CUESTIONES CASTELLANAS
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LA INSTRUCCIÓN Es muy corriente entre los escritores que abordan temas de interés castellano, al hablar de los hijos de esta tierra, tratarlos de incultos y cargarlos la parte principal de la culpa de su poca instrucción, dejando el resto de la responsabilidad para el Estado y los maestros.
Cualquiera que medite con serenidad y detenimiento sobre este asunto, verá lo aventurado, cuando no equivocado, de tales afirmaciones hechas, las más de las veces, sin conocer a fondo las gentes y la vida de la llanura.
El problema de la instrucción en Castilla es, ante todo y sobre todo, uno de los casos en que más directamente interviene el factor tiempo. Veamos: el cultivo de la tierra, tal y como hoy se efectúa, careciendo de todos los adelantos que proporciona la moderna maquinaria, ahorradora de tiempo y trabajo, exige que los hombres dedicados a su cuidado empleen diez y doce horas diarias en un trabajo fatigador y continuo durante las temporadas de Otoño, invierno y parte de primavera, llegando, durante las faenas de la recolección, a dedicar hasta dieciocho y veinte horas diarias al rudo trabajo del campo y, sobre esto, en uno y otro tiempo, sin descuidar la obligación de atender al cuido del ganado, menester en que se emplea una crecida porción de tiempo.
Esto, indudablemente, es una tarea abrumadora, que imposibilita de todo punto para dedicar unos momentos a todo aquello que no sea descanso. Vengan a Castilla, vengan todos los que motejan a sus hijos de incapaces para tomar un libro, vengan y empuñen siquiera por un sólo día las herramientas del trabajo y verán, verán qué distinta es su manera de opinar... Cómodo, demasiado cómodo, resulta afirmar gratuitamente: "Castilla es ruda", "Castilla no lee". Ni una sola vez he visto escrito: "Castilla no tiene tiempo para leer", "Castilla trabaja..." No, no culpemos a estos hijos del agro de su poca instrucción; seamos justos y comprendamos que si no dedican nada de su tiempo a la lectura... Es porque ese tiempo no existe... No dispone de él...
Cuando el obrero del campo, esté regido por organismos que reglamenten el trabajo, cuando la jornada no sea mayor a la empleada por los trabajadores de la ciudad, cuando se creen sindicatos que proporcionen maquinarias adecuadas para cultivar la tierra con el mínimum de trabajo y tiempo, cuando se creen bibliotecas circulantes cuya misión sea llevar hasta estos hombres un sano venero de cultura, cuando se intensifique por todos los medios - escuela, conferencias educativas, compañías ambulantes, de teatro, cine - la afición al libro; cuando sea verdaderamente obligatorio que los niños asistan a la escuela en vez, como ahora acontece, de dedicarles, apenas cuentan seis años, a las faenas del campo, al pastoreo y a otras muchas ocupaciones que les embotan los sentidos y les hacen crecer raquíticos, entonces, cuando el Estado sienta una honda preocupación por la cultura y el bienestar de estos hombres, podremos si ellos desprecian lo que se les brinda, criticarles y exigirles; pero mientras tanto, contentémonos con compadecerles y arrimemos nuestro granito de arena para que un día lleguen a incorporarse al movimiento de cultura universal.
Reconozcamos que nada se ha hecho aún y que es mucho lo que queda por hacer para llegar a conseguir los frutos espirituales de estos hombres del campo.
Muchas veces, durante nuestra estancia en pueblos de Castilla, hemos podido comprobar la afición, el deseo que estos hombres tienen de adquirir conocimientos, de tener libros, de leerlos, pero siempre se tropieza con la misma dificultad: falta de tiempo, falta de libros y, en la mayo parte de las casas, falta de medios para adquirirlos. Creemos en todas las escuelas una pequeña biblioteca circulante y entonces daremos un paso hacia el engrandecimiento de Castilla, facilitando y despertando - sin discursos oficiales y percalinas - el amor al libro... El amor a la escuela... El amor al maestro... Mientras tanto, callémonos y no echemos en cara su incultura a estos hombres, cuyo único pecado es su excesivo apego al trabajo.
NICOMEDES SANZ Y RUIZ DE LA PEÑA Artículo publicado en «El Adelanto: Diario político de Salamanca», nº 13675, 5 de diciembre de 1928.