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Foros de Cultura y Deporte Castellano => Foro de Historia de Castilla => Mensaje iniciado por: Maelstrom en Septiembre 10, 2011, 17:33:57



Título: Las elecciones de 1936 en Valladolid
Publicado por: Maelstrom en Septiembre 10, 2011, 17:33:57
Vamos a examinar, en este modesto artículo, el desarrollo de las elecciones generales de 1936 en la ciudad de Valladolid, analizando las fuerzas que intervinieron en ellas y el comportamiento del electorado pucelano. Sin embargo, examinaremos antes las características socio-económicas, observando distintos aspectos de los vallisoletanos de aquella época para extraer las causas que tuvieron influencia sobre su comportamiento político-electoral.

Aspectos demográficos de Valladolid

A la altura de 1930, sólo dos municipios de la provincia de Valladolid cuentan con un censo superior a las 10.000 almas: Medina del Campo y la propia capital. Así, pues, prácticamente la única población urbana está representada en los 91.089 habitantes de la capital. Frente a un área rural caracterizada por el predominio de los pequeños municipios, la población capitalina acusa como rasgo distintivo la fuerte presión demográfica sobre el espacio disponible: en 1930, la ciudad de Valladolid alcanzaba una densidad de 460 habitantes por kilómetro cuadrado. De ahí que V. Bielza Laguna hablase de Valladolid como una provincia “de cabeza grande y cuerpo pequeño”.
¿Cómo eran los habitantes del Valladolid de la época? Según los datos, nos hallamos ante una ciudad eminentemente femenina (el 53,68% de sus habitantes son mujeres), joven (los menores de 25 años suponen el 51,87% del total) y, por ello mismo, más proclive a la soltería que a cualquier otro estado civil (el 60,35% de los vallisoletanos se encontraba en dicha situación).
Otra de las características del Valladolid de entonces era la inmigración, ya que esta ciudad recibirá aportes demográficos ajenos a ella, proporcionados por las áreas circundantes y las provincias limítrofes. Serán, pues, las oleadas migratorias quienes determinen la evolución demográfica pucelana. Es muy significativo que sólo el 45,25% de los inscritos en el censo de 1930 como habitantes de Valladolid hubiese nacido dentro del término municipal de esta ciudad. El resto de los aquí residentes procedía del éxodo rural, la inmigración oriunda de otras provincias o, en mucha menor medida, del extranjero:

Nacidos en la provincia – 22.670 (45,44%)
Nacidos en otras provincias – 26.529 (53,18%)
Nacidos en África – 45 (0,09%)
Nacidos en el extranjero – 638 (1,27%)

Por supuesto, estas personas no constituían un grupo homogéneo desde el punto de vista económico, ni pertenecían a las mismas categorías sociales. Se adscribían, por tanto, a marcos laborales bien diferentes, y se establecen en distintas áreas de Valladolid. Ello no es óbice para constatar una cierta preponderancia de los individuos que, desheredados en su lugar de origen, acuden a Valladolid en busca del sustento que puede proporcionarles su trabajo personal como asalariados. Junto a ellos, y de forma especial en los años 1920-1930, se encuentran una serie de grandes propietarios rurales que buscan en la ciudad una vida más cómoda y una promoción socio-cultural para sus hijos; aunque, eso sí, sin abandonar la dirección de sus fincas, a las que (gracias a la difusión del automóvil) pueden desplazarse con relativa facilidad...

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La población activa de la época

Al comenzar la década de los años 30, la población activa de Valladolid estaba integrada por 30.583 personas; (es decir, albergaba al 33,94% de la población total) y se estructuraba de la siguiente forma: un 3,24 % de la misma pertenecía al sector primario; un 45%, al secundario; y un 51,76% al terciario. Podemos decir, por tanto, que frente a un sector primario deprimido y localizado en áreas muy concretas de la geografía urbana, se alzaba una actividad industrial en franco desarrollo y un sector terciario que sigue detentando la primacía numérica, pese a su declive con respecto a épocas pasadas (en 1840, por ejemplo, alcanzaba nada menos que el 54% de la actividad laboral de Valladolid).

Distritos urbanos con predominio de clases medias y altas

Los asalariados manuales constituían el grupo más numeroso de la sociedad vallisoletana, y se encontraban (por ello mismo) diseminados a lo largo y ancho de la geografía urbana. Existían, no obstante, tres distritos en los que el proletariado aparecía (en comparación con otras zonas) como un elemento marginal y desdibujado entre una población de características bien diferentes a las suyas: nos estamos refiriendo al área que, estructurada en torno a las plazas Mayor, Fuente Dorada y Portugalete, se extendía sin solución de continuidad desde San Pablo hasta el Campillo de San Andrés (actual Plaza de España) y desde las proximidades del Poniente hasta la Plaza de Santa Cruz.
Puede hablarse de este espacio urbano como un núcleo homogéneo, con personalidad propia y distinta a la constatada para el resto de la urbe. Configura ese Valladolid antiguo y privilegiado al que suele aludirse con la denominación de centro capitalino. Núcleo rector de la vida pública, eje comercial y cultural de la ciudad, sigue siendo (como siempre ocurrió) la zona preferida por las clases acomodadas para fijar sus residencias. Las profesiones mejor consideradas alcanzan, por ello mismo, porcentajes muy superiores a la media capitalina. Baste decir al respecto que el 58,98% de los grandes propietarios (tanto agrícolas como industriales o comerciales) son vecinos de este cinturón urbano. Más representativo a nivel interno es el conglomerado humano incluido en la denominación de clases medias; pero son ambos estratos sociales los que (considerados globalmente) dan al conjunto esa imagen de barrios acomodados.
Así, el distrito de Fuente Dorada aparece como el más genuino representante de ese Valladolid acaudalado y prestigioso: un 14,28% de sus vecinos pertenece a la burguesía; un 43,29%, a las clases medias; y un 42,43%, al proletariado. Fuente Dorada, y también Portugalete, se incluyen en esta zona urbana de indudable cualificación social por la importante concentración de funcionarios medios en ellos existente; pero los estratos superiores (tanto profesionales liberales como altos funcionarios y grandes propietarios), aunque diseminados por el centro de Valladolid, muestran una especial preferencia por el distrito de la Plaza Mayor.

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Distritos urbanos con predominio de clase obrera

Configuran este grupo los distritos de Argales, Campo de Marte, Campillo, Museo, Chancillería y Puente Mayor; pues en todos ellos se alcanza la cota del 50% de población obrera establecida como barrera diferenciadora.
Ahora, bien, el que a simple vista (y en una primera clasificación general) estos sectores urbanos sean considerados como homogéneos no presupone que las diferencias entre ellos sean inexistentes. El simple hecho de que el porcentaje de obreros oscile entre un 74,52% de máxima y un 57,07% de mínima nos revela una distinta composición interna que no debe pasarse por alto.
Así, por ejemplo, los distritos de Campillo y Museo se hallan compuestos en su inmensa mayoría por el proletariado; pero en su seno podemos advertir tres unidades espaciales que se corresponden con otros tantos modelos sociales. Los barrios de San Isidro y Delicias (en el caso de Campillo) y los de Pilarica y Pajarillos (en el caso de Museo) eran áreas periféricas, carentes de infraestructura urbana y destinadas a ser ocupadas por las clases más modestas. Pero, más allá de los límites señalados, el proletariado conoce una paulatina reducción de sus efectivos. Este cambio se comprende simplemente con echar una ojeada al plano de Valladolid y comprobar que el nuevo orden de cosas tiene lugar en un ámbito diferente: los barrios de San Andrés y San Juan, respectivamente; o lo que es lo mismo, áreas de indudable cualificación socio-económica en comparación con los barrios periféricos.
El distrito de Chancillería, por su parte, era un mero continuador de la realidad descrita en las demarcaciones antes analizadas. Enclavado entre San Juan y la calle Portillo de Balboa, en Chancillería se circunscribían las zonas de La Magdalena y San Pedro; integrantes principales (y casi únicas) de este distrito electoral. Estas áreas nunca fueron atractivas para los inmigrantes que llegaban a Valladolid, pasando a ser ocupadas por el personal menos cualificado de la clase obrera, que representaba el 71,57% de los residentes en Chancillería.
Muy distinta era la situación del distrito de Argales, en el cual (junto a un 9% de población burguesa) observamos una importante cuantía de las clases medias (el 28,19% de los residentes) y un proletariado que es la clase mayoritaria, representando un 67,02% de los allí domiciliados. Pero se trata, sin embargo, de un proletariado cualificado, compuesto una considerable cantidad de ferroviarios: personas bien caracterizadas social y laboralmente, que gozan de condiciones socio-laborales semejantes y han desarrollado una mentalidad propia y bien característica. Estos trabajadores cualificados a los que nos referimos tendían a concentrarse, mayoritariamente, en las proximidades de las calles Niña Guapa, Asunción y Labradores...
En lo que al distrito de Puente Mayor se refiere, cabría caracterizarlo como un núcleo semi-urbano y jornalero. Situado en el extremo Noroeste de Valladolid, en él se incluían los barrios de San Nicolás (ubicado en la margen izquierda del Pisuerga) y La Victoria (el único núcleo poblacional de cierta entidad); pero una serie de espacios más reducidos, y diseminados por las dos orillas del curso fluvial, completaban el perfil de este distrito. En él coexistían sectores de proletarios sin cualificar junto a porciones de clases medias, reforzadas por la población conventual allí residente y el relativo desarrollo de las profesiones vinculadas al sector primario (que suponen un 39,1% de los trabajadores independientes domiciliados en Puente Mayor). Digamos, en consecuencia, que en este distrito tenían cabida dos sociedades tan diferentes como la urbana y la rural.
Por último, hemos de hablar acerca del distrito de Campo de Marte, en el cual existían fuertes contrastes. Era éste un distrito de amplitud superior a la media, que se estructuraba mediante un trazado longitudinal cuyos extremos iban desde la Plaza de España al Pinar de Antequera. En él se incluían las proximidades de la Acera de Recoletos; el barrio de San Ildefonso; y los barrios de La Esperanza, La Farola, La Rubia y un sector de Delicias. Como podemos ver, la demarcación de Campo de Marte estaba formada por áreas urbanas bien diferentes en cuanto a su naturaleza y significación socio-económica.

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Aires de cambio. La II República llega a Valladolid.

Como es bien sabido, las elecciones municipales del 12 de abril 1931 fueron determinantes para el advenimiento de la II República Española. Aquel día, los vallisoletanos votaron mayoritariamente a la conjunción republicano-socialista, que obtuvo 26 concejales (11 de Acción Republicana, 5 del Partido Radical Socialista y 10 del PSOE):


Alianza Republicana

  Medardo Iglesias Díez
  Virgilio Mayo Rubio
  Serafín Alcover Gómez-Caro
  Alberto González Ortega
  Andrés Torre Ruiz
  Apolinar Polanco Criado
  Manuel Gil Baños
  José Caballero Catalina
  Miguel de Tena García
  Bartolomé Vallejo Muñoz
  Saturnino Lamarca Molina

Partido Radical Socialista

  Enrique Pons Irureta
  Santiago Vega Fierro
  Juan Moreno Mateo
  Eugenio Curiel Curiel
  Valerio Vega San José

Partido Socialista

  Alfredo García Conde
  Federico Landrove Moíño
  Eusebio González Suárez
  Teófilo Salgado Martínez
  Tomás González Cuevas
  Víctor Valseca Rodríguez
  José Garrote Tebar
  Remigio Cabello Toral
  Mariano de los Cobos Mateo
  Antonio García Quintana

Izquierda Liberal

  Agustín Enciso Briñas
  José López Rumayor
  Isidoro Sánchez Hernández
  José Fernández de la Torre
  Pantaleón Muñoz Muñoz
  Marcelino Alonso Arias
  Jesús Sáez Escobar
  Joaquín Álvarez Taladriz
  Luis Cuenca Agudo
  Isidoro de la Villa
  Emilio Segoviano Rogeró

Derecha Regional

  Jesús Rivero Ramos

Centro Constitucionalista

  Cesar Silió Beleña
  Sebastián Criado del Rey
  Adriano Rubio Díez

Liberal Conservador

  Manuel Carnicer Pardo
  Luis Altoaguirre Olea
  Tomás Tabarés Samaniego

La llegada de la II República fue festejada por todo lo alto en Valladolid. Las multitudes no tardaron en agruparse en torno al Círculo Republicano y a las Casa del Pueblo, donde republicanos y socialistas dirimieron qué pasos dar, no sin antes asegurar al Gobernador y al Capitán General que velarían por el mantenimiento del orden público. Poco después, cientos de personas penetraron en el Salón de Plenos del Ayuntamiento pucelano con vivas y aplausos; mientras una impresionante manifestación paseaba la bandera republicana por las calles. Desde el balcón de la Casa Consistorial, el veterano republicano Eustaquio Sanz T. Pasalodos proclamaba la República y la declaraba oficialmente en la ciudad. Inmediatamente, tomó posesión como nuevo alcalde el socialista Federico Landrove Moiño. Natural de El Ferrol (1883), Landrove residía en Valladolid desde abril de 1911, tras ganar por oposición una plaza de profesor numerario de Aritmética y Geometría en la Escuela Normal de Maestros con sueldo de 3000 pesetas. Su llegada a Valladolid coincidió con la madurez de la Agrupación Socialista Vallisoletana, en la que no tardaría en ingresar y en trabar amistad con dos de sus impulsores: Remigio Cabello y Óscar Pérez Solís.

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Partidos y grupos políticos en el Valladolid republicano

Antes de proseguir, hemos de reseñar (aunque sea muy brevemente) los partidos políticos que actuaban en el Valladolid republicano, tanto derechistas como izquierdistas.
En lo que a las fuerzas conservadoras se refiere, en la ciudad del Pisuerga actuaban el Partido Republicano Radical (en el que militaron personalidades tan relevantes como Julio Guillén, Ángel Altés, Ciro de la Cruz, Apolinar Polanco, José María Stampa, Eustaquio Sanz T. Pasalodos o Santiago Alba); la Derecha Republicana Conservadora (que dejaría paso al Partido Republicano Conservador, presidido a nivel provincial por Vicente Guilarte); los agrarios (representantes de los intereses de la acrisolada aristocracia castellana); Acción Nacional (en la que militaría Rafael Alonso Lasheras, carismático líder del sindicalismo católico vallisoletano); los tradicionalistas y Renovación Española (al frente de la cual figuraban Manuel Semprún y el Conde de Gamazo).
Mención aparte merece el movimiento ultraderechista de las Juntas Castellanas de Acción Hispánica (JCAH), fundadas en 1931 por Onésimo Redondo, el estudiante de Medicina Jesús Ercilla y su hermano Francisco, Emilio Gutiérrez Palma y Narciso García Sánchez; las JCAH se incorporarían algo después a las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) de Ramiro Ledesma, cuya sede radicaba en la calle Alonso Pesquera. Como es bien sabido, el 4 de marzo de 1934 tendría lugar, en el vallisoletano Teatro Calderón, el acto en que que Falange Española y las JONS se fusionaron definitivamente, y a él acudirían falangistas de Madrid, Salamanca, Zamora, Palencia, León y Bilbao; así como representantes de Asturias, Santander y Burgos (al término del mitin, tuvieron lugar varias refriegas entre los asistentes al acto y grupos de izquierdistas). Movimiento minoritario y peculiar por su metodología política (“la acción directa al servicio de la Patria”), el falangismo vallisoletano será lúcidamente analizado por Dionisio Ridruejo, protagonista y testigo de aquellos momentos:

“El falangismo vallisoletano, de fuerte raíz local, no era en efecto, la misma cosa que el madrileño. Había nacido de otro modo. El movimiento que venía esforzándose por otorgar a Valladolid la capitalidad fáctica de Castilla no lo inventaron los falangistas, jonsistas y nacionalistas de las Juntas Hispánicas de Onésimo Redondo. Todo movimiento que quiere destruir y suceder a otro anterior, debe asumirlo en cierta medida. Y lo que los falangistas debían asumir era no poco de lo que los liberales habían puesto muchos años en los Campos Góticos cerealistas: un poderoso movimiento de intereses que trataba de quitarle importancia a Madrid y oponerse competitivamente a la periferia industrial […]. En este sentido, quienes estudien en el futuro el falangismo vallisoletano no podrán dejar de lado el hecho de que éste era una variante, más radical y, por supuesto, antiliberal y tradicionalista, del agrarismo castellano-leonés […]. Era integrista, bronco, duro y violento”.

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Título: Las elecciones de 1936 en Valladolid (II)
Publicado por: Maelstrom en Septiembre 10, 2011, 17:41:40
(http://www.elnortedecastilla.es/prensa/noticias/201104/10/fotos/6315286.jpg)

Ahora, ha llegado el momento de referirnos a las fuerzas políticas de tendencia izquierdista que actuaban en el Valladolid de aquel período. La azañista Acción Republicana (fundada en 1925), se hizo notar en Valladolid desde 1929, aunque no se consolidará hasta la llegada de la II República. Presidida por el prestigioso intelectal Andrés Torre Ruiz (que llegará a ser rector de la Universidad pucelana), contará asimismo con figuras políticas como Manuel Gil Baños, Isidoro Vergara, Gonzalo Iglesias, José A.G. Santelices o Eduardo López Pérez. Izquierda Republicana (surgida a escala nacional en 1934, a partir de la fusión de Acción Republicana con el Partido Radical Socialista y los republicanos gallegos de Casares Quiroga) heredaría prácticamente todos los recursos humanos y materiales de la primigenia Acción Republicana en Valladolid. El Partido Radical Socialista, por su parte, obtendría una inmejorable representación edilicia en el Ayuntamiento vallisoletano; siendo Enrique Pons, Juan Vega y Enrique Curiel sus principales auspiciadores. Tampoco hemos de olvidar a la Unión Republicana Femenina: presidida por María López de Landrove, esta organización difundirá el feminismo y el republicanismo entre las féminas de Valladolid. Por lo demás, poco podemos decir del PCE y la CNT, cuyas secciones vallisoletanas fueron débiles, menguadas en número de simpatizantes y poco efectivas; en 1931 sólo existían en la ciudad del Pisuerga 15 afiliados comunistas y 140 anarco-sindicalistas...

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Las fuerza hegemónica de la izquierda vallisoletana será, sin lugar a dudas, el PSOE, apoyado en el enorme poder que le daba su central sindical afín, la UGT. La historia del movimiento obrero vallisoletano se halla íntimamente ligada al Partido fundado por Pablo Iglesias, y gracias a esta formación política, las reivindicaciones obreras que se producían tanto en la capital como en la provincia transcurrieron por cauces de orden y responsabilidad, contribuyendo en gran medida al logro de considerables mejoras político-sociales, sin recurrir nunca a los extremismos y creando un clima de gran tranquilidad colectiva. Prueba de ello es que en la ciudad de Valladolid (y su provincia) no se produjeron incidentes revolucionarios durante los primeros cuatro años de la II República, pues incluso la Revolución de 1934 apenas tuvo una mínima relevancia en Medina de Rioseco, siendo muy poco significativa. Y sólo en los últimos meses del régimen republicano, las provocaciones fascistas y la tensión interna en el PSOE lograrían que ciertos miembros de este partido intervinieran en los incidentes violentos, consecuencia lógica del avanzado proceso de radicalización política que atravesaba España.
En Valladolid, el PSOE estaba dirigido por personas de corte moderado. Su representante más significativo era Remigio Cabello, hombre de fuerte personalidad, de gran prestigio, que llegaría a ocupar los más altos cargos en la Comisión Ejecutiva del Partido, a nivel nacional. Del carácter moderado del socialismo vallisoletano hay abundantes pruebas. Veamos, por ejemplo, un editorial del periódico socialista local “Adelante”, fechado el 26 de marzo de 1933:

“[...] los socialistas representamos algo visible en el campo obrero, en el que hay dos sectores: un sector pasional y otro reflexivo. La pasión crea lo más deleznable; sobre la pasión no se pueden cimentar obras de provecho. Sobre la razón se cimentan tipos de civilización y de cultura. Por eso nosotros representamos la cultura del movimiento obrero”.

La UGT, por su parte, contaba en 1931 con nada menos que 13.182 afiliados en la provincia de Valladolid. En el resto de Castilla-León, Salamanca contaba con 9.753 afiliados; Ávila, con 6.060; León, con 5.252; Zamora, con 3.875; Burgos, con 2.347; Palencia, con 2.122; Segovia, con 1.503; y Soria, con 935. En la provincia de Valladolid existía, además, un importante contingente de obreros afiliados al ugetista Sindicato Nacional Ferroviario (SNF): según los datos expuestos en el Congreso ugetista de 1932, unos 2.916 ferroviarios vallisoletanos militaban en el SNF, presidido a nivel nacional por el socialista Trifón Gómez San José (oriundo de Zaratán). Es indudable, pues, que en Valladolid está implantada por absoluta firmeza la UGT, que controla a los obreros agrícolas (en la provincia) y a los sectores laborales como el ferroviario, la contrucción y la metalurgia (en la capital).
Ahora, hemos de referirnos a la importancia de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT) en la provincia vallisoletana. Surgida en junio de 1930, la FNTT era la sección agraria de la UGT; y según la Memoria de su Congreso de 1932, en aquel mismo año tenía 146 secciones repartidas por toda la provincia, lo que convertía a Valladolid en la tercera provincia en cuanto a número de secciones de la Federación a nivel nacional...
Para hacernos una idea de cual era la situación de la FNTT en la provincia de Valladolid en relación al resto de las provincias de Castilla-León; diremos que, mientras Valladolid cuenta con 11.009 federados (repartidos entre las mencionadas 146 secciones), Burgos tiene 4.151 federados (78 secciones), Palencia 4.346 (85), Salamanca 8.008 (100), León 3.309 (55), Zamora 2.651 (38) y Segovia tan sólo 540 (13). A nivel nacional, Valladolid se situaba en el puesto nº 13 por cantidad de federados de la FNTT; mientras que Salamanca estaba en el 20, Palencia en el 24, Burgos en el 26, León en el 28, Zamora en el 31 y Segovia en el 39.

Los vallisoletanos ante las urnas

Históricamente, la etapa que va de 1931 a 1931 está repleta de ilusiones, proyectos de reformas culturales y socio-políticas que pretendían la modernización de España. Pero las convulsiones y enfrentamientos políticos, los radicalismos y un clima social crecientemente conflictivo acabarían por hacer fracasar los objetivos de las II República.
En Valladolid, las frustradas reformas propuestas durante en bienio azañista acabarían por fomentar un proceso de derechización que motivaría el triunfo de las candidaturas conservadoras en los comicios de 1933; en contraste con la aplastante victoria de la conjunción republicano-socialista en las elecciones de junio de 1931. Pese al muy considerable predominio del PSOE y la UGT en toda la provincia de Valladolid, los electores se habían decantado por las opciones conservadoras. ¿Qué pasaba, pues, para que las gentes de la provincia no votaran a las izquierdas? Según parece, muchos de los adeptos al sindicalismo socialista lo eran sólo en función de una coyuntura favorable (no olvidemos que el PSOE participaba en el Gobierno republicano), y en cuanto se hizo previsible una caída del poder de los socialistas, como ya se preveía en el segundo semestre de 1933, muchos de ellos abandonaron “sus ideas socialistas”. Si a ello le añadimos el progresivo radicalismo que se estaba implantando en el PSOE, comprenderemos la pérdida de apoyo sufrida.
Observemos a continuación los resultados electorales de 1931 en la provincia:

Isidoro Vergara Castrillón (Acción Republicana) – 35.943 votos
Remigio Cabello Toral (PSOE) – 30.718
Luis Araquistain Quevedo (PSOE) – 30.160
Vicente Sol Sánchez (Partido Radical Socialista) – 29.662
Pedro Martín y Martín (Agrario) – 25.713

Por el contrario, en los comicios de 1933 serían las derechas coaligadas quienes obtendrían un sonado éxito:

Antonio Royo Villanova (Agrario) – 69.224
Blas Cantalapiedra Gutiérrez (Agrario) – 66.438
Pedro Martín y Martín (Agrario) – 67.212
Luciano de la Calzada Rodríguez (Acción Popular) – 64.358
Federico Landrove Moiño (PSOE) – 39.447
Eusebio González Suárez (PSOE) – 38.158

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El Frente Nacional y el Frente Popular

De cara a las elecciones de 1936, los partidos políticos de corte conservador trataron de agruparse en una alianza común. El núcleo dirigente de Acción Popular se pondrá a trabajar en la tarea de crear un gran bloque derechista en el que se incluyan las dispersas organizaciones locales, provinciales y regionales que defiendan los principios a los que nos referimos.
No obstante, donde con mayor fuerza arraigará la idea agrupacionista es en el campo de las izquierdas. El resultado será la formación del Frente Popular, una coalición electoral integrada por Izquierda Republicana, Unión Republicana, PSOE, PCE, POUM, Partido Sindicalista, Partido Republicano Federal y ERC. Se trataba de un bloque izquierdista muy compacto, orquestado a nivel nacional y preparado para evitar la dispersión de votos.

La fallida unión de las derechas y la proliferación de sus candidaturas

El esquema esbozado a nivel nacional es aplicable al caso vallisoletano. Aquí, como en otras provincias, se sintió la necesidad de una coalición de derechas lo más amplia posible. Todos sus hipotéticos integrantes la propugnan, la mayoría de ellos estuvieron dispuestos a deponer sus aspiraciones ideológicas en aras de un programa mínimo aglutinante; pero muy pocos hicieron prevalecer dichos ideales por encima de los intereses personales. Sin el último requisito, la unión era inviable, y bien pronto se comprobaría su inexistencia. Veamos, sin embargo, como evolucionaron los acontecimientos y deduzcamos las causas concretas que la impidieron.
El agrarismo fue a menudo a bandera política enarbolada por los candidatos derechistas de la provincia de Valladolid. A su sombra lograron los dos escaños de la minoría en 1931 y los cuatro de la mayoría en 1933. No constituían, sin embargo, un núcleo compacto; se trataba de personalidades aisladas, sobradas de prestigio personal pero carentes de un sólido respaldo organizativo... Pero esto se encargaría de proporcionarlo la formación política denominada Acción Popular Agraria, que no tardaría en convertirse en la más fuerte agrupación derechista de la provincia. A ella le corresponderá, pues, actuar como eje de cohesión entre los grupos conservadores que debían integrarse en la candidatura contrarrevolucionaria. Del mismo modo, será Acción Popular Agraria la que realice el esfuerzo de coordinar su indudable implantación en toda la provincia con la necesaria coalición entre todas las derechas. Las pautas arbitradas para conseguirlo pronto se harán públicas: el día 17 de enero de 1936, los periódicos de Valladolid dan cuenta de la reunión celebrada por el comité provincial de dicho partido, e insertan la nota enviada a sus respectivas redacciones con las conclusiones allí obtenidas. Tras recordar que es posible el triunfo de una candidatura íntegramente formada por miembros de Acción Popular Agraria, el comunicado añade que “en aras de una unión contra-revolucionaria y por una atención que cumple gustosísima hacia los demás partidos de derechas, cede en favor de ellos un puesto en la mencionada candidatura”. Se anuncia, por último, que los hombres designados para defender los siglas son los señores Luciano de la Calzada Rodríguez (catedrático de la Universidad de Valladolid), Germán Adánez Horcajuelo (notario) y Amando Valentín Aguilar (agricultor).
Con ello, ha aparecido el primer obstáculo para la formación de una única candidatura de significación derechista. Nadie duda la implantación cedista en la provincia de Valladolid, ni siquiera se pone en tela de juicio la valía de los designados; pero el que haya sido una decisión unilateral de un partido, y no el resultado de un acuerdo pactado  entre los distintos líderes conservadores locales, genera las primeras tensiones.
Las reacciones no se hacen esperar y, al día siguiente, el Partido Agrario (en un tono de indudable cariz conciliador) aconseja a Acción Popular Agraria la convocatoria de una reunión entre todos los representantes de las fuerzas derechistas. De ella, consideran los agrarios, debe salir un comité electoral encargado de confeccionar la candidatura y determinar la campaña propagandística a seguir. Más duros son los comentarios de El Norte de Castilla, que califica de inadmisible la postura de un partido que, en su opinión, “necesitado de apoyos externos en otras circunscripciones, esgrime su fuerza en nuestra provincia e impone una candidatura propia”. Concluye, por tanto, responsabilizando a Acción Popular Agraria de cuanto ocurra el día de las elecciones.
La decisión de Acción Popular Agraria es, sin embargo, irreversible; su única concesión a la posible coalición derechista es la cesión de un puesto a cubrir por quien designen los distintos grupos implicados. Todo parece indicar, que ese puesto nunca salió (permítasenos la expresión) a concurso público; más bien fue un formulismo encargado de dar apariencia democrática a la ya decidida colaboración con los monárquicos. La rapidez con que se suceden los acontecimientos posteriores parecen ratificar nuestra opinión: el día 26 de enero se desvela ya la identidad del monárquico que luchará, junto a los representantes de Acción Popular Agraria, por los cuatro puestos de las mayorías. La personalidad designada para tal cargo resulta ser Juan Antonio Gamazo Abarca, y con su nombramiento se completa la candidatura conservadora, al mismo tiempo que se hace realidad un objetivo ya propugnado con anterioridad por el Diario Regional: la consecución de una lista electoral derechista en la que cada candidato tiene rasgos específicos, capaces de atraer a los distintos tipos de votantes.
Así, Luciano de la Calzada simboliza al hombres joven, formado en el marco de la República (fue elegido diputado en las elecciones de 1933, como ya hemos reseñado) y, como tal, no ligado a las corruptelas de la vieja política conservadora. A ello une, según el Diario Regional, una vigorosa oratoria capaz de encender el entusiasmo de los oyentes. El racionalismo y la serenidad de espíritu distinguen, por el contrario, a Germán Adánez, Decano del Colegio Notarial vallisoletano. La preocupación social del catolicismo practicante, así como la condición agraria de buena parte de los vallisoletanos, se aúnan en la persona de Amando Valentín: sus avales son su cargo de Secretario de la Asociación Católica de Escuelas y Círculos Obreros y la confianza demostrada por los agricultores vallisoletanos al nombrarle, en 1932, Presidente de la Junta Local de Tenedores de Trigo de Valladolid. Por otra parte, nadie mejor para defender los intereses más conservadores que una personalidad como Juan Antonio Gamazo Abarca; monárquico de prestigio nacional (fue uno de los directivos del efímero Círculo Monárquico Independiente), diputado por el distrito de Medina del Campo en 1920 y 1923, miembro de la nobleza castellana y representante del mundo de las altas finanzas (ocupaba, entre otros cargos, la Presidencia de la Azucarera Peninsular, pertenecía a la directiva de Carburos Metálicos y era Consejero de los Bancos de España y de Crédito Industrial).
De esta candidatura conservadora (que “debe ser votada por todos los elementos de derechas, no sólo los que sientan en católico, sino los que tengan mero espíritu de conservación”) se hallan ausentes, sin embargo, los elementos más netamente agraristas. No afirmamos con ello el rechazo, ni siquiera el olvido, de los principios agrarios, y para comprobarlo basta con recordar que se alude a ellos en la denominación del partido mayoritario en esta candidatura (Acción Popular Agraria) y que uno de sus representantes se halla ligado de forma particular y directa a la agricultura. No nos extraña, tampoco, la falta de entendimiento entre los promotores de esta candidatura y el Partido Agrario, que ya se constató en otras ocasiones; pero resulta paradójico no encontrar en ella a políticos derechistas de marcada significación agraria que, sobrados de carisma personal, habían demostrado su capacidad de atracción popular y contaban con el respaldo de una experiencia político-legislativa. Tal es el caso de Pedro Martín y Martín, diputado por Valladolid en 1931, miembro en 1932 de la Comisión encargada de asesorar al Gobierno republicano en lo referente a la cuestión triguera y, de nuevo, parlamentario por Valladolid tras las elecciones de 1933. También echamos en falta la presencia en esta candidatura de Antonio Royo Villanova: figura señera de la política vallisoletana, defensor de los intereses castellanos frente a las pretensiones de Cataluña, hombre respetado por los electores y siempre apoyado por El Norte de Castilla. Según parece, Gil Robles le ofreció un puesto en la candidatura conservadora por Valladolid, pero, ante la exclusión de la candidatura oficial por la mayoría, Royo Villanova rechazó toda oferta de presentarse por la minoría, junto al radical Joaquín María Álvarez Taladriz. Al final, el político que nos ocupa acabaría presentándose por la candidatura contrarrevolucionaria de Madrid, figurando en ella como independiente.
Con todo, los de Pedro Martín y Antonio Royo Villanova no fueron los únicos casos de marginación; ya que a ciertas personalidades que no podían presentarse por otras provincias y que tampoco estaban dispuestas a retirarse de la contienda electoral no les quedó más remedio que incardinarse en candidaturas independientes...
Así, el día 21 de enero sabemos que el Partido Radical propone como candidato a Joaquín María Álvarez Taladriz y que Pedro Martín está dispuesto (si no se consigue la unión entre fuerzas conservadoras) a presentarse “bien en solitario, bien completando alguna candidatura de legítima significación derechista”. Tampoco el Partido Agrario tardará en hacer pública su decisión de designar un candidato para la próxima contienda electoral, y no dos, como en principio había anunciado. La elección recaerá en Juan Antonio Llorente.
Unos y otros intentan demostrar su filiación derechista, y la defensa de unos intereses similares a los representados por la candidatura oficial de derechas. Si Pedro Martín alude a las 21 intervenciones parlamentarias que realizó en la anterior legislatura para defender a la agricultura castellana o en repulsa por la violencia acaecida en la ciudad de Valladolid, a Llorente se le presenta como un hijo de labradores y devoto católico. Se recuerda, para demostrarlo, su paso por la presidencia del Sindicato Agrícola Católico de Valladolid y, con posterioridad, de la Federación de Sindicatos Agrícolas Católicos de la provincia, así como su participación en el Consejo de la Confederación Católica Agraria. Por su parte, el candidato radical (señor Álvarez Taladriz) hace continuas profesiones de fe católica y resalta la actitud contrarrevolucionaria demostrada por Lerroux en 1934.
En los días sucesivos continuarán las designaciones de candidatos, y cuando por fin se reúne la Junta Electoral para proceder a la proclamación oficial de los aspirantes, la mesa presidencial debe recoger 57 propuestas. Bien es verdad que no todos los presentados tiene intenciones de participar en el juego electoral; pretenden, tan sólo, seguir de cerca el proceso y atribuirse funciones fiscalizadoras en los distintos colegios electorales. En otros casos, los proclamados reconsideran sus posiciones y renuncian de forma expresa a ser votados. Así lo hace el centrista Medina Bocos, pues juzga que su candidatura puede entorpecer el triunfo de las derechas y se apresura a retirarla. Idéntica medida adopta el Partido Republicano Conservador con su candidato, el señor Guilarte. La Junta Suprema del monárquico Partido Nacionalista Español, por su parte, suprimirá la candidatura que había presentado el periodista José Martín Villapecín por la provincia de Valladolid.


Título: Las elecciones de 1936 en Valladolid (III)
Publicado por: Maelstrom en Septiembre 10, 2011, 17:50:21
Con estas renuncias, el panorama político provincial comenzó a clarificarse; pero seguían existiendo más personalidades de significación conservadora que puestos a cubrir en las candidaturas. Una y otra vez, los miembros de las candidaturas incompletas basaban su existencia en la necesidad de acabar con la revolución de manera rotunda, y en Valladolid (añaden) ello es sinónimo de obtener, al menos, cinco de los seis escaños que tiene asignados la provincia:

“El triunfo de la revolución en Valladolid es que salgan dos socialistas. Para que ésto ocurra no es necesario realizar la elección”.

Acontecimientos pretéritos habían demostrado que dicha pretensión no era descabellada, y se intentó comprobarlo por vía matemática. En 1933, la candidatura de derechas obtuvo el triunfo con un superávit de 50.000 votos; a su vez, la candidatura formada por radicales y mauristas consiguió 57.347 sufragios. Sin embargo, unos y otros fracasaron estrepitosamente, porque los socialistas (con 39.000 votos en el mejor de los casos) se hicieron con los dos escaños de la minoría, que fueron ocupados por Eusebio González Suarez y Federico Landrove. Según los cálculos de los conservadores, el resultado podría repetirse,e incluso mejorarse; pero de poco serviría sí, una vez más, los sufragios se dispersaban entre varias personalidades. Para evitar tal posibilidad, se propone la unión de todos los grupos derechistas minoritarios y la designación conjunta de un candidato único. El proyecto adquiere ciertos visos de realidad cuando Acción Popular Agraria lo apoya y declara que, si se lleva a la práctica, “es el momento de pensar en una ampliación de la candidatura antirrevolucionaria”.
Todos lo consideran el camino adecuado y se convoca una reunión entre todas las fuerzas implicadas. La persona a designar para cubrir ese quinto puesto es ahora el motivo de las discordias y, ante la falta de consenso existente en Valladolid, se reserva la decisión a los jefes nacionales de los respectivos partidos políticos. Nunca sabremos con exactitud la evolución de tales conversaciones, ya que las opiniones dadas al respecto por la prensa local son divergentes. La intransigencia demostrada por Santiago Alba es, para el Diario Regional, la nota más sobresaliente: a él se atribuye la determinante decisión de no retirar a su candidato (Álvarez Taladriz), e incluso (según continúa diciendo el diario católico) “intentó convencer a Gil Robles para que designase a Taladriz como único representante de las minorías. No niega El Norte de Castilla los deseos de Santiago Alba; pero los presenta como un mero reconocimiento a la mayor fuerza de su partido y, sobre todo, como un anhelo compartido con Gil Robles.
Aceptemos, pues, la reticencia del Partido Radical a perder su identidad; pero no califiquemos su actitud mientras no conozcamos su auténtica posición. Si contaba con mayor implantación, era lógico cederle la representación; de no ser así, sobre él recaería la responsabilidad... Pero el electorado será quien tenga la última palabra, y de ello daremos cuenta a su debido momento...
En vista de que la unión de todas las fuerzas conservadoras era imposible, no quedaba más remedio que participar en el juego electoral por separado, cada una con su fuerza y sus medios. Así, el 16 de febrero de 1936 el votante conservador pudo elegir entre cuatro candidaturas: una completa, calificada por sus promotores como la auténtica fuerza contrarrevolucionaria, formada por la CEDA y los monárquicos; una radical-albista integrada por un sólo hombre (Joaquín María Álvarez Taladriz); la del Partido Agrario y la compuesta por los falangistas Onésimo Redondo y José Antonio Primero de Rivera. Hemos de reseñar que la Falange no tuvo cabida, por más que lo lamentase el Diario Regional, en las negociaciones previas al nombramiento de candidatos derechistas.
En circunstancias tales, los votantes conservadores podrían mostrar su oposición a las ideas revolucionarias haciendo triunfar a la candidatura oficial y, al menos, a un candidato independiente.

El Frente Popular: la disciplina como base de su candidatura

Como el número de candidatos asignados a cada facción política venía impuesto desde Madrid; la única iniciativa concedida a las agrupaciones provinciales fue la de decidir la identidad personal de quienes debían ocupar tales puestos. De esta forma se redujeron al mínimo las posibles desavenencias en estos ámbitos, aunque (al parecer) no se anularon del todo...
Pocas noticias tenemos al respecto sobre lo ocurrido en Valladolid, ya que la prensa local evita toda referencia a las fuerzas del Frente Popular. Debemos esperar al día 5 de febrero para que el católico Diario Regional difunda en sus páginas la composición de la candidatura frentepopulista. Sabemos entonces que acudirán a las elecciones los señores Federico Landrove López y Eusebio González Suárez, ambos del PSOE; y que juntos a ellos se hallarán Álvaro Díaz Quiñones (Unión Republicana) e Isidoro Vergara Castrillón (Izquierda Republicana). Todos ellos son objeto de comentarios descalificadores, y son presentados como personajes sin ningún carisma, egoístas y ambiciosos, faltos de escrúpulos y sin otro ideal que el de conseguir sus actas de diputados. Al mismo tiempo, se hace gran hincapié en señalar el origen humilde de algunos, empleando un tono peyorativo y ofensivo. Por ejemplo, el socialista González Suárez es definido de esta guisa:

“Un hombre procedente de un malhadado taller de donde el azar le sacó un buen día […] un esforzado trabajador […] que no volverá a ver la imprenta".

Díaz Quiñones, por su parte, es “un ilustre desconocido que parece que fue gobernador en el inolvidable bienio social-azañista”. Sin embargo, el Diario Regional se remite con suma precaución a la biografía de Isidoro Vergara Castrillón, y evita decir que, además de ilustre representante del republicanismo vallisoletano, fue miembro de la Junta de Gobierno del Ateneo madrileño hasta su elección como diputado por Valladolid en 1931. Por si fuera poco, por aquel entonces llegó a ser el candidato vallisoletano más votado (obtuvo 35.943 sufragios) y desempeñó con posterioridad el cargo de Subsecretario de Hacienda.
El Diario Regional atribuye la inclusión del catedrático Federico Landrove en la candidatura frentepopulista vallisoletana por su actuación como abogado tras la Revolución de 1934 y, sobre todo, a la ausencia de personalidades más relevantes dentro del PSOE... Pero, por el momento, recordemos que su padre, F. Landrove Moiño, tenía una trayectoria política nada desdeñable: en 1917 el distrito electoral de Campillo le eligió como concejal; como también harían los electores de Campo de Marte en 1931, accediendo poco después a la alcaldía de Valladolid. Actuará como primera autoridad local en el Consejo Local de Primera Enseñanza y en la Junta del Patronato de Formación Profesional; pero no tardará en hacerse notar a nivel nacional: será Director General de Enseñanza Primaria entre el 30 de mayo y el 24 de agosto de 1933, ocupación que compaginará con su labor como Delegado de los Servicios Hidráulicos del Duero.
Menos datos pueden aportarse, por otra parte, sobre Eusebio González Suárez y Álvaro Díaz Quiñones. Del primero, conocemos su elección como concejal socialista del Ayuntamiento vallisoletano en 1931, su condición de Diputado por la provincia de Valladolid durante el bieno radical-cedista, su predicamento dentro del socialismo pucelano y su designación como Presidente de la Casa del Pueblo. De Díaz Quiñones, en cambio, tan sólo podemos señalar que nunca accedió a las esferas superiores del poder legislativo, ya que nunca ocupó el cargo de diputado o senador. Buena prueba de ello es el procedimiento que empleó para convertirse en candidato: como no pudo proponerse a sí mismo, se hizo con el aval de sus compañeros de candidatura González Suárez y Vergara Castrillón.

(http://www.elnortedecastilla.es/prensa/noticias/201101/02/fotos/5364802.jpg)

Sin embargo, una gran ausencia se deja sentir entre quienes forman parte de la candidatura frentepopulista: la de Remigio Cabello Toral. Según parece, este veterano socialista fue derrotado en las votaciones para designar candidatos, viéndose obligado a retirarse de toda participación en los comicios. Nacido en 1869, Remigio Cabello fundó la Agrupación Socialista Vallisoletana en 1894, de la que no tardaría en ser elegido Secretario General. Dirigente de la Sociedad Tipográfica, participaría en la creación de la Casa del Pueblo de Valladolid, administrando además los periódicos socialistas locales Adelante y Tiempos Nuevos. Defensor incansable del movimiento obrero, Remigio Cabello sería designado representante de la Federación Regional de Castilla la Vieja en el Comité Nacional del PSOE, y no necesitó de la reelección para permanecer al frente de este organismo, ya que en abril de 1931 fue nombrado Presidente de la Comisión Ejecutiva socialista, permaneciendo en este cargo hasta la celebración del XIII Congreso Nacional del PSOE, celebrado en 1932. En esta ocasión, las votaciones ya no le serían tan favorables como en la vez anterior, y tuvo que conformarse con el cargo de Vicepresidente del Partido. Elegido diputado en 1931, Remigio Cabello consigue una posición en la política que, a juicio de El Norte de Castilla, “posiblemente mereció mucho antes de ahora”. Su paso por las Cortes será, sin embargo, efímero: nunca más volverá a ocupar un escaño porque, en noviembre de 1933, los electores vallisoletanos no le otorgarán su confianza sino después de dársela a sus compañeros de candidatura Federico Landrove y Eusebio González Suárez. A pesar de esta notable trayectoria en el seno del socialismo pucelano, Remigio Cabello será apartado de la candidatura del Frente Popular, como ya hemos dicho, hecho que la prensa local atribuye a la progresiva radicalización del PSOE y a la consiguiente marginación de los hombres más adeptos a la corriente de Indalecio Prieto.

(http://www.elnortedecastilla.es/prensa/noticias/201101/02/fotos/5364804.jpg)

Sea como fuere, lo cierto es que los integrantes de la candidatura del Frente Popular en Valladolid dieron una imagen de unión, demostrando una disciplina tajante. Ningún electoral vallisoletano que desease votar a opciones de izquierda se vería obligado a discernir entre posibilidades afines; ningún sufragio iba a dispersarse, ya que esta candidatura completa y única se encargaría de concentrarlos.

La propaganda profusa y triunfalista de las derechas coaligadas

Pasados los primeros días del nuevo año 1936, la temática religiosa y festiva, propia de las fechas navideñas, es sustituida en el ánimo de los vallisoletanos (y también de la prensa local) por otra de signo diferente, aunque no menos atractiva: la referida a la próxima contienda electoral. En efecto, tras conocerse la disolución de las Cortes ordinarias, las primeras de tal naturaleza reunidas bajo la bandera republicana, las distintas fuerzas políticas dan comienzo a las labores preelectorales. Revisión del censo electoral, formación de candidaturas, nombramiento y preparación de interventores son algunas de las tareas a realizar; pero quizás la más importantes consiste en difundir sus programas, y a ella se entregan sin dilación. En una provincia donde la inmensa mayoría de sus habitantes se siente cristiano y español (según el Diario Regional), el triunfalismo de las derechas coaligadas es un hecho palpable desde los primeros momentos de la campaña electoral. Ningún temor despiertan las actividades de republicanos y socialistas en quienes cuentan con el “favor divino” y, añadámoslo nosotros, cuentan con importantes medios materiales, como afirma el testimonio que reproducimos a continuación:

“Se han fijado 5000 carteles, van repartidas 4 toneladas de pasquines, manifiestos y octavillas. Han llegado 2 toneladas más de pasquines, 6 millones de candidaturas impresas, 20 autos recorren a diario la provincia [..] en breve aparecerán en la ciudad anuncios luminosos, globos que arrojarán prospectos, hojas y candidaturas […] se espera la autorización para utilizar avionetas […] la próxima semana se harán cohetes luminosos que por la noche dibujarán en el espacio los nombres de los candidatos o frases alusivas a las elecciones”.

Ni que decir hay que la utilización de medios propagandísticos tan considerables y variados, sufragados sólo en parte por los simpatizantes de la candidatura, requiere de ingentes sumas de dinero.
No se escatimaron esfuerzos en este sentido, y pudo contarse con una sólida base de penetración en el electorado vallisoletano. Ahora bien, para conseguir los objetivos finales hubo que emplear algo más que el simple despliegue de recursos divulgativos, ya que se requería (además) un poderoso aparato organizativo que emplease la publicidad en las formas y partes adecuadas. Tampoco este requisito faltó, porque los candidatos de la contrarrevolución dispusieron de la organización política articulada con anterioridad por la agrupación provincial de la CEDA. En efecto, aunque la actividad propagandística conservadora se centrase en la ciudad de Valladolid, en ningún momento se perdió el contacto con el resto de comités locales y de partido judicial de toda la provincia. Órdenes continuas, cifradas en clave para evitar falseamientos, hacen posible una estrecha colaboración que resulta de sumo interés en los momentos decisivos. Ejemplo notorio de ello puede ser la preparación de un mitin: cuando se decide la realización de tales actos, los comités de partido judicial indican las localidades más apropiadas y detallan sus específicas peculiaridades socio-políticas. Con esta información en sus manos, el secretariado político esboza la propaganda y designa a las personas más idóneas para difundirla. Digamos, por consiguiente, que si los oradores acuden ante la concurrencia con un conocimiento exacto de sus aspiraciones; y a ellas se adaptan sus palabras, gestos e incluso su propia imagen personal; nada impide “a priori” una clamorosa acogida.
El itinerario seguido en la celebración de estos actos es, a su vez, ejemplo de claro pragmatismo. Todos los pueblos de la provincia de Valladolid, al menos los de cierta entidad, escucharán las voces de reconocidos dirigentes cedistas o de los propios candidatos; pero los primeros en hacerlo serán, precisamente, aquellos en donde se percibían mayores influencias marxistas. Por ello, la visita propagandística más temprana será la efectuada a Torrecilla de la Abadesa, Alaejos, Castrejón, Castronuño y Fresno el Viejo; donde “las últimas fortalezas de la revolución cedieron ante la decisión de unos propagandistas y la ante la fuerza de sus razones”, en palabras del Diario Regional. Si frente a un auditorio reacio a las ideas derechistas, los oradores monárquicos y cedistas vieron interrumpidos sus discursos con ovaciones a Gil Robles, es lógico que (a juicio de la prensa adepta) fuesen triunfalmente acogidos en otros lugares de la provincia. Sirva como paradigma lo acaecido en Langayo y Quintanilla de Abajo: en la primera localidad, el candidato Luciano de la Calzada fue paseado a hombros por las calles; en la segunda, el mismo dirigente conservador consiguió que grupos de socialistas acabasen gritando “¡Viva Gil Robles! ¡Viva Calzada!”.

Actividad propagandística de los candidatos independientes

Aunque con medios más precarios y menores posibilidades de triunfo, también los candidatos independientes elaboraron la correspondiente trama propagandística. Conocemos, por ejemplo, la convocatoria falangista para sendos mítines a celebrar en Medina del Campo y en el teatro Calderón de Valladolid. Ante los habitantes capitalinos, los candidatos falangistas (acompañados en su alocución por Rosario Pereda) demostraron sendas reticencias por el sistema parlamentario, señalaron sus discrepancias con el ideario de las derechas coaligadas (no sin antes lamentar la marginación de la que habían sido objeto) y presentaron, por último, sus ambiciones para el futuro:

“Queremos (dirán) una política establecida sobre bases sólidas y estables, una economía sana y robusta, un ejército fuerte, una defensa naval completa y una postura firme y erguida en el orden de la política interna. Queremos además que el territorio peninsular sea enteramente español […]. Hay que hacer la revolución española; otra cosa será una farsa. “

Tenemos noticias, asimismo, de las visitas que realizaron a distintos pueblos los señores Álvarez Taladriz y Llorente. Notas remitidas por el Partido Agrario dan cuenta, en términos muy concisos, de las labores realizadas por el segundo, pero la redacción de El Norte de Castilla sigue siendo la principal defensora de los postulados del Partido Radical. Estos se condensan en dos afirmaciones básicas, y a su difusión se entrega con denuedo el más antiguo periódico pucelano. Ni al Partido Radical, ni a su candidato vallisoletano (afirmará el rotativo) puede tachárselos, como hace la derecha confesional, de “cómplices de la revolución”, porque su única misión en las próximas elecciones no es sino evitar el triunfo de los socialistas. Si a estrategias políticas anteriores se remite el problema, su antimarxismo queda a salvo con una socorrida alusión a la época primorriverista:

“Fuimos antisocialistas incluso cuando derechas y PSOE iban juntos, cuando la Dictadura decía que no debía haber sido U-P y Casas del Pueblo”.

Se concluye, por ello, con un aserto tan tajante como el siguiente:

“En nuestra lucha contra el socialismo no cedemos a nadie en Valladolid la primacía”.


La segunda parte de sus comentarios tiende a mostrar la afinidad ideológico-programática entre los radicales y el bloque de derechas. En este sentido, se arguyen como testimonios irrefutables la derogación de la Ley de Términos Municipales y la respuesta de Lerroux cuando hubo de dilucidar entre las fiestas conmemorativas de la República y las correspondientes a la celebración litúrgica de la Semana Santa. La cuestión religiosa no es, a juicio de Álvarez Taladriz, motivo de discrepancias: no se trata, porque eso es fácil, de llevar una cruz sobre la solapa del traje, sino de albergar en el corazón el contenido de tal símbolo. Con este programa y un apoyo popular clamoroso (según la opinión de El Norte de Castilla), el señor Álvarez Taladriz intentará conseguir un quinto diputado para las fuerzas opuestas a la revolución.


Título: Las elecciones de 1936 en Valladolid (IV)
Publicado por: Maelstrom en Septiembre 10, 2011, 18:00:08
Breves e impugnadas noticias sobre el Frente Popular

No queremos seguir sin reseñar la poquísima información que apareció en la prensa vallisoletana sobre los partidos del Frente Popular. Tras describir su situación interna como de hundimiento y desánimo en sus cuadros y dirigentes, el Diario Regional afirma que la atonía de su propaganda es el rasgo más sobresaliente de su actuación preelectoral. Una salida a los pueblos de la provincia y, sobre todo, la celebración de un mitin en el capitalino Teatro Pradera, bastan para demostrar su fuerza electoral y sus pretensiones parlamentarias. Refiriéndose a este acto, el citado periódico dirá lo siguiente:

“A pesar de la concurrencia existente en las proximidades del Campo Grande, muy pocos se preocuparon por penetrar, el día 2 de febrero, al mencionado teatro para escuchar las disertaciones socialistas sobre lucha de clases, malos tratos policiales a sus afiliados, fiscalización de capitales y otras lindezas por el estilo”.

Por si la prueba aducida resultase insuficiente, sus palabras encuentran sobrada continuación en la edición del 5 de febrero. En esta ocasión, el Diario Regional manifestará

“No han fijado un sólo cartel, ni han publicado ningún escrito, ni anuncian, como otras veces, la publicación de periódicos, ni siquiera han iniciado la propaganda mitinesca”.

De aceptar sin reservas esta declaración (y no lo haremos, porque al menos su última afirmación es contradictoria con lo dicho anteriormente) debiéramos pensar en una enorme desmoralización izquierdista y corroborar la opinión de este periódico sobre la apatía y el desinterés reinante entre los integrantes del Frente Popular. Sin embargo, resulta impensable que a 10 días de una jornada electoral tan decisiva los candidatos revolucionarios no hubiesen dado señales de su existencia; y más aún si tenemos en cuenta que la mayoría de los vallisoletanos votaron al Frente Popular. No podemos negar, por otra parte, que las izquierdas disponían de pocos medios y que su propaganda era de menor repercusión; pero la lógica nos obliga a pensar que su actividad ya se habría dejado sentir, de una u otra manera, en la ciudad del Pisuerga.

(http://www.nuevatribuna.es/media/nuevatribuna/images/2015/12/28/2015122817581031221.png)

Los resultados electorales en Valladolid y su provincia

El día 16 de febrero de 1936, los electores vallisoletanos acudieron a las urnas. Hubieron de elegir entre dos opciones: la “España”, de signo conservador y partidaria del orden; y la “Anti-España”, orientada a la utopía revolucionaria. Dos planteamientos divergentes, enfrentados e irreconciliables. Pese a todo, la tranquilidad fue absoluta en Valladolid y el resto de su provincia, donde no tuvieron lugar incidentes de especial gravedad.
A grosso modo, podemos decir que la provincia de Valladolid se pronunció de manera decidida por la opción contrarrevolucionaria, cuyo núcleo básico era Acción Popular Agraria, o lo que es lo mismo, un partido que los historiadores suelen identificar con personalidades conservadoras y de orden, pero nada reaccionarias:

Candidatura Derechista – 267.330 (52,89% de los votos)
Frente Popular – 193.715 (38,32%)
Partido Radical – 26.315 (5,2%)
Partido Agrario – 9.843 (1,94%)
Falange Española – 8.228 (1,62%)

Como consecuencia de los resultados obtenidos, la candidatura conservadora conseguiría cuatro diputados por la circunscripción provincial de Valladolid: los Sres. Amando Valentín (68.226 votos), Luciano de la Calzada (67.234), Germán Adánez (66.256) y Juan Antonio Gamazo (65.614). También obtuvieron sus actas de diputados los Sres. Isidoro Vergara (49.177 votos) y Federico Landrove (48.698), pertenecientes a la candidatura del Frente Popular.
Sin embargo, en la ciudad de Valladolid los resultados electorales fueron sustancialmente distintos. El predominio de la candidatura frentepopulista en la urbe del Pisuerga era evidente, y buena prueba de ello es que la izquierda fue la ideología triunfante en seis de sus nueve distritos (Campo de Marte, Argales, Campillo, Museo, Chancillería, Puente Mayor):

Candidatura Derechista – 67.401 (43,4% de los votos)
Frente Popular – 81.641 (52,57%)
Partido Radical – 4.095 (2,63%)
Partido Agrario – 778 (0,5%)
Falange Española – 1.361 (0,87%)

Precisando más, examinemos los resultados de cada candidato en la ciudad del Conde Ansúrez:

Isidro Vergara (Frente Popular) – 20.688 votos
Eusebio González (Frente Popular) – 20.313
Álvaro Díaz  (Frente Popular) – 20.178
Federico Landrove (Frente Popular) – 20.223
Germán Adánez (Candidatura Derechista) – 17.306
J. Antonio Gamazo (Candidatura Derechista) – 17.170
Amando Valentín (Candidatura Derechista) – 17.092
Luciano de la Calzada (Candidatura Derechista) – 16.978

En resumen: mientras la provincia de Valladolid concede su apoyo a los candidatos contrarrevolucionarios, la capital (por el contrario) vota a la coalición izquierdista; lo cual no es de extrañar, dado el arraigo del socialismo en esta ciudad castellana.

Distritos de predominio conservador

Con tal denominación nos referimos a Plaza Mayor, Fuente Dorada y Portugalete; es decir, a los distritos organizados en torno a los centros neurálgicos de Valladolid, en los cuales la candidatura contrarrevolucionaria alcanzó el 63,72%; 66,26% y 62,93% de los votos emitidos, respectivamente. En ellos estaban inscritos 16.616 electores; aunque sólo 12.624 decidieron acudir a las urnas y convertirse, por tanto, en votantes. Dos rasgos caracterizan su actuación el día 16 de febrero de 1936; uno los acerca y asemeja al resto del cuerpo electoral vallisoletano, el otro les confiere una personalidad propia y diferente. Se refiere el primero a la polarización extrema de sus votos en torno a las dos “candidaturas oficiales”, con objeto de evitar (en lo posible) una estéril dispersión de éstos. Puesto que los sufragios emitidos a favor de ambas candidaturas superan (en el peor de los casos) el 93% del total, las posibilidades ofrecidas a los candidatos independientes eran realmente irrelevantes. Si, además, observamos que el 7% restante se halla repartido entre cuatro políticos (los sres. Álvarez Taladriz, Llorente, Redondo y Primo de Rivera) podemos afirmar que los candidatos independientes fueron rechazados casi por unanimidad. Ello prueba la incidencia de la propaganda realizada en días anteriores porque, si los líderes locales se esforzaron en presentar los comicios como la lucha entre dos extremos antagónicos, no cabe duda de que el electorado así lo captó, actuando en consecuencia: votó a la “revolución” o a la “contrarrevolución”, aunque a menudo lo hizo olvidando la concepción personal de dichos términos (una veces pudo compaginar sus preferencias partidistas con el pragmatismo que imponía la ley electoral, otras veces debió relegarlas para evitar males mayores; pero siempre actuó como telón de fondo el llamado “voto útil”).
Los distritos de Plaza Mayor, Fuente Dorada y Portugalete se hallaban habitados, en su mayoría, por las clases medias, y en ellos residían importantes capas de burgueses. En esta parte de Valladolid, el proletariado ha perdido todo rastro de su anterior primacía. El nivel de renta aquí existente permite, además, que la clase obrera se nutriese en gran medida de lavanderas, porteras, sirvientas y otras profesiones al servicio de las clases económicas más pudientes. Acorde con esta estructura socio-económica, el nivel cultural de estos tres distritos se eleva por encima de la tónica general y nunca supera, a nivel de secciones, la media del analfabetismo existente en Valladolid. En Fuente Dorada, concretamente, se registran las mayores votaciones a la candidatura contrarrevolucionaria, siendo al mismo tiempo el distrito con el menor porcentaje de población proletaria de toda la ciudad.

(http://www.elnortedecastilla.es/noticias/201412/07/media/cortadas/PepeToros--575x323.jpg)
 
Distritos de predominio izquierdista

Resulta significativo el comprobar que las fuerzas integrantes del Frente Popular no tuvieron atractivo alguno para los electores del centro de Valladolid y, sin embargo, consiguieron una importante victoria en todos los barrios de la periferia urbana. Recordemos cuan distinta es la personalidad socio-profesional de los residentes en uno y otro ámbito; y podremos decir que la población residente en los distritos proletarios es quien, de forma invariable, deposita sus esperanzas en la actuación parlamentaria de republicanos y socialistas. Por ello, otorga sus votos a la candidatura formada por los señores Landrove, Vergara, Díaz Quiñones y González Suárez.
El Frente Popular obtendría los siguientes resultados en cada distrito: Campillo (75,48% del total de los votos), Museo (64,16%), Argales (63,76%), Chancillería (56,34%), Campo de Marte (55,88%), Portugalete (32,01%), Plaza Mayor (30,27%) y Fuente Dorada (28,59%).
La mayor identificación del electorado vallisoletano con una política de signo izquierdista tiene lugar en  Museo y Campillo; es decir, en dos distritos con no pocos puntos de similitud. Ambos se ubican al Este de la ciudad, y sólo la obligación de votar en un determinado colegio electoral es capaz de separar calles muchas veces colindantes. Son, por otra parte, los principales bastiones del obrerismo vallisoletano; pero, eso sí, la fisonomía de sus respectivos proletariados ofrece ciertos rasgos discrepantes. Más proclive el distrito de Museo a la falta de preparación técnico-cultural, se ve abocado con demasiada frecuencia a la realización de trabajos eventuales, mal retribuidos y no muy considerados socialmente. El obrero cualificado, poseedor de un empleo más estable y en contacto (no pocas veces) con el mundo de la gran empresa y la concentración obrera es, por el contrario, el personaje más representativo de cuantos habitan en Campillo: el trabajador cualificado representa al 50,25% de la población obrera residente en este distrito. Recordemos, además, que en Campillo residían muchos de los ferroviarios empleados en la Compañía de Ferrocarriles del Norte...
Sin embargo, las tres primeras secciones de Museo, junto a la primera sección de Campillo, constituyen una verdadera excepción a la ideología izquierdista dominante en ambos distritos: sus habitantes buscan una República de tipo conservador, y lo demuestran depositando sus votos a favor de la candidatura contrarrevolucionaria y (aunque con mucha menor frecuencia) de los candidatos independientes. Así, en las tres primeras secciones del distrito de Museo, los candidatos conservadores obtienen los siguientes resultados: Calzada (334, 249 y 226 votos, respectivamente); Adanez (343, 242, 230); Valentín (337, 252 y 228) y Gamazo (335, 240, 222). Por su parte, los representantes del Frente Popular salen peor parados: Landrove (93, 184 y 208 votos, tan sólo); González Suárez (93, 181, 208); Vergara (93, 181, 207) y Díaz Quiñones (90, 181 y 205). En la primera sección de Campillo, Calzada logra 227 sufragios; Adanez, 203; Valentín, 229 y Gamazo 222; mientras que los izquierdistas Landrove, González Suárez, Vergara y Díaz Quiñones consiguen 131, 127, 129 y 126 votos, respectivamente. Puesto que la tendencia ideológica derechista no volverá a ser mayoritaria en ninguna otra sección de Museo y Campillo, bien podemos calificarla de residual en estas zonas de Valladolid; pero no deja de ser una prueba significativa de la relación existente entre la personalidad de los votantes y su comportamiento político electoral. Diremos, simplemente, que la candidatura derechista es la más votada allí donde la preeminencia numérica corresponde a las clases medias-pequeño burguesas.
Cabe destacar, dentro del distrito de Museo, al barrio de San Juan, donde la candidatura izquierdista obtiene un apoyo de entre el 60-70% del total de sufragios escrutados. Es, por tanto, la candidatura electoral vencedora, pero aún permite cierto margen de posibilidades a otras opciones políticas de distinto signo. Tal relación de fuerzas se circunscribe sólo al barrio de San Juan, pues en el resto de secciones del distrito de Museo el triunfo del Frente Popular es arrollador: Landrove, González Suárez, Vergara y Díaz Quiñones llegan a obtener porcentajes próximos (e incluso superiores) al 80% del total de los votos. Distinto significado tienen, por tanto, las votaciones registradas en San Juan, por un lado, y en el eje integrado por los barrios de Vadillos, Pilarica y Pajarillos, por el otro. Son barrios de notoria ideología izquierdista y de claro matiz proletario. El Frente Popular obtendría también un importante apoyo en los barrios de San Andrés y Delicias, debido a la existencia en ellos de un obrerismo cualificado,y muy concienciado políticamente a través del sindicato socialista UGT.
A partir de los núcleos obreros aquí descritos, la ideología republicano-socialista irá perdiendo fuerza hasta su total derrota en los distritos del centro. Los primeros síntomas de este cambio pueden observarse ya en los distritos de Puente Mayor, Chancillería y Campo de Marte: pese a que la candidatura izquierdista consigue en todos ellos unos porcentajes oscilantes entre el 55,88% y 59,9% de los sufragios, la diferencia con los votos obtenidos por la derecha es más reducida, latiendo ya una cierta tendencia al equilibrio entre ambas fuerzas...

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Título: BIBLIOGRAFÍA (fuentes utilizadas de manera preferente)
Publicado por: Maelstrom en Septiembre 10, 2011, 18:06:50
Enrique Berzal de la Rosa - El Valladolid republicano (Anidia Editores, 2008)
Mª Concepción Marcos del Olmo - Las elecciones del Frente Popular en Valladolid (Diputación de Valladolid, 1986)
J.M Palomares Ibáñez - El socialismo en Castilla (Universidad de Valladolid, 1988)
Ángel de Prado Moura - El movimiento obrero en Valladolid durante la II República (Junta de Castilla y León, 1985)

La lista de los concejales vallisoletanos elegidos en 1931 ha sido extraida de: http://www.represionfranquistavalladolid.org/ (http://www.represionfranquistavalladolid.org/)



Título: Re: Las elecciones de 1936 en Valladolid
Publicado por: rabaiz_ca en Octubre 14, 2011, 01:47:27
muy bueno!


Título: Re: Las elecciones de 1936 en Valladolid
Publicado por: Cienfuegos2 en Octubre 16, 2011, 14:52:52
¡Eres un crack tío!