[Carlos, personaje central de “Libro de Ahab”]
¡ Carlitooosss, Carlooosss... !
aún, aún es mi madre desde la ventana:
viuda repentina y limpiadora de mocos y mugres de toda laya y fuste,
eso fue ella, ella, eso fue mi madre;
... si no supiera que se abrasó el aliento y también las manos y la vida para criarme,
si no tuviera la certeza de que se arrancó del alma el vendaval del cuerpo
para tenerme entre sus ojos,
hoy, de forma constante y tronándome, no me saldría esta voz de dentro diciéndome:
¡ Caín, Caín, que has hecho con tu madre... !
“... irás al colegio, al mejor, y serás abogado”, me dijo, cogiéndome de la mano,
llorando, entrecortándose y cayéndose cuando volvíamos del entierro de mi padre;
¡ ... y qué baldón,
qué sierpe de colores y de muerte me tocó en el hombro cuando fui abogado,
en qué ciénaga de olvido sumergí mi triunfo fulgurante con la ley
y usurpé mis horas de ilusorio fulgor,
qué desvarío ¡ Gran Dios ! qué vil traición, qué calamidad y qué, qué negra urdimbre !
... tiemblo y ardo en frío, en miedo y soledad, me muero, madre;
¿ ... te acuerdas ? sobre aquella camilla de hule verde y a cuadros,
mano a mano jugábamos al parchís y a las damas las tardes de domingo;
¡ te quiero, te quiero y te querré siempre, siempre, madre !
y, sin embargo, continúa, continúa y sigue donde estés y no te asomes:
ahora, los domingos, no llegan, no existen;
y, además, si nos matan, este lumpen mío no le da la más mínima importancia;
no, no vengas madre, no vengas de ese otro lado,
no te asomes a ninguna ventana,
no te acerques ni me llames, madre, no quieras verme,
no, no aparezcas, no, por favor, no, no regreses nunca.
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Antonio Justel Rodriguez
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