Os dejo una albaceteña.
Es una leyenda popular, conocida por personas mayores del municipio de Alcalá del Júcar y prácticamente extinta.
Parece un cuento para asustar a niños y disuadirles de acercarse de noche al paraje que se cita, tal vez por los posibles dsaños o robos que causasen a la cosecha o tal vez por evitar que correteasen sueltos por lugares oscuros y tenerlos algo más controlados.
Hace un par de años fue recopilada en versión breve por el historiador J.L. Valiente en su estudio sobre la etnología del municipio alcalaeño aunque aquí os la cuento más extendida.
"LA NIÑA DE LOS PEINES"
La revirada carretera, que lleva desde la llanura manchuela hasta la villa de Alcalá del Júcar está llena de curvas, giros y oquedades, el viajero que se adentra por la carretera podrá ver, apenas abandonada la aldea de Las Eras un recoveco en la montaña, hoy cubierto de vegetación pero que en tiempos fue huerto y allí, en el extremo del huerto, en la parte más sombría, una pequeña cueva, que algunos podrán confundir con el modesto refugio del huertano pero cubierta en realidad por la sombra de una amenaza. Habrás pasado, viajero, por el hoy casi olvidado huerto de Malmira.
Al caer la noche la luz decae con rapidez en el estrecho valle y la sombra tiende su manto por la carretera. Hoy los modernos automóviles iluminan con sus faros el camino, pero no hace tanto, en tiempos en que las luces no salpicaban el paisaje como hoy, el viajero había de andar entre tinieblas, con suerte a la luz de la luna, mientras las tinieblas bailaban a su alrededor una danza que embargaba el ánimo, solo reconfortada a la vista de las bardas de los primeros corrales a las afueras de la aldea.
Y una amenaza latía cuando el viajero incauto pasaba al cansino patear de su mula, junto al lóbrego huerto, regado por un hilo de agua.
Quien hasta allí llega, incauto, hará mal en detenerse, porque allí mora una criatura en forma humana pero con diabólica intención. Allí habita la Niña de los Peines.
Criatura de rostro angelical invita con dulce voz al viajero agotado a sentarse, el viajero confiado y cansado del camino, atraido tal vez por la dulce voz o la bella figura de la niña, debería huir al punto, pues si no lo hace allí llegará el fin de sus días.
Sentado sobre la silla saca la niña un peine, con el que desenreda los cabellos agitados y cubiertos de polvo del caminante pero ¡ay! porque en un descuido hunde su acerado peine sobre el cuello del caminante y ensañándose con el incauto escapa celebrando su nueva presa y dejando sobre el suelo el cuerpo exánime del viajero desangrado.
Así pues, tened a bien evitar el huerto, y al caer la luz, no os dejeis engañar, incautos, por la criatura de rostro divino y diabólica intención que acaso aún hoy tenga refugio entre aquellas peñas.