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Autor Tema: Luis Pérez Infante - "La muerte de Durruti" (1937).  (Leído 1775 veces)
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« : Diciembre 25, 2014, 18:37:52 »


LA MUERTE DE DURRUTI





I - Madrid en peligro

En los frentes de Aragón
se libraba gran batalla
cuando llegó la noticia
de que a Madrid se acercaban
cinco ejércitos rebeldes
con las más modernas armas:
tanques y ametralladoras,
morteros que a gran distancia
batirían la ciudad.
Junkers, Capronis… (El Papa
promete su bendición
para mayor eficacia).
Buenaventura Durruti,
que en Aragón peleaba,
cuando supo estas noticias
así habló a su gente brava:
-¡Compañeros! Hay que ir
a la capital de España,
donde el fascismo pretende
clavar su sangrienta zarpa.
En Castilla nos jugamos
una decisiva carta
de esta dura guerra a muerte
que tenemos entablada.
Vayamos, pues, a Castilla,
vamos pronto, camaradas,
que se para todo el cuerpo
cuando el corazón se para,
y ya sabéis que Madrid
es el corazón de España.

II. Durruti en Madrid

Buenaventura Durruti,
pelo en pecho, dura barba,
con sus hombres más valientes
va por tierras castellanas.
Sus ojos llevan el mar
hasta las llanuras pardas
-abrazo para Castilla
de Cataluña, su hermana-.
Los vientos de la meseta
soplan gentiles. Abrasan
de ardor que nació que nació en la nieve
y que afiló la distancia
los pechos de sí encendidos
de las tropas catalanas.
Empujado por el viento
y empujado por sus ansias
llegó Durruti a Madrid
con el clarear de un alba.
-¡Quién dijera, Manzanares,
pequeño río sin agua,
que tu cauce había de ser
nuestro límite con África!
Que si tu orilla derecha
pisan Franco y su canalla,
la que de Marruecos vino
al son de promesas falsas,
de tu izquierda brota, viva,
fresca y ardiente savia,
templada ya en el combate,
de la verdadera España,
la de los trabajadores
que no reconocen castas.
Te prometo, Manzanares,
que en lo que te falta en agua
lo llenará el rojinegro
de mi sangre libertaria,
antes que ver por Madrid
a las turbas africanas.

III. La muerte

Madrid, mediado noviembre,
era un llover de metralla.
Del tejado a los cimientos
se estremecían las casas.
Si no granizos, cristales
a la lluvia acompañaban.
El cielo, todo una nube
gris, densa, más densa, baja.
La luz, el relampagueo
del cañón…
Se peleaba.
Y la Muerte, ciega en ira,
volando de casa en casa.
-¿A quién buscas, compañera?
¿Cúya será la garganta
que siegues, Muerte?!
¡Responde!
(Una voz el aire rasga)
-Quiero a quien me desafía
con su pecho y arrogancia.
Busco a quien vino a buscarme
de tan lejos. Mi guadaña…
-Pero dime. Muerte, dime
su nombre, Muerte, ¿se llama…?
-¡Durruti…!
Se pasma el viento.
Por todo el ámbito vaga,
hielo flotando en el aire,
el nombre del camarada.
Buenaventura Durruti,
pelo en pecho, dura barba,
por los frentes de Madrid,
con toda su gente brava,
citando a muerte a la Muerte,
citándola cara a cara.
(La Muerte, como una sombra,
le rondaba, le rondaba.)
-¡Compañeros! ¡Al ataque!
¡La bayoneta calada!
¡Que no quede vivo un moro!
¡Qué se acreciente la fama
nuestra con este combate!
¡Que no puedan superarla
los más valientes del mundo!
(Paso a paso se acercaba
muda, la Muerte a Durruti).
Los catalanes avanzan.
Locas, a los cuatro vientos
silban y silban las balas
que, perdidas, blanco encuentran,
por azar, y en él se clavan.
Uno de estos proyectiles
detiene en seco la marcha
de todos los catalanes.
Cunde el espanto. ¿Qué pasa?
Nadie sabe ni responde.
Pelo en pecho, dura barba.
Buenaventura Durruti,
el que a la Muerte citara,
abrazado con la Muerte,
yerto, en el campo quedaba.

IV. Promesa de venganza

¡Ay, dolor de Barcelona!
Por las calles, por las plazas
va el entierro de Durruti.
Silenciosamente avanza
la comitiva, compuesta
de miles camaradas
que cierran, firmes, los puños,
que aprietan, rudos, la barba
para que el llanto no acuda.
La multitud apiñada
se duele calladamente
por el cadáver que pasa.
¡Ay, dolor de Barcelona,
que es dolor de toda España!
Puños en alto prometen
tomar cumplida venganza:
-La venganza es atacar
con furia nunca igualada.
Si Madrid entero dijo
"¡No pasarán!" -y no pasan-
ha llegado ya el momento
de que suene en toda España
otra consigna que diga:
"¡Pasaremos!"
La palabra
se multiplica en el viento,
la mece el mar en sus aguas,
la esparcen ondas sin fin,
se eterniza en la distancia.





Luis Pérez Infante - «La muerte de Durruti». Romance publicado en la revista El Mono Azul; 11 de febrero de 1937.
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