http://comunidadcomunera.wordpress.com/2012/12/06/castillasepertenece/Es la víspera de las celebraciones que anualmente se realizan en Toledo en conmemoración del alzamiento comunero, preludio del movimiento de las Comunidades que, aun siendo derrotada la iniciativa comunera en la decisiva batalla de Villalar un 23 de Abril de 1521, tuvo una continuación de nuevo en tierras toledanas, y conformó uno de los hitos históricos que definirían uno de los aspectos característicos del hecho diferencial castellano.
Si bien Castilla ya existía como estructura política antes de la revuelta comunera, este momento supuso un antes y un después en la configuración de la identidad popular castellana, puesto que fue determinante la acción de sectores populares que, dirigidos en parte por una junta concejil y comunera, adquirieron un protagonismo notable. Personajes conocidos, con María de Pacheco y Juan de Padilla a la cabeza, y otros que han quedado relegados a un segundo plano, pero sin los cuales nada de todo esto hubiera sido posible, fueron los artífices del éxito del movimiento comunero.
Porque las transformaciones sociales profundas son el fruto de un trabajo colectivo, del esfuerzo y la cooperación de personas y entidades implicadas en una tarea de progreso común, y es por eso que su significación y su legado pertenecen a la memoria del pueblo en su conjunto. Hechos como éste son los que marcan la personalidad de un pueblo (a la vez que le proporcionan una dimensión nacional, al enlazar las peculiaridades locales con un ámbito político más extenso y complejo) y no tanto las querellas de reyes y señores que en la mayoría de los casos han obrado y obran guiados por intereses muy particulares, que solo buscan acrecentar y fortalecer sus propiedades y aumentar los beneficios de sus empresas. Los privilegios de unos pocos gracias a la sumisión del resto no son los mimbres que hacen al pueblo, pues el origen genuino que marca sus rasgos diferenciales hay que buscarlo entre sus gentes. La auténtica alma de los pueblos nace de la propia interacción de las personas y los grupos humanos que lo habitan, y es en el seno de esa sociedad donde se desarrolla. Es obvio el papel destacado que las acciones de reyes, imperios y otros estamentos han tenido en la configuración de muchos de los rasgos políticos, económicos y culturales de los pueblos (estén estos bajo la jurisdicción de un Estado o no), empezando por las divisiones fronterizas y muchos de los símbolos que los representan. Pero, más allá de estas influencias, el único valedor del espíritu popular es el propio pueblo organizado en comunidad, y solo él es el legítimo representante de esa identidad nacional, a la que los poderosos hacen referencia con el único objetivo de mantener sus privilegios. Las injusticias sociales son el resultado, en parte, de la falta de soberanía, que a su vez es uno de los requisitos necesarios para el fomento de la división, la fragmentación social y la correspondiente confrontación entre pueblos.
Los hechos históricos han de situarse en momentos históricos concretos y han de interpretarse en relación a parámetros ajustados a esa realidad histórica, lo contrario da lugar a lecturas demagógicas proclives a la manipulación. Pero ello no es óbice para que determinados hechos como el que aquí especificamos, tengan una relevancia mayor y marquen un antes y un después en el devenir de los pueblos y de toda la Humanidad. Y en el caso que nos ocupa el principal concernido es el propio pueblo castellano, portador del legado de la nación castellana, y único pretendiente legítimo de la soberanía nacional.
Vivimos en una negación constante de la identidad castellana por parte de los poderes que gestionan la actual administración española, acompañada de un proceso estructural de marginación que sufre la gran mayoría de nuestro pueblo, que se traduce en una gestión parasitaria en el plano político (cuando no en el económico, cultural…) y catastrófica en todo lo relativo a la cuestión social. Problemáticas cruciales como las emigraciones forzadas y masivas que han sacudido a varias generaciones, la correspondiente despoblación de pueblos y comarcas enteras, el desequilibrio crucial entre el mundo rural y el urbano, la política agraria, industrial y energética, la gestión del territorio, de sus recursos y del medio ambiente, la situación de dependencia económica respecto a la llamada dictadura de los mercados, la especulación inmobiliaria y la corrupción política, son ejemplos característicos de un sistema político y económico que responde a intereses ajenos a las necesidades sociales y que se construye de espaldas al pueblo, produciéndose un alejamiento de comportamientos nítidamente democráticos y provocando desconfianza e indignación en capas cada vez más extensas de la población. La gran mayoría del pueblo castellano no es dueña de su destino, no participa en la toma de decisiones que afectan a toda la comunidad, es relegada por los poderes establecidos a un mero papel de espectador. Por lo tanto, la sociedad castellana no es responsable de los errores y de las crisis provocadas por actores políticos, financieros y económicos, y no puede asumir una vez más el rol de víctima que le han otorgado “desde arriba”. Entonces, ante este panorama desolador, acrecentado por una crisis sistémica que sirve de excusa para radicalizar aún más si cabe el proceso de centralización política, de privatizaciones y recortes, de precariedad laboral y de pérdida de derechos sociales, es un buen momento de replantearse colectivamente algunas cuestiones que atañen directamente a nuestras vidas individuales y a la actual posición que detenta nuestra comunidad, y urge redefinir ciertos planteamientos básicos: el entramado político, económico y cultural que da forma al proyecto español no solamente está en crisis (una crisis interna y una crisis que corresponde a parámetros más globales) sino que además funciona a costa de la negación de la identidad y soberanía castellanas (litigio en el que también están concernidos otros pueblos ibéricos), utilizando un concepto abstracto de Castilla (muchas veces manejado como arma arrojadiza) para legitimar la propia existencia de España como Estado-nación. En este sentido, queda claro que, frente a ese proyecto llamado España, hay un país castellano y un pueblo castellano que ha de ser el sujeto sobre el que ha de recaer la soberanía, en consonancia con las legítimas aspiraciones nacionales que le corresponden como pueblo. Cuanto más fuerte sea el poder del Estado español, tal y como está articulado hoy por hoy, menor será la capacidad de resistencia de Castilla como pueblo, y menores también las posibilidades de continuidad histórica o supervivencia.
Castilla es una tierra de contrastes, no solamente como resultado de sus proporciones geográficas y de sus paisajes naturales originarios, sino por ser la suma de un crisol de culturas que han marcado la identidad colectiva de todo un país, que son el origen de sus rasgos comunes. Han sido muchas las historias de Castilla, y en la mayoría de los casos los auténticos artífices de los procesos históricos han sido menospreciados por los poderes establecidos responsables de la oficialización de muchos de esos pasajes históricos. Cuántas veces hemos sido testigos de interpretaciones sesgadas, de ocultación de personajes y de hechos históricos fundamentales para la interpretación de nuestro devenir colectivo.
El devenir de un pueblo, su origen y su futuro, no se pueden entender como un proceso monolítico, como una línea recta con un origen profético y un porvenir dictado de antemano por fuerzas místicas o dirigido a partir de una serie de fundamentos jurídicos, sino que es el resultado de un proceso histórico que nunca se detiene, puesto que la realidad de un pueblo se desenvuelve cada día; la Historia con mayúsculas no se para en un momento dado y se activa más tarde. Las diferencias entre vecinos se suelen remarcar cuando se evita la búsqueda de lo que une, de los parecidos, cuando se niegan las semejanzas. Así, la evolución de los pueblos muy pocas veces corresponde a la acción consciente y organizada de las comunidades que habitan muchos de los reinos desaparecidos y de los estados modernos existentes. Las fronteras, los símbolos y hasta las denominaciones de los países las más de las veces suelen ser fruto de aconteceres ajenos a la voluntad popular: disputas de palacio, intereses económicos o dinámicas imperiales han jugado y juegan mucho a la hora de definir los límites del mapa geopolítico internacional.
La identidad castellana es compleja y diversa, y quizás deberíamos hablar de las Castillas y no de un solo ente cultural y político que ofrece una imagen distorsionada, homogénea y artificiosa más cercana a determinados parámetros ideológicos que a la realidad misma del pueblo. La vertebración de los territorios pertenecientes al país castellano ha de redefinirse partiendo de la idea fundamental que el poder de decisión en todos y cada uno de los asuntos que conciernen al conjunto de la comunidad ha de residir en la base social, organizada a nivel local y comarcal, de abajo hacia arriba y no al contrario, atendiendo a la voluntad popular democráticamente expresada de las poblaciones concernidas. Esa es una premisa de obligado reconocimiento y cumplimiento para poder ejercer la soberanía popular. Porque, al igual que el proceso histórico, la gestión política de un país, para que sea realmente democrática y tenga legitimidad, tiene que realizarse cotidianamente desde el respeto absoluto a la voluntad popular, exprimida mediante diferentes cauces de participación directa en la vida política.
En ese camino de conquista democrática de las riendas políticas por y para el común, el pueblo castellano puede recuperar el protagonismo perdido y marcar una nueva senda con voz propia. Quizás esa sea la única vía posible para asegurar una continuidad histórica como pueblo. Lo contrario es seguir dependiendo de lo que se decida en estamentos extraños y alejados de los intereses de la mayoría social. Seguir siendo espectadores y no protagonistas ya sabemos a quién beneficia y a quién perjudica. Desde el seno de la sociedad ha de articularse una mayoría que sea capaz de articular los mecanismos necesarios para que la expresión popular de Castilla sea una realidad.
Castilla se pertenece, a nadie perteneciera