Llegó el esperado momento de construir el pesebre y decorar la casa para la Navidad. Salen a relucir las guirnaldas de colores, las luces que se prenden y apagan, las figuritas del Pesebre, los pascueros y angelitos.
Los niños aguardan ansiosos el momento de participar, todos quieren ubicar su adorno favorito o los objetos que con esmero ellos mismos han preparado.
La celebración comienza viento en popa.
Sin embargo, a medida que pasan los días, nos vamos acostumbrando a que toda esa decoración que colocamos con tanta dedicación y cariño y empieza a ser parte de la decoración tradicional de la casa.
Así, sin darnos mucha cuenta, llega el día 24 y 25 de diciembre.
Y comienzan las visitas, los apuros, las carreras. Vamos subiendo y bajando, todos arriba del auto, los niños cansados, llorosos, algunos de mal humor, y en sus manos llevan unos regalos que no saben siquiera quién se los dio.
De este modo, casi sin percatarnos, celebramos el nacimiento de Jesús.
¡¡¡Preparemos este año, como familia, la llegada de Cristo!!!
Todas las noches previas a Navidad, reunidos frente al Pesebre, casa miembro de la familia le dirá algo especial al niño que nace, le pedirá algo o le ofrecerá su mejor esfuerzo.
Para finalizar esta pequeña ceremonia cada uno colocará un poco de pasto en el cuna de Jesús, así la noche del 24, Él tendrá un gran colchoncito en el cual nacer.
Una cuna de unidad familiar, de oraciones, de alegrías, todas representadas en ese pasto que hemos ido juntando.
Proyectemos ese colchón a nuestro corazón. Así Jesús se hará carne en nuestro interior y podrá hacer de nosotros un lugar donde nacer, latir y vivir para siempre.