POR CASTILLA Y PARA CASTILLAAños atrás, figuró mi modesta firma en estas columnas acogedoras y expansivas de
EL NORTE DE CASTILLA; mas, ahora, al volver de nuevo a reemprender mi tarea, prometo una colaboración continuada en el propósito, ordenada en los temas, recta en la trayectoria, fija en la orientación, pertinaz y concreta en la tarea y en el deber de contribuir a explorar a Castilla, estudiándola, enalteciendo sus virtudes, exponiendo en blanda crítica los defectos de su raza, analizando valores, señalando sus derechos colectivos, defendiendo sus intereses morales y económicos regionales, tratando, en resumen, de infiltrar poco a poco, en el corazón reseco de sus hijos, el espíritu de estimación hacia esta tierra, que apacible o adusta, rica o pobre, tenemos los castellanos el deber de amarla porque al fin es nuestra bendita cuna.
Pero, yo adelanto, que no soy literato, ni artista, ni historiador, bien que la literatura, el arte y la historia de Castilla me sean conocidas lo suficiente para enjuiciar su alta significación; y así, procuraré seguir otros derroteros menos trillados y más eficientes al decidido propósito que me anima, de expoliar la indiferencia, sacudir la pereza, desvanecer el pesimismo, fortalecer convencimientos, alumbrar ideas, despertar confianzas e infundir alientos a este pueblo castellano de mis cariños, que, como colectividad puede y debe proseguir su camino...
¿Será esta la hora nueva de Castilla? Sin afirmarlo concretamente, séame permitido, si en verdad son estos momentos de revisión de valores, de enmendar errores, de zanjar diferencias, de saldar deudas, de rectificar orientaciones y en suma, de cancelar el pasado - séame permitido, repito - manifestar que, acaso, mejor oportunidad para reemprender la marcha, no se le depare nunca más. Así, como así, la voluntad nacional en digna y ejemplar conducta ha sellado el capítulo fatal y doloroso de la historia de nuestra decadencia, que empezara coincidentemente al terminar el primero de los Austrias con las libertades de Castilla, en los campos de Villalar en día en que por cierto, al decir de un gran tribuno, hasta el cielo lloró tanta desgracia.
Castilla era entonces una nación gloriosa. Hoy no es sino una región humilde, menos pobre de lo que parece, pero al fin decaída; una tierra olvidada por sus propios hijos, menospreciada por extrañas gentes, desatendida por sus políticos, incomprendida por los que con afectada jactancia se apellidan a sí mismos intelectuales españoles, postergada por los gobiernos, antes como ahora, ayer y hoy lo mismo, bajo el yugo del viejo régimen que bajo el mandato del régimen novísimo. Y, sin embargo, esta bien amada tierra resiste todos los embates, como una añosa encina... Y subsiste gracias al sin igual esfuerzo de este buen labriego castellano que ara silencioso... Pero que no canta como pretendiera Gabriel y Galán. Y eso, eso, es lo que hay que intentar: que cante. Que cante el gañán, que cante el pueblo, en la aldea y en la ciudad, que cante nuestro pueblo, bajo la bóveda de este cielo azul y despejado de Castilla, puro y sereno como el alma de su raza tan generosa, tan limpia de ambiciones que por ello se entregó espontánea, autoexcluyéndose de toda ambición al intento creador de un algo grande y superior a sí misma: «España».
¡Cantar, cantar! El canto es alegría siempre, como el canto de un orfeón es música, arte, solidaridad de sentimiento, armonía, actividad, cultura; el canto es en fin, optimismo y elevación espiritual. Y pueblo que eleve su espíritu, recobre su optimismo, que are y cante, hermanando el trabajo y la alegría, es pueblo que se salva, que se redime, que triunfa, que logra en resumen la significación propia y el respeto de los demás. Ahora bien, para que un pueblo tenga alegría y esté satisfecho de sí mismo tiene que tener «despensa», ¡tiene que tener repletas las trojes y llenas las cubas!, tiene que trabajar porque el trabajo engendra el bienestar, y para trabajar lo más práctico es esconder en el bargueño de la tradición familiar los viejos pergaminos por gloriosos que sean y mirar sin cobardía las realidades de la hora actual.
No olvidemos el pasado y menos sus enseñanzas, mas intentemos enorgullecemos de nuestro presente al tiempo que sentarnos los cimientos de una Castilla mejor. De modo que digamos: basta de escalar los castros leoneses para contemplar desde ellos, la tierra llana y brava, teatro de jornadas históricas; basta de sumergirnos en la contemplación de los claustros de los monasterios esparcidos por todos los rincones de este país; basta de evocar esas rondas de castillos fronteros al padre Duero o que altivos se yerguen en las rojizas tierras segovianas. Y al doblar esas páginas de la historia reflexionemos y convengamos, en que, si la historia es la geografía del pasado, la geografía es la historia del presente y ésta nos dice con imperativa frialdad, que penetra hasta la propia médula y por contra agita el corazón: pueblo castellano, no eres potente ni siquiera fuerte porque has perdido tu propia estimación, porque inactivo no has extraído de las entrañas de la tierra la riqueza de tus minera les, ni sometido a tu arbitrio el agua de tus ríos convirtiéndola en energía, ni erigido chimeneas y decir chimeneas es decir fábricas, ni por último, administrado tu hacienda y tu casa. Lo que has hecho, por el contrario, es acabar con los rebaños celebérrimas de tus merinas; paralizar tus batanes, olvidando hasta las viejas industrias domésticas; lo que has hecho es arrasar tus bosques y destruyendo en lo material el heredado patrimonio destruir también en lo espiritual como consecuencia, la fe en tus propios destinos. Y como si eso fuera poco, en lugar de alentarte, Castilla mía, tienes que resignarte a que nadie te tienda la mano generosa y escuchar cómo el eco trae de la periferia una voz que dice: «No tendrás ferrocarriles ni te dejaremos asomarte al mar» y sufrir con entereza que ni en tu propio solar surja una voz autorizada y potente que llame a concejo a los intelectuales y políticos castellanos para decir a los unos:
despertad a este pueblo y a los otros:
defended intereses de esta región, exigiendo que los gobernantes escuchen los clamores de este país resignado y patriota y advirtiendo, a todos, que acaso Castilla necesite un Estatuto y una Asamblea. Mas todo esta es tan interesante, que bien vale la pena, lector, de que hagamos punto para continuar otro día.
Gregorio Fernández Díez «El Norte de Castilla», nº 33415, 1 de Abril de 1932.