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Autor Tema: LOS PRIMEROS AÑOS DEL FASCISMO ESPAÑOL  (Leído 9126 veces)
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Maelstrom
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« : Agosto 21, 2008, 01:12:19 »


Las violentas tensiones de la Historia europea en el curso del s. XX se polarizan en torno a dos fenómenos: las luchas entre clases sociales y las guerras entre naciones. Las huelgas y demás manifestaciones obreras adquieren gran extensión en vísperas de la Primera Guerra Mundial, provocando simultáneamente una reanimación del espíritu nacionalista. Durante la guerra, la conciencia de clase quedó soterrada por una explosión de nacionalismo que trascendió aquélla, pero las motivaciones de la lucha de clases subsistieron. Tras el conflicto bélico, la rebeldía de la clase trabajadora se hizo patente en toda Europa, y la colusión de fanatismo chauvinista con los intereses conservadores consiguió desplazar a la opinión pública en favor del nacionalismo y en detrimento del concepto de clase. Se desarrollaron así movimientos híbridos "nacional socialistas" o "corporativistas".



Dado su carácter autoritario, la combinación de nacionalismo con el socialismo o el corporativismo recibió el nombre genérico de "fascismo". La atracción ejercida por el fascismo sobre los países europeos que se enfrentaban con graves problemas sociales y políticos resulta hoy evidente. La fuerza del fascismo procedía del temor y la inseguridad de las clases medias, que consideraban la coordinación corporativista de las fuerzas económicas en interés de la nación como la única doctrina capaz de absorber y frenar el movimiento obrero. El primitivo fascismo italiano ensayó una pragmática conciliación de las aspiraciones nacionalistas y socialistas; en el nacional-socialismo alemán Hitler hablaba de fórmulas utópicas contra el interés, la gran propiedad y los trust internacionales. En 1927 afirmó: "Somos socialistas, somos enemigos del sistema capitalista actual por su explotación del económicamente débil, con sus salarios injustos, con su indecorosa evaluación de un hombre según la riqueza y la propiedad en vez de la responsabilidad y el rendimiento"... En realidad, lo único que pretendían fascistas y nazis era acabar con las reivindicaciones obreras mediante una propaganda demagógica.
España sería la última nación de Europa Occidental en desarrollar un movimiento fascista. Durante varias generaciones, su desenvolvimiento social y político se apartó de los módulos europeos, y su mediocre ritmo de desarrollo económico (debido, en gran parte, al bajo nivel de educación popular y a un aislamiento cultural casi general) obstaculizó durante cierto tiempo la formación de una conciencia de clase organizada, pero cuando surgió la lucha de clases se multiplicaron por doquier los levantamientos de campesinos en el Sur, los atentados anarquistas y las consiguientes represiones policiales. Los sangrientos disturbios que conmovieron al país durante el verano de 1909 no fueron más que el modesto preludio de la primera huelga de amplitud nacional, que tuvo lugar en 1917.
Desde 1875, España había sido gobernada nominalmente por una monarquía constitucional, bajo la cual el país experimentó un notable progreso. El renacimiento cultural de principios del siglo XX produjo un período de esplendor literario, pensadores como José Ortega y Gasset infundieron vitalidad a la filosofía española. Por otra parte, la vida política cobró renovado vigor, a medida que iba aumentando el número de los ciudadanos que intervenían en ella. España parecía más activa que en ningún otro momento de su Historia moderna.
Sin embargo, el riesgo de una revolución social organizada acabó ensombreciendo aquellas perspectivas. Los primitivos y dispersos movimientos socialista y anarquista se transformaron en organizaciones de masas, despertando la conciencia de clase entre los obreros. Entre los campesinos sin tierra del Sur de España imperaba un sentimiento de extremismo desesperado.
La lentitud con que las instituciones políticas y económicas españolas se adaptaron a las exigencias de la vida moderna, provocó una tensión no sólo entre clases, sino entre regiones. Cataluña, el territorio más avanzado, hablaba una lengua propia y poseía una tradición de autogobierno que se remontaba a la Edad Media. El desarrollo de la burguesía catalana, la presión ejercida por la expansión económica, los abusos del centralismo y el renacimiento de la literatura catalana se combinaron, dando lugar a un movimiento nacionalista cuya dirección asumió la clase media. Un nacionalismo provocado por causas análogas se daba también en el País Vasco.





Pero un amplio sector de la clase media se manifestaba profundamente opuesto a la influencia de cualquier nueva idea en la vida española. Aun cuando la ideología monárquica se iba desacreditando rápidamente, otras fuerzas tradicionales, como la Iglesia, contaban con numerosos defensores. No existía en la España de la época un sentimiento nacionalista semejante al de otras naciones de Europa Occidental. Esto no quiere decir que los españoles carecieran de sentimientos nacional, sino que no respondían a un nacionalismo organizado, expresado en ideologías o traducido en movimientos políticos. El español es, tal vez, el más tradicionalista de los europeos, y se opone tenazmente ante cualquier ataque contra sus costumbres o formas de relación social. Este patriotismo tradicionalista, que predomina especialmente entre los campesinos del Norte y la clase media castellana, no tiene nada en común con el moderno y dinámico nacionalismo de la Europa central, atento a su desarrollo y expansión futuros, no a las glorias del pasado.
El más claro ejemplo de patriotismo tradicionalista español al impulso de los cambios lo constituían los carlistas, con sus pretensiones de defender la tradición nacional contra los avances y el mundo moderno. Su concepción neo-medieval y regionalista de la monarquía no tenía nada que ver con los nacionalismos modernos.




A pesar de todo, la primera manifestación de nacionalismo español no provino del carlismo, sino de la derecha ortodoxa. Tras la caída del gobernante conservador Antonio Maura en 1909, sus partidarios organizaron un movimiento juvenil, las Juventudes Mauristas, cuyo objetivo era la regeneración nacional. Los jóvenes mauristas denunciaban las irregularidades del sistema parlamentario y pretendían suprimir de raíz la subversión izquierdista. Sin embargo, carecían de una mística nacionalista, y sus declaraciones tenían a menudo los mismos tonos que las del viejo Partido Conservador de Maura, su mentor.
Otra manifestación de nacionalismo español, aunque con carácter liberal, es la que encontramos en algunas figuras de la llamada "Generación del 98". Hombres tan notables como Unamuno o Machado, profundizando en la identidad española, llegaron a una nueva interpretación de Castilla. Los "noventayochistas" estaban convencidos de que España era distinta del resto de Europa, y por tanto debía seguir un camino distinto.
Las Juntas militatres que surgieron en 1917 fueron la expresión de una reacción nacionalista o patriótica. Los jóvenes oficiales que las integraban se pronunciaban contra el favoritismo y la corrupción en la política, exigían que las energías de España fueran mejor empleadas.


Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña


Pero la primera manifestación oficial de nacionalismo español sería la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, iniciada con el golpe de Estado de 1923. El único fundamento ideológico éste régimen fue el sentimiento patriótico. Considerando corrompido el sistema parlamentario, empezó Primo de Rivera por confiar el Gobierno de España a un puñado de generales, para después constituir un partido único: la amorfa Unión Patriótica, organización constituida en 1925.
La Unión Patriótica no fue concebida como una organización política al estilo fascista, en teoría era una asociación constitucional exclusivamente destinada a apoyar al Gobierno durante un difícil período de transición. Así pues, Primo de Rivera y su régimen carecían de programa y de ideología. La Unión Patriótica no era sino una colección de elementos conservadores cuya única obligación era respaldar al general, haciendo grandes alardes de retórica españolista.
El programa económico del régimen se limitaba a la realización de obras públicas y a una mayor protección arancelaria. No existía ningún tipo de reformas sociales, excepto el ambicioso proyecto de los comités paritarios de obreros y patronos, a través de los cuales la UGT estuvo legalmente representada en el Gobierno español.
La única declaración de nacionalismo español radical durante el régimen de Primo de Rivera la hizo el literato madrileño Ernesto Giménez Caballero, director de La Gaceta Literaria. Fue, tal vez, el más raro y estrafalario de los escritores fascistas que proliferaron en Europa entre 1920 y 1930.
Giménez Caballero empezó se inició en la política como socialista, para convertirse después en admirador de Mussolini por influencia de Curzio Malaparte, al que conoció en un viaje a Italia. Por aquella época, Giménez Caballero veía a Alemania con especial odio y, por sorprendente que resulte, consideraba a la URSS como aliada de los países mediterráneos. Para él, Roma era el centro del mundo, la capital del catolicismo y del fascismo.
A pesar del prestigio literario de su revista, la agresiva retórica fascista de Giménez Caballero no llamó la atención de la intelectualidad española más influyente. El primitivo fascismo español no podía prosperar bajo el rancio autoritarismo de Miguel Primo de Rivera.


 Giménez Caballero y su publicación.


Los seis años de aquella extraña mezcolanza política que fue el "primorriverismo" provocaron un descontento general. Hacia 1929 la hacienda pública se hallaba en un estado inquietante. La peseta descendió al nivel más bajo en el cambio internacional desde 1929. Los socialistas estaban cada vez más cansados de su compromiso político con la dictadura, y los anarco-sindicalistas estaban esperando el momento de reaparecer con nuevos ímpetus. Las clases altas se hallaban descontentas, deseaban verse libres de la carga de una costosa administración que el régimen hacía pesar sobre ellas. El rey Alfonso XIII, en cuyo nombre se suponía que gobernaba Miguel Primo de Rivera, mostraba deseos evidentes de recuperar una buena parte de poder. Además, la salud del dictador empezó a flaquear. A principios de 1930, Miguel Primo de Rivera se vió obligado a dimitir.
Tras la dictadura, se sucedieron dos breves gobiernos semi-dictatoriales, que no lograron gran cosa. Se hacía responsable a Alfonso XIII no sólo de los fallos de la dictadura, sino de las decepciones de 1930. Las clases medias abandonaron al monarca, y los grupos republicanos iban adquiriendo cada vez mayor vigor. La Corte trató de conquistar el apoyo popular convocando la calebración de elecciones municipales el 12 de abril de 1931. La confusión aumentó todavía más. En las grandes ciudades, las elecciones fueron ganadas por los republicanos, quienes exigieron el fin de la Monarquía.
El 14 de abril, Alfonso XIII se encontró sin apenas partidarios en todo el país. Los estériles decenios de la Monarquía constitucional habían dejado tras de sí esterilidad y vacuidad. Sin el apoyo de la derecha, y con varios de los generales más importantes manifestando sus simpatías republicanas, el monarca no tenía ningún apoyo. Con un impulso generoso, Alfonso XIII abandonó España. El mismo día se proclamaba la II República.





Aunque el número de españoles verdaderamente liberales fuese reducido, el advenimiento de la II República despertó los mejores deseos y no pocas esperanzas en todo el país. Un cambio de régimen realizado tan pacíficamente parecía augurar un futuro feliz para España. Durante los primeros días del régimen republicano hubo escasas voces que se alzaran en su contra.
Mientras tanto, aparecían en Madrid dos manifestaciones extremas de nacionalismo español, aunque pasaron totalmente desapercibidas. Una fue la aparición del minúsculo Partido Nacionalista Español. La otra, la publicación de un semanario titulado La Conquista del Estado, dirigido por un tal Ramiro Ledesma Ramos.





El Partido Nacionalista Español había sido creado por un neurólogo valenciano, gordo y con un pulmón artificial, llamado José María Albiñana. Su programa proclamaba la defensa del viejo orden: "El Partido Nacionalista Español no tiene otra base que la muy amplia de la Tradición". Su ideario se basaba en el respeto a los militares y una línea rigurosamente nacionalista. Albiñana odiaba a todos los intelectuales liberales, quienes le respondían ignorándole. Como nadie se tomaba en serio su afirmación de estar "por encima de los partidos" , se desacreditó desde el principio, y pronto adquirió fama de retórico reaccionario pagado por los terratenientes. El único sector eficaz de sus escasos seguidores fue el grupo de alborotadores callejeros denominado "Legionarios de Albiñana".
La reducida banda de Albiñana intentó disputar la calle a las izquierdas, y fue anulada inmediatamente. Los republicanos liberales dominaban de tal modo la situación que ni siquiera la alta clase media quiso perder el tiempo interesándose por un agitador nacionalista y monárquico. Albiñana se lamentaba de esta manera:

"Entusiastas y decididos, no podíamos en cambio pagar el alquiler de nuestro centro, por que las clases adineradas no nos ayudaron. Pedir dinero en España para cualquier obra que no reporte inmediato beneficio individual es pasar un calvario espantoso. La ausencia de todo sentido de la cooperación es uno de los mayores males de nuestro país".
 
Albiñana fue detenido por sus actividades subversivas y confinado en Las Hurdes. El derechista Gil Robles, líder de Acción Popular, solicitó en el Parlamento la liberación de Albiñana, pero el resto de la derecha ignoró al valenciano. Éste fue visitado en Las Hurdes por centenares de personas, pero casi nadie se afilió a su partido, que había sido ilegalizado.





La otra corriente de nacionalismo español radical que trataba de abrirse paso en la escena política era la de Ramiro Ledesma y su semanario, a quienes ya hemos mencionado. Natural de Zamora, Ramiro Ledesma era empleado de Correos y estudiante de Filosofía a ratos. Joven puritano, brusco, taciturno y poco sociable, se había trasladado a Madrid a la edad de quince años.
Ledesma empezó a interesarse por la Filosofía alemana y trató de obtener el título de licenciado en la materia por la Universidad de Madrid. Alrededor de 1930 publicó algunos ensayos de poca originalidad sobre diversos aspectos del pensamiento alemán en la revista de Giménez Caballero. Sin embargo, cuando llegó a los 25 años, la filosofía pura había perdido mucho interés para él. Deseaba evadirse del mundo de la Metafísica para sumirse en la febril atmósfera de una política radical, orientada según una ideología bien determinada; tenía vehementes deseos de aplicar las ideas abstractas a las cuestiones prácticas.
Procedente de la sociedad profundamente tradicional de Castilla, Ledesma sabía que el temperamento del pueblo español resultaba incompatible con el liberalismo ortodoxo o el socialismo científico. Detestaba por igual el fatalismo impersonal del marxismo y el individualismo de los sistemas libertales. Latía en él una identificación emocional con el movimiento proletario español, deseando una revolución obrera de ideario nacionalista español. En cierto modo, sus pensamientos, que comprendían al nacionalismo y al colectivismo, se correspondían con la realidad de la época. Ledesma quería que su ideología nacionalista española y revolucionaria fuera original y no una imitación, su sistema no debía llamarse ni nacional-socialista ni corporativo.

 
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« Respuesta #1 : Agosto 21, 2008, 01:20:08 »


Durante el postrer año de la Monarquía, eminentes intelectuales habían hecho llamamientos en favor de la unidad nacional. Uno de ellos, Ortega y Gasset, había solicitado reiteradamente la creación de un amplio "frente nacional", una especie de super-partido que representase a todos los españoles como, más o menos, una entidad colectiva. Esta iniciativa constituía una idea deleznable para Ledesma, siempre situado al margen del mundo intelectual español. Él pretendía ir mucho más allá del "orteguismo", y no le decía nada el nacionalismo liberal. El nacionalismo derechista le importaba menos aún. En varias ocasiones, Ledesma calificó a Albiñana de "reaccionario", y probablemente le despreciaba más que a cualquier otro hombre público de la época.
Cuando sus concepciones políticas empezaron a cristalizar, Ledesma no tenía muchos camaradas que pudieran reunirse en torno suyo. Con su aspecto desaliñado y su carácter obstinado e insociable no atraía a los intelectuales. Pero estaba obsesionado con la idea de crear un partido fascista, y al final encontró a diez seguidores, entre los cuales estaba Giménez Caballero. Con su ayuda, empezó a publicar el semanario político La Conquista del Estado, cuyo primer número apareció el 14 de marzo de 1931. El más joven de sus colaboradores, Juan Aparicio, había escrito que lo úncio que tenían en común los miembros del grupo "era su juventud y su formación universitaria". Todos ellos estaban descontentos con el Gobierno, inquietos ante las derechas reaccionarias y las izquierdas doctrinarias.

 
R. Ledesma


Lo que más falta les hacía era dinero. Ledesma había conseguido sacar su semanario gracias a un donativo procedente de los fondos para propaganda monárquica del Gobierno del almirante Aznar, que precedió a la caída de la Monarquía. Al parecer, los informadores políticos de Aznar creían poder utilizar al grupo de Ledesma para crear una división entre los intelectuales liberales.
Ledesma y sus seguidores firmaron su primer manifiesto a la luz de unas velas, en un local formado por cuatro habitaciones prácticamente desamuebladas. En aquel texto se afirmaba lo siguiente:
 
El nuevo Estado será constructivo, creador. Suplantará a los individuos y a los grupos, y la soberanía última residirá en él y sólo en él...Defendemos, por tanto, un panestatismo, un Estado que consiga todas las eficacias.
Exaltación universitaria...El órgano supremo -creador- de los valores culturales y científicos...
Articulación comarcal de España. La primera realidad española no es Madrid, sino las provincias. Nuestro más radical afán ha de consistir, pues, en conexionar y alentar las fuerzas vitales de las provincias...
La sindicación de las fuerzas económicas será obligatoria y en todo momento atenida a los fines más altos del Estado. El Estado disciplinará y garantizará en todo momento la producción...
Nacemos de cara a la eficacia revolucionaria. Por eso no buscamos votos, sino minorías audaces y valiosas...Queremos al político con sentido militar y de lucha. Nuestra organización se estructurará a base de células sindicales y políticas.

 
Durante los primeros meses, la propaganda de Ledesma era bastante confusa. Por ejemplo, apoyaba ciertos aspectos del carlismo y luego elogiaba a los anarco-sindicalistas. A menudo, su retórica se reducía a poco más que proclamar "arriba lo nuevo y abajo lo viejo":
 
¡Viva el mundo nuevo!
¡Viva la Italia fascista!
¡Viva la Rusia soviética!
¡Viva la Germania de Hitler!
¡Viva la España que haremos!
¡Abajo las democracias burguesas y parlamentarias!

 
Ledesma apeló a todas las fuerzas revolucionarias no marxistas de España. Elogiaba a los anarco-sindicalistas por haber sido "los primeros en desasirse del amor burgués por la libertad" pero les reprochaba el que no quisieran fijar sus objetivos en términos nacionales. Sin embargo, consideraba a la CNT como "la palanca subversiva más eficaz" provocativas sin el menor resultado. Sus escritos tampoco impresionaban a nadie, y La Conquista del Estado se encontró desde el comienzo con dificultades financieras.
El sostenimiento económico de La Conquista del Estado era una prueba constante. Tras el inicial apoyo monárquico, parece que Ledesma recibió unos escasos donativos del mundo de las altas finanzas, especialmente de algunos banqueros de Bilbao. El progreviso agotamiento de estos fondos provocó un debate en el seno del grupo de Ledesma acerca de la conveniencia de aceptar aportaciones de la derecha. La discusión acabó al mismo tiempo que La Conquista del Estado, cuyo último número apareció el 25 de octubre de 1931.



Por aquel entonces, los diez camaradas de Ledesma habían empezado a dividirse. Uno se unió a los republicanos liberales, otro al Partido Radical, otro a la clerical Confederación Española de Derechas Autónomas, otro retornó a su anterior ideología izquierdista, mientras que otro, al parecer, ingresó más tarde en un sanatorio mental. Giménez Caballero, quien colaboró ocasionalmente con Ledesma, había abandonado el grupo meses antes.
Pese a su efímera existencia, el periódico de Ledesma produjo el germen esencial de lo que más tarde sería el nacional-sindicalismo. A pesar de la admiración de Ledesma por Hitler (llevó su admiración hasta el extremo de copiar el peinado del dictador alemán) tanto él como su grupo simepre rechazaron la etiqueta del fascismo, y jamás emplearon este término para calificarse a sí mismos. Sus escritos sobre la justificación de la violencia, la glorificación del imperio, la sindicación nacional del trabajo, la expropiación de la tierra y un nacionalismo español asumido por el Estado provocaron una reacción muy lenta en algunos universitarios y grupúsculos de extrema derecha. Por desgracia para Ledesma, esta reacción tardó mucho en producirse y estuvo condicionada por una serie de acontecimientos que escaparon a su control.
En el verano de 1931, surgió en Valladolid un grupo semejante al de Ledesma en objetivos y número de miembros. Estaba dirigido por Onésimo Redondo, hombre de familia campesina, criado en el ambiente conservador y clerical de la Castilla rural. En 1928 ejerció durante un año como lector de castellano en la Universidad de Mannheim, en Alemania, y allí tuvo ocasión de admirar "los desfiles imperturbables de los nazis, que son preludio de la nueva Alemania" . Aunque las peculiares características del nazismo no resultaban fácilmente compatibles con el rancio catolicismo español, Redondo quedó impresionado por las posibilidades de un moderno movimiento nacionalista-revolucionario.

 
Onésimo Redondo


Onésimo Redondo estaba obsesionado con lograr tres objetivos: la unidad nacional, la preeminencia de los "valores hispánicos" y la justicia social. Su religión era el catolicismo de Torquemada, despreciaba la tolerancia y ardía en deseos de revivir la espiritualidad de los monjes medievales.
Trató de organizar un sidicato de remolacheros en Valladolid, no lo consiguió por falta de fondos. Se encontraba profundamente comprometido con la defensa de los pequeños terratenientes de Castilla la Vieja. Odiaba a los nacionalistas vascos y catalanes, a los obreros izquierdistas de las grandes ciudades, a los políticos anticlericales liberales y a los capitalistas financieros de Madrid y Bilbao.
Estaba convencido de que el remedio a los males de España se hallaba en "el pueblo", sobre todo en los campesinos y pequeños comerciantes de Castilla la Vieja, a los que apelaba para salvar al resto de España. Estaba convencido de que Castilla había realizado el mejor servicio a España al preservar su integridad frente a las influencias "pornográficas" y "judías", que en su opinión corrompían al país.
La propaganda de Redondo no resultaba más coherente que la de Ledesma. Por un lado reclamaba la destrucción económica de la burguesía, y clamaba contra las leyes anticlericales de la República. Siempre había sostenido que España se encontraba ya en plena guerra civil, y por tanto exhortaba a los jóvenes a prepararse para la lucha:
 
La juventud debe ejercitarse en la lucha física, debe amar por sistema la violencia. La violencia nacional es justa, es necesaria, es conveniente. Es una de nuestras consignas permanentes la de cultivar el espíritu de una moral de violencia, de choque militar.
 
El 9 de agosto de 1931, Redondo creó un grupo político, las Juntas Castellanas de Acción Hispánica, para llevar sus ideas al terreno de la acción. Sus primeros integrantes fueron unos cuantos estudiantes alborotadores y un puñado de seguidores de los alrededores de Valladolid.
Aun cuando desde sus comienzos tanto Redondo como Ledesma se habían interesado cada uno por la labor del otro, trascurrieron varios meses antes de que llegaran a un conocimiento oficial mutuo. Ambos líderes tenían poco en común: el conservador Redondo le reprochaba a Ledesma su radicalismo socail, y éste se mofaba de la religiosidad de Rdeondo. Sin embargo, en septiembre de 1931, Ledesma andaba desesperado, sin dinero y falto de colaboradores para mantener la vida de su movimiento. Por su parte, Redondo se encontraba aislado en Valladolid y prácticamente no conocía nada de la capital de España. Ambos hombres se necesitaban mutuamente. Por encima de sus diferencias, los dos eran nacionalistas españoles y anti-marxistas, por tanto, la reunión de sus respectivas fuerzas era de interés común.
Así, los respectivos grupos de Redondo y Ledesma se fusionarion, naciendo las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista. La nueva organización sería dirigida por un consejo nacional que, en realidad, se conviritó en un duumvirato, en el que tanto Ledesma como Redondo continuaron dirigiendo sus grupos más o menos autónomamente.





Los miembros de las JONS, denominados "jonsistas", formaron la primera organización política oficial que existió en España con el ideario nacional-sindicalista en su programa. Como emblema, adoptaron el yugo y las flechas de los Reyes Católicos, símbolo muy adecuado para nostálgicos de la grandeza imperial española. Durante ese mismo período, Ledesma acuñó lemas (como ¡España una, grande y libre!") que más tarde se hicieron tópicos en la propaganda falangista. Para poner de manifiesto el carácter radical de sus aspiraciones, pusieron en la bandera del partido los colores del anarco-sindicalismo (rojo y negro).
Ya que la áspera voz de Ledesma permanecía muda por falta de dinero, el único portavoz del insignificante movimiento era Redondo. El fascista vallisoletano exponía su frenesí moralizador de manera continua, anunciaba constantemente que las JONS no tenían el menor vínculo con la Monarquía ni con la Iglesia. Según Redondo, el nacionalismo español de su partido era absolutamente pragmático respecto a la estructura política formal, y se limitaba a despreciar todos los programas o idearios explícitos. Los dos mayores males de España serían "la extranjerización" y "el culto a las fórmulas". Redondo reclamaba una "dictadura popular", que crearía su líder y su programa del proceso de su propia dialéctica...
Como más tarde reconoció el propio Ledesma, "durante todo el año de 1932 la actividad de las JONS fue casi nula". Los universitarios vallisoletanos de Redondo iniciaron una serie de manifestaciones contra el marxismo que pronto degeneraron el peleas callejeras, y el jefe del grupo se vió obligado a abandonar Valladolid. Ledesma seguía sin dinero y sin la menor perspectiva de obtenerlo. Era imposible que alguno de los banqueros reaccionarios y anti-republicanos se interesara por ayudarle. Y aunque la coalición republicano-socialista que gobernaba España empezara a encontrarse con algunas dificultades, tanto la derecha como la izquierda ignoraban por completo a los "jonsistas".
La incapacidad política de las JONS era penosa. Excepto Redondo, con su breve experiencia entre los labradores de Valladolid, nadie tenía idea de cuestiones económicas. En cuanto a los problemas de la clase obrera, la ignorancia en esta materia era absoluta. No se desarrolló ninguna teoría de la organización sindical, y nadie tenía ni idea de lo que el nacional-sindicalismo podría significar en la práctica.
La dirección de las JONS, en manos de Ledesma y Redondo, seguía funcionando según el compromiso establecido implícitamente entre ellos. Este compromiso se vió puesto a prueba en el verano de 1932, cuando tuvo lugar el golpe de Estado del general monárquico Sanjurjo. Ldesma consideró a Sanjurjo y a sus cómplices como un grupo de reaccionarios, manteniéndose al margen del golpe de Estado. Redondo, en cambio, creyó ver la posibilidad de establecer la "dictadura nacional" de la que siempre hablaba y tomó parte en la conspiración. Cuando la rebelión fracasó, huyó al Portugal de Oliveira Salazar, perseguido por la policía de la República.
A finales de 1932, los esfuerzos de los "jonsistas" parecían vanos. Ledesma y Redondo raramente estaban de acuerdo en algo, carecían de una visión común. Las JONS, al preconizar una revolución económica entre sus objetivos, se granjearon la enemistad de los opulentos derechistas. Su nacionalismo español les apartaba de la izquierda organizada. Llegaron a proponer una dictadura nacional-sindicalista dirigida contra la izquierda, pero sin unirse a la derecha ni dejar de odiar a los centristas.
Aislado y totalmente irrelevante, el joven fascismo español no parecía tener entonces ninguna posibilidad de éxito. Su única probabilidad de éxito parecía basarse en una catástrofe nacional...
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Leka Diaz de Vivar
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« Respuesta #2 : Agosto 21, 2008, 09:50:04 »


Una chorrada curiosa, en España tanto la izquierda como la derecha solían usar mucho a la "mujer íbera" como símbolo, algo así como la mujer de la revolución francesa pero a lo íbero, gorro incluido, lo he visto muchas veces, no deja de ser curioso en tanto en cuanto aqui habia mas celtas que íberos(en extensión).

Yo me he leido el librito de la falange(algo así como le Mein Kampf dle falangismo) y se las trae....también es cierto que al igual qyue el Capital y demás parafernalia intelecutla se escribió en una época muy diferente a la actual.

Desde mi punto de vista el fascismo español era el mas conservadr de todos los europeos, Mussolini no se cargó al Papa por el poder que la Iglesia tenía en Italia(poder basado en su influencia mas que nada), la Iglesia tragó y el no la erradicó, en Alemania Hitler se infló a meter católicos en la cárcel(y en los campos de concentración)...los católicos nunca votaron al NSDP sino al Zentrum(mayoritariamente), y en le resto de Europa generalmente(y al contrario que en España) los movimientos fascistas o derivados eran basicamente nacionalistas y socialistas(ojo, sin llegar al comunismo), mientras que en España tenían un fuerte componente conservador y católico.

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« Respuesta #3 : Agosto 21, 2008, 15:52:37 »


Ya se a hablado mucho del componente del facismo español, por lo menos en Castilla sus bases eran en gran medida reaccionarios monarquicos que durante y despues de laguerra se enrolaron en la falange, como algo que les aglutinaba, contra lo liberal, solo habia un pequeño compnente revolucionarios que fueron a parar a los sindicatos, y eran personas venidas de la C.N.T.el camrada leka nos informara sobre este tema en Castilla Sur , que no creo que fuera muy diferente al norte
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Leka Diaz de Vivar
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« Respuesta #4 : Agosto 21, 2008, 18:17:36 »


Antes de la guerra la base del falangismo era la clase media, media-alta...y eran cuatro gats, otro cantar es despu´ñes de la guerra dond o te metías ah´o te ibas con los requetés....y claro lso tibios o los que tenian que corregir un pasado se metíen en tropel a al Falange, proque no eran ni de lejos tan puristas como lso segundos.

A mi la falange postguerra no me dice nada, estaba completamente adulterada y eso era un cachondeo.
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Argandeño, castellano, español, y de to' los laos


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« Respuesta #5 : Agosto 26, 2008, 01:41:29 »


¿Y qué tiene que ver el escudo de los Reyes Católicos?
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Nada más cursi y empalagoso que el Estado cuando se pone en plan simpático, o lo pretende. Porque el Estado no puede ser simpático nunca. Lo suyo es recaudar, reprimir, organizar. Dar por saco.
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« Respuesta #6 : Agosto 26, 2008, 10:35:13 »


La Falange usó mucho el yugo y las flechas, y de paso jodieron un castellanísimo símbolo como es el águila de San Juan y esos mismos símbolos.
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« Respuesta #7 : Agosto 26, 2008, 11:42:04 »


Leka que puesto estás en símbología fascista, y da gusto lo bien que saltas cuando alguien critica el fascismo......... icon_twisted
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« Respuesta #8 : Agosto 26, 2008, 12:03:45 »


Mira, ya que estamos en este hilo no me vendría mal que me dijeses donde salto y porque, a defender el fascismo  icon_twisted
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De todos los libros del mundo el que debería ser prohibido antes que ningún otro es el catálogo de los libros prohibidos.(Lichtenberg)
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« Respuesta #9 : Agosto 26, 2008, 14:57:03 »


El aguila es de San Juan el Evangelista creo que lo puso Ysabel, en Castilla el tema del Apocalisis, calo bastante sobre todo en el rito gotico o mozarabe
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