Mientras tanto, el cansancio con la Dictadura se iba haciendo cada vez más notorio. En diversas guarniciones de toda España brota un pronunciamiento dirigido por Sánchez Guerra, en enero de 1929. La rebeldía universitaria, con la Federación Universitaria Española (FUE) al frente, canaliza la agitación estudiantil…Y ya en 1930, Miguel Primo de Rivera (presionado por el Rey) dimite y marcha al exilio parisino. El fallido Gobierno del general Dámaso Berenguer, será sucedido por el de Juan Bautista Aznar, que presenciaría el fin de la monarquía. El plan a acometer era celebrar elecciones escalonadamente: municipales el 12 de abril de 1931; provinciales el 3 de mayo, para el Congreso el 7 de junio y para el Senado el día 15.
Como el bien sabido, aquellas municipales fueron ganadas en la mayoría de las provincias por la conjunción republicano-socialista. La monarquía se desmoronó por completo, y el 14 de abril se proclamaba la República. Alfonso XIII marchaba al exilio y los republicanos del Comité Revolucionario toman el poder sin trámite alguno.
En Soria capital, una vez efectuado el escrutinio electoral en sus tres distritos (El Consistorio, El Salvador y la Colegiata), resultaron electos 8 concejales republicanos, 6 monárquicos y 3 independientes. La prensa local constataba el orden con que se habían celebrado estas elecciones municipales, si bien
La Voz de Soria, que recalcaba el
“triunfo decisivo de la conjunción republicano-obrera en la ciudad”, afirmaba doloridamente que
“en Soria no hay aún el espíritu de ciudadanía que en otras ciudades españolas”.
El 14 de abril, un grupo de manifestantes, encabezados por la bandera tricolor y secundados por la banda de música provincial, daban vítores a la República al son de “La Marsellesa” y “La Internacional”. Bajando desde la calle José Canalejas, llegaron a la Plaza Mayor. Una vez allí, se introdujeron en el Ayuntamiento, arrojando por la ventana el retrato del Vizconde de Eza e izando en el balcón la bandera republicana. Así se proclamó la II República en Soria. Al día siguiente, el Comité Revolucionario provincial (compuesto por Juan Antonio Gaya Tovar, Mariano Granados, José Tudela y Matías Gracia López) se hizo cargo de la Alcaldía y las dependencias consistoriales.
Un año después de aquello, el ministro de Instrucción Pública (Fernando de los Ríos, del PSOE) visitó la provincia de Soria. Le acompañaban su esposa Gloria Giner, Federico García Lorca, Antonio Garrigues, Manuel Troyano de los Ríos, Andrés García de la Varga (“Corpus Barga”) y Mariano Granados, personalidad imprescindible del republicanismo soriano. La comitiva, entre otros lugares, visitó las ruinas de Numancia, donde comerían acompañados por el Gobernador Civil y personalidades de la vida cultural de la provincia, como José Tudela y Blas Taracena. Y allí estuvo presente el joven Juan Antonio Gaya Nuño, que ese mismo curso concluía sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad madrileña.
Dos meses después, llegaba a Soria capital “La Barraca”, compañía teatral universitaria dirigida por García Lorca y subvencionada por el Ministerio de Instrucción Pública, que precisamente había iniciado su andadura en la provincia de Soria (en El Burgo de Osma, concretamente). García Lorca y los suyos actuaron en los Arcos de San Juan de Duero, representando “La Vida es Sueño” de Calderón y hallándose Gaya Nuño entre el público. Pues bien, unos apagones producidos por una avería provocada y unos abucheos que fueron subiendo de tono arruinaron aquella representación, teniendo todo el personal que abandonar la reliquia artística de San Juan de Duero. Tan incivil acto fue provocado por señoritingos reaccionarios, llegados ex profeso desde Madrid…
Con fecha primero de octubre de aquel año, Gaya Nuño era nombrado ayudante gratuito de la sección de Letras del Instituto local. Es por esta misma época cuando se interesa por las influencias árabes presentes en Soria, publicando un análisis detallado de la torre de Noviercas. Cabe pensar que nuestro biografiado asistiera al homenaje al poeta Machado ( recién nombrado hijo adoptivo de la ciudad) que tuvo lugar en la ermita de San Saturio.
Por lo demás, el hogar de los Gaya respiraba armonía. El padre, además de sus cometidos en el Instituto como profesor de Gimnasia y secretario, atiende su consulta médica particular y dedica sus ratos libreas a la política y al Colegio de Médicos. La madre se ocupaba de las labores de la casa, ayudada por una sirvienta natural de Quintana Redonda, que convivía con la familia desde hacía tiempo. Benito había obtenido el doctorado en Filosofía y Letras, Juan Antonio daba clases de Latín en el Instituto y Amparo, la pequeña, proseguía con sus primeros estudios.
Pasó el tiempo, y llegaron las elecciones de 1933. Desde las páginas de “La Voz de Soria”, el doctor Juan Antonio Gaya Tovar llamaba a los sorianos a defender la República, demandándoles su asistencia a las urnas para que dieran su voto al radical-socialista Benito Artigas Arpón, Director General de Comercio. Como es bien sabido, aquellos comicios fueron ganados por las fuerzas conservadoras, iniciándose así el llamado “bienio negro”.
Mientras todo aquello tenía lugar, Gaya Nuño continuaba con su labor profesional en el Instituto, impartiendo clases de Literatura y Lengua castellanas, así como de Geografía e Historia. Muchos de sus ratos libres los ha venido ocupando en excursiones a lo largo y ancho del territorio provincial, realizando investigaciones artísticas sobre los monumentos sorianos. Por los artículos que publica aquí y allá vemos que sigue interesándose por los vestigios musulmanes. Y obtiene, en la Universidad madrileña, el premio extraordinario de doctorado, presentado su tesis doctoral bajo el epígrafe de “El románico en la provincia de Soria”. También logra ser correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Llegó 1936, año difícil de olvidar. En las elecciones que tuvieron lugar en febrero de aquel año, las izquierdas (agrupadas en el Frente Popular) se hicieron con el poder. Sin embargo, en Soria el triunfo parcial de los derechistas requirió de una segunda vuelta electoral, en la que resultarían elegidos Miguel Maura, Gregorio Arranz (conservadores ambos) y Benito Artigas Arpón (Frente Popular). Como sabemos, el padre de Gaya Nuño estaba ideológicamente muy vinculado con este último. Cuando en abril se celebren comicios a compromisarios para la elección del Presidente de la República, el doctor Gaya Tovar concurrirá a ellos por Soria, integrado en el Frente Popular.
En la tarde el 17 de julio, Melilla, Ceuta y Tetuán fueron los escenarios de la rebelión militar contra la República. La sublevación se extendió por toda España los días 18 y 19. Los principales generales insurgentes (Cabanellas en Zaragoza, Mola en Pamplona, Queipo de Llano en Sevilla y Saliquet en Valladolid) se hacen con una considerable porción de terreno, desde Galicia hasta Aragón.
Las noticias de la rebelión contra la República llegaron a Soria el mismo 18 de julio, mediante las emisiones de Radio Madrid. La columna navarra del coronel García Escámez ocupó la ciudad rápidamente. El día 22, un grupo de requetés irrumpe en el domicilio de los Gaya, arrestando al padre y haciendo caso omiso de ruegos y súplicas. Tras un período de encarcelamiento en el cuartel de Santa Clara, Gaya Tovar fue fusilado sin juicio previo. Tenía 60 años.
A kilómetros de allí, en Madrid, encontramos a Gaya Nuño preparando sus oposiciones a cátedra. Cuando se entera del asesinato de su padre, decide alistarse en las milicias sorianas que patrocinan Benito Artigas Arpón, Miguel Ranz y Carlos de Benito. Organizadas en el hotel de la calle Marqués de Riscal, haciendo esquina con La Castellana, estas milicias formarán el Batallón Numancia. Gaya Nuño, quedaba de este modo trocado en combatiente por la causa republicana durante los tres años de la Guerra Civil, viéndose destinado al frente de Guadalajara, donde (junto a media docena de jóvenes intelectuales) integrará el llamado “grupo Cascorro”, que por repugnancia a las intrigas políticas de sus correligionarios se aíslan desde el primer momento, dedicándose a custodiar la posición estratégica de una fábrica de harinas.
Es también en tiempos de guerra, concretamente en 1937, cuando Gaya Nuño contrae nupcias con la soriana Concepción Gutiérrez de Marco, residente en Madrid desde 1929. A partir de ahora, compartirá con él idénticas aficiones, sueños y pesadillas.
Con la Guerra Civil terminada, Gaya Nuño, combatiente republicano, acababa entregándose a los vencedores como lo fueron haciendo millares y millares de compañeros de lucha, quedándole clara su condición de vencido y su destino inmediato, que sería el de prisionero de guerra. La paz conseguida por la imposición forzosa de unos españoles sobre los otros requerirá de la adecuación apresurada de campos de concentración, cárceles, penales y presidios donde serán recluidos (en espera de procesamiento) los cuantiosos vencidos que no han sido empujados a los paredones, frente a los fusiles.
A Gaya Nuño, el correspondiente Consejo de Guerra que le juzga, tras imputarle entre otros cargos el de haber ingresado voluntariamente en el Ejército republicano (del que llegó a ser oficial), le condenará a la pena de 20 años y un día de prisión. De esta forma, nuestro hombre pasará por algunas de las prisiones madrileñas de la época, tales como Santa Rita (en Carabanchel Bajo), San Antón o Yeserías (al final del paseo de Las Delicias). Una vez por semana recibe la visita de su mujer, que en el mejor de los casos le llevará un paquete o algo de fruta…
Después del cautiverio en Madrid, Gaya Nuño fue a parar a prisiones más distantes, como las de Valdenoceda (Santander) o Las Palmas de Gran Canaria. Hay quien supone su presencia entre los reclusos que levantan el monumento funerario del Valle de los Caídos, extremo que no hemos podido confirmar. Lo que sí está claro es que, debido a su buena conducta, queda en libertad en febrero de 1943.
Tras salir de la cárcel, Gaya Nuño anduvo un tiempo por Bilbao, donde realiza algunos estudios sobre el románico en la provincia de Vizcaya. Regresa a Madrid, para trasladarse después a Barcelona, donde llega a dirigir una galería de arte. Pero las cosas no marchan bien, por lo que regresa de nuevo a Madrid.
Son los años 40. Años de hambre, dolor, vejación y miedo para un amplio sector de la población, época de salvoconductos para viajar y de cartillas para adquirir miserables raciones alimenticias. Personajes ligados al bando vencedor acapararán todos los ámbitos de la actividad laboral, desde la alta burocracia hasta los modestos puestos de porteros o serenos, mientras los “rojos”, sometidos a expurgo, tropiezan con enormes dificultades para sobrevivir.
“En general [escribirá Gaya Nuño]
se trataba de licenciados y cursillistas sancionados, periodistas sin ejercicio, empleados de correos cesantes. Todos aspirando a ganarse la vida con pena y con talento, como tantos nos la tuvimos que ganar en aquellos años espantosos”.
Dentro del depauperado panorama cultural entonces observable, acaso el mayor suscitador de novedades y experiencias singulares fuese Eugenio D´Ors. Esta personalidad (que siempre trató y distinguió con afecto a Gaya Nuño) fundó en 1943 la Academia Breve de la Crítica del Arte, que llegó a sumar 110 miembros, Juan Antonio entre ellos.
Ya en los años 50, nuestro biografiado decide regresar a Soria, junto a su querida familia. Por desgracia, al poco tiempo de su retorno fallece Benito, el hermano mayor, que había llegado a catedrático del Instituto local.
Gaya Nuño, poco a poco, ha podido reencontrarse con su vocación de siempre: ser historiador y crítico del arte. Sus trabajos comienzan a aparecer insistentemente en diferentes revistas especializadas, adentrándose en los círculos aglutinadores de escritores, poetas y artistas plásticos, que concurren a cafés madrileños como
El Gijón, El Comercial, etc., o junto al Paseo de Recoletos, donde tienen lugar las más variopintas tertulias.
Será así y sólo así, por medio de su afanoso trabajo (desarrollado en la intimidad de su piso de la calle Ibiza, nº 23), que fructificará en decenas de libros y centenares de artículos, como logrará Gaya Nuño elevarse sobre la mediocridad circundante de tantos reaccionarios acaparadores de prebendas y poltronas.
Por los años 60, Juan Antonio se ha consolidado como uno de los más profundos conocedores de las Bellas Artes en Europa, siendo un genuino representante de la crítica moderna. Se integra en la Asociation Internationale des Critiques d´Art (AICA) y queda proclamado para fomar parte de la junta directiva de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA), en calidad de vicepresidente junto con Alberto del Castillo, siendo José Camón Aznar quien asume la presidencia. Paralelamente con su asombrosa serie de estudios y publicaciones, desarrolla Gaya Nuño unos ciclos sistemáticos de estudios en la Universidad Méndez Pelayo de Santander, así como en entidades culturales de Madrid y otras ciudades, prodigándose en charlas, ciclos y conferencias. No es de extrañar que, en 1973 le fuera entregado el Premio Lázaro Galdiano, en reconocimiento a su ejemplar labor en los campos de la historia y la crítica artística.
Y fue un martes, 6 de julio de 1976, cuando Juan Antonio Gaya Nuño pasaba a mejor vida.
Hablar de Juan Antonio Gaya Nuño es hablar de uno de los más importantes críticos e historiadores de Arte de nuestro país. Fue una personalidad eminente, que dedicó toda una vida al estudio y la investigación. Fue una de las últimas encarnaciones visibles del humanista, amante por igual de las letras y las artes. Además de una copiosa obra esparcida en libros, enciclopedias, tratados, revistas, folletos y suplementos, Gaya fue también un literato de espléndida pluma. Así lo demuestran obras como "Tratado de Mendicidad" o "El Santero de San Saturio", siendo ésta imprescindible, pues profundiza como pocas en el talante y la idiosincracia de los sorianos. También, entre otras aportaciones, merece recordarse su prólogo (vetado por la censura) a "Retazos de Torozos", del vallisoletano Pablo Rodríguez Martín (autoapodado "Blas Pajarero"), en el cual Gaya Nuño lamentaba la debilidad de la identidad castellana y la alienación de las masas.
Sabed, pues, que mientras las voraces carcomas del olvido van royendo las sombras que aquellos que fueron sus opositores intransigentes, el nombre de Juan Antonio Gaya Nuño prevalece...¡ Y prevalecerá!