CASTILLAVibra el sol por la llanura
dilatada
de Castilla, de Castilla tierra sobria,
de Castilla tierra parda.
Vibra el sol por la llanura de la vega
castellana,
calcinando con el fuego de su lumbre cegadora
los penachos cimbradores de las mieses abrasadas,
y escribiendo, con el oro fecundante
de su savia,
el poema portentoso de una gente,
el poema milagroso de una raza
que forjó con los aceros de sus ínclitas espadas
cien leyendas
sobre el yunque fragoroso de las épicas batallas.
Vibra el sol por la llanura de Castilla sobria
y parda,
y al vibrar canta en el ritmo
de sus rojas llamaradas,
de los viejos castellanos la alta prez
y la alta fama,
que no en balde recorrieron bajo el sol de su hidalguía
y al empuje de sus lanzas
la ancha tierra, y clavaron sus pendones al arrullo de sus mares
y otras playas
por el esfuerzo prepotente de sus brazos
conquistadas.
Eres tú, vieja Castilla, siempre noble
y siempre brava,
el cincel con que se esculpen,
el crisol donde se labran
los asombros de la Historia,
los prodigios de la fama.
Por los ámbitos abiertos de tus campos luminosos
y en los ecos resonantes de tus cumbres solitarias,
aún se escuchan en Babieca, vigorosas,
las homéricas pisadas,
el trotar firme y sonoro
del corcel que, sobre el arco palpitante de sus ancas,
sintió el peso de un gigante
y el agobio de unas armas
que en cerrada lid reñida con la muerte y al abrigo de la gloria
cabalgaban.
Y aún perciben los oídos, el conjuro de vientos
que sacuden los breñales de tus cumbres y tus laudas,
el rumor de viejas preces
que una larga
comitiva, vivo ejemplo de hidalguía y obediencia
castellana,
plañidera ha glosado, tras el pálido cadáver de un rey bello,
por capricho de una reina enamorada.
Para orgullo de tu estirpe,
para envidia de otras razas,
que no tienen en los bronces de su escudo los laureles de la guerra
ni las rosas encendidas de pasiones esforzadas,
en tus bronces
yo pondría limpia espada
victoriosa de tajante y firme acero, y a su lado el dulce nombre de esa reina
enamorada.
Vibra el sol por la llanura de Castilla sobria
y parda,
y al vibrar, canta en el ritmo
de sus rojas llamaradas
el poema portentoso de una gente,
el poema portentoso de una raza,
siempre pródiga en ingenios de la paz en los remansos,
y en las lides siempre brava.
GABRIEL DURIENZOPoema publicado en «El pueblo: órgano de los trabajadores» (nº 122, 4 de septiembre de 1922). Era un periódico socialista cuya redacción y administración se situaba en la Casa del Pueblo de Salamanca, imprimiéndose en Béjar.