Origen y meta del marxismo
Del marxismo económico al marxismo cultural.
El objetivo de este artículo es analizar la estructura y la influencia actual del marxismo, dicha ideología constituye un componente fundamental del mundo moderno y su influencia llega mucho más allá del amplio círculo de sus adeptos. Una comprensión correcta de su naturaleza dogmática y de las falsas concepciones sobre hombre y la sociedad en las que se basa el marxismo, son absolutamente necesarias para explicar fenómenos como la sacralización del multiculturalismo, la falta de libertad de expresión para todos aquellos que cuestionan la conveniencia de la inmigración masiva que sufre Europa o la interpretación estrictamente social, obviando cualquier carácter étnico o religioso, que la prensa y los medios de comunicación dan a fenómenos como la violencia inmigrante en Francia.
Para comprender la naturaleza del marxismo comenzaremos por rastrear sus orígenes más antiguos para luego pasar a analizar brevemente su formulación económica realizada por Marx en a mediados del S. XIX. Por último haremos hincapié en los orígenes del marxismo cultural, que comienza a gestarse en los primeros años del S. XX y se convierte en la ideología dominante en el mundo occidental a partir de los años 60. También subrayaremos la paradoja de que el marxismo cultural se ha arraigado con más fuerza en Estados Unidos y Europa Occidental, en los que nunca se aplicó el marxismo económico, que en los países comunistas del Este de Europa, donde el marxismo económico tuvo su aplicación práctica.
Orígenes de la cosmovisión marxista:
El universo mental del marxismo se basa en una concepción lineal y determinista de la historia y en una concepción igualitaria de la naturaleza humana. Ambas concepciones hunden sus raíces en corrientes del cristianismo primitivo y en herejías medievales como los valdenses, begardos, bogomilos, anabaptistas etc. Todas estas sectas creían que la historia estaba inevitablemente dirigida hacia un segundo advenimiento de Cristo tras el cual las clases sociales desaparecerían, los hombres serían iguales y el paraíso descendería sobre la tierra, esta visión ha sido retomada hoy en día por muchas ramas del cristianismo actual como la teología de la liberación, según la cual la salvación no es individual sino colectiva y debe ser precedida por la liberación de los pobres en el plano político. Las relaciones entre la teología de la liberación y el marxismo son claras, de hecho ambas corrientes son inseparables en Sudamérica, continente donde la iglesia ha tomado posiciones premarxistas desde la época de Bartolomé de las Casas.
La visión lineal y determinista de la historia, formulada de manera escatológica en las herejías medievales, fue reformulada desde un punto de vista laico por los socialistas utópicos de principios del S. XIX. Fourier escribe que la humanidad va pasando por distintas etapas de desarrollo hasta llegar a un estado idílico y sin clases al que da el nombre de armonía. Los socialistas utópicos como Fourier, Blanc, Babeuf etc. Siguen la línea de pensadores católicos del renacimiento como Tomás Moro y Campanella y se limitan a formular la estructura de una sociedad utópica que deberá alcanzarse en el futuro, sin dar muchos detalles de los mecanismos que conducirán a dicho cambio social. Las ideas de los socialistas utópicos están fuertemente influidas por el pensamiento de Jean Jacques Rousseau sobre el estado de naturaleza y el “buen salvaje”, teoría según la que todos los hombres son iguales y buenos por naturaleza y el mal proviene de las instituciones sociales que pervierten la naturaleza humana. Para Rousseau los pueblos primitivos, no pervertidos por la civilización, son los que se encuentran más próximos de ese estado perfecto de naturaleza.
Obviamente ni Rousseau ni los socialista utópicos tuvieron tenido contacto alguno con civilizaciones distintas de la europea ni pueblos primitivos, sus afirmaciones sobre el estado de naturaleza son mero fruto de su imaginación. Estas teorías del “buen salvaje” no gozaron de aceptación más que en círculos muy reducidos y Marx no se refiere a ellas, sin embargo serán un elemento fundamental en la formación del marxismo cultural y la corrección política del S.XX.
El primero en formular una teoría sólida del cambio social dirigida a hacer posible la aplicación política práctica de las teorías igualitaristas fue Karl Marx. Marx y su colaborador Engels, creen encontrar el mecanismo de la evolución de la humanidad hacia un estado igualitario y sin clases sociales. El propio Marx calificó su obra de socialismo científico en contraposición al socialismo utópico de sus predecesores. Las ideas de Marx se inspiran en la observación de los drásticos cambios sociales ocasionados por la revolución industrial y el desarrollo del sistema de producción capitalista.
Marxismo económico e interpretación materialista de la historia.
La época en la que Marx desarrolla su obra literaria y su acción política coincide con la revolución industrial, esta época está marcada por una notable mejora del rendimiento de la producción agrícola, debida a la introducción de nuevos abonos y métodos de cultivo, esto, sumado a un gran desarrollo de la medicina hace que la población europea pase de 200 millones de personas en 1800 a 400 en 1900, a los cuales hay que añadir otros 100 millones de europeos que se instalan en Estados Unidos, Australia o Argentina. Este aumento de la población se ve acompañado de un enorme éxodo rural y de la aparición de una importante clase obrera que trabaja en las grandes industrias de las ciudades. La producción masiva de bienes de consumo arruina a los pequeños artesanos, que pasan a engrosar la clase obrera. La ausencia de leyes que regulen las relaciones laborales (los gremios habían sido eliminados en todas partes tras la revolución francesa), hace que la situación de los obreros se deteriore y que nazcan los primeros sindicatos. Todos estos cambios se producen con una rapidez que no había tenido precedentes en la historia.
En este contexto Marx formula dos postulados que constituirán los pilares de la ideología marxista. El primero es una explicación de los cambios sociales y una teoría global de la historia a la que denomina materialismo histórico, el segundo es un estudio en profundidad del sistema capitalista.
Según el materialismo histórico, la cultura, las instituciones, la religión, la metafísica y todo lo que Marx denomina superestructura, están determinadas por la forma de producción y la división del trabajo. Los cambios en la forma de producción hacen que la superestructura quede obsoleta generando una serie de contradicciones que se manifiestan mediante la lucha de clases, cuando las contradicciones se hacen insoportables, se produce una revolución en el curso de la cual una clase dominante es sustituida por otra. La revolución francesa es el ejemplo más claro con el que Marx ilustra este proceso.
Un análisis en profundidad del materialismo histórico nos lleva a la conclusión de que se trata de un argumento circular. El cambio en los modos de producción está a su vez determinado por las innovaciones científicas y técnicas y por las instituciones sociales, las cuales según Marx son parte de la superestructura. Por lo tanto el cambio social está a su vez determinado por las propias estructuras sociales, lo cual implica que el desarrollo histórico es determinista, de ser así todas las sociedades humanas deberían seguir procesos análogos de desarrollo.
Marx considera la historia como un proceso determinista que finalizará con el advenimiento del comunismo en todos los países y la aparición de una sociedad sin clases y sin diferencias entre los individuos, en esto hay una analogía clara con sectas cristianas como los anabaptistas, que anuncian un segundo advenimiento de Cristo y un paraíso sobre la Tierra. La diferencia es que Marx deriva el fin de la historia de una teoría que se dice científica. Los adeptos del marxismo tienen la convicción de que las leyes de la historia están de su parte y que su victoria final es segura en todo el Mundo, del mismo modo que los musulmanes creen que Allah está de su parte y que el Islam terminará imponiéndose en todo el mundo.
El materialismo histórico se basa en la suposición de que los seres humanos quedan completamente caracterizados por la función que ocupan en la división del trabajo, es decir, un trabajador de una fábrica de automóviles es sólo un trabajador de una fábrica de automóviles. El hecho de que sea un varón, español, de raza blanca, católico, hijo de un labrador, con una esposa y dos hijos, son simples accidentes, lo que lo caracteriza como agente social es su trabajo. De hecho para un marxista si dicho trabajador fuese eliminado y sustituido por un senegalés de la tribu serere, de raza negra, musulmán, hijo de una de las siete mujeres del cacique de su aldea, con dos esposas y siete hijos, nada cambiaría y su influencia sobre el devenir histórico sería la misma. En el universo mental marxista los hombres son peones intercambiables, sin pasado ni futuro, sin raza ni nación, sin religión ni cultura, iguales en inteligencia y temperamento, una humanidad de zombis que producen y consumen.
En otras palabras, el marxismo, pese a presentarse como una doctrina de base científica, renuncia a definir al ser humano desde un punto de vista científico, ya que siendo el hombre un ser vivo y pensante, cualquier concepción científica sobre él debe pasar por el dominio de la biología y la neurología. Es obvio que una teoría global de la historia basada en semejante simplificación de la realidad, dista mucho de ser exacta y por supuesto de ser científica. Sin embargo esta simplificación es aceptada como real no sólo por los marxistas sino por muchos liberales y conservadores.
Una vez formulado el mecanismo que rige la historia, Marx analiza el funcionamiento del sistema capitalista y predice su colapso. Este aspecto de la teoría marxista merece ser tenido en cuenta y estudiado con atención. Pues está basado en una observación empírica de la realidad económica y no en una simplificación obviamente inexacta, como el materialismo histórico. Dicha observación es la disminución progresiva de los beneficios obtenidos de la inversión del capital.
Dicho fenómeno había sido detectado ya por los economistas clásicos como Adam Smith, David Ricardo y Malthus. Si llamamos C al capital fijo constituido por la maquinaria y los medios de producción de la industria, V al capital variable que constituye los salarios de los obreros durante un periodo de tiempo dado y Pl a la plusvalía obtenida de la venta de la producción durante dicho periodo, la tasa de beneficios obtenida por los poseedores de capital es la relación entre la plusvalía y el capital invertido, a la que denominaremos r:
La plusvalía es la parte de la ganancia obtenida al vender los productos con la que se queda el propietario de los medios de producción, dicho precio de venta es igual a la suma de los salarios y la plusvalía.
El aumento progresivo de la tecnificación del trabajo hace que cada vez se usen más máquinas y menos obreros para una determinada actividad productiva, por lo tanto la relación x va aumentando:
La tasa de beneficios será entonces:
Si la relación entre la plusvalía y el salario de los obreros se mantiene constante la tasa de beneficios del capital debe disminuir. Según los economistas clásicos esto conduciría a una situación estable en la que se deja de invertir en nuevos medios de producción, sin embargo Marx predice un aumento del paro y de la explotación de los obreros que llevará a un colapso del capitalismo.
Marx considera que los salarios (el salario es el “precio” del trabajador, inferior al valor que aporta su trabajo al proceso de producción, su diferencia es la plusvalía) se mantendrán en el nivel de subsistencia debido a la existencia de un ejercito industrial de reserva de desempleados que presiona a la baja sobre los salarios (si los trabajadores exigen salarios más altos, son despedidos y sustituidos por desempleados de “la reserva”). Las filas de “la reserva” son engrosadas también por aquellos trabajadores que son sustituidos por las máquinas en el proceso de acumulación de capital, por lo que el progreso técnico agravará la situación. Existe por lo tanto una explotación del trabajador (“no se le paga todo lo que aporta”). En cambio, no es posible explotar a la maquinaria, que sólo añade a la producción el mismo valor que se sustrae de su depreciación.
Su teoría del valor, de la cual depende todo su sistema, presenta muchos problemas que no son resueltos de forma plenamente convincente, por ejemplo: la plusvalía en Marx no surge en el intercambio/venta del producto sino en su producción, así pues la finalidad del capitalista es la de extraer plusvalía de cada trabajador, no del comercio. Otro problema aun más evidente, si el valor de un bien está determinado por el tiempo de trabajo que contiene, ¿por qué empíricamente se observa que los precios de mercado discrepan con frecuencia de sus valores trabajo?
En su teoría subyace la concepción de la época de que los servicios no son una industria (con Marshall nace la concepción de que producción es igual a los bienes y servicios con valor económico) (por ejemplo, que los fisiócratas consideraban que la agricultura era la fuente de valor).
El sistema capitalista ha pasado por varias crisis de sobreproducción, que han estado asociadas a este fenómeno, sin embargo siempre han sido compensadas por un desarrollo tecnológico que ha permitido bajar el número de obreros, como predecía Marx, pero también los costes de los medios de producción, por lo que la relación entre los salarios y el capital fijo no ha disminuido. Otro factor que ha impedido que se produzcan los efectos predichos por Marx es la expansión del capitalismo hacia nuevos mercados, lo que ha permitido paliar las crisis de sobreproducción encontrando nuevos compradores y manteniendo los precios lo suficientemente altos para seguir obteniendo una plusvalía que haga rentable la inversión.
La obra de Marx pertenece al estado embrionario del análisis económico, su instrumental analítico quedó obsoleto tras la revolución marginalista de 1870.
Pese a las limitaciones del análisis de Marx, sigue siendo cierto que el sistema capitalista requiere una innovación continua en los medios de producción y una expansión territorial y demográfica continuas, que a la larga serán insostenibles. La actual globalización es una consecuencia necesaria del modo de producción capitalista. Los marxistas, lejos de posicionarse en contra de la globalización y otras consecuencias funestas del capitalismo, ven en ella un paso necesario para la instauración del comunismo mundial.
El marxismo político.
Además de formular una teoría determinista de la historia y un análisis del sistema capitalista, Marx formula el mecanismo político por el cual se realizará el paso de la sociedad capitalista a la sociedad comunista, la toma del poder político por el proletariado y la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Las corrientes anarquistas y socialistas utópicas anteriores, influidas por la teoría del “buen salvaje” de Rousseau, habían propuesto la creación de pequeñas comunidades autosuficientes en las cuales se volvería a formas de producción anteriores a la industrialización, la más famosa de estas comunidades utópicas es el Phalansterio de Fourier. Por el contrario, Marx, durante las reuniones de la Primera Internacional, se enfrenta a las tesis de los socialistas utópicos seguidores de Proudhon y a los anarquistas de Bakunin. En vez de pequeñas comunidades autosuficientes, Marx defiende un modelo político fuertemente estatizado. En él, el proletariado controla los medios de producción a través de un Estado omnipotente.
Llegados a este punto tenemos las claves para explicar la enorme fuerza ideológica del marxismo. En primer lugar su concepción lineal y determinista de la historia hace que el creyente y militante marxista sienta que es el instrumento de una ley eterna de la historia y por lo tanto su lucha está abocada necesariamente a la victoria final. Por otro lado el marxista tiene claro que el objetivo final de su lucha es la conquista del Estado, por lo que cualquier solución intermedia será considerada como un paso previo al control total del Estado. Esto hace imposible la coexistencia del marxismo con cualquier otra ideología, el resto de las ideologías deben ser erradicadas sistemáticamente, puesto que son manifestaciones de una etapa de la historia que se debe superar. Por último el marxismo, originariamente se dirige al proletariado del S.XIX, una clase que ha perdido bruscamente el contacto con la forma de vida campesina de sus antepasados inmediatos, que carece de propiedades y cultura y al que se promete un paraíso sobre la tierra en el que con mucho menos trabajo podrá gozar de un nivel de vida mucho mejor.
Durante el la segunda mitad del S. XIX aparecen partidos social demócratas en la mayoría de los países europeos, los cuales llegar a adquirir un gran peso político en países como Alemania y Francia, sin embargo, la doctrina marxista tuvo su primera aplicación política en Rusia, un país que todavía era eminentemente agrario y que contaba con un proletariado que se restringía a ciudades como Moscú y San Petersburgo. El partido bolchevique no es un partido de masas cuando llega al poder, sino más bien una vanguardia revolucionaria cuyos dirigentes, no provienen de la clase obrera, en cuya dirección hay una fuerte representación judía y que cuenta con el apoyo económico de grandes banqueros occidentales como los Roschild, los Rockefeller, Olaf Aschberg (director del “Nye Bank av Stockholm”), William Boyce Thompson, Albert H. Wiggin (director del “Chase Nacional Bank”) y otros muchos. Estos banqueros, tras la revolución, obtuvieron numerosos beneficios de la explotación de los recursos naturales rusos.
Como vemos a la luz de estos nombres, la revolución rusa distó bastante de ser la toma del control del proletariado de los medios de producción, efectivamente el proletariado fue utilizado por los bolcheviques para tomar el poder, pero las clases que se enfrentaron no eran el proletariado y la burguesía. Quienes tomaron el poder efectivo fueron una serie de personajes salidos de la alta y media burguesía, con el apoyo de grandes capitales bancarios, quienes fueron derrotados y eliminados sistemáticamente fueron la vieja nobleza, los pequeños industriales rusos y sobre todo el campesinado. Muchos campesinos habían tenido el acceso a la propiedad de la tierra una generación antes, con la abolición de la servidumbre, al principio de los años 20, el gobierno comunista procedió a la expropiación sistemática de las tierras y en muchos casos a la exterminación del campesinado, los campesinos reaccionaron con dos grandes sublevaciones, una de ellas en Ucrania, y otra en el Volga, ambas fueron aplastadas de la forma más sangrienta por el ejército rojo. Para acabar con la resistencia campesina, los dirigentes comunistas no tuvieron reparos en provocar una hambruna que mató a más de 5 millones de personas, sobre todo en Ucrania.
No es el objetivo de este artículo entrar en una descripción pormenorizada de los regímenes comunistas y los 100 millones de muertos que ocasionaron, quien tenga curiosidad por ello puede consultar “El Libro Negro del Comunismo”. Simplemente señalaremos que tras la toma de poder de los comunistas, la situación del proletariado no sufrió una mejora sustancial, de hecho los sindicatos dejaron de defender las condiciones laborales de los obreros y se transformaron en instrumentos para mantener la disciplina laboral y evitar huelgas.
El marxismo cultural.
En Europa occidental y en Estados Unidos no se ha aplicado nunca el modelo económico marxista, sin embargo, el marxismo cultural domina todos los aspectos de nuestras sociedades, puede que esta afirmación suene extraña a algunos rectores. Lo que llamamos marxismo cultural es designado con el eufemismo de “Corrección política”. ¿Cuál es el origen de la corrección política?
Los orígenes de la corrección política actual hay que buscarlos en los primeros años del S. XX. Justo después de la revolución rusa, los marxistas occidentales esperaban una inminente revolución de las masas obreras en el resto de Europa, sin embargo esta revolución no tuvo lugar más que en Hungría y Alemania. En estos dos países los revolucionarios no tuvieron el seguimiento esperado entre los obreros y ambas revoluciones fueron abortadas. ¿Por qué los obreros no se sublevaron? La respuesta a esta pregunta la dieron dos pensadores marxistas, el italiano Antonio Gramsci y el húngaro Georg Luckacs. La respuesta fue que los obreros no eran capaces de ver sus intereses de clase porque estaban inmersos en la cultura occidental, por lo tanto es en el plano cultural donde se debe preparar la revolución. Al obrero comunista a debe serle extirpada su cultura y su historia, esto deberá llevarse a cabo mediante lo que Gramsci denomina combate cultural.
En 1923 el multimillonario marxista Felix Weil, establece en Frankfurt un círculo de reflexión dirigido por Luckacs. Este círculo recibirá el nombre de Instituto para la Investigación Social y es más conocido como Escuela de Frankfurt. En 1930, el Instituto pasa ser dirigido por Max Horkheimer, un seguidor Freud y del psicoanálisis. Horkheimer replantea las tesis marxista según la cual la superestructura es una mera consecuencia de la infraestructura económica. Sus reflexiones le llevan a formular lo que él mismo denominó Teoría Crítica. ¿Qué es la teoría Crítica? Max Horkheimer afirma que la manera de destruir la civilización occidental es el ataque sistemático a todos sus valores, no la formulación teórica de una sociedad alternativa. Pongamos un ejemplo. Valor: El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer con el objetivo de formar una familia, tener hijos y transmitirles los valores de sus antepasados. Crítica: El matrimonio puede ser cualquier tipo de unión donde intervenga la atracción sexual sin ningún fin concreto. Resultado: Instauración del matrimonio homosexual.
Otros miembros del Instituto para la Investigación Social fueron Theodore Adorno, Erich Fromm y Herbert Marcuse. Estos dos últimos autores, desarrollan una teoría según la cual las diferencias sexuales son construcciones sociales propias de la sociedad burguesa. Es mejor no añadir ningún comentario.
El Instituto para la Investigación Social fue cerrado en 1933 con la llegada de los nacionalsocialistas al poder. Sus miembros, en su mayoría judíos, se refugiaron en Estados Unidos y reestablecieron el Instituto con ayuda de la Universidad de Columbia. Durante la segunda guerra mundial participaron activamente en el esfuerzo bélico americano, Marcuse, por ejemplo trabajó para la OSS, el precursor de la CIA.
Tras la guerra, el Instituto para la Investigación Social vuelve a ser abierto en Frankfurt, sin embargo, Marcuse, su máximo exponente en aquella época se queda en Estados Unidos y se convierte en el ideólogo de las revueltas estudiantiles de los 60 e inspirará a algunos líderes de los movimientos revolucionarios negros. Su obra “Eros y civilización” será la Biblia de los Hippies. El marxismo cultural de Markuse y la escuela de Frakfurt, ya no va dirigido hacia el proletariado, sino a los hijos de la alta burguesía y las clases medias. En este nuevo contexto, la lucha de clases que predicaba el marxismo económico debe ser reformulada, la clase deja de definirse en base a la propiedad de los medios de producción, sino en función del grupo cultural al que se pertenece. La cultura deja de ser un mero producto de las relaciones de producción. Para el marxista cultural, es la cultura la que determina unas relaciones de producción imaginarias, un obrero de la construcción, blanco y de civilización occidental es un explotador, mientras que un deportista millonario africano es un explotado.
En el marxismo económico, las leyes de la historia requieren la eliminación de los propietarios de los medios de producción y la expropiación de dichos medios por el Estado. En el marxismo cultural, quienes deben desparecer son todas aquellas personas que conservan patrones culturales europeos. Las personas de cultura occidental son por definición una clase opresora y malévola por naturaleza, independientemente de su situación económica. En contraste, la nueva clase oprimida y buena por naturaleza está constituida por todos los individuos no occidentales, como negros o chicanos. Esta última posición retoma claramente la idea del buen salvaje de Rousseau. A las razas no europeas hay que añadir grupos como los homosexuales y las mujeres feministas (en el sentido político del término).
Igual que el marxismo económico pretendía la expropiación de los bienes de la burguesía y la desaparición final de dicha clase social, el marxismo cultural busca la desaparición final de la civilización occidental y de los portadores de dicha civilización. Esto se realiza mediante la colonización masiva de Europa y Estados Unidos por las masas tercermundistas y mediante la aplicación de lo que llaman “discriminación positiva”. ¿Por qué positiva?, porque se realiza a favor de grupos étnicos y culturales que son buenos por naturaleza y en contra de grupos que son malos por naturaleza.
Una vez vistos los nuevos parámetros en los que se define la lucha de clases o más bien la lucha de grupos culturales, sólo queda subrayar que el programa antieuropeo de los marxistas culturales se ha llevado a cabo con muy escasa oposición, en prácticamente todos los países de Europa occidental y en Estados Unidos, Canadá y Australia. Entre los años 60 y 70, las leyes que favorecían la inmigración europea y restringían la inmigración no europea, fueron derogadas en Estados Unidos y Australia, lo cual fue el inicio de un proceso de colonización sistemática de ambos países por parte de las masas tercermundistas, dicho proceso se ha venido acelerando durante los años transcurridos y hoy es más rápido que nunca. En Europa occidental el proceso de ocupación tercermundista ha sido completamente análogo y en ciudades como París o Londres la población autóctona se ha visto reducida por debajo de la mitad. La colonización va acompañada de la discriminación cada vez más acusada de la población autóctona frente a los nuevos colonos, en Estados Unidos y en Inglaterra, la “discriminación positiva” es algo que está presente en todas partes, en Francia, donde esta discriminación ya se aplica en la adjudicación de ayudas sociales, se están haciendo esfuerzos continuos para imponerla en todos los ámbitos de la sociedad. La tendencia es la misma en todos los países de Europa.
Tanto la izquierda como la derecha políticas han admitido en una u otra medida los postulados del marxismo cultural, para ello no ha sido necesaria una revolución violenta, los marxistas culturales, se han impuesto gracias a tres factores, en primer lugar el apoyo de la banca internacional, que los ha utilizado para impulsar el proceso de globalización económica. En segundo lugar su dominio de lo que Gramsci llamaba “combate cultural”, es decir, la infiltración masiva del movimiento asociativo. Asociaciones ecologistas, pacifistas, universitarias, culturales, de defensa de los derechos de la mujer y todo tipo de ONGs han sido creadas o infiltradas por los marxistas culturales. El factor más importante ha sido sin embargo la ausencia total de resistencia, efectivamente la derecha conservadora no ha tenido la capacidad no política ni ideológica para oponerse al avance del marxismo cultural, de hecho, la derecha conservadora ha terminado por aceptar como propias muchas ideas fabricadas por los marxistas culturales. El marxismo político y económico se encontró en su avance con una ideología que aportaba una solución alternativa a los problemas sociales de los que se alimentaba la ideología marxista, una solución nacional e identitaria en contraste con la solución internacionalista marxista. Tras la segunda guerra mundial, no quedaba nada capaz de frenar la expansión del marxismo cultural.
Evolución del marxismo en Europa del Este.
Si comparamos Europa occidental y Europa oriental desde el punto de vista de la libertad de expresión y pensamiento, vemos que en Europa occidental hay una serie de temas que no es posible abordar sin una serie de riesgos que van desde el ostracismo social hasta la prisión pasando por la pérdida del puesto de trabajo. Cualquier desviación del pensamiento oficial sobre temas como inmigración y raza, es severamente perseguida por la nueva forma de inquisición que es la corrección política.
En contraste con la falta de libertad de Europa occidental, en Europa del Este, los peligros a los que se exponen quienes piensan libremente, son mucho menores. El poder del marxismo cultural es mucho menor allí donde triunfó el marxismo político y económico. ¿Por qué ocurrió esto?
Hay dos respuestas, la primera es que en la Unión Soviética, desde 1917 hasta 1989 el marxismo internacionalista que se instaló en el poder, se fue rusificando progresivamente y fue tomando posiciones nacionalistas rusas. El primer viraje hacia el nacionalismo tuvo lugar en 1925, cuando Stalin impuso sus tesis autárquicas frente al internacionalismo extremo que representaba Trotsky. El segundo viraje tuvo lugar entre 1941 y 1945, durante la guerra con Alemania, Stalin optó por reactivar el nacionalismo ruso y ponerlo al servicio del esfuerzo bélico. De hecho en Rusia, la segunda guerra mundial fue denominada “gran guerra patriótica”. El tercer viraje fue la “campaña anticosmopolita” de principios de los años 50, en la que numerosos dirigentes del partido fueron eliminados tras ser acusados de internacionalistas. Ciertos sectores de la izquierda en Europa occidental reniegan de la figura de Stalin por estos tres detalles, no porque exterminara a millones de disidentes políticos en el Gulag. Sin embargo Trotsky, creador del ejército rojo y cómplice de la matanza sistemática de kulaks y cosacos, que tuvo lugar tras la revolución, es considerado como alguien de moral intachable y como el exponente de una ideología “perfecta”, que fue desvirtuada por Stalin.
El segundo motivo es que el marxismo cultural tiene su origen en la teoría crítica de Max Horkheimer, doctrina dirigida a la destrucción de una sociedad, evidentemente, en los países comunistas no hubo movimientos inspirados por la teoría crítica. Mientras los marxistas culturales de Occidente defendían el aborto, las drogas y la homosexualidad, en la Unión Soviética el aborto y las drogas eran ilegales y la homosexualidad no estaba precisamente bien vista.
¿Qué hacer?
El marxismo cultural es una construcción teórica cuyo único objetivo es la destrucción de nuestra civilización y de nuestro pueblo. Esta ideología representa un peligro mortal puesto que se trata de un enemigo interior, que está presente por todas partes. Desde los primeros años de escolarización, los jóvenes europeos son educados en el desprecio hacia sus raíces étnicas y culturales. ¿Cómo enfrentarnos a un enemigo que tiene un poder casi absoluto, que controla los gobiernos de nuestros países, las instituciones culturales y educativas y los medios de comunicación de masas?
Para encontrar la respuesta es necesario un análisis profundo de la estructura ideológica y los métodos del marxismo cultural. El marxismo cultural es una ideología eminentemente destructiva, no busca la construcción de una nueva sociedad, como el marxismo del S. XIX, sino que simplemente busca destruir la civilización occidental. Esta falta de voluntad creativa se ve con claridad en las contradicciones de una ideología que dice defender los derechos de las mujeres y que fomenta la implantación del Islam en nuestro territorio. El carácter destructivo de la izquierda cultural se ha acentuado notablemente con la caída de la Unión Soviética. Con la desaparición del bloque comunista, la izquierda occidental ha perdido su referente histórico, lo cual ha acentuado su odio hacia la civilización europea.
Quienes hayan discutido alguna vez con marxistas culturales (comunistas, socialistas, liberales, cristianos multiculturalistas etc.) habrá reparado en que la mayoría de las veces, estos individuos renuncian a defender sus posiciones y se limitan a atacar las ideas del contrario. La otra gran dificultad que los identitarios nos encontramos en los enfrentamientos dialécticos con los marxistas culturales es el hecho de que en la mayoría de los casos los conceptos manejados en la discusión son productos del marxismo cultural, como “derechos humanos”, “opción sexual”, igualdad… Incluso el vocabulario empleado en las discusiones políticas ha sido diseñado por el marxismo cultural, palabras como “sin papeles”, tolerancia, racismo y otras muchas, son inventos del marxismo cultural, el hecho de usarlas en una discusión política, implica aceptar la derrota a priori.
El primer paso para enfrentarnos al marxismo cultural es la renovación total de nuestro pensamiento, todos los conceptos y palabras de la corrección política deben ser sustituidos por conceptos identitarios. Debemos sustituir el término inmigración por el de colonización, ya que el proceso que estamos viviendo, tiene una magnitud muy superior a la inmigración, y supone una ocupación de un territorio por unas poblaciones, acompañada de la eliminación progresiva de la población autóctona, la cual sufre un auténtico derrumbe demográfico. Igualmente debemos borrar el término racismo y sustituirlo por el de supervivencia. Los marxistas culturales han denominado racismo a cualquier actitud por parte de las poblaciones europeas, que busque defender su supervivencia como pueblos.
Lo que los marxistas culturales llaman tolerancia ha de ser llamado imposición. El concepto de “derechos humanos”, debe modificarse incluyendo el de “derechos de los pueblos” y el de “deberes de los individuos”. Los “sin papeles” deben ser llamados por su nombre, ilegales, clandestinos o invasores. El “aborto” debe ser llamado genocidio, pues es lo que realmente es cuando se aplica a la escala a la que se está aplicando hoy. La homosexualidad no es una “opción sexual”, sino una desviación sexual. La “igualdad” es un concepto jurídico, que implica que dos personas deben ser tratadas de igual modo si han cometido la misma falta o si tienen los mismos méritos, no un concepto ontológico como dicen los marxistas culturales.
Una vez que tengamos las ideas claras, todos los valores del marxismo cultural deben ser criticados y atacados sin descanso, ninguna concesión ni léxica ni ideológica debe ser hecha al marxismo cultural. El marxismo cultural tiene el dominio absoluto del universo político e ideológico de nuestras sociedades, pero tiene un punto débil. Ese punto débil es que es falso. Una ideología dispuesta a enfrentarse al marxismo cultural con sus propias armas, cuyos seguidores tengan el mismo grado motivación y disciplina que los marxistas culturales, pero que a diferencia del marxismo cultural sea verdadera, puede enfrentarse al enemigo de nuestra civilización y operar la regeneración ideológica que nuestro pueblo necesita para seguir existiendo.