Las deudas históricas
José Luis Manzanares
Confieso no tener ideas claras sobre las deudas históricas. Aparecen y desaparecen del escenario nacional como dicen que ocurre con la serpiente del lago Ness. La comparación es, sin embargo, muy discutible. No disponemos de pruebas fehacientes de la existencia del monstruo escocés, pero sí de las deudas históricas. Un día encontramos en los medios de comunicación información sobre tales demandas, y otro nos enteramos de que alguna deuda se pagó ya a gusto del acreedor. Eso sí, las cifras multimillonarias suelen figurar en letra pequeña, mientras se silencian las identidades del deudor y del pagano, que no han de coincidir necesariamente.
A mí, eso de los derechos históricos y las comunidades históricas nunca me ha gustado, porque lesionan el principio de igualdad. Además, todos disponemos de nuestra propia historia y todas son igualmente respetables. El profesor Jiménez de Parga recordó en su día —quizá harto de discriminaciones— que en Granada se disfrutaba de baños perfumados cuando en el noroeste de la Península las gentes se lavaban más bien poco. Vamos, que también los andaluces tenían su historia y, puestos a comparar, tan respetable o más que la de otros pueblos de esta Nación de naciones a la que algunos llamamos simplemente España.
Luego sucede que la afirmación de nuestra particular historia tiende a traducirse en beneficios económicos a costa del prójimo. Aun reconociendo mi ignorancia sobre el significado último de las deudas históricas, supongo que en estos casos el enriquecimiento de algunas Comunidades se corresponde con el empobrecimiento de las restantes. Y puesto que el apaño queda en casa, presumo que parte del dinero aportado por todos los contribuyentes al erario estatal sirve para que los políticos de turno den rienda suelta a su generosidad. Es lo que se llama disparar con pólvora de rey.
Andalucía, que es potencialmente una de las más ricas regiones españolas, ya recibió en su día el importe de su crédito. Ahora, al socaire del nuevo Estatuto catalán, se nos recuerda que también por aquellas tierras saben extender la mano. El camino está abierto para otras exigencias en el resto de España. Nadie querrá ser menos en esta rebatiña. No basta con ser una nacionalidad. Hay que ser una nación y, además, una nación acogida al bonito invento de la deuda histórica. Era de temer que el dinero para satisfacer tantas reclamaciones saliera siempre de las zonas más deprimidas del país, pero quizá no sea siempre así. Si se generaliza la costumbre, todos reclamaremos de todos, y todos nos quedaremos con lo nuestro. Los derechos histórico-peseteros se compensarían unos con otros. Un entretenido viaje a ninguna parte
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