Las abuelas torreñas guardan memoria del duende que habitaba una de las casas de la calle Empedrá de Torre de Juan Abad, muchos años antes de nuestra locura cainita. Era un ejemplar de los más sosegados y pacíficos, por mor que en alguna que otra ocasión produjera ligeras escandaleras testimoniales. Recuerdan cómo siendo niñas sus abuelas les advertían de aligerar pies y no detenerse, curiosas, al pasar por la "Casa del Duende". Alguna mocica en su temor y fantasía creyó ver los ojillos maliciosos del duende brillando tras los sucios cristales o en lo alto de la piquera.
Refieren y aconsejan los "duendólogos" que el mejor método para librarse de este duende consiste en no prestarle atención, dificultad santificada. Al ser ignorado, herido en su desmedido ego, muy pícaro decide marcharse para no regresar.
Otro género de duendes, son los diminutos, los liliputienses que apenas levantan un suspiro del suelo. Hiperactivos, oscilan entre asilvestrados y residentes domésticos, pues si bien viven en las cavidades de los árboles, nidos de aves, bajo piedras, etc., pasan cortas temporadas en domicilios humanos para cometer sus pequeñas fechorías.
Muy aficionados a encabritar a los animales de corral y caballerías, las someten a mil trastadas. Sienten verdadera predilección por esconder y cambiar de lugar pequeños objetos: dedales, agujas, navajas, monedas, tijeras, etc. ¿No han oído nunca...? "¡...aquí hay duendes!..." al no hallar el objeto en el lugar esperado. Bien, éste es el duendecillo responsable.
Harto simplón e infantil se divierte a lo grande con sus intrascendentes pillerías. Posiblemente, el más amable y querido de todos ellos.
Solitario, independiente, recalcitrante, dado el caso de coincidir con el "Martinico", no quiere trato alguno con él, abandonando, chineros, poyetes, candiles. ..partiendo en busca de nuevos espacios cercanos a su antiguo habitáculo, donde reiniciar sus aventuras y travesuras. Se han recogido informaciones que corroboran la creencia que han sido abundantes los ancianos asistidos por estos personajillos en momentos de debilidad de memoria.
Su peligrosa pequeñez le obliga a ser muy prudente y cauto en sus desplazamientos y correrías. Su tamaño es un continuo riesgo, puede ser aplastado por algún pie humano, casco de mula, o devorado por la canalla gatuna, su mortal enemigo. Se cree que posee la facultad del lenguaje de los animales. Ciertamente sus aventuradas expediciones a campo abierto y calles transitadas, son mar de sobresaltos. Pero que se sepa, jamás se encontró cuerpo alguno del duendecillo accidentado.
A continuación tenemos los "malismos", semejantes a los trolls nórdicos. Babeantes, feos con avaricia. De aspecto feroz, llenos de pelos que le cubren todo el cuerpo en largas y grasientas guedejas, segunda piel que arrastran.
Moran en tenebrosas cuevas y antros preñados de tinieblas, junto a murciélagos y demás criaturas nocturnas. Algunos de ellos son los encargados de guardar los tesoros y riquezas que hay bajo tierra. Curiosamente nadie los ha visto, nunca acuden a la superficie, la luz les ofende y consume. (Para no haber sido descubiertos, ni ojeados por los hombres, su descripción no deja de resultar curiosa e intrigante). Los más peligrosos de todos los duendes, pues son diestros en encantos y hechicerías dañinas. Peores que el "Pernales". Quiere la tradición que alguno de ellos velan el cumplimiento de la maldición condenatoria de la "Encantá" sanjuanera.
Javier Villafañe* recogió en Arenas de San Juan, por boca de una anciana sabia en hierbas, tres familias de duendes, que según él no guardan parentesco alguno:
1. Duendes servidores del Diablo.
2. Duendes protegidos de la grey angelical.
3. Duendes al servicio de ellos mismos.
Los primeros primos hermanos de nuestros duendes trogloditas. También son fieros cancerberos de tesoros ocultos y gracias a sus poderes mágicos, en un pis-pas, convierten los dineros y joyas supultados, en repugnantes escamas, para evitar que les sean arrebatados. Igualmente están cubiertos de matas de pelos.
Los segundos tienen aires a querubín inocentón y bonachón: son los dulces duendes que ayudan a los humanos a hallar los pequeños objetos extraviados (quizás remedian la pequeña barrabasada cometida por sus otros diminutos parientes). Viven en los nidos de las poéticas golondrinas, que los cobijan y protegen maternalmente. Un abuelo cozareño los había visto. ..en una pintura de Murillo.
Y los terceros guardan algo más que un tufillo de "Martinico". Caóticos, pendencieros, arrastran pequeños muebles, los cambian de lugar, consumados maestros de la prestidigitación se divierten haciendo juegos de visibilidad e invisibilidad con toda suerte de utensilios domésticos.
De escasa alzada, su cubil son los costureros de las más ancianas y de hermanas que han quedado para vestir santos. Igualmente se esconden en los agujeros de nuestras bodegas, cuevas, chimeneas, etc., convirtiéndolos en confortables cortijillos. Bacines impenitentes, nocherniegos, bullangueros y como el resto, burlones y bailones.
Todos los duendes citados sienten primorosa y amorosa devoción por la música, en la cual algunos de ellos son verdaderos divos. Escribe Villafañe que en habiendo un piano en casa allá va con sus escasos bártulos a tomarlo como lugar de residencia.
Corren cuentos y "sucedíos" de campanas sonando a destiempo: ¡manos de duende!, sentencian los abuelos.
Dando de mano con estos geniecillos que formaron parte de millones de sueños infantiles, alguna que otra ilusión y temor de adulto, decir que: los duendes se explican facilmente, lo difícil es explicar ...que hay duendes.
Y como decía Montaigne "mi conciencia no falsifica nada, de mi ciencia no respondo".
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