Extraido de la web de las cuadrillas de Salvatierra.
http://www.cuadrillasalvatierra.org/En su propia historia la llanuera alavesa no tiene reparos en citar su historia ligada a la castellana o paralela a la castellana, mi opinión ya la sabéis. Alava llana es castellana.
Los parientes mayores y menores, aunque no habían conseguido sus objetivos de poder, conservaban sus señoríos. Este era el caso del conde de Salvatierra, Pedro López de Ayala, que en 1519 se rebeló contra Carlos I, aprovechando la sublevación de los comuneros, siendo vencido y apresado en 1521 y ejecutado posteriormente. Salvatierra recuperó entonces su condición de villa realenga, pero el futuro próximo no fue halagüeño. En efecto, en 1565 la peste volvió a asolar Álava. Por si fuera poco, en Salvatierra, al quemar las pertenencias y camastros de las víctimas de la enfermedad, como era costumbre, el fuego se descontroló y la villa ardió casi completamente.
Sin duda para su reconstrucción resultarían muy oportunos los caudales que comenzaban a llegar de la recién descubierta América. También lo serían para remodelar templos que, al gusto de la época, habían quedado obsoletos, realizar edificaciones nuevas, tanto civiles como religiosas, e invertir en obras de arte. Tal es el caso de la ermita de la Purísima Concepción de Ozaeta, construida a expensas del hijo del pueblo fray Juan de Luzuriaga, quien fuera Comisario General de la Orden Franciscana en Nueva España desde 1680. De América, llegan riquezas, pero también productos agrícolas que cambiarán la vida de la Llanada, como el tomate, el maíz y, sobre todo, la patata.
Esta etapa de relativa prosperidad ve su fin en el el siglo XVIII. Salvatierra y la Llanada son escenarios de revueltas por la carestía de subsistencias. Al final de ese siglo, la llamada Guerra de la Convención (1793-1795), durante la cual Euskal Herria es invadida por los revolucionarios franceses, inicia un periodo de guerras que durará siglo y medio.
Entre 1808 y 1813, tendrá lugar la Guerra Peninsular, pues afecta a los reinos de España y Portugal, contra la invasión napoleónica. En la Llanada acabará con la victoria de las fuerzas aliadas al mando del duque de Wellington, sobre las imperiales de José Bonaparte, en las cercanías de Vitoria, el 21 de junio de 1813. En su retirada, los franceses fugitivos saquearán numerosos pueblos de la Llanada.
La guerra volvió, esta vez por causas diferentes, en 1833-1839 y 1872-1876. Con la muerte del rey Fernando VII acababa una época, la del Antiguo Régimen.
El liberalismo que toma el poder en Madrid es incapaz de gestionar una evolución pacífica. Los campesinos, los artesanos y asalariados, el bajo clero y la pequeña nobleza rural ven amenazados sus modos de vida y se sublevan, confiando en las promesas del hermano del rey muerto, a quien reconocen como su rey Carlos V.
Los habitantes de la Llanada se decantarán mayoritariamente a favor de los carlistas, en defensa de los fueros, los comunales y la religión católica, englobado todo ello en el concepto de Tradición. Los días 26 y 27 de octubre de 1834, el general Zumalakarregi vence a las tropas del gobierno en las cercanías de Alegría. Pero los carlistas perderán la guerra. Los voluntarios de la Llanada resistirán hasta el final en el castillo de Gebara que, tras la rendición, será volado con barriles de pólvora por las tropas liberales.
La rebelión carlista permanecerá viva durante todo el siglo XIX, soterradamente unas veces, abiertamente en lucha otras. A fin de siglo, el panorama político acoge nuevas formas políticas, como son el nacionalismo y el socialismo.
Ya en el siglo XX la irresolución de los problemas arrastrados desde el siglo anterior y la perpetuación de las injusticias, a lo que se une la complicada situación internacional, desembocan primero en la proclamación de la II Républica Española y, en 1936, en la sublevación contra ella, dirigida por la oligarquía y la mayor parte del ejército.
La guerra abierta no alcanza directamente a la Llanada, aunque muchos de sus hijos morirán en los frentes en uno y otro bando, pero sí lo hace la consiguiente represión, que se prolongará en el tiempo tras la victoria de los sublevados.
Tras la noche oscura de la dictadura, la Llanada, como el resto de Euskal Herria, inicia un largo y a menudo dificultoso camino hacia la democracia y la libertad plenas. En esa travesía han quedado el éxodo rural que dejó solos a los viejos en los pueblos, la acogida a nuevos pobladores y la no siempre fácil lucha por la consecución de un equilibrio político y social satisfactorio para todos. Hoy los habitantes de la Llanada viven y trabajan en la confianza de que, más temprano que tarde, podrán ser ellos mismos dueños de su presente y su futuro
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