote de franceses en Castilla la Vieja. La lucha continúa. No tarda en reunirse Juan MartÃn en reunirse con su pandilla guerrillera. Lo primero que hace es reorganizarla: entonces se sumarán a ella algunos amigos y parientes, como sus hermanos Dámaso y Antonio. Al mismo tiempo, a Mariano Fuentes le han entrado ansias de independencia y quiere formar su propia guerrilla. Su propósito es marchar a las proximidades de Cuéllar para operar desde allà por su cuenta y riesgo. Se despide amistosamente de "El Empecinado" y ambos prometen ayudarse en cualquier ocasión. Juan MartÃn pierde a un valiente colaborador que ha demostrado, en muchas ocasiones, generosidad y patriotismo. Como compensación, poco después se unen a su partida dos hombres que pronto destacarán entre lo mejor del grupo: Saturnino AbuÃn y José Mondedeu. El primero es un recio labrador de Tordesillas, moreno, fuerte, de penetrante mirada y expresión seria. El segundo es un valenciano que ha sido soldado en los Húsares de Olivenza y que cayó prisionero de los franceses en la retirada de Tudela. Pudo escapar, y tras una larga y penosa marcha a través de los campos, ha llegado a las filas de "El Empecinado" para ser un combatiente más. Tanto al uno como al otro, "El Empecinado" les encarga misiones de información y reconocimiento que cumplen muy satisfactoriamente. Y esto hace que, en muy poco tiempo, les tenga un grandÃsimo aprecio. Las actividades de la renovada partida guerrillera no se hacen esperar: actúan en el camino que une Burgos y Aranda buscando enemigos rezagados y cosechando éxitos que acrecientan su fama. Uno de ellos tuvo lugar en Fresnillo de las Dueñas, donde Juan MartÃn y su hermano Manuel consiguieron apresar a dos oficiales del Estado Mayor napoleónico. DÃas después, Saturnino AbuÃn asalta en el camino de Peñafiel a un correo francés que transportaba documentación sobre los movimientos de tropas en el Norte de España. Tras valorar la tremenda importancia del documento, "El Empecinado" parte al galope hacia Salamanca para entregárselo al general John Moore, colaborador de las tropas españolas. El inglés no dudó en recompensar a nuestro guerrillero con 18000 reales, suculenta paga que le permitió abastecer y remozar sus tropas. Sin darse un respiro, los "empecinados" continuaron actuando en el camino de Burgos a Aranda, dejando sentir su actividad en importantes localidades de la provincia burgalesa. La primera acción tras el episodio del correo interceptado la llevan a cabo en las cercanÃas de Aranda de Duero, donde asedian a la pequeña guarnición francesa que permanecÃa en la villa. Poco después, aniquilaron a un destacamento galo en la villa segoviana de Fuentidueña, situada en las riberas del Duratón. A continuación se trasladaron a Milagros, donde atacaron con éxito a 16 gendarmes franceses y un oficial, haciéndose con sus armas y dineros. Tras apresar a un total de cinco convoyes enemigos, los guerrilleros pasaron la Navidad y la Nochebuena de 1808 en el pueblo burgalés de La Vid, escondidos en una casa de labranza. Pero pronto abandonan el descanso y vuelven a la acción: en la llamada Venta del Fraile, emplazada en el Camino Real de Francia, apresan a una compañÃa de generales franceses. Los guerrilleros les reducen sin tener que pegar un solo tiro y, además, requisan un suculento botÃn. Esta acción les permite incrementar su grupo de acción hasta 60 hombres, dando armas a los que carecÃan de ellas. No es de extrañar, por tanto, que los franceses ofrecieran 5000 duros de recompensa a quien fuera capaz de atrapar o delatar a Juan MartÃn. (http://www.ecoturismorural.com/img/Parrafos/File/Castilla_Leon/SEGOVIA/ATURACSE/Embalse%20de%20Burgomillodo.jpg) Traición en Ciruelos de Cervera. Acciones contra los imperiales en tierras segovianas. La acumulación de acciones exitosas obliga a diversificar la actividad guerrillera: a Mondedeu le encarga "El Empecinado" conducir a los prisioneros franceses y entragarlos a las autoridades pertinentes; mientras que AbuÃn se hará cargo de los carros incautados. El primero, sin embargo, no logrará su cometido: en un pueblo llamado Arauzo de Salce (a cuatro leguas de Aranda, entre los rÃos Aranzuelo y Bañuelos) la enfurecida multitud se abalanza sobre los apresados, asesinándolos sin piedad. Poco más pudo hacer el valenciano que salir en busca de su jefe para comunicarle tan triste suceso... A Juan MartÃn, por su parte, le aguarda un episodio más peligroso y desagradable. Mientras custodia unos convoyes franceses recién secuestrados en compañÃa de Saturnino AbuÃn, decide pernoctar en la localidad burgalesa de Bañuelos de Cervera. No saben que, pocos dÃas antes, un ventero traidor los ha denunciado a las autoridades francesas. Asà que, a la mañana siguiente, el pueblo es cercado por más de 700 jinetes franceses que acuden en su busca. Pero no por ello pierde "El Empecinado" su entereza. Informa a AbuÃn de lo que pasa y ordena que todos desenfuden sus armas. Durante larguÃsimo rato, "El Empecinado" y sus hombres luchan cuerpo a cuerpo contra los imperiales; a sablazos, sobre el barro, en medio del inquieto revolver de los caballos que relinchan nerviosos. Si los franceses resisten, los guerrilleros no cejan en su furiosa acometida. Al poco, éstos logran abrir una brecha en las filas franceses y por ella huyen al galope hasta perderse en la lejanÃa. Tras ellos van los imperiales, temerosos de que se escapen. Pero ya en campo abierto, la partida de "El Empecinado" se internan en los pinares de la zona para mejor defenderse. AllÃ, bajo las verdes copas de los pinos, tiene lugar un segundo combate: la mayorÃa de los franceses que salieron tras ellos dejan su vida entre los troncos, sobre el arenoso suelo. Una vez más, "El Empecinado" se les ha escapado de las manos... Para vengarse de lo acaecido en Ciruelos, nuestro grupo guerrillero hostiga a unas columnas francesas que requisaban vÃveres y objetos de valor de las iglesias. "El Empecinado" vengó la vida de sus compañeros ejecutados y requisó los tesoros usurpados, que posteriormente fueron entregados al intendente de Guadalajara. DÃas después, los "empecinados" secuestraron a siete soldados franceses junto al pueblo de Carabias, perteneciente a la Comunidad de Villa y Tierra de Maderuelo. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:24:02 CorrerÃas por la provincia de Burgos. Éxitos en Sepúlveda y Pedraza
El año de 1809 no se abre con buenos augurios para las tropas españolas. La triunfal entrada de Napoleón, orgulloso del poderÃo de su Ejército en la PenÃnsula (más de 250000 hombres y 50000 caballos) se unirá a derrotas como las cosechadas en las batallas de Uclés o La Coruña, causando la desmoralización de buena parte de los combatientes patrios. Los reveses bélicos del Ejército español hacen que cada vez más hombres decidan unirse a las eficaces partidas guerrilleras, entre las cuales está la de nuestro Juan MartÃn, que cuenta ya con un centenar de hombres dispuestos a la lucha contra el invasor. Conscientes de la valÃa del guerrillero (pero también del tremendo daño que viene causando a las tropas imperiales) los de Bonaparte estrechan cada vez más el cerco contra "El Empecinado". Ante tal persecución, el de Castrillo decide instalarse en la burgalesa Sierra de la Demanda. Pasa después a operar cerca de la Sierra de las Mamblas, llegando a ser acogido con amabilidad en el monasterio benedictino de San Pedro de Arlanza, el hermoso santuario que fundara el padre de Fernán González... Sin embargo, el continuo acecho del enemigo le fuerza a adoptar medidas estratégicas más eficaces. En concreto, divide a su partida guerrillera en tres secciones, cada una de ellas con direcciones y campos de actuación diferentes: la primera (liderada por Mondedeu) se trasladará hacia Soria por Salas de los Infantes, la segunda (dirigida por AbuÃn) marchará discretamente a tierras palentinas, y la tercera (encabezada por él mismo) permanecerá en la zona, a la espera de lo que pueda suceder. La táctica no es caprichosa y enseguida consigue los resultados deseados: despistar y dividir a los franceses, que creen tener rodeado a todo el grupo guerrillero de "El Empecinado". Poco después, Juan MartÃn y sus leales acompañantes desarman al destacamento francés emplazado en Covarrubias, haciéndose con 40 caballos y varias mulas. Y enseguida vuelven José Mondedeu y Saturnino AbuÃn para proseguir la lucha junto a su apreciado jefe. Pasan los meses, y ahora "El Empecinado" ataca sin parar a los franceses en tierras de Segovia. Al poco de llegar a la zona, se hacen notar tÃmidamente en la villa de Sepúlveda, que habÃa sido asediada el año anterior por los imperiales con 4000 hombres, un millar de caballos y dos pares de cañones. Pero mucho más impactante fue la acción guerrillera realizada en Pedraza: sus peculiares y encantadoras calles de fisonomÃa medieval vieron llegar, como una exhalación, al bravo guerrillero de Castrillo. La guarnición francesa acantonada en la villa se convirtió en vÃctima propiciatoria de su fiereza. Sabedor de la existencia de una guarnición imperial en Pedraza, "El Empecinado" entró en la localidad acuchillando a cuantos franceses le salieron al paso, que no fueron pocos. Si apresurado entró en Pedraza, no menos veloz salió de ella, pues las tropas francesas le persiguieron con saña. Pero no lograron darle caza: Juan MartÃn marchó a la no menos importante villa de Santa MarÃa la Real de Nieva, donde tendió una astuta (y exitosa) emboscada a los soldados napoleónicos. (https://media-cdn.tripadvisor.com/media/photo-s/06/9b/29/68/nieva-2.jpg) La liberación de Béjar. Francisco de Goya retrata a Juan MartÃn Es marzo de 1809 y "El Empecinado" rehúsa seguir actuando en las cercanÃas del Duero, ya que los franceses le pisan los talones. No era para menos. Nuestro guerrillero escribió al nuevo Capitán General de Castilla la Vieja (Carlos Pignatelli, afincado en Ciudad Rodrigo) poniéndose a su disposición. Por aquellos dÃas, el poderoso MartÃn de Garay (secretario de la Junta Suprema Gubernativa del Reino) ordenó al teniente general Antonio Cornell que procurase a Juan MartÃn todos los medios que precisara para el combate; algo depués, le otorgó el cargo de comandante de la partida de descubridores de Castilla la Vieja (con sueldo de teniente de caballerÃa). Es en estos momentos cuando Pignatelli (o Juan Miguel de Vives, su sucesor en la CapitanÃa General de Castilla la Vieja) deciden que el jefe guerrillero debe dedicarse a "operar en su vanguardia". Asà es como Juan MartÃn pasó a la villa de Béjar para hacer frente a las hordas francesas. Señalan las crónicas del momento que el de Castrillo (que llegó a dicha localidad desde Valencia de Alcántara) apenas tuvo que luchas: con sólo saber de su llegada, los galos huyeron despavoridos. En recompensa, el Capitán General de Castilla la Vieja solicitó para él un ascenso a capitán de CaballerÃa, deseo que las más altas autoridades militares cumplieron sin vacilar. Esto significaba, desde luego, el reconocimiento gubernamental de sus acciones guerrilleras; pero también la elevación de rango en el sentido de convertirse (con todas las de la ley) en una verdadera autoridad militar. Esto es, en capitán del Ejército y no sólo de una partida guerrillera. Y asÃ, con el uniforme de capitán, lo retrató el genial Francisco de Goya en un famoso lienzo. En este retrato, "El Empecinado luce (además del uniforme de rigor, dolmán de húsar y dos charreteras correspondientes al grado de capitán) una placa dorada con el emblema de Castilla sujeto con una cadenita. ¿Cómo y cuando se llevó a cabo dicho retrato? La hipótesis más probable (apuntada por Arturo Ansón) arranca del 24 de noviembre de 1808, cuando el pintor huye del segundo sitio de Zaragoza, recalando primero en tierras de Guadalajara y en la villa de PiedrahÃta después. La estancia goyesca en la localidad abulense coincidió con las operaciones defensivas llevadas a cabo por "El Empecinado" contra las tropas francesas en Alcántara, Ciudad Rodrigo y Béjar, siendo muy probable que ambos se conociesen en PiedrahÃta, posiblemente en la segunda quincena de abril de aquel 1809. De ahà al retrato sólo hubo un paso: el guerrillero accedió a la propuesta de Goya y éste llevó a cabo la obra en un par de sesiones. Vendido en 1900 por su propietario, el coleccionista Luis de Navas, este óleo sobre lienzo es custodiado hoy en la colección japonesa del Instituto Auno Gakuin (Osaka) y se encuentra depositado en el Museo Nacional de Bellas Artes Occidentales de Tokio. (https://dnaconsultants.com/wp-content/uploads/2016/07/Juan-Martin-Diez-by-Goya.jpg) "El Empecinado" llega a Salamanca. Escaramuzas en tierras zamoranas. Juan MartÃn DÃez se consolida como el más popular de los guerrilleros españoles, suscitando una considerable admiración. A mediados de abril sitúa su base de operaciones en la zona comprendida entre las localidades salmantinas de San Felices de Gállegos, Sancti EspÃritu y Ciudad Rodrigo, desde donde lleva a cabo importantes operaciones de hostigamiento a las tropas francesas de Soult y Ney, que por aquellas fechas se trasladaban de Salamanca a Plasencia. La prensa del momento daba testimonio del peligro que "El Empecinado" suponÃa para las filas enemigas: "Este valiente patriota causará un daño terrible a los enemigos si verifican su retirada, pues siempre quedan en las marchas muchos extraviados que no pueden seguirlas con tanta precipitación, y todos ellos serán vÃctimas del justo enojo de este intrépido castellano". Tras participar exitosamente en la batalla de Talavera (los dÃas 27 y 28 de julio), Juan MartÃn aprovecha el vacÃo dejado por las tropas francesas en Salamanca tras la citada ofensiva y decide atacar a los franceses instalados en esta ciudad. Sabe, además, que la guarnición gala de la ciudad del Tormes apenas está en condiciones de combate. Se trató de una incursión breve y muy rápida: sus 150 jinetes entraron en la ciudad aclamados por las gentes, requisaron alhajas y joyas que habÃan robado los galos e hicieron prisioneros a unos cuantos enemigos. Estos (una vez formados en la Plaza Mayor) fueron enviados a Ciudad Rodrigo. Algunos historiadores afirman que "El Empecinado" hizo en ocasiones de gobernador accidental de Salamanca, adoptando medidas acertadas; incluso afirman que los salmantinos agasajaron a sus guerrilleros con viandas, vino y música. Sin embargo, la salida de Salamanca se tornó accidentada: enterado Juan MartÃn de la inminente llegada de 300 dragones franceses procedentes de Medina del Campo, colocó a 100 hombres en las afueras de la ciudad mientras él, secundado por 150 combatientes, avanzaba contra ellos. Reforzados por una partida de 80 jinetes recién llegados, los de "El Empecinado" se abalanzaron sorpresivamente sobre los "gabachos". El ataque, finalizado con éxito, supuso la muerte de 50 franceses y la huida hacia Castellanos de Moriscos del resto de las tropas invasoras. DÃas después, los "empecinados" abandonaron Salamanca en dirección a tierras zamoranas. En la localidad de Guarrate (situada en La Guareña) se encontrarán con una desagradable sopresa: nada menos que 250 soldados de la CaballerÃa francesa los sorprendieron al poco de llegar y, tras un durÃsimo combate, tuvieron que retirarse a los pinares de aquella zona. Dos leguas más allá, "El Empecinado" se resarció de aquel inesperado disgusto secuestrando a un correo francés y su escolta. Asà estaban las cosas cuando a nuestro heroico guerrillero le llegó una orden de las autoridades militares españolas que le exigÃa actuar en la zona comprendida entre Valladolid, Aranda de Duero y Segovia. Hacia allà se dirigÃa cuando, al atravesar con sus hombres la localidad vallisoletana de Pedrosa del Rey (muy próxima a Villalar y a tres leguas y media de Tordesillas), se encuentran casi frente a frente con una columna francesa. Cegados por el coraje, los "empecinados" persiguen a los galos hasta el cercano pueblo de Morales de Toro, ya en Zamora. Poco a poco, los franceses que se resisten a entregarse van siendo liquidados. El jefe de aquella malograda columna empuña el sable con fuerza y ataca a Juan MartÃn. El de Castrillo se defiende con ardor, redobla los golpes y hace retroceder a su adversario. Lanza sobre él un veloz mandoble que el otro esquiva rápido y, casi al mismo tiempo, ve muy cerca de su hercúlea anatomÃa el sable del francés. Nada puede hacer. Siente el golpe en el brazo izquierdo: la afilada hoja le lacera y viene a herirle en el costado. El dolor es vivÃsimo, siente que la sangre empapa su camisa. Enfurecido por lo que juzga una torpeza suya, "El Empecinado" consigue desarmar al francés y le pide que se rinda, pero éste se niega. Juan MartÃn sigue luchando contra él, forcejea insistente, pero advierte que sus fuerzas están disminuyendo. La vista se le nubla y a punto está de caer desvanecido. Tantea en el suelo, y se topa con una gruesa piedra. La atenaza entre los dedos y, frenético, golpea con ella una y otra vez la cabeza del francés hasta hundÃrsela. Después, cae desfallecido junto al cadáver de su enemigo. La herida que tiene "El Empecinado" requiere atención urgente. Un hombre de la partida guerrillera, que ejerce de improvisado médico, se la tapona como buenamente puede. Temiendo por su vida, sus compañeros le llevan rápidamente a un lugar donde pueda recibir asistencia y descansar un poco. Eligen el pueblo de Pollos, que está cerca de San Román de Hornija, en la margen izquierda del Duero. Y allà le dejan en la casa del cura, excelentemente atendido por un médico de Tordesillas. Pronto, su fuerte complexión fÃsica se impone y la gravedad de la herida desaparece por completo. Ya restablecido, "El Empecinado" regresa a sus actividades guerrilleras con la valentÃa de siempre. No sabÃa, sin embargo, que aún le aguardaban más momentos amargos. Y esta vez en su localidad natal... Juan MartÃn vuelve a entrar en acción. Los traidores de Castrillo son perdonados. El susto de Pedrosa del Rey habÃa sido considerable. "El Empecinado" necesitaba pasar un tiempo con los suyos, de ahà que decida volver a Castrillo y pasar unos dÃas con su madre. A medio camino entre la leyenda y el cuento edificante se nos presenta ahora el episodio siguiente. Todo comenzarÃa con Juan MartÃn y los suyos entrando en el pueblo, que se halla totalmente desierto y envuelto en un silencio sepulcral. La vida enmudecÃa al paso de aquellos recios guerrilleros, aseguran las crónicas. Tras las ventanas, entornadas, les vigilan ojos curiosos. Algunos hombres se retiran, presurosos, al advertir su presencia. Los chiquillos, en cambio, no participan de aquel inexplicable temor: suspenden momentáneamente sus juegos para observar a los "empecinados" y, al poco, siguen con ellos. Tras abrazar a su mujer y a su madre (a las que no ha visto desde hace un año) y rodeado de sus mejores amigos, "El Empecinado" muestra su extrañeza por semejante recibimiento. Es el cura quien le explica la razón de lo sucedido: la mayorÃa del pueblo, excepto los que se hallan allà congregados, contribuyó con falsas acusaciones a su encarcelamiento en El Burgo de Osma. Y ahora temen que "El Empecinado" se vengue de ellos, ya que le perjudicaron con sus envidias y recelos. Unos se han escondido; otros andan por los campos pretextando labores urgente; y los más permanecen en sus casas, bien cerradas las puertas y ventanas. No les queda otra que encomendarse a la Virgen: son infinitos los rosarios, los padrenuestros y las avemarÃas que aquel dÃa se rezan en Castrillo de Duero... Juan MartÃn se reune con la familia, los parientes y los amigos más allegados en torno a la gran mesa de la cocina, que ha sido necesario ampliar. La comida es animada, pero no deja "El Empecinado" de advertir que todos le observan con disimulada curiosidad. Le hablan con un leve tono respetuoso que nunca emplearon. No tiene duda alguna de que su creciente fama ha llegado hasta allÃ: ahora ya no es para ellos el "Juanillo" de siempre, sino todo un señor Capitán de CaballerÃa del Rey que tiene bajo su mando a más de cien hombres. A la mañana siguiente, los guerrilleros de "El Empecinado" sacan de las casas, corrales y cuadras a todos los vecinos que se han ocultado para evitarle. Les conducen (de grado o por la fuerza) hacia el atrio de la parroquia local. Van hacia allà temblando, convencidos de que les aguarda una soberana paliza o un par de tiros... Pero la sorpresa que reciben es tan grande que han de frotarse, incrédulos, los ojos. Les cuesta trabajo aceptar que cuanto ven sea cierto y no producto de un sueño. Ocupando el espacio más amplio del atrio, en lÃnea con la iglesia, hay dispuestas largas mesas con blanquÃsimos y resplandecientes manteles. Y sobre éstos, anchas fuentes de barro cocido muestran unas cuantas piezas de carne asada. No faltan las buenas hogazas, las altas jarras de vino y los vasos de cristal. Poco a poco, de uno y otro lado, van acercándose los vecinos escondidos. Unos lo hacen recelosos, otros resignados y, los menos, con fingida naturalidad. A todos les hacen ocupar un asiento en el convite. Presidiendo la mesa está "El Empecinado", al que acompañan su esposa, su madre, sus hermanos, su primo Mariano Navas y los camaradas Saturnino AbuÃn y José Mondedeu. Allà están, a su lado, quienes allanaron y robaron su casa, los que firmaron contra él aquella falsa denuncia, los que por envidia le difamaron. Juan MartÃn sabe quiénes son y se conforma con dirigirles miradas severas de reprobación, ante las cuales inclinan todos la cabeza, avergonzados y tal vez arrepentidos. Menos mal que entre ellos no se encuentra el licenciado Manuel de Frutos, instigador de la conjura. De hallarse presente, es seguro que "El Empecinado" no hubiera podido contenerse, cobrándose en el lo que todos (en buena justicia) merecen. Nuestro guerrillero tranquiliza a los allà congregados, afirmando que perdona su reprobable acción y que no tiene pensado vengarse de nadie. Los culpables (perdida ya su inicial desconfianza) comen y beben con buen ánimo, reconociendo que "Juanillo" no es tan malo como entonces se dijo. Se acercan a él, con los vasos llenos de vino, para brindar en su honor. Acabado el festÃn y antes de abandonar el atrio, Juan MartÃn reparte cigarros a los comensales. Luego, tras ofrecer a todos su sincera amistad, les dice adiós con humildad y sencillez. AsÃ, con tan noble proceder, habrÃa contestado "El Empecinado" a la infame conducta de sus paisanos. (http://kresala.files.wordpress.com/2009/09/p8090013mod.jpg) Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:32:01 Encuentro con el cura Merino en La Horra. La heroica conquista de Roa.
No tarda Juan MartÃn en marchar de Castrillo para retomar su actividad guerrillera. Pronto, la guarnición francesa instalada en Aranda de Duero siente los efectos de su presencia: no hay convoy, patrulla o correo que pueda considerarse a salvo. Son enviadas fuerzas en su persecución y, una vez más, a todas las burla. Sus proezas las comentan con admiración todos los españoles. La partida guerrillera que é dirige aumenta su número con más de 50 incorporaciones; entre ellas las de 15 hombres procedentes de Aranda, 17 de Cuéllar y 20 de Peñafiel. Llegarán en breve otros valerosos combatientes como el guadalajareño Vicente Sardina o el burgalés Segundo Antonio Berdugo. Este incremento de efectivos obligó a Juan MartÃn a poner en marcha una nueva sección de infanterÃa a las órdenes de Juan Mondedeu. Por aquellos dÃas, los "empecinados" seguÃan, por su derecha, el curso del rÃo Duero. En una ocasión, hallándose muy cerca de una localidad llamada La Horra, tuvieron un encuentro bastante inesperado... Y es que les salió al paso el mismÃsimo cura Merino, lÃder ya de un efectivo grupo guerrillero. "El Empecinado" y Merino se saludan afectuosamente. Comen juntos y sus respectivos guerrilleros charlan y confraternizan. Si los de Juan MartÃn ofrecen su habitual aspecto de combatientes vestidos con una mezcla de ropas campesinas y retazos dispares de uniformes franceses; los del sacerdote burgalés parecen a su lado unos mendigos harapientos. Llevan camisas y calzones de lienzo llenos de mugre, cubren sus cabezas con deteriorados sombreros de leñador. Les rodean las cinturas unas cananas repletas de cartuchos, y llevan junto al fusil fardeles donde guardan la comida y el tabaco. Aquel mismo dÃa, a eso de la media tarde, un muchacho que viene a caballo se presenta ante los guerrilleros allà reunidos. Sin más, le conducen frente a Juan MartÃn y Jerónimo Merino. Se llama Julián de Pablos y es de Lerma, el pueblo del cura Merino. Éste le reconoce enseguida, y el joven no tarda en contar que ha huido de la villa de Roa, tomada a sangre y fuego por los franceses. Tanto "El Empecinado" como el sacerdote guerrillero escuchan muy atentos su relato, y piden que les cuente todo cuanto ha visto en Roa: los puntos que ocupan los franceses, la cantidad aproximada de fuerzas que integran la guarnición y una serie de detalles (al parecer minúsculos) a los que ambos dan considerable importancia. Luego, se reúnen con su hombres durante largo rato. Y es "El Empecinado" quien anuncia a todos lo que Merino y él acaban de acordar. Nada menos que esto: -Esta noche vamos a tomar Roa al asalto. Antes dar comienzo a esta heroica acción guerrillera, los dos lÃderes exponen la estrategia que se llevará a cabo. Divivirán sus efectivos en diez grupos, cada una con su respectivo cabecilla; y aprovecharán la oscuridad de la noche para comenzar el ataque. Cuando llega la noche, los guerrilleros se aproximan sigilosos a las murallas de Roa. Tienen cercada la villa, tan sólo aguardan la orden precisa. Y ésta no tarda en llegar. La lucha comienza cerca de San Miguel, donde tiene lugar la primera embestida contra los franceses. Varios centinelas "gabachos" caen al suelo desde las murallas, empapados en sangre. Los guerrilleros penetran en el caserÃo y prenden fuego a los portones de San Esteban, San Miguel y San Juan. Mientras las gentes de Roa se unen a la pelea contra los imperiales, "El Empecinado" y Jerónimo Merino irrumpen en la Plaza Mayor. Nada se les resiste: se adueñan del recinto y toman por la fuerza la Colegiata de Santa MarÃa, bellÃsima edificación de la época renacentista. Cuando los ocupantes franceses empiezan a replegarse, dos grupos de guerrilleros se lanzan contra ellos y acaban con sus vidas. La CaballerÃa francesa huye rápidamente del lugar, pero Saturnino AbuÃn y sus guerrilleros salen en su persecución y logran derrotarles junto a la Venta del Ãngel, camino de Valladolid. La villa de Roa celebrará con fervor su liberación y acogerá a Juan MartÃn como a un verdadero héroe. Las noticias de la toma de Roa son celebradas por todos los patriotas que combaten al invasor. Si las gentes de todo el paÃs admiran al guerrillero de Castrillo, los franceses no le menosprecian. Los generales napoleónicos le conocen muy bien y saben de las consecuencias de sus rápidos ataques, llenos de audacia. Ya ha dejado de ser para ellos un guerrillero más de los muchos que llenan los caminos. Ahora se las tiene que ver con un caudillo inteligente y valeroso, un guerrillero respetado y admirado que siempre les deja en ridÃculo. (http://londres.cervantes.es/FichasCultura/Imagenes/11820.JPG) "El Empecinado" en Castilla la Nueva. Refriegas en Guadalajara. Algunas de las Juntas Provinciales que se han formado para mejor combatir a los invasores piden a Juan MartÃn que acuda en su ayuda, prometiéndole costear los gastos de sus guerrilleros. La Junta de Guadalajara, en concreto, le necesita urgentemente. Ocupada la capital por los franceses, sus integrantes han tenido que retirarse a Sigüenza y, aunque hacen lo que buenamente pueden, su sólo esfuerzo no basta para terminar con los invasores, que saquean impunemente a la provincia. Forman parte de la Junta de Guadalajara tres fervientes patriotas que luchan bravamente por la liberación del paÃs: JoaquÃn Montesoro, Juan López PelegrÃn y Juan Manuel MartÃnez son sus nombres. Y ellos son quienes se dirigen al jefe guerrillero para que se traslade a Guadalajara, afirmando que recibirá allà toda la ayuda que necesite. Como hace siempre Juan MartÃn, consulta la propuesta con sus lugartenientes. Todos se muestran conformes. Al menos, tendrán cuantos caballos necesiten, armas, vestuario y municiones. Extremando las precauciones, emprenden la marcha. Atraviesan Somosierra y el dÃa 11 de septiembre de 1811 se internan ya en la provincia de Guadalajara. "El Empecinado" va al frente de su tropa. Se compone ésta de 160 hombres a caballo, bien equipados y divididos en cinco secciones. Los mandos subalternos son Saturnino AbuÃn, José Mondedeu, Mariano Navas, Vicente Sardina y el licenciado Segundo Antonio Berdugo. La provincia de Guadalajara se encuentra llena de columnas enemigas, no existe por allà ninguna partida guerrillera y las fuerzas españolas más próximas se hallan a muchas leguas de distancia. Están en un terreno difÃcil, tendrán que usar al máximo su pericia y su valentÃa guerrillera. Los "empecinados " instalan su centro de operaciones en la villa de Cogolludo, situada en plena SerranÃa. No tardarán en atacar a un destacamento francés de 40 infantes y 20 caballeros conocido por sus habituales desmanes en pueblos y aldeas. En tales dÃas, la actividad de la partida de Juan MartÃn es verdaderamente extraordinaria. Sin tomarse el menor descanso, los "empecinados" atacan a los franceses en cualquier momento y lugar, haciendo alarde de una increÃble capacidad de movimientos. Juan MartÃn, como el experimentado estratega que es, elude hábilmente cualquier imprevisto. Entre septiembre y diciembre de 1809, los de "El Empecinado" protagonizan ataques al invasor como los cometidos en Fuente la Higuera, Albares, Mohernando, Fonatanar, Torija o Marchamalo. En esta última localidad, la guerrilla "empecinada" luchó contra 150 infantes y 18 jinentes que se dedicaban a requisar ganado. La ferocidad de los guerrilleros fue tan extraordinaria que los franceses, atemorizados por lo sucedido, se refugian precipitadamente en la ciudad de Guadalajara y piden refuerzos a los superiores de Madrid. Tal vez se figuran que los hombres de "El Empecinado" son los ejércitos de Jerjes... Pero no tampoco faltaron los disgustos. Y es que, tras una durÃsima batalla contra los franceses en El Casar de Talamanca, Saturnino AbuÃn es herido de gravedad por la metralla de un canón enemigo. Una tremenda herida se le abre, roja y palpitante, en el brazo izquierdo. El guerrillero tordesillano es llevado a la Casa Consistorial, donde es atendido por un antiguo sacamuelas y sangrador. Después, un médico que ha llegado hasta allà rápidamente examina al herido. Al apreciar en su brazo importantes desgarros, su dictamen es terminante: no queda más remedio que amputárselo por la parte superior. Bien a su pesar, Saturnino AbuÃn asiente y la operación se realiza. Desde aquel dÃa, el tordesillano será conocido por todos como "El Manco", siendo también llamado "El Manco de Castilla". Casi sin advertirlo, las tropas imperiales sufren cada vez más la presencia de las partidas guerrilleras. DÃa a dÃa aumentan y se forman otras nuevas. Las ven surgir en su entorno, parece como si brotaran del suelo, son insistentes y no cejan en sus empeños combativos. Descargan sus golpes mortales y desaparecen. Se hacen tan inaprensibles como el viento, la luz o el humo. El perÃodo de las grandes batallas de la Guerra de la Independencia ha terminado, las acciones contra el invasor pertenecerán exclusivamente a las bandas guerrilleras. SerÃa precisa una enorme parrafada para ofrecer una relación de cuantas guerrillas deambulan por las ensangrentadas tierras de España. Vayan algunos nombres: por La Mancha andan Francisco Sánchez, alias "Francisquete"; por Toledo, el presbÃtero Don Miguel Quero; por Soria, Juan Gómez; por La Rioja, Francisco RodrÃguez de Castro, primogénito del Marqués de Barriolucio; por Navarra, Mina "el Mozo"; por Galicia y Asturias, Juan DÃaz Porlier; por Valencia, José Romeu; por Aragón, Miguel Sarasa; por Jaén, Jerónimo Moreno; por Córdoba, Lorenzo DÃaz "El Cojo"; por Cádiz, Pedro ZaldÃvar; por Málaga, Diego del Castillo... Y asà llegarÃamos hasta la impresionante cifra de 50.000 integrantes de las guerrillas. La ola de exaltado patriotismo llega hasta los más apartados lugares y a todos alcanza. Incluso los religiosos ingresan en las partidas guerrilleras, participando asà en la tremenda guerra que los españoles sostienen. Entre los curas y frailes que empuñan las armas merecen recordarse algunos nombres: el audaz Fray Armengol, monje carmelita de Alba de Tormes; el cartujo Fray Francisco EcheverrÃa, guerrillero en los campos de Briviesca; el cura Juan de Tapia, que actúa en tierras manchegas; el monje Fray Juan MartÃn, cabo en la CompañÃa de Voluntarios de Castilla; el canónigo Lázaro Partierra, comandante de las guerrillas de la Cruz Roja en Castilla la Vieja... Y asÃ, tantos otros. A mediados de 1810, el más célebre de todos los guerrilleros seguÃa en sus trece. En efecto: "El Empecinado" seguÃa siendo el terror de los franceses por tierras de Guadalajara. A pesar de que sus relaciones con la Junta provincial se habÃan deteriorado (ya que ésta le acusaba de actuar por su cuenta), los éxitos de Juan MartÃn en la lucha contra el invasor seguÃan siendo sonados: derrota a los "gabachos" en el Alto de Mirabueno, cerca de Sigüenza; apresa a varios bandidos que se hacÃan pasar por guerrilleros; auxilia a las tropas españolas cuando los imperiales atacaron Cuenca; captura en Atienza a un escuadrón francés dedicado al pillaje, derrota a una columna en Brea del Tajo y lleva a cabo exitosas emboscadas en la carretera de Guadalajara a Madrid. Es entonces cuando el general Belliard, instalado en Madrid, encomienda a su colega de escalafón José Leopoldo Hugo (gobernador francés de Guadalajara y padre del insigne escritor VÃctor Hugo) que capture como sea a Juan MartÃn. El general Hugo moviliza a 3000 hombres de CaballerÃa, 12 piezas de ArtillerÃa y unas contraguerrillas formadas por españoles afrancesados. Pero todo es inútil: "El Empecinado" escapa de ellos continuamente, llega a capturarles más de un centenar de caballos y les causa numerosas bajas. (http://www.eldigitalcastillalamancha.es/imagenes/fotosdeldia/SiguenzaCastillo(5).jpg) Combates en Soria y Guadalajara. Nuevas hazañas de "El Empecinado" A finales de junio de 1810, "El Empecinado" tiene noticia de que la guarnición francesa acantonada en la villa soriana de Berlanga se dirige a Caracena para cobrar las contribuciones. Enseguida ordenó a sus subordinados empreder acciones bélicas contra ella. Sin embargo, el enfrentamiento tendrÃa lugar en Retortillo de Soria (pequeña pero señorial villa situada en la zona sur de esta provincia, limitando casi con la de Guadalajara) donde Juan MartÃn, secundado por 50 jinetes, se topó con sorpresa con un destacamento galo. Pese a la ayuda procedente de Berlanga, los franceses fueron derrotados gracias, sobre todo, a la inestimable ayuda del batallón de Tiradores de Sigüenza, comandado por el coronel Nicolás de Isidro. Aquella meritoria acción tuvo un resultado imprevisto para el de Castrillo: el Consejo General del Reino decidió nombrarle Brigadier de CaballerÃa, cargo que despertó envidias entre alguno de sus subalternos y, muy especialmente, entre los integrantes de la Junta de Guadalajara. Y no sólo eso: en Cádiz se llevó a cabo una suscripción popular en apoyo de Juan MartÃn que logró recaudar un total de 98.322 reales de vellón y vestuario por valor de 67.340, suficiente para adquirir 400 uniformes de CaballerÃa. Por si fuera poco, el noble inglés Lord McDuff aportó a la colecta un hermoso sable que, tal vez, fuese un regalo personal del rey Jorge III de Inglaterra. Sin embargo, como ya hemos dicho, el ascenso a Brigadier de Juan MartÃn despertó una maraña de celos y envidias. Unos resquemores que, según Hernández Girbal, fueron en parte instigados por José VillagarcÃa y Antonio Piloti, dos infiltrados de los franceses que colaboran con el general Hugo. Estos innobles cómplices del invasor hicieron todo lo posible por enfrentar a los jefes de los batallones guerrilleros con su lÃder "El Empecinado", difundiendo con tal fin una serie de bulos y patrañas. La Junta de Guadalajara, por su parte, decidió estrechar aún más la vigilancia sobre Juan MartÃn, hasta el extremo de ponerle al lado un asesor encargado de controlar sus movimientos. Entretanto, nuestro guerrillero de Castrillo sigue hostigando aquà y allá a las tropas francesas. Acciones victoriosas como la toma de Sigüenza; las campañas de Guadalajara, Brihuega y Torija; el golpe de Nicolás de Isidro a los franceses en Jadraque o combates como los que tuvieron lugar en Arganda, Tarancón y Villarejo de Salvanés acrecientan aún mas la fama de Juan MartÃn, que ahora cuenta con un poderoso aliado: el Duque del Infantado, futuro presidente del Consejo de Regencia. A finales de 1809, "El Empecinado" vuelve a prestar atención a la provincia de Soria: reclamado por las gentes de la ciudad, intenta por todos los medios acudir a auxiliarla, pero se topa con la oposición de la Junta de Guadalajara. Aun asÃ, no fue ésta la verdadera causa que le impidió acudir a tierras sorianas, sino las noticias de que el general Hugo se dirigÃa a la villa de Humanes. Con todo, a principios ya de 1811, "El Empecinado" y sus hombres descansarán de tanto ajetreo en las cercanÃas de Medinaceli, regresando poco después a tierras guadalajareñas. La fama de Juan MartÃn rueda desde hace tiempo por todo el paÃs, y sus proezas son también conocidas en muchos puntos de Hispanoamérica y Europa. El padre Salmón aseguraba que las damas inglesas adornaban sus cuellos con pequeños retratos de "El Empecinado"; sabemos además que en todas las ciudades españolas se vendÃan grabados con su efigie a pie y a caballo, con leyendas laudatorias. Hasta los poetas cantan al héroe de Castrillo. Véase, para probarlo, esta composición anónima publicada por el periódico valenciano El Conciso: "¿Quién es aquel que viene brioso en su caballo, de sangre de enemigos de la España bañado? De color muy moreno, bigote negro y ancho, de estatura mediana aunque de gentil garbo; semblante de guerrero anunciador de estragos, con pistola, trabuco y aceros afilados para matar franceses, sajones, italianos, bávaros, alemanes, suizos, rusos, polacos, y de la madre España los hijos renegados. ¿Si será el gran Sertorio? ¿Si el invicto Viriato? ¿Si el valiente Pescara? ¿Si siempre el gran Gonzalo? ¿Si el heroico Ruiz DÃaz? ¿Si el fiel Marqués del Basto? ¿Si Cortés, Oria o Leira? ¿Si Santa Cruz o el de Avalos? ¿O de otro Duque de Alba idéntico retrato? Nada de eso, señores y, en suma, es otro tanto: ¡el inmortal patriota, el digno Empecinado! Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:38:16 Las Cortes homenajean a Juan MartÃn. La campaña segoviana de los "empecinados"
El año de 1811 no será nada halagüeño para "El Empecinado": a los duros ataques de los franceses se unirán las envidias y maledicencias, asà como la desconfianza hacia él por parte de la Junta de Guadalajara, que llega a frenar su Ãmpetu guerrero en varias ocasiones: además de escatimarle ayuda para poner en marcha un nuevo Batallón de Voluntarios de Madrid, le niega el permiso para acudir a Tarragona en auxilio de las tropas españolas que allà combaten. Por si fuera poco, los embates de los "gabachos" se tornan cada vez más virulentos y no son pocas las ocasiones en que Juan MartÃn debe replegar sus fuerzas: asà le sucede (junto al general Villacampa) en Prados Redondos y Checa. Eso sÃ, tampoco le faltan victorias: sonadas fueron las derrotas que inflige a los enemigos en Molina de Aragón y Brihuega y, sobre todo, el duro revés que les vuelve a causar en Sacedón y Auñón: nada menos que 90 bajas y 109 prisioneros. "El Empecinado", por otra parte, ya se habÃa convertido en una personalidad venerada por los liberales que redactaban la Constitución de 1812. Valga como ejemplo el emocionado discurso que Andrés Esteban y Gómez (diputado por Guadalajara) pronunció en las Cortes el 16 de abril de 1811 frente a un retrato del caudillo guerrillero: "He tenido el indecible placer de presentar a V.M. el retrato del brigadier D. Juan MartÃn, el Empecinado. Ud. tiene la satisfacción de ver en este héroe uno de aquellos grandes patriotas que han dado a conocer al mundo cuánto puede el hombre cuando quiere [...]. En la clase de estos héroes ocupa un lugar muy distinguido el insigne Empecinado. Al oÃr este nombre, tiemblan las bárbaras legiones del tirano de la Francia. Yo lo he visto, Señor, yo he sido testigo ocular de gran parte de sus victorias, que deben contarse por el número de sus acciones militares". Como era de esperar, las Cortes aprobaron dar un testimonio de gratitud nacional a Juan MartÃn y sus tropas de infanterÃa y caballerÃa. Consecuencia indirecta de este episodio fue, desde luego, que el imaginario polÃtico del momento uniese la figura de "El Empecinado" con la Constitución gaditana de 1812. Unión que tendrá una enorme y no siempre afortunada relevancia en un futuro no muy lejano... Los franceses, mientras tanto, seguÃan con sus objetivos de eliminar a Juan MartÃn. El mismÃsimo José I Bonaparte encargó al general Belliard (futuro gobernador de Madrid y de la demarcación francesa de Castilla) que acabase con él a toda costa. Y es que el reciente apresamiento, por parte del jefe guerrillero, de un correo francés en Azuqueca de Henares colmó el vaso de la paciencia francesa. Belliard no escatimó recursos para dar caza al de Castrillo: reunió cuatro columnas de 2500 hombres en Guadalajara, Tarancón, la Sierra de Molina, Soria y Aranda de Duero. Enseguida comenzaron a avanzar con el objetivo de rodear a la guerrilla "empecinada". A su vez, el general Hugo atacaba directamente desde Guadalajara, mientras otros 3000 franceses aguardaban en Madrid para acudir a donde fuese necesario. "El Empecinado" (tan bravo y hábil como siempre) no tarda en desbaratar los planes contra su persona: durante dos semanas se entrega con éxito a la lucha contra el francés por las provincias de Madrid, Guadalajara y Segovia. En esta última encadenará una serie de victorias tan espectaculares que terminarán por desesperar a los galos. La campaña segoviana de los "empecinados" comenzó con la toma de la villa de Riaza, incendiada y saqueada por los franceses el año anterior. La guarnición francesa, espantada por aquel ataque repentino, huyó como pudo de Riaza. Poco después, Juan MartÃn y sus hombres atacaron el puesto francés de Somosierra para, a continuación, cruzar la carretera de Burgos y volver con más fuerza aún sobre tierras segovianas. Topáronse con un convoy francés cargado de prisioneros españoles que se dirigÃa hacia Revenga, en plena Sierra de Guadarrama. Los de "El Empecinado" consiguieron derrotar a todos los "gabachos" y liberar a los reos. DÃas después, "El Empecinado" asaltó La Granja de San Ildefonso con tales brÃos que la guarnición francesa, sin poder contenerle, abandona sus posiciones y se refugia en el bellÃsimo palacio. Al poco, reanuda sus actividades de la siguiente manera: envÃa a la mayor parte de la infanterÃa a su refugio de Tamajón (en plena SerranÃa de Guadalajara) y él, con apenas 400 hombres, logra derrotar a las guarniciones francesas de Somosierra y Buitrago. El general Hugo acudió rápidamente en auxilio de ambas localidades, entrando en combate con los "empecinados". Cuando parece que el jefe guerrillero está próximo a ser derrotado y capturado, hace un repentino movimiento y desaparece con sus hombres sin dejar rastro. Durante varios dÃas, las columnas imperiales rastrearán la zona en su busca, pero no lograrán encontrar a un sólo guerrillero y pagarán con muchas bajas en hombres, material y pertrechos la inútil persecución. Una vez más, Juan MartÃn dejaba en evidencia a las fuerzas napoleónicas. Quedaba más que patente su impresionante capacidad de maniobra, asà como su asombrosa intuición militar, su conocimiento empÃrico del arte de la estrategia bélica, aprendida en esa escuela sin par que es la guerra. En los choques que mantuvo con las tropas enemigas les causó más de 200 muertos y heridos, liberó a más de 500 presos españoles y consiguió que cerca de 1000 compatriotas abandonaran las tropas francesas para luchar por la independencia nacional. (https://www.lavanguardia.com/historiayvida/uploads/s1/37/60/45/Constituci%C3%B3n%201812.jpg) Percance en La SerranÃa de Guadalajara. La Constitución de Cádiz. Cuando Juan MartÃn despide el año de 1811 (después de haber creado un flamante Batallón de Voluntarios de Aragón y haber combatido exitosamente en lugares como La Almunia de doña Godina, Maynar, Alagón y Calatayud) está lejos de sospechar que su buen amigo Saturnino AbuÃn pudiese traicionarle. El tordesillano cambió de bando tras haber sido apresado por los francese en tierras de Guadalajara, junto a otros 40 hombres de "El Empecinado". Éste no tardó en comprobarlo: el 7 de mayo de 1812, en medio de un durÃsimo enfrentamiento en El Rebollar de Navalpotro, no tarda en fijar su mirada en uno de los jinetes que mandan los escuadrones franceses: no es otro que "El Manco", ataviado ahora con uniforme "gabacho" y combatiendo a sus antiguos compañeros. Y por si fuera poco, aquel combate se saldó con una amarga derrota para el de Castrillo. Muchos son los que caen muertos o heridos sobre la tierra, y a Juan MartÃn no le quedó otra que la retirada. Perseguido duramente por un grupo de coraceros napoleónicos, deseosos de apresarle vivo o muerto, "El Empecinado" abandona rápidamente su corcel y salta por un despeñadero. Sus perseguidores, que no han llegado a tiempo para impedirselo, le ven rodar y caer. Y allà queda, inmóvil, en el fondo de aquella barranquera. Admirados por tanta temeridad, los coraceros le dan por muerto y se alejan. La noticia de que el bravo guerrillero ha muerto corre rápidamente por los pueblos de la provincia y llega hasta la mismÃsima Corte del rey José, que la recibe muy complacido. Es de suponer que lo mismo harÃan los generales Hugo y Belliard, sus fracasados perseguidores. Mas pronto salen de su error, ya que la realidad es muy distinta: "El Empecinado" no ha muerto. Un molinero que por allà pasaba le ha recogido en su carro, sin saber de su identidad, y le atiende en su modesta vivienda. Dolorido, presa de una alta fiebre, Juan MartÃn se ve obligado a guardar cama durante muchos dÃas, sin tener plena conciencia de su estado ni de quién es esa persona que con tanta solicitud le cuida. Gracias a su hercúlea naturaleza, el caudillo guerrillero sale triunfante de las prolongadas dolencias. Fuera ya de peligro, se despide nuestro "Empecinado" de aquel bondadoso molinero, al que no quiere comprometer por más tiempo. Sabe que corren rumores de que ha conseguido salvar la vida, de que se ha escondido en algún ignoto lugar para volver con renovados brÃos. Tiene conocimiento de que los franceses aún le suigen buscando. Necesita resguardarse en lugares alejados de los caminos, y para ello se traslada discretamente a la Tierra de Medinaceli. Primero se aloja en Montuenga de Soria, luego en Almaluez y después en Arcos de Jalón. Y desde estas localidades sorianas consigue establecer contacto con los jefes de la resistencia antifrancesa, gracias a la fidelidad y al patriotismo de las gentes de la comarca, que transmiten sus mensajes haciéndose pasar por leñadores o pastores. Poco tiempo después, Juan MartÃn se reencuentra con sus guerrilleros en una pequeña localidad. El recibimiento que le hacen es entusiasta. Después del amargo trance y de las pérdidas sufridas, todos le expresan su más firme adhesión. En su ausencia, tanto Mondedeu como Sardina han hecho una excelente labor guerrillera. Encuentra a la infanterÃa totalmente rehecha y a la caballerÃa muy bien equipada. Pronto consigue "El Empecinado" vengarse de la derrota sufrida en El Rebollar. Más activo que nunca, emprende una sucesión de acciones ofensivas en las que causa un gran quebranto a las guarniciones francesas. Vuelve a tierras de Guadalajara y no tarda en derrotar a las tropas napoleónicas en Cogolludo, haciendo prisioneros a 20 dragones y 40 infantes. Cuatro dÃas después, ataca a los "gabachos" acuartelados en el castillo de Torija, apoderándose de todo el grano que guardaban en una panera. Más tarde, se dirige a Budia y persigue a una columna que anda robando todo lo que puede por aquellos pueblos: al saber que los "empecinados" andan cerca, los franceses eluden el combate y huyen como buenamente pueden. Y es que, después de cuatro años de guerra sin cuartel, las tropas imperiales hállanse ya muy debilitadas. Las partidas guerrilleras que andan por toda España les han hecho más bajas que las batallas de Rioseco, Talavera, Ocaña y La Albuera juntas. Por si fuera poco, las mejores divisiones napoleónicas han salido del paÃs, ya que sus jefes militares las han reclamado para la invasión de Rusia: hacia Moscú marchan ahora la Guardia Imperial, la artillerÃa y caballerÃa polacas, los regimientos del VÃstula y los mejores dragones, cazadores y coraceros; curtidos todos ellos en mil combates. En medio de la esforzada doble lucha que los españoles mantienen contra los invasores imperiales y los afrancesados, una importante noticia es publicada por todas las gacetas. El 19 de marzo de aquel 1812 (festividad de San José) las Cortes de Cádiz han jurado la Constitución Española que acaban de elaborar y redactar. En este código legal (que muchos empiezan a calificar de sacrosanto) se reconoce la soberanÃa popular, de la cual emanan todos los poderes. Por fi, parece que España ha roto con la tiranÃa y es dueña de sus destinos. "El Empecinado" se erige, desde el primer momento, en el más fervosoro defensor de la Constitución gaditana. A estas alturas de la guerra pesan mucho en él las ideas de Justicia y Libertad. Aunque ama y respeta a la Religión y a la MonarquÃa, defiende a su vez los derechos del pueblo español a no ser esclavo de nadie. Y es que, a su juicio, los primeros no deben mermar a los segundos. "El Empecinado" hace firme propósito de observar el texto constitucional y hacerlo respetar. Estaban asà las cosas cuando nuestro lÃder guerrillero decidió pasar el rÃo Tajo y dirigirse a Cuenca. Al llegar al pueblo de Torralba se vió acometido por una columna francesa, que a punto estuvo de ocasionarle un serio tropiezo. Pero Juan MartÃn reaccionó valerosamente, hostigando con fuerza a los "gabachos". No salieron aquellos bien librados del combate, ya que tuvieron bastantes bajas y 20 de sus dragones fueron hechos prisioneros. (http://www.3viajesaldia.com/wp-content/uploads/2008/07/vista_de_cuenca.jpg) "El Empecinado" conquista Cuenca. Nuevas derrotas de los franceses. "El Empecinado" y sus guerrilleros se encontraban ya en las cercanÃas de Cuenca, preparados para arrebatársela a los franceses. Inmediatamente, trazaron un dispositivo para asaltar la ciudad por su parte Oeste. No ignora Juan MartÃn que ha de comprometer en aquella arriesgada operación a la mayor parte de sus hombres, pero confÃa en la audacia y el arrojo de todos ellos. Combaten con dureza, y tras una prolongada lucha consiguen meterse en las calles de Cuenca. Los guerrilleros van abriendo fuego, y dejan a su paso muchos muertos y heridos. Entre los primeros se encuentra el barón Hugo-Nardon, pariente del usurpador José I Bonaparte. A la soldadesca francesa le resulta imposible contrarrestar el Ãmpetu de los bravos guerrilleros, que cada vez se hacen más y más fuertes. Asà que los franceses van replegándose, un tanto desordenados, en el Hospital de Santiago. Allà resistirán durante dÃas, pero la ciudad de Cuenca queda ya en manos de la guerrilla "empecinada". Como no es posible concentrar guerrilleros junto a los edificios que sirven de refugio a los franceses ni mucho menos intentar un asedio con posibilidades de éxito, "El Empecinado" piensa en volar aquella maciza construcción. Sin embargo, tiene lugar poco tiempo después un hecho inesperado: al intentar huir de Cuenca los soldados franceses cercados, aprovechando la oscuridad de una noche sin luna, son todos apresados en las cercanÃas de la ciudad. Los "empecinados" permanecerán una semana en Cuenca, hasta que tienen conocimiento de que unas cuantas columnas francesas avanzan con el objetivo de reconquistar la ciudad. Antes de que se aproximen más de la cuenta, Juan MartÃn y sus hombres abandonan Cuenca, pasando por Gascueña en busca de vÃveres y recalando en Sigüenza. Poco después, tiene lugar un enfrentamiento con la caballerÃa enemiga (dirigida por el traidor Saturnino AbuÃn) en las cercanÃas de Cifuentes, localidad perteneciente a La Alcarria. Humillados y vencidos, los pocos franceses que escapan con vida de la batalla consiguen llegar a Sigüenza. Y Saturnino AbuÃn (que también escapa del lugar) resulta ser el jefe de los Húsares de Guadalajara, una contraguerrilla creada por el alto mando francés. También es un integrante de la llamada Orden Real de España, gratificación "gabacha" que es señuelo de traidores. Volvamos a dirigir nuestra atención hacia "El Empecinado", que sigue luchando tan ardorosamente como siempre. Un viejo esquilador que le mantiene bien informado sobre los movimientos de los franceses, le revela que parte de la guarnición imperial de Buitrago (reforzada por el destacamento de Somosierra y una columna provista de ArtillerÃa salida de Aranda de Duero) se dirige hacia Madrid. Consulta el asunto Juan MartÃn con sus guerrilleros y acuerdan cortar el paso al enemigo. Al dÃa siguiente, le esperan cerca del pueblo de La Cabrera, bien desplegados y ocupando ventajosas posiciones. A una orden de "El Empecinado", los guerrilleros se lanzan sobre la soldadesca francesa en medio de un diluvio de balazos. Los asaltantes, alentados por su invencible jefe, combaten con el mayor denuedo. Nadie puede detenerlos: una furia sangrienta los anima. En lo más vivo del fuego, "El Empecinado" es alcanzado por una bala que le da de lleno en el pecho. Vacila y resbala sin fuerzas del caballo, asà que uno de sus hombres acude en su ayuda. Entre los guerrilleros corre veloz el rumor de que Juan MartÃn ha muerto: esto produce un desánimo general e impide que la derrota de los franceses sea completa. "El Empecinado" es conducido a la casa rectoral de Torrelaguna, donde un médico le trata la herida, que por suerte no es muy grave. Como sucediera en trances parecidos, la partida guerrillera queda al mando de Jerónimo Luzón. Pese a que la guerrilla "empecinada" se ha quedado momentáneamente sin su carismático jefe, las acciones contra las tropas imperiales se suceden. Mondedeu y Sardina ocupan la villa madrileña de Paracuellos del Jarama; mientras que los Voluntarios de Guadalajara (dirigidos por un hermano de Juan MartÃn) derrotan a una contraguerrilla que andaba por Cabanillas del Campo. "El Empecinado" recibirá en su lecho la noticia de que las tropas españolas han derrotado a los franceses en los Arapiles, lo que supone un verdadero desastre para las fuerzas invasoras. Tan extraordinaria batalla ha tenido lugar a tan sólo legua y media de Salamanca, en una llanura donde se elevan dos cerros: el Arapil grande y el Arapil chico. "El Empecinado" intuye que se acercan dÃas decisivos en los que será necesario redoblar los esfueros y combatir con fiereza. Sin hallarse recuperado aún de la herida que recibiese en La Cabrera, abandona su lugar de reposo y, al galope, se dirige al encuentro de su partida guerrillera. "El Empecinado" entra en Madrid. Las gentes le aclaman. Juzgando inminente el abandono de Madrid por los franceses, Juan MartÃn manda a su artillerÃa que ponga cerco a Guadalajara. Y al saber que el aliado Lord Wellington está en San Ildefonso, preparado para franquear el Guadarrama, él se sitúa con su caballerÃa en ChamartÃn, a las puertas mismas de Madrid. Los oficiales franceses que vigilan las cercanÃas de la Villa y Corte descubren espantados la presencia de los batallones enemigos. La Corte de José I Bonaparte, completamente asustada, empieza a disponer todo para abandonar la ciudad. No es la suya una salida en orden, sino una fuga precipitada. A medida que transcurren las horas, el miedo de los partidarios y aduladores de "Pepe Botella" degenera en pánico. Sólo piensan en salvar sus vidas y, si fuese posible, también las joyas y el dinero. En pleno desorden, venden muebles y enseres; otros tratan de implorar el favor de los patriotas a los que hace poco despreciaban. La desbandada es general. Muchos no quieren ni seguir a la Corte: tal les sucede a los servidores de Palacio y de las Caballerizas Reales, que desaparecen de la noche a la mañana. Al mismo tiempo, vuela por las calles la noticia de que el Ejército libertador ya está en Las Rozas, y los madrileños marchan alborozados hacia las puertas por donde van a entrar los valientes luchadores. Entre las gentes se comenta con gozo que el mismÃsimo "Empecinado" (con 30 de sus jinetes) ha llegado hasta la Puerta del Sol persiguiendo a un destacamento de dragones franceses; causándoles tres muertos, varios heridos y cuatro prisioneros. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:46:52 La Corte francesa escapará de Madrid, con la amarga pesadumbre de la derrota, mientras los sufridos madrileños dan gracias a Dios por lo que supone la definitiva liberación del paÃs. Aunque la miseria siga haciendo estragos en los desamparados hogares, los madrileños muestran de mil modos su alegrÃa. Salen a las calles con sus trajes de fiesta y reparten abrazos, enhorabuenas y frases de esperanza; lo mismo a conocidos que a extraños. A las 9 de la mañana del dÃa 12, que es miércoles, una expectante muchedumbre llena totalmente el trayecto que va desde las afueras de la Puerta de Alcalá hasta la Puerta del Sol. En la mayorÃa de los balcones y ventanas brillan, multicolores, las colgaduras y los adornos. Los famélicos semblantes se iluminan con sonrisas y muchos manifiestan su entusiasmo agitando los brazos en alto. El correr de las gentes y los gritos de júbilo preceden la entrada de los Ejércitos de Castilla, La Mancha y Toledo. Resuenan los vÃtores, las improvisadas arengas y canciones patrióticas, y tiembla el aire con el incesante voltear de las campanas de todas las parroquias. Rodeados por el agitado gentÃo, aparecen las gloriosas personalidades que se han convertido en héroes por méritos propios. Como jefe más antiguo, marcha delante de ellas "El Empecinado", a quien el pueblo aclama. Llegados todos al Ayuntamiento, los lÃderes de la resistencia antifrancesa son obsequiados con un refresco y diversos regalos. No una, sino muchas veces, tienen que salir al balcón para saludar a una muchedumbre que les aclama. Lord Wellington saluda a los madrileños, pero es "El Empecinado" quien se lleva las mayores ovaciones, en justa correspondencia por la fama inmortal que ha sabido conquistar.
Tiene lugar, además, una solemne ceremonia en todas las parroquias de Madrid para jurar la Constitución gaditana. Tan numerosa es la concurrencia a los templos que la población parece haberse duplicado, aunque lo cierto es que las dificultades y el hambre la han reducido a su tercera parte. El recién nombrado Gobernador militar (don Carlos de España) y el nuevo alcalde (Marqués de Iturbieta) juran su lealtad al código constitucional en la parroquia de Santa MarÃa de la Almudena, acompañados por "El Empecinado". Quien más se distingue por los exagerados extremos con los que muestra su adhesión es, precisamente, don Carlos de España, que preside aquel acto. Nadie puede suponer que su actitud es hipócrita y sus palabras vanas: no tardará en convertirse en el más sañudo perseguidor de cuantas personas sean partidarias del liberalismo y los principios constitucionales... (https://s.libertaddigital.com/2014/04/29/1280/720/fit/Somosierra.jpg) Las últimas victorias sobre los franceses. Juan MartÃn es condecorado y venerado. Al término de aquella ceremonia, "El Empecinado" se reúne con sus hombres para avanzar sobre la ciudad de Guadalajara. Decide pernoctar en Alcalá de Henares, donde es homenajeado por todo lo alto: la ciudad en masa acude a verle, deseosa de rendir tributo al célebre jefe guerrillero. Juan MartÃn corresponde con sencillez y cordialidad a todas aquellas manifestaciones de simpatÃa. Al dÃa siguiente, la guerrilla "empecinada" estrecha más y más el cerco sobre la ciudad, nadie puede salir ni entrar. "El Empecinado" exige al general Preux que se rinda inmediatamente, y éste le contesta que sólo lo hará ante Lord Wellington. "El Empecinado" despacha entonces un correo urgente a Madrid dando a éste cuenta de tal condición. El general inglés no tarda en hacer llegar su respuesta al asediado militar napoleónico: si no se entrega a las fuerzas "empecinadas", él mismo se presentará en Guadalajara y hará fusilar a toda su guarnición francesa. Como no podÃa ser de otra manera, las tropas imperiales se rinden y Guadalajara queda libre de franceses. Los combatientes "empecinados" se hacen con piezas de ArtillerÃa, mucha fusilerÃa y variados efectos militares. DÃas después, derrotarán a una columna francesa que acudÃa en auxilio de la guarnición de Cuenca. "El Empecinado" marcha a la provincia de Segovia, con el objetivo de frenar los desmanes que cometen los grupos armados de "Abril", "Borbón" y "Puchas" (tres conocidos desertores) por las Comunidades de Villa y Tierra de Sepúlveda y Ayllón. El éxito fue rotundo: la cuadrilla de "Puchas" no tardó en ser desarmada y detenida, "Borbón" huyó como alma que lleva el diablo y el grupo de "Abril" (que contaba con 30 jinetes) acabó uniéndose a las fuerzas de Juan MartÃn. Tras un durÃsimo combate contra los franceses en Valdetorres del Jarama, donde perdió a 3 hombres y otros 40 resultaron heridos, "El Empecinado" se enteró de que una fuerte columna francesa (integrada por 3000 infantes y 300 caballos) habÃa salido de Guadalajara en dirección a Sigüenza, donde permanecÃa el Batallón de Voluntarios de Madrid liderado por su hermano Antonio. Sin tiempo que perder, reúne a sus hombres y parte en su ayuda. Al entrar en la ciudad episcopal se entera de que los Voluntarios acaban de retirarse a la villa soriana de Medinaceli. Lo peor es que aquà les habÃa sorprendido otra columna imperial y no tuvieron más remedio que rendirse. El objetivo de "El Empecinado" no es otro que liberarles. Para ello, entra en la localidad de Guijosa (Guadalajara), que es donde se han establecido los franceses. Sin apenas darles tiempo a reaccionar, los "empecinados" caen sobre ellos, peleando con extraordinaria fiereza. Los imperiales hacen tremendos esfuerzos por contener a los guerrilleros, pero estos les obligan a ceder terreno. "El Empecinado" advierte que entre las filas enemigas se encuentra el traidor Saturnino AbuÃn, y esto hace que aumente su furor. Pugnando por acercarse a él, combate con tanto ardor que su caballo cae muerto y ha de batirse a pie, a pecho descubierto. AbuÃn y parte de las derrotadas tropas francesas consiguen huir del campo de batalla, dejando tras de sà un reguero de muertos y heridos. Los "empecinados", por su parte, han conseguido rescatar a un centenar de los guerrilleros apresados. Juan MartÃn ordena emprender la persecución de los "gabachos", y con ellos se encuentra (ya al anochecer) en un pueblo llamado Pelegrina, a media legua de Sigüenza. Los imperiales vuelven a ser vencidos, y "El Empecinado" logra liberar a más guerrilleros detenidos. Por desgracia, no le es posible rescatar a más de los suyos, ya que parte de los franceses consiguen huir con ellos a Guadalajara. "El Empecinado" se queda con su infanterÃa en Sigüenza y envÃa a la caballerÃa, encabezada por José Mondedeu, a buscar provisiones en los pueblos de Yela y Cifuentes. Poco después, le informan de que 400 coraceros franceses de la guarnición de Villarejo de Salvanés están comentiendo tropelÃas en los pueblos del término de Auñón. Marcha hacia allà para dar caza a la soldadesca francesa, mas no puede lograrlo. Advertidos de su llegada, los imperiales huyen como pueden por los montes, no sin antes abandonar precipitadamente los tesoros saqueados. "El Empecinado" y los suyos devuelven los bienes robados a sus respectivos Ayuntamientos. En breve, nuestro caudillo guerrillero volverá a ser inquietado por el general Hugo, que habÃa reunido a 10000 hombres en Guadalajara para darle alcance. Pero el militar francés no logró apresar a Juan MartÃn, quien se dedicó a hostigar a las tropas imperiales que se encontraban en las proximidades de Aranda de Duero, asà como en la provincia de Segovia. Contra todo pronóstico, el de Castrillo culminó una exitosa campaña antifrancesa en Cerezo de Arriba, pequeña localidad serrana perteneciente a la Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda, enclavada entre los valles que forman los rÃos Serrano y Cerezuelo. El ataque lanzado contra un total de 2000 soldados napoleónicos, realizado con la colaboración del aguerrido cura Merino, obtuvo un resultado tan favorable que "El Empecinado" no encontró ningún problema para rebasar el puerto de Somosierra; los franceses, por su parte, se vieron obligados a replegarse hacia Sepúlveda, con lo que se abrió una ruta de escape en dirección a Guadalajara. Pocos dÃas después, los "empecinados" volverÃan a derrotar una vez más a los franceses, esta vez en la villa madrileña de Talamanca de Jarama. Diligente, "El Empecinado" extenderá sus fuerzas guerrilleras por las orillas del Henares, y no tarda en conseguir que la guarnición de Alcalá huya de la ciudad y se repliegue sobre el Jarama, después de haber perdido en los campos de Loeches los refuerzos que venÃan de Arganda en su ayuda. Estos son batidos tan brillantemente por la caballerÃa de los Cazadores de Madrid (al mando de su hermano Dámaso MartÃn) que sólo tres dragones "gabachos" escapan con vida. Con extraordinario arrojo, los "empecinados" lograron además repeler un ataque imperial contra Alcalá de Henares, en lo que fue la célebre batalla del Puente de Zulema: los franceses acabarán por huir en dirección a San Fernando. En reconocimiento a esta arriesgada y victoriosa operación militar, "El Empecinado" recibirá la Cruz Laureada de San Fernando. Juan MartÃn es inmensamente popular en Madrid. Todos desean verle de cerca y estrechar su mano. Por donde quiera que va; ya sea en las calle, en los teatros o en las botillerÃas; recibe incontables muestras de simpatÃa. En las liberÃas y estamperÃas se venden grabados con su efigie. Además, numerosos poetas cantan sus hazañas en las gacetas o pliegos de cordel, escribiendo romances, odas y sonetos en un lenguaje altisonante, de encendido patriotismo. Leamos algunas estrofas compuestas en su honor: "No adquirió sus victorias, sus inmortales lauros con gruesos batallones de lucidos y bélicos soldados. Con un puñado de hombres, valientes, denodados, ha ganado más lides que allá en el Septentrión ganó Pelayo. [...] ¡Castilla venerable! En tu suelo afamado fértil en almas grandes adalid tan insigne no has criado. [...] El támesis hundoso y el Bósforo traciano atónitos contemplan al célebre y famoso Empecinado. El niño aún balbuciente, la matrona, el anciano, bendicen su existencia lágrimas de contento derramando. La Historia majestuosa te coloca en sus fastos, cual un modelo de héroes para ejemplo de ilustres ciudadanos. Y cuanto nuestros nietos loen a un veterano: A MartÃn se parece (dirán) en gloria y en valor osado". Los imperiales abandonan España. Termina la Guerra de la Independencia. Malos vientos corren para los invasores en estos dÃas de mayo de 1813. Alejado definitivamente de Madrid el rey José I Bonaparte, al general Hugo le corresponde organizar la definitiva evacuación de las tropas imperiales que por allà resisten. El antaño poderoso Ejército francés, incapaz de poder sostenerse en punto alguno, vacila y se quiebra. Han bastado unos dÃas para que los regimientos napoleónicos queden convertidos en masas dominadas por el pánico. Rota la disciplina, abandonan las armas y huyen a la desesperada. Quienes en esta hora aciaga logran salvar la vida pueden considerarse afortunados... La guerra está ya completamente decidida en favor de los combatientes españoles. Los imperiales abandonan Valencia, Zaragoza es heroicamente conquistada y en las llanuras próximas a Vitoria tendrá lugar una sonada derrota de los franceses. Dicen los eruditos que lo sucedido en aquella ciudad vascongada sólo puede ser comparado con la Batalla de Izo, que puso el Imperio Persa a los pies del mismÃsimo Alejandro Magno. Si bien, esta vez, lo imaginado palicede ante la realidad. La batalla de Vitoria supuso la definitiva expulsión de los invasores franceses, que cruzan los Pirineros perseguidos por las tropas de Lord Wellington. En virtud del llamado Tratado de Valençay (firmando el 8 de diciembre de 1813) Napoleón reconocÃa a Fernando VII como legÃtimo Rey de España, si bien aquel acuerdo no fue ratificado. Ya en marzo del siguiente año, Fernando VII cruzarÃa la frontera española por Cataluña. EntrarÃa triunfalmente en Valencia el dÃa 16, a donde acudió "El Empecinado" para besar la mano del nuevo monarca. Aún no se imaginaba nuestro guerrillero que el despotismo iba a instalarse en el Trono de España... (http://27.media.tumblr.com/H9TV2khfloc55xzybzj9cRMjo1_500.jpg) Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:50:34 Las insidias de Fernando VII. "El Empecinado" apoya a los liberales.
Patriota, liberal y partidario de la Constitución gaditana, "El Empecinado" no tardarÃa en enfrentarse a un rey dispuesto a exterminar cualquier atisbo de ideas democráticas. Por medio de un decreto firmando el 4 de mayo de 1814, el joven monarca derogaba la Constitución de Cádiz y todos los acuerdos tomados por las Cortes liberales. Aupado al poder por lo elementos más absolutistas del Ejército, Fernando VII daba paso al funesto Sexenio Absolutista (1814-1820), una época marcada por el Gobierno absoluto, la unión entre el Trono y el Altar, la proscripción de las libertades y la represión contra los demócratas. De hecho, nada menos que 51 personalidades liberales fueron condenadas a penas de prisión, destierro y confiscación de bienes. Entre ellas figuraban GarcÃa Herreros, Quintana y el general Villacampa. "El Empecinado", por su parte, tampoco lo tenÃa nada fácil: tan conocida como su heroica lucha antifrancesa era su fidelidad a la Constitución de 1812. Poco después de haber sido restaurada la monarquÃa absoluta, el brigadier Juan MartÃn DÃez (coronel del Regimiento de Voluntarios de Guadalajara) ve disuelta, en virtud de los decretos del nuevo Gobierno, la división de Castilla la Nueva por él mandada. Los Voluntarios de Madrid y los de Guadalajara pasan ahora a constituir dos regimientos de los Reales Ejércitos: el de Cazadores de Madrid y el de Cazadores de Guadalajara. Por suerte, recibió como compensación el ascenso a Mariscal de Campo (con sueldo de 500 escudos de vellón en campaña y sólo la mitad en caso de permanecer en cuartel, como asà fue). Fernando VII empezarÃa (bajo la maligna influencia de sus interesados consejeros) a crear y fomentar intrigas; a sembrar la indisciplina en el Ejército y a sublevar al pueblo contra todos aquellos que discrepaban de su autoridad omnÃmoda. Esto viene a tener desagradable confirmación antes de lo que muchos piensan. Los enemigos de las ideas constitucionales y progresistas pretenden que España vuelva a la situación anterior a 1808. En esto coindicen plenamente con Don Fernando, y éste, que no anhela otra cosa, los alienta complacido. Con la cobardÃa que le es habitual, su mano oculta se mueve amenazadoramente y nada bueno presagia. Por lo visto, "El Empecinado" participó en los entresijos de la conspiración madrileña del Triángulo (1816), una intentona liberal en la que estaban implicados el coronel JoaquÃn Vidal y el comando de acción de "los hermanos de Polo"; el objetivo era afianzar una trama antiabsolutista sobre un eje Valencia-Madrid-Valladolid. Según el activo conspirador Eugenio de Aviraneta, Juan MartÃn habrÃa participado en diversas operaciones preparadas por antiguos combatientes antifranceses para restaurar las libertades constitucionales. El plan de aquella confabulación era más o menos el que sigue: Mina se sublevarÃa en Pamplona, Porlier lo harÃa en Galicia y "El Empecinado" rematarÃa la faena en las dos Castillas. El rotundo fracaso de aquella conjura no desanimó al de Castrillo, que visitarÃa a los presos polÃticos y celebrarÃa varias reuniones en la Posada de San Luis para concretar nuevos planes de acción. En aquellos dÃas de dura prueba para todos los amantes de la libertad, en que una sola palabra de condena a cuanto sucede es un crimen y toda manifestación de disidencia conduce a la horca o al presidio, "El Empecinado" no permanece impasible. TodavÃa confÃa en que el Rey, desoyendo a los nefastos consejeros, satisfaga los deseos del pueblo español. Y dejándose llevar por su generoso corazón, tiene el valor de entregar al mismÃsimo Fernando VII un valiente documento en el que exige la vuelta de la legalidad constitucional. En el mencionado escrito se denunciaban las arbitrariedades comentidas por el Gobierno contra los liberales (que tanto y tan noblemente lucharon por la Patria), afirmando que los reaccionarios habÃan engañado al monarca, forzándole a imponer un sistema de Gobierno nefasto e injusto. Y es que "El Empecinado" (ingenuo y bondadoso como es) sigue sin darse cuenta de la aviesa naturaleza de Fernando VII. Las contadas personas que saben de este escrito temen por la vida de Juan MartÃn; pero el prestigio de su pasado guerrillero y la estima que le tiene el monarca le sirven de resguardo. Fernando VII monta en cólera y le ordena abandonar la Corte y retirarse de cuartel a Valladolid. "El Empecinado" marchará silencioso y apesadumbrado hacia la ciudad del Pisuerga, bien convencido de que aquella carta le ha costado su carrera militar. Y no se equivoca. Nada puede hacer para remediar las cosas. Como Mina, como Porlier, como Lacy; va a verse pronto en la necesidad de volver a la humilde condición en que se hallaba antes de que estallase la guerra contra los invasores franceses. Asà son las cosas: de labrador a general y de general a labrador. ¡Mudanzas de los tiempos! A Juan MartÃn no le queda otra que volver a trabajar en sus tierras de labranza. De su propiedad son, en aquellos momentos, más de 30 porciones que superan las 35000 cepas. Se encuentran situadas en los lugares denominados Pico de la Merina, La Pinilla, Pago del Gallo, Camino Real, Cuesta del Carrascal, Ribera del Duero, Pago de los Aragoneses, La Llanada, El Guijaral y El Almendral. Igualmente, posee 150 fanegas de tierras de labranza en distintos lugares del término municipal, construye una bodega a orillas del Duero y adquiere una casa de campo en El Salto del Caballo, aquel paraje situado en el camino de Aranda a Peñafiel donde realizara su primera heroicidad. Nuestro "Empecinado" no vive nada mal: según Aviraneta, el vino que fabricaba era tan excelente que las cántaras de su bodega se venÃan dos reales más caras que las de los pueblos vecinos. Como quien no quiere la cosa, Fernando VII concederÃa meses después a Juan MartÃn la Cruz Laureada de San Fernando de tercera clase, ya que las autoridades de Alcalá de Henares exigÃan la condecoración del heroico ex-guerrillero por la batalla del Puente de Zulema. Meses antes, la ciudad del Henares habÃa inaugurado una pirámide conmemorativa de las hazañas de "El Empecinado". Tuvo lugar entonces un multitudinario acto junto al monumento, cubierto con la bandera nacional. Tras un discurso pronunciado por el alcalde JoaquÃn Cengotita Bengoa, el mismÃsimo Juan MartÃn retiró la bandera y dejó al descubierto la pirámide, que lucÃa una inscripción: "D.O.M. LA CIUDAD DE ALCALà DE HENARES DEDICA ESTE MONUMENTO A LA MEMORIA DE LAS VALIENTES TROPAS DE S.M. EL SEÑOR DON FERNANDO VII, MANDADAS POR DOS JUAN MARTÃN EL EMPECINADO, MARISCAL DE CAMPO DE LOS REALES EJÉRCITOS. EN RECONOCIMIENTO DE HABER SALVADO A SUS MORADORES DEL SAQUEO Y LA MUERTE, ARROLLANDO Y VENCIENDO A LOS FRANCESES LA MAÑANA DEL XXII DE MAYO DE MDCCCXIII QUE EN DOBLE NUMERO ATACARON ESTE PUNTO." Pese a los reconocimientos y homenajes que recibe "El Empecinado", son muchos los que le miran con recelo por sus simpatÃas hacia el liberalismo. Juan MartÃn acepta aquellas muestras de admiración con su habitual modestia, pero los obsequios no consiguen serenar su ánimo. Harto preocupado por la situación en que se halla España, sabe que los excesos de Fernando VII y de su camarilla contra los liberales perseguidos, en vez de atenuar la lucha antiabsolutista, contribuyen a fortalecerla. Y de ello son prueba elocuente las intentonas liberales fallidas que han originado nuevas turbulencias. La resistencia crece, y poco a poco, se va creando una atmósfera de inseguridad y descontento que se respira en los organismos gubernativos y los cuarteles. Las estancias de Juan MartÃn en su casa de campo transcurrÃan entre partidas con sus amigos y cacerÃas de galgos por el páramo. Las ansias de libertad que anidaban en su interior seguÃan siendo fortÃsimas. De hecho, continuamente recibÃa allà a emisarios que le proponÃan participar en levantamientos constitucionales. A decir de Aviraneta, con esta finalidad visitaron a Juan MartÃn confidentes de los militares Porlier, Larreátegui y Vicente Richard, los conspiradores frustrados de 1816. Sabemos también que el coronel JoaquÃn Vidal se hospedó en la casa de "El Empecinado" dÃas antes de iniciar una famosa sublevación liberal en Valencia. Según parece, el coronel conspirador propuso a Juan MartÃn liderar un pronunciamiento paralelo en Castilla la Vieja. El de Castrillo se mostró conforme y (según Aviraneta) regaló a Vidal un magnÃfico caballo con el que emprender el viaje de regreso, si bien le aconsejó esperar un tiempo antes de pasar a la acción. Por desgracia, la confabulación de Vidal acabó trágicamente. Él y sus compañeros tenÃan pensando aprovechar la última función teatral de año en Valencia (a la que acudÃa el general ElÃo) para lanzarse sobre él, apresarle y proclamar la monarquÃa constitucional. Sin embargo, la repentina muerte de la consorte de Fernando VII causó la suspensión de la función. Mientras los conspiradores volvÃan a reunirse para replantear el golpe, el delator sargento Padilla los traicionó. El general ElÃo y una patrulla de migueletes rodearÃan rápidamente la vivienda en la que estaban reunidos Vidal y sus camaradas, deteniéndolos a todos. A los pocos dÃas, los conspiradores fueron ahorcados en un paraje situado entre el convento del Remedio y la ciudadela de Valencia. El trágico resultado de los planes de Vidal desmoralizó un tanto a Juan MartÃn: temeroso de que alguien lo relacionase con los malogrados conspiradores, permanecerÃa un tiempo escondido en los pinares de Segovia, su refugio habitual en estos casos. (http://www.aytomozoncillo.es/pinar.jpg) Ansias de libertad. Comienza el Trienio Constitucional. El 1 de enero de 1820 tuvo lugar un hecho de enorme trascendencia en la Historia de España. En la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan, el joven Rafael del Riego (Comandante Mayor del Batallón de Asturias) lidera un pronunciamiento liberal que pretende restablecer el orden constitucional quebrantado por Fernando VII. En la plaza de aquel pueblo andaluz, el apuesto militar dirige a sus soldados una encendida arenga que termina asÃ: "España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la Nación. El Rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la Guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución, pacto entre el Monarca y el Pueblo, cimiento y encarnación de toda Nación moderna. La Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz entre sangre y sufrimientos. Mas el Rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el Rey jure y respete la Constitución de 1812, afirmación legÃtima y civil de los derechos y deberes de los españoles, desde el Rey al último labrador". El clamor de sus soldados y del genÃo que presencia el acto le responde. Aunque fallido en un primer instante, el golpe liberal de Riego avanzó y triunfó de manera imparable: Acevedo se hizo con Galicia el dÃa 21; Abisbal tomó la villa de Ocaña el 3 de marzo; proclamación de la Constitución gaditana en Zaragoza el dÃa 7; Mina se hizo con Pamplona el 11 y, al dÃa siguiente, fue apresado en Barcelona el absolutista general Castaños. ¿Participó "El Empecinado" en los preparativos de la insurección liberal en Castilla la Vieja? Los estudiosos Hernández Girbal e Ignacio Merino apuntaron algunas acciones llevadas en común con Eugenio de Aviraneta, como el primer y fracasado intento de restablecer el régimen constitucional en Valladolid, la redacción de una proclama impresa en Nava de Roa o el intento de reclutar (en febrero de 1820) voluntarios de los pueblos de La Ribera burgalesa para una segunda intentona liberal. Según parece, "El Empecinado" y su colega Aviraneta se presentaron en el mercado de Roa para reclutar voluntarios liberales entre los allà presentes. Cuatro dÃas después, tuvo lugar en el Salto del Caballo una reunión con el objetivo de afianzar el levantamiento. Acudieron a la asamblea unos 56 hombres procedentes de los pueblos de La Ribera. Tras dar vivas a la Constitución y al liberalismo, los congregados acordaron dividirse en tres partidas guerrilleras: la de Hermógenes MartÃn (sobrino de "El Empecinado"), comisionado para acompañar a su tÃo desde la carretera de Valladolid hasta Alcazarén; la del comandante Cañicero, que deberá atraversar el monte de Peñafiel hasta la localidad de Fuentes de Duero; y la de Dámaso MartÃn, que esperarÃa en los pinares de Coca. Todos ellos se pusieron en marcha al anochecer. La partida encabezada por "El Empecinado" y su sobrino pasó por el Convento del Abrojo (a orillas del Duero) para acceder a Valladolid poco después desde el Páramo de San Isidro. Juan MartÃn se hospedó en la casa del licenciado Félix Mambrilla, donde tuvo lugar una reunión con masones y militares constitucionalistas. Mambrilla hizo notar la ebullición que se observaba en la ciudad; sobre todo entre los estudiantes, oficiales y sargentos. Cuentan las crónicas que un diplomático amigo del militar Alejandro O´Donnell comunicó a aquel grupo de conspiradores que un capitán del Regimiento de CaballerÃa de Sagunto deseaba prestar ayuda a Juan MartÃn para hacer triunfar el levantamiento liberal en Valladolid. La última reunión preparatoria tendrÃa lugar el dÃa 13 de febrero, de nuevo en casa de Mambrilla. Los congregados pensaban que la revolución estaba a punto de triunfar. De hecho, los liberales encarcelados en la ChancillerÃa vallisoletana (procedentes de Bilbao) tenÃan elaborada una lista con los nombres de la Junta Revolucionaria que habrÃan de sustituir a las autoridades locales. El 14 de febrero era, en principio, el dÃa escogido para iniciar la rebelión constitucionalista. Por desgracia, sucedió lo que nadie se esperaba: la trama liberal fue descubierta y los militares se lanzaron a las calles en busca de antiabsolutistas. Embozado en una capa y con un sombrero en la cabeza, "El Empecinado" huyó de Valladolid por el camino de Tudela. Marchó después por el camino de Peñafiel hasta avistar la localidad de Sacramenia, perteneciente a la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña. Un dÃa después, nuestro "Empecinado" se reunÃa en esta villa segoviana con su hermano Dámaso. El fracaso de la intentona liberal habÃa sido estrepitoso. Para evitar posibles represalias, Juan MartÃn y sus camaradas decidieron esconderse en los pinares segovianos y, desde allÃ, enviar patrullas de observación a Tudela de Duero y Aranda de Duero. Hermógenes MartÃn, por su parte, vigiló con sus hombres todo cuanto sucedÃa en las Comunidades de Villa y Tierra de Cuéllar y Coca. Juan MartÃn daba órdenes desde los pinares de Aguilafuente, redactando dÃas después un manifiesto donde proclamaba un segundo levantamiento liberal. Seis dÃas más tarde, ordenó al comandante Cañicero que se situara en las proximidades de Honrubia con una veintena de guerrilleros: debÃa interceptar a todos los correos que pasaran por el Camino Real de Francia. El primero de los correos apresados (procedente de Madrid) les hizo saber que en los sublevados constitucionalistas habÃan tomado la capital de España. Al tener conocimiento de tan importante noticia, "El Empecinado" marchó a Valladolid con todos sus hombres. Les acompañaba Eugenio de Aviraneta, siempre dispuesto a la lucha. (http://www.zumalakarregimuseoa.net/images/EugeniodeAbiraeta2.jpg) Fiesta constitucional en Valladolid. "El Empecinado" y las autoridades liberales. Cuando llegaron a la ciudad del Pisuerga ya se habÃa consolidado el levantamiento liberal y jurado la Constitución gaditana. Una gran parte de los vecinos de Valladolid, reunidos en la Plaza Mayor, daban vivas a la Constitución, aclamaciones que repitieron todos los soldados de la guarnición. En la Casa Consistorial se reúnen todas las autoridades locales. Allà está el Concejo de 1814, que ha sido repuesto; los señores de la Audiencia Territorial; los curas de las parroquias; los prelados de las Comunidades y los diputados de todas las Corporaciones y gremios. En medio de la Plaza Mayor (rebosante de gentÃo, como ya hemos indicado) forman el Batallón provincial de Valladolid y una columna de los Granaderos de Castilla la Vieja. Suenan clarines, y el capitán general O´Donnell declama los capÃtulos de la Constitución que reconocen los derechos del pueblo español. Sus palabras son acogidas con ruidosas e interminables declaraciones. Todas las autoridades locales juran defender la obra constitucional de Cádiz. El acto se cerrará con las ovaciones de rigor. Después, tanto las autoridades como las entusiasmadas gentes marcharon hacia la Plaza de la Universidad. Todas las calles del trayecto estaban engalanadas con guirnaldas y colgaduras. Voltean las campanas, retumban músicas militares, un ambiente de fiesta lo invade todo. Las aclamaciones a la Constitución se repitieron desde los balcones de la Universidad vallisoletana. Por la tarde, en el Campo Grande, el capitán general arengará a las tropas y se lanzarán salvas de fusilerÃa. "El Empecinado" y los suyos asistieron a todos estos actos, participando del fervor liberal que inundaba la ciudad. La Plaza Mayor de Valladolid fue rebautizada como Plaza de la Constitución el dÃa 16 de abril de aquel 1820. Doce dÃas antes, el Conde de Montijo habÃa sustituido a O´Donnell al frente de la CapitanÃa General de Castilla la Vieja. Es entonces cuando las autoridades nombran a Juan MartÃn segundo cabo de la CapitanÃa General: era una merecida recompensa a su fervor constitucionalista. Por aquellos dÃas, nuestro liberal de Castrillo pasarÃa a residir en la casa hoy situada en las calles Empecinado y Padilla, interviniendo además en varios homenajes a la Constitución gaditana. Pese a todo, "El Empecinado" no tardó mucho en volverse a su casa de campo, aburrido de las intrigas, rencillas y divisiones que tuvieron lugar entre las autoridades liberales de Valladolid... Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 21:57:54 Fervor liberal en toda España. Los primeros guerrilleros absolutistas.
Una nueva etapa se abrÃa en la Historia de España. Los liberales, que ya detentan el poder, han hecho jurar la Constitución a Fernando VII. El nefasto monarca, el implacable tirano de tiempos pasados, hace lo que sea con tal de permanecer en el trono. En el corto espacio de cuatro dÃas, sin voluntad alguna, pasa de rey absoluto a rey constitucionalista. El tiempo demostrará cuan torcidas son sus intenciones y lo falsos que son sus solemnes juramentos. Mientras todo esto tiene lugar en los ambientes cortesanos, el pueblo español vuelve a inflamarse de ardor patriótico. Exigen lápidas conmemorativas de la Constitución en las calles, liberan a los constitucionalistas encarcelados y amenazan a los absolutistas. En Madrid aparecen cuatro clubs de tendencia liberal, remedo de las sociedades jacobinas de la Revolución francesa: en el Café de Lorencini (situado en la Puerta del Sol, frente a la Fuente de la Mariblanca) se reúnen los liberales exaltados, ardientes partidarios de Riego. Opuesto a éste se encuentra el Café de la Fontana de Oro, a cuyos parroquianos se les encuadra dentro del liberalismo más moderado. También tienen lugar reuniones patrióticas en el Café de San Sebastián (próximo a la parroquia de este nombre), cuya clientela es de más humilde condición; asà como en la fonda-café de la Cruz de Malta (en la calle del Caballero de Gracia, junto a un oratorio) donde se suceden en buena armonÃa los discursos polÃticos moderados, las tonadillas que están de moda y la música de un piano. En medio de toda esta efervescencia polÃtica, los amigos y los enemigos de la Constitución son bautizados con llamativos apodos. Los absolutistas pasan a ser llamados "realistas", y a su vez denominan a los liberales con los motes de "negros", sin distinguir entre exaltados y moderados. Asà se perpetúa el enfrentamiento de las dos Españas, cuya reconciliación parece que nunca ha de lograrse. La aparente sumisión de Fernando VII al nuevo sistema polÃtico hace que los liberales (siempre ingenuos y confiados) crean en su palabra y tengan por sinceros sus juramentos. Al verle caminar decididamente por la senda constitucional, no saben cómo mostrarle su agradecimiento y caen en las mayores exageraciones del halago y la complacencia. Secretamente, Fernando VII empieza a adiestrar a grupos de absolutistas para que socaven el régimen liberal: entre ellos se encuentra Saturnino AbuÃn, que organiza una partida guerrillera de 200 jinetes y 600 infantes para "combatir al sistema revolucionario", tal y como él dice. Pero es delatado por un confidente anónimo y las autoridades liberales arrestan a la mayor parte de sus hombres. Por el momento, sus esfuerzos absolutistas se han malogrado. (http://www.malagahistoria.com/malagahistoria/imagenes/FernandoVII_Vicente_Lopez.jpg) Fernando VII ayuda a los absolutistas. "El Empecinado" sigue fiel a sus ideales. El infame Fernando VII seguÃa con sus conspiraciones contra el régimen constitucional que tanto destetaba. Uno de sus agentes, Don José Manuel de Regato (diestro urdidor de motines y hábil sumilador) le da un interesante consejo: atraer a la causa absolutista a varios de los más prestigiosos héroes de la guerra contra los franceses, que han llegado ha ser maricales y brigadieres. Seguro es que muchos ex-combatientes ilustres le seguirÃan. Y comienza a soperar algunos nombres. Del cura Merino puede estar seguro por su condición de sacerdote intransigente; Mina es demasiado bravo e independiente; Julián Sánchez "el Charro" no quiere moverse de Salamanca; Juan Palarea "el Médico" es un hombre desconfiado y difÃcil de convercer... Entonces, Fernando VII y su esbirro se fijan en "El Empecinado". No es diputado ni se le ha perdido nada en la polÃtica y, además, es el más admirado de todos ellos. Fernando VII le sigue admirando y respetando, a pesar de sus ideas liberales. El monarca cree que es una persona ambiciosa y propicia a dejarse halagar o seducir: nada más lejos de la realidad... Hay que adular y sobornar a Juan MartÃn para que se pase a las filas del absolutismo fernandino. Con tales fines, Fernando VII envÃa a uno de sus servidores de palacio camino de Valladolid. Es un hombre discreto, callado, que no ha de levantar sospecha alguna. Debidamente aleccionado y con un documento autógrafo del rey, se dirige en busca de "El Empecinado". Este enviado real se llama Francisco Mansilla, se dedica de manera profesional a la tapicerÃa y es un primo lejano de la madre de Juan MartÃn. Nada mas llegar a Valladolid, Mansilla le entrega al héroe guerrillero el escrito del que es portador. "El Empecinado" lo lee tranquilamente y, a continuación, el tapicero le expone los innobles propósitos del monarca: Fernando VII le ofrece un millón de reales para armar un batallón y un tÃtulo nobiliario (el de Conde de Burgos). Al escuhar aquellas proposiciones, "El Empecinado" se enfurece. Su pulso se altera y tiembla de ira ante la sucia oferta. Lanza a su pariente una mirada aterradora y le da esta contestación, digna de un héroe de la Antigüedad: - Di al rey que si no querÃa la Constitución, que no la hubiera jurado; que "El Empecinado" la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a su juramento. Y, sin más, despacha al indeseable emisario con la aspereza que su ofensa merece. Desde este dÃa, Fernando VII odiará con toda su alma a Juan MartÃn. Es ese odio de quien intenta comprar a un hombre honrado y no puede lograrlo. A la vez, "El Empecinado" siente cómo se debilita el aprecio y la lealtad que siempre mantuvo hacia el monarca. Es un individuo infame, que desprecia a quienes mejor combatieron contra el invasor en la Guerra de la Independencia. Por desgracia, Fernando VII seguirá dejando notables pruebas de su despreciable conducta... DÃas después, "El Empecinado" se traslada a Madrid para resolver un asunto oficial, y durante su estancia en la Villa y Corte se relaciona con diversas personalidades. Más de una noche asiste complacido a la tertulia que en su casa de la Plaza del Celenque mantiene el señor Flores Calderón, en cuyo salón se reúnen hombres tan eminentes como el poeta Manuel José Quintana, el Conde de Toreno, AgustÃn Argüelles o Tomás Istúriz. Al lado de estos finos caballeros y cultos conversadores, el hercúleo y campesino Juan MartÃn ha de ofrecer un gran contraste. Pero a todos agrada por su natural espontaneidad, lo expresivo de su decir y el ingenio que con frecuencia muestra. Y le aceptan tal cual es, sin marcar diferencia alguna, y le escuchan con muchÃsimo interés. Es en esta tertulia, precisamente, donde "El Empecinado" se gana la admiración de un joven llamado Salustiano de Olózaga, futuro dirigente del Partido Progresista y Presidente del Consejo de Ministros. En 1862, Olózaga recordarÃa en sus escritos la primera vez que vio a Juan MartÃn: "Recuerdo, con grande interés y con tanta exactitud como si fuera ayer, el dÃa y la ocasión en que por la vez primera le vi, y le oÃ, y apenas puedo decir que le hablé, porque ni su natural bondad ni la llaneza de su trato fueron parte para que yo dominase un sentimiento que, mas que de mi propia timidez, nacÃa sin duda del respeto y veneración que me infundÃa la presencia de tan distinguido liberal y tan afamado guerrillero". Juan MartÃn es nombrado Gobernador Militar de Zamora. Resultados de su excelente gestión. No cabe duda: "El Empecinado" es, en aquellos momentos, un hombre querido y admirado por los más relevantes polÃticos. En breve, nuestro guerrillero de Castrillo verá materializada tanta admiración. Antes de abandonar Madrid, Juan MartÃn celebra una entrevista con el Ministro de la Guerra; en la cual ambos enjuician la situación polÃtica española y coinciden en la necesidad de reprimir todo brote de oposición al régimen liberal por parte de los reaccionarios. "El Empecinado" manifiesta al prócer su deseo de tener mayor independencia para combatirlos y, como éste confÃa plenamente en Juan MartÃn, le nombra Gobernador Militar de Zamora. Contará con tropas suficientes para su misión, pudiendo moverse libremente por las provincias que comprende la CapitanÃa de Valladolid. "El Empecinado", complacido, marcha a su nuevo destino. "El Empecinado" llegó dÃas después a Zamora, ciudad que le dispensó un deslumbrante recibimiento: en la calle de Santa Clara se levantó un arco de piedra en su honor, las calles fueron engalanadas, le dedicaron vÃtores y aclamaron su llegada con una banda de música. La gestión de Juan MartÃn como Gobernador Civil resultó aceptable, bien trabada en asuntos prácticos, racional y atenta a las necesidades de los zamoranos: dictó normas sobre la forma de organizar y recoger los mercados y ordenó que nadie debÃa dejar estorbos de noche en la calle o, al menos, señalizarlos con un farol. Tampoco se olvidó de cuidar el orden público: al poco tiempo de ocupar el cargo tuvo que combatir (con exitoso resultado) a los absolutistas que andaban por Toro, agrupados en una partida de 80 jinetes. (http://www.abc.es/media/viajar/2016/09/29/torredelreloj-ku6E--620x349@abc.JPG) Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 22:07:51 (http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/72/Comuneros.jpg)
La Sociedad de los Caballeros Comuneros. Exaltación de las Comunidades de Castilla. Por otro lado, a la vez que ejercÃa como Gobernador Militar, "El Empecinado" militaba en una organización secreta llamada la Sociedad de los Caballeros Comuneros (o Hijos de Padilla). Fundada en Madrid a principios de 1821, se trataba de una escisión del cada vez más moderado Gran Oriente masónico. Esta sociedad (perfectamente estudiada por Gil Novales y Marta Ruiz Jiménez) se hallaba próxima a la tendencia radical del liberalismo español. Su ritual de ingreso, sus juramentos y ritos, hacÃan de ella un movimiento similar al carbonarismo italiano. Entre sus militantes estaban masones y liberales como el mismÃsimo Rafael del Riego, Romero Alpuente, Flores Estrada o Torrijos. Como es evidente, la Sociedad de los Caballeros Comuneros (que se subdividÃa en células llamadas "torres) se inspiraba en la rebelión de las Comunidades contra Carlos V, tal y como expresaba su manifiesto fundacional: "Bien sabido es que los héroes de Padilla, Bravo y Maldonado perdieron la vida porque tuviese libertad esta heroica nación" [...] "Llegó el tiempo de imitar su heroÃsmo y de vengarlos. Una multitud de hombres denodados y decididos a sostener la libertad de España haciendo ver que no hay más soberano que el pueblo, estamos alistados y ligados con juramentos para llevar a cabo tan sagrado objeto". Y es que los comuneros de Castilla habÃa sido idealizados por los liberales radicales como unos luchadores por la libertad. Asà fueron representados en obras teatrales de corte romántico como La sombra de Padilla (pieza en un acto), Juan de Padilla o los comuneros (tragedia en cinco actos) y El sepulcro de Padilla, entre otras. Para la rama polÃtica del liberalismo exaltado, los comuneros habÃan sido unos atribulados e idealistas luchadores contra la tiranÃa, y debÃan ser un ejemplo a seguir por todos los antiabsolutistas. Tuvieron lugar varios homenajes a los caudillos comuneros: cabe destacar el Decreto (publicado el 20 de abril de 1822) que declaraba a Padilla, Bravo y Maldonado como Hijos Beneméritos de la Patria y ordenaba levantar un monumento para su recuerdo en Villalar; o la inscripción de sus nombres en las Cortes nacionales. No era infrecuente, además, que los polÃticos citasen a los caudillos comuneros en sus intervenciones parlamentarias. Valgan como ejemplo las palabras del filántropo y diputado toresano Manuel Gómez Allende, a la hora de defender la permanencia (a efectos administrativos) de la provincia de Zamora: "Nuestros representantes de 1820 ¿No asistieron a las célebres Cortes de Santiago, que dieron pábulo y fomento a las Comunidades de Castilla? ¿No fueron constantes y uniformes nuestros votos con los de los malhadados Padilla, Bravo y Maldonado, a pesar de que trasladadas las mismas Cortes a La Coruña, muchas ciudades y provincias se separaron de los votos y protestas que habÃan hecho antes? ¿Pues ahora como se nos trata tan mal? ¿Tampoco merecemos al presente Congreso? ¿Y en qué tiempo, señor, se trata de extinguir esta antiquÃsima provincia?." (http://www.pueblos-espana.org/fotos_originales/3/2/0/00295320.jpg) Homenaje a los comuneros en Villalar. Los falsos restos de Padilla, Bravo y Maldonado. Pero volvamos a fijar nuestra atención en las andanzas de "El Empecinado", militante de Los Caballeros Comuneros. Según Aviraneta, "su bautismo comunero le habÃa traido la benevolencia de todos aquellos que le miraban como a guerrillero". En breve, Juan MartÃn formará parte de la Comisión de PolicÃa de la Merindad de Comuneros de Zamora, órgano que se encargaba de examinar la conducta de todos los que querÃan ingresar en la sección zamorana de Los Caballeros Comuneros. Como eran muchos los que allà le admiraban, las solicitudes para ingresar en la organización secreta aumentaron vertiginosamente. Y será "El Empecinado" quien lleve a cabo uno de los más importantes actos de la memoria histórica española: el primer homenaje a los comuneros de Castilla que tuvo lugar en Villalar. Los nombres de Padilla, Bravo y Maldonado deben su resurrección y el ser venerados como hoy lo son al entusiasmo de Juan MartÃn, ya que es él quien los convierte definitivamente en héroes nacionales, recupera sus presuntos restos y les da digna sepultura con solemnes actos cÃvicos y religiosos. La memoria de los vencidos en Villalar yacÃa sepultada bajo el peso de 300 años de olvido, pero "El Empecinado" se mostró decidido a recuperarla. Juan MartÃn, en efecto, tomó la decisión de que la Sociedad de Los Caballeros Comuneros debÃa conmemorar el III Centenario de la batalla de Villalar, cuyo triste final fue la degollación de los caudillos castellanos. Sus correligionarios de Zamora acogió con júbilo la feliz idea y (tras comunicársela al resto de la sociedad secreta) delegaron su ejecución en "El Empecinado". Como bien señala Ãlvarez Junco, aquella iniciativa "conllevó la rehabilitación gloriosa de los derrotados trescientos años antes, con ceremonias y discursos pomposos a cargo de polÃticos metidos a historiadores". Desde la ciudad de Zamora, "El Empecinado" mandó a todas las ciudades castellanas una convocatoria de homenaje a los comuneros que no tiene desperdicio: "Don Juan de Padilla, Don Francisco Maldonado y Juan Bravo, procuradores de Toledo, Salamanca y Segovia en las Cortes del Reino de 1520, hicieron vivas reclamaciones a la majestad del Rey D. Carlos V (I de España) por sostener los derechos del pueblo castellano. DesoÃdos, tomaron los pueblos la demanda, y se formó la liga conocida con el nombre de los Comuneros. Después de varios acontecimientos, siendo los dichos jefes del ejército de los amantes de la libertad, fueron derrotados en Villalar por el Rey en 23 de abril de 1521, y prisioneros los tres; en el mismo dÃa se les intimó la sentencia de muerte, que fue ejecutada en la mencionada villa. Su ilustre sombra, oscurecida por el despotismo de trescientos años, clamaba por que se recordase con gloria a todos los españoles. Para este objeto, el 24 del corriente Abril, dÃa de su aniversario, se va a tributarles unas honras fúnebres y erigir un pequeño monumento provisional en su digna memoria. ¿Qué español no arderá en amor patriótico al ver las dignÃsimas cenizas de lo que, si vivieran, serÃan el más fuerte antemural de nuestro Santo Código? ¿Quién no se estremecerÃa al contemplar la triste suerte de los que la merecÃan tan distinta? Corred, pues, ciudadanos, a llorar sobre su frÃo sepulcro, a derramar en él sufragios religiosos y lágrimas de ternura, y a jurar por sus sagrados manes o muerte o libertad. Zamora, 3 de abril de 1821." Y a sus propios convecinos les hizo ver (por medio de una orden fijada en todos los lugares públicos de Zamora) la necesidad de recuperar la memoria de quienes habrÃan sido antecesores directos del movimiento liberal: " Zamoranos: la fama nunca muere, y la memoria de los héroes es un estÃmulo a los ciudadanos que desean conservar su libertad, don el mas estimable de la Naturaleza. Trescientos años se cumplen, el dÃa 23 de este mes, que la nación española perdió la suya en los campos de Villalar, y en el 24 fueron vÃctimas del despotismo los valientes castellanos Padilla, Bravo y Maldonado, a cuya desgracia siguieron Pimentel y Acuña, dignÃsimo obispo de esta ciudad. Yaciendo las reliquias de los primeros en su provincia, serÃa un descuido delincuente no tributarles una viva ofrenda de nuestros sentimientos patrióticos. Mi pensamiento lo he acordado con las autoridades locales, que han convenido con el mayor entusiasmo a mi intento, y ofrecido sus auxilios; para dar el primer paso a tan plausible empresa, contemplo necesaria la formación de un expediente militar, instructivo y fehaciente, por el que conste el sitio de la batalla, y en donde fueron enterrados los huesos de los beneméritos defensores de la Patria, con la expresión y distinción susceptibles; los que, con la autorización y publicidad competente, se exhumarán y depositarán en una urna provisional con tres llaves, que recogerán y retendrán, por ahora, los señores Comisionado, Alcalde constitucional y párroco de Villalar, y colocarán en su iglesia con la mayor decencia, hasta que se determine su fijación con el aparato de que son dignos; para lo cual doy la más amplia comisión al señor comandante de ingenieros de esta plaza, don Manuel de Tena, y a D. Máximo Renoso, teniente del regimiento de infanterÃa de Vitoria, que haga las funciones de Secretario, confiando de la exactitud, instrucción y prendas recomendables de ambos, quienes anticipadamente tomarán todas las noticias convenientes de autores clásicos y documentos que se hallen archivados. Esta determinación serviará de cabeza de proceso, a la que se unirá el oficio del señor jefe polÃtico de esta provincia y el del señor vicario eclesiástico de esta diócesis para la legitimidad del acto, y no haya obstáculo en la práctica de diligencias, y original me lo entregarán para los efectos correspondientes. Zamora, 4 de abril de 1821." Asà pues, la Comisión organizadora que presidÃan los señores Tena y Reinoso se puso manos a la obra. Ambos se trasladaron a Villalar (perteneciente en aquella época a la provincia de Zamora) para situar el lugar donde se desarrolló la batalla y fueron enterrados Padilla, Bravo y Maldonado. Cinco dÃas más tarde, confeccionaron un informe que sometieron a la atención de "El Empecinado". Lo encabezaban asÃ: "Expediente militar instructivo formado para la exhumación de los restos de los héroes castellanos Padilla, Bravo y Maldonado y copias de la orden, acta celebrada y decreto de aprobación. Aquellos trabajos de investigación fueron presididos por Tena y se desarrollaron en presencia de una amplia representación ciudadana: José Moya (alcalde de Villalar), MartÃn RodrÃguez y Pedro DÃez (regidores), Diego Antonio González (juez de primera instancia), Manuel Vaz y Damián Pérez (párrocos de las iglesias villalarenses de San Juan Bautista y Santa MarÃa, respectivamente) y otros muchos vecinos de la localidad y de zonas limÃtrofes. En el informe que presentaron a su superior, Tena y Reinoso hacÃan constar que no habÃan encontrado texto alguno en que poder apoyar sus investigaciones, ya que el archivo de Villalar resultó incendiado en 1761. Tuvieron que valerse, pues, de distintas referencias históricas y otros testimonios que (por tradición) se conservan. Estas fuentes de información les sirvieron para señalar los lÃmites del campo de batalla: por el Norte; el puente de Fierro y el arroyo de Marzales; por el Sur, Villalar; por el Este, las faldas del cerro Gualdrafa, y por el Oeste, el rÃo Hornija. Las ruinas de la casa que sirviera de capilla a los tres caballeros comuneros está en el lugar llamado La Placica, junto a la Cárcaba. En el Rollo se expusieron (clavadas en picas) las cabezas de Padilla, Bravo y Maldonado hasta que (algo después) el emperador Carlos I concedió un perdón general y ordenó enterrarlas junto con los cuerpos, como asà se hizo. SuponÃan Tena y Reinoso, por tanto, que éstos habÃan de encontrarse en el espacio existente entre el Rollo y el atrio de la iglesia de San Juan. Ordenaron excavar en la parte de la superficie que tenÃa un aspecto más húmedo y, a mucha profundidad, hallaron tres calaveras y un montón de huesos. No dudaron (ni un momento) que este hallazgo es el esperado por ellos. El dÃa 13 de abril (en presencia de las autoridades y de no pocos curiosos) se realizó la exhumación. Los restos fueron luego depositados en una urna de madera fina, dispuesta al efecto, y en ceremoniosa procesión se les condujo al lugar llamado El Otero, por donde los caudillos comuneros entraron presos en la localidad. Allà han levantado un soberbio catafalco, en el cual se coloca la urna. Ante él y en presencia de una considerable multitud (presidido por "El Empecinado") se celebraron solemnes honras fúnebres. La urna fue llevada en procesión y depositada en la iglesia de San Juan Bautista. Allà permaneció hasta que (el 5 de noviembre de 1822) el jefe polÃtico de Zamora y la Diputación provincial acordaron trasladarla a la capilla de San Pablo de la catedral zamorana. Lo curioso y sorprendente de esta historia es que aquellos restos humanos no pertenecÃan, ni mucho menos, a los malogrados Padilla, Bravo y Maldonado. Pese a la buena fe de Juan MartÃn y de los que secundaron su iniciativa, hemos de decir que fueron engañados con una farsa malévola. Y como es necesaria una explicación, vamos a darla diciendo lo que ellos nunca pudieron saber. Los restos de Padilla, Bravo y Maldonado no podÃan estar cerca del Rollo que les sirviera de picota porque su provisional sepultura la tuvieron en la iglesia de Villalar, y sólo por breves dÃas, ya que, al otorgar el emperador el perdón general, fueron trasladados. El cuerpo de Juan Bravo viajó a Segovia, donde recibió cristiana sepultura en la iglesia de Santa Cruz, convertida después en hospicio; el de Juan de Padilla (reclamado por su esposa MarÃa Pacheco) fue conducido, primeramente, al monasterio de la Mejorada, cerca de Olmedo, para después ser sepultado en Toledo; y el de Francisco Maldonado fue llevado a Salamanca a instancias de su suegro, y recibió sepultura en la capilla que éste poseÃa en el convento de San AgustÃn, ya desaparecido. Asà queda probado por diversas Reales Cédulas que se conservan en el Archivo de Simancas. Conocido esto, es obligado preguntarse: ¿de quiénes eran, pues, los cuerpos que Tena y Reinoso desenterraron? Nunca lo sabremos. PertenecÃan a unos muertos anónimos que (por azar) recibieron una gloria como la que nunca llegaron a soñar en vida. Y aquà surge otra pregunta que también precisa contestación: ¿quién los colocó allÃ? Según parece, cuando los vecinos de Villalar (casi todos partidarios del absolutismo) se enteraron de la inminente llegada de los comisionados de "El Empecinado" y la misión que traÃan, no supieron qué pretextos buscar cuando fuesen preguntados, ya que nadie sabÃa donde pudieran estar los restos de los lÃderes comuneros, de cuyas gestas poco o nada sabÃan. Y en esta ignorancia, temerosos de que los liberales les acusaran de querer ocultarles aquello, dispusieron llevar a cabo un engaño. Con todo sigilo, unos pocos vecinos (asesorados por el cura) entraron en el camposanto, cogieron del osario tres calaveras y algunos huesos y, tras humedecerlos, decidieron soterrarlos en el lugar donde posteriormente serÃan encontrados. Es asà como, dÃas después de aquello, se descubrió la falsa sepultura de los comuneros que todos los liberales dieron por auténtica. La verdad de estos hechos no llegarÃa a conocerse hasta 1870, cuando el historiador toledano Antonio MartÃn Gamero estudió el expediente mandado redactar por órdenes de "El Empecinado" y comenzó una serie de investigaciones que hicieron salir a la luz la verdadera historia. (http://www.mispueblos.es/fotos/foto/g/00061163.jpg) Andanzas del cura Merino en Burgos. "Empecinados" contra reaccionarios Con el paso de los dÃas, empiezan a sucederse levantamientos absolutistas que encienden la guerra en distintos puntos de España. Son sus promotores, unas veces, antiguos guerrilleros, y otras, hombres hasta ahora totalmente desconocidos que ostentan pintorescos apodos. No puede faltar entre ellos un espÃritu tan despótico, reaccionario y belicoso como el sacerdote burgalés Jerónimo Merino, de larga y gloriosa trayectoria en la Guerra de la Independencia. Azuzado por gentes de sotana y absolutistas intransigentes, el párroco se alza contra el sistema constitucional a mediados de abril de 1821. Según parece, le apoyan el arzobispo de Burgos, el obispo de Burgo de Osma y el exiliado general vascongado Francisco EguÃa. Esta intentona reaccionaria no es nada exitosa, pero sà da bastantes preocupaciones a los constitucionalistas. Merino, el mismo que fuese aliado de Juan MartÃn, es ahora uno de sus enemigos. Tan pronto como se tiene noticia de que el cura Merino anda cerca de Lerma, el jefe polÃtico de Burgos pide ayuda militar para combatir a las hordas absolutistas, y se ponen a su disposición dos batallones de InfanterÃa y cuatro de CaballerÃa. Reclama instrucciones al nuevo Ministro de la Guerra (Tomás Moreno) y éste despacha con toda urgencia una orden para que sea "El Empecinado" (mariscal de campo de los Reales Ejércitos y Caballero de la Orden Nacional de San Fernando) quien tome el mando de las citadas tropas. Juan MartÃn abandona Zamora y se traslada a la ciudad de Lerma, donde se reencuentra con su amigo Eugenio de Aviraneta. También se encuentra allà el soriano Salvador Manzanares, amigo Ãntimo de Riego. Las fuerzas de combate que dirige Juan MartÃn no tardan en organizarse, y se disponen a luchar contra el sacerdote absolutista. El dÃa 28 de abril de 1821, Juan MartÃn y sus hombres reciben un panfleto escrito en gruesas letras por los absolutistas de la zona: "Al Pueblo: los dÃas del infame Gobierno revolucionario están contados. Nuestro invicto Merino avanza victorioso. La sangre de los impÃos correrá a torrentes. ¡Muera la infernal Constitución! ¡Viva el Rey!" Ciertamente, los reaccionarios tienen un apoyo popular nada desdeñable en la provincia de Burgos. Jerónimo Merino es ayudado por las gentes, cuenta con refugio en las sacristÃas de todos los pueblos y dirige una amplia red de espÃas diseminada por los campos. Son cien ojos que observan y cien oÃdos que para él escuchan. "El Empecinado", por el contrario, no dispone de estos auxilios. Antes bien, allà donde aparece es recibido con una mal disimulada hostilidad. Necesita moverse cautelosamente y dar sensación de fuerza por donde pase. La táctica de Merino será, sin duda, la de dividir sus fuerzas en grupos reducidos para inquietarle en distintos puntos. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 22:13:07 (http://www.jorgetutor.com/spain/castillaleon/soria_provincia/El_Burgo_de_Osma1/El_Burgo_de_Osma20.jpg)
La lucha contra los absolutistas en tierras castellanas. Curiosa cena en El Burgo de Osma La guerra que tenÃa lugar entre reaccionarios y liberales; entre Fernando VII y el Gobierno; entre el absolutismo y el parlamentarismo, se iba agravando dÃa a dÃa. No era infrecuente oÃr hablar de conjuras cortesanas, de ocultas maquinaciones, de ayudas y complicidades pagadas, de rumores intencionados que resultan ser más falsos que Judas. Para nadie es un secreto que el taimado Fernando VII fomenta el extremismo absolutista hacia un desenfreno demagógico, para asà provocar una intervención extranjera que le restablezca en sus derechos, y él mismo no desperdicia ocasión alguna para presentarse como un prisionero de los constitucionalistas. Mientras las ingenuas Cortes liberales le siguen halagando, él sigue allanando el camino a la insurrección absolutista. En muchos lugares de España se elevan (avivadas por odios y rencores) las llamas de la guerra civil. Surgen dos sociedades secretas cuyo objetivo es el exterminio de los liberales: "La Concepción" y "El Ãngel Exterminador", que celebran sus reuniones en iglesias y conventos. Estalla una sublevación antiliberal en Mequinenza, y otra en el Maestrazgo. En tierras navarras, un sacerdote movido por el más ciego de los fanatismos arrastra a multitudes: no es otro que Antonio Marañón "El Trapense", un visionario de aspecto sombrÃo y mirada penetrante que vive amancebado con una hermosa extranjera, tan absolutista como él. Aliado con todas las partidas reaccionarias de Cataluña y el Alto Aragón, consigue tomar las plazas de Seo de Urgell y Olot... El 5 de agosto 1822, subÃa a la Presidencia del Gobierno el asturiano Evaristo San Miguel, que sustituye al templado e ineficaz MartÃnez de la Rosa. Este nuevo Gabinete representaba al más puro liberalismo, y entre sus más inmediatos objetivos estaba el terminar con la guerra civil que devastaba a las regiones de Cataluña, Aragón, Navarra y el PaÃs Vasco. Los absolutistas se envalentonan cada vez más y más, llegando también a causar disturbios en Valencia, Galicia y Extremadura. Ante tan preocupante panorama, "El Empecinado" y su fiel lugarteniente Aviraneta harán todo lo posible por defender la legalidad constitucional. Con esta intención se dirigió Juan MartÃn a las Cortes el mismo mes de agosto de 1822. Al comprobar su sincera disposición, el presidente Evaristo San Miguel decidió confiarle el mando de una "columna volante" para luchar contra los reaccionarios en Aragón y las dos Castillas. Dicha columna estaba formada por 225 infantes, 87 milicianos de Soria, 117 jinetes y 40 artilleros con dos piezas. Es evidente que San Miguel aprecia sinceramente a Juan MartÃn. Masón el uno y comunero el otro, ambos son verdaderos amantes de la libertad. "El Empecinado" y sus combatientes llevarÃan a cabo acciones relativamente poco importantes en Calatayud, Sigüenza, Caspueñas, Guadalajara y Sacedón. Pero los tiempos habÃan cambiado: la guerrilla era algo del pasado y las relaciones con los militares profesionales no resultaban nada fáciles. De antiguo es sabido que los militares de carrera nunca ha tenido aprecio a quienes proceden de las guerrillas, por muy valerosos que sean. La gran mayorÃa no los aceptan, aunque se hayan ganado los entorchados de mariscales o brigadieres. Desmotivado por completo, "El Empecinado" tendrá que vérselas con muchos de sus antiguos compañeros, que ahora simpatizan con el absolutismo: Saturnino AbuÃn, José Mondedeu, Nicolás MarÃa Isidro... Tras una escamaruza en Cuenca con los reaccionarios del implacable militar Jorge Bessiéres, los "empecinados" llegan a Soria. Pasaron por Almazán y llegaron poco después a las inmediaciones del Burgo de Osma, donde Juan MartÃn protagonizó un episodio legendario y mitificado hasta la extenuación, calificado de "heroico" por Aviraneta. La historia es cuanto menos curiosa, asà que vale la pena relatarla con sosiego. Fue fielmente reproducida por PÃo Baroja en su obra sobre Aviraneta, basada en las memorias de este personaje: "Un dÃa, al acercarnos al Burgo de Osma, don Juan MartÃn mandó al comandante de sus fuerzas de caballerÃa, que era el coronel Hore, hiciese alto y dejara descansar a la tropa y a los caballos un momento y siguiese después el paso. D. Juan, sin más compañÃa que la mÃa y la de cuatro soldados, quiso entrar en el pueblo de una manera sigilosa, con el objeto de inspeccionarlo. Avanzamos los seis al trote y llegamos a tiro de fusil de la ciudad. Pusimos los caballos al paso. Estaba la noche oscura, lluviosa y frÃa. Ãbamos marchando sin meter ruido cuando El Empecinado advirtió una luz en una casa del arrabal. -Chico- me dijo - ¿qué te apuestas a que en aquella casa hay facciosos? -Es posible- repliqué yo-. Echad todos pie a tierrá - mandó él - atad los caballos a estos árboles y adelante. Vamos a ver que nos espera ahÃ. [...] Bajó una vieja haraposa con un candil encendido en la mano y abrió la puerta. El Empecinado le impuso silencio y le dijo en voz baja que le llevase al primer piso. - ¿Quiénes están?- preguntó luego. - Hay treinta catalanes que han venido con el general Bessiéres y que están cenando. -Bueno, vamos arriba. El Empecinado cogió el candil de la mano de la vieja, que estaba temblando de miedo, y comenzó a subir la escalera alumbrándose con él. Los cuatro soldados y yo marchábamos detrás. D. Juan iba embozado en su capa. Al llegar a la puerta de la cocina, grande, negra, iluminada por un velón y por las llamas del hogar, vimos treinta hombres que estaban alrededor de una mesa. El Empecinado se desembozó mostrando su uniforme. Y dijo: -Aquà tenim al general Empecinado, que ve a sopar amb vosaltres. Tot som espanyols (hablaba catalán, añade Aviraneta, desde su participación en la campaña del Rosellón); y vosotros - añadió en castellano, dirigiéndose a los soldados y a mà -, sentaos. Estamos entre amigos. El Empecinado se sentó, llenó una escudilla de arroz y se hizo servir por la moza un vaso de vino. Los catalanes estaban atónitos. Al cabo de algún tiempo, El Empecinado levantando el vaso de vino exclamó: - Catalans, per la salut de nostre rei, per la felicitat de Espanya! Entonces, el sargento que mandaba el grupo de realistas llenó su vaso y respondió en castellano: - Por la salud del que desde hoy en adelante será nuestro general. ¡Viva El Empecinado! - ¡Viva!- gritaron los demás-. Nos dimos la mano todos en señal de fraternidad y se acordó que los catalanes se incorporaran a nuestra fuerza." Según Aviraneta, "El Empecinado" pagó cinco duros a la anciana por sus servicios y, seguidamente, comentó al alcalde burguense lo sucedido. Éste, fervoroso constitucionalista, celebró la buena nueva iluminando las calles de la ciudad. En total, un centenar de catalanes se pasaron a las fuerzas liberales de Juan MartÃn, que les recompensó con media onza de oro. Poco después, cerca de 500 catalanes abandonarÃan las fuerza facciosas para formar parte de las tropas "empecinadas", cuyo cuartel general quedó establecido en San Esteban de Gormaz. Pero no todo fueron alegrÃas: el conde del Abisbal, que se encargaba de supervisar las acciones de nuestro biografiado, le lanzó un duro reproche: "Deje uste esos hábitos de guerrillero y haga la guerra en regla". Acto seguido, el aristócrata mandó que los catalanes partieran a Madrid para defender al Gobierno constitucional. Ni que decir hay que la indignación de "El Empecinado" fue mayúscula. Algo después, Juan MartÃn marchó también a Madrid, acompañado esta vez por su fiel Aviraneta. Dadas las circunstancias que está atravesando la nación, juzga necesario recibir instrucciones precisas para luchar contra los absolutistas. Los dos amigos se entrevistan con el presidente San Miguel en el Ministerio de Estado. Éste encomienda a Aviraneta que se traslade a la frontera con Francia, para prevenir una posible intervención extranjera en ayuda de Fernando VII. A continuación, designa a Juan MartÃn comandante general de todas las guerrillas liberales que fueda formar en las dos Castillas. Tras aquella entrevista (que en poco se diferencia de la sostenida el verano anterior) "El Empecinado" y Aviraneta acuerdan hacer juntos el camino hacia Valladolid. Emprenden el viaje escoltados por una escuadra de lanceros y, al llegar a la ciudad del Pisuerga, se separan con la esperanza de volver a verse pronto. Mientras la columna de Juan MartÃn se instala en Aranda de Duero, él recorre a caballo los pueblos cercanos para fomentar el alistamiento en las tropas liberales. Como en los viejos tiempos de la guerrilla, en todas partes es recibido con agasajos y muestras de amistad. En estos viajes propagandÃsticos suele ir acompañado de un teniente y varios soldados de CaballerÃa. Como se sabe, "El Empecinado" es poco amigo de ir rodeado por una aparatosa guardia. ConfÃa más en su portentosa fuerza fÃsica, asà como en la buena suerte, que le ha sacado de apurados trances en más de una ocasión. Por aquellos dÃas llegaron Juan MartÃn y sus acompañantes a una aldea llamada Castro Verdel, junto al rÃo Esgueva, y como la noche se echaba encima decidieron pernoctar allÃ. Un anciano labriego les brindó alojamiento en su casa de labor. Sus soldados se reparten por las habitaciones y él queda como ocupante de una estancia destartalada y anchurosa, con salid al corral. A la mañana siguiente, nuestro "Empecinado" se levantó antes de la cuenta. Después de lavarse la cara en una maltratada palangana (que por lujo le han puesto encima de una tajuela) mira por el angosto ventanuco que ilumina aquella habitación. Lo que ve no le gracia, precisamente: junto a la casa, un par de soldados absolutistas montan guardia con el fusil al brazo. Al otro lado de la estrecha callejuela hay dos más. Despierta a sus hombres y les ordena que, en silencio, atranquen puertas y ventanas. Luego, en el mayor tiempo posible, deberán estar en el corral con los caballos y las armas dispuestas. Cuando salen de la casa, bien dispuestos a combatir, reciben una sopresa que les deja paralizados. Más allá de las bardas, un hombre a caballo les afurada con aire desafiante. Viste un largo y negro levitón, y les sonrÃe siniestramente. Se trata del infame sacerdote Jerónimo Merino, su antiguo aliado en la lucha contra los franceses, ahora enemigo encarnizado y fanático absolutista. Le acompañan unos cuantos esbirros a caballo. "El Empecinado" desenfunda rápido el trabuco repleto de metralla que le acompaña en estos viejes, y del primer disparo derriba a tres o cuatro realistas. Seguidamente, da un grito de ánimo a los suyos y salen como un vendaval entre los secuaces de Merino, repartiendo mortales sablazos. En un loco galope, acosados por una lluvia de disparos, consiguen escapar. Mucho tiempo después se detienen, fatigados, en un pinar. Sólo "El Empecinado", el teniente y un soldado raso han conservado la vida. Los demás quedaron tendidos en el suelo por las balas del cura... Este desgraciado percance tiene a Juan MartÃn malhumorado durante unos dÃas. Luego, animado por el entusiasmo liberal que nunca le abandona; vuelve a buscar hombres, armamento, municiones y caballos. Depués de solicitar ayudas, que a la postre le son prestadas con regateos; de prometerle efectos de guerra que luego son reducidos a la mitad; de ver la desgana de los oficiales, muchos de ellos declarados enemigos de la Constitución; de comprobar que entre los jefes militares abundan la incompetencia y la indecisión... ¿Cuál puede ser su ánimo? Nada bueno, aunque jamás lo manifieste. Regresa a Castrillo de Duero con la intención de ver a su madre, y comprueba que allà las cosas han cambiado mucho. Los absolutistas locales empiezan a envalentonarse y los pocos liberales son mirados con malos ojos. Han de pagar caro (se susurra) todos los desprecios al Rey y a la Iglesia que su nefasta Constitución expresa. De sobra saben que "El Empecinado" es un constitucionalista más, un ardiente defensor de los principios del liberalismo... (http://historiageneral.com/wp-content/uploads/el-congreso-de-viena.jpg) Llegan los Cien Mil Hijos de San Luis. Los absolutistas regresan al poder El dÃa 7 de abril de 1823, el Ejército de Luis Antonio de Borbón, Duque de Angulema, entra en España pasando el Bidasoa. Se trata de una fuerza militar enviada por las potencias antiliberales de la Santa Alianza (Austria, Prusia, Rusia y Francia) para restablecer a Fernando VII como soberano absoluto de España. Son cuatro cuerpos militares al mando del Duque de Reggio, del general Molitor, del prÃncipe de Hohenlohe y del general Moncey; además de dos de reserva mandados por el mariscal Bordessouelle y el Marqués de Lauristan. Les preceden (abriendo la marcha) tropas realistas españolas que ostentan tÃtulos como el de "Santiago por el Rey", el de "El Altar y el Trono" y otros igualmente altisonantes. No necesitan dispara un sólo tiro. Esto se debe a que las ciudades y las villas que conquistan en escasos dÃas han sido ya tomadas por las partidas absolutistas locales. Todos los testimonios demuestran que la presencia de los reaccionarios extranjeros en nuestro suelo está lejos de ser celebrada. El recibimiento que se les dispensa es más bien frÃo, como si por no haber sido reclamados se les aceptase a regañadientes. No pueden esperar los franceses ser recibidos con luminarias y arcos de triunfo en los mismos lugares donde, años atrás, sembraran el horror y la destrucción. Sólo que ahora no les mueve el ansia de conquista, sino la más negra reacción. El Duque de Angulema no es sino el restaurador de la Iglesia, las buenas costumbres y los derechos divinos del Rey... Cuando se extiendió la noticia de que los franceses habÃan vuelto a penetrar en el territorio nacional sin encontrar resistencia, "El Empecinado" estaba en Valladolid haciendo un llamamiento a todos los patriotas de Castilla la Vieja. Le acompaña Eugenio de Aviraneta, que ya habÃa cumplido en la frontera la misión que le encargara Evaristo San Miguel. Los dos examinan las situación, y las conclusiones no son nada tranquilizadoras. Los absolutistas bullen inquietos, en impaciente espera. Sólo les detienen los fusiles de la guarnición, y aun estos no serán capaces de hacerlo si se lanzan a la calle. Llegan noticias de que las tropas de Jerónimo Merino han entrado en Palencia con su acostumbrada brutalidad, y tan mala nueva produce un efecto desmoralizador tanto en los soldados como en sus superiores. El general Pablo Morillo (conde de Cartagena), responsable de una de las columnas que protegen a Valladolid, ordena a sus soldados que se trasladen a Galicia. De nada sirven las protestas de Juan MartÃn: la ciudad queda totalmente desprotegida, a merced del enemigo absolutista. En vista de tan preocupante situación, "El Empecinado" y Aviraneta decidieron abandonar Valladolid. Reunieron a sus tropas en la Plaza Mayor y salieron al galope por la calle Santiago y el Campo Grande. TenÃan pensando refugiarse en Salamanca, asà que cabalgaron en dirección a la hermosa ciudad del Tormes. Ya en Salamanca, adonde llegó acompañado por 300 o 400 milicianos liberales de Palencia y Valladolid, "El Empecinado" se reunió con las fuerzas constitucionalistas locales, realizando poco después una campaña patriótica para reforzar las tropas liberales. Por desgracia, el de Castrillo no tuvo suerte en su noble empeño. Dos dÃas después, las fuerzas "empecinadas" marcharon a Ciudad Rodrigo, instalando su cuartel general en el Palacio de Don Enrique de Trastámara. Desde esta ciudad salmantina puede desplazarse fácilmente por toda la provincia, asà como por Ãvila y Cáceres. "El Empecinado" sabe muy bien que pronto tendrá que vérselas con los franceses, y prefiere caer sobre ellos por sorpresa. Intenta arrebatar la ciudad de Zamora a los absolutistas, pero los reaccionarios zamoranos cargaron contra sus hombres a disparo limpio. Los absolutistas de la ciudad celebraron el triunfo sobre aquellos odiados liberales con una altiva proclama y una misa solemne. Nuestro "Empecinado" cabalga hasta la villa de Alba de Tormes, siendo atacado en Valdemierque por una columna realista mandada por el Conde de Negri. Los absolutistas diezmaron a sus tropas, haciéndole varios prisioneros y requisándole una considerable cantidad de vituallas. Los últimos afanes guerreros de Juan MartÃn transcurrirán (básicamente) en tierras extremeñas: Hoyos, Coria, La Moraleja (donde perdieron la vida su hermano Dámaso y su sobrino Hermógenes), Trevejo, Cáceres, Plasencia, Badajoz... Y aún logra ciertos triunfos, como la derrota infligida a los absolutistas de Coria (que es celebrada por todo lo alto) o el asalto a la ciudad de Cáceres. "El Empecinado" sabe muy bien que la causa constitucional vive momentos desesperados, pero él no cede. Se siente con fuerza para soportar todas las adversidades y sufrir las mayores desventuras. Nadie logrará someterle. Peleará con vigor, porque él no es de una raza de corderos, sino de leones. Luchará hasta el final: asà lo exige su sangre, su hombrÃa, su dignidad y sus atributos de varón indomable. Si es preciso, combatirá sólo contra todos los enemigos hasta que escape de su pecho el último aliento y el sable se le caiga de las manos. El dÃa 30 de octubre, a un par de leguas de Badajoz, Juan martÃn y sus hombres hacen un alto en el camino para descansar junto a la ermita de Botoa. En la tibia mañana de otoño brilla un sol confortador. "El Empecinado" advierte que un jinete de uniforme galopa hacia ellos. Cuando se aproxima lo suficiente comprueba que se trata de un oficial de coraceros. Éste conversa unos segundos con el centinela y se acerca hasta Juan MartÃn. Baja de su montura, le saluda y pone en sus manos un papel sellado. "El Empecinado" lee aquel documento y, apesadumbrado, queda en silencio unos instantes. Convoca a todos sus hombres y les dice lo siguiente: -En este pliego que acabo de recibir se me comunica que el Ejército de Extremadura, al cual pertenecemos, ha capitulado. Según me dicen, las tropas francesas son ya dueñas de todo el territorio nacional.- Hace una pausa y dice emocionado -: Ahora, más que nunca, gritad conmigo... ¡Viva la Constitución! Unos pocos le responden con tibieza. El eco de sus voces se pierde en el silencio de aquellos parajes... Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 22:17:39 (http://ccat.sas.upenn.edu/romance/spanish/219/09independencia/godoy1.jpg)
Juan MartÃn es apresado en Olmos de Peñafiel. La perfidia de los absolutistas. Finalmente, el absolutismo acabó por adueñarse de toda España. De este forma, la nación se hunde de nuevo en el anacrónico sistema de gobierno que durante años va a dificultar su progreso. Don Fernando VII puede sentirse satisfecho: hijo y nieto de reyes absolutos, él va a serlo también hasta la hora de su muerte. Los españoles (despojados ya de sus derechos constitucionales) se convierten de nuevo en "queridos vasallos"; desaparecen de todas las ciudades y pueblos las alusiones liberales en los nombres de las calles; el clero y los frailes vuelven a recobrar su antiguos privilegios. Entre tanto, muchos compatriotas que con mil ardides han conseguido librarse de la horca y la prisión, buscan en Inglaterra e Hispanoamérica la libertad y la paz que en su patria se les niega. Rafael del Riego, Ãdolo de tantos liberales exaltados y artÃfice de la revolución constitucionalista, es ahorcado en la madrileña Plaza de la Cebada. La Libertad, la Justicia y la Ilustración quedan proscritas de nuevo en tierras españolas. Miles de personas comprometidas con la causa antiabsolutista se hacinan en los presidios, padeciendo todo tipo de crueldades... "El Empecinado" conocerá por La Gaceta el triste final de Don Rafael, también le llegan con frecuencia noticias de la encarnizada persecución decretada contra los liberales. Por primera vez siente su vida amenazada. Sabe muy bien que los absolutistas le odian a muerte y harán por posible por liquidarle. Se acuerda ahora del desplante dado a Fernando VII años atrás, cuando rechazó la oferta que le hizo su esbirro Francisco Mansilla. Sin embargo, confÃa en que lo pactado en la capitulación del Ejército de Extremadura se cumpla, concediéndole las suficientes garantÃas para retirarse en paz a Castrillo de Duero y poder dedicarse a cuidar sus tierras. Además, Fernando VII habÃa prometido públicamente respetar a todos los españoles, independientemente de su ideario polÃtico, garantizando la conservación de los empleos militares y la seguridad de los exiliados que quisieran volver al paÃs. Pero el monarca no tardarÃa en volver a romper sus promesas... "El Empecinado" recibió la visita de un teniente general de CaballerÃa, enviado por Fernando VII, para expedirle la licencia absoluta y garantizar su seguridad y la de los que quieran seguirle. Le promete que no habrá represalias contra su persona y que conservar sus honores militares. Para que no sienta temor alguno, el teniente general le pide que señale, él mismo, el lugar donde quiere retirarse de cuartel. Juan MartÃn elige sin vacilar la villa de Aranda de Duero, por ser en ella muy conocido y hallarse próxima a Castrillo. Se le autoriza a marchar hacia allà protegido por una escolta, integrada por sesis jinetes de la Milicia Nacional. Con él van también dos veteranos de la guerrilla "empecinada": Juan Calvo y Manuel Sanz, que no quieren abandonarle. Estando asà las cosas, "El Empecinado" y sus acompañantes emprenden la marcha. En casi todos los pueblos son mal recibidos. A veces escuchan insultos y frases injuriosas. Tanto Juan MartÃn como su escolta han de hacer notables esfuerzos para no responder a aquellas ofensas como se merecen. Por si fuera poco, en más de una ocasión se cruzan con largas columnas de prisioneros: son los restos del vencido Ejército constitucional. Los soldados absolutistas torturan sin compasión a aquellos desdichados, cuyas cadenas se agitan con sonidos estremecedores. Tras contemplar estas escenas lamentables, "El Empecinado" tiene la impresión de haber caÃdo en una trampa de la que no podrá escapar. ¿Cómo pueden mostrarse tan crueles los absolutistas con el bando derrotado? ¿Dónde queda la generosidad para con el vencido de la que se hablaba? Es ahora cuando comprende que pecó de ingenuo al creerse todas aquellas promesas que le hizo el enviado de Fernando VII. Otro era su propósito: llenarle de confianza para enviarle a la muerte... En una localidad próxima a Tordesillas, numerosos vecinos se concentran en la Plaza Mayor para arremeter contra "El Empecinado" y sus escoltas. Le rodean vociferantes, con el odio y la ferocidad en los ojos. Son muy capaces de asesinarle allà mismo. Y lo hubiesen hecho si no hubiera tenido lugar un hecho inesperado. Un hombre de aspecto montaraz, que viste un uniforme de húsar, aparta y contiene a los lugareños. Éstos le obedecen sin rechistar. En un falso tono conciliador, aquel personaje indicó a Juan MartÃn que podÃa seguir su camino. El uniformado no era otro que uno de los antiguos oficiales del fanático cura Merino, ardiente defensor de la causa reaccionaria. Seguidamente, avisó a los pueblos emplazados entre Tordesillas y Valladolid para que cortaran el paso a Juan MartÃn. Receloso por lo sucedido, "El Empecinado" modificó su itinerario. Con la asombrosa movilidad que acreditara en la guerra, llega rápidamente a La Seca, y por Alcazarén e Ãscar se dirige a la villa de Cuéllar para subir después hacia Castrillo de Duero. Hallándose muy cerca de Cuéllar, Juan MartÃn percibió movimientos sosprechosos en esta localidad segoviana, por lo que decidió resguardarse en los pinares cercanos. El problema surgió cuando tres de sus hombres bajaron a la villa para buscar provisiones: el alcalde, pese a tratarles con amabilidad, reconoció que eran acompañantes de "El Empecinado" y puso sobre aviso a las autoridades de Roa. Ignorante de lo que se le venÃa encima, Juan MartÃn siguió su camino, llegando poco después a Olmos de Peñafiel. Como en aquel pueblo vivÃa el labriego Gabriel DÃez (pariente de su madre), decidió pernoctar en su casa. Después de cenar en la amable compañÃa de Gabriel DÃez y su esposa, Juan MartÃn se retira a su habitación. El cansancio adelanta su sueño. No sabe que un millar de voluntarios realistas, enviados por el regidor de Roa, vienen en su busca. A eso de las dos de la madrugada, Juan MartÃn se revuelve inquieto en la cama. Tanto en la casa como en la calle se pueden oÃr ruidos y voces. Arrancado violentamente del sueño, abre los ojos y se queda paralizado: la habitación está llena de feroces absolutistas, que le apuntan con sus fusiles. No cabe duda de que le quitarán la vida a la menor muestra de resistencia. Sin darle tiempo a terminar de vestirse, los absolutistas le sacan a empujones de la casa. Cuando sale a la calle, "El Empecinado" ve que sus compañeros, también a medio vestir, se hallan entre los fusiles de los realistas. (http://static.panoramio.com/photos/original/19979365.jpg) Vejado y encarcelado. Las crueldades de los absolutistas Nava de Roa, pueblo de casas bajas ubicado en medio del llano y artÃsticamente amenizado por la Iglesia de San AntolÃn, ve aparecer maniatados a Juan MartÃn y sus camaradas. Entran por las calles del pueblo como una cuadrilla de mÃseros galeotes, rendidos de cansancio, sin saber lo que les pasará. El sol ha hecho su aparición y los cautivos reciben complacidos sus débiles rayos. Acaba de amanecer el dÃa 22 de noviembre de 1823. Los vecinos de Nava, fervientes constitucionalistas la mayorÃa, no pueden creer que "El Empecinado" haya sido capturado por los absolutistas. El alcalde y los tres concejales son los únicos realistas que existen entre los 300 habitantes del municipio. Los prisioneros fueron despojados de sus pertenencias y encerrados en la cárcel municipal. Allà acudió Gregorio González Arranz, alcalde absolutista de Roa y enemigo personal de Juan MartÃn desde años atrás. Tras conversar brevemente con "El Empecinado", González ordenó que fuese amarrado con una soga. Entonces, el de Castrillo se rebeló e intentó alcanzar la puerta de la cárcel. Logró quitarse la ligadura que le dañaba las muñecas y empleó su poderosa fuerza para evitar que le atasen de nuevo. Fueron necesarios nada menos que seis soldados para reducirle e inmovilizarle con unas cuantas vueltas de soga. Poco después, Gomzález redactó un parte dirigido al Corregidor y a las autoridades de los pueblos cercanos para informarles de que "El Empecinado" ya habÃa sido detenido. "El Empecinado" y los demás prisioneros fueron trasladados a Roa entre los fusiles de los esbirros absolutistas. Abre la marcha, arrogante, el alcalde González Arranz. Lleva a Juan MartÃn a pie, delante de su caballo, bien sujeto al arzón el cabo de la soga que rodea su fuerte anatomÃa. Algunos desalmados realistas gozan viéndole sufrir y le mortifican con burlas inhumanas, sometiéndoles a crueldades que llenarÃan de indignación a cualquier persona bien nacida. Cuando la comitiva de presos llegó a la villa de Roa, les llega desde lejos el alegre bullicio de una fiesta. Y no es precisamente para celebrar la captura de Juan MartÃn, cosa que no hubiesen podido ni imaginar antes de conocer el parte del alcalde escrito en Nava de Roa. Ha querido la casualidad, madre de la sorpresa, que este sea el dÃa elegido por los voluntarios realistas de Roa y su comarca para celebrar (por todo lo alto) el estreno del uniforme y el armamento que las nuevas autoridades les han facilitado. Con tan señalado motivo, tendrÃan lugar en la villa una misa cantada, la jura de la bandera con su correspondiente desfile y una gran comilona en la Plaza Mayor, servida de forma tan abundante que ni el más rico hubiese podido igualarla. Atraidos por tan magnÃficos festejos, se hallan presentes en Roa vecinos de Berlangas, La Cueva, Pedrosa, Mambrilla, Fuentecén y Aranda de Duero. Cuando los prisioneros son conducidos por las calles de la villa, todas las miradas se fijan en "El Empecinado". Esperaban encontrarse a un hombre arrogante, de gesto altivo y porte desafiante; y se topan con un hombre sucio y de barba desaliñada, que lanza sobre la multitud una mirada hosca de cordero degollado. No importan ahora todas sus célebres hazañas contra los franceses, eso ya es agua pasada: se trata de un impÃo liberal, un partidario de Riego, un Caballero Comunero enemistado con el rey. "El Empecinado" es conducido a una especie de castillete con gruesos muros de ladrillo que sirvió, tiempo ha, de alhóndiga; de ahà que los raudenses lo denominen La Lóndiga. Es una construcción muy deteriorada, de interiores inmundos, que no ofrece mucha seguridad. Alrederor de La Lóndiga se sitúa una nutrida guardia que vigila de dÃa y de noche, cumpliendo las más severas órdenes del alcalde. A Juan MartÃn le encierran sólo, para que no pueda consolarse con la compañÃa de sus leales, en un cuarto estrecho, frÃo y húmedo, protegido por un descomunal cerrojo. Está debajo de la cámara, a nivel inferior del suelo. No le dan ni pan, ni agua, ni siquiera una saca de paja donde le sea posible dar reposo a su cansado cuerpo. Ha de tenderse en el durÃsimo suelo de guijarros. Según Salustiano Olózaga, el heroico luchador fue maltratado bárbaramente por sus guardianes: "Por honor de la Humanidad, por amor a nuestra patria y a nuestro siglo, quisiéramos poder desmentir o atenuar al menos algunos de los tantos hechos de barbarie, de ferocidad, de inaudita crueldad, de que fue objeto en aquel pueblo, en su prolongado martirio, el héroe desgraciado de Castilla. Pero no es posible hacerlo". Siempre se ha dicho, por cierto, que los domingos era paseado por la villa en una jaula de hierro para ser insultado y escarnecido por las gentes. Sin embargo, no hay ninguna prueba sólida que permita asegurarlo, estarÃamos más bien ante una habladurÃa. Entretanto, la causa contra el reo continuaba, implacable, su curso. Que su muerte era ya un asunto personal de Fernando VII lo prueba la carta enviada por éste desde Aranjuez a su secretario del Consejo de Estado (Antonio Ugarte) el 23 de mayo de 1823: "Ya es tiempo de coger a Ballesteros y despachar al otro mundo a Chaleco y El Empecinado". Por si fuera poco, las nuevas disposiciones del Gobierno absolutista se convierten en duros argumentos acusatorios contra "El Empecinado" y vienen a poner leña en el fuego, cada vez más avivado, de su proceso. Una de ellas es la circular reservada que Mariano Rufino RodrÃguez, recientemente nombrado intendente de PolicÃa, dirige a los intendentes del Reino. Después de llamar a los liberales "hijos de la maldición"; ordena a sus secuaces que formen y le remitan con urgencia dos informes, uno de hombres y otro de mujeres, que cumplan los siguientes requisitos: "1º- Adicto al régimen constitucional. 2º- Voluntario nacional de CaballerÃa o InfanterÃa. 3º- Individuo de una compañÃa o batallón sagrado. 4º- Reputado por masón. 5º- Tenido por comunero. 6º- Liberal exaltado o moderado. 7º- Comprador de bienes nacionales. 8º- Secularizado." Estas listas de sospechosos, formadas por medio de denuncias que dictan el odio y la venganza, comprenden a miles de españoles. Ninguno de ellos puede obtener pasaporte para trasladarse de una población a otra, ni tampoco sus hijos, criados o dependientes; salvo en el caso de que demuestren la necesidad del viaje y depositen una fianza que responda de su conducta. Y aún asÃ, sus pasaportes llevan una contraseña que les permite ser reconocidos por las autoridades y mantenerlos bajo vigilancia. Toda la nación gime bajo el terror absolutista. Los agentes de policÃa se introducen en las tabernas, en los cafés y en los lugares de reunión para escuchar las conversaciones y detener a quienes discrepen del régimen. Aquellos mismos dÃas, las Comisiones Militares (que no descansan en su trabajo de fusilar, dar garrote o ahorcar a todos los disidentes) hacen ver a Fernando VII la conveniencia de establecer una gradación en las penas en relación con la gravedad de los delitos. Tras consultar esta sugerencia con el Consejo Supremo de Guerra, Fernando VII dicta una disposición monstruosa y cruel donde las haya: "1º- Condénase a la pena de muerte, como reos de lesa majestad, a los que se hubiesen declarado o se declarasen enemigos de los derechos del Rey o partidarios de la Constitución. 2º- Incurrirán en igual pena los que escribiesen papeles o pasquines con el mismo objeto. 3º- Quedarán sujetos a la pena de cuatro a diez años de presidio los que hablen en parajes públicos contra la soberanÃa de su Majestad o en favor de la Constitución. 4º- Se aplicará la pena capital al que sedujese a otro para levantar una partida. 5º- Serán reos de lesa majestad e incurrirán también en pena de muerte los que promovieren alborotos dirigiso a cambiar la forma de gobierno. 6º- No podrá servir de excepción la embriaguez, si el delincuente en consuetudinario de este exceso. 7º- Queda al criterio judicial la fuerza de las pruebas en favor y en contra. 8º- El grito de ¡Muera el Rey! se castigará con la pena de muerte. 9º- A igual pena quedarán sujetos los masones, comuneros y otros sectarios. 10º- Ante las Comisiones Militares no podrá alegarse ningún fuero. 11º- Incurrirán en la pena de muerte los que usasen voces subversivas de ¡Viva Riego!, ¡Viva la Constitución!, ¡Mueran los serviles!, ¡Mueran los tiranos! y ¡Viva la Libertad!." No necesita más el Comisionado Regio Domingo Fuentenebro, instructor de la causa contra "El Empecinado". En estas disposiciones halla material suficiente para dar apariencia legal a sus cargos contra Juan MartÃn. Y quiere el azar que por aquellos dÃas, al ordenar las autoridades registrar la casa de un conocido liberal en la cercana localidad de Nava de Roa, se descubra algo muy importante. Entre un doble tabique aparecen los libros, documentos y objetos simbólicos de la sección provincial de los Caballeros Comuneros, que celebraron sesiones en aquel municipio desde 1820. En las listas de sus miembros figura "El Empecinado" como presidente, perteneciendo también a la sociedad secreta los dos alcaldes contitucionales de Roa y un buen número de sus deudos y amigos. El desarrollo del proceso contra Juan MartÃn peca de arbitrario, tendencioso y falaz. Por cualquier lado que se le mire, resulta ser una burla infame. Se acusa al valiente "Empecinado" de no haber aceptado los acuerdos de la Santa Alianza con respecto a España; de no haberse unido a los soldados del duque de Angulema, de haber pertenecido fiel a la Constitución gaditana. De esto último también podrÃa ser acusado el mismÃsimo Fernando VII, que la juró para luego traicionarla. También se acusa a Juan MartÃn (sin ningún fundamento) de haber cometido numerosos crÃmenes y robos en las localidades por las que pasó en su campaña contra los absolutistas franceses. Con gran paciencia y celo extremado, el Comisionado Fuentenebro va acumulando cargos y aduciendo testimonios. Ni que decir hay que todos son producto del rencor o de la envidia. Su valor es nulo, pero él sabe, con retorcidos argumentos, darles apariencia de verdad. AsÃ, dÃa a dÃa, se levanta un enorme muro de falsedades y calumnias que "El Empecinado" nunca podrá salvar. Ya nada salvará a Juan MartÃn. Domingo Fuentenebro es dueño de su destino, tiene la facultad de condenarle o absolverle; pero únicamente acusará y acusará. Animado por la fiebre absolutista, el Comisionado va a volcar sobre él toda la inquina que alberga en su fementido corazón. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 22:23:29 A mediados de octubre de 1824, Fuentebro cree llegado el momento de que Juan MartÃn preste declaración. Previamente, con el malvado propósito de rendir sus fuerzas y doblegar su ánimo, le tiene sin comer ni beber por espacio de cuatro dÃas. Un despiadado piquete de voluntarios realistas conducen al acusado hasta el despacho de Fuentenebro. Desfallecido, agotado por tantos suplicios y crueldades, apenas puede tenerse en pie. A pesar de encontrarse dañado por tantos dÃas de penuria, "El Empecinado" conserva intacta su entereza de luchador. Tiene las ideas claras y las convicciones firmes. A las preguntas que el Comisionado Regio le formula, contesta digno y breve. No salen de sus labios ni una palabra de cobardÃa ni una frase de retractación. Mantiene Ãntegras sus posturas liberales y defiende su actuación contra la invasión de los absolutistas extranjeros. Las palabras que tan valientemente dirigiera por carta a Fernando VII en 1814 son un vaticinio de lo que ahora está padeciendo:
"La administración de justicia, tan recomendable en la nación española, ha desaparecido en nuestros tribunales y en su lugar se ha sentado la arbitrariedad; sus leyes se ven holladas y despreciadas; protegidas la calumnia y la vil desolación." Llega a tales extremos la locura absolutista que no sólo el Cominisionado Regio se ensaña con él. Una horda vandálica de cafres fanáticos asalta su casa de campo en el Salto del Caballo y, con inaudita ferocidad, tala los árboles frutales, arranca los viñedos, destroza los lagares, derrama el vino y deja en ruinas la vivienda. En Alcalá de Henares, otra horda absolutista derriba la pirámide conmemorativa que habÃa levantando la ciudad en su honor. Parace como si existiese el infame propósito de borrar hasta el último vestigio del que fuera el más célebre guerrillero y héroe de la Independencia... Algunas personalidades tratan de interceder por "El Empecinado", en un arriesgado intento por salvarle la vida. Incluso el embajador de Francia y el general Bourmont (responsable de las tropas galas en España) se atreven a pedir clemencia para él, sin obtener resultado alguno. Varias de las personas que participaron con Juan MartÃn en la Guerra de la Independencia tratan de salvarle por todos los medios a su alcande, incluso recurriendo al soborno de guardias y carceleros. Como no lo consigue, acuerdan elevar peticiones de clemencia a ministros y generales... Pero nada consiguen. Es evidente que a Juan MartÃn le aguarda la pena de muerte. Las autoridades absolutistas están empeñadas en acabar con su existencia, y de nada sirven los ruegos o las súplicas... El dÃa 20 de abril de este año de 1823, tras año y medio de instrucción, el Comisionado Regio deja cerrada la causa. En sus inconsistentes conclusiones, condena al ex-guerrillero a la pena capital, que habrá de sufrir en la horca, menospreciando su importante grado militar. Somete su decisión al examen de la ChancillerÃa vallisoletana, y éste organismo, mes y medio después, da su visto bueno. Recordemos, sin embargo, que los juristas Herrero Prieto y Arismendi no quisieron manchar sus togas de sangre y se negaron a aprobar tal indignidad. Los voluminosos legajos que contienen los cargos contra "El Empecinado" son enviados a Madrid, para someter lo instruido a la aprobación de Su Majestad. Ésta no tarda en expresar su conformidad con la sentencia de muerte, y asà lo hace saber al gobernador de la Sala del Crimen de la ChancillerÃa de Valladolid. A su vez, la Sala del Crimen dispone lo necesario para comunicar la sentencia a Juan MartÃn. A tal efecto, una comitiva formada por un juez magistrado, un escribano, el señor Vicente GarcÃa Ãlvarez (recién designado alcalde de Roa), Gregorio González (su predecesor en el cargo), el jefe del batallón local de Voluntarios Realistas y el verdugo que hará cumplir la sentencia. Tras escuchar los calumniosos cargos por los que se le condena a ser ahorcado, "El Empecinado" no puede contener su indignación y grita: -¿ Y esa sentencia la ha aprobado el Rey ? ¡ Ahorcarme a mÃ, a mà !- repite con ardor. Y haciendo un esfuerzo se yergue, desafiante -. ¿Es que no hay balas en España para fusilar a un mariscal de los Reales Ejércitos? Aquellos hombres le miran con sorpresa, asombrados por su momentánea energÃa. Queda unos segundos en silencio Juan MartÃn, y dirigiendo miradas como rayos a los que tiene enfrente, añade: - Digan mejor que me ahorcan por haber sido fiel a mis juramentos y querido el bien de España. Lo demás no son más que insultos con los que se me viene injuriando desde hace muchos meses. (http://www.riberadeldueroburgalesa.com/upload/iblock/05e/10El%20Empecinado.jpg) Camino del suplicio. Muerte en la horca El 19 de agosto de 1825, ya iniciada la mañana, tuvo lugar en Roa un desacostumbrado movimiento de tropas. Suenan voces de mando y sonido de tambores destemplados. Son los voluntarios realistas de Gregorio González, que han venido a buscar al "Empecinado" para llevarle hasta el patÃbulo. Juan MartÃn ha pasado un par de dÃas en capilla, se ha confesado y ha redactado su testamento. Los absolutistas ocupan todos los puntos señalados a lo largo del recorrido que va a realizar el preso, protegiendo también la entrada de las iglesias para evitar que "El Empecinado" logre introducirse en una de ellas y acogerse a sagrado. En menos de una hora, la villa de Roa queda ocupada por una fuerza de más de 5000 hombres armados. El mismo herrero que pusiera los grilletes a Juan MartÃn le libra ahora de ellos. Sólo le deja las esposas. Mansamente, sin hacer ningún movimiento de rechazo, el de Castrillo se deja colocar la ropa negra y el birrete de los condenados a muerte. Le hacen montar en un jumento desorejado, y de tan infamante manera emprende el camino hacia el patÃbulo. Pasa en silencio, ante las gentes curiosas que se apiñan en las calles. Esta vez no escucha insultos groseros, ni gritos ofensivos, ni ve adelantarse hacia él puños amenazadores. "El Empecinado" procura mantenerse erguido, con la cabeza en alto; no con aire desafiante, sino digno. Nadie puede afirmar que el heroico ex-guerrillero camine vencido. Ni sus manos tiemblan ni se inclina con pesadumbre sobre el jumento. Juan MartÃn y el piquete de voluntarios realistas entran en la Plaza Mayor, donde espera la horca. Una gran multitud se concentra en el lugar y tapona las bocacalles. Juan MartÃn lanza una larga mirada despreciativa sobre el gentÃo. Luego, eleva sus ojos hacia el puro azul del cielo, en el que brilla un sol cuyo ocaso no presenciará. Al llegar junto a la escalerilla del cadalso, quiere el azar que se fije en el capitán de voluntarios realistas. La pasividad que "El Empecinado" ha mantenido hasta ahora se transforma en un arrebato de cólera incontenible. Le sobran motivos para ello: aquel capitán lleva desnuda en la mano la excelente y rica espada que le regalara Jorge III de Inglaterra, la misma que fuera su compañera fiel de tantas batallas. La violenta agitación que esto le produce parece llevar a sus fatigados miembros una parte del vigor que simpre tuvieron. Siente que el arrojo temerario de otros dÃas le anima de nuevo. Decidido, apoya en el pecho las recias manos esposadas, aprieta los dientes y, tras un esfuerzo titánico, logra romper los hierros que le oprimen. Ya tiene las manos libres, sólo quedan en cada una de las muñecas las argollas y los trozos de la cadena, que oscilan en el aire. Salta con fuerza del borrico y se arroja sobre el capitán realista, con la intención de arrebatarle el arma y traspasarle el cuerpo con ella. En su ciego furor, la toma por el filo y se produce varios cortes en los dedos, sin conseguir su propósito. Al verle en pie y con los brazos en alto, los soldados y los paisanos que han presenciado la increÃble hazaña retroceden, completamente espantados. Durante unos instantes, "El Empecinado" se convierte en el dueño absoluto de la situación. Se produce un gran alboroto: tocaban los tambores, corrÃan despavoridos quienes no tenÃan armas; y tanto las autoridades como el sacerdote o el verdugo se quedaron paralizados. Juan MartÃn, que lucha con ardor, aparta a manotazos a todos los que pretenden reducirle y consigue romper las filas de los soldados absolutistas. Luego dirán estos que le animaba el deseo de refugiarse en la Colegiata de Santa MarÃa. En su forcejeo, "El Empecinado" tiene la desgracia de que se le enreden los pies en la ropa, cayendo al suelo. Varios hombres se arrojan entonces sobre él, pero Juan MartÃn se resiste a recibir la muerte que quieren darle. Son necesarios nada menos que 10 hombres para obligarle a subir las escaleras de la horca. Alguien trae con presteza una gruesa maroma, y con ella le rodean el cuerpo. Con ayuda de varios voluntarios realistas le alzan la cabeza. El verdugo, que ya ha dispuesto todo lo necesario, le sujetó fuerte, cogiéndole por los cabellos. Rodeó su cuello con la cuerda de la horca. A una orden del Corregidor, se llevó rápidamente a cabo la sentencia de muerte. Al verle balancearse en el aire, las gentes que llenan la Plaza Mayor mostraron su júbilo con un ensordecedor griterÃo. Cobardes, lanzan sobre el cadáver de Juan MartÃn los últimos improperios hasta que, satisfechos con aquella monstruosidad, comienzan a abandonar lentamente el escenario de tan alevoso crimen... La gloria póstuma. Honras al héroe de Castrillo Asà terminó sus dÃas "El Empecinado". El valiente héroe que con tanta generosidad combatiera por sus ideales, el guerrillero que lo diera todo en su lucha por la libertad. De Castrillo a Roa; del Tormes al Duero; de Castilla la Vieja a Castilla la Nueva: los parajes de la Meseta castellana presenciaron sus hazañas, fueron testigos pacientes y silenciosos de esa trayectoria vital, gloriosa y dramática, que arrancara con el estrépito de la adolescencia y terminara yugulada de manera cruel. Por eso, "El Empecinado" ha de ser honrado y recordado por siempre; para que las gentes de ahora comprendan y sientan valores que (por desgracia) están empezando a olvidar: el valor, el esfuerzo, la lealtad, la amistad, el patriotismo. Juan MartÃn llevó, con hechos y no con palabras, todos estos ideales a su más alto y sublime grado. Fue necesario esperar hasta el final de la terrible Década Ominosa (1823-1833) para ver restaurada, pública y polÃticamente, la imagen de nuestro héroe. A ello contribuyó, sin duda, la llegada al poder de los liberales y la oleada de romanticismo propia de aquellos años. Recordemos las palabras que en 1836 pronunció el andaluz Pedro Antonio de Acuña y Cuadros, Presidente del Congreso: "¿ Quién puede olvidar al célebre guerrero conocido con el nombre del Empecinado ? ¡ Aquel hombre, hijo de la naturaleza, español que reunÃa el valor de todos los españoles de todos los siglos, aquel soldado intrépido que corrÃa al peligro, que tenÃa gusto en él, y cuyo corazón amistoso no pudo rendirse ni aun al pie de la horca, pues que allÃ, encadenado, acosado de infames realistas, pereció luchando, sostenido por su valor en el trance en que a todos los hombres les abandona !". El 23 de agosto de 1837, se celebró una sesión del Congreso de los Diputados destinada a "honrar la memoria de las vÃctimas sacrificadas por el despotismo desde el año 1823", poniendo a Juan MartÃn como ejemplo de patriota asesinado por los absolutistas: "Siguendo el triste curso de los años desde 1823, sobresale en el cuadro de los horrores y persecuciones que representa la España de aquella época, un patÃbulo levantado en Castilla, donde pereció su hijo predilecto, el Cid de nuestro siglo, el que compartió con Mina las mejores glorias de la guerra de la Independencia, y al que todos los españoles amantes de su Patria usurpaban con orgullo un apodo antes oscura, y ahora sobrenombre glorioso, que eternamente conservará la Historia, y que deben tener siempre a la vista los representantes del pueblo español: ¡ El Empecinado ! Terror un tiempo de los enemigos de la Patria y de la libertad, más grande, si cabe, en la muerte que en la vida, fue terror también de sus verdugos, terror de la ingrata y bárbara muchedumbre que creyó poder ver tranquila y segura la muerte del héroe de Castilla, y que huyó espantada al verle romper con imprevista furia los hierros que ligaban sus manos poderosas". En noviembre de aquel año, se acordó inscribir su nombre en el Salón del Congreso; junto a los de Riego, Manzanares, Miyar, Mariana Pineda y Torrijos. También entonces (concretamente en la sesión del dÃa 2) los diputados a Cortes aprobaron dar un acomodo monumental a los grilletes que llevara "El Empecinado", donados meses antes por el liberal segoviano Esteban Pastor López, ex-jefe polÃtico de Toledo y antiguo compañero de armas del homenajeado. De ello da fe el siguiente escrito parlamentario: "La Comisión de Recompensas Nacionales ha examinado la exposición con que D. Esteban Pastor ha presentado a las Cortes las esposas que ligaron las manos del malogrado D. Juan MartÃn (El Empecinado), y que rompió valerosamente al pie de la horca, y opina que deben conservarse con todo cuidado y aprecio, hasta que las circunstancias de la Nación permitan que se coloquen en un monumento que debe erigirse en la villa de Roa, al ilustre defensor de la independencia y la libertad de España, y declarar desde luego que las Cortes han recibido con el mayor agrado la ofrenda del señor Pastor. Las Cortes, sin embargo, resolverán lo más conveniente." Por desgracia, el monumento conmemorativo proyectado en Roa no se llevarÃa a cabo. Los restos de Juan MartÃn, por otra parte, fueron trasladados años después desde el camposanto raudense hasta la Colegiata de Santa MarÃa. Tras un primer emplazamiento provisional, que tuvo que ser modificado ante los constantes rumores de intentos de profanación, el cadáver serÃa depositado en la capilla de Doña Casilda de Salazar, situada en la columna central de la nave mayor de la Colegiata, junto al altar y al lado de la EpÃstola. Ya entonces, el Gobierno liberal habÃa pergeñado la idea de iniciar una suscripción para levantar un monumento en honor del caudillo guerrillero. Se iniciaron los preparativos para ello (y hasta el Ayuntamiento de Roa preparó un presupuesto que estimaba en 90696,17 reales el coste de la obra), pero una serie de dificultades motivaron que, en 1846, la Reina Isabel II decidió que el cenotafio conmemorativo se levantarÃa en la ciudad de Burgos. El ingeniero AgustÃn de Marcoartú y Amantegui serÃa el encargado de diseñar el cenotafio con las trazas que hoy tiene: templete de planta cuadrangular coronado por mÃnimos frontones y rematado por un obelisco. Para su ubicación, el Ayuntamiento burgalés eligió el solar de la antigua iglesia de la Victoria, muy cerca del Arco de Santa MarÃa. Sin embargo, ante los problemas que planteó el propietario de unos terrenos anejos al solar, las autoridades dispusieron levantar el monumento en la Plaza de la Libertad, junto a la Casa del Cordón. Las obras quedaron definitivamente finalizadas el 10 de febrero de 1855. Los restos de Juan MartÃn fueron solemnemente trasladados desde la Colegiata raudense hasta el monumento, siendo provisionalmente conservados en la capilla del Ayuntamiento, junto a los restos del Cid y de doña Jimena. La definitiva inhumación de los restos en el monumento conmemorativo tendrÃa lugar el 18 de febrero de 1856; asistieron a ella los señores Manuel de la Fuente Andrés (Ministro de Gracia y Justicia y miembro de la Comisión Organizadora), Juan Escorial y Gil, Ignacio MartÃn DÃez y Juan MartÃn. Introdujo la urna en el sarcófago el alcalde burgalés Ãngel Cecilia, quien hizo entrega de su llave al Ministro De la Fuente Andrés. En el sarcófago quedarÃa también depositada una caja de plomo con papeles que daban fe de la importancia histórica del "Empecinado". Y desde entonces, los restos de Juan MartÃn reposan en Burgos, la eterna Caput Castellae. Tanto Roa como Castrillo de Duero cuentan con sendas estatuas en su honor; y su inmortal apodo da nombre a calles de Burgos, Valladolid, Alcalá de Henares, Móstoles, Madrid, Alcobendas, Ibi, Hospitalet de Llobregat y Fuengirola... Todo es poco para perpetuar el recuerdo de este héroe castellano. (http://static.panoramio.com/photos/original/2037252.jpg) Título: BibliografÃa Publicado por: Maelstrom en Abril 07, 2011, 22:24:44 Cassinello Pérez, A.- Juan MartÃn "El Empecinado", o el amor a la libertad. Editorial San MartÃn, 1995.
Hernández Girbal, F.- Juan MartÃn "El Empecinado", terror de los franceses. Ediciones Lira, 1985. Olózaga, Salustiano de - Estudios sobre elocuencia, polÃtica, historia y moral. A. de San MartÃn, 1871. Pérez Galdós, Benito - Juan MartÃn "El Empecinado". CÃrculo de Lectores, 1996. Título: Re: "El Empecinado", un heroe castellano Publicado por: Salvaje en Abril 08, 2011, 01:03:29 Una historia épica, la del gran Empecinado, que aún hoy continúan los suyos:
(http://img35.imageshack.us/img35/8541/campanacandidatos8.jpg) (http://img35.imageshack.us/i/campanacandidatos8.jpg/) LA SAGA DEL EMPECINADO (sólo en los mejores cines) :icon_lol: Título: Re: "El Empecinado", un héroe castellano Publicado por: Barbilla en Abril 09, 2011, 02:41:26 Un grande "El Empecinado", y muy grande este hilo, para imprimirlo.
Enhorabuena y gracias. Título: Re: "El Empecinado", un héroe castellano Publicado por: S.P en Abril 09, 2011, 03:54:13 Un grande "El Empecinado", y muy grande este hilo, para imprimirlo. Como siempre Maelstrom, es increible lo de este hombre.Enhorabuena y gracias. Título: Re: "El Empecinado", un héroe castellano Publicado por: Montgomery Burns en Abril 09, 2011, 05:34:22 Gracias, comunero Maelström.
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