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Autor Tema: Juan Antonio Gaya Nuño, intelectual republicano  (Leído 8203 veces)
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Maelstrom
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« : Marzo 10, 2010, 22:35:45 »




Fue a principios de 1913, el día 29 de enero, cuando vino al mundo Juan Antonio Gaya Nuño en la localidad soriana de Tardelcuende, ubicada en la Comarca de Soria. Su padre, Juan Antonio Gaya Tovar, pertenecía a la burguesía ilustrada de la capital (a cuya generación precedente correspondían el abuelo Benito Gaya y el tío-abuelo Guillermo Tovar, republicano progresista y alcalde de la ciudad), demostraba una sólida formación humanística y una gran inquietud cultural, practicando su profesión de médico en el mencionado municipio. Su madre, Gregoria Nuño Ortega, era natural de Almajano, lugar próximo a la capital, y se empleaba en las labores de la casa. Juan Antonio Gaya Nuño era el segundo de los hijos de este joven matrimonio, habiendo nacido su hermano mayor (Benito Gaya) en 1908.
El bautizo de la criatura aconteció por obra y gracia del tío materno, el sacerdote y capellán del Hospital soriano Casto Nuño, recibiendo el recién nacido el nombre del padre, cuya influencia sería vital sobre él.
Muy poco es lo que conocemos acerca del transcurrir de la niñez de Juan Antonio Gaya, el menor de los mozalbetes del médico de Tardelcuende. Este pueblo a orillas del Izana era cabeza de municipio, tenía una Iglesia parroquial dedicada a la Concepción de la Virgen, contaba con escuela para ambos sexos, dos molinos harineros y dos comercios que más bien podrían denominarse cantinas. Los tardelcondinos extraían gran cantidad de resina de su magnífico pinar, alternando esta ocupación con la agricultura y la ganadería ovina-caprina.
De su temple infantil deja cierta constancia una fotografía del álbum familiar, donde se nos muestra, con no más de tres años, posando en el regazo materno, junto a su padre y hermano, con una larga cabellera de graciosos rizos cubriéndole la nuca, cara expectante en la que se destaca la mirada prfunda de sus ojos oscuros y vivarachos, acaso herencia de la madre, como avistando curioso lo interior, hecho característico por otra parte de un "niño huraño y retraído".
Muchos años más tarde, Juan Antonio Gaya Nuño evocaría su apacible infancia en Tardelcuende, "donde jamás ha habido ricos ni siquiera riquejos" y "tampoco se han dado mendigos indígenas". Evocaría a su primera niñera, la Hilaria, y a un establecimiento donde recibían generoso alojamiento los mendigos ambulantes que por allí pasaban. También estarían presentes en sus recuerdos aquellos "caballeros con barba, chaquet y pantalón a rayas, señoras con sombrillas y mangas de jamón", que en apoteósicas excursiones "iban a comer a Quintana Redonda o Tardelcuende; pues eran los únicos lugares donde se podía cómodamente ir y regresar en el día".
Sabemos que alrededor del año 1920, la familia Gaya (ampliada ahora en un quinto miembro, pues la pequeña Amparo Gaya había nacido en junio de 1919) se trasladó a la capital, condicionada por la labor del padre (desde el 12 de octubre de 1917) como profesor de Gimnasia en el Instituto General y Técnico de Soria. Se aposentaron los Gaya en el número 10 de la calle Marqués de Vadillo (por aquel entonces nº 8, piso 1º). Aquí abriría el doctor Gaya Tovar, además, su consulta particular para el desarrollo de su profesión como médico.
Hay una "Estampa de Soria" escrita por el poeta local Virgilio Soria (amigo personal de nuestro biografiado) fechada en 21 de enero de 1947. Por su interés, incluímos aquí un amplio fragmento de aquella composición, ya que refleja fidedignamente la Soria de principios del siglo XX:

"La que nos vio jugar por calles y plazuelas,
huir ante los guardias, seguir a las mozuelas.
aquellas en la que hicimos nuestro mejor camino:
la escuela, el Instituto, el Collado, el Casino;
aquella en la que están nuestros recuerdos fijos,
Soria de nuestros padres, Soria de nuestros hijos.
En fin, nuestra Soria buena, pura y sencilla
colgada junto al cielo, allá en la alta Castilla.

¡Qué tiempos más hermosos! ¿Los recordáis, amigos?
Todos igual que yo, habéis sido testigos,
y gozasteis de soles que ahora en la lejanía,
más bien parecen cosa de pura fantasía.

Tan lejano y tan próximo está ese claro ayer
que, cerrando los ojos, cruzar podemos ver:
Don Bernardino, grave, bajo los soportales,
Don Epifanio, ágil, marchando a los Royales,
el Docto Hinojar dentro de un cochecito
y el buen Don Pedro Antonio con su paso pasito.

En cuando Rioja iba al tren presuroso
para dar en El Noti su grito victorioso
de soriano que triunfa, y era la verdad neta,
pues siempre había uno que llegaba a la meta.

Camino de la Audiencia a convencer jurados,
iba con sus papeles Don Mariano Granados.
Y Don Blas Taracena, frente alta y paso lento,
bajaba, tempranito hacia el Ayuntamiento.

Pasaban al Gobierno o a la Diputación
Don Ramón, Don Higinio, Don Luis y Don León,
Doctor Gaya, Juan Brieva, Don Joaquín y Vicent
y las Juntas Gestoras, que iban bucando un tren.

Otros muchos pasaban: Arjona, Don Manuel,
Iñiguez, Don Felipe, Don Gustavo, Febrel
y, aquí y allá, luchando por la sorianidad
ese soriano imenso que es el Sr. Abad.

Otros iban, venían, más de modo esporádico:
Ayuso escandaloso, el Vizconde flemático
e igual que por sus títulos, por sus barbas notorio,
el Sr. Don Aurelio González de Gregorio.

Era cuando salían el viejo Noticiero.
el grave Avisador, El Ideal, El Duero,
Tierra Soriana, Tierra, Porvenir, La Verdad,
(que viene buena) luchas de Artigas y el Abad.
Y cuando hasta los niños, nosotros, ¡ay Señor!
teníamos periódicos de hombres: El Ruiseñor.

¿Qué ciudad en el mundo dio, ni ahora ni antes,
lo que dio nuestra Soria de ocho mil habitantes?"


Sin embargo, aquella idílica ciudad de la infancia (en la segunda década del siglo XX) ocultaba una cara diferente captada desde otra óptica más objetiva.
La Primera Guerra Mundial, ante la que España se mantuvo neutral, produjo un impacto complejo sobre el país, aumentando la conflictividad social al remarcarse las desigualdades en las clases bajas por la política de especulación desenfrenada de las altas, al tiempo que la opinión pública de dividía entre germanófilos y aliadófilos. Dicha trabazón social con la diferencia de clases entre el vecindario de Soria capital encontraba su justa divisoria en los afamados casinos del Collado, además de otros locales de ocio existentes entonces. En tal sentido cabe señalar que mientras al Casino Numancia concurrían médicos, abogados, catedráticos, altos cargos, Gobernador Civil y Delegado de Hacienda; al de la Amistad (por ser más barato) acudía una amplia representación de "obreros, estanqueros, contratistas, empleados modestos, comisionistas, ancianos maestros o funcionarios jubilados, riquejos, pardillos del campo, feriantes, los cazadores y pescadores, que mantenían peñas mentirosas y exageradas, dependientes de comercio y estudiantes del magisterio, grandes como castillos" ...Y aún cabría mencionar a las clases más bajas, abonadas al chateo, merodeando por la gran cantidad de bares y tabernas existentes.



La provincia de Soria, que rondaba los 150.000 habitantes, era predominantemente agraria (propietarios de pequeñas parcelas de suelo poco fértil), sin que de dieran cambios notables en las formas de producción y cultivo, hallándose en declive la ganadería y existiendo una explotación forestal caótica. La capital, más que un núcleo urbano propiamente dicho, semejaba otro centro rural, pues la gente de los alrededores trajinaba habitualmente por sus calles, sirviéndose para sus desplazamientos del tren o del coche de línea.
Por otra parte, y coincidiendo prácticamente con el cambio de siglo, la vida política soriana se había visto alterada, ya que si entre 1789 y 1898 el partido hegemónico había sido el Liberal, entre 1898 y 1923 el predominio pasaba a manos del Partido Conservador, acaudillado en Soria por Luis de Marichalar y Monreal, Vizconde de Eza, quien luego se uniría a los datistas. La tercera fuerza del esprectro político de la provincia eran los republicanos, que representaban un papel más testimonial que efectivo, aunque contasen con estimables minorías en el Ayuntamiento y la Diputación e incluso representación en las Cortes. Cabe recordar a Manuel Hilario Ayuso, diputado republicano federal por El Burgo de Osma y amigo de Antonio Machado.
Así estaban las cosas cuando el infante Gaya Nuño anclaba en Soria, coincidiendo con la llegada de un joven poeta santanderino, Gerardo Diego, quien por Real Orden de 9 de abril de 1920 resultó nombrado Catedrático de Lengua y Literatura Castellana del Instituto soriano, al que llegaba siguiendo las huellas de Machado. A primeros de abril de 1922, Juan Antonio Gaya Tovar se adentraba en la política (acompañando a Juan Aparicio Lapuerta, dirigente de los republicanos sorianos) como concejal del Ayuntamiento capitalino en la corporación que presidirá Mariano Vicén Cuartero.
El 2 de junio, un nuevo medio de comunicación social irrumpe en la capital, auspiciado por un grupo de jóvenes intelectuales “amantes de su tierra, preocupados y atentos por su porvenir, conocedores de la potencialidad de la provincia, y alumbrados por una fe sincera en el resurgimiento de la tierra que les vio nacer”. Tratábase de La Voz de Soria, portavoz de los ideales republicanos, al frente del cual figuraban Mariano Granados como director y José Tudela como redactor. Entusiasmado con su esperanzadora singladura, el poeta Gerardo Diego lo saludaba de esta guisa:


"Construir nuestra Soria sobre las ruinas,
Soria de las cigüeñas y de las golondrinas;
Que remuevan el polvo sus alas peregrinas.
Y pues que ya está próxima, celebrad la victoria.
Arrancadle las alas al buitre de la Historia,
Y a forjar una nueva y eterna y limpia Soria."


 
El día 25 de julio de aquel año tuvo lugar un horrible incendio que consternó a los sorianos. Serían las nueve de la mañana cuando una tremenda detonación, semejante a la que produciría el estallido de una bomba de gran potencia, sembró la alarma entre la población capitalina. Seguidamen, oyéronse angustiosos gritos de espanto y dolor. Las gentes corrían espantadas, la confusión no permitía entender lo que sucedía…
Pero pronto se supo que había volado por los aires el establecimiento de Don Claudio Alcalde, en el que se vendía pólvora, cartuchos y dinamita, “originando un terrible incendio que tardó aún días en ser sofocado. Y ello, con nada menos que diez o doce muertos, cantidad grande de heridos y destrucción de media docena de las casas más importantes de la ciudad. Llegaban los soldados de ingenieros de Guadalajara, porque el siniestro excedía en mucho las posibilidades defensivas de Soria”… Como para no recordar aquello el pequeño Gaya Nuño y su parentela, pues entre las casas devastadas por las llamas se hallaba la suya, pudiendo salvar tan sólo una insignificante parte de sus pertenencias.
Los Gaya se quedaron en la calle de la noche a la mañana. El remedio provisional fue el traslado a una pequeña casa con dos miradores, emplazada en el nº 2, 1º dcha. de la Plaza del Vergel, subiendo hacia Santo Domingo, donde permanecerían hasta 1926.
Corre el curso académico 1922-1923 y vemos aparecer a Juan Antonio Gaya Nuño y su hermano mayor en el entrañable Instituto de Soria, si bien en circunstancias diversas. Mientras que Juan Antonio obtiene la calificación de sobresaliente en Lenga Castellana, como alumno de enseñanza no oficial; Benito, como alumno de la oficial, recibe varias matrículas de honor, culminando sus estudios de bachiller y trasladándose a la Universidad de Zaragoza, donde iniciará la carrera de Ciencias Exactas. Y el padre de ambos, Juan Antonio Gaya Tovar, veía incrementado su sueldo de profesor de Gimnasia en 500 pesetas.
En 1923, Miguel Primo de Rivera (capitán general de Cataluña) se hace con el poder, asumiendo plenos poderes y poniendo en suspenso la Constitución. Se disuelven las Cortes y la parte electiva del Senado,  así como los Ayuntamientos. Las primeras noticias de la toma del poder por Primo de Rivera llegaron a Soria por un telegrama recibido en el Gobierno Civil, a eso de las nueve de la mañana. Y La Voz de Soria, de tendencia republicana, no se extrañaba lo más mínimo de lo sucedido.
Las antiguas (y nuevas) formaciones republicanas se coordinan en una Alianza Republicana. Ésta tenía en su directiva a Alejandro Lerroux, Marcelino Domingo y Roberto Castrovido, y entre sus integrantes hallamos al soriano Manuel Hilario Ayuso, procedente de la Escuela Nueva. Como grupo de oposición a la Dictadura no descuella hasta 1929, año en que surge el Partido Radical Socialista (PRS) a partir de una escisión lerrouxista. Liderado por Marcelino Domingo, entre los fundadores de este nueva fuerza política figura Benito Artigas Arpón, cabeza visible de los republicanos sorianos. Al Partido Radical Socialista, que tanta importancia habría de alcanzar en la Soria de la II República, se vinculará Juan Antonio Gaya Tovar, padre de nuestro biografiado.
El hogar de los Gaya constituía el caldo de cultivo apropiado para la germinación intelectual. Estaba llena la casa de multitud de libros de toda clase, así como las más variopintas revistas y diarios (Blanco y Negro, La Esfera, Crisol, Luz, El Sol, revistas francesas de arte, etc). El padre, tan hogareño, permanecía siempre pendiente de las inquietudes de sus hijos, aportando su talante humanístico y progresista a las tertulias que se producían entre los miembros de aquella familia.
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« Respuesta #1 : Marzo 10, 2010, 22:40:43 »


Mientras tanto, el cansancio con la Dictadura se iba haciendo cada vez más notorio. En diversas guarniciones de toda España brota un pronunciamiento dirigido por Sánchez Guerra, en enero de 1929. La rebeldía universitaria, con la Federación Universitaria Española (FUE) al frente, canaliza la agitación estudiantil…Y ya en  1930, Miguel Primo de Rivera (presionado por el Rey) dimite y marcha al exilio parisino. El fallido Gobierno del general Dámaso Berenguer, será sucedido por el de Juan Bautista Aznar, que presenciaría el fin de la monarquía. El plan a acometer era celebrar elecciones escalonadamente: municipales el 12 de abril de 1931; provinciales el 3 de mayo, para el Congreso el 7 de junio y para el Senado el día 15.
Como el bien sabido, aquellas municipales fueron ganadas en la mayoría de las provincias por la conjunción republicano-socialista. La monarquía se desmoronó por completo, y el 14 de abril se proclamaba la República. Alfonso XIII marchaba al exilio y los republicanos del Comité Revolucionario toman el poder sin trámite alguno.
En Soria capital, una vez efectuado el escrutinio electoral en sus tres distritos (El Consistorio, El Salvador y la Colegiata), resultaron electos 8 concejales republicanos, 6 monárquicos y 3 independientes. La prensa local constataba el orden con que se habían celebrado estas elecciones municipales, si bien La Voz de Soria, que recalcaba el “triunfo decisivo de la conjunción republicano-obrera en la ciudad”, afirmaba doloridamente que “en Soria no hay aún el espíritu de ciudadanía que en otras ciudades españolas”.
El 14 de abril, un grupo de manifestantes, encabezados por la bandera tricolor y secundados por la banda de música provincial, daban vítores a la República al son de “La Marsellesa” y “La Internacional”. Bajando desde la calle José Canalejas, llegaron a la Plaza Mayor. Una vez allí, se introdujeron en el Ayuntamiento, arrojando por la ventana el retrato del Vizconde de Eza e izando en el balcón la bandera republicana. Así se proclamó la II República en Soria. Al día siguiente, el Comité Revolucionario provincial (compuesto por Juan Antonio Gaya Tovar, Mariano Granados, José Tudela y Matías Gracia López) se hizo cargo de la Alcaldía y las dependencias consistoriales.
Un año después de aquello, el ministro de Instrucción Pública (Fernando de los Ríos, del PSOE) visitó la provincia de Soria. Le acompañaban su esposa Gloria Giner, Federico García Lorca, Antonio Garrigues, Manuel Troyano de los Ríos, Andrés García de la Varga (“Corpus Barga”) y Mariano Granados, personalidad imprescindible del republicanismo soriano. La comitiva, entre otros lugares, visitó las ruinas de Numancia, donde comerían acompañados por el Gobernador Civil y personalidades de la vida cultural de la provincia, como José Tudela y Blas Taracena. Y allí estuvo presente el joven Juan Antonio Gaya Nuño, que ese mismo curso concluía sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad madrileña.



Dos meses después, llegaba a Soria capital “La Barraca”, compañía teatral universitaria dirigida por García Lorca y subvencionada por el Ministerio de Instrucción Pública, que precisamente había iniciado su andadura en la provincia de Soria (en El Burgo de Osma, concretamente). García Lorca y los suyos actuaron en los Arcos de San Juan de Duero, representando “La Vida es Sueño” de Calderón y hallándose Gaya Nuño entre el público. Pues bien, unos apagones producidos por una avería provocada y unos abucheos que fueron subiendo de tono arruinaron aquella representación, teniendo todo el personal que abandonar la reliquia artística de San Juan de Duero. Tan incivil acto fue provocado por señoritingos reaccionarios, llegados ex profeso desde Madrid…
Con fecha primero de octubre de aquel año, Gaya Nuño era nombrado ayudante gratuito de la sección de Letras del Instituto local. Es por esta misma época cuando se interesa por las influencias árabes presentes en Soria, publicando un análisis detallado de la torre de Noviercas. Cabe pensar que nuestro biografiado asistiera al homenaje al poeta Machado ( recién nombrado hijo adoptivo de la ciudad) que tuvo lugar en la ermita de San Saturio.
Por lo demás, el hogar de los Gaya respiraba armonía. El padre, además de sus cometidos en el Instituto como profesor de Gimnasia y secretario, atiende su consulta médica particular y dedica sus ratos libreas a la política y al Colegio de Médicos. La madre se ocupaba de las labores de la casa, ayudada por una sirvienta natural de Quintana Redonda, que convivía con la familia desde hacía tiempo. Benito había obtenido el doctorado en Filosofía y Letras, Juan Antonio daba clases de Latín en el Instituto y Amparo, la pequeña, proseguía con sus primeros estudios.
Pasó el tiempo, y llegaron las elecciones de 1933. Desde las páginas de “La Voz de Soria”, el doctor Juan Antonio Gaya Tovar llamaba a los sorianos a defender la República, demandándoles su asistencia a las urnas para que dieran su voto al radical-socialista Benito Artigas Arpón, Director General de Comercio. Como es bien sabido, aquellos comicios fueron ganados por las fuerzas conservadoras, iniciándose así el llamado “bienio negro”.
Mientras todo aquello tenía lugar, Gaya Nuño continuaba con su labor profesional en el Instituto, impartiendo clases de Literatura y Lengua castellanas, así como de Geografía e Historia. Muchos de sus ratos libres los ha venido ocupando en excursiones a lo largo y ancho del territorio provincial, realizando investigaciones artísticas sobre los monumentos sorianos. Por los artículos que publica aquí y allá vemos que sigue interesándose por los vestigios musulmanes. Y obtiene, en la Universidad madrileña, el premio extraordinario de doctorado, presentado su tesis doctoral bajo el epígrafe de “El románico en la provincia de Soria”. También logra ser correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Llegó 1936, año difícil de olvidar. En las elecciones que tuvieron lugar en febrero de aquel año, las izquierdas (agrupadas en el Frente Popular) se hicieron con el poder. Sin embargo, en Soria el triunfo parcial de los derechistas requirió de una segunda vuelta electoral, en la que resultarían elegidos Miguel Maura, Gregorio Arranz (conservadores ambos) y Benito Artigas Arpón (Frente Popular). Como sabemos, el padre de Gaya Nuño estaba ideológicamente muy vinculado con este último. Cuando en abril se celebren comicios a compromisarios para la elección del Presidente de la República, el doctor Gaya Tovar concurrirá a ellos por Soria, integrado en el Frente Popular.
En la tarde el 17 de julio, Melilla, Ceuta y Tetuán fueron los escenarios de la rebelión militar contra la República. La sublevación se extendió por toda España los días 18 y 19. Los principales generales insurgentes (Cabanellas en Zaragoza, Mola en Pamplona, Queipo de Llano en Sevilla y Saliquet en Valladolid) se hacen con una considerable porción de terreno, desde Galicia hasta Aragón.
Las noticias de la rebelión contra la República llegaron a Soria el mismo 18 de julio, mediante las emisiones de Radio Madrid. La columna navarra del coronel García Escámez ocupó la ciudad rápidamente. El día 22, un grupo de requetés irrumpe en el domicilio de los Gaya, arrestando al padre y haciendo caso omiso de ruegos y súplicas. Tras un período de encarcelamiento en el cuartel de Santa Clara, Gaya Tovar fue fusilado sin juicio previo. Tenía 60 años.
A kilómetros de allí, en Madrid, encontramos a Gaya Nuño preparando sus oposiciones a cátedra. Cuando se entera del asesinato de su padre, decide alistarse en las milicias sorianas que patrocinan Benito Artigas Arpón, Miguel Ranz y Carlos de Benito. Organizadas en el hotel de la calle Marqués de Riscal, haciendo esquina con La Castellana, estas milicias formarán el Batallón Numancia. Gaya Nuño, quedaba de este modo trocado en combatiente por la causa republicana durante los tres años de la Guerra Civil, viéndose destinado al frente de Guadalajara, donde (junto a media docena de jóvenes intelectuales) integrará el llamado “grupo Cascorro”, que por repugnancia a las intrigas políticas de sus correligionarios se aíslan desde el primer momento, dedicándose a custodiar la posición estratégica de una fábrica de harinas.
Es también en tiempos de guerra, concretamente en 1937, cuando Gaya Nuño contrae nupcias con la soriana Concepción Gutiérrez de Marco, residente en Madrid desde 1929. A partir de ahora, compartirá con él idénticas aficiones, sueños y pesadillas.



Con la Guerra Civil terminada, Gaya Nuño, combatiente republicano, acababa entregándose a los vencedores como lo fueron haciendo millares y millares de compañeros de lucha, quedándole clara su condición de vencido y su destino inmediato, que sería el de prisionero de guerra. La paz conseguida por la imposición forzosa de unos españoles sobre los otros requerirá de la adecuación apresurada de campos de concentración, cárceles, penales y presidios donde serán recluidos (en espera de procesamiento) los cuantiosos vencidos que no han sido empujados a los paredones, frente a los fusiles.
A Gaya Nuño, el correspondiente Consejo de Guerra que le juzga, tras imputarle entre otros cargos el de haber ingresado voluntariamente en el Ejército republicano (del que llegó a ser oficial), le condenará a la pena de 20 años y un día de prisión. De esta forma, nuestro hombre pasará por algunas de las prisiones madrileñas de la época, tales como Santa Rita (en Carabanchel Bajo), San Antón o Yeserías (al final del paseo de Las Delicias). Una vez por semana recibe la visita de su mujer, que en el mejor de los casos le llevará un paquete o algo de fruta…
Después del cautiverio en Madrid, Gaya Nuño fue a parar a prisiones más distantes, como las de Valdenoceda (Santander) o Las Palmas de Gran Canaria. Hay quien supone su presencia entre los reclusos que levantan el monumento funerario del Valle de los Caídos, extremo que no hemos podido confirmar. Lo que sí está claro es que, debido a su buena conducta, queda en libertad en febrero de 1943.
Tras salir de la cárcel, Gaya Nuño anduvo un tiempo por Bilbao, donde realiza algunos estudios sobre el románico en la provincia de Vizcaya. Regresa a Madrid, para trasladarse después a Barcelona, donde llega a dirigir una galería de arte. Pero las cosas no marchan bien, por lo que regresa de nuevo a Madrid.
Son los años 40. Años de hambre, dolor, vejación y miedo para un amplio sector de la población, época de salvoconductos para viajar y de cartillas para adquirir miserables raciones alimenticias. Personajes ligados al bando vencedor acapararán todos los ámbitos de la actividad laboral, desde la alta burocracia hasta los modestos puestos de porteros o serenos, mientras los “rojos”, sometidos a expurgo, tropiezan con enormes dificultades para sobrevivir. “En general [escribirá Gaya Nuño] se trataba de licenciados y cursillistas sancionados, periodistas sin ejercicio, empleados de correos cesantes. Todos aspirando a ganarse la vida con pena y con talento, como tantos nos la tuvimos que ganar en aquellos años espantosos”.
Dentro del depauperado panorama cultural entonces observable, acaso el mayor suscitador de novedades y experiencias singulares fuese Eugenio D´Ors. Esta personalidad (que siempre trató y distinguió con afecto a Gaya Nuño) fundó en 1943 la Academia Breve de la Crítica del Arte, que llegó a sumar 110 miembros, Juan Antonio entre ellos.
Ya en los años 50, nuestro biografiado decide regresar a Soria, junto a su querida familia. Por desgracia, al poco tiempo de su retorno fallece Benito, el hermano mayor, que había llegado a catedrático del Instituto local.
Gaya Nuño, poco a poco, ha podido reencontrarse con su vocación de siempre: ser historiador y crítico del arte. Sus trabajos comienzan a aparecer insistentemente en diferentes revistas especializadas, adentrándose en los círculos aglutinadores de escritores, poetas y artistas plásticos, que concurren a cafés madrileños como El Gijón, El Comercial, etc., o junto al Paseo de Recoletos, donde tienen lugar las más variopintas tertulias.
Será así y sólo así, por medio de su afanoso trabajo (desarrollado en la intimidad de su piso de la calle Ibiza, nº 23), que fructificará en decenas de libros y centenares de artículos, como logrará Gaya Nuño elevarse sobre la mediocridad circundante de tantos reaccionarios acaparadores de prebendas y poltronas.



Por los años 60, Juan Antonio se ha consolidado como uno de los más profundos conocedores de las Bellas Artes en Europa, siendo un genuino representante de la crítica moderna. Se integra en la Asociation Internationale des Critiques d´Art (AICA) y queda proclamado para fomar parte de la junta directiva de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA), en calidad de vicepresidente junto con Alberto del Castillo, siendo José Camón Aznar quien asume la presidencia. Paralelamente con su asombrosa serie de estudios y publicaciones, desarrolla Gaya Nuño unos ciclos sistemáticos de estudios en la Universidad Méndez Pelayo de Santander, así como en entidades culturales de Madrid y otras ciudades, prodigándose en charlas, ciclos y conferencias. No es de extrañar que, en 1973 le fuera entregado el Premio Lázaro Galdiano, en reconocimiento a su ejemplar labor en los campos de la historia y la crítica artística.



Y fue un martes, 6 de julio de 1976, cuando Juan Antonio Gaya Nuño pasaba a mejor vida.
Hablar de Juan Antonio Gaya Nuño es hablar de uno de los más importantes críticos e historiadores de Arte de nuestro país. Fue una personalidad eminente, que dedicó toda una vida al estudio y la investigación. Fue una de las últimas encarnaciones visibles del humanista, amante por igual de las letras y las artes. Además de una copiosa obra esparcida en libros, enciclopedias, tratados, revistas, folletos y suplementos, Gaya fue también un literato de espléndida pluma. Así lo demuestran obras como "Tratado de Mendicidad" o "El Santero de San Saturio", siendo ésta imprescindible, pues profundiza como pocas en el talante y la idiosincracia de los sorianos. También, entre otras aportaciones, merece recordarse su prólogo (vetado por la censura) a "Retazos de Torozos", del vallisoletano Pablo Rodríguez Martín (autoapodado "Blas Pajarero"), en el cual Gaya Nuño lamentaba la debilidad de la identidad castellana y la alienación de las masas.
Sabed, pues, que mientras las voraces carcomas del olvido van royendo las sombras que aquellos que fueron sus opositores intransigentes, el nombre de Juan Antonio Gaya Nuño prevalece...¡ Y prevalecerá!

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