Es posible que no se encuentre otro paisaje de más difícil captación literaria que el castellano. En estas tierras llanas nos hallamos ante una entelequia que nos cuesta asir. Muchos viajeros pasan por ellos sin darse cuenta que por ellas han pasado. No encuentran nada que colme sus sentidos. ¿Existe algo en Castilla que detenga la mirada, el oído? ¿se acomode al tacto o al olfato? ¿aprecie el gusto?
De Castilla se ha venido hablando y escribiendo mediante tópicos. Bien de austeridad y pobreza o bien de sus antónimos imperiales: orgullos y conquistas. Entre estos dos polos han venido fluctuando tanto el carácter como el estilo de los meseteños. ¿Son ciertos? Hay sin duda una desavenencia entre los poseedores de estas tierras y los trabajadores de ellas, entre su historia y su paisaje.
Soy de la meseta y en mi poesía la he vivido con mis cinco sentidos. ¿Qué es lo que he vivido? ¿Qué es lo que he tomado de este sitio para ser castellano?
LA VISTA.- ¿Se puede hacer una postal de Castilla? ¿Quizá, entre todos mis poemas haya uno que se asemeje a una postal.
¡Renacimiento de este cielo Médicis!
Encendimientos y policromados
En este atardecer tras de Vitoria
Por Burgos ya. Escarlatas, áureos, cárdenos.
¡La tierra exhausta para el cielo rico!
Hemos dejado atrás los verdes bajos
De un paisaje feraz que pretendiera
Hereje al cielo reemplazar nublado.
Estamos ya en Castilla. ¡El campo quiere
Que el viajero al pasar mire a lo alto! El paisaje dominante (los verdes delicados, los bosquecillos junto a un torrente, los maizales bordeando una senda) han desaparecido. Sólo nos queda el golpe del cielo, el golpe recogido por la lente para ofrecernos esa posible postal. En verdad los accidentes que nos ofrece Castilla son escasos; ellos mismos parecen extrañarse de estar allí. Nos damos de bruces con lo último. Castilla para mí es el epílogo. Detrás no hay nada, o los cielos.
EL OÍDO.- Vivir este paisaje con el oído es adentrarse en la entraña de la contradicción. Las buenas tardes dadas por un labrador en este campo al pasar a nuestro lado nos señalan como un puntero, el silencio y la lejanía.
No me busques en los montes
Por altos que sean,
Ni me busques en la mar
Por grande que te parezca.
Búscame aquí en esta tierra
Llana con puente y pinar
Con almena y agua lenta
Donde se escucha volar
Aunque el sonido se pierda.En los dos versos últimos he pretendido recoger este concepto contradictorio. Este paisaje no consiente ningún protagonismo. Sólo el verbo por su vocación de efimeridad permanece. El sonido (el cuerpo) se funde al aire mientras que el volar (el ánima) el oído lo recoge de la extensión. Extensión que tiera de la naturaleza y de la persona hacia la castellanía.
EL TACTO.- Acaso sea éste el sentido que defina mejor la entelequia de esta llanura. ¿Qué es el gañán cubierto de paja triturada tumbado en la era a la hora de la siesta? ¿La maqueta de un cerro? ¿Cómo se siente el molinero acariciado por un golpe de harija? La misma arena de los pinares desmonta al hombre cuando la toca de su permanencia para darle una dimensión nueva de su terrena eternidad.
Volverás (Mi mano toca
La arena. Lenta emoción,
Y una raíz se coloca
Dentro de mi corazón. EL OLFATO.- Del caserío junto a la torre, ascienden columnas de humo blanco. A veces se desvían y dibujan una interrogación. ¿Qué preguntan los hogares de Fuensaldaña? Junto a Puente Duero están quemando…¿Qué?¿Malezas?
Están quemando desnudos
En la otra orilla del río
Y hasta el pinar llega un humo
De cuerpos líricos. Las interrogaciones se han convertido en masas de poesía, en volúmenes femeninos. ¿Nubes bajas? El olfato sin duda percibe un celeste aroma sexual. Desnudos blancos y rubios / de aquellos primeros trigos / de aquellos cerratos últimos. Y esto transtorna. Cambia la fisiología en misterio. Nos hallamos de nuevo ante la entelequia.
EL GUSTO.- El gusto de esta tierra tiene un sabor que conmueve hasta el estremecimiento. A veces desearíamos gritar, a veces llorar, a veces danzar. Si paladeamos esa visión de las copas albares entremezclándose con el resplandor de los cielos lejanos para devolvérnoslas hechas proximidad en una piña fúlgida, ¿en qué se nos convertirá ese saboreo de los ojos? Veloz y cambiante es y ambas cualidades gustamos. En el centro de aquel huir de los volúmenes / por esas ya no copas que quieren ser su olvido / hay dos ojos naranja, hay dos frutos abiertos / con sabor y mirada (pulpa y mente encendidas / dentro de nuestro fondo) que impulsa nuestra lengua / nuestros dientes y el alma. Y la última parte de la composición se inicia: Lloramos, tal quien come también como quien mira. No, no hay dudad que los accidentes de esta tierra inmersos en los resplandores del cielo al que nos acercan se ofrecen en gozo de comunión.
RECAPITULACIÓN.- Mi manera de ser y de soñar, mi ansia de soledad y de olvido de mí, me las ha proporcionado este paisaje, su mística terrenal. También al mismo tiempo la trabazón con estas tierras me ha proporcionado la repugnancia hacia el transcurrir histórico de Castilla. Al castellano le han enterrado la Historia sin dejarle nacer. Se le encuentra en todas las acepciones de la palabra entelequia. Este hombre, desde siempre, reducido y empapelado por el poder (por el señor del azor en la manopla o el del manteo blanco o la capa púrpura en la mula) se desconoce tal como comúnmente le pintan: como hombre de papel; más que vivo, escrito, y mira el horizonte o se encierra en su propio hogar encima de su gloria. Gloria que sólo ha servido para calentarle los pies y marearle la cabeza. Qué bien le encuadra la niña del Cantar del Cid cuando le ruega a éste que pase de largo, que no se detenga, que han llegado cartas del Rey en que les amenaza con quitarles los ojos de la cara. Y éste es el castellano construido por la Historia, recluido, avizor, temeroso. No es fácil que el habitante de estas soledades sepa apreciar la sociedad llena de trastos, ni tampoco el mundo abigarrado de poder que la acompaña. Los valores horizontales (de horizonte) de sus tierras llanas no le disponen a acoger a la una ni al otro. Quizá si una libertad sin obstáculos y una solidaridad con el fin (el confín) orease la Historia, veríamos a este hombre que se pasea por la meseta nacer a su verdad.
Texto extraído de "En no importa que idioma" (Salamanca, Junta de Castilla y León, 1986)