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Autor Tema: Viaje a Medina de Pomar (Burgos)  (Leído 9860 veces)
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Maelstrom
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« : Octubre 17, 2010, 05:01:07 »




Vamos a visitar la villa de Medina de Pomar, emplazada en Las Merindades, comarca que ocupa el extremo norte de la provincia de Burgos y que se halla profundamente ligada al nacimiento de Castilla. Como es evidente, el espacio de esta comarca lo ocupan las siete antiguas Merindades de Castilla la Vieja, de las cuales una, la que queda en el centro, sigue aún usando el nombre que pasó (como sugiere el poema de Fernán González) de ser el de una alcaldía a ser el de todo un Reino. Parece ser que esa denominación de Castilla "la Vieja" no tiene nada que ver con la antigüedad castellana de la comarca. Derivaría de la ciudad de Vellica, que es una de las que los historiadores sitúan en el territorio de los cántabros. Sobre aquella urbe (o cerca de ella) surgió Medina de Pomar, que primero tomó el nombre antiguo y luego se llamó Medina de Castilla Veteris, de donde vino la traducción. Lo de que Vellica y Medina sean el mismo solar lo establece con buenos argumentos el señor García y Sáinz de Baranda, que reconoce la topografía del monte Vianio, donde se refugiaron los cántabros después de su derrota a campo abierto, en la sierra de la Tesla, rodeada por el foso natural del Ebro.
La organización de las Merindades en tiempos condales comprendía a la de Castilla la Vieja (que quedaba en el centro, donde está Villarcayo) y las de Valdeporres, Sotoscueva, Montija y Losa, que ocupan el Norte, de Oeste a Este; las de Manzanedo y Cuesta Urría, al Oeste y Este de Castilla la Vieja, y por último, la de Valdivieso, que es la más meridional. Puentedey se hallaba unida a Valdeporres. A todo esto hay que añadir Medina de Pomar, que era villa realenga y se convirtió (de hecho) en la capital del territorio. Los accidentes naturales definían muy bien el ámbito de las Merindades: al Norte, la muralla cántabra y vizcaína; al Este, las sierras Salvada y de Aracena, que ya debieron ser límite claro entre cántabros y autrigones y luego lo fueron entre castellanos y alaveses; al Oeste se levanta el límite de los Páramos; y al Sur están la sierra de la Tesla y la de la Plana y, naturalmente, el Ebro. De ahí que el Valle de Valdivieso (al otro lado del Tesla) no figurase al principio entre las Merindades y que éstas, en cambio, influyesen sobre el alavés Valle de Valdegobia, así como sobre el Valle de Tobalina y los alfoces de Bricia y Arreba.
El nombre de la villa, antiguamente Medina de Castella Veteris (Medina de Castilla la Vieja), cambia por el de Medina de Pomar (estaba rodeada de manzanos en la época) cuando, avanzada la Reconquista, eran muchas las ciudades que llevaban ese nombre. Aparece ya con la nueva denominación en 1202, cuando Alfonso VIII da un impulso a la repoblación que había iniciado su abuelo, Alfonso VII, con la declaración de Medina de Pomar como villa de realengo y la concesión del Fuero. Un Fuero entre cuyos artículos figuran garantías para los pobladores ante los abusos de las autoridades, libertad de poseer y cultivar las tierras, de explotar los montes comunales y exenciones de tributos...Todo ello acompañado de detalladas descripciones de los derechos y deberes del villano.



Lo primero que destacaremos de esta villa es su castillo, que durante siglos fue el símbolo del poderío de un linaje aristocrático: los Fernández de Velasco. Anclado en medio de la localidad, la estructura de esta fortaleza es tan sencilla como imponente su imagen: dos grandes torres cuadradas (ligeramente más alta la de la derecha) unidas por un cuerpo central, más bajo y estrecho. En la torre izquierda (con almacenes y bodegas en sus bajos) se alojaban el cuerpo de guardia y la servidumbre; la parte central y la torre derecha no eran sino dependencias palaciegas, que contaban con un archivo.  Según parece, la fortaleza llegó a contar con un profundo foso salvado por un puente y tres recintos de muralla (el último más o menos improvisado cuando se temía un ataque de los carlistas, ya que Medina fue plaza isabelina), recintos que empezaban y terminaban en el castillo, pero abrazando el casco antiguo. Declarado Monumento Nacional en 1931 y restaurado por completo, el castillo medinense alberga en la actualidad el Museo de las Merindades.



El patrimonio monumental de Medina de Pomar abarca una buena nómina de edificios religiosos y civiles. Entre el castillo (en el extremo Sur) y la Plaza de Somovilla (en el Norte), y las calles Tras las Cercas y la Ronda (por el Este y el Oeste) se encerraba el recinto amurallado, zona que hoy conserva la mayoría de los lugares de interés. Fuera de este perímetro quedan el monasterio de Santa Clara, la ermita de San Millán y la iglesia de Santa María del Rosario. Son tres las calles principales que recorren de Norte a Sur el caso: Mayor, Laín Calvo y Nuño Rasura. La primera de ellas era (junto a la de Santa Cruz, a la que luego nos acercaremos) la zona más residencial de la nobleza medinense: es la que ostenta más casas de porte solariego, de los siglos XVII al XIX, con escudos, buenos enrejados, portadas y aleros de labrada madera. Entre los mejores ejemplares de la calle Mayor está la cada del nº 1, con el escudo de los Quintana (uno de cuyos miembros fue nombrado Caballero de Santiago) o la del 40, del siglo XVIII, rehabilitada para acoger la Casa de Cultura, con el escudo de los Céspedes en su hermosa fachada de sillería sobre el balcón principal. La calle Mayor desemboca en la Plaza de Somovilla. Una y otra concentran el grueso del comercio y de los bares de la villa, especialmente animados los fines de semana y en época de vacaciones (que es cuando se quintuplica la población).



También en la calle Laín Calvo podemos ver algunos de los muchos blasones que abundan en Medina de Pomar: en el nº 11 el de los Salcedo, en el 13 el de los Medinilla y en el 16 el de los Pereda. El panorama de la calle Nuño Rasura es bien distinto: sus casas son más humildes y muchas se cuentan entre las más antiguas del lugar, aunque han sido muy modificadas con los años. En ella se localizó la Sinagoga, y en su entorno se apiñaba la aljama: aquí está el Arco de la Judería, una de las entradas a la ciudadela amurallada, que aunque fue construida en el siglo XVI (cuando ya no quedaba ni rastro de los judíos) tomó el nombre del antiguo barrio. Además de este Arco, los restos más visibles de la muralla se encuentran en la Plazuela del Corral (un gran lienzo rematado por dos cubos), en los jardincillos que hay tras la fortaleza y en la bella Puerta de Oriente, también llamada de la Cadena porque se cerraba mediante un gran portón provisto de cadenas y trancas. Es un arco apuntado y elegante, abierto bajo una vivienda con barandal de madera volado en lo alto en la que residía el Alcaide. Desde aquí hay que asomarse hacia los angostos callejones que bajan hasta el cauce del río Pomar.



El rincón más hermoso de Medina de Pomar es la plazuela de la parroquia de Santa Cruz, a la que se sube por una escalinata que arranca de la calle Mayor: al frente, un pasadizo en cuesta que atraviesa la muralla, y en un lateral se halla la calle Santa Cruz, donde se levantan las mejores casas de la villa. Se mezclan en este sitio elementos de muy distintos estilos y periodos, creando un espacio armónico pero pintoresco: el pasaje de profundas resonancias medievales, el pórtico neoclásico de la iglesia, la torre en cuya obra se aprecian distintas fases, un cubo de la muralla y las casas de sillería blasonadas (alguna parcialmente cubierta de verde enredadera) que hicieron levantar los nobles medinenses en los siglos XVI y XVII. Completa el interés de la zona la casa que se levanta en la calle Mayor, justo frente al arranque de la escalinata, en la que tiene su sede la Asociación de Amigos de Medina de Pomar, una institución muy activa en la difusión de los valores ciudadanos. En su fachada (todo un tratado de simetría) se alternan los huecos rectangulares de los balcones y los medallones circulares con efigies en relieve de los Roldán, propietarios del inmueble.



La descripción detallada de la estupenda iglesia de Santa Cruz excede el espacio de este artículo. Una limitación que suple con creces la guía para la visita del templo, editada por el Centro de Iniciativas Turísticas de las Merindades. (Hay también guías del mismo autor, Antonio Gallardo Laureda, sobre el monasterio de Santa Clara y la iglesia de Santa María del Rosario). Nos limitaremos, pues, a llamar la atención sobre la elegancia y altura de sus tres naves divididas por arcos ojivales y techadas con bóvedas de crucería; a destacar la belleza del retablo principal. Se trata de una composición de excelentes tablas que narran la vida de San Juan Bautista, ambientada con paisajes y figuras que recuerdan a la mejores obras flamencas,  y enmarcada en una estructura (tardogótica, como las propias pinturas) que es toda una filigrana en madera dorada. Recomendamos a los visitantes que se detengan en los sepulcros de los prebostes allí enterrados, en los retablos, en la sillería del coro y en los numerosos detalles arquitectónicos y ornamentales que hacen de la principal parroquia medinense un edificio de notable interés.
A dos pasos de la iglesia, en la calle de Santa Cruz, se abre un mirador sobre la Plaza Mayor. En realidad se trata de dos miradores sobrepuestos, ya que la propia Plaza termina en una balconada desde la que se ven las huertas y la vega del río Trueba y (al fondo) las cumbres redondeadas de sierra Pelada. Es la Plaza un espacio sobrio, que cuenta con dos elementos de interés: la fuente de la Leona, monumental, con un felino recostado en lo alto; y el Ayuntamiento. Deberíamos visitar el salón de plenos consistorial, que aparece decorado con pinturas en el techo (óleos sobre lienzo de temas históricos o alegóricos) y las paredes ( frescos con imágenes de las cuatro estaciones del año).



Un poco alejado del centro urbano, se levanta el gran complejo del monasterio de Santa Clara. Muchas de las dependencias que lo componían han desaparecido o se hallan en ruinas (es el caso del hospital de la Vera Cruz), pero la iglesia y el Museo de los Condestables siguen siendo merecedores de una detenida visita. Pero antes hemos de acercarnos a la pequeña ermita de San Millán (que formó parte dle complejo monacal), templo románico erigido en el siglo XII y coetáneo de los primeros tiempos de la repoblación, que pasa por ser el edificio más antiguo que conserva Medina de Pomar. Tras muchas vicisitudes (hasta fechas recientes fue usada como almacén y cuadra, y parte de la nave fue transformada en vivienda) esta ermita, vinculada a uno de los itinerarios accesorios del Camino de Santiago, ha sido restaurada y rehabilitada como Centro de Interpretación del Románico de las Merindades. Un lugar donde aprender sobre las pequeñas y hermosas iglesias o ermitas rurales del Norte de Burgos. Y también para ver, dentro de su sencillez, la belleza primitiva de los capiteles con relieves de rostros, signos (algunos de difícil interpretación) y alusiones al peregrinaje jacobeo.
Pero regresemos al cenobio de Santa Clara. Fue éste una fundación de Sancho Sánchez de Velasco y su consorte Sancha García en 1313, que sus descendientes fueron ampliando y enriqueciendo con aportaciones artísticas. Fue el objetivo de sus creadores levantar un lugar de enterramiento para el linaje de los Velasco. Sus blasones figuran por todas partes y algunas de las tumbas (como la de Iñigo Fernández de Velasco y María Tovar, con estatuas orantes atribuidas a Felipe Bigarny) son verdaderamente lujosas. Otros muchos miembros de la familia están enterrados en nichos a lo largo de toda la nave de la iglesia, siendo el último Ana Valentina Fernández de Velasco (hija del XIV Duque de Frías, fallecida en 1852). Merece la pena detenerse a contemplar las bóvedas (las hay suntuosas, como la estrellada de la capilla de la Concepción o la de media naranja que remonta la cabecera de la iglesia), los retablos (entre ellos el del altar mayor, una refulgente obra rococó), las rejas o algunos retablos menores de buena factura. En el Museo de los Condestables podremos ver muchas obras artísticas de valor, entre ellas un Cristo Yacente de Gregorio Fernández y una pintura sobre tabla atribuida por la mayoría de los expertos a Hans Memling.
« Última modificación: Octubre 17, 2010, 22:16:56 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #1 : Octubre 17, 2010, 05:25:36 »


Empezaremos por trasladarnos desde Medina a Villarcayo, capital de la Merindad de Castilla la Vieja, por la carretera BU-560. Rodea a Villarcayo un terreno llano, aunque recogido: una parcela de once kilómetros por seis surcada por las aguas del Nela. El agua ríe por todas partes y levanta sotos y arboledas. Por el barrio de Quintanilla, el paso del Nela es de una amenidad completa: una pequeña presa deja caer el agua a unos molinos abriagos de chopos, álamos, sauces y hojarasca de roble. Villarcayo es un pueblo de buena estampa, que conserva no pocos recuerdos y bellezas de su pasado, con nobles casas de piedra, algunas de las cuales pasarían en La Montaña por palacios hechos y derechos. Llevan los blasones de las familias Rueda, Peredo, Salazar y Saravia. Hacia la mitad del siglo XIX, la villa tenía cien casas (todas ellas alrededor de la Plaza) y conservaba intacta la torre del Merino (con su comunal pórtico) y una fachada noble en que se veían en piedra los retratos de los Jueces de Castilla, que ahora tendremos que buscar en Bisjueces. Según las relaciones, la torre del Merino (que posteriormente se llamará corregidor) comprendía las Salas de Audiencias y Capitular, el Archivo, la casa del Alcalde, la Cárcel con sus instrumentos de tortura y su Oratorio Adjunto, así como la estancia del Reloj, donde se guardaban las pesas y medidas que hacían ley en el Mercado.
Dada la llaneza del terreno, puede decirse que desde Villarcayo se domina la Merindad de Castilla la Vieja, y en toda esta circunscripción hay cosas que ver. Las localidades de Cigüenza, Horna, Bisjueces o Villalaín evocan los tiempos precondales, aunque de ellos no queden reliquias. En Cigüenza (que tuvo buena vega de maíz) se levanta la iglesia de Santa María, una parroquia con detalles románicos que, según cierto testimonio, tuvo delante de su puerta la sepultura de Nuño Rasura. En Villalaín hay un templo grande que no dice mucho, pero no lejos queda la ermita románica de la Virgen de Torrentera, que guarda buenas esculturas. Asegura otro testimonio que en ella estuvo enterrado Laín Calvo (Flavinius Calvo, al que se hacía descendiente de romanos), y allí vio su cadáver exhumado el cronista Pellicer de Tovar, tan descompuesto que cuando se le tocó se convirtió en ceniza. Era, al decir del escritor, de gran estatura.



Donde la memoria de Nuño Rasura y Laín Calvo queda monumentalizada es en la puerta de la iglesia de Bisjueces. Allí (bajo un pórtico abovedado suntuosamente, a la manera estrellada del gótico tardío) hay una especie de retablo exterior notablemente plateresco, donde aparecen ambos prohombres sentados en unas hornacinas laterales, mientras el triple ático lleva las estatuas de los Condes castellanos (al igual que el Arco de Santa María, en Burgos).
Pero...¿Quiénes eran Nuño Rasura y Laín Calvo? Como es bien sabido, los castellanos afirmaron su personalidad rechazando la legislación romano-visigótica del Fuero Juzgo, el Fuero de los jueces leoneses, lo que equivale a repudiar la cultura neogótica. Cuenta la tradición que las gentes de la primigenia Castilla juntaron cuantas copias del Fuero Juzgo hallaron y las quemaron públicamente en simbólicas hogueras...Y a continuación, instauraron sus propias instituciones: eligieron a los jueces Nuño Núñez Rasura y Laín Calvo, que  aplicarían las leyes y costumbres del país y cuyo estrado se situaría en Bisjueces. Aunque algunos historiadores (Sánchez Albornoz y Ramos Loscertales entre ellos) niegan la autenticidad histórica de los dos magistrados, este relato siempre será un valiosísimo testimonio sobre el carácter originario de Castilla. La obra es de los artistas Francisco de Colonia y Juan de Vallejo, y tiene la elegante armonía de su estilo. La iglesia es de un gótico anterior al de su portal. A poca distancia hay restos de una ermita románica y otras parecidas pueden verse en La Aldea, Andino, Incinillas, Hocina, Escaño, Miñón y Cubillos del Rojo. Algunos de estos pueblos quedan ya en los Valles de Valdelugaña y Manzanedo. Al Sur (y sobre el Ebro) queda San Miguel de Cornezuelo, con una iglesita preciosa y muy semejante a las del Valle de Valdivieso.
Un recorrido bastante agradable puede hacerse desde Villarcayo y Cigüenza hacia San Martín de las Ollas, en la merindad de Valdeporres.



En el camino queda Puentedey, con su impresionante puente labrado por la naturaleza: se trata de una roca horadada por el río Nela, sobre cuyo lomo se sitúan el caserío con su iglesia y uno de los muchos caserones pertenecientes a los Velasco.
En casi todos los pueblos sucesivos encontraremos algún vestigio románico. Merece la pena detenerse en Quisicedo (ya en la merindad de Sotoscueva) para ver, un poco más arriba del municipio, la notable ermita troglodítica de San Bernabé y San Tirso. Enclavada en pleno Monumento Natural de Ojo Guareña, el interior de esta cueva-santuario está decorado con pinturas de los siglos XVIII y XIX. Cerca de aquí se alza el Pico del Cuerno, donde el nubero subía los días de tormenta a desafiar a los rayos con los toques del cuerno (de ahí el nombre de la peña).



Pronto llegamos a Espinosa de los Monteros, de ambiente profundamente montañés. El caserío es muy noble, con casas fuertes, almenadas torres y dos templos de alguna importancia, uno de ellos (el de Santa Cecilia) de cánones renacentistas. El edificio más importante es el castillo de los Velasco, que no le cede mucho en importancia al que vimos en Medina de Pomar. Se tarta de una torre (severa, rectangular y con pocos huecos) con vestigios un cuerpo más bajo, que nos recuerda que este castillo fue palacio. Grandes chopos sombrean la fortaleza, que domina toda la villa. La fama de Espinosa es legendaria. Fue villa realenga, y por tanto independiente de las merindades. Sus monteros hidalgos formaron un cuerpo privilegiado al que se otorgó el derecho de guardar durante la noche las estancias del monarca. El privilegio parece remontarse a las postrimerías del Condado castellano, cuando los de Espinosa impidieron que la condesa Ava diera muerte a su hijo García, pereciendo ella con el veneno preparado para la ocasión...



Siguiendo hacia el Este (queda debajo el Crucero de Montija) encontraremos Bercedo, que es (y fue siempre) nudo importante de comunicaciones. Aquí se juntaron la calzada romana que subía de Astorga y Herrera de Pisuerga y la llamada Autrigona, que venía de Briviesca por Oña. Carlos III trazó por aquí una carretera hacia los puertos norteños, enlazados depués por el ferrocarril de La Robla a Bilbao. Sigue por estos pagos el ambiente montañés, y tanto en Bercedo como en Argüeyo se ven pequeños templos románicos. Nos hallamos a dos pasos del Valle de Mena. En el espacio que va del mencionado valle a Bercedo se sitúa la célebre Area Patrinaris, donde se levantó una iglesia filial de Taranco de Mena en cuya acta fundacional (fechada el 14 de septiembre del 800 y suscrita por el abad Vitulo) aparece por primera vez el nombre de Castilla. Vitulo, como tantos otros pobladores trasmeranos y vizcaínos, entró en Castilla la Vieja por el encantador valle de Mena, cuya fisonomía no difiere en nada de los más auténticos valles vascongados.



Seguimos carretera adelante. Abandonamos la merindad de Montija y penetramos en el Valle de Mena, siendo Leciñana de Mena el primer municipio que nos encontramos. Este maravilloso valle queda delimitado por los Montes de Ordunte (al Norte) y los Montes de la Peña y la Sierra Carbonilla (al Sur). Aquí nace el río Cadagua, que se lleva sus aguas hacia el Cantábrico y ha sido embalsado junto a los pueblos de Nava de Ordunte y Partearroyo para abastecer a los bilbaínos. Una porción de arroyos abren a los lados del valle otros tantos vallejos y vallejuelos risueños. Por todas partes crecen robles, nogales y castaños, o se cultivan árboles frutales que tienen una primavera alegre y delicada.



El Valle de Mena encierra 3.926 habitantes en 263,18 kilómetros cuadrados, y se rige por un sólo municipio, esparcido por múltiples barrios y caseríos. Hay por aquí una infinidad de nombres vascongados, tanto de personas como de lugares. Que no nos extrañe, ya que el Valle de Mena perteneció a Las Encartaciones vizcaínas. De hecho, los meneses enviaban representantes a las Juntas de Guernica, pero a causa de la distancia (unas 13 leguas, muchas para aquel entonces) y de los gastos consiguientes, se incorporaron voluntariamente a Castilla. Según otros, la separación de Vizcaya se debió a que Enrique III vendió Mena a su camarero Juan de Velasco, provocando el disgusto de los meneses.



La joya arquitectónica del valle la encontraremos en Vallejo de Mena, siguendo el camino que va junto al Cadagua a contramacha de su corriente. Está en alto, junto a unos robles. Es una iglesia románica, con algo de fortaleza y que tiene un ábside notable de tamaño y calidad desproporcionados para ella. Incluso la piedra (dorada) es distinta de  la más gris que se ha usado para el cuerpo principal. Este ábside acusa una complicación algo decadente respecto a los cánones del estilo, pero es muy hermoso. Lleva en la parte recta, a cada lado, dos grupos o haces de columnas formando bloques muy esbeltos, a pesar de su fuerza. Entre ellos va una ventana de triple arco provista de capiteles sencillos. La parte redonda lleva columnas simples del mismo orden que las agrupadas, altas hasta el tejado y con capiteles muy clasicistas. En los espacios intermedios corre una arquería lobulada, lombarda, sobre ventanas de arco regular. El resto de la parroquia corresponde al modelo común de la comarca, con una solo nave. Según parece, la dama Endeguina de Mena cedió esta iglesia a la Orden de San Juan de Jerusalén.
Quedan algunas torres en el Valle de Mena: la de Lezana es de una verticalidad impresionante. También quedan en los altos algunas de las muchas ermitas (más de 500) que hubo en el valle. Las casas tienen solanas y aleros saledizos. En tiempos pretéritos se prodigaban aquí, junto al pastoreo y la reducida labranza, las ferrerías que aprovechaban las leñas del monte...


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Mudéjar
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« Respuesta #2 : Octubre 25, 2010, 00:17:34 »


Buen trabajo, Maelstrom, qué ganas de ir a conocer  Las Merindades.
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Francisco de Medina
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Guadalajara, Transierra de Castilla


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« Respuesta #3 : Octubre 25, 2010, 01:32:02 »


Muy buen trabajo, Maelstrom. Unas imágenes impactantes.
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"Se dió aviso a los lugares de la Tierra e se ayuntaron en la Villa de Uceda con muchas armas ofensivas e defensivas, arcabuces, lanzas e ballestas, que todos serían más de dos mil hombres"
Maelstrom
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« Respuesta #4 : Octubre 25, 2010, 05:01:06 »


Me alegra que os haya gustado. Pero por motivos de espacio, no he podido reseñar otros lugares de Las Merindades que bien merecen una visita:

Butrera (Merindad de Sotoscueva)



Salazar



El puerto de las Machorras



Ahedo de Butrón



Villanueva Rampalay



Montejo de Bricia



Tartales de Cilla





Quecedo de Valdivieso



Nofuentes



San Pantaleón de Losa





Y el espectacular "Salto del Nervión", en el término municipal de Berberana.





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Ruy el pequeño Cid
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« Respuesta #5 : Octubre 29, 2010, 16:51:53 »


Bonito reportaje, de verdad, y preciosas fotos. Es una zona que tengo pensado visitar en primavera, buscando mis orígenes como castellano. Sobre todo querría ver el castillo de Tedeja (según se dice, primer castillo de Castilla), los restos de la iglesia de Santa María en Mijangos (al parecer, sería el primer templo cristiano de que se tiene conocimiento en la península, pues data de finales del S. VI), y la iglesia de San Emeterio y San Celedonio en Taranco de Mena. Porque me imagino que encontrar restos del Area Patriniani será muy difícil (los expertos no se ponen de acuerdo sobre dónde estaría situada). Ya veremos si puedo hacer finalmente el viaje, pero me guardo esto en favoritos para tenerlo en cuenta.
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¡Que redoblen los tambores,
los pendones desplegad,
que no piensen los reales
que vamos huyendo ya!

caminante
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Y subiéndose a los montes, comunica por hogueras


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« Respuesta #6 : Octubre 30, 2010, 01:21:33 »


Gracias por el trabajo Maelstrom.Esta parte de la provincia de Burgos es de una belleza extraordinaria. Cuando uno la recorre o vuelve a ella a través de un reportaje fotográfico y documental tan bueno como este tuyo, entran más ganas de sentirse castellano y de unirse a través de esas piedras, de esos montes y de esos valles a esa Castilla primitiva, primera,recién nacida.
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