El ideario georgista como principal influenciaLa ideología de Senador se basa, en primer lugar, en las teorías del británico Henry George y sus seguidores. Eran intelectuales confiados en la modernidad, guiados por la fe en la ciencia y el progreso técnico. El georgismo era una doctrina llena de optimismo en las posibilidades que el género humano tendría en cuanto de estableciese un sistema de tierra libre. Rechazaban la idea de la lucha de clases como algo inherente a la sociedad capitalista, consideraban las tensiones como algo meramente coyuntural y creían tener soluciones válidas para todos. El georgismo, al partir de la renta como base de sus planteamientos, al dividir la sociedad en "productores" y "no productores", creaba unas categorías que escondían muy bien las diferencias de clase y que venían a servir a los afanes integradores de estos intelectuales. La mayoría de ellos mostraba un rechazo profundo hacia la práctica política y el georgismo hacía un planteamiento de los problemas de tipo tecnocrático.
Según Kenneth Boulding, uno de los principales analistas del pensamiento de Henry George, su mensaje puede resumirse en tres proposiciones:
1) No estamos atrapados en la miseria. El progreso de la humanidad es un hecho cierto, pero lo también lo es que ese progreso no ha distribuido sus frutos con equidad.
2) El mercado y la libre competencia son las mejores palancas para el crecimiento de la actividad económica.
3) Para que el mercado pueda cumplir bien su papel deben darse unas determinadas condiciones previas, que no existirán en tanto se mantenga la apropiación privada de los recursos naturales.
De acuerdo con estas bases, la filosofía de George podría calificarse dentro de las denominadas "economías mixtas". Por un lado defendía la abolición de la propiedad privada de todo recurso natural, así como la estatalización o municipalización de los grande monopolios naturales. Una vez alcanzado este objetivo, George se mostraba partidario radical de una economía competitiva, en la que la libertad individual predominaría sobre el dirigismo estatal.
Por lo demás, el pensamiento de Senador muestra grandes coincidencias con el de regeneracionistas como Joaquín Costa, Lucas Mallada y Ricardo Macías Picavea. Su curiosidad y su dominio de la lengua de Francia le hicieron interesarse por Francis Delaisi y Maxime Leroy, teóricos del sindicalismo. Leyó también obras de autores como Le Bon, Barrés o Melchior de Vogué; y en sus textos encontramos referencias a autores que clamaron contra la destrucción del arbolado o que propugnaban la repoblación forestal (Mathey, Descombes, Maeterlink, Schleimann...). En resumen, el pensamiento de Senador bebió en fuentes eclécticas, enmarcadas por lo general dentro del liberalismo igualitario.
Senador, un intelectual castellanistaEn el pensamiento del notario de Frómista destacan una serie de rasgos que lo definen durante los años de la Restauración, y que se mantienen en gran medida ya en la época de Primo de Rivera, así como en la II República. Son (a grandes rasgos) los siguientes:
-Culto a la Ciencia.
-Reforma profunda del orden social español mediante los avances técnicos y científicos.
-Progreso y desarrollo, pero no a costa del campo. La regeneración de España para por resolver los problemas agrarios.
-Armonía social dentro de una sociedad liberal. Condena de la lucha de clases.
-Primacía de lo ecómico sobre lo político.
-Accidentalismo político.
-Ausencia de referencias a la cuestión religiosa.
-Preocupación por la situación de Castilla.
Vamos a centranos en éste último rasgo de su ideario, el más interesante para quien estas líneas escribe.
Atendiendo al conjunto de su obra, no creo que se pueda caracterizar a Julio Senador como un regionalista castellano. Es más, a pesar de ser partidario de una organización descentralizada y equilibrada de España, y aunque era sincero cuando decía que no le ofendía el "Bon cop de falç" catalán, no dejó de criticar el auge de lo que él entendía por "regionalismos", a los que achacaba el desquiciamiento general del país y, más en concreto, al marasmo de toda su zona interior.
En sus momentos de mayor indignación, los autonomismos le parecían un instrumento de las burguesías
"de todas las calañas" para defender sus intereses. Un tanto en contradicción con esta valoración, otras veces escribió que no eran sino uno más de toda esa serie de movimientos que (equivocadamente) se dedicaban a luchar por objetivos políticos). Detestaba su tendencia a practicar el nacionalismo económico y su eclosión le parecía peligrosa, pues para él tendían a enfrentar a unas regiones con otras. En mi opinión, en esta cuestión Senador pecó de reduccionismo, simplificando las cosas más de la cuenta. Aparte de que se quedaba en un análisis puramente economicista del fenómeno, no distinguía muy bien entre los diversos tipos de regionalismo/nacionalismo que se daban en la España de la época. No todos, por ejemplo, pueden ser fácilmente asociados a la burguesía, y Senador ingoraba la existencia de los regionalismos de carácter progresista y con un amplio contenido social en sus programas. Sorprende especialmente que no hicieran ni siquiera una excepción con el andalucismo, que tantos puntos en común tenía con el georgismo y que él debía conocer bien.
Receloso con los hoy denominados "nacionalismos periféricos", su punto de vista se endurecía a la hora de enjuiciar al regionalismo castellano, que por aquellos años alcanzaba uno de sus momentos culminantes con el
Mensaje de Castilla (1918) y la Asamblea de Diputaciones castellanas celebrada en Segovia (1919). No se han hallado comentarios suyos sobre tales acontecimientos, pero su postura había quedado ya expresada en 1916, en un artículo pueblicado para la revista
España:
"[...] lo que hemos dado en llamar regionalismo podrá ser algo en otra parte. Desde luego que es una farsa, pero al fin una farsa ya es algo. Aquí ni aun eso. Aquí sólo es una frase vacía de sentido que se ha echado a volar como espejuelo de incautos".A Senador le había llegado la noticia de que en las últimas elecciones al Congreso de los Diputados había salido elegido en Burgos un candidato con el apelativo de "regionalista castellano". Sin detenerse a indagar quien era ese candidato o qué tipo de regionalismo representaba, tiraba de cliché sobre lo que él creía que era Castilla y se lanzaba a descalificar de un modo vehemente. Si hubiera investigado un poco, habría visto que el nuevo diputado era Antonio Zumárraga Díez, que había conseguido romper por primera vez en toda la Restauración el turno de partidos en Burgos y que nada tenía que ver con los regionalismos al servicio de los de arriba que él criticaba. Senador creía, como en los demás casos, que no era más que un instrumento de los "elementos directores" de la región para asustar al Gobierno agitando a la opinión pública, con el fin de que éste les concediera
"la plena influencia sobre sus tierras, perpetre cuando ellos lo manden cualquier tropelía contra los obreros y les entregue como feudo la Junta de Aranceles y Valoraciones".
Le parecía a Julio Senador que tras este regionalismo no había nada sólido que defender o, lo que era todavía peor, que no era más que un montaje para preservar esa agricultura cerealista sostenida desde fines del siglo XIX por el arancel, sobre la que se había construido un orden social que le contrariaba profundamente. El notario de Frómista afirmaba que no había en Castilla nada parecido a una conciencia regional:
[...] el autor de estas líneas [...] tiene la desgracia de conocer media nación con tanta exactitud como las palmas de sus manos... Ante todo os asegura que en sus largas estancias y en sus no menos largas peregrinaciones jamás ha escuchado en boca de nadie la menor alusión a la región castellana ni el indicio más leve de ningún sentimiento regionalista.Senador nos ofrece en sus artículos la imagen de una Castilla despedazada y desarticulada por localismos y provincialismos. Efectivamente, la situación venía a ser así: discusiones sobre las provincias y los límites que debería tener la futura comunidad castellana, surgimiento del "carreterismo", rivalidades entre las prensas burgalesa y vallisoletana...
El artículo de Senador para la revista
España no pasó desapercibido, ni mucho menos. Entre otras causas, por el retrato despiadado que hacía de Burgos:
"[...] no hay industria, ni comercio salvo la venta al corriente al menudeo, ni espíritu de renovación, ni anhelos de expansión, ni aspiración colectiva de nada... Es una ciudad levítica, lúgubre y muerta como todas las del centro. Su población se compone de curas, militares y empleados. Allí no circula más dinero que el que se cobra por sueldos. Allí no entra una peseta que no provenga del presupuesto nacional. ¿Son éstos los intereses que el regionalismo burgalés tiene que defender?".Los medios de comunicación de la Cabeza de Castilla reaccionaron con rapidez: el
Diario de Burgos y
La Voz de Castilla publicaron sendas réplicas, e incluso se produjo una airada protesta del Ayuntamiento, recogida en su Libro de Actas (15-IX-1916). Además, sus denuestos contra el regionalismo castellano fueron duramente contestados por el segoviano Luis Carretero y Nieva.
Aunque, a la vista de lo expuesto, quede claro que Julio Senador no fue un regionalista castellano en sentido estricto, nada sería más erróneo que sacar la conclusión de que no se preocupó por Castilla, o de que nada hizo por su revitalización. Para empezar (aunque su preocupación principal fuera España) en estos años de la Restauración apenas se despega de la realidad castellana, apoyando siempre sus análisis con ejemplos de pueblos pertenecientes a las provincias de Burgos, Palencia o Valladolid; en las que, como ya vimos, ejerció de notario. Cuando el escenario cambia y su discurso se traslada al mundo urbano, las ciudades descritas son también las castellanas. No es extraño que así fuera, porque es sabido que a partir del 98 Castilla también fue el centro de atención para otros muchos intelectuales reformistas. Intelectuales que vivían la crisis castellana de manera especial, pues le preocupaba la posibilidad de que del destino de Castilla, de su capacidad de responder a la crisis, pudiese depender la suerte de España como nación.
Aunque todas las miradas se volvieron hacia la realidad castellana, no todos la interpretaron de la misma forma. Hasta ahora venía siendo habitual hacer dos grupos: el de quienes nos transmitieron la imagen de una Castilla de noble y austera belleza, escenario de heroicas hazañas y místicos fervores (tópicos criticados por Senador en el prólogo de Castilla en escombros), y el de quienes fueron capaces de resistirse a la belleza del paisaje y vieron que Castilla no era más que una tierra en ruinas, empobrecida y olvidada. Julio Senador pertenece plenamente al segundo grupo, y la visión de Castilla que nos dejó en sus libros fue la más descarnada y terrible de todas las que elaboraron los intelectuales de la Restauración.
La perspectiva castellana de Senador está en la línea de los regeneracionistas, quienes dejaron bien clara su voluntad de pegarse a la realidad socioeconómica. Sin embargo, ellos también hicieron algunas concesiones estéticas. Dentro de su pesimista descripción de la región, Macías Picavea salvaba de la quema al cielo castellano:
"limpio, azul, ancho, hondo, de ilimitados horizontes. ¿Cómo no ha de escaparse a través de él el alma taciturna y absorta de los pobladores que moran en esa vaga planicie?"El notario de Frómista nunca se refugió en escapismos literarios. Prestó siempre atención a lo real y lo cotidiano, contribuyendo como nadie a una toma de conciencia sobre la situación real de Castilla, muy necesitada de profundad reformas. Pese al brutal retrato que hizo de esta tierra, Senador creía que Castilla podía volver a regenerarse, que su economía podía volver a funcionar, que debía desprenderse de rancios mitos sobre glorias pasadas. Ahora bien, para la regeneración económica de Castilla fuera posible, habría que liquidar el equivocado modelo de desarrollo seguido durante el siglo XIX, porque después de la crisis agraria finisecular se había convertido en un modelo sin futuro, sostenido por el proteccionismo y el arancel. Apoyándose en las ideas georgistas, ofreció una alternativa para configurar eficazmente la economía regional: Castilla dejaría de ser vista como una rémora y se convertiría, si no en la locomotora, sí en un vagón al que se engancharían las demás regiones del tren de España.
Todo esto lo hizo Senador desde una actitud conciliadora, de mano tendida hacia otras tierras, una actitud que fue relativamente insólita en el panorama español de la época. Además de no querer para Castilla un lugar hegemónico en el nuevo Estado descentralizado (frente al "regionalismo sano" de la oligarquías castellana, furibundamente anticatalanista), se mostró en general respetuoso con los demás pueblos de España y con sus aspiraciones de autonomía. Por considerarlo inadecuado o un instrumento de los de arriba, Julio Senador criticó la puesta en marcha de movimientos nacionalistas que pretendían lograr dichas aspiraciones, pero nunca se opuso a éstas. Sus escritos abundan en guiños amistosos hacia Cataluña o el País Vasco, y no le importó reconocer el momento delicado que atravesaba Castilla y en pedirles su ayuda. En unas ocasiones apeló a su interés, pero en otras (por ejemplo, en un artículo escrito para
La Voz de San Sebastián con ocasión del Primero de Mayo) invocó directamente su solidaridad: tras lamentar que las barreras geográficas separen a los pueblos vasco y castellano (
"dos nobles razas que siempre se han profesado cariñoso afecto"), reclama que las gentes de Vasconia ayuden a los castellanos a salir de
"la pobreza y el desierto".
Por último, Julio Senador trató también de amortiguar tensiones, e intentó rebatir el tópico de una Castilla identificada con la España opresora y centralista que se esgrimía desde la periferia. Lo hizo de dos maneras. Por un lado, se apoyó en ese dualismo social que atraviesa toda su obra para proclamar la existencia de dos Castillas bien distintas; la de los amos (que eran docenas) y la de los esclavos (que eran millares) y afirmar que:
"[...] castellano es lo de éstos: dejarse devorar sin resistencia por los tiburones de la industria y de la propiedad, dejarse robar en silencio, dejarse acorralar sin despegar los labios".Por otro lado, procuró demostrar que, lejos de ser opresora, Castilla era una víctima más de centralismo. Es éste el único momento en que su discurso se torna más agresivo con otras regiones (en dos pasajes de La Canción del Duero acusa a Cataluña del arancel del algodón y tacha de egoísta a la burguesía catalana por querer cerrar el puerto barcelonés a la importación). Ya en Castilla en escombros se había quejado de que unos cuantos hechos del siglo XIX habían llevado a Castilla a la ruina, desde la Desamortización hasta el señoritismo, pasando por guerras civiles o coloniales. En sus obras posteriores concreta más sus quejas, centrándose en lo que se convertirá en una de sus obsesiones: las injustas tarifas ferroviarias que soportaba la región y que
"habían asesinado a ciudades como Valladolid por competencia desleal", impedido el abastecimiento de carbón barato (en su opinión era tanto como decir la industrialización) y la imposibilidad de un transporte adecuado.
Mientras las élites castellanas defendían el proteccionismo y recurrían al anticatalanismo, Julio Senador nadaba contracorriente. A pesar de lo difícil que era sostener opiniones que llamasen a la concordia y a ver la política desde otros parámetros, Julio Senador no dejó de intentarlo.