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Autor Tema: Berlanga de Duero y su comarca  (Leído 12011 veces)
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Maelstrom
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« : Mayo 06, 2010, 21:28:08 »




La villa de Berlanga de Duero es la cabecera de una amplia comarca soriana denominada Tierra de Berlanga (como referente geográfico) o Marquesado de Berlanga (en su identificación histórica). En la actualidad, la mayor parte de sus pueblos (un total de 10) están adscritos a su Ayuntamiento, formando una circunscripción que afecta a algo más de 200 kilómetros cuadrados. La población de todos ellos, con datos de 1996, sólo alcanzaba 1297 habitantes, habiendo sufrido en las últimas décadas una profunda regresión que sitúa la demografía en parámetros prácticamente desérticos (en torno a 6 habitantes por kilómetro cuadrado). Debe anotarse que hace sólo unas décadas, en 1958, la villa de Berlanga (sin anexos) llegó a alcanzar los 2362 habitantes, y que, en 1960, la comarca entera tenía 3471.
No es este lugar para extendernos en describir y analizar este fenómeno, que afecta en general a casi todas las zonas rurales de Castilla la Vieja, aunque haya tenido un especial impacto en comarcas como la Tierra de Berlanga. Pero el viajero sí advertirá, nada mas llegar a Berlanga, que se halla en un núcleo de población residual, cuya fisonomía urbana y los testimonios de su pasado esplendoroso sugieren una entidad de mayor demografía. Desde luego, muchas más almas tuvo en los siglos pretéritos (y aun en el siglo XX) la villa de Berlanga, pero la emigración y el envejecimiento de la población la han dejado reducida a una estampa-simulacro de lo que fue, aunque (eso sí) con la belleza de todo lo que queda tras el devenir a menos.
Por el realce de sus momumentos y por el carácter de todo su trazado urbano, Berlanga de Duero fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1981, y puesta por tanto bajo la tutela de la Administración. Este patrimonio (y también el que exhibe su naturaleza) son parte de los encantos que esta Tierra ofrece a quienes la visitan.

Sus orígenes

Las primeras noticias que se disponen sobre Berlanga de Duero son las relativas a su pasado romano. El historiador de la villa, Juan Manuel Bedoya, que fuera canónigo de su Colegiata y después Obispo de Orense, recoge la referencia que sobre ella da Don Rodrigo Jiménez de Rada a comienzos del siglo XIII: Valeranica, quae nunc Berlanga dicitur (Valeránica, que ahora se llama Berlanga). Ya se denominaba así en el siglo XI, según la historia del padre Flórez, que (siguiendo al cronista de Silos) la considera ciudad. El nombre de Valeránica hacía alusión a su denominación durante la época romana, al igual que otros nombres que también usó, como Valerantia o Valeria.
Valeránica, según el historiador Lucio Anneo Floro, fue una de las ciudades (junto con Osca, Termes, Uxama, Titia, Calagurris y Atica) que se entregarían a los romanos vencedores al final de la perdida guerra de Sertorio en favor de su independencia. No quedan, en verdad, apenas vestigios de esta época, pero en la comarca (hacia Tiermes) aún pueden encontrarse restos de calzadas por las que discurrieron posteriormente cañadas para la trashumancia de los ganados, como la cañada Real de Merinas. También se supone que la vía de Medinaceli a Barahona se continuara (siguiendo el cauce del río Escalote) por Berlanga hasta Osma. Restos de cerámica y otros indicios nos recuerdan la presencia romana en la zona. En excavaciones de obras se encuentran, a menudo, huellas de este pasado.
Menos se sabe, claro está, de su pasado celtibérico, aunque parece plausible suponer (como sugieren algunos eruditos locales) la existencia de algún poblado arévaco que estuviera en relación con los núcleos que en las tierras del Sur de Soria ofrecieron tan fuerte resistencia a Roma. De hecho, también es frecuente hallar restos cerámicos y otros vestigios en la falda del castillo, donde pudo situarse un antiguo castro.



Marca y frontera

Durante los primeros siglos de la Reconquista, la Tierra de Berlanga va a ser un área fronteriza sometida a vaivenes de dominio musulmán o cristiano. Los castillos de Berlanga y Gormaz, junto a las fortalezas y atalayas que a modo de hitos marcan los distintos puntos defensivos de la comarca, constituyen todo un sistema defensivo y de comunicación que se configura en torno a los siglos X y XI. Por la ruta de los ríos Escalote y Bordecorex, a través de Rello (verdadero ejemplo de pueblo fortaleza) la línea defensiva llegaría hasta Medinaceli, punto de encuentro y contacto con Aragón.
Por estos años de reconquista y repoblación del eje del Duero, Berlanga supondrá una especie de "marca" para los pueblos en contienda. A fines del siglo X, en una de las razzias de Almanzor por tierras de Osma y Atienza, Berlanga fue casi destruida, y no se vería libre de la amenaza de nuevos asaltos hasta después de la batalla de Calatañazor, en la que las tropas de Castilla, Navarra y León infringieron una irreversible derrota a los ejércitos sarracenos. Según el relato de los cronistas, Almanzor huiría atravesando toda la Tierra de Berlanga, por el portillo y el puente de Andaluz, y por el valle de Bordecorex, donde murió. Y de allí, según la tradición, los musulmanes llevarían sus restos a Medinaceli para darles sepultura.
De esta época de guerras fronterizas datan no sólo los castillos, sino también las atalayas o almenaras que todavía pueden verse en los montes estratégios situados cerca de los caminos que seguían las tropas de uno u otro bando. Estas atalayas eran como centinelas o torres vigía ubicadas en el entorno de una medina (ciudad) u otros tipos de poblamiento, en puntos dominantes y unidas ópticamente entre sí. Las torres no tenían una función defensiva, como a veces se ha supuesto, sino de comunicación. Mediante fogatas, el humo avisaba de la presencia de enemigos en valles, vaguadas, caminos o cursos de ríos próximos, dando ocasión a campesinos y pastores de protegerse a sí mismos y a sus bienes o ganados. La línea que une la Tierra de Berlanga con Medinaceli constituyó un sistema que ofrecía cobertura a toda la comarca.

Reconquista y repoblación

Berlanga fue reconquistada para Castilla por Fernando I en el año 1060 (según las crónicas del Silense) junto a otros castilla estratégicos de la frontera del Duero, como Osma y Gormaz. Poco despuñes, tras la muerte del primer monarca de Castilla-León en 1065 y la consiguiente fragmentación de sus dominios, Berlanga volvió a caer en manos musulmanas hasta la reconstrucción del Reino por Alfonso VI, que dona la villa al Cid Campeador en el 1089 (como refiere el padre Minguella), nombrándole primer señor y alcalde de la plaza. Incursiones posteriores de uno y otro bando fueron dejando Berlanga poco menos que desierta y asolada, hasta que en torno al año 1110 el Rey Alfonso I de Aragón (esposo de Doña Urraca, hija de Alfonso VI) repobló la zona con nuevos moradores, como refiere Jiménez de Rada.
Berlanga de Duero es un hito en el camino del Cid, y sus tierras son lugares de paso obligado en sus andanzas y gestas. El Poema del Cid (que debió escribirse por estas tierras que el legendario héroe cabalgó, como recordó Ortega y Gasset) cita expresamente algunos pueblos de esta comarca:

"Troçieron Alcoçeva, adiestro dexan Gormaz,
o dicen Bado de Rey, allí ivam a passar,
a la casa de Berlanga posada presa han."


Depués de la campaña por los ríos Henares y Jalón, el Cid retorna a la vieja Castilla, de donde había partido, y el Rey le entrega la villa de Berlanga mediante juramiento de heredad.
La consolidación de los nuevos asentamientos con grupos procedentes del Norte peninsular y de otras zonas dio paso a una época de pacificación y de configuración de la villa y de su concejo. A fines del siglo XII, Berlanga enviaba ya (al igual que las ciudades y principales pueblos de Castilla) procuradores a las Cortes del Reino, como consta en las convocadas por Alfonso VIII en Carrión de los Condes en 1188. Más tarde, al pasar Berlanga a ser señorío jurisdiccional de los Tovar-Velasco, perdería su concejo este privilegio representativo.
Juan Antonio Gaya Nuño data en torno a esta época la construcción de las diversas iglesias románicas existentes en Berlanga antes de la erección de su Colegiata. Estos pequeños templos debieron ser notables y responder a una fase avanzada y tardía del arte románico, como consecuencia del retrado en la consolidación del nuevo asentamiento. A partir del siglo XII, Todo el valle del Duero se pobló también de pequeñas y grandes obras románicas. Casi todas ellas son edificaciones de planta sencilla, de una sola nave, con ábside y con un pórtico anexo a la fachada Sur, como ocurre en las iglesias de Aguilera, Andaluz, Bordecorex y Caracena, todas ellas en la Tierra de Berlanga. Este pórtico complió en la época diversas funaciones sociales, al ser un espacio que sirvió de ámbito para las reuniones de los Concejos, e incluso para improvisadas escuelas. La ornamentación e iconografía de los canes y capiteles cumplía asimismo una función didáctica en la difusión de la cultura religiosa a poblaciones no letradas.



Cruce de culturas

La Tierra de Berlanga fue a menudo marca fronteriza, y por lo tanto escenario de enfrentamientos y divisiones, pero tambien sirvió durante siglos de espacio para pacíficos contactos interculturales. Como reconoce el propio Bedoya, aunque el celo de la religión animaba a la lucha contra los infieles, la política y la convivencia
Obligaban asimismo a la tolerancia respecto a las costumbres de los pueblos dominados. Por lo que se refiere a Berlanga, cristianos, musulmanes y judíos cohabitaron en ella, estos últimos en el barrio de la judería o “yubería”.
Luego vino la persecución. Y hasta mediados del siglo XIX el muro interior de la puerta umbría de la Colegiata exhibió unos lienzos en los que aparecían estampados los nombres de los condenados a la hoguera o de los penitenciados por sospecha de la Inquisición. Pero mientras duró la tolerancia, autorizada por las leyes de las Partidas, Berlanga (al igual que otras villas y ciudades castellanas) fue un lugar de convivencia entre quienes encontraron en ella asentamiento.
La sinagoga berlanguesa pagaba al Rey 3347 maravedíes, según la partición de Huete de 1328. Por lo demás, los judíos ejercían, según su costumbre, el comercio, la recaudación de rentas, el préstamo y otros oficios. Tras la expulsión algunos siguieron ocultando sus ritos en el interior de los hogares, como narra Jiménez Lozano en una supuesta historia que pudo acaecer por Berlanga. El dominico Tomás de Berlanga, ilustre hijo de esta villa podría proceder de familia judeoconversa.
Los musulmanes también tuvieron una importante presencia en la Tierra de Berlanga. De la época de las guerras de frontera nos ha quedado un testimonio de extraordinario valor artístico y cultural: la iglesia mozárabe de San Baudelio, a la que dedicaremos más adelante la debida atención. Edificada a fines del siglo X o principios del XI por mozárabes oriundos del Sur, la ermita recuerda la figura de una pequeña mezquita. Las escenas de los frescos que ornamentaron sus muros (de las que quedan aún huellas y algunos restos) se asocian en su temática y estilo a una sensibilidad próxima a la estética oriental. Algunos otros detalles del románico de la zona también muestran signos afines al arte islámico.
La cultura musulmana también dejó  un influjo notorio en las artes mecánicas, en las formas de construcción de la casa rural, en ciertas costumbres y hasta en el lenguaje. No fue sólo tierra de frontera la comarca de Berlanga, sino escenario de cruce entre las tres culturas medievales de la Península Ibérica.
Tras la expulsión de musulmanes y judíos, la industria, la ganadería y el comercio decrecieron. Villas importantes como Berlanga “quedaron yermas”, dice Bedoya.

El Marquesado de Berlanga

Durante lo siglos XIII y XIV, la villa de Berlanga y su Tierra estuvieron en manos de los infantes Enrique y Pedro, hijos respectivamente de Fernando III y Sancho IV. Alfonso XI la donó al conde Don Tello, uno de sus hijos naturales, que la transmitió en 1370 a Doña Leonor, casada con Don Juan Fernández de Tovar, almirante mayor de Castilla. Por esta vía (y por intervención de Juan I) el señorío de Berlanga fue a parar al linaje de Tovar; y más tarde (a fines del siglo XV) tras sucesivas transmisiones, al de los Velasco, como consecuencia del matrimonio entre Doña María de Tovar y Don Iñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla y duque de Frías.
Toda la historia moderna de Berlanga está unida a la casa de los Tovar-Velasco. Las creaciones artísticas que llevaron a cabo son una muestra del poderío y esplendor de esta importante saga nobiliaria. Don Gaspar Melchor de Jovellanos incluyó al marqués de Berlanga entre los grandes protectores de las Artes en su discurso de la Real Academia de San Fernando (1781), junto a los duques de Alba y del Infantado, entre otras destacadas familias aristocráticas.
Carlos V transformó en 1527 el mayorazgo en marquesado de Berlanga, reconociendo así las acciones emprendidas por el condestable Iñigo Fernández de Velasco contra los rebeldes comuneros. Don Iñigo, que había sido nombrado Regente (junto al cardenal Adriano de Utrech y al almirante de Castilla) se ocupó de la campaña de Argel y participó en la batalla de Villalar. Luchó después contra los franceses, arrebatándoles Fuenterrabía en 1524. A su lado se formó en el arte de la guerra el duque de Alba, como él mismo reconocería. En prueba de confianza y aprecio, el emperador le encargó la custodia del Delfín de Francia y del duque de Orleans en el palacio de Berlanga, hasta su rescate en 1530.
Los escudos de la casa Tovar-Velasco (a veces juntos y otras separados) aparecen en todas las construcciones y obras artísticas de la época que han llegado hasta nuestros días. El de los Tovar muestra, sobre el campo de azur, banda de oro engolada en cabezas de dragones. El de los Velasco es un escudo jaqueado de siete piezas de oro y siete veros. Estos iconos eran símbolos de ejemplar rectitud y valerosa milicia, según la interpretación de la época.



Largo ocaso, lento renacer

Berlanga, al igual que tantos otros sitios de Castilla, perdió su antiguo esplendor desde fines del siglo XVII. La nobleza de viejo cuño (cada vez más absentista) fue perdiendo los vínculos que le unían a sus tierras de señorío, y los aires de la Ilustración, aun dentro del Antiguo Régimen, reclamaban una nueva aristocracia que optara por el fomento de la agricultura y la industria popular frente a los intereses de la Mesta. Un cambio que, por desgracia, no se llevó a cabo. Pocas huellas de relieve dejó el siglo XVIII en la faz de Berlanga.
El XIX, por lo demás, se inició con violencia y destrucción. El incendio del palacio del condestable por las tropas francesas, ocurrido en 1811, dejó a este bello palacio renacentista convertido en una ruina. Las iglesias fueron saqueadas, con lo que mermó una importante parte del patrimonio iconográfico y documental berlangués. Los Velasco-Frías, Grandes de España, participaron en la transición al régimen liberal, pero ya desde las Cortes. Ellos formaron parte de los órganos que elaboraron las Constituciones de 1812, 1837 y 1845, y hasta ostentaron en alguna ocasión la Presidencia del Consejo de Ministros.. También protegieron las Artes y las Letras desde las Academias. Pero la suerte de Berlanga y su Tierra iba a pasar a manos de sus delegados y administradores, que gestionaron sus intereses sin tener en cuenta al pueblo.
Pese a todo, Berlanga fue en esta época un núcleo comarcal en continua expansión. Pascual Madoz le asignaba unos 1800 habitantes; de los que el 10%, aproximadamente, acudían a la escuela que sostenían económicamente el duque de Frías y el Ayuntamiento. En su tejido social se fue configurando un censo de vecinos en el que no faltaban maestros, médicos, boticarios, clérigos, artesanos y pequeños comerciantes, aunque las gentes del campo (pastores y campesinos) fueran las más numerosas. La villa tendría también, con el tiempo, batanes, posadas, telares, molinos, postas, hornos, alfares, fraguas, lagares y botica; esto es, todo el equipamiento de obradores y servicios que configuraban la trama urbana de una villa cabecera de comarca.
En la Restauración borbónica, la oligarquía rural de medianos agricultores, comerciantes y prestamistas debió alcanzar cierta relevancia económica y social. Algunas casas de las primeras décadas del siglo XX revelan en su porte moderno la existencia de una pequeña burguesía rural.
El trauma de la Guerra Civil sumió a Berlanga, como a tantos otros lugares de nuestra Castilla, en el arcaísmo. Depués de la larga autarquía de la posguerra, vino la desbandada, la emigración.
En los últimos años, la villa ha desarrollado su trazado urbano hacia zonas exteriores al viejo núcleo. El abandono del casco antiguo ha generado una notoria degradación que se empieza a contener con la obras de rehabilitación que se llevan a cabo en casas y en algunos edificios históricos. Pero esta labor de recuperación del tejido urbano tradicional de Berlanga no ha hecho más que comenzar…
« Última modificación: Mayo 06, 2010, 22:06:51 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #1 : Mayo 06, 2010, 21:47:10 »


Dos rutas por la Tierra de Berlanga



Nos dirigiremos primero hacia el Suroeste de la Tierra de Berlanga. Siguiendo el curso del río Escalote y parte de la ruta que cubriera la calzada que unía Osma con Medinaceli, sólo visible en algunos puntos del trazado, nos iremos encontrando con diversos hitos de interés que marcan el paisaje de esta hermosa comarca soriana. El polo de atención de esta ruta será la ermita mozárabe de San Baudelio, una de las joyas arquitectónicas de Castilla y Patrimonio de la Humanidad, en cuyas formas arquitectónicas y plásticas se expone bien esa cultura de frontera originada por el contacto entre el Islam y la Cristiandad. Pero no sólo nos detendremos en esta "Capilla Sixtina de Castilla" (como la denominó el escritor abulense Jiménez Lozano) sino que viajaremos a través de una comarca con todo un sistema defensivo de atalayas y fortalezas, que dan testimonio de su pasado bélico.
Empecemos pues nuestra primera ruta. Desde Berlanga de Duero, el viajero tomará la carretera de Sigüenza. A la salida de la villa, antes de abandonarla, podrá contemplar todo su complejo monumental. Esta primera cota del camino hacia San Baudelio es uno de los mejores observatorios para percibir el armónico escenario que se configura con los perfiles del castillo, las murallas, el Palacio del Condestable y la colegiata.
Ya en el curso de la ruta, se encontrará el viajero (a unos 3 km. del punto anterior, a la derecha) con las ruinas del Convento de Paredes Albas, antiguo monasterio franciscano. Su iglesia del siglo XVII, barroca, se edificó en el lugar que ocupara una ermita de traza gótica, fundada por los Marqueses del Berlanga a comienzos del siglo anterior. La erección del convento franciscano se hizo en 1636 por autorización real anterior. En la actualidad, este edificio se encuentra en una situación de total ruina y abandono, a pesar de que la administración la declarase (ya muy tarde) Monumento de Interés Histórico-Artístico. La decadencia de este convento empezó con la Desamortización de Mendizábal, si bien continuó realizando servicios religiosos y docentes. En 1898 se incorporan a él varios franciscanos retornados de Filipinas, pero a comienzos del siglo XX pasó a manos de los agustinos recoletos, hasta su definitivo cierre en 1918.
Dejemos a este desolado convento en ruinas y sigamos con nuestro recorrido: a unos 7 km. de Paredes Albas (unos 9 de Berlanga), tras haber cruzado por el pequeño pueblo de Casillas, se encontrará con un indicador que nos mostrará un desvío a la derecha, de menos de un kilómetro, que nos sitúa ante San Baudelio de Berlanga, la construcción mozárabe más importante de Castilla (y de España). Tal vez la primera imagen que recibirá el viajero de esta pequeña ermita, la que le ofrece su escueto y simple exterior, no logre aún cautivarle. Pero cuando traspase el umbral de su puerta doble de arco de herradura y acceda al interior, su ánimo quedará sobrecogido ante tanta originalidad y autenticidad.
El enclave en el que se halla San Baudelio forma parte de esa cadena de páramos y colinas que conforman esta tierra de frontera. En el pasado cubierto de robles, carrascas y especies de monte bajo, este paisaje está hoy dominado por las tierras (desnudas casi) de colores ocres, sienas y rojizos, en las que sólo crecen algunas plantas aromáticas y las finas hierbas de la primavera. Un paisaje estepario, en el que (no obstante) no falta la pequeña fontana en la que bebieran los monjes que aquí habitaron.
La ermita de San Baudelio suele datarse en el siglo XI, aunque algunos anteponen su fecha de construcción a los fines del siglo anterior. Probablemente, su erección se llevó a cabo sobre una cueva preexistente junto a la fuente contigua, en la que habría vivido algún eremita que ofrecía culto a San Baudelio, mártir del siglo IV. La tradición cuenta que las reliquias del santo podrían haber llegado a este lugar soriano procedentes de Toledo, traídas por los mozárabes.



San Baudelio está constituída por dos cuerpos rectangulares de distinto volumen, fabricados en mampostería apoyada en sillares. La puerta de entrada (con doble arco de herradura) da acceso a la nave principal, en cuyo centro se yergue una gruesa columna cilíndrica de la que arrancan ocho nervaduras, a modo de ramas de palmera. Este viejo árbol místico, que formó parte de la iconografía cristiana y musulmana, era la palma protectora en los Beatos o la robusta planta de los exóticos paraísos del Oriente. En la parte superior de la columna-palmera, cobijada entre los arcos, se encuentra una pequeña hornacina cubierta por una cupulilla de seis nervios al modo de las bóvedas musulmanas cordobesas o toledanas. Se supone que este recóndito y diminuto espacio fuese un relicario.
La zona posterior de la crujía principal, hacia Poniente, muestra un conjunto de pequeñas columnas con arcos de herradura, formando cinco naves abovedadas sobre las que se sitúa el coro, al que se puede acceder por la escalera adosada al muro. Arriba, como una avanzada hacia el pilar central, se encuentra una capilla o tribuna cuadrada de poco más de un metro de lado, cubierta con una pequeña bóveda de medio cañón. Desde la plataforma del coro contemplamos la capilla central, a la que se accede bajo un arco de herradura. Y ya en la zona Sur de la ermita, se abre la gruta que sirvió de habitáculo al presunto eremita encomendado a San Baudelio.
Si importante es la traza arquitectónica de la ermita, no lo es menos la iconografía que la ilustra. Las paredes interiores de este templo fueron verdaderos murales en los que se reflejó el cruce de culturas. Pero de aquellas imágenes quedan los fragmentos que sobrevivieron al expolio que tuvo lugar en San Baudelio tras su venta, en 1922, al anticuario León Leví. Aquellos frescos, como registró Gerardo Diego en un poema, "se los llevó un judío, perfil de maravedí". No es posible hacer aquí el relato de los hechos que condujeron a tan fatal desenlace. Las pinturas de San Baudelio fueron a parar al Museo de Boston, al Metropolitano de Nueva York, al de Indianápolis y a otras colecciones. Sólo una pequeña muestra de estas obras se puede contemplar hoy en el Museo del Prado, llegada por intercambio con la iglesia románica de Fuentidueña (Segovia), trasladada piedra a piedra a Nueva York.



Las pinturas conservadas en el Prado corresponden a la serie de frescos primitivos de tema profano y de inspiración oriental: caza del ciervo, elefante, guerrero o cazador, oso, cacería de corzos, medallones con águilas. En conjunto, constituyen sin duda la mejor muestra de pintura mural de la época. En el ábside quedan vestigios de pinturas murales, como las representaciones de San Baudelio y San Nicolás, así como otros restos de difícil reconstrucción. Sobre la clave del arco de la ventana abovedada se inscribe la paloma del Espíritu Santo, y más abajo, la garza o el pelícano, en forma un tanto ambigua.
Salgamos ya de la ermita y contemplemos la necrópolis excavada en la parte contigua al ábside, con tumbas antropomorfas del los siglos XI y XII. Estas sepulturas refuerzan la teis de la existencia, en torno a San Baudelio, de un pequeño cenobio o monasterio.
Retornando ya a la ruta, y tras avanzar tan sólo 3 km., entramos en el pequeño pueblo de Caltojar. Esta localidad nos recibe con estampas picassianas en los muros exteriores de sus casas. Y es que en 1981, con ocasión del centenario del nacimiento del pintor malagueño, los escolares de la localidad pintaron sobre los lienzos de las viviendas parte de la obra picassiana. Varias reproducciones conocidos óleos cubieron la fisionomía tradicional de Caltojar, toda una experiencia pictórica que mereció el reconocimiento de la UNESCO.
Caltojar tiene, además, una importante iglesia románica del siglo XIII, bien conservada. Este templo, influido seguramente por el arte cisterciense de Santa María de Huerta, responde ya a una época de transición entre estilos, como muestran los arcos góticos del interior. Hay que prestar atención al retablo mayor, obra del conocido tallista Martín Vandoma y del pintor Diego de Luanga, naturales ambos de Sigüenza. Tampoco hay que pasar por alto el púlpito mudéjar, magnífico ejemplar bien conservado.



Si el viajero dispone de tiempo, puede ir de  Caltojar a Bordecorex, pequeño núcleo rural situado a unos 4 km. El paisaje del camino es muy agradable: la carretera nos lleva por un valle flanqueado por alcores con atalayas y tierras de variado colorido. Bordecorex, con buenas construcciones en piedra, tiene una interesante iglesia románica de una sola nave y un ábside de bella traza que nos recuerda al que hemos visto en Caltojar.
Proseguimos con este recorrido por la Tierra de Berlanga. Vamos ahora por un pequeño cañón, entre cuyas rocas calcáreas discurre el río Escalote. Más adelante, pasada La Riba de Escalote y su atalaya, encontraremos un cruce de caminos donde hallamos el indicador de Rello. Tras unos pocos kilómetro más, llegamos sin pérdida a este pueblo-fortaleza. Perteneciente a la Comunidad de Villa y Tierra de Berlanga primero y al Señorío de Coruña del Conde (Burgos) depués, Rello se asienta sobre una elevación que nos permite contemplar este mágico entorno de valles y alcores. Después, retornaremos a Berlanga deshaciendo el camino andado, de 25 kilómetros.





Nuestro segundo itinerario por la Tierra de Berlanga nos llevará primero hacia el Oeste, siguiendo el curso del Duero, con el punto de mira puesto en el castillo de Gormaz, un referente altivo que domina todo el escenario de la comarca. Después, la ruta se curvará a la izquierda (hacia el Sur) para llegar a Caracena, la villa fronteriza disputada por las diócesis de Osma y Sigüenza. Los de Caracena son paisajes cidianos que, junto a la fortaleza de Berlanga y a la ruta de atalayas que se cierra en Medinaceli, definieron toda una marca fronteriza y una línea estratégica de luchas y de encuentros culturales.
El camino se inicia en la Puerta de Aguilera de Berlanga. A poco más de 3 km., siguiendo el camino que desemboca en Aguilera, el viajero llega a esta pequeña población que da nombre a la puerta y a la calzada. Espléndidamente situada junto al cabezo o cerro que la protege de los vientos del Norte, Aguilera se proyecta hacia el Duero apuntando hacia el castillo. Álamos en la ribera, restos de antiguos viñedos aún el cultivo, bodegas, pequeñas huertas, campos de cereal, monte bajo...Y en el horizonte, siempre el vigía califal de Gormaz.



Aguilera tiene una bella iglesia románica del siglo XII bien conservada. Su única nave, de mampostería, se cubre con un interesante artesonado de madera. El arco de triunfo, apuntado y cerrado, se apoya sobre columnas coronadas por capiteles vegetales con cabecitas bajo los ábacos. Las bóvedas del presbiterio y ábside son apuntadas y de horno.
La puerta, abierta al Sur, es ancha y muestra siete arquivoltas. Conserva seis capiteles de factura muy elemental y primaria, que representan frutas, aves, quimeras, dos caballeros, dos juglares y piñas. Los fustes y ábacos son también rudimentarios. La galería se abre al Sur con seis huecos marcados por tes capiteles con doble fueste, y se cierra al Poniente con arquería oblicua al muro con dos arcos, cuyo capitel central (de bárbara carátula) se asocia más a la portada que al atrio. Por el Este, la iglesia se cierra con una torre maciza y sencilla. El ábside, en su exterior, muestra canes lisos.
De vuelta a la carretera, nos dirigiremos (ya sin parar) hacia Gormaz, que está sólo a 9 kilómetros. Cruzaremos, siguiendo el curso del Duero, por bellos parajes de montes bajos y sabinares. Dejaremos en el camino los pueblos de Morales y Recuerda. El primero aún saca algún vino clarete de sus viñas, al igual que Aguilera. Recuerda destiló aguardientes famosos en la zona hasta hace unos años.
Llegamos ya a Gormaz. Aparquemos el automóvil en el pueblo, cerca de la ermita, y antes de iniciar el ascenso al escarpado cerro coronado por la fortaleza, observaremos este pequeño templo de galería porticada, ábside cuadrado y lisas arquivoltas, que también cuenta con una lápida medieval musulmana.



Ahora sí, dispongámonos a subir al mayor recinto amurallado de Europa. Esta enorme fortaleza árabe, a la que también se accede por carretera, está formada por 28 torres prismáticas unidas por lienzos de 10 metros de altura, con una longitud interior en su eje mayor de 370 metros.
El castillo de Gormaz, construido a fines del siglo X, fue el centro estratégico de la "marca" defensiva puesta por los árabes en sus luchas con los reinos cristianos de León, Castilla y Navarra; formaba parte de una línea que (a través de Berlanga, Rello y Medinaceli) se prolongaba hasta los límites con Aragón. Edificado sobre el cerro en el que hubo un castro celtibérico, el castillo se ubica en una posición dominante sobre todo el entorno del Duero, que entonces ofrecía óptimas condiciones para la vigilancia y defensa. Hoy muestra los bellos parajes que circundan el promontorio, cubiertos de cultivos y montes.
Esta alcazaba fue hecha por alarifes, y está inspirada en los sistemas constructivos orientales, con alcázar (o palacio) y albacar (o patio de armas) que se completan con las torres, las murallas y el aparejo califal. Los castillos cristianos estuvieron influidos por los modelos romanos, en los que predominaban los cubos y los muros.
El interior de tan impresionante fortaleza está cortado en su primer tramo por dos grandes torres unidas por un lienzo, que deja aislado el alcázar. De éste se conserva tan sólo un aljibe abovedado. En la zona reservada a la guarnición existen restos de caballerizas y una alberca. La entrada se llevaba a cabo por dos puertas califales, denominadas "del homenaje" y "de Almanzor", y otros accesos menores. Como restos ornamentales, pueden observarse aún piedras con dibujos geométricos en el espolón de Poniente, un postigo en arco de herradura y el arco califal con alfiz de la puerta Sur.
La panorámica que desde la altura se divisa es, por supuesto, uno de los mejores premios al esfuerzo de haber ascendido hasta aquí. El Duero, ya en su merecido curso medio, inicia allí la ribera. Los llanos forman un gran tapiz, cuyos colores varían con las estaciones: siena, verde, oro...Al fondo, el bosque y las montañas. Y encima, la gran bóveda celeste, que todo lo envuelve con su azul intenso. En las noches de verano, la fortaleza de Gormaz debe ser un buen sisito para contemplar las estrellas...
Al Este del castillo, en el paraje denominado La Requijada, el arqueólogo soriano Morenas de Tejada descubrió hace casi una centuria (en 1915) una necrópolis celtibérica. Datada hacia la mitad del siglo IV a.C., cuenta con más de un millar de tumbas. Restos de aquellas excavaciones se guardan en el Museo Numantino de Soria y en el Museo Arqueológico Nacional.
Entre ambos estratos, el celtibérico y el islámico, hay también huellas romanas, como se puede ver en la vecina localidad de Vildé (pueblo de vinos y gaiteros, por cierto), en cuyos alrededores se han hallado restos de un edificio termal, cerámica sigilata y un sepulcro de la llamada "Casa de la Mora", decorado con pinturas.



Volviendo al puente sobre el Duero, en la carretera de Recuerda, nos dirigimos ahora a la villa de Caracena, situada a tan sólo 18 kilómetros. Vale la pena recorrer la vega del río que nace en las proximidades de Tiermes y la hoz rocosa por la que sigue su curso el Caracena. Este desfiladero o cañón, poblado de sabinas, carrascas y arbustos, es un bello paraje natural en cuyas oquedades anidan las rapaces de la zona: el buitre leonado, el halcón peregrino, el águila real, el alcotán, el alimoche... Al fondo, sobre el macizo calizo, se asienta Caracena, que fue villa cabecera de una Comunidad de Villa y Tierra de 32 aldeas.
Nada más entrar en la plaza, un bello rollo jurisdiccional nos anuncia estar ante una villa de notorio interés. Las iglesias, el castillo, una antigua cárcel, las casonas de piedra y otros elementos advierten de la importancia que debió tener Caracena en los tiempos de las Comunidades de Villa y Tierra. El yacimiento arqueológico de Los Tolmos, con restos de la Edad del Bronce, nos habla del atractivo de este viejo asentamiento.
Una de las iglesias, la de Santa María, del siglo XII, está abajo. Románica, con una sola nave y un ábside, que muestra una curiosa ventana con arquivolta de trenzados sobre columnas y capiteles, y otra al Oeste con una especia de celosía morisca de piedra calada. La de San Pedro, de la misma época y estilo, y asimismo de una nave, muestra un ábside con canes muy primitivos, representando éstos diversos temas y simbolismos: personaje tocando la corneta, agricultor labrando la tierra, cabezas de dragones... Lo que más destaca en ella es su preciosa galería de siete arcos orientada al Sur, con fustes dobles (cuádruple el de la puerta, que se abre en el tercer arcos), capiteles historiados que recuerdan a los de Silos y canecillos igualmente ilustrados. La puerta original se cambió después por otra de tipo renacentista. Merece la pena detenerse a contemplar lo que aparece en los citados capiteles: pájaros, la lucha de dos caballeros, un pájaro silense sobre un cuadrúpedo, tallos floridos enroscados al cuello de dos grifos, un episodio sacro, doce figuras de pie con carteles y una figura decorativa de trenza doble.
Por último, hay que visitar el castillo de Caracena, para lo que hay que caminar un poco en su busca. Situado sobre un alcor, y con el río cubriendo como foso su entorno, el conjunto resulta macizo y seguro.
De vuelta a Berlanga de Duero, el viajero desandará el camino ya andado por el canón rocoso de Caracena. A su salida, volverá a divisar Gormaz, ya con otra luz distinta a la que lo iluminó en el viaje de ida. Desde allí, podemos optar entre volver por la ruta conocida o tomar la carretera de Quintanas de Gormaz a Berlanga, que discurre entre atractivos pinares.
« Última modificación: Octubre 10, 2010, 21:21:47 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #2 : Mayo 07, 2010, 04:34:35 »


¡Hombre! Ya que sacas el tema del castillo de Gormaz, aprovecho para colgar una foto de la reconquista castellana del Castillo  icon_mrgreen

Lo sé, me pierde el hacer el cabra loca. A veces tengo poca estima por mi vida, de hecho, con la mano que no asgo el pendón, me sujeto malamente y por eso tengo el cuerpo recostado para no perder el equilibrio y caerme al patio del castillo o bien al otro lado (100 metros de caída libre y 100 más de terraplén empedrado)  icon_confused  icon_redface

Las rutas que nos ofrece Maelstrom son estupendas y las comarcas de El Burgo y Berlanga están plagadas de maravillas naturales y monumentales. Su falta de conocimiento (apenas hay cuatro indicaciones en Internet) radica en su falta de explotación al añadido de que no hay nadie que las saque del olvido (despoblación casi absoluta) o institución alguna que las ampare y las defienda (hoy salía un artículo por el que el Convento de Paredes de Berlanga era incluido en la lista de monumentos en riesgo de desaparición según Hispania Nostra, sumando 22 en Soria).

No me conozco la zona al dedillo (no es mi Ribera  icon_wink) pero animo a visitarla y dejarse llevar hasta donde las carreteras pierden su nombre (el asfalto puede que lo pierdan antes). A los amantes del riesgo puro y duro les gustará pues:
- En los mapas vienen carreteras que no existen.
- No hay cobertura telefónica en la mayor parte de los sitios.
- No hay tiendas ni gasolineras ni nada comercial (ni bares, que es lo último que desaparece en los pueblos de Castilla).
- Hay numerosas localidades abandonadas o habitadas por una, dos o tres familias (personas mayores). Se sabrá porque alguna chimenea echa humo o hay un coche "nuevo" aparcado por ahí, no por otra cosa.

Merece la pena sentir esa soledad para saber hasta qué punto se puede destrozar a nuestra tierra.
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« Respuesta #3 : Mayo 07, 2010, 05:38:53 »


Extraordinario, comunero Maelstrom 13 13 13 13 13 13 13 13 13 13 13 Me trae grandes recuerdos del pasado Noviembre de 2009, fecha en la que visité las comarcas de Berlanga y el Burgo de Osma. Por ello adjunto fotografías de Berlanga procedentes de mi propio archivo:







Creo que me he pasado con la reducción de tamaño. Bueno, parece que se ven.
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« Respuesta #4 : Mayo 07, 2010, 16:15:51 »


Vaya, Dios los cría y ellos se juntan. Parece que sus diferentes puntos de vista sobre la vida no les impiden tener aficiones comunes...
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De vez en cuando es bueno recordar la clase de persona que se quiso ser.

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« Respuesta #5 : Mayo 07, 2010, 17:17:56 »


Vaya, Dios los cría y ellos se juntan. Parece que sus diferentes puntos de vista sobre la vida no les impiden tener aficiones comunes...

 icon_neutral  icon_question

Nos une el 63 y 93
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« Respuesta #6 : Mayo 07, 2010, 19:51:30 »


Lo decía más bien por el Sr. Burns y Maelstroms. Ideológicamente son cada uno de su padre y de su madre icon_wink
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De vez en cuando es bueno recordar la clase de persona que se quiso ser.

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« Respuesta #7 : Mayo 07, 2010, 20:30:41 »


Bueno emm  35
Serán de padres diferentes, pero no andará lejos la cosa sobre que sus padres sean familia  icon_razz
...si me permiten el comentario  icon_redface
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« Respuesta #8 : Mayo 07, 2010, 21:57:32 »


No, caballeros, no. Pese a nuestra coincidencia en intereses, el amigo Montgomery Burns y yo no somos parientes. icon_mrgreen icon_biggrin
Por lo demás, uno de mis lugares preferidos de la Tierra de Berlanga es Rello, villa agazapada tras sus murallas:







Ya lo decía Avelino Hernández Lucas, entrañable escritor de Soria:

"Rello es uno de los pueblos más sugestivos de nuestra provincia. Situado en un estratégico enclave de rocas cortadas a pico, el río Escalote ha labrado en torno una profunda hoz.
Cómo no podía ser menos, a la vista de estos tres factores -enclave estratégico, rocas escarpadas y hoz profunda en torno- un duque lo rodeó de murallas y se hizo un castillo dentro.
Afortunadamente para el visitante, ambos -castillo y murallas, no el duque- persisten todavía, y en relativo buen estado; si bien la fortaleza tiene hoy el vientre abierto a la intemperie y hueco.
Realmente el visitante con sensibilidad que venga a este pueblo en junio o noviembre no puede por menos que quedarse sobrecogido; ante el reventón de la primavera en el primer caso; ante el acabamiento natural de la vida, a la vez melancólico y plácido, en el segundo."


Y en efecto, esta localidad sobrecoge. Rezuma tradición, historia y castellanía por los cuatro costados...
Por cierto, he aquí la bibliografía empleada para este modesto artículo sobre Berlanga y su Tierra:


Agustín Escolano Benito - "Tierras de Berlanga" (Editorial Ámbito)
Anastasio Ortiz García - "Berlanga de Duero (Soria). Reseña histórica de su Colegiata" (Imprenta Boix, Sigüenza)
Blas Taracena y José Tudela - "Guía de Soria y su provincia" (Revista de Occidente")
« Última modificación: Julio 14, 2011, 21:06:48 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #9 : Mayo 07, 2010, 23:32:28 »


A pesar de mis orígenes multiétnicos, no tengo el gusto de conocer al comunero Maelstrom (corriente trituradora). Lo cierto es que cuando vi "Berlanga" y "Osma" me emocioné por el fenomenal cordero que me sirvieron en el Burgo de Osma en la última semana de Noviembre, acompañado de una cata de la matanza local y buen vino. No he vuelto a probar otro igual desde entonces. Además tuve la oportunidad de tirar buenas fotografías. Recomiendo a todo el mundo que recorra esas tierras alguna vez.
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