Desde la torre erguida,
se ofrece toda entera
la ciudad extendida
desde la paramera.
La torre bien plantada
de piedra eterna y dura,
confunde en su mirada
el burgo y la llanura.
Es una espiga enhiesta
de trigo candeal.
Es una dama apuesta
y un faro espiritual.
Una caja sonora,
con campanas de pascua,
y custodia que dora
el sol, igual que un ascua.
Un árbol secular,
un índice de fe,
y un altivo alminar
que el tiempo pasar ve.
Le regalan, la luna
con ajorcas de plata,
y Ferrari con una
galante serenata.
Y mientras el destino
de los hombres se muda,
su perfil peregrino
guarda una gracia aguda.
¡Oh, torre de la Antigua,
grato es ver el través
de tus ojos, la ambigua
ciudad bajo mis pies!
Este Valladolid
cortesano y señor,
de sangre hispana vid
y de Castilla flor.
Contraste de las leyes,
conciencia justiciera,
seguro de los reyes
y tierra comunera.
Fundo del Conde bueno,
cátedra doctoral,
regio salón ameno
de una corte banal.
Albergue de Cervantes,
cadalso del valido
Don Álvaro. (Arrogantes
sombras frente al olvido).
Las jornadas postreras
de quien dió un Nuevo Mundo
y las rojas hogueras
de Felipe II.
Y ése gesto soberbio
que con la acción alterna,
y ése indomable nervio
que una vida aún gobierna.
La ciudad y su gloria
desde la Antigua veo;
sus archivos de historia
y su rico museo.
Su gesta y democracia,
que, en perenne granito,
con fortaleza y gracias
un arte ilustre ha escrito.
Casonas de hidalguía,
del ayer claro ejemplo,
y la aérea crestería
del palacio y el templo.
Aquel Renacimiento
(áurea antorcha del mundo),
y aquel florecimiento
de los gremios, fecundo.
(Orfebres, curtidores,
alcalleres, boteros,
pelaires, tejedores
y guadamacileros...)
Y el compás del molino
y el rumor del canal,
que ritman el destino
de su vivir actual.
Un tañir de campanas
y un rugir de sirenas,
en las claras mañanas
de vaticinios llenas.
Así cruza la Antigua,
a la altura del cielo,
la doble voz ambigua
de ayer y hoy, como un vuelo.
Fernando de Lapi -
«Suma poética». Valladolid, Imprenta Castellana, 1925.
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