Somalilandia reclama su derecho a existir
Edith Papp*
La República de Somalilandia, situada en el noroeste de Somalia, fue autoproclamada el 18 de mayo de 1991, tras la caída de la brutal dictadura de Siyad Barré. Pese a las dificultades de los primeros años, Somalilandia ha cosechado notables éxitos: ha traído la paz a un territorio arrasado por la violencia; ha hecho de su capital, Hargeysa, una ciudad segura; ha construido un Estado que combina las tradiciones de los diversos clanes con la democracia; y experimenta un importante crecimiento económico. Tiene bandera y moneda propias, y es el único país africano sin deuda externa. Sin embargo, desde el punto de vista jurídico, Somalilandia no existe. Ningún país reconoce su independencia, ni a los 2.5 millones de somalilandeses.
Esta situación jurídica da lugar a dificultades y contradicciones. "No tenemos ninguna ayuda internacional, pero esto también quiere decir que somos el único país africano que tiene una deuda exterior igual a cero", decía el Ministro de Finanzas. Los pasaportes de Somalilandia no sirven para nada en un país que carece de relaciones diplomáticas. Tampoco tiene valor alguno que haya ratificado el Tratado de Derechos del Niño, algo que no han hecho ni Somalia ni Estados Unidos.
La Organización de la Unidad Africana (OUA) rechaza reconocer a Somalilandia apoyándose en el principio de su carta fundacional de respeto a las fronteras coloniales. Bien mirado, Somalilandia no transgrede este punto, puesto que sus límites se ajustan a los del antiguo protectorado británico del mismo nombre, distinto de la Somalia italiana que se extiende hacia el sur. Somalilandia gozó de cuatro días de independencia, antes de que decidiera unirse con Somalia el 1 de julio de 1960. Este hecho, junto con el precedente del reconocimiento internacional de Eritrea, puede ayudar a la causa independentista.
La ONU niega la legalidad de la independencia de Somalilandia aduciendo que fue proclamada en un momento en que, debido a la violencia de los "señores de la guerra", no existía en Somalia un poder central del que separarse. Propone reintegrar a Somalilandia en Somalia, y que luego replantee su independencia. Una propuesta difícil de entender si se considera la oposición frontal de los somalilenses a la reunificación o los continuos fracasos cosechados en la creación de un Estado que pretenda ser una autoridad por encima de los clanes, algo ajeno a la cultura somalí.
No debe tomarse el protagonismo de los clanes como un obstáculo en la pacificación del país, sino como su garantía. En esto ha consistido el éxito de Somalilandia. Se ha establecido en función del clan de los issaqs, aunque buscando un equilibrio entre las diferentes familias de clanes en el seno de la Administración para evitar enfrentamientos.
Entre 1991 y 1995 la violencia siguió presente, pero se ha derrotado mediante un complejo proceso apoyado en tres reuniones de los clanes realizadas en momentos clave: en 1991 para proclamar la independencia; en 1993 para nombrar presidente a Mohamed Ibrahim Egal; y en 1997, fecha que marca el verdadero inicio del funcionamiento del Estado, con la aprobación de una Constitución y la confirmación de Egal en el cargo hasta 2002.
Sin embargo, para legitimar estas decisiones había que someterlas a votación. La Constitución fue refrendada el pasado 31 de mayo por el 97% de los electores, en unos comicios sorprendentes por su limpieza. Además, están previstas elecciones multipartidistas, generales y presidenciales, para los próximos meses.
La Administración pública de Somalilandia vive con muy poco dinero (los impuestos existentes son ridículos) y tiende reducir su tamaño cada vez más, en favor del sector privado. Con este sistema ultraliberal, su posición estratégica comercial entre África, Asia y Europa, y sus yacimientos de petróleo, uranio, oro y gas, Ibrahim Egal espera hacer de Somalilandia "el primer tigre económico africano". Esta política atraerá sin duda al capital extranjero; quizá a costa de la propia población. La red de hospitales no está financiada en su mayoría por el Estado, sino con las divisas de la poderosa emigración somalilense. Las dos universidades del país son privadas. Y faltan recursos para atender a la población vulnerable, como los 30.000 refugiados que han regresado y se hacinan en las afueras de Hargeysa, o los pastores de Haud, afectados por las escasas lluvias de este año. Pese a todo, el presidente Egal parece seguro de su apuesta. Intuye que será la economía quien logre aquello en lo que han fracasado la política y la diplomacia: el reconocimiento del derecho de Somalilandia a existir.