Dos rutas por la Tierra de BerlangaNos dirigiremos primero hacia el Suroeste de la Tierra de Berlanga. Siguiendo el curso del río Escalote y parte de la ruta que cubriera la calzada que unía Osma con Medinaceli, sólo visible en algunos puntos del trazado, nos iremos encontrando con diversos hitos de interés que marcan el paisaje de esta hermosa comarca soriana. El polo de atención de esta ruta será la ermita mozárabe de San Baudelio, una de las joyas arquitectónicas de Castilla y Patrimonio de la Humanidad, en cuyas formas arquitectónicas y plásticas se expone bien esa cultura de frontera originada por el contacto entre el Islam y la Cristiandad. Pero no sólo nos detendremos en esta "Capilla Sixtina de Castilla" (como la denominó el escritor abulense Jiménez Lozano) sino que viajaremos a través de una comarca con todo un sistema defensivo de atalayas y fortalezas, que dan testimonio de su pasado bélico.
Empecemos pues nuestra primera ruta. Desde
Berlanga de Duero, el viajero tomará la carretera de Sigüenza. A la salida de la villa, antes de abandonarla, podrá contemplar todo su complejo monumental. Esta primera cota del camino hacia San Baudelio es uno de los mejores observatorios para percibir el armónico escenario que se configura con los perfiles del castillo, las murallas, el Palacio del Condestable y la colegiata.
Ya en el curso de la ruta, se encontrará el viajero (a unos 3 km. del punto anterior, a la derecha) con las ruinas del
Convento de Paredes Albas, antiguo monasterio franciscano. Su iglesia del siglo XVII, barroca, se edificó en el lugar que ocupara una ermita de traza gótica, fundada por los Marqueses del Berlanga a comienzos del siglo anterior. La erección del convento franciscano se hizo en 1636 por autorización real anterior. En la actualidad, este edificio se encuentra en una situación de total ruina y abandono, a pesar de que la administración la declarase (ya muy tarde) Monumento de Interés Histórico-Artístico. La decadencia de este convento empezó con la Desamortización de Mendizábal, si bien continuó realizando servicios religiosos y docentes. En 1898 se incorporan a él varios franciscanos retornados de Filipinas, pero a comienzos del siglo XX pasó a manos de los agustinos recoletos, hasta su definitivo cierre en 1918.
Dejemos a este desolado convento en ruinas y sigamos con nuestro recorrido: a unos 7 km. de Paredes Albas (unos 9 de Berlanga), tras haber cruzado por el pequeño pueblo de
Casillas, se encontrará con un indicador que nos mostrará un desvío a la derecha, de menos de un kilómetro, que nos sitúa ante San Baudelio de Berlanga, la construcción mozárabe más importante de Castilla (y de España). Tal vez la primera imagen que recibirá el viajero de esta pequeña ermita, la que le ofrece su escueto y simple exterior, no logre aún cautivarle. Pero cuando traspase el umbral de su puerta doble de arco de herradura y acceda al interior, su ánimo quedará sobrecogido ante tanta originalidad y autenticidad.
El enclave en el que se halla
San Baudelio forma parte de esa cadena de páramos y colinas que conforman esta tierra de frontera. En el pasado cubierto de robles, carrascas y especies de monte bajo, este paisaje está hoy dominado por las tierras (desnudas casi) de colores ocres, sienas y rojizos, en las que sólo crecen algunas plantas aromáticas y las finas hierbas de la primavera. Un paisaje estepario, en el que (no obstante) no falta la pequeña fontana en la que bebieran los monjes que aquí habitaron.
La ermita de San Baudelio suele datarse en el siglo XI, aunque algunos anteponen su fecha de construcción a los fines del siglo anterior. Probablemente, su erección se llevó a cabo sobre una cueva preexistente junto a la fuente contigua, en la que habría vivido algún eremita que ofrecía culto a San Baudelio, mártir del siglo IV. La tradición cuenta que las reliquias del santo podrían haber llegado a este lugar soriano procedentes de Toledo, traídas por los mozárabes.
San Baudelio está constituída por dos cuerpos rectangulares de distinto volumen, fabricados en mampostería apoyada en sillares. La puerta de entrada (con doble arco de herradura) da acceso a la nave principal, en cuyo centro se yergue una gruesa columna cilíndrica de la que arrancan ocho nervaduras, a modo de ramas de palmera. Este viejo árbol místico, que formó parte de la iconografía cristiana y musulmana, era la palma protectora en los Beatos o la robusta planta de los exóticos paraísos del Oriente. En la parte superior de la columna-palmera, cobijada entre los arcos, se encuentra una pequeña hornacina cubierta por una cupulilla de seis nervios al modo de las bóvedas musulmanas cordobesas o toledanas. Se supone que este recóndito y diminuto espacio fuese un relicario.
La zona posterior de la crujía principal, hacia Poniente, muestra un conjunto de pequeñas columnas con arcos de herradura, formando cinco naves abovedadas sobre las que se sitúa el coro, al que se puede acceder por la escalera adosada al muro. Arriba, como una avanzada hacia el pilar central, se encuentra una capilla o tribuna cuadrada de poco más de un metro de lado, cubierta con una pequeña bóveda de medio cañón. Desde la plataforma del coro contemplamos la capilla central, a la que se accede bajo un arco de herradura. Y ya en la zona Sur de la ermita, se abre la gruta que sirvió de habitáculo al presunto eremita encomendado a San Baudelio.
Si importante es la traza arquitectónica de la ermita, no lo es menos la iconografía que la ilustra. Las paredes interiores de este templo fueron verdaderos murales en los que se reflejó el cruce de culturas. Pero de aquellas imágenes quedan los fragmentos que sobrevivieron al expolio que tuvo lugar en San Baudelio tras su venta, en 1922, al anticuario León Leví. Aquellos frescos, como registró Gerardo Diego en un poema, "se los llevó un judío, perfil de maravedí". No es posible hacer aquí el relato de los hechos que condujeron a tan fatal desenlace. Las pinturas de San Baudelio fueron a parar al Museo de Boston, al Metropolitano de Nueva York, al de Indianápolis y a otras colecciones. Sólo una pequeña muestra de estas obras se puede contemplar hoy en el Museo del Prado, llegada por intercambio con la iglesia románica de Fuentidueña (Segovia), trasladada piedra a piedra a Nueva York.
Las pinturas conservadas en el Prado corresponden a la serie de frescos primitivos de tema profano y de inspiración oriental: caza del ciervo, elefante, guerrero o cazador, oso, cacería de corzos, medallones con águilas. En conjunto, constituyen sin duda la mejor muestra de pintura mural de la época. En el ábside quedan vestigios de pinturas murales, como las representaciones de San Baudelio y San Nicolás, así como otros restos de difícil reconstrucción. Sobre la clave del arco de la ventana abovedada se inscribe la paloma del Espíritu Santo, y más abajo, la garza o el pelícano, en forma un tanto ambigua.
Salgamos ya de la ermita y contemplemos la necrópolis excavada en la parte contigua al ábside, con tumbas antropomorfas del los siglos XI y XII. Estas sepulturas refuerzan la teis de la existencia, en torno a San Baudelio, de un pequeño cenobio o monasterio.
Retornando ya a la ruta, y tras avanzar tan sólo 3 km., entramos en el pequeño pueblo de
Caltojar. Esta localidad nos recibe con estampas picassianas en los muros exteriores de sus casas. Y es que en 1981, con ocasión del centenario del nacimiento del pintor malagueño, los escolares de la localidad pintaron sobre los lienzos de las viviendas parte de la obra picassiana. Varias reproducciones conocidos óleos cubieron la fisionomía tradicional de Caltojar, toda una experiencia pictórica que mereció el reconocimiento de la UNESCO.
Caltojar tiene, además, una importante iglesia románica del siglo XIII, bien conservada. Este templo, influido seguramente por el arte cisterciense de Santa María de Huerta, responde ya a una época de transición entre estilos, como muestran los arcos góticos del interior. Hay que prestar atención al retablo mayor, obra del conocido tallista Martín Vandoma y del pintor Diego de Luanga, naturales ambos de Sigüenza. Tampoco hay que pasar por alto el púlpito mudéjar, magnífico ejemplar bien conservado.
Si el viajero dispone de tiempo, puede ir de Caltojar a
Bordecorex, pequeño núcleo rural situado a unos 4 km. El paisaje del camino es muy agradable: la carretera nos lleva por un valle flanqueado por alcores con atalayas y tierras de variado colorido. Bordecorex, con buenas construcciones en piedra, tiene una interesante iglesia románica de una sola nave y un ábside de bella traza que nos recuerda al que hemos visto en Caltojar.
Proseguimos con este recorrido por la Tierra de Berlanga. Vamos ahora por un pequeño cañón, entre cuyas rocas calcáreas discurre el río Escalote. Más adelante, pasada
La Riba de Escalote y su atalaya, encontraremos un cruce de caminos donde hallamos el indicador de
Rello. Tras unos pocos kilómetro más, llegamos sin pérdida a este pueblo-fortaleza. Perteneciente a la Comunidad de Villa y Tierra de Berlanga primero y al Señorío de Coruña del Conde (Burgos) depués, Rello se asienta sobre una elevación que nos permite contemplar este mágico entorno de valles y alcores. Después, retornaremos a Berlanga deshaciendo el camino andado, de 25 kilómetros.
Nuestro segundo itinerario por la Tierra de Berlanga nos llevará primero hacia el Oeste, siguiendo el curso del Duero, con el punto de mira puesto en el castillo de Gormaz, un referente altivo que domina todo el escenario de la comarca. Después, la ruta se curvará a la izquierda (hacia el Sur) para llegar a
Caracena, la villa fronteriza disputada por las diócesis de Osma y Sigüenza. Los de Caracena son paisajes cidianos que, junto a la fortaleza de Berlanga y a la ruta de atalayas que se cierra en Medinaceli, definieron toda una marca fronteriza y una línea estratégica de luchas y de encuentros culturales.
El camino se inicia en la Puerta de Aguilera de Berlanga. A poco más de 3 km., siguiendo el camino que desemboca en
Aguilera, el viajero llega a esta pequeña población que da nombre a la puerta y a la calzada. Espléndidamente situada junto al cabezo o cerro que la protege de los vientos del Norte, Aguilera se proyecta hacia el Duero apuntando hacia el castillo. Álamos en la ribera, restos de antiguos viñedos aún el cultivo, bodegas, pequeñas huertas, campos de cereal, monte bajo...Y en el horizonte, siempre el vigía califal de Gormaz.
Aguilera tiene una bella iglesia románica del siglo XII bien conservada. Su única nave, de mampostería, se cubre con un interesante artesonado de madera. El arco de triunfo, apuntado y cerrado, se apoya sobre columnas coronadas por capiteles vegetales con cabecitas bajo los ábacos. Las bóvedas del presbiterio y ábside son apuntadas y de horno.
La puerta, abierta al Sur, es ancha y muestra siete arquivoltas. Conserva seis capiteles de factura muy elemental y primaria, que representan frutas, aves, quimeras, dos caballeros, dos juglares y piñas. Los fustes y ábacos son también rudimentarios. La galería se abre al Sur con seis huecos marcados por tes capiteles con doble fueste, y se cierra al Poniente con arquería oblicua al muro con dos arcos, cuyo capitel central (de bárbara carátula) se asocia más a la portada que al atrio. Por el Este, la iglesia se cierra con una torre maciza y sencilla. El ábside, en su exterior, muestra canes lisos.
De vuelta a la carretera, nos dirigiremos (ya sin parar) hacia Gormaz, que está sólo a 9 kilómetros. Cruzaremos, siguiendo el curso del Duero, por bellos parajes de montes bajos y sabinares. Dejaremos en el camino los pueblos de
Morales y
Recuerda. El primero aún saca algún vino clarete de sus viñas, al igual que Aguilera. Recuerda destiló aguardientes famosos en la zona hasta hace unos años.
Llegamos ya a
Gormaz. Aparquemos el automóvil en el pueblo, cerca de la ermita, y antes de iniciar el ascenso al escarpado cerro coronado por la fortaleza, observaremos este pequeño templo de galería porticada, ábside cuadrado y lisas arquivoltas, que también cuenta con una lápida medieval musulmana.
Ahora sí, dispongámonos a subir al mayor recinto amurallado de Europa. Esta enorme fortaleza árabe, a la que también se accede por carretera, está formada por 28 torres prismáticas unidas por lienzos de 10 metros de altura, con una longitud interior en su eje mayor de 370 metros.
El castillo de Gormaz, construido a fines del siglo X, fue el centro estratégico de la "marca" defensiva puesta por los árabes en sus luchas con los reinos cristianos de León, Castilla y Navarra; formaba parte de una línea que (a través de Berlanga, Rello y Medinaceli) se prolongaba hasta los límites con Aragón. Edificado sobre el cerro en el que hubo un castro celtibérico, el castillo se ubica en una posición dominante sobre todo el entorno del Duero, que entonces ofrecía óptimas condiciones para la vigilancia y defensa. Hoy muestra los bellos parajes que circundan el promontorio, cubiertos de cultivos y montes.
Esta alcazaba fue hecha por alarifes, y está inspirada en los sistemas constructivos orientales, con alcázar (o palacio) y albacar (o patio de armas) que se completan con las torres, las murallas y el aparejo califal. Los castillos cristianos estuvieron influidos por los modelos romanos, en los que predominaban los cubos y los muros.
El interior de tan impresionante fortaleza está cortado en su primer tramo por dos grandes torres unidas por un lienzo, que deja aislado el alcázar. De éste se conserva tan sólo un aljibe abovedado. En la zona reservada a la guarnición existen restos de caballerizas y una alberca. La entrada se llevaba a cabo por dos puertas califales, denominadas "del homenaje" y "de Almanzor", y otros accesos menores. Como restos ornamentales, pueden observarse aún piedras con dibujos geométricos en el espolón de Poniente, un postigo en arco de herradura y el arco califal con alfiz de la puerta Sur.
La panorámica que desde la altura se divisa es, por supuesto, uno de los mejores premios al esfuerzo de haber ascendido hasta aquí. El Duero, ya en su merecido curso medio, inicia allí la ribera. Los llanos forman un gran tapiz, cuyos colores varían con las estaciones: siena, verde, oro...Al fondo, el bosque y las montañas. Y encima, la gran bóveda celeste, que todo lo envuelve con su azul intenso. En las noches de verano, la fortaleza de Gormaz debe ser un buen sisito para contemplar las estrellas...
Al Este del castillo, en el paraje denominado La Requijada, el arqueólogo soriano Morenas de Tejada descubrió hace casi una centuria (en 1915) una necrópolis celtibérica. Datada hacia la mitad del siglo IV a.C., cuenta con más de un millar de tumbas. Restos de aquellas excavaciones se guardan en el Museo Numantino de Soria y en el Museo Arqueológico Nacional.
Entre ambos estratos, el celtibérico y el islámico, hay también huellas romanas, como se puede ver en la vecina localidad de Vildé (pueblo de vinos y gaiteros, por cierto), en cuyos alrededores se han hallado restos de un edificio termal, cerámica sigilata y un sepulcro de la llamada "Casa de la Mora", decorado con pinturas.
Volviendo al puente sobre el Duero, en la carretera de Recuerda, nos dirigimos ahora a la villa de Caracena, situada a tan sólo 18 kilómetros. Vale la pena recorrer la vega del río que nace en las proximidades de Tiermes y la hoz rocosa por la que sigue su curso el Caracena. Este desfiladero o cañón, poblado de sabinas, carrascas y arbustos, es un bello paraje natural en cuyas oquedades anidan las rapaces de la zona: el buitre leonado, el halcón peregrino, el águila real, el alcotán, el alimoche... Al fondo, sobre el macizo calizo, se asienta Caracena, que fue villa cabecera de una Comunidad de Villa y Tierra de 32 aldeas.
Nada más entrar en la plaza, un bello rollo jurisdiccional nos anuncia estar ante una villa de notorio interés. Las iglesias, el castillo, una antigua cárcel, las casonas de piedra y otros elementos advierten de la importancia que debió tener Caracena en los tiempos de las Comunidades de Villa y Tierra. El yacimiento arqueológico de Los Tolmos, con restos de la Edad del Bronce, nos habla del atractivo de este viejo asentamiento.
Una de las iglesias, la de Santa María, del siglo XII, está abajo. Románica, con una sola nave y un ábside, que muestra una curiosa ventana con arquivolta de trenzados sobre columnas y capiteles, y otra al Oeste con una especia de celosía morisca de piedra calada. La de San Pedro, de la misma época y estilo, y asimismo de una nave, muestra un ábside con canes muy primitivos, representando éstos diversos temas y simbolismos: personaje tocando la corneta, agricultor labrando la tierra, cabezas de dragones... Lo que más destaca en ella es su preciosa galería de siete arcos orientada al Sur, con fustes dobles (cuádruple el de la puerta, que se abre en el tercer arcos), capiteles historiados que recuerdan a los de Silos y canecillos igualmente ilustrados. La puerta original se cambió después por otra de tipo renacentista. Merece la pena detenerse a contemplar lo que aparece en los citados capiteles: pájaros, la lucha de dos caballeros, un pájaro silense sobre un cuadrúpedo, tallos floridos enroscados al cuello de dos grifos, un episodio sacro, doce figuras de pie con carteles y una figura decorativa de trenza doble.
Por último, hay que visitar el castillo de Caracena, para lo que hay que caminar un poco en su busca. Situado sobre un alcor, y con el río cubriendo como foso su entorno, el conjunto resulta macizo y seguro.
De vuelta a Berlanga de Duero, el viajero desandará el camino ya andado por el canón rocoso de Caracena. A su salida, volverá a divisar Gormaz, ya con otra luz distinta a la que lo iluminó en el viaje de ida. Desde allí, podemos optar entre volver por la ruta conocida o tomar la carretera de Quintanas de Gormaz a Berlanga, que discurre entre atractivos pinares.