Hacia la organización comunera. Un proyecto de manifiesto.Mis anteriores artículos en EL NORTE DE CASTILLA han sido ocasión para que escuche reproches por no incorporarme a algún partido político. No desconozco, ciertamente, la relativa inutilidad ciudadana de quienes se hallan al margen de las organizaciones políticas: condenan a la ineficacia su capacidad para la gobernación del país y restan ayuda a los gobernantes. Mi separación de ellas no proviene del suicida deseo de aislamiento, o atracción de la cómoda postura del crítico, sino de un disentimiento ideológico y táctico.
He dicho muchas veces que una República inspirada en la Justicia, tendente al bien común, y sin incrustaciones privilegiadas, es aspiración de la ciudadanía española; dije también que la República había sido puesta al servicio de la clase obrera socialista y del nacionalismo aldeano; los partidos políticos existentes han sido defensores del mal que supone este escamoteo o mixtificación de la República, o no saben rebelarse contra él, y, por ello, muchos ciudadanos no podemos incluirnos en sus filas. Estas ideas impregnan y saturan el ambiente ciudadano de Castilla; en las últimas elecciones celebradas para vocales del Tribunal de Garantías, los candidatos de partido han sido derrotados en nuestra región; en toda Castilla - Vieja, Nueva y León - han triunfado los agrarios, que no están adscritos a partido alguno, que no son derechistas ni izquierdistas, que son defensores de la región vejada, de la economía deshecha; los labriegos de Castilla, fieles guardadores del ideal y sentido político de nuestros mayores, han expresado la decisión de defender a la comarca generadora de España, y mientras actúe el nacionalismo catalán, responder con el nacionalismo castellano, de la España castellana, evitador de desigualdades, injusticias y privilegios hoy imperantes. Éste y no otro es el significado del arrollador triunfo agrario: un regionalismo de las comarcas aglutinantes, forjador de la España esperada.
Éste potente despertar ciudadano de Castilla no ha encontrado organización política que le encauce y le sirva: exige no ser instrumento ni del derechismo ni del izquierdismo, sino que todos le ofrendan su esfuerzo para el logro de su apetencia de mejoramiento, protección a las fuentes de riqueza, supresión de las imposiciones catalanistas, iniciación, dentro de la República, de la política que la es natural: política plenamente española, no doblegada a nacionalismos locales ni a criterio de clase partidista.
He esperado, todavía confío ocurra, que alguna personalidad de prestigio nacional se decida a dirigir el movimiento político castellano, realizando la beneficiosa obra de hacer intervenir, inteligentemente, a la ciudadanía de Castilla en la política de España, para que la patria sea lo que debe ser, e impidiendo que el sano civismo de nuestros conterráneos sea desviado por corifeos derechistas, convirtiéndole en defraudador de la agricultura y en peligro de la República.
He escrito bastantes artículos sobre estas cuestiones, y no es preciso continuarles; la hora del decir debe dejar paso a la de obrar; en el momento de la acción, sobran razonamientos y argumentaciones; idea que no intenta realizarse, no vale la pena haberla producido. ¿Cómo proceder? Reuniéndonos quienes creemos es necesario organizar a Castilla y que no se frustre su destino, para constituir el partido servidor de la agricultura, que es la base de esta región y de España, e inspirado en integral españolismo, y expandir esta organización ciudadana por todos los pueblos del país castellano.
Antes de convocarse a esa reunión, es preciso sepamos quiénes nos disponemos a trabajar en dicho sentido, pues no basta el asentamiento íntimo, la finalidad que se pretende quedó reflejada en un proyecto de manifiesto que hace ya más de un año se pensó dar a conocer, y que se halla avalado con la firma de personalidades prestigiosas, transcribiéndole a continuación:
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A la opinión pública.- Vive España días de máxima emoción. No la motiva el cambio de régimen político, ni la proyección que éste ha tenido en problemas tan ligados a la sensibilidad pública como el clerical y el que supone la Reforma agraria. La cuestión que ha provocado mayor preocupación ciudadana y pasión popular es la estructuración de nuestra patria, y es lógico que así sea, pues del acierto o error que presida al tratarla, puede derivarse la unidad real de los pueblos españoles, o su verdadera diversidad y alejamiento, con la secuela de perturbación en los demás problemas que afectan a la sociedad española; es decir, la existencia o no de España como nación, problema fundamental de excepcional transcendencia para el espíritu ciudadano de nuestro país. Un problema de esta envergadura no puede resolverse en el laborar de un día: lo que en éste se juzgue solución, no es más que una fase de aquel, un aspecto temporal de la evolución del mismo. La estructuración iniciada en España no es definitiva, pero tampoco puede negarse su gran importancia, y, por tenerla, es preciso que Castilla, región de acusada personalidad, no siga al margen de tal problema, que concluya su silencio, que termine la desorientación que originó el planteamiento inesperado de esta cuestión, y que la halló sin preparación para tratarla. No es esta región, que fue el núcleo aglutinante y formador de la nacionalidad española, quien pueda satisfacerse con la influencia pasiva de quien indiferente en nada interviene, sino que ha de hacer, que debe hacer lo que esté en armonía con sus ideales, sentimientos e intereses, o sea con su directriz política, y cómo a la generación actual la cabe la responsabilidad de la actuación o no de Castilla, nosotros que la sentimos, efecto de la comprensión del problema y del amor sentido a Castilla y a España, cumplimos la obligación de dirigirnos al pueblo castellano con la pretensión de que se nos una para marchar por el cauce que, en nuestra opinión, corresponde.
Queremos que Castilla se organice, que el Parlamento apruebe su Estatuto proporcional al catalán en materia económica, sin solicitar notas distintivas en lo demás; es decir, queremos una organización regional que mantenga en absoluto nuestra unidad espiritual con el resto de España, y establezca la igualdad con él en el terreno hacendístico, y por tener firme decisión de lograrlo, por su conveniencia para Castilla y España en esta hora histórica, llamamos a la opinión pública para que nos ayude en el empeño expresado; pedimos a las Diputaciones, a los Ayuntamientos, a las entidades de cualquier clase que sean, que actúen en pro de la consecución de este proyecto dentro de la esfera de acción que les sea privativo.
Con las diferencias ideológicas, con discrepancias sobre la organización que debe tener España, todos los partidos políticos radicantes en Castilla, actualmente están de acuerdo en la necesidad de organizar a nuestra región: por concreción de su ideal los que le profesen autonómico, los que han demostrado su simpatía por la pretensiones catalanas, porque han de sentir el imperativo de reclamar para su país lo que creyeron conveniente para otro pueblo de España, y los contarios, porque han de amoldarse a la realidad, y han de comprender que no es posible proceder como si la aspiración ideal de la Castilla integradora estuviera realizado, sino que hay que actuar teniendo en cuenta su actual negación, y que no es posible proceder como parte de una nación lograda cuando todavía está por hacer.
Castilla tiene una misión histórica que cumplir: no por egoísmo regional, orgullo de superioridad, ha de defender la permanencia e intensificación del llamado espíritu castellano, acervo de generosidad, de alteza de miras, de visión amplia y universalista, vehículo de civilización, sino porque es depositaria del mismo servicio de la Patria, de la Humanidad y de su progreso. Para cumplir su dictado histórico, Castilla necesita volver a pensar en sí, fortificarse, incrementar su riqueza, cuidar de su economía, base de la potencialidad espiritual, y ésto sólo puede obtenerlo organizándose, lo cual creará la conciencia de la solidaridad castellana y misión a cumplir, y dirigirá las energías de esta tierra a impulsar su riqueza material, que ha de ser reavivador de su espíritu.
Castilla, la tierra de los Comuneros, que consintió la derrota de éstos por creer que el César se vinculaba a su espíritu universalista. Castilla, que engañada y sometida al poder personal para satisfacción de las ambiciones de éste, empobreciéndose e incapacitándose para realizar la obra magnánima de integración real de la Patria. Castilla, que al estructurarse España por regiones, tiene que evitar continuar depauperándose al sufragar el máximo de cargas del erario público, favoreciendo los intereses particularistas de las comarcas mimadas por los hombres encumbrados al Poder. Castilla, en esta hora de revisión de la historia del pueblo español, ha de reanudar la directriz política de los comuneros, truncada en el cadalso de Villalar, que no es, que no puede ser en Castilla, el triunfo de libertades trasnochadas que suponen el ocaso de la Libertad, sino preparación paulatina y pacienzuda, con el fortalecimiento del pueblo aunador de España, de la constitución real de la nación española.
Queremos que este manifiesto sea para Castilla, con el pensamiento fijo en España, el segundo aldabonazo comunero.»
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El Norte de Castilla", 20 de septiembre de 1933.La segunda guerra comunera. Salve Castilla.Muchas veces se ha dicho que España es lo que Castilla quiere; esta verdad inconcusa ha sido desconocida por la mayoría de los políticos españoles que ha cabido la mala suerte de conocer a la generación a que pertenezco; ellos vejaron al espíritu de Castilla, ellos despreciaron los intereses de Castilla; la madre de naciones, la región nucleadora de España, no podía hacerse oír, no era atendida, se la consideraba como a colonia esclavizada; pero un pueblo de espíritu fuerte como el castellano, asimilista, nacionalista e imperail, no puede resignarse a morir, a dejar de ser.
El actual levantamiento, que con toda el alma deseé no fuera necesario; éste estallido bélico, al que sólo puede compararse en nuestra historia la guerra de las Comunidades y la del siglo pasado contra Napoleón, significa eso, resistencia a morir de un pueblo grande, firme decisión de imponer su espíritu magnífico, y ello explica la unanimidad del Ejército, la asistencia entusiasta del pueblo.
Es la vida o la muerte de Castilla, es la vida o muerte de España lo que se litiga en los campos de batalla.
La cautelosa y tesonuda actuación de Cataluña y Vasconia en pro de su independencia, con la complicidad y colaboración de los políticos de las tertulias madrileñas, amenazaba el inmediato desgajamiento de España, el fracaso del espíritu aunador de Castilla, la muerte del espíritu vivificador e imperialista de nuestra región.
Las medidas gubernamentales de la última época, inspiradas e impuestas por el socialismo a sus servilones del Frente Popular, a los pseudos republicanos izquierdistas, tendían, con la esperanza de implantar el régimen económico comunista y la dictadura del proletariado, a la desaparición de la pequeña propiedad, asiento siempre de la personalidad y libertades del pueblo y valladar inexpugnable del régimen llamado capitalista en la lucha destructora de la economía y del bienestar general que le ha declarado el cerril y fanático marxismo. Castilla, país de clase media y pequeña propiedad, estaba, pues, amenazada de muerte.
Madrid, la capital de España, que con frivolidad inconcebible no comprendió su misión nacional de cabeza y corazón de la Patria al guardar silencio ante las pretensiones disgregadoras del litoral hispano, que había de herir hasta sus propios intereses. Madrid, que no ha sabido ser tampoco ciudad de Castilla por no sumarse a las justas y agobiantes peticiones de nuestra región. Madrid, que desdeñó las preocupaciones provincianas, los problemas de la Patria, ahogando el impulso progresivo de los pueblos españoles con la actuación de una frondosa burocracia reclutada por las relaciones particulares de los contertulios, de aprendices de políticos con vanidades de estadistas. Madrid, más aldeano que las aldeas de España, que todo lo empobrecía, amenazaba de muerte la prosperidad y grandeza del pueblo español.
No es esta lucha el choque de ambiciones partidistas; reducirla a eso revelaría incomprensión y traición a la misión excelsa de Castilla; es el esfuerzo titánico de un pueblo en defensa de la undiad de la Patria, de la economía nacional, de la libertad, que estaba aherrojada por la dictadura socialista, cada vez más demoledora; es el ansia de aplastar al covachuelismo madrileño para imponer en la gobernación del país la sana y honda preocupación por los problemas nacionales; es, en una palabra, la reivindicación por un pueblo de su espíritu y de su misión histórica; no otra cosa intentaron, hace siglos, los comuneros de Castilla; su vencimiento arrastró a nuestra región a la decrepitud, causa de la decadencia de España: esta segunda guerra comunera representa, definitivamente, la vida o muerte de Castilla y de España.
Por ser cuestión de vida o muerte, quienes estuvimos aislados por no querer contribuir a las luchas políticas que habían de desembocar en la guerra civil, ante la realidad dolorosa de su actualidad, estamos dispuestos a ofrendar nuestra vida por el porvenir de la Patria, a que otras actuaciones a su servicio resultaron ineficaces.
Soldados de los batallones de Castilla, descendientes del Cid Campeador, que siguiendo su ejemplo ensancháis la tierra patria con el fuego de vuestro mosquetón, sois la vanguardia en esta lucha decisiva; los que nos hallamos en el declive de la juventud, no por odio, no por instinto de venganza, sin ansia de represalias que desprestigiarían nuestro noble propósito, sino por convicción de ser un mandato de la raza y necesidad de la madre Patria, hemos de seguiros en el esfuerzo en el momento preciso, o cubriendo el hueco que dejáis vacante.
¡VIVA CASTILLA! ¡VIVA ESPAÑA!
"El Norte de Castilla", 4 de agosto de 1936.