El carácter castellano
El hombre de cada región es un producto de su medio natural. La geografía modela al ser humano a su antojo. Se comprueba cómo los hijos de emigrantes, que se asientan en otros lugares, adquieren las influencias del ambiente natural donde viven. Por tanto, el medio físico imprime el módulo de expresividad al ser humano.
He aquí por qué Castilla nos da un tipo varonil con sus peculiaridades raciales en consonancia con sus circunstancias geográficas.
Las áridas llanuras de Castilla como un mar encrespado, su cielo límpido y despejado, sus lomas rojizas resquebrajadas de sed, la desolación, los éxtasis, el silencio solemne de la monotonía infinita, los paisajes geométricos de líneas cruzadas, el clima extremado imprimen a los hombres de Castilla su heroico estilo de vida con perfiles físicos y espirituales bien acusados. El carácter castellano concuerda en armonía con el medio natural en torno: reciedumbre espiritual, austeridad heroica, estoicismo moral. Por ello descuella el espíritu especulativo y de reflexión. Predominio racional apto para las ciencias que exigen esfuerzo mental. Escasas aptitudes para las creaciones imaginarias. He ahí su realismo en la poesía y el arte [no] son los primores de la loca fantasía.
Don Antonio Machado, que ha cantado los campos de Castilla, nos da el retrato poético del castellano de este modo:
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto,
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.Efectivamente, recorriendo los pueblos de Burgos, Soria y Segovia hemos encontrado al hombre retratado por el poeta. Arquetipo de temple celtíbero. Sin mestizaje de visigodo o árabe. Es mesaticéfalo, mezcla de celta e ibero, con un índice cefálico de 76 a 77, variable escasamente de unas provincias a otras. Su peso medio oscila entre 60 y 61 kilos, talla media, escasa robustez, poco perímetro torácico.
El hombre de Castilla es musculoso, cenceño, barba y cejas pobladas, como los pinariegos del Urbión, ojos astutos, rostro curtido por el clima y heroico para luchar contra las adversidades de la madrastra naturaleza.
Interesa a los españoles conocer el carácter castellano porque España se hizo en la mente de Castilla y les ha quedado por herencia y tradición a los castellanos una aptitud especial de españolía invencible, vinculada a su raza, su lenguaje, sus sentimientos políticos y a su espíritu de independencia contra lo extraño.
Pero habrá quien nos pregunte ¿qué es el carácter del que tanto se divaga sin precisión? Para nosotros, los etnólogos, el carácter es la expresión suprema de subjetividad humana, que tiene su raíz en la psicología, la herencia y el temperamento vital.
Fue Herbart, filósofo de la pedagogía, quien nos dejó un tratado sobre el carácter y su educación. Más el carácter como exponente de una raza es innato, tiene sus raíces en la herencia, lo da su medio natural geográfico, es escasamente educable, por ello es permanente en cada pueblo desde el punto de vista etnológico.
Hay muchas gentes que confunden carácter con temperamento. Pero éste no pasa de ser uno de los factores, de raíz biológica, que pueden acusarlo.
Aristóteles se refiere a los seis vicios que tienen los viejos por razón de la frialdad de los humores, de su temperamento: codicia, avaricia, cobardía, recelo, desconfianza, malicia. En cambio, Platón nos dice que el temperamento de los jóvenes es húmedo y caliente, he ahí sus virtudes.
Recordemos que Castilla, aunque modelada al estilo romano, conservó la originalidad del carácter de sus habitantes. Debido a su resistencia etnológica. A su adecuado marco geográfico. A la vitalidad de su raza. Por eso al realizarse la Reconquista, se pusieron en vigor los instintos jurídicos atenuados por la civilización romana, dando lugar a la creación del condado autónomo contra el imperialismo leonés.
De tal manera que el casticismo de Castilla, la casta de su raza que viene de castro, que quiere decir pureza, adaptado a su medio natural, se diferencia del carácter de sus otras regiones hermanas. En nada se parece el castellano, grave, sobrio y austero, al vasco vigoroso y soberbio de pocas palabras, o al aragonés, recio, bronco y sincero, o al gallego, paciente y laborioso, o al catalán, flexible, industrioso y europeo, o al andaluz, ingenioso, alegre, con espléndida imaginación creadora.
El hombre de Castilla fundamenta su dignidad en el honor. En ser guarda cuidadosa de su independencia personal. Aquí todos iguales, dicen los castellanos, en igualdad política y del Rey abajo ninguno.
Y con rojos pimientos y ajos duros
igual come el señor que sus criados.He aquí por qué el castellano fue siempre monárquico en grado superlativo, porque para él mismo el Rey sintetiza la voluntad nacional y es el defensor de las libertades, la justicia y el honor de sus súbditos, en igualdad para todos, ricos y pobres, ortodoxos y hetedoroxos, reformistas y recalcitrantes, poetas y obtusos.
Aquellas quinientas familias de caballeros creadas por los condes de Castilla, imprimieron de atmósfera de hidalguía a la raza castellana. Por eso, todavía si visitamos las casas de los labradores afincados, nos quedamos sorprendidos de las señoría de sus moradores, de su singular acogimiento.
Uno de los factores del dominio espiritual del carácter castellano es su lenguaje. La posesión del idioma elaborado por su raza que se hizo nacional e internacional. Me contaba un eminente pensador madrileño, que en cierta ocasión prolongó su viaje en un tren, por oír la conversación lisa y llana de unos labradores burgaleses que iban a su lado.
Se le acusa a Castilla de retrógrada en sus estilos de vida. Nos es que sea intolerante. Es que su fuerza intrahistórica le induce a defender su postura radicalmente firme en sus ideales de independencia contra los extraños. Por su tradición intrahistórica aspira a conservarse inconmovible, eliminando ajenas influencias a su contextura moral.
Por esto fracasaron los estímulos de renovación de los reformistas contemporáneos de buena fe en las polémicas entre europeizantes y castellanistas integristas que no dieron nunca su brazo a torcer.
G. MANRIQUE DE LARAArtículo publicado en ABC (edición de Madrid) el 18 de mayo de 1966, página 37.