CASTILLA Y EXTREMADURAPara todo el que baje de Castilla, lleno el espíritu de las impresiones que producen sus campos espaciosos, abiertos horizontes y perspectivas serenas e invariables, el espectáculo que ante sus ojos ofrece Extremadura es por todo extremo original y sugestivo. Predispone a la reflexión el brusco tránsito de un mar de mieses que amarillean, a los rudos y agrestes panoramas, cuajados de olivares productivos, de malezas infranqueables, de rocas que, cual inmenso rebaño de granito, se pierden y se esfuman a lo lejos.
Entre el cielo de Castilla, de intenso azul, a menudo brumoso y asfixiante y éste de la hermosa Extremadura, alegre y matizado en los crepúsculos con las irradiaciones de un sol hermosísimo, hay una diferencia tan notoria como la que existe entre el castellano severo, pensativo e incansable y el extremeño voluble, decidor, generoso, algo indolente; como la que media entre aquél lenguaje rudo, concreto, bravío y este lleno de inflexiones, de tonalidades y de cadencias.
De la obra inconsciente, pero continua de la naturaleza surgen y han surgido siempre las diferencias más profundas e imborrables entre los pueblos.
Lo que no puede conseguir el aislamiento voluntario entre dos razas, lo consiguen un río o una cordillera que se interponen, sirviendo de confines divisorios y por el contrario, aunque linpere una igualdad absoluta de leyes, de ideales y de dogmas entre dos regiones, si la primera habita un terreno improductivo, triste y brumoso, albergará siempre en su alma una invencible tendencia hacia la realidad, siendo en ella la lucha por la vida, áspera, ruda, interminable, y en la segunda, con la posesión de un país fértil, alegre y vivificante, surgirá la predisposición al ensueño, a las apatías y a las especulaciones...
Traspasad el Pirineo y os encontraréis con los gascones,
los andaluces de Francia graciosos, soñadores e indolentes; pero al Sur de esa enorme cordillera contemplareis a Navarra y Aragón con sus rudos hijos, constantes en la brega, fuertes en el trabajo, nobles y serenos en sus sentires, incansables pan la lucha, sin que el ensueño penetre en la realidad para mermarla o cohibirla.
Y esto también ocurre entre Castilla y Extremadura; la sierra que las separa parece un símbolo de sus diferencias; flotan en los dos ambientes miasmas distintos; allí el
charro avellanado y reciote, de músculos de acero, aquí el rústico locuaz, alegre y generoso....
Ya en otros tiempos Castilla produjo al Cid que vagó en cruenta lucha, que un alto poder le impuso, bravo, reflexivo, calculador, egoísta y Extremadura disparó de sí con fuerza a Hernán Cortés y Pizarro,ardientes aventureros que, sin premeditación y con fortuna, vencieron y avasallaron....
Pero a pesar de tales diferencias, hay algo en Extremadura que nos recuerda a Castilla; algo en ambas que estimula nuestros espíritus a una compenetración beneficiosa y noble; pues los campos castellanos con su monótona uniformidad y el extremeño paisaje con sus variadas y hermosas perspectivas; aquellos vendavales que a su sabor recorren la llanura y estas brisas perfumadas que sin cesar se quiebran en los riscos y olivares, son un emblema del espíritu español abierto en sus sentires, profundo en sus esperanzas, ferviente en sus ideales, loco en sus glorias, manso en la paz y férvido y borrascoso en la perenne lucha por la vida...
MANUEL REVILLA CASTÁNArtículo publicado en «La aurora: revista quincenal»
, nº III, 15 de febrero de 1904.