El Valladolid republicano (1931-1936)

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He aquí un breve trabajo sobre los años de la malograda Segunda República en Valladolid. Repasaremos los aconteceres políticos que tuvieron lugar en esta ciudad (por entonces una pequeña capital de provincias de apenas 90000 habitantes) en la que calaron hondo los problemas políticos, a pesar del carácter templado de las autoridades vallisoletanas. Tampoco faltarían los episodios de violencia política ni las actitudes radicalizadas. Este modestísimo ensayo pretende exponer al debate un período especialmente convulso de la historia de Valladolid (la ciudad en la que nació quien estas líneas escribe) y contribuir a su conocimiento.


I – Bajo los pliegues de la bandera republicana


Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 traerían la República a España, al triunfar en casi todas las capitales de provincia las fuerzas republicano-socialistas. La autoridad del comité republicano surgido del Pacto de San Sebastián (1930) sería acatada en toda la nación, abdicando así Alfonso XIII y proclamándose la Segunda República.
También en Valladolid, ciudad de tradición liberal, aquellos comicios anunciaban la confrontación irremediable, Monarquía o República, continuismo o progreso: Izquierda Liberal, Derecha Liberal, Centro Constitucional y Derecha Regional eran los partidos que formaban el bloque monárquico; frente a ellos estaba la candidatura republicano-socialista, abanderada por el PSOE, Partido Radical, Alianza Republicana y Partido Radical Socialista. En la primera candidatura, hombres de orden, apellidos bien conocidos, los concejales de siempre; en la segunda figuraban caras nuevas junto a experimentados políticos.
El resultado de aquellas elecciones fue impactante: 16 concejales republicanos, 11 liberales, 10 socialistas, 3 conservadores, 3 centristas y uno de la Derecha Regional. Un nuevo Ayuntamiento saludaba a la ciudad de Valladolid.



La llegada de la República fue vivida como una fiesta nacional. Saludada a toque de sirena, la multitud no tardó en agolparse en torno al Círculo Republicano y a la Casa del Pueblo, donde los partidos vencedores dirimieron que pasos dar. Eso sí, lo primero que hicieron fue asegurar al Gobernador y al Capitán General que mantendrían en orden. A las 20:00 horas estallaba la alegría: cientos de personas invadían el Salón de Plenos del Ayuntamiento vallisoletano con vivas y aplausos, y una impresionante manifestación recorría las calles paseando la bandera republicana. Desde el balcón del Ayuntamiento, el veterano republicano Eustaquio Sanz T. Pasalodos proclama la República oficialmente.
A las 23:20, los concejales celebraron en la casa consistorial una votación secreta: al final, entre calurosos vivas a la República y a España, tomará posesión como alcalde el socialista Federico Landrove Moiño1. Su discurso es impactante, emotivo, muy ajustado a lo que acaba de suceder:

“La ciudad dormirá esta noche por primera vez cobijada bajo los pliegues de la bandera republicana y amanecerá mañana con un nuevo día de libertad. Se ha constituído una república que no será para los republicanos únicamente, sino para todos los españoles de buena voluntad que no tengan el propósito de contrariar la voluntad nacional, y así como se trata de construir una República para todos los españoles, la Corporación municipal será para todos los vallisoletanos, no sólo para los republicanos. Es el pueblo el que ha venido a sentarse en estos escaños…”

Al día siguiente, 15 de abril, toda Valladolid quedó paralizada. Cafés, bares, escuelas, oficinas públicas, talleres, taxis, coches de alquiler…Todo se hallaba parado:

“La fiesta de la proclamación de la República se celebró en Valladolid con orden, solemnidad y entusiasmo. Sin ningún incidente…El vecindario entero se lanzó a las calles, llenas de sol y alegría. Grupos numerosos de estudiantes y obreros, en fraternidad ejemplar, circulaban en improvisados y simpáticos orfeones cantando la Marsellesa y el Himno de Riego y enarbolando, entre aclamaciones, la bandera republicana… Por la tarde todo el pueblo estuvo presente en la manifestación que fue a saludar a los nuevos ministros que volvían del destierro hacia Madrid. La bandera republicana ondeó en todos los edificioes públicos: Capitanía, Gobierno Civil, Ayuntamiento, Diputación, Hacienda, Universidad, Telefónica, Casuca Montañesa, Círculo Republicano, y en el edificio de Correos y Telégrafos, que fue donde por vez primera se izó en Valladolid la bandera de la República”.

Incluso el conservador e integrista periódico Diario Regional reconoció la derrota de las fuerzas monárquicas, con estas palabras:

“Hasta el domingo creíamos que, aun siendo manifiestamente poderosa la corriente de opinión republicana, todavía estaba junto a la Monarquía la mayor parte de la nación. El domingo se desmoronó esa creencia nuestra […]. En dos días, la nación ha subrayado, significativamente, su complacencia con el veredicto dado en las urnas […]. Ya no hay dudas sobre la explícita y abrumadora derrota de la Monarquía”.

Y es que la alegría no era compartida por todos. Ese mismo 15 de abril, a causa de una avería, entró en la Estación del Norte el tren que llevaba al exilio a la Reina Victoria Eugenia y sus hijos. La estación estaba a rebosar, pues también tenía prevista una parada el tren que trasladaba a Madrid a los miembros del primer Gobierno republicano. La tensión se hizo notar. El tren real llegó a las 15:45. Cuatro sombras infantiles podían entreverse tras las cortinillas echadas.
La Reina aguardaba impaciente, mientras algunos insultos enturbiaban la solemnidad de la escena. De pronto, un hombre elegantemente vestido se abrió paso entre la multitud. Portando un ramo de flores, subió al vagón a cumplimentar a la Reina. Era el liberal Federico Santander Ruiz-Jiménez , alcalde cesante.


II- Euforia y alegría


Una de las primeras medidas del nuevo edil, Federico Landrove Moiño, fue cambiar el nombre de las calles, borrando del nomenclátor las referencias a la Monarquía y sustituyéndolas por denominaciones progresistas. Una medida que (pese a su reiteración a lo largo de la Historia) no es en absoluto baladí, pues constituye una forma decisiva de instruir a la población en el nuevo orden de las cosas. De esta manera, la avenida de Alfonso XIII se llamó “de la República”, la calle Alfonso XIII sería llamada “12 de abril”, Germán Gamazo fue sustituido por “Fermín Galán”, el Paseo del Píncipe cambió a “García Hernández”, y la calle Reina Victoria se convirtió en la calle “del Progreso”. En 1932, el Paseo de Filipinos pasó a ser “de Blasco Ibáñez”, y la calle Nueva de la Estación, de “Francisco Ferrer”, haciendo honor al malogrado pedagogo libertario.



Y no menos simbólicas fueron otras actuaciones, aparentemente anecdóticas, como el cambio de calendario festivo y la introducción de nuevas fechas a festejar (como los días 14 de abril y 11 de febrero), o el acto del cambio de banderas, siendo sustituida la rojigualda por la tricolor. En 1932, la nueva fiesta del 14 de abril fue de todo menos aburrida: celebrada a instancias de Acción Republicana, “para que el pueblo y el ejército conmemoren unidos fraternalmente el acto más trascendental de la Historia Española, el de la desaparición del oprobioso régimen monárquico, sustituido felizmente por la democrática República”. Esta celebración tuvo lugar en el paseo central del Campo Grande, no faltó el Himno a la Bandera ni un nuevo escudo de Valladolid, comprado por el Ayuntamiento para la ocasión.
Euforia, progreso, alegría y reconciliación. Del carácter moderado de Landrove da cuenta la gestión que llevó a cabo ante los religiosos de la ciudad cuando tuvo lugar la quema de conventos en Madrid: según la documentación que se halla en el Archivo de la Curia de Valladolid, el alcalde socialista les tranquilizó, diciendo al obispo que tenía la situación bajo control.
Aquellos momentos iniciales del Valladolid republicano fueron inolvidables para muchos. Imposible de olvidar fue aquel Primero de Mayo de 1931, festejado en la Plaza de Toros ante un invitado de lujo: el socialista Fernando de los Ríos Urruti, ministro de Justicia.


III- La inesperada dimisión de Landrove


Pero junto a las expresiones concretas de alegría es preciso resaltar la labor concreta realizada por el alcalde Landrove: en diciembre del 31 ya llevaba construidas 25 escuelas para 1250 niños, no en vano era del todo urgente incrementar el nivel cultural de una población que, aún en 1930, arrastraba el pesado lastre de contar con un 25 % de analfabetos. Un mandato prometedor el de este edil socialista, por desgracia los problemas se cebaron con su persona. No habían transcurrido ocho meses desde su nombramiento cuando presentaba la dimisión. ¿Los motivos? El más inmediato, la oposición de Landrove a usar la fuerza contra aquellas masas obreras que, convenientemente radicalizadas, habían originado una serie de conflictos en el mismo Ayuntamiento por el inaguantable paro que las azotaba; una situación que, pese a toda la fraseología republicana y socialista, no tenía visos de solucionarse. Y eso que el alcalde ya había tomado medidas: en octubre de 1931 presentó un amplio programa de obras públicas, asignó a los parados la décima de recargo sobre la contribución y puso en marcha actividades de corte asistencial, como los comedores sociales.



A los problemas citados se unió la sensación, por parte del edil, de sentirse constantemente asediado, cuestionado por los mismos concejales, falto de apoyo y acechado por sus enemigos políticos. En efecto, aquella sesión del 26 de diciembre de 1931 no pudo ser más sonada. Landrove no tenía empacho alguno en reconocer que, “al margen de la crisis de trabajo, del problema de la miseria y  de la petrificada impaciencia que en las clases trabajadoras produce el paro prolongado, existe una ofensiva política contra el Alcalde socialista”. Y eso era algo que no podía consentir por más tiempo: el 9 de Enero de 1932, Landrove abandonaba su cargo. Pero su actividad no paró aquí, otros menesteres le aguardaban.


IV – Llega Antonio García Quintana


Para suceder a Landrove los concejales vallisoletanos escogieron a un hombre de consenso, un socialista sin tacha, humilde y recto. Era el 11 de Enero, y la votación despejó toda duda: el próximo alcalde sería Antonio García Quintana2, avalado por 25 votos a favor y 8 en blanco. Republicano hasta la médula, García Quintana estaba seguro de que, si todos colaboraban por el bien de la ciudad, “cuando termine mi gestión, que deseo sea lo más pronto posible, habré cumplido mi programa mínimo de realización, no por mí, sino por cariño a Valladolid. Sólo temo que, tanto como me honro el cargo de Alcalde, no sepa yo honrar a Valladolid, pues lograrlo sería lo más honroso para mí”. Por desgracia, los disturbios que trajo la revolución de Octubre, en 1934, empañarían un tanto sus beneméritas intenciones.

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V – Republicanos y antirrepublicanos


Pero, antes de examinar la actividad de García Quintana, conviene que echemos un vistazo a las fuerzas políticas presentes en el Valladolid republicano. Comencemos con las afines al nuevo régimen.
El gran centro que movilizó la efervescencia política republicana en la capital del Pisuerga fue, sin duda, el Casino Republicano, fundado en 1888. Estaba ubicado en el número 26 de la calle Leopoldo Cano, y reunirá (desde 1930) a los más comprometidos con el ideario republicano. Foco de intensas tertulias y debates, esta sociedad promoverá iniciativas educativas de carácter laico y ayudas dispensadas a los obreros en paro, entre otras medidas.
Otro núcleo de difusión del republicanismo fue la Casa del Pueblo, impulsada por el PSOE vallisoletano en 1910, localizada desde 1928 en la calle Fray Luis de León, concretamente en lo que fue el viejo palacio de los Marqueses de Valdesoto, dañado por un incendio y reconstruido de manera vanguardista por el arquitecto Jacobo Romero. La Agrupación Socialista Vallisoletana fue creada en 1894 por el tipógrafo Remigio Cabello; y en 1931 contaría con cerca de 1600 afiliados. El PSOE sería decisivo en el Ayuntamiento vallisoletano, y que mostraría esa división interna entre moderados y radicales (caballeristas) que tano daría que hablar a partir de 1934.
La Agrupación al Servicio de la República (réplica de la constituida a escala nacional por Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y Marañón entre otros) llegó en mayo de 1931 a Valladolid. Estuvo presidida por el erudito Narciso Alonso Cortés (en la imagen), relevado posteriormente por el catedrático Vicente Guilarte. Desaparecida en octubre de 1933, contaría entre sus integrantes de primera hora con el mismísmo Francisco de Cossío, director de El Norte de Castilla y feroz enemigo de la República tiempo después.



Alianza Republicana se dejó sentir en Valladolid allá por 1928. Estuvieron vinculados a ella hombres tan renombrados en la época como Manuel Gil Baños, Andrés Torre Ruiz, José A.G. Santelices, Eduardo López Pérez y Apolinar Polanco. La existencia de Alianza Republicana, sin embargo, no sobrepasará octubre del 34.
El Partido Radical, por su parte, llegará a Valladolid en 1931, apadrinado por el mismísmo Lerroux; en él estarán (además del citado Narciso Alonso Cortés) personalidades relevantes como Julio Guillén, Jesús Beneitez, Ángel Altés, Ciro de la Cruz, Apolinar Polanco, José María Stampa, Joaquín M. Álvarez Taladriz, el veterano Eustaquio Sanz T. Pasalodos y, llegados en 1933, la mayoría del grupo de seguidores de Santiago Alba, que en ese mismo año anunció su afiliación al Partido Radical. La sede de esta formación política deambuló desde el Casino Republicano hasta la calle Santa María, pasando antes por el número 26 de Leopoldo Cano y el 18 de la calle Santander.
Tampoco faltaron en esta ciudad “sucursales” de las formaciones promovidas a escala nacional por Niceto Alcalá Zamora (primer presidente de la República) y Miguel Maura (ministro de la Gobernación hasta octubre de 1931). Así tenemos a la Derecha Republicana Conservadora, creada en Valladolid en junio del 31 por José Serrano Pacheco, Manuel Martínez de Tena y Felipe González Vicén, entre otros. Sujeto a los vaivenes experimentados a escala nacional, en 1932 dejó paso al Partido Republicano Conservador, que contó con la presidencia provincial de Vicente Guilarte, y cuya sede se situaría en la calle de Santiago, número 52. No tardaría Guilarte en dar el salto a la Derecha Liberal Republicana.
La azañista Acción Republicana, surgida en 1925, aparecerá en Valladolid cuatro años más tarde, si bien no se consolidará hasta 1931. Presidida por el prestigioso intelectual Andrés Torre Ruiz, que llegará a ser rector de la Universidad vallisoletana, contará con figuras políticas como Manuel Gil Baños e Isidoro Vergara, sin olvidar a personalidades como Gonzalo Iglesias, José A. G. Santelices o Eduardo López Pérez. De su primera sede, ubicada en el número 10 de la calle Montero Calvo, Acción Republicana pasará a establecerse en el 8 de la calle Arces.



Fue en 1934, una vez materializado el triunfo electoral del centro-derecha lerrouxista en los comicios nacionales, cuando Acción Republicana y el Partido Radical Socialista se fusionaron, dando lugar a Izquierda Republicana, partido que en Valladolid heredó todos los militantes de Acción Republicana. Establecida en el número 2 de la calle Arces, Izquierda Republicana tendrá a Luis Lavín (futuro Gobernador Civil de Valladolid), Manuel Gil Baños, Isidoro Vergara y Serafín Alcover entre sus más destacados integrantes.
De octubre de 1930 data la creación del Partido Radical Socialista, acaudillado a escala nacional por Marcelino Domingo y Álvaro de Albornoz, formación política que contaría con Enrique Pons, Juan Vega y Enrique Curiel como principales auspiciadores en Valladolid. Si en las primeras elecciones municipales logró obtener importantes concejales, unidos todos ellos por la fe anticlerical, en 1932 padeció una división interna que daría pie a la aparición de un nuevo partido, Izquierda Radical Socialista, partido liderado por Juan Blanco Ovejero a escala local y por Juan Botella Asensi a escala nacional.
El fervor republicano se apoderó también (y de qué manera) de un importante sector femenino de Valladolid, naciendo así la Unión Republicana Femenina. Existente hasta junio de 1932, estuvo presidida por María López de Landrove, y no tardó en airear las ínfulas feministas abanderadas por Clara Campoamor, Victoria Kent o Margarita Nelken.
Y no hemos de pasar por alto la existencia de la potente Federación Universitaria Escolar (FUE), con sede en la calle Montero Calvo, 44-50. Este grupo de estudiantes progresistas tuvo entre sus filas a los jóvenes José Suárez Carreño, Félix Lefler y Antonio Tovar. Mencionemos, además, a una serie de asociaciones de tendencia republicana: el Ateneo de Valladolid, la Asociación de Amigos de Zorrilla o el Rotary Club; todas ellas de tendencia progresista; al igual que la Masonería vallisoletana, cuya sede estaba en Fuente Dorada. Presidida por José Getino, la logia masónica de Valladolid ( llamada Constancia nº 17) fue la más relevante de Castilla y León, sus componentes eran burgueses liberales. Salvo casos excepcionales, los integrantes de Constancia nº 17 que ejercieron responsabilidades políticas las llevaron a cabo en Acción Republicana/Izquierda Republicana y en el Partido Republicano Radical.



Hablemos ahora de las fuerzas contrarias a la República presentes en Valladolid. Como determinante elemento socializador del conservadurismo antirrepublicano hemos de señalar a las Casa Social Católica, fundada en 1915. Eficaz instrumento de movilización católica, agrupaba en su seno un amplio ramillete de obras sociales: Cooperativa de Consumo, Caja de Ahorro y Préstamos, Bolsa de Trabajo, Mutualidad Maternal (Consultorio), etc. Financiada económicamente por la alta burguesía vallisoletana, esta institución de inspiración antisocialista promovió también actividades de ocio, como la Coral Vallisoletana, el Teatro-Cine Hispania o la propia cantina de la Casa. Por otra parte, en el número 29 de la calle Libertad tuvo su sede el Centro Tradicionalista, auspiciado por hombres socialmente relevantes, como José Melero, Justo Garrán y José María González de Chavarri.
Ya en el ámbito de los partidos políticos, debemos reseñar al Bloque Agrario, constituido en 1932 como prolongación del Partido Nacional Agrario, fundado dos años antes. Representante de los intereses de la aristocracia castellanovieja, en esta formación figuraron personajes como Antonio Royo Villanova o Pedro Martín, diputados en 1931. Tres años después, el Bloque Agrario se diluyó en el Partido Agrario Español, liderado a escala nacional por José Martínez de Velasco y Escolar, natural de Aranda de Duero.
El germen de la derecha antirrepublicana más potente fue Acción Nacional, formación urdida en los ambientes clericales. Forzada, por imperativo legal, a cambiar su nombre por el de Acción Popular, en ella figuraron Sebastián Criado del Rey y Rafael Alonso Laceras, carismático lider del sindicalismo católico vallisoletano. En 1933, Acción Popular se adhirió a la CEDA del salmantino Gil Robles, coalición que en las elecciones de aquel año lograría convertirse en la primera fuerza política del Parlamento, aunque sin fuerza necesaria para formar Gobierno.
El fascismo vallisoletano se inicia con la aparición de las Juntas Castellanas de Acción Hispánica (JCAH), dirigidas por el célebre Onésimo Redondo, a quien secundaban Jesús Ercilla, Emilio Gutiérrez Palma y Narciso García Sánchez. Las JCAH se incorporarían luego a las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), creadas en Madrid por el zamorano Ramiro Ledesma. El 4 de marzo de 1934 tendría lugar en el Teatro Calderón de Valladolid el acto fundacional de Falange Española de las JONS, al que asistió José Antonio Primo de Rivera. Los fascistas de Valladolid apenas sobrepasaron los 500 afiliados durante el período republicano; es más, en las elecciones de 1936 la candidatura encabezada por Enésimo Redondo y Primo de Rivera apenas alcanzó el 2% de los sufragios.



Enfrentados al régimen republicano (aunque desde idearios y motivos opuestos a las fuerzas antirrepublicanas que acabamos de ver) se hallarán también el PCE y la CNT. Raquítico era, sin duda, el PCE en la capital del Pisuerga, que en 1931 contaba sólo con 15 miembros. Entre los primeros militantes comunistas vallisoletanos sobresale José del Barrio Navarro, que llegará a ser el secretario general de la UGT catalana, y tendrá un relevante papel en la fundación del PSUC.  Ya en los años de la Guerra Civil, organizaría Del Barrio la columna Carlos Marx e intervendría en la Batalla del Ebro al frente del XVIII Cuerpo del Ejército Republicano. Expulsado del PSUC en 1943, emprendería actividades antifranquistas junto a otros afiliados. Su vida se extinguió en 1989.
En cuanto a la CNT local, será minúscula y poco efectiva. Según la documentación del Congreso cenetista de 1936, celebrado en Zaragoza, había 1036 afiliados a la CNT en la provincia de Valladolid, existiendo núcleos libertarios en Arroyo de la Encomienda y Medina del Campo.


VI – El nuevo Valladolid


Durante el mandato de García Quintana se avanzó considerablemente en la difusión de la cultura política republicana a través de una serie de medidas que introdujeron avances decisivos para el bienestar de los ciudadanos, especialmente de los más humildes. Medidas relacionadas, básicamente, sobre la necesidad de secularizar la ciudad, hacerla más moderna y, sobre todo, incrementar el nivel de la enseñanza y extenderla lo máximo posible. García Quintana comulgaba al cien por cien con ese ideal, y casi todo lo cifraba en una labor educativa sin parangón: más escuelas y, desde luego, sustitución de la enseñanza religiosa por una laica y neutra, sin crucifijos ni hábitos. Si el artículo 26 de la Constitución republicana decretaba la expulsión de los Jesuitas y la incautación de sus bienes para labores de enseñanza, la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas (promulgada en junio de 1933) establecía la desaparición de todas las prerrogativas que tenía la Iglesia en España; entre ellas, desde luego, las relativas a la enseñanza.
Sin embargo, la lentitud del Ministerio de Instrucción Pública y la vuelta atrás decretada por el Gobierno de centro-derecha elegido en 1933 hicieron imposible dicha sustitución. Así que todo debió partir del esfuerzo edilicio. La labor fue ingente: de 59 escuelas y  3150 niños escolarizados a principios de 1931 se pasó, en apenas dos años, a 127 escuelas y más de 6500 escolares. No sólo eso, estaba previsto construir 71 escuelas más, con lo que el censo final de escolarizados llegaría a los 10000 niños:

“La actividad del Ayuntamiento de Valladolid es ejemplar…Justo es que consignemos aquí nuestro reconocimiento al señor alcalde-presidente, don Antonio Quintana, a quien la capital vallisoletana debe tantas iniciativas”.

Escrita en 1934, la frase anterior (y otras muchas de similar o más encendido tenor) fueron obra de un organismo nada afecto a las ideas izquierdistas del edil vallisoletano: la Dirección General de Primera Enseñanza, dependiente del Ministerio de Instrucción Pública del Gobierno centro-derechista de Alejandro Lerroux (Partido Radical). Y es que, tan encomiable había sido la labor pública del Ayuntamiento vallisoletano en esta materia, que dicha instancia elaboró un boletín oficial para elogiarla. Llevaba por título El Ayuntamiento de Valladolid y la enseñanza pública. Una obra ejemplar, y fue elaborado el mismo año en que García Quintana fue destituido por el Gobernador Civil.
Una obra crucial que permitió rebajar el analfabetismo desde el 25 % de 1930 al 18 % de 1936, y de la que quedan no pocos vestigios. En efecto, en 1931 sólo existían cuatro grupos escolares: la Escuela Normal de Maestros (actual Colegio Público García Quintana), el Colegio Miguel de Cervantes, el Pi y Margall y el Macías Picavea. “Las demás escuelas estaban instaladas en locales francamente inadecuados. Más que inadecuados, higiénica y pedagógicamente, francamente vergonzosos”, señalaba el citado boletín. Pues bien, en 1934 ya estaban construidos los colegios Pablo Iglesias, Manuel B. de Cossío, Giner de los Ríos, Miguel Iscar y Núñez de Arce, y a punto estaban de estrenarse el José María Lacort, el Joaquín Costa y el Concepción Arenal. Todos ellos, como vemos, bautizados con la nueva y triunfante nomenclatura republicana.



Además, la Escuela Normal de Maestros fue remozada y ampliada, en el colegio Miguel de Cervantes (situado en el barrio de Las Delicias) se construyeron una amplísima biblioteca pública y un comedor escolar, se pusieron en marcha otros siete comedores que atendían a 896 niños y daban de desayunar a 621, y el Ayuntamiento sufragó colonias escolares que llevaron a más de 1000 pequeños a la Sierra de Gredos, al balneario de Medina del Campo y al Pinar de Antequera. Por si fuera poco, otra biblioteca pública fue creada en el colegio Pablo Iglesias, y (algo inaudito hasta el momento) el Consistorio otorgó cuatro becas de 1500 pesetas al año para hijos de obreros y empleados cuyo jornal fuese inferior a 7 pesetas diarias, o entre 7 y 11 pesetas en caso de que tuviesen 4 hijos o más.
 Educación, auxilio a los más necesitados, atención a los más pequeños, nuevos parques, mejoras urbanas…Aseguran que García Quintana apostó fuerte por construir una ciudad nueva, más amable y moderna, un Valladolid al servicio de todos. En sus dos mandatos al frente del consistorio, su actividad fue ingente. Una actividad asentada sobre la idea irrenunciable de que modernidad equivale a secularización y laicismo y a rebajar, aunque fuese por las bravas, el poder ostentado por la Iglesia. Quintana no se arredró: restringió los toques de campana que desde tiempo inmemorial regían la vida cotidiana, creó el cementerio civil, prohibió las procesiones de Semana Santa (volverían en 1935, siendo suspendidas de nuevo al año siguiente), eliminó las fiestas religiosas tradicionales, como las de la Virgen de San Lorenzo, y (sobre todo) procedió a sustituir la enseñanza religiosa por otra civil y laica: disuelta la Compañía de Jesús, el 23 de enero de  1932, el Ayuntamiento vallisoletano solicitó al Gobierno de Azaña la cesión del Colegio de San José para instalar en él la Escuela Normal de Magisterio Primario, mientras que cierto inmueble de la calle Ruiz Hernández, propiedad también de los jesuitas, fue convertido en escuelas primarias.

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Pero la actividad edilicia no se queda aquí. Para socorrer a los más menesterosos se creó, en 1933, el Instituto de Puericultura y Maternología y, en su interior, la Guardería Cuna de Jesús, cerrada hasta ese momento por motivos económicos. Incluso se retomó la Gota de Leche, institución creada en 1906 para proporcionar a los niños leche materna esterilizada y rebajar la mortalidad infantil, y que había sido prácticamente abandonada: sólo contaba con una vieja máquina esterilizadora y los biberones, aseguraba la prensa de la época, “son lavados de cualquier manera, mezclando los de los niños sanos con los de los enfermos”. Sin embargo, gracias a la decisión edilicia, la Gota de Leche se amplió hasta albergar a 200 pequeños (antes eran sólo 60).
Auténtico desvelo del edil fue el bienestar de los niños vallisoletanos, que pudieron disfrutar de nuevos jardines infantiles en la Plaza de Tenerías, en el Barrio de San Andrés y, sobre todo, en el Poniente. Este último jardín, creado en julio de 1933, resolvía una necesidad imperiosa, pues hasta ese momento el único lugar donde los pequeños podían jugar sin causar molestias a los transeúntes era la Plaza de San Miguel. El recién instalado jardín infantil del Poniente era todo un lujo: además de un tobogán y avanzados “recreos infantiles”, contaba con un bar, urinarios, biblioteca infantil, caseta para el guardia, juegos para los niños y, lo más novedoso, “seis grandes muñecos que representan entre otros a los popularizados por algunos dibujantes como Pipo y Pipa, Pinocho y personajes teatrales como Pichi. Los citados muñecos han sido pintados con colores llamativos, lo que aumenta la alegría de los pequeñuelos, que tienen ante sus ojos personajes que en su imaginación alguna vez tomaron calor de humanidad”. En ese mismo año, el Parque de Las Moreras contaba ya con un gran muro para separar los paseos altos y bajos, y tres monumentales escaleras de acceso.



Será en su segundo mandato, a partir de febrero de 1936, cuando el Campo Grande albergue una rosaleda con fuente infantil, un emplazamiento más alto y más bello para el busto de Miguel Íscar (regidor de Valladolid entre 1877-1881) y un bello tapiz de flores en “el antiguo estercolero situado junto a la Fuente de la Fama”. Estaba en proyecto una playa artificial frente al templete de este parque para amenizar el juego de los más pequeños.
Incluso se atrevió García Quintana a intervenir en el espinoso tema de la vivienda. Denunció la escandalosa escasez de casas y criticó la caótica disposición urbana de Valladolid. Al poco tiempo de iniciar su segundo mandato, ya en 1936, preparó un plan de casas baratas a construir en los terrenos de la vieja cárcel. Se levantarían viviendas de cuatro plantas, sin ascensor, higiénicas y de estructura sencilla, con el suficiente espacio para el recreo infantil, cuyo costo no excedería del quíntuplo de los ingresos máximos fijados por los beneficiarios; además, el Ayuntamiento se encargaría de la pavimentación y el riego.
No menos impresionantes parecían las medidas proyectadas a partir del verano de 1936, anunciadas por García Quintana a sus concejales:

“Los Grupos escolares de San Nicolás y Fructuoso García están a punto de ser aprobados; la Junta Nacional contra el paro ha hecho lo propio con el proyecto de construir en Valladolid una nueva Audiencia; se remozará la fachada de la Iglesia de la Pasión y en ella se colocarán la Academia de Bellas Artes y Escuela de Música; está en marcha la aprobación de una Escuela de trabajo, así como la cesión de la huerta de la Audiencia y de la cárcel vieja para construir casas baratas; se proyecta una Estación de Automóviles de Línea, un edificio para el Gobierno Civil, un Cuartel de Artillería en el paseo de Álvarez Taladriz y otras dependencias oficiales".

Hasta estaba prevista la celebración de una segunda Feria de Muestras (la primera había tenido lugar en septiembre de 1935) “en lugar distinto pero no lejos del Campo Grande”. Sin embargo, la Guerra Civil yuguló todos estos ilusionantes proyectos. Al menos, los barrios de Vadillos, La Rubia, La Esperanza, La Victoria, La Pilarica y Pajarillos vieron cubiertas buena parte de sus necesidades de alcantarillado, y lo mismo de hizo con el alumbrado en La Rubia y La Victoria.


VII- Manuel Azaña en Valladolid


Contribuyó enormemente al proceso de politización republicana la visita a Valladolid de figuras insignes de la vida política nacional. La más importante fue, sin duda, la de Manuel Azaña, presidente del Gobierno tras las elecciones a Cortes Constituyentes de 1931. Entró en la ciudad el 14 de noviembre de 1932, siendo puntualmente recibido por García Quintana y los concejales socialistas Cuevas y García Conde. El público se agolpaba, la ciudad entera parecía concentrarse en el trayecto que iba desde el Paseo de Zorrilla hasta la Plaza Mayor, todos querían ver al presidente.
Vítores, elogios, gritos contra la reacción. En el Salón de Actos del Ayuntamiento, recibió Azaña a la corporación local y a numerosos amigos. Después, se trasladó al Teatro Calderón donde, ante una multitud entusiasta, alabó la historia castellana y animó a crear una España nueva con una Castilla fuerte:

“De nada serviría que una política inteligente y liberal llegase a formar en la Península un rosario de regiones periféricas, prósperas y lúcidas, si el lazo interior físico y político entre todas estas regiones en prosperidad fuese la Castilla pobre, tradicional que todos hemos conocido. La resurrección de España no podrá hacerse sin vosotros, y cuidad de que no se haga sin vosotros".

Tanta gente se agolpaba en el Teatro Calderón que fue necesario colocar altavoces en el Centro Mercantil y en el Casino Republicano, en la calle de Las Angustias y en la Plaza de La Libertad. Toda España pudo oír por radio el discurso del presidente. Una comida en el cine Capitol, con el pertinente homenaje al ilustre visitante, cerró aquel impresionante evento.


VIII - La radicalización política


Históricamente, 1931-1936 es un periodo repleto de ilusiones de y de novedosos proyectos socio-políticos y culturales cuyo impacto habría sido capaz (al menos a medio plazo) de situar a España entre las naciones más avanzadas de la época. Pero 1931-1936 es también, desde luego, un tiempo marcado por las convulsiones y los enfrentamientos políticos, un periodo no lineal sino agudamente conflictivo, con avances y retrocesos, radicalismos y duros enfrentamientos que terminaron por enturbiar el orden público. El desfase entre el progresismo de la minoría gobernante y el atraso del país configuró un clima social crecientemente conflictivo.



También en Valladolid la política reformista del primer bienio republicano y sus propios errores acrecentó las resistencias socio-políticas hasta derivar, en 1933, en un proceso de derechización y radicalización que motivó el triunfo de las candidaturas conservadoras en los comicios nacionales.
 En las elecciones a Cortes de julio de 1931, se produjo en la provincia de Valladolid el triunfo aplastante de la conjunción republicano-socialista: fueron elegidos diputados los socialistas Remigio Cabello y Luis Araquistáin (sustituido después por José Garrote Tebar), el republicano Isidoro Vergara y el radical-socialista Vicente del Sol. Frente a ellos, sólo dos diputados conservadores: Alejandro Royo Villanova (agrario independiente) y Pedro Martín Martín (Partido Nacional Agrario). Pero en las elecciones de noviembre del 33, las derechas obtuvieron un sonado éxito: Antonio Royo Villanova (agrario), Pedro Martín (agrario), Blas Cantalapiedra (agrario) y Luciano de la Calzada (Acción Popular) se llevaron la mayoría de los sufragios; las izquierdas sólo obtuvieron dos representantes: Federico Landrove Moiño y Eusebio González Suárez, ambos del PSOE.
Pero será en las elecciones a Cortes de febrero de 1936 cuando el proceso de bipolarización se haga más evidente. En efecto, mientras que en Valladolid capital el Frente Popular triunfó con el 50, 7 % de los votos, frente al 43,4 % de la coalición derechista; en la provincia los resultados se invirtieron, ganando los segundos con el 51,5 % de los sufragios frente al 38,3 % de los izquierdistas. Una durísima confrontación que se saldó con la elección como diputados a Cortes de cuatro hombres “conservadores y de orden”: Juan Antonio Gamazo (Renovación Española), Amando Valentín (Acción Popular Agraria), Luciano de la Calzada (Acción Popular Agraria) y Germán Adánez (Acción Popular Agraria). Frente a ellos, los diputados Isidoro Vergara (Izquierda Republicana) y Federico Landrove López (PSOE).


IX - El duro impacto de octubre de 1934


En Valladolid, las consecuencias de la revolución asturiana de 1934 (alentada por el PSOE y la UGT, así como el PCE y la CNT de Asturias) fue más destacado por las consecuencias políticas provocadas en el Ayuntamiento que por el proceso revolucionario en sí, que únicamente se cobró siete víctimas (dos miembros de la Guardia Civil resultaron muertos y cinco heridos). La huelga obrera apenas sobrepasó en Valladolid los días 5 y 6 de octubre, impulsada por unos servicios municipales convenientemente controlados por la UGT y por los obreros ferroviarios, pese a la franca oposición de los sindicatos católicos. Con todo, el Estado de Guerra decretado el día 7 por el general Nicolás Molero puso fin al movimiento. En los últimos días de octubre se hicieron públicas numerosas detenciones de dirigentes socialistas, desde un nutrido grupo de funcionarios municipales hasta los dirigentes del Sindicato Nacional Ferroviario y las Juventudes Socialistas, pasando por el mismísimo Luis Gutiérrez, presidente de la Agrupación Socialista Vallisoletana.
En la provincia, por el contrario, las cosas no fueron tan fáciles. Hubo paros en las localidades más importantes, y la situación se tornó especialmente grave en Medina del Campo, Tudela de Duero y Medina del Rioseco. En esta última localidad tuvieron lugar duros enfrentamientos entre obreros amotinados y agentes de la Guardia Civil, resultando muerto un sargento de este cuerpo. Tuvieron que desplazarse tropas desde la capital para acabar con la resistencia obrera.



El movimiento se saldó con 80 detenciones, 11 absoluciones, las condenas a muerte de los señores Félix Fernández Donis (como jefe de la rebelión) y Ezequiel Casquete Gutiérrez (como autor de la muerte del sargento Mauro Andrés); así como penas de cárcel hasta los 4 meses y un día. Fue tal la avalancha de represaliados, despedidos y detenidos que la Agrupación Socialista Vallisoletana no dio abasto para ayudar a las familias afectadas. Las miradas represivas no tardaron en posarse sobre la Casa del Pueblo de Valladolid, tapadera (según las autoridades gubernamentales) de principal instigadora del movimiento: la UGT.
Aparte de las medidas decretadas contra “destacados elementos revolucionarios”, en el mismo mes de octubre fueron cesadas las corporaciones de aquellas localidades más significadas en la huelga, siendo sustituidas por autoridades afines al Gobierno centro-derechista de Lerroux. En la provincia se procedió de esta manera con Olmedo, Medina de Rioseco y Villalón de Campos. Desde luego, la capital no podía ser una excepción. El mismo 5 de octubre, el Gobernador Civil Alonso Velarde Blanco (natural de Santander y miembro del Partido Radical) dispuso públicamente la destitución del alcalde García Quintana. Éste recibió la solidaridad de los concejales republicanos Serafín Alcocer, Saturnino Lamarca, Manuel Gil Baños, José Caballero, Juan Moreno, Andrés Torre Ruiz, Virgilio Mayo, Valerio Vega, Apolinar Polanco, Bartolomé Vallejo y Enrique Pons. El principal argumento esgrimido por estas 11 personas era sobradamente conocido: “La ciudad entera ha reconocido que alcaldes como el Señor García Quintana ha habido muy pocos en Valladolid”. Incluso el liberal albista Luis Cuenca afirmó: “aunque no soy republicano ni socialista, voté a Quintana como alcalde y estoy orgulloso de haberlo hecho, No hay nadie que pueda poner tacha alguna a su labor en defensa de los intereses de la ciudad”.
El periódico El Norte de Castilla (en manos del conservador Santiago Alba) se alegró de la destitución del edil en su editorial del día 12, expresando un antisocialismo más que evidente:

“La opinión vallisoletana acogerá con alegría y contento la sustitución…El socialismo de Valladolid había hecho de la vida municipal un reducto, y nuestro Municipio no era sino una sucursal más confortable de la Casa del Pueblo. Favoritismo cínico, represalias de bajo vuelo, obras concedidas, eludiendo formalidades para los amigos; destinos para los afiliados, alegre administración de los fondos de la décima, coacciones para llevar a los empleados municipales a las filas de la UGT. Empresas a la salud de cualquier dirigente…Por fortuna esto se acabó. No dirán los obreros que sacaron bastante provecho de la etapa socialista; tampoco los vecinos de Valladolid pueden estar contentos de cómo se realizaban los servicios más visibles”.

Acto seguido, el Gobernador Velarde Blanco procedió a reunir a los nuevos concejales, una mayoría del Partido Radical y una minoría de Acción Popular, y les aconsejó “hablar poco y no hablar de política…Nada de política y mucha administración”. El radical Mariano Escribano3, de profesión comandante médico militar, fue elegido nuevo alcalde. Aspectos destacados de la gestión de Escribano al frente del Consistorio vallisoletano fueron la creación de una Biblioteca Municipal en el barrio de San Ildefonso (29 de febrero de 1935), el anuncio de convertir en circulantes las bibliotecas de los Colegios Pablo Iglesias y Cervantes, y los denodados (y no siempre productivos) esfuerzos por atajar el problema del paro obrero.
Al ser nombrado director del Hospital de Medina del Campo, Escribano abandonó su labor edilicia, siendo relevado por Ángel Chamorro Sanz4, conocido comerciante de tejidos y militante también del Partido Radical.
Antonio García Quintana, por su parte, tuvo que esperar hasta el triunfo de las izquierdas, coaligadas en el Frente Popular, en las elecciones de febrero de 1936. Sería entonces repuesto en el puesto edilicio, no sin antes haber sido convencido por los concejales para que aceptara un cargo que rehusaba ejercer de nuevo.

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X- Hacia la Guerra Civil


La espiral de violencia entre las tendencias políticas enfrentadas se acrecentó en Valladolid conforme fueron avanzando los años de la Segunda República. Derechas contra izquierdas, falangistas contra socialistas, estudiantes católicos contra republicanos… La escalada de tensión fue aumentando sin remedio. Ya en octubre de 1931, estudiantes de la FEC repartieron folletos que llamaban a la subversión antirrepublicana, siendo contenidos por las fuerzas del orden. Al mes siguiente, integrantes de esa misma organización asaltaron el Instituto de Secundaria y lo apedrearon, para luego hacer lo mismo con la sala de lectura y el local de la FUE. Entre los agresores estaba el ultraderechista palentino José Antonio Girón de Velasco. El rector, Andrés Torre Ruiz, decidió suspender las clases.
Por si fuera poco, en abril de 1932, los católicos amenazaron e insultaron a Torre Ruiz, no sin antes arremeter contra el Instituto Zorrilla. Nuevamente, el recto se vio obligado a cerrar un centro de enseñanza, en esta ocasión la Facultad de Medicina, dándose la triste paradoja de que, cuando se reanudaron las clases, miembros de las fuerzas de seguridad vigilarán estrechamente las aulas en prevención de nuevos enfrentamientos.
Ciertamente, ejemplos de cariz similar existieron a ambos lados del arco político. Así, si en junio de 1932 estallaba un petardo en las dependencias policiales de la calle Fray Luis de Granada, al año siguiente, elementos socialistas agredieron a repartidores de octavillas derechistas, teniendo lugar enfrentamientos callejeros que causaron heridas a 11 personas. En octubre de 1933, las palabras pronunciadas en un mitin por el socialista Landrove fueron contestadas por la extrema derecha con pedradas en su casa; los socialistas reaccionaron lanzándose contra repartidores de prensa falangista, y la Casa de Socorro tuvo que atender a 3 estudiantes y un obrero.
Pero fue a partir de 1934, sobre todo tras los sucesos revolucionarios de octubre, cuando el panorama comenzó a experimentar un radicalismo cada vez más preocupante. De la violencia política se pasó a la política de la violencia, proliferaron los grupos de combate al estilo paramilitar, y arraigó entre los jóvenes la cultura de la fuerza y las armas como medio de dirimir diferencias ideológicas. Desde la izquierdas, el recurso a los métodos violentos se justificará por la necesidad de materializar la revolución social y hacer frente a la supuesta trama reaccionaria que se cernía sobre la República: a ello responderá, por ejemplo, la puesta en marcha de un “comando de acción directa” por parte de tres conocidos militantes socialistas: Eusebio González, Luis Gutiérrez y Víctor Valseca; a ellos se unirán sus compañeros Emilio Luengo García, Teodoro Bayón Báñez, Fabriciano Merino Villán, Pedro Calvo Rojo y Andrés Sánchez Mambrilla.



Los ultraderechistas, por su parte, darán rienda suelta a su estrategia antiliberal y antidemocrática: la dialéctica de los puños y las pistolas, en expresión de José Antonio Primo de Rivera. Finalmente, no faltarán elementos derechistas (procedentes sobre todo de Renovación Española y las Juventudes de Acción Popular) que esgrimirán la legítima defensa contrarrevolucionaria para justificar la violencia callejera.
Lo que está claro es que los sucesos que acontecen a partir de ahora son de todo menos espontáneos o casuales. Como señala el historiador Gómez Carbonero, nos hallamos ante la máxima manifestación de la cultura insurreccional heredada del siglo XIX, aquella que antepone la legitimidad de la fuerza a la legitimidad de las urnas. Vamos con algunos ejemplos. Si ya en mayo del 34 moría de un disparo Luciano Sánchez Peña, joven carpintero de 23 años que vivía con su tío Sergio Peña, de conocidas ideas libertarias; en marzo de ese mismo año los actos de FE-JONS se saldaban, como es bien sabido, con la muerte del joven estudiante Ángel Abella. Por si fuera poco, en noviembre fueron detenidos 4 individuos que se disponían a colocar dos bombas en la sede de Acción Popular.
Al año siguiente, los altercados entre ultraderechistas e izquierdistas dieron como resultado numerosos heridos, cuando no muertes violentas como la de Hipólito García, derechista asesinado por Julio Covarrubias, militante del PSOE. García había entrado en una cantina de la calle Zapico al grito de “aquí están los maricones de los socialistas”. Cuatro meses después, tuvo lugar el atentado falangista contra el Casino Republicano: seis o siete individuos entraron en el local esgrimiendo sus armas, amenazaron al personal, destrozaron el mobiliario y los cristales, dejando escrito “Arriba España” en uno de ellos. Los agresores fueron detenidos en la sede de las JONS de la calle de San Blas, número 12.
Llegamos así a 1936, año en el que reproducen 21 muertos por causas violentas en la ciudad: 13 homicidios por arma de fuego y 7 por causas desconocidas. Desde los meses de abril y mayo, la violencia se hizo atosigante, creciendo la espiral de insultos, improperios, palizas y disparos. Cabe destacar el atentando con bomba a la casa del concejal Virgilio Mayo, de Izquierda Republicana, prueba del odio que el Ayuntamiento izquierdista provocaba en buena parte de la derecha vallisoletana. El 6 de mayo tendría lugar una huelga general contra las agresiones ultraderechistas, convocada por socialistas, comunistas y anarcosindicalistas. Aquella convocatoria fue un éxito, pero no un remedio. Cuatro días después, diversos artefactos explosivos estallaron en casas y cantinas de las calles Leopoldo Cano, Miguel Íscar, Atrio de Santiago y Portillo del Prado, entre otras.



A pesar de las palabras tranquilizadoras de García Quintana, la marea de violencia era imposible de detener. El 14 de junio explotó una bomba en la Casa del Pueblo, y los jóvenes socialistas respondieron al atentado saqueando el Centro Tradicionalista. Cuatro días después, un grupo de obreros acuchillaban a unos falangistas que les habían agredido. Y qué decir del sonado atentado del día 18, cuando los falangistas Félix y Manuel Igea atentaron contra los obreros reunidos en las cantinas de las calle Renedo, Zapico y Nicasio Pérez, matando a uno de ellos y a la cantinero, e hiriendo a 7 personas más… Las sociedades obreras respondieron a estos asesinatos con una huelga general (que se puso en marcha el día 19) y en el transcurso de la misma dispararon e hirieron al fervoroso católico Juan Sainz y a tres viandantes.
García Quintana volvió a clamar por el cese de los disturbios, y las autoridades decidieron tomar medidas drásticas: el Gobernador Civil, señor Campos Torregrosa, fue sustituído por Luis Lavín Gautier5, militante de Izquierda Republicana. No tardó Lavín en revisar y recoger todas las licencias de armas de Valladolid, dedicándose a investigar a personas representativas para depurar responsabilidades.
Registros, cacheos y detenciones que (en contra de lo afirmado por algunos historiadores) dieron su fruto: hasta el 18 de julio, sólo perturbaron la paz tres hecho reseñables: la agresión a un sacerdote, las explosiones sin víctimas en el Círculo de Recreo y un bar de la calle Jesús, y el disparo mortal que recibió un joven libertario de 18 años que se disponía a entrar en la sede de la CNT, ubicada en la calle General Almirante.
Ya por aquellas jornadas, los preparativos de la insurrección militar se cernían sobre el régimen republicano. La pugna entre las dos Españas se saldaría con la exclusión violenta de una de ellas.










1/ Nació Landrove en El Ferrol el 21 de Julio de 1883. Se trasladó a Valladolid como profesor de matemáticas en la Escuela Normal. Ejerció como maestro en Bilbao, donde nacería su hijo Federico Landrove López, y regresó a Valladolid en 1911, tras aganar por oposición una plaza de profesor numerario de Aritmética y Geometría en la Escuela Normal de Maestros. Su llegada a Valladolid coincidió con la madurez de la Agrupación Socialista Vallisoletana, en la que no tardaría en ingresar. Amigo de Remigio Cabello y Óscar Pérez Solís, desempeñaría Landrove el cargo de concejal entre 1917 y 1931.
Años, después, en agosto de 1936, fue detenido por los nacionales junto a su hijo. Ambos se hallaban en casa de unos amigos, situada en el número 86 del Paseo de Zorrilla. El consejo de guerra que decretó el fusilamiento de su hijo lo condenó a él a 30 años de reclusión mayor. Trasladado al penal navarro de San Cristóbal, contrajo Landrove una grave enfermedad renal que acabó con su vida. Morirá en Segovia el 6 de junio de 1938.

2/ Natural de la localidad pasiega de Villacarriedo, García Quintana vino al mundo el 8 de mayo de 1894, siendo sus padres Antonio García Quintana y Avelina Núñez. Estudió en el Colegio de los Escolapios de Villacarriedo. Tras finalizar los estudios de Bachillerato, García Quintana se trasladó con sus padres a la localidad vallisoletana de Zaratán, en cuyo Ayuntamiento trabajó el cabeza de familia como administrador.
A las tres semanas de establecerse en Valladolid, el joven García Quintana entrará como aprendiz en un taller de Artes Gráficas. Tras ejercer como tipógrafo durante cinco años, pasa a trabajar en el despacho del notario Enrique Prats hasta la jubilación de éste. García Quintana, que había establecido contacto con algunos militantes socialistas en sus años de tipógrafo, conoce a Remigio Cabello y a Landrove. Se afilia a la UGT y la Agrupación Socialista Vallisoletana, y consigue el empleo de cajero en las oficinas de la Caja de Preisión Social, emplazadas en la calle Alarcón. Dos años después, aprobaría los exámenes de secretario contable que había convocado el Colegio Notarial
Al mismo tiempo, García Quintana acudía a una academia de francés para dominar este idioma. Fue allí donde conocería a su futura esposa, Brígida Hernández, con la que tuvo tres hijos: Antonio (nacido en 1919), Carmen (en 1920), y Teresa (en 1926). La familia se trasladó a vivir a un piso situado en el mismo edificio del Colegio Notarial, en la calle Teresa Gil, vivienda que (por norma) correspondía al secretario cajero. Concejal socialista entre 1920 y 1926, sustituirá a Landrove al frente de la alcaldía vallisoletana y, como veremos, será cesado en 1934 por el Gobernador Civil. Repuesto en su cargo en 1936; fue detenido por los sublevados en febrero de 1937. Se hallaba oculto en casa de su hermana. Tras comparecer ante un consejo de guerra, fue fusilado el 24 de febrero de aquel año.

3/ Nació Mariano Escribano en la villa vallisoletana de Peñafiel, allá por 1881. Licenciado en Cirugía y Medicina, ejercería una fulgurante carrera como médico militar. En 1931 se encontraba al frente del Hospital Militar de Valladolid. Tras su breve paso por la alcaldía vallisoletana, el inicio de la Guerra Civil devuelve a Escribano al servicio militar. En 1937 fue nombrado Jefe de Sanidad Militar en Oviedo y Talavera de la Reina, para pasar, el 17 de abril, a ocupar la jefatura de los servicios sanitarios de la séptima región militar. Meses más tarde, sería ascendido a Jefe de Sanidad del primer cuerpo del Ejército del Centro.
Confirmado en febrero de 1939 como jefe de los servicios sanitarios de la séptima región, y de la  cuarta al mes siguiente, Escribano fue ascendido a coronel médico por antigüedad. Posteriormente, sería promovido al empleo de Inspector Médico de segunda clase y destinado a la Jefatura de los Servicios de Sanidad Militar del Ejército. Pasará a la reserva en 1947. Fallece el 16 de enero de 1968 en su localidad natal.

4/ Nacido en Valladolid en 1875, Chamorro fue miembro del Círculo Mercantil, Industrial y Agrícola de la ciudad, así como presidente de la Cámara de Comercio local. Morirá en 1957.

5/ Oriundo de Santander, el señor Lavín Gautier había sido Gobernador Civil en Cuenca (1933) y Zamora (febrero-junio de 1936). A Valladolid llegó nombrado Gobernador Civil el 22 de junio de 1936, y logrará restablecer el orden público en la ciudad. Detenido el 19 de julio de 1936, nada más estallar la sublevación militar contra la República, fue asesinado el 18 de agosto.

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Berzal de la Rosa, Enrique.- El Valladolid Republicano.
Del Prado, Ángel.- El movimiento obrero en Valladolid durante la Segunda República: 1931-1936
García de la Rasilla, María del Carmen.- El ayuntamiento de Valladolid: política y gestión (1898-1936)
Gómez Cabornero.- Cultura Ciudadana y socialización política en la República. Actitudes y comportamientos de los vallisoletanos entre 1931 y 1936
Marcos del Olmo, Concepción.- Las elecciones del Frente Popular en Valladolid
Palomares, Jesús María.- La Segunda República en Valladolid. Agrupaciones y partidos políticos

Este enlace es también de bastante interés:

http://maytediez.blogia.com/2007/092701-ciudadanas-de-valladolid-en-la-segunda-republica-resumen-.php


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