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Autor Tema: Viaje por la Tierra de Medinaceli (Soria)  (Leído 10188 veces)
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« : Octubre 31, 2010, 22:57:54 »




Vamos a visitar la Tierra de Medinaceli, comarca ubicada en el Sureste de Soria. Nuestro recorrido por esta zona de la vieja Castilla empezará por la villa que le da nombre: Medinaceli, encrucijada de romanos, godos y árabes.
La villa de Medinaceli está emplazada sobre una prominencia (a 1200 metros de altitud) que domina el inicio del valle del Jalón y las llanuras que se extienden hasta el Duero. Pero no entraremos aún por sus casas y bardales. Echaremos a andar por las eras y nos alejaremos un trecho, contemplando el paisaje, oyendo la soledad y el silencio. Miremos la tierra, el cielo y el horizonte en que se funden; el valle cárdeno, largo y estrecho, del Arbujuelo; los esteros blancos de las Salinas; el plateado cauce del Jalón; Azcamellas, Lodares, Beltejar... Oir el paisaje y leerlo es lo más hondo que se puede hacer hoy al visitar Medinaceli.
Su historia se remonta hasta los tiempos de la Celtiberia: fue un castro fortificado, seguramente la Ocilis de la que escribiera Apiano. Era un lugar de importancia estratégica, por estar colocada en una encrucijada de caminos y un altozano de fácil defensa, que contaba con la riqueza que suponía la explotación de las salinas. De ahí que Roma no tardara en someter a Ocilis: fue ocupada en el año 153 a.C. por el cónsul Fulvio Nobilior, que aquí puso sus almacenes y guardó los dineros... Pero tras su derrota ante los numantinos, los habitantes de Ocilis se rebelaron, expulsado a los romanos. Un año después, el cónsul Marcelo rindió la ciudad definitivamente.
A partir de ese monento, Ocilis iba a romanizarse en su trazado urbanístico, formándose un entramado a partir del cruce de las dos calles principales (en su intersección estaría el Foro), que se fortificó con nuevas murallas. Éstas, que cerraban un espacio que 15 hectáreas, son aún visibles en parte. Junto a ellas, en el extremo Sur del "cardo", se levanta el monumental Arco romano: señalaba la entrada a la ciudad, siguiendo una vía que arracaba del itinerario Cesaraugusta-Toletum para llegar hasta Uxama, la actual Osma. La ubicación del Arco romano parece indicar también la división administrativa entre las demarcaciones de Clunia y Zaragoza.



Se trata de un monumento conmemorativo de tres vanos (único de estas características en España) realizado con grandes sillares colocados sin argamasa, superando los 13 metros de anchura por 8,5 de altura y 2 metros de grosor. Sobre los dos pequeños arcos laterales, en ambas caras, hay frontones que apoyan en pilastras estriadas donde probablemente se alojaron relieves o lápidas; y en la cornisa, por encima de la imposta que lo recorre, se reconocen las marcas donde estaban colocadas las letras que formarían una inscripción en recuerdo del prócer en cuyo honor se levantó. En cuanto a la fecha de su construcción, no existe acuerdo: para algunos se levantó en tiempos de Trajano (a principios del siglo II), para otros fue cuando Constantino (dos siglos después).
Por su privilegiada situación estratégica, Medinaceli tuvo un notable protagonismo en las luchas entre muslimes y cristianos. Nada menos que Muza y Tarik vinieron aquí en el 712 a convertir en mora a la población (Madinat-Salim) y a repartirse las joyas abandonadas por los nobles visigodos, la mesa de esmeraldas procedente de la Catedral de Toledo y hasta el mismísimo manto que la Virgen le trajo del Cielo a San Ildefonso. Desde Madinat-Salim, el general y poeta Galib le arrebató a García Sánchez de Navarra (al que decían "El Temblón" y "El Marrano") todas sus posesiones de la Submeseta Norte. Galib ejerció como gobernador local unos 35 años, hasta que su suegro Almanzor le asesinó, arrebatándole Madinat-Salim.
El infame caudillo Almanzor engrandeció la villa, hasta que en "el año 1002, arrebatado por el demonio, a quien él había encarnado en vida, en Medinaceli, grandísima ciudad, fue sepultado en el infierno". Según las crónicas, Almanzor habría fallecido en Medinaceli tras lograr huir de la adversa Batalla de Calatañazor (1002), abatido por la derrota. Pero lo cierto es aquella batalla nunca tuvo lugar: Rodrigo de Toledo y Lucas de Tuy, cronistas del siglo XIII, son los forjadores de tal hecho apócrifo. Dice Lucas de Tuy que la batalla de Calatañazor se dio por los aliados Garci Fernández de Castilla, Bermudo II de León y Garci Sánchez de Navarra; y que, amparado por la noche, el caudillo musulmán logró huir, falleciendo poco depués en Medinaceli. Juzguemos la veracidad de este relato partiendo del siguiente hecho: los tres líderes de aquella coalición habían muerto antes del año 1002. Lo verdaderamente cierto fue que, al regreso de su razzia anual, en la que había saqueado el monasterio de San Millán de la Cogolla, la enfermedad que venía padeciendo y en cuyo diagnóstico no se ponían de acuerdo los médicos le obligó a descabalgar y a reposar en una litera. Murió en la noche del 10 al 11 de agosto de 1002. Según Menéndez Pidal, el caudillo andalusí fue sepultado en el patio de la alcazaba de Medinaceli. Parece ser que su sepultura se conservaba aún en el siglo XV: el mencionado historiador nos refiere que, al pasar por Medinaceli un embajador del rey granadino, la tumba le fue mostrada por petición suya.
Sería el Cid Campeador quien arrebatara la villa a los muslimes. Más exactamente, fue Alvar Fáñez de Minaya, en el 1104. Y ambos tuvieron la inusual fortuna de encontrar en esta tierra un buen cronista de sus gestas: el anónimo autor del Canta de Mio Cid era de aquí, o de muy cerca, a juzgar por la minuciosidad con que describe estos parajes cuando los recorren Ruy Díaz y sus mesnadas. Tras volver a caer bajo dominio de los musulmanes, el rey Alfonso I de Aragón incorporó definitivamente a Medinaceli a la cristiandad allá por 1123, casi 40 años después de la toma de Toledo. Al fallecer el monarca aragonés, Medinaceli pasó a formar parte de Castilla, constituyéndose en una Comunidad de Villa y Tierra que rebasaba ampliamente los actuales límites provinciales. La Junta Comunera celebraba sus asambleas en la localidad de Anguita, hoy situada en Guadalajara.
Fortificada tanto por sarracenos como por cristianos, se conservan en Medinaceli varios vestigios medievales, entre los que destaca la Puerta de la Muralla, en el extremo occidental de la villa, abierta en arco apuntado. Se conocen también los restos de un arruinado castillo y de lo que fuera la puerta meridional del cerco.



La villa llegó a contar con 12 parroquias, pero a mediados del siglo XVI el Duque Juan de Medinaceli decidió derribarlas todas para levantar, a cambio, una mole colegial. En la recién construida Colegiata de Santa María vivían de alabar a Dios un abad, un prior, una chantre, un maestreescuela, un tesorero, 16 canónigos y 4 racioneros. Quiso el Obispo de Sigüenza dar lustre con un Vicario a la Colegiata de nuevo cuño y, después de que le devolvieran malparados a los 3 o 4 que envió de fuera, logró convencer a uno de dentro para que aceptara el cargo. Enterado de esto el Duque, insultó y amenazó al osado, que recibió el desprecio de sus hermanos: quienes habían sido acusados de descubrir secretos de confesión pidieron que se le diera una tunda de palos; los amancebados, al ser por él reprendidos, le contestaron con mamporros y codazos; y los borrachos y jugadores (más prácticos) optaron por echarle de la Colegiata.
Por lo demás, la Colegiata de Santa María es un amplio edificio de mampostería, de una sólo nave y tres tramos con capilla mayor que termina en ábside poligonal, cubierto con bóvedas de crucería. A esta fábrica de raigambre gótica (que se construyó aproximadamente entre 1500 y 1540, interviniendo en ella los maestros canteros Pinilla y Jáuregui) se le añadieron posteriormente capillas laterales. A los pies hay una sencilla sillería coral que se cierra con una reja gótica, de la misma cronología que el edificio, pero con una inscripción que refiere que en el 1734 se hizo en Madrid a expensas de don Nicolás Fernández de Córdoba de la Cerda y Aragón, Duque de Medinaceli, que por la fecha debe corresponder al cerrojo. También de comienzos del siglo XVI es la reja que cierra la capilla mayor, realizada por el maestro Osón, colaborador de Juan Francés. En la cabecera se instala un retablo del siglo XVII con columnas salomónicas y sendas hornacinas a los lados, realizadas por el maestro contero Juan Ramos en 1619, que sirvieron de sepulcro de los Duques hasta el siglo XIX, si bien algunos fueron inhumados en el Monasterio de Santa María de Huerta y sólo después de la exclaustración de los monjes fueron trasladados sus restos a esta Colegiata. En el exterior destaca la torre, de finales del siglo XVIII.
Visitamos ahora el Convento de Santa Isabel, de monjas clarisas. Es el único que permanece en pie de los tres conventos que hubo en Medinaceli. Obra de comienzos del siglo XVI, en su fachada resaltan ventanas con arcos conopiales, y la puerta de entrada se enmarca por un doble alfiz que representa el cordón franciscano.



Otro edificios religioso es el Beaterio de San Román (pues beatas, que no monjas, eran llamadas sus moradoras). Fijémonos cómo a su fábrica, que quiere ser románica, se le sublevan todos los elementos arquitectónicos voceando su origen de mezquita musulmana o recinto sinagogal judío. En el retablo de la nave izquierda podremos ver colgado el huso de 15 centímetros que un hilandero se tragó y expulsó al cabo de seis días por la ingle. Lo autentifica con su firma el médico que lo curó y lo atestigua el nada crédulo Padre Feijoo, que añade que era tan cerrado el menestral que no supo decir como se tragó el huso; pero que debió ser un intento de suicidio en un momento de desesperación por la miseria y el hambre. Pero el otro plato fuerte de la visita al Beaterio está en el altar mayor de la otra nave: "la preciosa urna que conserva los célebres cuerpos santos". Nadie sabe quiénes son, ni de dónde eran, ni a qué vinieron. Se les llama Arcadio, Pascasio, Eutiquiano, Probo y Paulino. Se les hace romanos, soldados, nobles feudales de Genserico y mártires africanos. Se cuenta que llegaron aquí traídos por dos bueyes que, llegados a la iglesia donde reposan, cayeron muertos en la misma puerta; si bien una segunda versión afirma que fue un camello el que los trajo, dejando la nada etérea prueba de una de sus costillas (un hueso de 1,60 metros de largo que puede verse en la sacristía). El racionalista Padre Feijoo no dijo nada sobre esto, pero ¿a que la mencionada costilla se parece sospechosamente a los fosilizados huesos del cercano yacimiento paleolítico de Ambrona?
 Lo que sí es muy cierto es que en 1581 estaba a punto de hundirse una capilla en el Beaterio, y las monjas no tenían con qué arreglarla. El espiritual consejo que inspiró a la superiora el capellán fue mandar a decir a Roma que había en la capilla gran culto, que la gente se agolpaba a rezar por la ventana hasta de noche y que un año de sequía sacaron los restos venerados que contenía en procesión hasta el río y, tras ser bañados en el Jalón, comenzó a llover intensamente. Y se armó el lío: se abrieron los sepulcros y no importó gran cosa que entre los muertos, que debieran ser soldados, apareciese un obispo; se pidieron rezos propios y una fecha y una biografía en el martirologio romano; y como Roma no los daba a pesar de la intercesión de un Cardenal y del Duque de Medinaceli, el Ayuntamiento (cuyos méritos y arrestos conocemos) los declaró sin más patronos de la villa y les dedicó una fiesta de primera. Luego, en 1639 apareció (perdido al desgaire por cualquier cajón) un papel con la historia de los santos. Y se encargó un cuadro que pintara lo recién contado; y unas estatuas, la urna, reliquias, estampas... Y así hasta hoy, si Dios quiere.



El último edificio religioso que nos queda por ver es la ermita del Beato Julián de San Agustín, nacido aquí en 1550 y aquí fallecido en 1606. Es un humilladero con una bella portada de la segunda mitad del siglo XVI, formada por dos arcos de medio punto que apoyan sobre una columna central. El Beato que da nombre a esta humilde templo fue "el patrón de la observancia franciscana", al decir de sus cronistas, que nos lo pintan como "el humilde sastre que sumido en el amor a Jesús crucificado, andaba como fuera de sí mismo". Parece ser que "solicitó el hábito en varios conventos franciscanos, pero con tal rigor penitenciaba que lo tomaban por demente y él mismo daba pie llamándose loco y predicador"; tras lo cual "anduvo por los campos misionero, ermitaño en chozas del monte, catequizador de niños y campesinos y predicador de gentes de mala vida". Realizó, al decir de los mismos cronistas que cito, "112 milagros comprobados por más de 50 jueces".
Mayor trascendencia tiene la arquitectura civil en Medinaceli. Son numerosas las casas nobles jalonadas con blasones, y adquiere especial significación la Plaza Mayor, porticada, y a la que se abre el Palacio Ducal. Este data de comienzos del siglo XVII, pero se suprimieron las torres laterales en el siglo XIX, y en la actualidad se encuentra en estado ruinoso. Es un edificio de marcada horizontalidad distribuido en dos pisos, que se disponen simétricamente a partir del eje que constituye la portada. En misma Plaza Mayor también se emplaza la Alhóndiga, otrora centro del acaecer profano y sede del Concejo de Medinaceli.



En la noche del 13 al 14 de noviembre (durante las fiestas patronales de los cinco cuerpos santos), la Plaza Mayor de esta villa se transforma en un coso ardiente de todas las reminiscencias culturales de la vieja Celtiberia, pues en ella tiene lugar el festejo del "toro júbilo", el único toro embolado de Castilla la Vieja. Cinco hogueras alumbran la noche y la fiesta en la cumbre del altiplano. A la luz de las llamas, entre el humo y el viento, la música, el vino, las brasas y el canto, corren los hombres a un toro bravo. Lleva el animal astas postizas de hierro tras los cuernos y sus puntas son teas hechas de una arroba de pez, aguarrás y azufre impregnado de estopa ardiendo. Una capa de arcilla roja humedecida protege la testuz, el lomo y los costillares del morlaco, que no es sacrificado en la ceremonio ritual. Unos días después sí, y asado y comulgado en la fraternidad de los vecinos, ya sólos, bajo el sol tibio de un domingo. El "toro júbilo" se ha corrido siempre (dos o más veces al año, en época de los Duques), aunque estuviese prohibido entre 1962-1977, por iniciativa de la Sociedad Protectora de Animales. Todo por las artes de unos reporteros ingleses que pusieron protestaron a las más altas instancias clamando piedad, tanto como si de salvar la vida a un cercano pariente se tratara. Las autoridades de entonces (perplejas sin dida ante tan encendido amor por el toro) decidieron tapar la boca de los ingleses prohibiendo el "toro júbilo", aunque sabían que los de Medinaceli harían caso omiso al impedimento. Y así fue: en cuanto la guardia civil desaparecía o hacía la vista gorda, corrían al toro en una plaza contigua a la de siempre.
Nos marchamos de Medinaceli, incorporándonos a la carretera de Barcelona (N-IIa): a nuestra izquierda quedan el Jalón y la línea férrea. Kilómetros más adelante, tras salvar el río, la carretera se agrega a la Autovía del Nordeste (A-2). En ésta, tomaremos un desvío que nos lleva a la pequeña localidad de Lodares. Una vez en ella, tenemos dos opciones: seguir la carretera de Barcelona o internarnos por el camino de Lodares a Coversín. Si optamos por la segunda posibilidad, llegaremos al despoblado de Coversín... Observemos sus muros derruidos, triste y silencioso testimonio del éxodo rural que ha sufrido Castilla, pero que ha sido especialmente trágico en Soria. Antes de llegar a Coversín, veremos que la senda se bifurca: si echamos a andar por aquí, llegaremos a Yuba, otro despoblado. A él accedemos tras adentranos por barrancos y subir a la cresta de un picacho. Recorrer su caserío, acercarse a ver el río en la alameda vieja y dejarse sobrevolar por los buitres inquietados por nuestra inusual presencia serán componentes de la sensación más honda que recibiremos en nuestro andar por las ruinas de Yuba...



Pero regresemos a Lodares. Continuamos circulando por la carretera a Barcelona, que se cruza y se descruza con el Jalón y las vías del tren. Pasaremos por Jubera, donde se apareció sobre un árbol Nuestra Señora de los Mártires, protagonista de una peculiar procesión que tiene lugar dos veces al año: los hombres portan la enseña y los estandartes y las mujeres la imagen sacra, circulando por separado los unos y las otras (hacia la Plaza Mayor ellos y hacia el Barrio Perchel ellas). Ambas procesiones acaban por encontrarse, momento en que los hombres ofrecen la bandera a la Virgen. El posterior trayecto hacia la parroquia se realiza en sentido inverso: los caballeros van hacia el Barrio Perchel y las señoras hacia la Plaza Mayor...



Y como quien no quiere la cosa, llegamos a Somaén, burgo pintoresco y frontero enclavado en un paisaje rocoso de singular belleza. Ya que las curvas nos exigen reducir la marcha, miremos el paisaje de viejas rocas erosionadas y grajos sobrevolando las hoces del Jalón... Fue esta localidad una fortaleza musulmana, sobre la cual se levantó el castillo que hoy vemos, del último cuarto del siglo XIV, cuando Somaén cayó bajo la jurisdicción de Medinaceli. El castillo presenta una tipología frecuente en esta comarca: dos torres que unen dos lienzos de muralla entre los que se podía cobijar una pequeña guarnición. Aunque haya perdido una de sus torres, aún se yergue junto al acantilado del río Jalón, dominando el paso por el desfiladero, mientras que en la cara Norte el terreno desciende con suavidad y es donde se asienta el caserío. Señalemos además que cerca de esta localidad se encuentra la Cueva de la Reina Mora, que contiene los vestigios de vasos campaniformes más antiguos de España (entre el 2.800 y el 2.600 a.C, según las pruebas de Carbono 14).

« Última modificación: Noviembre 19, 2017, 21:05:01 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #1 : Octubre 31, 2010, 23:17:56 »




Seguimos carretera adelante, hasta divisar la siguiente localidad de nuestro itinerario: Arcos de Jalón. Al igual que Somaén, tiene también un castillo sobre un cerro, con la misión de proteger el paso del Jalón. Permanece en pie la torre del homenaje (de trece metros de lado, que a pesar de estar desmochada se sigue mostrando impresionante) y parte de los muros. Su construcción, de mampostería con refuerzos de sillares en las esquinas, data del siglo XIV.
Arcos de Jalón formó parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Medinaceli hasta el primer tercio del siglo XIII, en que es entregada en señorío al linaje de los Albornoz. Esta familia estaba sentada principalmente en la zona de Cuenca y alcanzó gran predicamente durante los reinados de Alfonso XI y Pedro I gracias a Gil Alvarez de Albornoz, arzobispo de Toledo desde 1338. Durante en reinado de Alfonso XI, Arcos pertenecía a un hermano del obispo toledano, Fernán Gómez de Albornoz y Luna (constructor del castillo). Todavía pueden verse en un lienzo de la torre del homenaje sus blasones: a la diestra la banda de los Albornoz y a la siniestra el de los Luna. Fernán Gómez de Albornoz era hijo de García Álvarez de Albornoz, que muere el 18 de septiembre de 1328, y de Teresa Luna. En 1331 fue nombrado caballero en Burgos durante la celebración de la coronación del rey; luchó repetidamente defendiendo los intereses de la ciudad de Cuenca contra las veleidades de don Juan Manuel, y esto le valió el cargo de capitán frontero de Requena. En el conflictivo reinado de Pedro I, los Albornoz siguieron la bandera de Enrique de Trastámara, lo cual le causa graves contratiempos y les supone el exilio en el vecino Reino de Aragón. Por ello, sus posesiones fueron cercadas y tomadas (como en el caso de Arcos en 1358) por las tropas reales de Pedro I. Tras la muerte en Montiel de Pedro I, Enrique de Trastámara logra coronarse rey de Castilla y León, con lo que Fernán Gómez de Albornoz recupera sus señoríos. En la segunda mitad del siglo XIV sus descendientes venden Arcos y su castillo a Juan Duque, perecido en la fatídica batalla de Aljubarrota. Su consorte (Sancha de Rojas) se casó en segundas nupcias y, en 1440, hereda la posesión su hija María Manrique. Ésta la venderá a Luis de la Cerda, conde de Medinaceli, por 550.000 maravedís y otros 10.000 en juro de heredad.
En 1530, Arcos tiene 92 vecinos, que serán 100 en 1554. Por aquí pasa el Camino Real hacia Aragón, existiendo una aduana o puerto seco para controlar el paso de mercancías, y Arcos se consolida como un estratégico punto de paso. En 1655, el gentilhombre francés Antonio de Brunel recoge en su Diario una mala experiencia en la mencionada aduana: los responsables de ésta le requisan el equipaje, pese a tener los documentos y salvoconductos en regla. El francés dejó en Arcos a sus acompañantes y se plantó en Madrid, donde protestó energicamente. Después de difíciles gestiones, logró que un alguacil y un escribano le acompañen a la aduana arcobrigense para arrestar al alcaide F. Salazar, por su arbitrario proceder. Éste será castigado y Brunel recupera sus pertenencias, continuando su viaje hacia tierras aragonesas. Ya en 1720, se regula el Servicio de Postas y Correos, y en Medinaceli estará una de las 33 postas distribuidas en la ruta Madrid-Barcelona.



En 1829 entra en servicio la carretera Madrid-Zaragoza, y en 1859 ya está disponible el ferrocarril entre Madrid y Guadalajara. Esta línea se amplía con intención de llegar a Zaragoza, y en 1863 ya pasa por Arcos de Jalón, que se convierte en la instalación ferroviaria más importante de Soria. La Compañía MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante) irá ampliando, poco a poco, sus intalaciones en Arcos, que en 1923 comprenden dos depósitos de locomotoras. El ferrocarril es la fuente de vida de la localidad, en la cual surge un considerable núcleo de trabajadores. Las ideas avanzadas prenderán en aquel contingente de ferroviarios, que se afilian a la UGT y a la CNT y oponen resistencia al golpe militar de 1936. Ya en la Posguerra, MZA es absorvida por la estatal RENFE, que se hace con sus instalaciones y las amplía: en 1952 existían en Arcos 8 naves para guardar y arreglar las locomotoras y dos considerables cisternas de agua, así como las oficinas, el muelle, la estación y una residencia para que el personal de servicio pernocte. Pero en 1975 la compañía toma la decisión de clausurar todas sus instalaciones ferroviarias arcobrigenses, excepto las de Circulación. Desde entonces, Arcos de Jalón se sumió en una decandencia de la que no ha vuelto a recuperarse...



Nos encaminanos ahora (por la carretera SO-P-3008) a la vecina localidad de Aguilar de Montuenga. Todavía perduran los vestigios de un torreón medieval sobre una pequeña elevación, una atalaya que servía para comunicarse con las fortalezas de Montuega de Soria y Arcos de Jalón. Al lado mismo de la parroquia, se halla depositado un tosco lavadero de piedra.
En este momento de nuestro itinerario, tenemos ante nosotros dos opciones: alejarnos de Aguilar en dirección Sur, llegando a Chaorna y visitando luego Judes e Iruecha (es decir, los ribazos de Soria con Guadalajara y Zaragoza) o irnos en dirección Oeste, para ver Montuenga de Soria y llegarnos después a Santa María de Huerta. Vamos a reseñar ambos recorridos:

Aguilar de Montuenga-Chaorna-Judes-Iruecha

Tomamos la SO-P-3008, que tras bordear Aguilar se dirige hacia el Sur. Esta estrecha carretera nos lleva a través de parajes de frondosos encinares y sabinares donde se cobijan lobos o jabalíes... Y llegamos a Chaorna, pueblecito de origen vascongado que se halla junto al grisáceo roquedal de la Hoz. Hay palomas, grajos y antenas en las rocas más altas, horadadas por siglos de lluvias y cierzos. Disfrutemos del emplazamiento de Chaorna: podemos contemplarla desde el fondo del barranco o desde arriba, en el torreón de construcción sarracena subido al peñascal.

 

Callejeamos por el pueblo, que parece desmoronarse de puro viejo en la ladera y que a duras penas logra no abalanzarse sobre el riachuelo que a sus pies corre. Recias puertas con nudos y clavos, gateros con hojas de lata, chimeneas de teja, corrales de adobe, chamizos de troncos y ramas de leña...No estaría nada mal visitar la Cascada, demorándonos por el camino por la cueva donde estuvo la fragua, y por el horno de pan, que fue de chimenea exenta y con veleta. Pero no llegaremos a las cercanas cuevas de la Gota y de la Mora si alguien del pueblo no nos acompaña. Y para poner el broche de nuestra visita a este lugar de la Tierra de Medinaceli, qué mejor que el célebre sermón del cura de Chaorna, un popular cuentecillo soriano, que es más o menos el siguiente:

"Hubo en tiempos pasados en el pueblo un clérigo de escasas luces y tampoco demasiada olla. Cada año, por las fiestas patronales chaornesas, había en la parroquia un sermón de campanillas a cargo de algún cura vecino más letrado. Aquel año las cuartanas habían hecho guardar cama al orador. Y el clérigo de Chaorna se puso de los nervios con sólo pensar en el lance de tener que soltar él mismo el sermón anual. Un par de seminaristas calagurritanos (colaboradores en las labores profanas y sacras de homenajear al Santo) se ofrecierona redactarle un texto que, al día siguiente, debería leer con tanto disimulo como unción. Resuelta la causa de su inquietud, el clérigo se calmó y celebró la víspera de la señalada fecha dándole al julepe y al morapio.
De la pieza de oratoria (para siempre ya el sermón del cura de Chaorna) que leyó al siguiente día; entresaco al azar, por ejemplo, este párrafo: "Y han llegado a mis oídos, queridos hermanos, ciertos rumores que corren por entre el vecindario acerca de las relaciones que si mantengo que si no con la criada. Y digo yo: ¿pero es que tiene algo de malo que de vez en cuando me la lleve al extremo del huerto para enseñarle las dos ciruelas que aún me cuelgan en el ciruelo de abajo?".


Continuamos con nuestro viaje por el Sudeste soriano. La SO-P-3008 nos lleva hasta Judes, ya en plena Sierra de Solorio. En este pueblo subsisten los vestigios del antiguo hospital y de un horno comunitario, que bien merecen ser restaurados. En su amplia parroquia se guarda la falange de un dedo de Santa Teresa de Jesús. Se emplaza en las inmediaciones la laguna de Judes, la única de origen kárstico que existe en la provincia de Soria; cuyas aguas "vienen ende Albarracín", según la opinión popular. Por desgracia, es muy problable que la encontremos seca (lleva ya más de 7 años sin agua).
Es hora de marchar, así que nos despedimos de Judes y de su laguna. La carretera sigue avanzando entre el sabinar de la Sierra de Solorio, el más considerable de Europa. A un lado dejaremos la despoblada alquería de Algondrón, que perteneció a la comunidad religiosa de Santa María de Huerta por donación del eclesiástico Martín de Finojosa.



No tardaremos en llegar a Iruecha, el último pueblo del Sureste soriano, cuyo término linda con las provincias de Guadalajara y Zaragoza. Además del Museo Etnológico, el nevero, la fragua o la ermita; veremos también su parroquia (lugar de asilo aún en 1834) y disfrutaremos de su patio, la fachada, la escalera y el pórtico; al tiempo que consideramos la reprimenda que nos dirige un Cristo de Madera:

"Tú que llegas, mírame,
repara bien en las llagas
y verás cuán mal me pagas
la sangre que derramé.

Mira hombre, qué dolor
y cuán sin número fue
lo que por tí yo pasé
siendo tú tan pecador".


Cada 20 de Agosto, los iruechanos celebran "La Soldadesca", el único festejo de Moros y Cristianos existente en Castilla la Vieja. Los soldados cristianos, que portan trajes dieciochescos y estandartes muy coloridos, derrotan a la morisma en las eras del pueblo. Un pequeño ángel aparece y convierte al cristianismo a los agarenos, después de lo cual se pone en escena un divertido sainete.

Aguilar de Montuenga-Montuenga de Soria-Santa María de Huerta

La carretera SO-P-3044 enlaza Aguilar de Montuenga con la muy próxima Montuenga de Soria. El interés de Montuenga estriba en la existencia de los restos de lo que fuera otro de los castillos levantados a lo largo del valle del Jalón. Se yergue sobre un alto cerro, lo cual dificultaría su asalto, y se adapta perfectamente a un terreno estrecho y alargado, con dos torres en los extremos que se unen por muros de mampostería. La escasa calidad del materia empleado en su construcción ha contribuido mucho a su estado de ruina. Enrique II de Castilla entregó al dominio señorial las aldeas y villas de la Comunidades de Villa y Tierra, y al adjudicar la villa de Medinaceli al francés Bernal de Bearne, Somaen y Montuenga siguieron parecida suerte.





Nos marchamos de Montuenga por la carretera que une a la localidad con la Autovía del Nordeste. Una vez en ésta, circularemos hasta encontrarnos con el desvío hacia Santa María de Huerta, convenientemente señalizado. Y así es como llegamos al último pueblo de nuestro recorrido. Hemos de advertir, sin embargo, que Santa María de Huerta no pertenece a la Tierra de Medinaceli, sino al Campo de Gómara. Pero bien merece una visita por su cercanía y belleza.



Situada en la fértil vega del Jalón, Santa María de Huerta se halla a tan sólo un kilómetro y medio del límite con Aragón. En esta localidad se halla el Monasterio más importante de Soria (y el único perteneciente a la Orden del Císter). En él se escribieron páginas de Historia: "los caballeros hijosdalgo y ricoshomes de toda esta comarca de Castilla y Aragón, usaban y tenían cuando iban a la frontera de los moros o a cualquiera otra guerra, venían a velar y a confesarse y a ordenar su testamento...y tomada la bendición del abad partían para la guerra". Ungido de la fuerza que tal práctica infundía, un tal Don Pedro Manrique "dio muerte en denodada contienda al fiero moro Zafra, gigante musulmán que tenía un palmo de ojo a ojo". Cierto es que si la suerte le hubiera sido adversa al caballero Manrique, hubiera sido igualmente confortado para hacerle frente con aquel breve compendio de gozosa resignación que aún podrás leer en algún sepulcro del real Monasterio:

"Quien perdió por Dios la vida,
no podrá jamás perder
el soberano placer
de verla tan bien perdida".


Emplazado en la orilla derecha del río, el Monasterio que nos ocupa fue creado por Alfonso VII de León y Castilla en cumplimiento de la promesa realizada en el sitio de Coria (Cáceres), y ya aparece documentado en el año 1151. En aquel momento, los monjes franceses que trajo el monarca desde Gascuña se había instalado en Cantabos (término de Fuentelmonge, cerca de Almazán); pero pocos años depués se trasladaron a Santa María de Huerta: el cambio de ubicación pretendía buscar un lugar más fértil en las tierras del Jalón, que permitiese desarrollar mejor el estilo de vida cisterciense. Allí vivió la comunidad religiosa hasta su exclaustración en 1835, siendo el Monasterio convertido en una parroquia y declarado después Monumento Nacional. El conjunto monacal se mantuvo en buenas condiciones de conservación, y en 1930 los cistercienses regresaron a él.
La protección que recibió el Monasterio de Santa María de Huerta desde su fundación, tanto por los reyes castellanos como por los aragoneses, supuso el rápido crecimiento de la comunidad, que hizo levantar uno de los conjuntos arquitectónicos más relevantes de Soria. Alfonso VIII de Castilla puso la primera piedra de la iglesia, siendo abad Martín de Finojosa. A éste y a su sobrino Rodrigo Jiménez de Rada se deben en buena medida la construcción, que a mediados del siglo XIII estaba prácticamente concluida. Iglesia, claustro, refrectorios y diversas salas se levantaron adoptando un estilo que se apartaba del románico imperante en el resto de Soria. En este sentido, el Monasterio de Santa María de Huerta constituye el punto de partida del gótico soriano: arcos apuntados, bóvedas de crucería y una diferente configuración espacial producto de la nueva estética desterraron el estilo románico, que a partir de ese momento iba a quedarse obsoleto.



Todo el conjunto de edificios monacales, además de las huertas colindantes, estuvieron cercados por un muro con torrecillas almenadas de carácter defensivo. La puerta de ingreso data del siglo XVI, aunque fue reformada su parte superior en el XVIII. Es una entrada monumental dispuesta en arco de medio punto flanqueado por pares de columnas con hornacinas entre ellas, y coronada por un frontón. Tras esta puerta se abre una plaza donde se encuentra la fachada de la iglesia, en parte tapada por la antigua hospedería de tres plantas (una construcción del siglo XVII hecha para ampliar las dependencias del cenobio). La iglesia se encuentra disfrazada bajo un molde clasicista (a causa de una intervención del siglo XVIII), es un edificio realizado en piedra de sillería con planta de tres naves y cinco tramos, crucero y presbiterio compuesto por cinco capillas (terminadas en ábside semicircular, al igual que las iglesias conventuales de Borgoña, lugar de procedencia del Císter). Los tramos de los pies, bajo el coro, corresponden al nártex, que se cierra con una reja barroca de 1776. El interior de la iglesia permaneció oculto durante muchos años por los añadidos del siglo XVIII, que han sido retirados en su mayor parte, dejando visible la estructura original, como las bóvedas de la nave mayor, de crucería simple.
Merece reseñarse también el encantador claustro herreriano, levantado entre 1852 y 1630, con siete vanos a cada lado abiertos entre gruesos pilares de sillería. Un pasillo con bóvedas de arista del siglo XVII le une con el primitivo patio, llamado Claustro de los Caballeros por los muchos varones distinguidos que en él recibieron sepultura. La planta baja data de la primera mitad del siglo XIII, con arcos apuntados entre potentes contrafuertes. Sin embargo, el piso superior (al que se accede por una amplia escalera de tres tramos, cubierta con una cúpula que data de 1691) es un añadido realizado entre 1531 y 1547 por un arquitecto que conocía perfectamente el patio del palacio Miranda de Peñaranda de Duero, en La Ribera burgalesa, como denota el parecido que tienen ambos: arcos muy rebajados que apoyan en columnas con el tercio superior del fuste estriado y capiteles con un grueso cimacio; también existe correspondencia entre ambas obras en lo que a decoración a base de medallones en las enjutas se refiere. Desde este piso se puede acceder a la sala capitular, obra del siglo XVI, y a través de ella al coro; también hay una angosta escalera que conduce al interior de la iglesia.



Como consecuencia de la construcción de la parte superior del Claustro de los Caballeros, se ocultó en buena medida el hastial del Refectorio de Monjes. Éste es, sin duda, la obra maestra del Monasterio, el más impresionante Refectorio realizado en España y uno de los más bellos de la arquitectura cisterciense. El estudioso Elie Lambert afirmó que "es una de las obras más puras y elegantes de la arquitectura gótica existente fuera de Francia". Construido entre 1215 y 1225, a expensas de Martín de Finojosa, sus dimensiones son portentosas (34 metros de largo por 9,60 de anchura y 15 de altura) y demuestran el poderío de los monjes de Santa María de Huerta. Junto al Refectorio se sitúa la cocina, también de piedra de sillería, que alcanza entidad artística propia por el cuidado que se tuvo en su diseño y construcción. Es una sala cuadrada en cuyo centro se ha levantado una gran chimenea, también cuadrada, abierta por los cuatro lados al hogar. Su altura supera la del Claustro de los Caballeros, facilitando así la combustión y alejando el humo del recinto. Especial atención merece también el Refectorio de Conversos, que alcanza los 30 metros de longitud y está cubierto por bóvedas de cucería simples, de anchos nervios de sección rectangular, que se apoyan en cinco columnas en el centro, articulando la estancia en dos naves...

« Última modificación: Noviembre 04, 2011, 19:09:19 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #2 : Noviembre 12, 2010, 00:02:31 »


no lo había leído, enhorabuena al autor por el trabajo, bastante completo 90
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« Respuesta #3 : Noviembre 12, 2010, 01:35:49 »


Este Maelstrom se lo curra muchísimo la verdad. Un 10 tio  icon_wink
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« Respuesta #4 : Noviembre 12, 2010, 01:50:36 »


Este Maelstrom se lo curra muchísimo la verdad. Un 10 tio  icon_wink


Que sean dos.  icon_wink
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« Respuesta #5 : Noviembre 14, 2010, 13:39:01 »


No había leído este hilo pero... ¡Está genial!

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