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Foros de Cultura y Deporte Castellano => Foro de Historia de Castilla => Mensaje iniciado por: Alvar en Abril 05, 2006, 10:42:55



Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Alvar en Abril 05, 2006, 10:42:55
El número de abril de la revista HISTORIA National Geographic trae un estudio muy amplio y completo de la figura del Cid, escrito por el catedrático de Historia Medieval de la universidad de Burgos J. Javier Peña Pérez.

Reflexionando sobre ello, he llegado a la conclusión de que el castellanismo tiene un poco de lado al Cid. Hacemos homenajes a los comuneros, a Fernán Gonzalez, al Empecinado etc, pero olvidamos al gran héroe burgalés y prototipo del caracter castellano. Tal vez por la utilizción que el franquismo hizo de él como propaganda españolista.

Creo que ya va siendo hora de que le quitemos a Rodrigo Díaz ese san benito que arrastra desde la dictadura y lo veamos como una figura heróica de Castilla con proyección internacional.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Carretero en Abril 05, 2006, 12:52:48
Lo que pasa Alvar es que al Cid hay cantidad de gente dispuesta a difamarle y decir que era un cualquiera, sobre todo desde otros nacionalismos perifericos intentan destruir su figura.

Es normal hay que darse cuenta que al Cid en su epoca no habia nadie que la llegara a la suela de los zapatos, y si no que se lo digan a los Aragoneses y Catalanes que les derroto alguna que otra vez llegando a tomar presionero al Conde de Barcelona para mayor escarnio y verguenza.

Si otros nacionalismos tuvieran al cid como figura, teniamos Cid hasta en la sopa, el cid seria poco mas que un dios.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Tagus en Abril 05, 2006, 15:07:24
Cita de: "Carretero"
Lo que pasa Alvar es que al Cid hay cantidad de gente dispuesta a difamarle y decir que era un cualquiera, sobre todo desde otros nacionalismos perifericos intentan destruir su figura.

Es normal hay que darse cuenta que al Cid en su epoca no habia nadie que la llegara a la suela de los zapatos, y si no que se lo digan a los Aragoneses y Catalanes que les derroto alguna que otra vez llegando a tomar presionero al Conde de Barcelona para mayor escarnio y verguenza.

Si otros nacionalismos tuvieran al cid como figura, teniamos Cid hasta en la sopa, el cid seria poco mas que un dios.


Pero si es que si otros nacionalismos tuvieran el bagaje de personajes, de cultura propia, de acontecimientos históricos.... que tiene encima Castilla, no sé ya donde coño estaríamos.

Es que el lugar de Castilla no se puede comparar con pacotillas como Cataluña. El lugar que le corresponde no es ese, sino a la altura de Inglaterra o Portugal. así de claro lo digo sin ningún pelo en la lengua. Por eso me parece vergonzosa nuestra situación en el circo ibérico este donde hasta 3 condados de mierda (las 3 provincias vascas) pintan más en este estado que un gigante como Castilla.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Roberto en Abril 05, 2006, 15:08:44
Para mi el cid no era más que un maldito mercenario que luchaba junto al mejor postor


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: GUSMETAL en Abril 05, 2006, 16:39:56
Cita de: "Roberto"
Para mi el cid no era más que un maldito mercenario que luchaba junto al mejor postor

Menos en lo de "maldito" estoy de acuerdo contigo


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: gigantillo en Abril 05, 2006, 20:07:20
Aqui teneis a los castellanistas de ultraizquierda. Lo que piensan del Cid e slo que realmente saben de la historia de Castilla y sus heroes. Lo que digo siempre: No es lo mismo ser antiespañol que castellanista. Cuando se es castellanista por imitación de otros territorios pero no por amor y conocimiento de tu tierra se llega a esas aberraciones.

En esa época todos los ejercitos estaban a sueldo de los monarcas, y el Cid mientras estuvo a sueldo en Zaragoza siguio siendo fiel a Castilla ya que dicho territorio pagaba parias a Castilla por lo que recibia la protección de nuestro reino. Como consecuencia de esto no era un mercenario en el estricto sentido de la palabra ya que su lealtad era para con su rey y no hubiera entrado en guerra contra Castilla ni luchado contra la misma si su pagador se lo hubiera pedido. Esa era una de las condiciones bajo las que sirvio el Cid en Zaragoza. Y no olvidemos que tuvo que hacerlo pr la pena de destierro y para ganarse la vida. Aun asi tomo Valencia y no se proclamo rey de la misma cosa que en estricta justicia pudo haber hecho si hubiera querido. Siempre fue leal a Castilla y sus gentes. Fue el prototipo de hidalgo castellano.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: GUSMETAL en Abril 05, 2006, 20:44:07
Pues para mi el CID es un heroe, pero un heroe mercenario.
Dícese de la tropa que sirve en la guerra a un país  por dinero
No se que tiene de malo.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Huidobro en Abril 05, 2006, 22:27:36
El Cid formó el principado de Valencia y fue procalmado principe cristiano de un principado musulmán... interesante

Es un hero medieval, gran estratega... pero mercenario... estoy con Gus


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Carretero en Abril 05, 2006, 22:52:20
Huidobro que fuera un mercenario en muchos aspectos no significa que no fuera todo un personaje orgullo de cualquier castellano.

Mira los grandes personajes de la historia y veras q a todos se les tacha de algo Alejandro Magno, Gengis Kan, Ricardo corazon de León, Atila, Aníbal....


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: GUSMETAL en Abril 05, 2006, 23:32:04
Cita de: "Carretero"
Huidobro que fuera un mercenario en muchos aspectos no significa que no fuera todo un personaje orgullo de cualquier castellano.

Mira los grandes personajes de la historia y veras q a todos se les tacha de algo Alejandro Magno, Gengis Kan, Ricardo corazon de León, Atila, Aníbal....

De acuerdo contigo , yo no niego el gran personaje que fue.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Abril 05, 2006, 23:40:16
y que iba a hacer si su rey lo defenesto y exilio(por obligarle a hacer lo que nadie tuvo cojones proponer)??, mercenario a la fuerza, pero ni eso, pues un mercenario solo toma en consideracion el dinero y el Cid, por ejemplo, jamas ataco Castilla y viva el Cid¡¡.

un saludo.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Rodericus en Abril 05, 2006, 23:40:21
Por una vez, suscribo al 100% lo que escribe Gigantillo.

Hay que juzgar al Cid en su contexto, en el siglo XI, y sin duda es uno de los mayores heroes del que nos deberíamos enorgullecer los castellanos.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: El Ermitaño del Moncayo en Abril 05, 2006, 23:46:55
Es cierto que el Cid guerreó por dinero, pero desde mi punto de vista, eso no resta ni un ápice de valor a su condición de héroe. Esta ha de examinarse desde otros parámetros. Parámetros claros, cuyos contemporáneos no tuvieron la menor duda de ellos, no lo olvidemos. Nosotros podemos poner su heroicidad en duda, mil años después, pero ¿acertamos? Fue a él, o a Fernán Gonzalez, y no a otros ( y hubo candidatos, no lo dudéis, recordad a los “futuros manchegos” Garci Pérez de Vargas, guerrero de gran prestigio en tiempos de San Fernando, o de “Machuca” –por los cráneos que aplastaba con su maza ), a quienes el pueblo hizo sus héroes en cantares públicos que tiempo después fueron puestos por escrito. Y fue por algo.

A lo largo de los siglos medievales, se irá desarrollando una ética caballeresca, cuyos principales exponentes serán los tratados caballerescos de los siglos XIV y XV. Antes, la Iglesia hizo una labor magisterial que llevó al desarrollo de las órdenes religioso militares, y a la atemperación de los excesos guerreros, respetando la tregua de Dios y la Paz de Dios.
Esto nos indica, no lo olvidemos, que los principios religioso morales convierten al mero combatiente en caballero. El Cid representa una figura imponente para la época: conoce las leyes y actúa como magistrado. Sabe escribir. Es invencible en la guerra. Combate para ganarse el sustento, sin quebrantar la palabra dada al que le emplea. Y aún así, tiene claro dónde debe estar, ante la amenaza más grave: los almorávides. El Cid, era pues, un guerrero con principios, de ahí la admiración que despertará a los ojos del pueblo y los futuros escritores. Sin duda, hoy sería una figura excéntrica y despreciada.

No es necesario que Roma aparezca en esa ética (como aparecerá en el caso de las órdenes religioso militares). El Cid, como la Iglesia mozárabe (que, como sabéis, no es que sea árabe, es la vieja misa germánica desterrada de Castilla por Alfonso VI de León, a favor del rito romano), era bastante “gibelino”, en el sentido de preferir lo hispánico frente al resto, frente a la influencia romana. Las raíces nacionales, populares, del Cid se observan representadas incluso en las leyendas inciertas: el destierro del rito mozárabe, dice una leyenda apócrifa, se ordenó después de un juicio de Dios caballeresco en el que el defensor del viejo rito germano había derrotado al defensor del rito romano y del rey –de ahí el dicho castellano “allá van leyes do quieren reyes”, o sea, que al final el rey decide lo que le conviene, pese a la palabra dada- . Y en ciertas versiones, es el Cid el campeón del rito godo ( otras versiones hablan de la quema de los libros litúrgicos de los dos ritos) , e incluso hay leyendas en las que el Cid conduce a los castellanos a la victoria frente a los ejércitos papales. El Cid se convierte, fijaos bien, en la encarnación del pueblo castellano, ya en aquellos tiempos. No es un fenómeno moderno.

El Cid, además, por su carácter de infanzón, era un “pequeño aristócrata”, para entendernos. Y estaba cerca del pueblo, de la nación. Por su origen familiar, era uno de aquellos caudillos que labraban su territorio familiar a base de espada y azadón, señor de aquellos que vivían en ese territorio. Conocía las costumbres populares, pero también las palaciegas, donde fue enviado de joven. Su pertenencia a la “casta” nobiliaria en absoluto le hacía desmerecer a ojos del pueblo. Más aún: en aquella época, como en todas las sociedades tradicionales, la libertad no significaba hacer lo que a uno le viniera en gana. Por el contrario, dentro del orden tradicional aceptado por Dios, la libertad consistía en la capacidad y la intención personal de hacer lo más perfectamente posible los cometidos que a cada cual le eran encomendados. Una persona era así digna. El campesino obedecía y el señor mandaba, pero debía ser justo para ganar la gracia divina. Obviamente, este sistema se irá degradando, pero en la época del Cid, su carácter y actividades en este entorno moral le hacían ser admirado. De ahí la admiración que despertaba en los musulmanes de estirpe hispánica, y aún entre los almorávides africanos (cierto, también el odio, de aquellos que sufrieron sus acometidas). Incluso el derrotado por el Cid conde de Barcelona, debe reconocer su hombría de bien, y acallar su rencor.

Por todo ello, de entre sus múltiples biografías, la que menos me gusta es la que se vende con las mágicas palabras comerciales de “desmitificadora”, la de Richard Fletcher. No niega las capacidades militares, y pone al Cid en paralelo común con otros “condottieros” de la época que, como él, crearon un principado (Tancredo de Hauteville, Guillermo de Normandía, Godofredo de Bouillón). Pero olvida el carácter aquí expuesto (por ejemplo, Guillermo de Normandía era una mala bestia...). Algo debió de tener el paladín de Vivar, que hasta la noticia de su muerte aparece en los cronicones del norte de Francia. Es un auténtico guerrero incluso en el sentido Tradicional espiritual, para quien sepa a qué me refiero.

Por tanto, según las características de la época que, desde luego, espiritualmente hablando, era superior a nuestra degradada modernidad, para mí el Cid es un héroe sin duda ninguna, además de ser fuente de inspiración para nosotros. Fuerte, responsable, formal, recto, decidido. Y esto no es producto del cantar, sino lo que se desprende de sus biografías científicas. Aunque parezca mentira.

Es mi opinión. Saludos.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Carretero en Abril 06, 2006, 01:10:18
Bravo por tu enriquecedora exposición ermitaño del moncayo, hacia tiempo que no veia a alguien explicarse asi en un foro.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Huidobro en Abril 06, 2006, 01:31:42
Primero me ha dejado nuevamente sorprendido El ermitaño... y me gustaria que este tipo de intervenciones aumentaran en el foro.

Por otro lado que considere al Cid como mercenario y buscador de fortuna... no le quita ni un ápice de su carácter heróico. Es un hombre que tenía que buscarse la vida y como tal lo hizo tratando de no ponerse en medio de su rey y de Castilla... pero igualmente iba buscando su propio beneficio... fantástico, es algo que deberíamos aprender todos los castellanos y por eso lo puedo considerar como héroe por que es algo que si consiguieramos nosotros sería algo heroico.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Abril 06, 2006, 12:36:59
Si señor, suscribo las tres ultimas intervenciones.

un saludo


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Torremangana en Abril 07, 2006, 01:11:44
Un guerrero, un enemigo q es capaz de apodarte El Cid, o sea, el Señor es un elogio inmenso. ¿quienes somos nosotros para juzgarle si quienes le tuvieron por duro enemigo le admiraban, temian y respetaban?

Del Cid quiero destacar algo: su enorme castellanismo pq hay q amar a una tierra como nadie para obligarle al mismisimo Papa a dar preferencia en el protocolo al rey de castilla sobre todos los reyes europeos, en especial sobre francia y pedirle q se dirija en castellano a su rey. Y todo esto, recordemoslo, pese a haber sido desterrado por ese rey. Pero es q era el rey de Castilla y eso lo era todo para él. Yo creo q no existió un tio con más cojones, con más fidelidad al rey al q consideraba un capullo solo pq lo era de su tierra.

¿Mercenario? ¿y cómo coños creeis q se ganaban la vida todos en la edad media, moros o cristianos? pues con el saqueo del otro, ¿cómo creis q se financiaba la guerra de reconquista si no es con el reparto de tierras o botines?, ¿cuantos de vosotros trabajais gratis? pues cada uno se gana la vida como puede en el tiempo q le ha tocado vivir.

quienes le critican es sencillamente pq no le tienen.

No fué un rey, pero sigue reinando.

Saludos cidianos


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Midir en Abril 07, 2006, 02:13:23
El Cid era un capullo.  :roll:


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Carretero en Abril 07, 2006, 12:05:34
Totalmente deacuerdo contigo Torremanga, algunos todavia se creen que en la edad media el dinero llovia del cielo.

Por otro lado las razzias en busca de botin los hacian todos los reyes cristianos y moros y si no que se lo pregunten a madrid que sufrio una por parte de Fernan Gonzalez y Ramiro II.

El dinero era esencial para tener guerreros, armas, armaduras, caballos ectc asi como mantenerlos, pero vamos eso pasaba en Barcelona, en irlanda en inglaterra en jerusalén y en todos los sitios, no solo con las tropas del Cid.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Abril 07, 2006, 13:21:28
Midir  :twisted:  :twisted:  :twisted:  :twisted:  zz21




 :wink:


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Turmogo en Abril 13, 2006, 22:30:43
(http://img100.imageshack.us/img100/98/dscn01136vp.th.jpg) (http://img100.imageshack.us/my.php?image=dscn01136vp.jpg)

(http://img366.imageshack.us/img366/4560/dscn01149oc.th.jpg) (http://img366.imageshack.us/my.php?image=dscn01149oc.jpg)

(http://img445.imageshack.us/img445/8071/elcid2zf.th.jpg) (http://img445.imageshack.us/my.php?image=elcid2zf.jpg)

(http://img445.imageshack.us/img445/3407/dscn00673gj.th.jpg) (http://img445.imageshack.us/my.php?image=dscn00673gj.jpg)


Título: El cid
Publicado por: Carlos sder en Abril 17, 2006, 04:30:55
En otros foros,surgio el tema de las guerras entre Alfonso VI y su hermano sancho II.Un grupo de zamoranos leonesistas criticaban al Cid porque en la batalla,creo de Llantada o Pellejera,no recuerdo cual,Alfonso habia vencido y el Cid aconsejo a sancho atacar por sorpresa por lo cual el ejercito castellano derroto al leones y capturo a Alfonso.Yo esta teoria la veo mas falsa que un duro sevillano,porque¿como es posible que un ejercito derrotado y,por tanto,desorganizado y diseminado,pueda a tacar por sorpresa al ejercito vencedor y este dejarse pillar desprevenido y en plena celebracion??¿que opinais?Parece mas bien que el Cid,como un gran estratega que era,sorprendio al ejercito enemigo con unos movimientos que Alfonso no esperaba y de ahi la derrota y posterior captura de alfonso.saludos.


Título: Más sobre El Cid
Publicado por: Torremangana en Abril 29, 2006, 03:52:25
PASAJES DE LA HISTORIA DE ESPAÑA
El Cid cabalga
Por Fernando Díaz Villanueva
 Hace unos diez siglos (en algún momento entre los años 1040 y 1050) nació, en una diminuta aldea de Burgos, el que vendría a convertirse en el héroe nacional por antonomasia. Es lo que tienen las figuras de leyenda: que nacen donde uno menos se lo espera y sus felices progenitores no tienen siquiera el detalle de consignar la fecha. El nombre y los apellidos, como eran cosa del cura, no se olvidaron de apuntarlo. Le pusieron Rodrigo por su madre, Teresa Rodríguez, y Díaz porque su padre se llamaba Diego. De aquella peculiar costumbre de nuestros ancestros proviene buena parte de los numerosos apellidos castellanos rematados en zeta, que hoy delatan de manera inequívoca la hispanidad de sus portadores.

Rodrigo Díaz, sin embargo, no iba para héroe. A pesar de que su padre era infanzón, algo a medio camino entre hidalgo y noble, nada llevaba a pensar que un aldeano llegase a codearse con los más reputados personajes de la Corte, y mucho menos que superase en fama a todos los hombres de su tiempo. Pero tuvo suerte. Gracias al apoyo que Diego había prestado al rey Fernando I, su hijo fue obsequiado con una plaza en el séquito del heredero, el infante don Sancho, que fue quien le ordenó caballero. Hicieron buenas migas, y como Rodrigo era avispado y valiente pronto se vio sirviendo a su señor en la guerra, con singular acierto, gracias a lo cual se ganó los títulos de Alférez Real y Campeador, porque en las justas no había quien le venciese.
 
En 1065 Fernando I, primer rey de Castilla, murió cristianamente, no sin antes haber dividido el patrimonio regio entre sus hijos. Esto era algo relativamente frecuente en la Edad Media. Un rey se pasaba toda su vida guerreando y conquistando el reino de al lado (que solía ser el de su hermano) para luego, antes de morir, repartir lo conquistado entre sus hijos... y vuelta a empezar.
 
A Alfonso le tocó León; a García, Galicia, y a Sancho, el padrino de Rodrigo, Castilla. Este reparto, naturalmente, no satisfizo a ninguno, y según murió la reina los hermanos llegaron a las manos. Ya se sabe, las malditas herencias.
 
Ganó el más listo, que era Sancho. Pero no pudo saborear la victoria porque, cuando se encontraba sitiando Zamora, un tal Bellido Dolfos le asesinó alevosamente. Se citó con el rey a escondidas con la excusa de que se iba a unir a él y, cuando el monarca bajó la guardia, le asestó una puñalada por la espalda, con una daga de oro que pertenecía a Alfonso. O al menos eso cuenta la tradición. A Rodrigo, que se encontraba allí, no le quedó más que escoltar el cadáver hasta el monasterio de Oña y prestar lealtad a Alfonso, el hermano rebelde del finado.
 
Alfonso mantuvo su confianza en el joven alférez de Vivar, pero le quitó el cargo para dárselo a García Ordóñez, uno de sus fieles. Lo de siempre: viene uno nuevo y pone a los de su cuerda. La continuidad institucional nunca ha sido uno de nuestros fuertes. Rodrigo no se lo tomó tan a mal, como se ha querido hacer ver después. Participó en la campaña de La Rioja contra el rey moro de Zaragoza, haciendo méritos, y el rey le recompensó concediéndole la mano de su sobrina, Jimena Díaz.
 
Se produjo entonces la ruptura entre el rey y su vasallo. No sabemos a ciencia cierta a causa de qué, pero hay dos versiones, a gusto del consumidor. Según la primera, Rodrigo y su mesnada se internaron en el reino taifa de Toledo y lo saquearon a placer, como sólo entonces se hacían esas cosas. Hasta aquí todo perfecto, si no hubiese sido porque el rey Al Qadir de Toledo era un protegido de Alfonso. El monarca castellano armó una buena al enterarse y desterró a su desobediente vasallo. Al final para nada, porque, cuatro años después, el que saquearía y conquistaría Toledo sería el propio Alfonso.
 
En esto Alfonso VI se anticipó al mismísimo Fernando el Católico, que pactaba siempre para no cumplir nunca. No era ninguna tontería eso de recobrar para la Cristiandad, con honores y trompetería, la antigua y añorada capital de los godos. Y la recobró tanto que aún sigue ahí el cardenal primado de España.
 
De Al Qadir y su dorada taifa a orillas del Tajo nunca más se supo. La historia del Islam en España está plagada de tristes historias. No sé cómo algunos insisten ahora en reconquistar lo que tantos tormentos les ocasionó en el pasado.
 
La segunda versión, por el contrario, mantiene la disputa dentro de los lindes de la hoy provincia de Burgos. Rodrigo, que había prestado caballeresco vasallaje al malogrado Sancho, no podía pegar ojo con la idea de que hubiese sido el hermano de éste, carne de su carne, el responsable del regicidio a las puertas de Zamora. Abrumado por las dudas, se lo hizo saber a Alfonso y le emplazó en Santa Gadea a jurar que no había tenido nada que ver en el complot de Bellido Dolfos. El rey, sin arrugarse más de lo estrictamente necesario, juró
 
"do juran los fijosdalgo [...] sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo. Las juras eran tan recias que al buen rey ponen espanto".
 
"Mucho me aprietas, Rodrigo, Cid, muy mal me has conjurado, mas si hoy me tomas la jura, después besarás mi mano".
 
Y no besó su mano, pero se tuvo que ir del reino. Alfonso le desterró por un año, pero Rodrigo, que era más castellano que nadie, le espetó: "Tú me destierras por uno yo me destierro por cuatro". Nueve siglos más tarde, Manuel Machado puso el broche final a la tragedia:
 
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro–, el Cid cabalga.
 
Aunque la primera versión, la del asalto a la taifa de Toledo parece más verosímil, yo me quedo con la segunda, que es, digamos, más heroica y, sobre todo, más poética.
 
El desterrado envainó la Tizona, que es como se llamaba su espada, y se dirigió a Barcelona, para ponerse al servicio de Ramón Berenguer II. Pero el catalán le rechazó. Cabizbajo, remontó el Ebro y ofreció su lanza a Al Mutamín, el rey moro de Zaragoza, contra cuyo padre había combatido en tiempos pasados. La estrella de Rodrigo volvió a brillar. Se tomó la revancha con el conde de Barcelona, a quien derrotó y apresó, no muy lejos de Lérida. Los catalanes tuvieron que pagar un crecido rescate, y es que por donde las dan las toman. Al Mutamín, encantado con el fichaje, le colmó de honores, privilegios y el sobrenombre con el que pasaría a la historia: "Cid", que viene del árabe sayyid y significa "señor".
 
Uniendo el nuevo y flamante título conquistado en tierra de moros con el de Campeador, que ya lo traía puesto de Castilla, combatía fieramente con quien tocase, y tras vencer se acercaba al enemigo y, desde lo alto de su caballo Babieca, le espetaba con indisimulado orgullo burgalés: "¡Yo soy Ruy Díaz, el Çid Campeador, de Vivar!". Para que no olvidasen con quién se las habían visto.
 
Tras la conquista de Toledo los muslimes hispanos vieron por primera vez las orejas al lobo. Los asilvestrados cristianos del norte, que hasta poco antes se hallaban acogotados y eran presa fácil de las incursiones del Califato, les habían salido respondones. Sus ejércitos no daban tregua. Eran decididos, pendencieros y ubicuos. Cabalgaban por la Mancha, por Extremadura, por el valle del Ebro; saqueaban sus ciudades, metían fuego a sus huertos y, encima, habían dado la vuelta a la tortilla. Ahora eran los reyes moros los que tenían que pagar tributos a los cristianos, y no al revés, como había venido siendo desde el momento en que el moro Muza puso su babucha izquierda en una playa de Tarifa.
 
Al Mutamid, el rey moro de Sevilla, que como buen poeta era algo aprensivo, aseguró que prefería ser camellero en África a verse como porquero en Castilla y pactó con unos fanáticos, los almorávides, que habían incendiado el Magreb a golpe de sable. Iban de negro riguroso, daga al cinto, con cara de pocos amigos; y, a decir del romancero, eran "más feos que Satán con todo su convento cuando sale del infierno sucio e carboniento".
 
Alfonso de Castilla los salió a recibir y se llevó un susto mayúsculo, y no porque fuesen feos -que lo eran- sino porque no dejaban títere con cabeza. El ejército morabito le dio una buena tunda en Zalaca y, de vuelta a Burgos, hizo llamar al Cid, ya convertido en una leyenda, para restituirle los honores arrebatados años antes. Rodrigo aceptó, pero, como conocía el paño, cambió la estrategia para combatir a los almorávides.
 
En lugar de atacarles por el sur, que era su finca particular, pensó con acierto que la clave para frenar a los bárbaros venidos de África era controlar Levante. Una zona mucho más débil que Andalucía y donde el Cid tenía buenos amigos entre la nobleza musulmana, escarmentada en la cabeza del desdichado sevillano Al Mutamid, que murió en África pobre, sólo y sin llegar siquiera a tocar un camello. Otra triste historia.
 
Los almorávides le vieron venir y ocuparon Valencia, que era la perla que deseaba el Cid con todas sus fuerzas. Le llevó 19 meses conquistarla, al cabo de los cuales entró en ella con un ejército lo más variopinto que imaginarse pueda: castellanos, leoneses, gentes del Alto y del Bajo Aragón, moros de Tortosa, de Toledo y de Denia... un caleidoscopio de la España de hace mil años, que era tan complicada como la de hoy, aunque algo más peligrosa. Hecho esto, ordenó quemar vivo a Ben Jahhaf, el cadí almorávide que había resistido el asedio.
 
En Valencia viviría sus últimos años, guerreando, como siempre, y ganando una batalla tras otra a los almorávides de refresco que, de tanto en tanto, enviaban desde el sur.
 
Aunque Rodrigo había tomado Valencia en nombre del rey de Castilla, lo cierto es que gobernó a solas, sin dar cuentas a nadie. Cuando sintió que la ciudad era suya, pidió a Toledo que le enviasen un obispo y le puso a oficiar en la mezquita reconvertida en catedral.
 
Pero Valencia estaba demasiado lejos de Castilla. Era indefendible, y se encontraba permanentemente asediada. Un anticipo de lo que padecerían los cruzados de Tierra Santa poco después.
 
En uno de los sitios recibió un flechazo, y murió en su cama del Alcázar. La leyenda cuenta que, antes de morir, pidió a Jimena cabalgar por última vez a Babieca; le subieron a sus grupas, abrieron las puertas y la tropa almorávide que esperaba fuera salió en estampida al ver al Campeador, Tizona en ristre. Un final digno de un héroe que la literatura le regaló siglos después.
 
Allí fue enterrado, hasta que, tres años más tarde, Alfonso VI acudió, a petición de Jimena, a evacuar de la ciudad a los pocos cristianos que quedaban.
 
Se llevaron los restos del Cid hasta Burgos, hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde reposarían durante siglos. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba, tratando de aventar con ello la memoria del país que acababan de invadir. Los huesos, no se sabe bien cómo, aparecieron en Alemania, y Alfonso XII, lejano sucesor de aquel Alfonso medieval que rescató a Jimena de Valencia, los hizo traer de vuelta a España. Desde entonces gozan de un privilegiado emplazamiento en la catedral de Burgos.
 
Han pasado más de novecientos años de aquello y Ruy Díaz, el Cid Campeador de Vivar, aún cabalga.


Título: Más sobre El Cid
Publicado por: Torremangana en Abril 29, 2006, 03:52:52
PASAJES DE LA HISTORIA DE ESPAÑA
El Cid cabalga
Por Fernando Díaz Villanueva
 Hace unos diez siglos (en algún momento entre los años 1040 y 1050) nació, en una diminuta aldea de Burgos, el que vendría a convertirse en el héroe nacional por antonomasia. Es lo que tienen las figuras de leyenda: que nacen donde uno menos se lo espera y sus felices progenitores no tienen siquiera el detalle de consignar la fecha. El nombre y los apellidos, como eran cosa del cura, no se olvidaron de apuntarlo. Le pusieron Rodrigo por su madre, Teresa Rodríguez, y Díaz porque su padre se llamaba Diego. De aquella peculiar costumbre de nuestros ancestros proviene buena parte de los numerosos apellidos castellanos rematados en zeta, que hoy delatan de manera inequívoca la hispanidad de sus portadores.

Rodrigo Díaz, sin embargo, no iba para héroe. A pesar de que su padre era infanzón, algo a medio camino entre hidalgo y noble, nada llevaba a pensar que un aldeano llegase a codearse con los más reputados personajes de la Corte, y mucho menos que superase en fama a todos los hombres de su tiempo. Pero tuvo suerte. Gracias al apoyo que Diego había prestado al rey Fernando I, su hijo fue obsequiado con una plaza en el séquito del heredero, el infante don Sancho, que fue quien le ordenó caballero. Hicieron buenas migas, y como Rodrigo era avispado y valiente pronto se vio sirviendo a su señor en la guerra, con singular acierto, gracias a lo cual se ganó los títulos de Alférez Real y Campeador, porque en las justas no había quien le venciese.
 
En 1065 Fernando I, primer rey de Castilla, murió cristianamente, no sin antes haber dividido el patrimonio regio entre sus hijos. Esto era algo relativamente frecuente en la Edad Media. Un rey se pasaba toda su vida guerreando y conquistando el reino de al lado (que solía ser el de su hermano) para luego, antes de morir, repartir lo conquistado entre sus hijos... y vuelta a empezar.
 
A Alfonso le tocó León; a García, Galicia, y a Sancho, el padrino de Rodrigo, Castilla. Este reparto, naturalmente, no satisfizo a ninguno, y según murió la reina los hermanos llegaron a las manos. Ya se sabe, las malditas herencias.
 
Ganó el más listo, que era Sancho. Pero no pudo saborear la victoria porque, cuando se encontraba sitiando Zamora, un tal Bellido Dolfos le asesinó alevosamente. Se citó con el rey a escondidas con la excusa de que se iba a unir a él y, cuando el monarca bajó la guardia, le asestó una puñalada por la espalda, con una daga de oro que pertenecía a Alfonso. O al menos eso cuenta la tradición. A Rodrigo, que se encontraba allí, no le quedó más que escoltar el cadáver hasta el monasterio de Oña y prestar lealtad a Alfonso, el hermano rebelde del finado.
 
Alfonso mantuvo su confianza en el joven alférez de Vivar, pero le quitó el cargo para dárselo a García Ordóñez, uno de sus fieles. Lo de siempre: viene uno nuevo y pone a los de su cuerda. La continuidad institucional nunca ha sido uno de nuestros fuertes. Rodrigo no se lo tomó tan a mal, como se ha querido hacer ver después. Participó en la campaña de La Rioja contra el rey moro de Zaragoza, haciendo méritos, y el rey le recompensó concediéndole la mano de su sobrina, Jimena Díaz.
 
Se produjo entonces la ruptura entre el rey y su vasallo. No sabemos a ciencia cierta a causa de qué, pero hay dos versiones, a gusto del consumidor. Según la primera, Rodrigo y su mesnada se internaron en el reino taifa de Toledo y lo saquearon a placer, como sólo entonces se hacían esas cosas. Hasta aquí todo perfecto, si no hubiese sido porque el rey Al Qadir de Toledo era un protegido de Alfonso. El monarca castellano armó una buena al enterarse y desterró a su desobediente vasallo. Al final para nada, porque, cuatro años después, el que saquearía y conquistaría Toledo sería el propio Alfonso.
 
En esto Alfonso VI se anticipó al mismísimo Fernando el Católico, que pactaba siempre para no cumplir nunca. No era ninguna tontería eso de recobrar para la Cristiandad, con honores y trompetería, la antigua y añorada capital de los godos. Y la recobró tanto que aún sigue ahí el cardenal primado de España.
 
De Al Qadir y su dorada taifa a orillas del Tajo nunca más se supo. La historia del Islam en España está plagada de tristes historias. No sé cómo algunos insisten ahora en reconquistar lo que tantos tormentos les ocasionó en el pasado.
 
La segunda versión, por el contrario, mantiene la disputa dentro de los lindes de la hoy provincia de Burgos. Rodrigo, que había prestado caballeresco vasallaje al malogrado Sancho, no podía pegar ojo con la idea de que hubiese sido el hermano de éste, carne de su carne, el responsable del regicidio a las puertas de Zamora. Abrumado por las dudas, se lo hizo saber a Alfonso y le emplazó en Santa Gadea a jurar que no había tenido nada que ver en el complot de Bellido Dolfos. El rey, sin arrugarse más de lo estrictamente necesario, juró
 
"do juran los fijosdalgo [...] sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo. Las juras eran tan recias que al buen rey ponen espanto".
 
"Mucho me aprietas, Rodrigo, Cid, muy mal me has conjurado, mas si hoy me tomas la jura, después besarás mi mano".
 
Y no besó su mano, pero se tuvo que ir del reino. Alfonso le desterró por un año, pero Rodrigo, que era más castellano que nadie, le espetó: "Tú me destierras por uno yo me destierro por cuatro". Nueve siglos más tarde, Manuel Machado puso el broche final a la tragedia:
 
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro–, el Cid cabalga.
 
Aunque la primera versión, la del asalto a la taifa de Toledo parece más verosímil, yo me quedo con la segunda, que es, digamos, más heroica y, sobre todo, más poética.
 
El desterrado envainó la Tizona, que es como se llamaba su espada, y se dirigió a Barcelona, para ponerse al servicio de Ramón Berenguer II. Pero el catalán le rechazó. Cabizbajo, remontó el Ebro y ofreció su lanza a Al Mutamín, el rey moro de Zaragoza, contra cuyo padre había combatido en tiempos pasados. La estrella de Rodrigo volvió a brillar. Se tomó la revancha con el conde de Barcelona, a quien derrotó y apresó, no muy lejos de Lérida. Los catalanes tuvieron que pagar un crecido rescate, y es que por donde las dan las toman. Al Mutamín, encantado con el fichaje, le colmó de honores, privilegios y el sobrenombre con el que pasaría a la historia: "Cid", que viene del árabe sayyid y significa "señor".
 
Uniendo el nuevo y flamante título conquistado en tierra de moros con el de Campeador, que ya lo traía puesto de Castilla, combatía fieramente con quien tocase, y tras vencer se acercaba al enemigo y, desde lo alto de su caballo Babieca, le espetaba con indisimulado orgullo burgalés: "¡Yo soy Ruy Díaz, el Çid Campeador, de Vivar!". Para que no olvidasen con quién se las habían visto.
 
Tras la conquista de Toledo los muslimes hispanos vieron por primera vez las orejas al lobo. Los asilvestrados cristianos del norte, que hasta poco antes se hallaban acogotados y eran presa fácil de las incursiones del Califato, les habían salido respondones. Sus ejércitos no daban tregua. Eran decididos, pendencieros y ubicuos. Cabalgaban por la Mancha, por Extremadura, por el valle del Ebro; saqueaban sus ciudades, metían fuego a sus huertos y, encima, habían dado la vuelta a la tortilla. Ahora eran los reyes moros los que tenían que pagar tributos a los cristianos, y no al revés, como había venido siendo desde el momento en que el moro Muza puso su babucha izquierda en una playa de Tarifa.
 
Al Mutamid, el rey moro de Sevilla, que como buen poeta era algo aprensivo, aseguró que prefería ser camellero en África a verse como porquero en Castilla y pactó con unos fanáticos, los almorávides, que habían incendiado el Magreb a golpe de sable. Iban de negro riguroso, daga al cinto, con cara de pocos amigos; y, a decir del romancero, eran "más feos que Satán con todo su convento cuando sale del infierno sucio e carboniento".
 
Alfonso de Castilla los salió a recibir y se llevó un susto mayúsculo, y no porque fuesen feos -que lo eran- sino porque no dejaban títere con cabeza. El ejército morabito le dio una buena tunda en Zalaca y, de vuelta a Burgos, hizo llamar al Cid, ya convertido en una leyenda, para restituirle los honores arrebatados años antes. Rodrigo aceptó, pero, como conocía el paño, cambió la estrategia para combatir a los almorávides.
 
En lugar de atacarles por el sur, que era su finca particular, pensó con acierto que la clave para frenar a los bárbaros venidos de África era controlar Levante. Una zona mucho más débil que Andalucía y donde el Cid tenía buenos amigos entre la nobleza musulmana, escarmentada en la cabeza del desdichado sevillano Al Mutamid, que murió en África pobre, sólo y sin llegar siquiera a tocar un camello. Otra triste historia.
 
Los almorávides le vieron venir y ocuparon Valencia, que era la perla que deseaba el Cid con todas sus fuerzas. Le llevó 19 meses conquistarla, al cabo de los cuales entró en ella con un ejército lo más variopinto que imaginarse pueda: castellanos, leoneses, gentes del Alto y del Bajo Aragón, moros de Tortosa, de Toledo y de Denia... un caleidoscopio de la España de hace mil años, que era tan complicada como la de hoy, aunque algo más peligrosa. Hecho esto, ordenó quemar vivo a Ben Jahhaf, el cadí almorávide que había resistido el asedio.
 
En Valencia viviría sus últimos años, guerreando, como siempre, y ganando una batalla tras otra a los almorávides de refresco que, de tanto en tanto, enviaban desde el sur.
 
Aunque Rodrigo había tomado Valencia en nombre del rey de Castilla, lo cierto es que gobernó a solas, sin dar cuentas a nadie. Cuando sintió que la ciudad era suya, pidió a Toledo que le enviasen un obispo y le puso a oficiar en la mezquita reconvertida en catedral.
 
Pero Valencia estaba demasiado lejos de Castilla. Era indefendible, y se encontraba permanentemente asediada. Un anticipo de lo que padecerían los cruzados de Tierra Santa poco después.
 
En uno de los sitios recibió un flechazo, y murió en su cama del Alcázar. La leyenda cuenta que, antes de morir, pidió a Jimena cabalgar por última vez a Babieca; le subieron a sus grupas, abrieron las puertas y la tropa almorávide que esperaba fuera salió en estampida al ver al Campeador, Tizona en ristre. Un final digno de un héroe que la literatura le regaló siglos después.
 
Allí fue enterrado, hasta que, tres años más tarde, Alfonso VI acudió, a petición de Jimena, a evacuar de la ciudad a los pocos cristianos que quedaban.
 
Se llevaron los restos del Cid hasta Burgos, hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde reposarían durante siglos. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba, tratando de aventar con ello la memoria del país que acababan de invadir. Los huesos, no se sabe bien cómo, aparecieron en Alemania, y Alfonso XII, lejano sucesor de aquel Alfonso medieval que rescató a Jimena de Valencia, los hizo traer de vuelta a España. Desde entonces gozan de un privilegiado emplazamiento en la catedral de Burgos.
 
Han pasado más de novecientos años de aquello y Ruy Díaz, el Cid Campeador de Vivar, aún cabalga.


Título: Más sobre El Cid
Publicado por: Torremangana en Abril 29, 2006, 03:53:25
PASAJES DE LA HISTORIA DE ESPAÑA
El Cid cabalga
Por Fernando Díaz Villanueva
 Hace unos diez siglos (en algún momento entre los años 1040 y 1050) nació, en una diminuta aldea de Burgos, el que vendría a convertirse en el héroe nacional por antonomasia. Es lo que tienen las figuras de leyenda: que nacen donde uno menos se lo espera y sus felices progenitores no tienen siquiera el detalle de consignar la fecha. El nombre y los apellidos, como eran cosa del cura, no se olvidaron de apuntarlo. Le pusieron Rodrigo por su madre, Teresa Rodríguez, y Díaz porque su padre se llamaba Diego. De aquella peculiar costumbre de nuestros ancestros proviene buena parte de los numerosos apellidos castellanos rematados en zeta, que hoy delatan de manera inequívoca la hispanidad de sus portadores.

Rodrigo Díaz, sin embargo, no iba para héroe. A pesar de que su padre era infanzón, algo a medio camino entre hidalgo y noble, nada llevaba a pensar que un aldeano llegase a codearse con los más reputados personajes de la Corte, y mucho menos que superase en fama a todos los hombres de su tiempo. Pero tuvo suerte. Gracias al apoyo que Diego había prestado al rey Fernando I, su hijo fue obsequiado con una plaza en el séquito del heredero, el infante don Sancho, que fue quien le ordenó caballero. Hicieron buenas migas, y como Rodrigo era avispado y valiente pronto se vio sirviendo a su señor en la guerra, con singular acierto, gracias a lo cual se ganó los títulos de Alférez Real y Campeador, porque en las justas no había quien le venciese.
 
En 1065 Fernando I, primer rey de Castilla, murió cristianamente, no sin antes haber dividido el patrimonio regio entre sus hijos. Esto era algo relativamente frecuente en la Edad Media. Un rey se pasaba toda su vida guerreando y conquistando el reino de al lado (que solía ser el de su hermano) para luego, antes de morir, repartir lo conquistado entre sus hijos... y vuelta a empezar.
 
A Alfonso le tocó León; a García, Galicia, y a Sancho, el padrino de Rodrigo, Castilla. Este reparto, naturalmente, no satisfizo a ninguno, y según murió la reina los hermanos llegaron a las manos. Ya se sabe, las malditas herencias.
 
Ganó el más listo, que era Sancho. Pero no pudo saborear la victoria porque, cuando se encontraba sitiando Zamora, un tal Bellido Dolfos le asesinó alevosamente. Se citó con el rey a escondidas con la excusa de que se iba a unir a él y, cuando el monarca bajó la guardia, le asestó una puñalada por la espalda, con una daga de oro que pertenecía a Alfonso. O al menos eso cuenta la tradición. A Rodrigo, que se encontraba allí, no le quedó más que escoltar el cadáver hasta el monasterio de Oña y prestar lealtad a Alfonso, el hermano rebelde del finado.
 
Alfonso mantuvo su confianza en el joven alférez de Vivar, pero le quitó el cargo para dárselo a García Ordóñez, uno de sus fieles. Lo de siempre: viene uno nuevo y pone a los de su cuerda. La continuidad institucional nunca ha sido uno de nuestros fuertes. Rodrigo no se lo tomó tan a mal, como se ha querido hacer ver después. Participó en la campaña de La Rioja contra el rey moro de Zaragoza, haciendo méritos, y el rey le recompensó concediéndole la mano de su sobrina, Jimena Díaz.
 
Se produjo entonces la ruptura entre el rey y su vasallo. No sabemos a ciencia cierta a causa de qué, pero hay dos versiones, a gusto del consumidor. Según la primera, Rodrigo y su mesnada se internaron en el reino taifa de Toledo y lo saquearon a placer, como sólo entonces se hacían esas cosas. Hasta aquí todo perfecto, si no hubiese sido porque el rey Al Qadir de Toledo era un protegido de Alfonso. El monarca castellano armó una buena al enterarse y desterró a su desobediente vasallo. Al final para nada, porque, cuatro años después, el que saquearía y conquistaría Toledo sería el propio Alfonso.
 
En esto Alfonso VI se anticipó al mismísimo Fernando el Católico, que pactaba siempre para no cumplir nunca. No era ninguna tontería eso de recobrar para la Cristiandad, con honores y trompetería, la antigua y añorada capital de los godos. Y la recobró tanto que aún sigue ahí el cardenal primado de España.
 
De Al Qadir y su dorada taifa a orillas del Tajo nunca más se supo. La historia del Islam en España está plagada de tristes historias. No sé cómo algunos insisten ahora en reconquistar lo que tantos tormentos les ocasionó en el pasado.
 
La segunda versión, por el contrario, mantiene la disputa dentro de los lindes de la hoy provincia de Burgos. Rodrigo, que había prestado caballeresco vasallaje al malogrado Sancho, no podía pegar ojo con la idea de que hubiese sido el hermano de éste, carne de su carne, el responsable del regicidio a las puertas de Zamora. Abrumado por las dudas, se lo hizo saber a Alfonso y le emplazó en Santa Gadea a jurar que no había tenido nada que ver en el complot de Bellido Dolfos. El rey, sin arrugarse más de lo estrictamente necesario, juró
 
"do juran los fijosdalgo [...] sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo. Las juras eran tan recias que al buen rey ponen espanto".
 
"Mucho me aprietas, Rodrigo, Cid, muy mal me has conjurado, mas si hoy me tomas la jura, después besarás mi mano".
 
Y no besó su mano, pero se tuvo que ir del reino. Alfonso le desterró por un año, pero Rodrigo, que era más castellano que nadie, le espetó: "Tú me destierras por uno yo me destierro por cuatro". Nueve siglos más tarde, Manuel Machado puso el broche final a la tragedia:
 
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro–, el Cid cabalga.
 
Aunque la primera versión, la del asalto a la taifa de Toledo parece más verosímil, yo me quedo con la segunda, que es, digamos, más heroica y, sobre todo, más poética.
 
El desterrado envainó la Tizona, que es como se llamaba su espada, y se dirigió a Barcelona, para ponerse al servicio de Ramón Berenguer II. Pero el catalán le rechazó. Cabizbajo, remontó el Ebro y ofreció su lanza a Al Mutamín, el rey moro de Zaragoza, contra cuyo padre había combatido en tiempos pasados. La estrella de Rodrigo volvió a brillar. Se tomó la revancha con el conde de Barcelona, a quien derrotó y apresó, no muy lejos de Lérida. Los catalanes tuvieron que pagar un crecido rescate, y es que por donde las dan las toman. Al Mutamín, encantado con el fichaje, le colmó de honores, privilegios y el sobrenombre con el que pasaría a la historia: "Cid", que viene del árabe sayyid y significa "señor".
 
Uniendo el nuevo y flamante título conquistado en tierra de moros con el de Campeador, que ya lo traía puesto de Castilla, combatía fieramente con quien tocase, y tras vencer se acercaba al enemigo y, desde lo alto de su caballo Babieca, le espetaba con indisimulado orgullo burgalés: "¡Yo soy Ruy Díaz, el Çid Campeador, de Vivar!". Para que no olvidasen con quién se las habían visto.
 
Tras la conquista de Toledo los muslimes hispanos vieron por primera vez las orejas al lobo. Los asilvestrados cristianos del norte, que hasta poco antes se hallaban acogotados y eran presa fácil de las incursiones del Califato, les habían salido respondones. Sus ejércitos no daban tregua. Eran decididos, pendencieros y ubicuos. Cabalgaban por la Mancha, por Extremadura, por el valle del Ebro; saqueaban sus ciudades, metían fuego a sus huertos y, encima, habían dado la vuelta a la tortilla. Ahora eran los reyes moros los que tenían que pagar tributos a los cristianos, y no al revés, como había venido siendo desde el momento en que el moro Muza puso su babucha izquierda en una playa de Tarifa.
 
Al Mutamid, el rey moro de Sevilla, que como buen poeta era algo aprensivo, aseguró que prefería ser camellero en África a verse como porquero en Castilla y pactó con unos fanáticos, los almorávides, que habían incendiado el Magreb a golpe de sable. Iban de negro riguroso, daga al cinto, con cara de pocos amigos; y, a decir del romancero, eran "más feos que Satán con todo su convento cuando sale del infierno sucio e carboniento".
 
Alfonso de Castilla los salió a recibir y se llevó un susto mayúsculo, y no porque fuesen feos -que lo eran- sino porque no dejaban títere con cabeza. El ejército morabito le dio una buena tunda en Zalaca y, de vuelta a Burgos, hizo llamar al Cid, ya convertido en una leyenda, para restituirle los honores arrebatados años antes. Rodrigo aceptó, pero, como conocía el paño, cambió la estrategia para combatir a los almorávides.
 
En lugar de atacarles por el sur, que era su finca particular, pensó con acierto que la clave para frenar a los bárbaros venidos de África era controlar Levante. Una zona mucho más débil que Andalucía y donde el Cid tenía buenos amigos entre la nobleza musulmana, escarmentada en la cabeza del desdichado sevillano Al Mutamid, que murió en África pobre, sólo y sin llegar siquiera a tocar un camello. Otra triste historia.
 
Los almorávides le vieron venir y ocuparon Valencia, que era la perla que deseaba el Cid con todas sus fuerzas. Le llevó 19 meses conquistarla, al cabo de los cuales entró en ella con un ejército lo más variopinto que imaginarse pueda: castellanos, leoneses, gentes del Alto y del Bajo Aragón, moros de Tortosa, de Toledo y de Denia... un caleidoscopio de la España de hace mil años, que era tan complicada como la de hoy, aunque algo más peligrosa. Hecho esto, ordenó quemar vivo a Ben Jahhaf, el cadí almorávide que había resistido el asedio.
 
En Valencia viviría sus últimos años, guerreando, como siempre, y ganando una batalla tras otra a los almorávides de refresco que, de tanto en tanto, enviaban desde el sur.
 
Aunque Rodrigo había tomado Valencia en nombre del rey de Castilla, lo cierto es que gobernó a solas, sin dar cuentas a nadie. Cuando sintió que la ciudad era suya, pidió a Toledo que le enviasen un obispo y le puso a oficiar en la mezquita reconvertida en catedral.
 
Pero Valencia estaba demasiado lejos de Castilla. Era indefendible, y se encontraba permanentemente asediada. Un anticipo de lo que padecerían los cruzados de Tierra Santa poco después.
 
En uno de los sitios recibió un flechazo, y murió en su cama del Alcázar. La leyenda cuenta que, antes de morir, pidió a Jimena cabalgar por última vez a Babieca; le subieron a sus grupas, abrieron las puertas y la tropa almorávide que esperaba fuera salió en estampida al ver al Campeador, Tizona en ristre. Un final digno de un héroe que la literatura le regaló siglos después.
 
Allí fue enterrado, hasta que, tres años más tarde, Alfonso VI acudió, a petición de Jimena, a evacuar de la ciudad a los pocos cristianos que quedaban.
 
Se llevaron los restos del Cid hasta Burgos, hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde reposarían durante siglos. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba, tratando de aventar con ello la memoria del país que acababan de invadir. Los huesos, no se sabe bien cómo, aparecieron en Alemania, y Alfonso XII, lejano sucesor de aquel Alfonso medieval que rescató a Jimena de Valencia, los hizo traer de vuelta a España. Desde entonces gozan de un privilegiado emplazamiento en la catedral de Burgos.
 
Han pasado más de novecientos años de aquello y Ruy Díaz, el Cid Campeador de Vivar, aún cabalga.


Título: Más sobre El Cid
Publicado por: Torremangana en Abril 29, 2006, 03:53:57
PASAJES DE LA HISTORIA DE ESPAÑA
El Cid cabalga
Por Fernando Díaz Villanueva
 Hace unos diez siglos (en algún momento entre los años 1040 y 1050) nació, en una diminuta aldea de Burgos, el que vendría a convertirse en el héroe nacional por antonomasia. Es lo que tienen las figuras de leyenda: que nacen donde uno menos se lo espera y sus felices progenitores no tienen siquiera el detalle de consignar la fecha. El nombre y los apellidos, como eran cosa del cura, no se olvidaron de apuntarlo. Le pusieron Rodrigo por su madre, Teresa Rodríguez, y Díaz porque su padre se llamaba Diego. De aquella peculiar costumbre de nuestros ancestros proviene buena parte de los numerosos apellidos castellanos rematados en zeta, que hoy delatan de manera inequívoca la hispanidad de sus portadores.

Rodrigo Díaz, sin embargo, no iba para héroe. A pesar de que su padre era infanzón, algo a medio camino entre hidalgo y noble, nada llevaba a pensar que un aldeano llegase a codearse con los más reputados personajes de la Corte, y mucho menos que superase en fama a todos los hombres de su tiempo. Pero tuvo suerte. Gracias al apoyo que Diego había prestado al rey Fernando I, su hijo fue obsequiado con una plaza en el séquito del heredero, el infante don Sancho, que fue quien le ordenó caballero. Hicieron buenas migas, y como Rodrigo era avispado y valiente pronto se vio sirviendo a su señor en la guerra, con singular acierto, gracias a lo cual se ganó los títulos de Alférez Real y Campeador, porque en las justas no había quien le venciese.
 
En 1065 Fernando I, primer rey de Castilla, murió cristianamente, no sin antes haber dividido el patrimonio regio entre sus hijos. Esto era algo relativamente frecuente en la Edad Media. Un rey se pasaba toda su vida guerreando y conquistando el reino de al lado (que solía ser el de su hermano) para luego, antes de morir, repartir lo conquistado entre sus hijos... y vuelta a empezar.
 
A Alfonso le tocó León; a García, Galicia, y a Sancho, el padrino de Rodrigo, Castilla. Este reparto, naturalmente, no satisfizo a ninguno, y según murió la reina los hermanos llegaron a las manos. Ya se sabe, las malditas herencias.
 
Ganó el más listo, que era Sancho. Pero no pudo saborear la victoria porque, cuando se encontraba sitiando Zamora, un tal Bellido Dolfos le asesinó alevosamente. Se citó con el rey a escondidas con la excusa de que se iba a unir a él y, cuando el monarca bajó la guardia, le asestó una puñalada por la espalda, con una daga de oro que pertenecía a Alfonso. O al menos eso cuenta la tradición. A Rodrigo, que se encontraba allí, no le quedó más que escoltar el cadáver hasta el monasterio de Oña y prestar lealtad a Alfonso, el hermano rebelde del finado.
 
Alfonso mantuvo su confianza en el joven alférez de Vivar, pero le quitó el cargo para dárselo a García Ordóñez, uno de sus fieles. Lo de siempre: viene uno nuevo y pone a los de su cuerda. La continuidad institucional nunca ha sido uno de nuestros fuertes. Rodrigo no se lo tomó tan a mal, como se ha querido hacer ver después. Participó en la campaña de La Rioja contra el rey moro de Zaragoza, haciendo méritos, y el rey le recompensó concediéndole la mano de su sobrina, Jimena Díaz.
 
Se produjo entonces la ruptura entre el rey y su vasallo. No sabemos a ciencia cierta a causa de qué, pero hay dos versiones, a gusto del consumidor. Según la primera, Rodrigo y su mesnada se internaron en el reino taifa de Toledo y lo saquearon a placer, como sólo entonces se hacían esas cosas. Hasta aquí todo perfecto, si no hubiese sido porque el rey Al Qadir de Toledo era un protegido de Alfonso. El monarca castellano armó una buena al enterarse y desterró a su desobediente vasallo. Al final para nada, porque, cuatro años después, el que saquearía y conquistaría Toledo sería el propio Alfonso.
 
En esto Alfonso VI se anticipó al mismísimo Fernando el Católico, que pactaba siempre para no cumplir nunca. No era ninguna tontería eso de recobrar para la Cristiandad, con honores y trompetería, la antigua y añorada capital de los godos. Y la recobró tanto que aún sigue ahí el cardenal primado de España.
 
De Al Qadir y su dorada taifa a orillas del Tajo nunca más se supo. La historia del Islam en España está plagada de tristes historias. No sé cómo algunos insisten ahora en reconquistar lo que tantos tormentos les ocasionó en el pasado.
 
La segunda versión, por el contrario, mantiene la disputa dentro de los lindes de la hoy provincia de Burgos. Rodrigo, que había prestado caballeresco vasallaje al malogrado Sancho, no podía pegar ojo con la idea de que hubiese sido el hermano de éste, carne de su carne, el responsable del regicidio a las puertas de Zamora. Abrumado por las dudas, se lo hizo saber a Alfonso y le emplazó en Santa Gadea a jurar que no había tenido nada que ver en el complot de Bellido Dolfos. El rey, sin arrugarse más de lo estrictamente necesario, juró
 
"do juran los fijosdalgo [...] sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo. Las juras eran tan recias que al buen rey ponen espanto".
 
"Mucho me aprietas, Rodrigo, Cid, muy mal me has conjurado, mas si hoy me tomas la jura, después besarás mi mano".
 
Y no besó su mano, pero se tuvo que ir del reino. Alfonso le desterró por un año, pero Rodrigo, que era más castellano que nadie, le espetó: "Tú me destierras por uno yo me destierro por cuatro". Nueve siglos más tarde, Manuel Machado puso el broche final a la tragedia:
 
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro–, el Cid cabalga.
 
Aunque la primera versión, la del asalto a la taifa de Toledo parece más verosímil, yo me quedo con la segunda, que es, digamos, más heroica y, sobre todo, más poética.
 
El desterrado envainó la Tizona, que es como se llamaba su espada, y se dirigió a Barcelona, para ponerse al servicio de Ramón Berenguer II. Pero el catalán le rechazó. Cabizbajo, remontó el Ebro y ofreció su lanza a Al Mutamín, el rey moro de Zaragoza, contra cuyo padre había combatido en tiempos pasados. La estrella de Rodrigo volvió a brillar. Se tomó la revancha con el conde de Barcelona, a quien derrotó y apresó, no muy lejos de Lérida. Los catalanes tuvieron que pagar un crecido rescate, y es que por donde las dan las toman. Al Mutamín, encantado con el fichaje, le colmó de honores, privilegios y el sobrenombre con el que pasaría a la historia: "Cid", que viene del árabe sayyid y significa "señor".
 
Uniendo el nuevo y flamante título conquistado en tierra de moros con el de Campeador, que ya lo traía puesto de Castilla, combatía fieramente con quien tocase, y tras vencer se acercaba al enemigo y, desde lo alto de su caballo Babieca, le espetaba con indisimulado orgullo burgalés: "¡Yo soy Ruy Díaz, el Çid Campeador, de Vivar!". Para que no olvidasen con quién se las habían visto.
 
Tras la conquista de Toledo los muslimes hispanos vieron por primera vez las orejas al lobo. Los asilvestrados cristianos del norte, que hasta poco antes se hallaban acogotados y eran presa fácil de las incursiones del Califato, les habían salido respondones. Sus ejércitos no daban tregua. Eran decididos, pendencieros y ubicuos. Cabalgaban por la Mancha, por Extremadura, por el valle del Ebro; saqueaban sus ciudades, metían fuego a sus huertos y, encima, habían dado la vuelta a la tortilla. Ahora eran los reyes moros los que tenían que pagar tributos a los cristianos, y no al revés, como había venido siendo desde el momento en que el moro Muza puso su babucha izquierda en una playa de Tarifa.
 
Al Mutamid, el rey moro de Sevilla, que como buen poeta era algo aprensivo, aseguró que prefería ser camellero en África a verse como porquero en Castilla y pactó con unos fanáticos, los almorávides, que habían incendiado el Magreb a golpe de sable. Iban de negro riguroso, daga al cinto, con cara de pocos amigos; y, a decir del romancero, eran "más feos que Satán con todo su convento cuando sale del infierno sucio e carboniento".
 
Alfonso de Castilla los salió a recibir y se llevó un susto mayúsculo, y no porque fuesen feos -que lo eran- sino porque no dejaban títere con cabeza. El ejército morabito le dio una buena tunda en Zalaca y, de vuelta a Burgos, hizo llamar al Cid, ya convertido en una leyenda, para restituirle los honores arrebatados años antes. Rodrigo aceptó, pero, como conocía el paño, cambió la estrategia para combatir a los almorávides.
 
En lugar de atacarles por el sur, que era su finca particular, pensó con acierto que la clave para frenar a los bárbaros venidos de África era controlar Levante. Una zona mucho más débil que Andalucía y donde el Cid tenía buenos amigos entre la nobleza musulmana, escarmentada en la cabeza del desdichado sevillano Al Mutamid, que murió en África pobre, sólo y sin llegar siquiera a tocar un camello. Otra triste historia.
 
Los almorávides le vieron venir y ocuparon Valencia, que era la perla que deseaba el Cid con todas sus fuerzas. Le llevó 19 meses conquistarla, al cabo de los cuales entró en ella con un ejército lo más variopinto que imaginarse pueda: castellanos, leoneses, gentes del Alto y del Bajo Aragón, moros de Tortosa, de Toledo y de Denia... un caleidoscopio de la España de hace mil años, que era tan complicada como la de hoy, aunque algo más peligrosa. Hecho esto, ordenó quemar vivo a Ben Jahhaf, el cadí almorávide que había resistido el asedio.
 
En Valencia viviría sus últimos años, guerreando, como siempre, y ganando una batalla tras otra a los almorávides de refresco que, de tanto en tanto, enviaban desde el sur.
 
Aunque Rodrigo había tomado Valencia en nombre del rey de Castilla, lo cierto es que gobernó a solas, sin dar cuentas a nadie. Cuando sintió que la ciudad era suya, pidió a Toledo que le enviasen un obispo y le puso a oficiar en la mezquita reconvertida en catedral.
 
Pero Valencia estaba demasiado lejos de Castilla. Era indefendible, y se encontraba permanentemente asediada. Un anticipo de lo que padecerían los cruzados de Tierra Santa poco después.
 
En uno de los sitios recibió un flechazo, y murió en su cama del Alcázar. La leyenda cuenta que, antes de morir, pidió a Jimena cabalgar por última vez a Babieca; le subieron a sus grupas, abrieron las puertas y la tropa almorávide que esperaba fuera salió en estampida al ver al Campeador, Tizona en ristre. Un final digno de un héroe que la literatura le regaló siglos después.
 
Allí fue enterrado, hasta que, tres años más tarde, Alfonso VI acudió, a petición de Jimena, a evacuar de la ciudad a los pocos cristianos que quedaban.
 
Se llevaron los restos del Cid hasta Burgos, hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde reposarían durante siglos. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba, tratando de aventar con ello la memoria del país que acababan de invadir. Los huesos, no se sabe bien cómo, aparecieron en Alemania, y Alfonso XII, lejano sucesor de aquel Alfonso medieval que rescató a Jimena de Valencia, los hizo traer de vuelta a España. Desde entonces gozan de un privilegiado emplazamiento en la catedral de Burgos.
 
Han pasado más de novecientos años de aquello y Ruy Díaz, el Cid Campeador de Vivar, aún cabalga.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Abril 29, 2006, 16:23:07
Se me pone la piel de gallina.....

un slaudo


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Turmogo en Abril 29, 2006, 18:26:01
Por cierto, Babieca era una yegüa que vivió dos años más que Rodrigo.

La otra espada la Colada se la arrebató al conde de Barcelona (creo que ahora se la tenemos que devolver, huy ésta no sé donde anda, la Tizona, pues tampoco la tenemos en Burgos, está en Madrid).  zz84

Y el cantar del Mio Cid que al año que viene hace 8 siglos, aver a ver... ummm también está en Madrid.zz84


Que le vamos a hacer como somos tontos y no sabemos cuidarlo, mejor lo tienen los que sí.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Abril 29, 2006, 18:30:36
Eres MADRIDiaco??.

un slaudo


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Turmogo en Abril 29, 2006, 18:34:13
Me da igual la ciudad, cambialo por otra ciudad que no sea la de su origen.

Y si está en Madrid pues está en Madrid, que quieres que te diga.

Y lo digo porque no se que ciudad a pedido algo que es suyo y han dicho que no sé lo dan hasta que garanticen que lo van a conservar bien.

Claro yo no sé de donde salió la financiación para su primer traslado y cuidado.
Y ya que la tendencia de "España" es la decentralización pues nada, lo que sea de cada uno pues a su sitio, y cada uno con su museo nacional, como los catalanes.

No creo que me pase aunque seas de Madrid ¿no?
Como buen castellano lo entenderás, que la Cibeles no puede estar expuesta de por vida en Valladolid, por decir un sitio.


Saludos


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Abril 29, 2006, 18:38:40
Se supone que somos una nacion, me niego a tener que ir de pueblo en pueblo para ver o leer cosas. Prefiero tener un archivo general.

un slaudo


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Turmogo en Abril 29, 2006, 18:46:32
Perdona, he editado el anterior mensaje mientras tú contestabas.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Turmogo en Abril 29, 2006, 18:50:26
Cita de: "Leka Diaz de Vivar"
Se supone que somos una nacion, me niego a tener que ir de pueblo en pueblo para ver o leer cosas. Prefiero tener un archivo general.

un slaudo


Tengo a Vivar del Cid a 2 Km de mi casa, su cadaver o lo que queda a 10 minutos, la dote de su casamiento igual, el supuesto cofre, etc. y me tengo que recorrer 250 para ver su espada. Si claro, mejor es llevarlo todo lejos de aquí para que esté todo junto.

Hay ciertas cosas que tienen que estar en su sitio.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Abril 29, 2006, 21:45:57
Es cierto, pero como determinar que cosas??.
Yo no lo veo tan mal ahora.

un saludo.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Raithan en Mayo 03, 2006, 00:28:23
eso pasa con todos los restos arqueologicos etc dependiendo de su importancia se quedan en el museo de su ciudad,capital de provincia,comunidad o del pais  :wink:


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Turmogo en Mayo 03, 2006, 01:15:55
Cita de: "Raithan"
eso pasa con todos los restos arqueologicos etc dependiendo de su importancia se quedan en el museo de su ciudad,capital de provincia,comunidad o del pais  :wink:



Como el museo de Londres, que estará muy centralizado para ellos, pero a los egipcios les pilla un poco a desmano. :roll:


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Leka Diaz de Vivar en Mayo 03, 2006, 18:04:00
hajajajaajajaj, y a los griegos creo que tambien ;)

un slaudo


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Raithan en Mayo 04, 2006, 00:52:37
Cita de: "Turmogo"
Cita de: "Raithan"
eso pasa con todos los restos arqueologicos etc dependiendo de su importancia se quedan en el museo de su ciudad,capital de provincia,comunidad o del pais  :wink:



Como el museo de Londres, que estará muy centralizado para ellos, pero a los egipcios les pilla un poco a desmano. :roll:

eso no está dentro de mis datos
más que na porque yo solo hablo de España


Título: Cadiz
Publicado por: Carlos sder en Mayo 06, 2006, 04:31:57
¿en que pueblo de Cadiz vives Raistham?Me encanta Cadiz.Se esta muy a gustito alli.


Título: Raithan
Publicado por: Carlos sder en Mayo 06, 2006, 04:33:39
Mis disculpas.puse mal tu nic.


Título: El Cid en Historia NT
Publicado por: Torremangana en Mayo 06, 2006, 19:36:45
Si no hubiese sido por los Archivos Nacionales, los Museos Nacionales, etc (con sus respectivas sucursales en las capitales de provincia) no quedaria nada de nuestro pasado. Cierto es q en los pueblos no queda nada de su pasado pq todo se llevó a Madrid, o la capital de provincia respectiva pero gracias a eso se salvó.


Título: Re: El Cid en Historia NT
Publicado por: izcasti en Enero 17, 2012, 16:29:47
Estoy subiendo unos documentales sobre el Cid. A mi el primero me ha gustado mucho.Yo creo que el Cid puede ser un símbolo para nosotros los castellanos en cuanto a los valores que representa en el "Cantar de Mio Cid": fidelidad, valentía, amor por su tierra...

  http://izcas.com/index.php?option=com_hwdvideoshare&task=viewvideo&Itemid=9&video_id=101 (http://izcas.com/index.php?option=com_hwdvideoshare&task=viewvideo&Itemid=9&video_id=101)


Título: Re: El Cid en Historia NT
Publicado por: Gayathangwen en Enero 17, 2012, 16:53:11
Si no hubiese sido por los Archivos Nacionales, los Museos Nacionales, etc (con sus respectivas sucursales en las capitales de provincia) no quedaria nada de nuestro pasado. Cierto es q en los pueblos no queda nada de su pasado pq todo se llevó a Madrid, o la capital de provincia respectiva pero gracias a eso se salvó.

Pues yo creo que ahora los tiempos han cambiado y que esos objetos deberían devolverse a los respectivos pueblos de donde fueron sacados