... hay, hay vida después del daño y después del dolor, y también, y aún, después del sufrimiento;
cómo si no, cómo si no este honor de nuestro retorno para estar aquí, cómo, cómo si no...
pues que tantas, tantas veces habremos arrancado del desastre y la ignominia el corazón
y habremos tenido que enarbolarlo y jugárnoslo, incluso a riesgo de su muerte,
para intentar salvarlo con sólo un pálpito de luz,
con uno, con uno, con uno sólo;
... pero, ah, y en cambio - salvo muy conscientemente Aristóteles -
casi nadie vio ni previó entre el alma y para el alma el sol de la alegría,
ese gozne íntimo de profundo e infinito júbilo,
esa lengua de fuego vivo que insemina la sangre y que hirviendo arranca con amor desde el pecho,
y va limpiando y abriendo la voz, los ojos, la mente, el fulgor del ser,
ese himno divino que, una y otra vez, a su paso invoca, instruye y reconstruye;
... por tanto, quién, quién podrá ya apagar - por ejemplo - la sonrisa abisal e inmortal de Gioconda,
cortar el hilo-lumbre de oro en que vibra el Ave María de Schubert,
la 9ª de Beethoven,
o el Concierto de Aranjuez, del maestro Rodrigo,
quién, quién...
... y es que es tanto el gozo, la percepción y poder de una honda y pura alegría, tanta su fruición,
que invitados quedan ustedes a concluir, a salvar y dar amparo a este humilde poema,
con el final de esa bellísima canción napolitana de "Santa Lucía", final que dice así:
O dolce Napoli, o suol beato,
ové sorrídere, volle il creato,
tu sei l'impero dell'armonia.
¡ Santa Lucia ! Santa Lucia !
Or che tardate ? bella è la sera,
spira un'auretta, fresca e leggera,
venite all'agile, barchetta mia.
¡ Santa Lucia ! ¡ Santa Lucia !
Antonio Justel
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