Bush y la democracia en Cuba
Rafael Morales
Dos noticias. El gobierno de George Walker Bush viola el derecho militar estadounidense y las cuatro convenciones de Ginebra. Tras una resolución del Supremo, la administración republicana estará obligada a tratar a los enjaulados en Guantánamo como prisioneros de guerra. Otra información. Condoleezza Rice, secretaria de Estado, presenta la segunda parte del plan Bush (dos años después del primero) llamado Plan de Asistencia para una Cuba Libre.
¿Cómo confiar en un vecino condenado por su Tribunal Supremo en materia de derechos humanos, violados en Guantánamo, Irak con elecciones y todo, Afganistán y Oriente Medio, por ofrecer algunos ejemplos actuales? Y tras casi 50 años de un bloqueo mil veces condenado por la Asamblea General de la ONU. No contemplamos un intento de diálogo con La Habana sobre el futuro de Cuba sino la pretensión de acelerar la asfixia del pueblo cubano por todos los medios posibles. A estos gringos les cuesta aprender de sus propios fracasos cada vez que intenta doblegar a Cuba con semejantes métodos ilegales.
Tras la instauración de “un gobierno de transición (¿quién elige ese gobierno, Washington?) que organice elecciones multipartidarias libres e imparciales” se esconde el designio de siempre: liquidar la revolución, instaurar un régimen cipayo, acabar con los dirigentes actuales, asegurar la devolución de las propiedades nacionalizadas tras la caída de Fulgencio Batista, acabar con las conquistas sociales de Cuba y privatizar hasta el aire. Allí no hay lugar para revoluciones naranjas. Semejantes objetivos sólo podrían alcanzarse (quizás) tras una matanza indiscriminada de la población. Las elecciones vendrían después de la destrucción. Como en Irak o Afganistán. Si los resultados de los supuestos comicios disgustasen a los gringos, no hay problemas. Se desconocen y ya está. Como en Palestina.
Para acelerar esa transición dirigida y tutelada por una potencia extranjera sin solvencia moral alguna, el segundo plan Bush “mejorará la aplicación de sanciones para mantener la presión económica sobre el régimen…” entregando millones de dólares a la oposición dentro y fuera de Cuba, impidiendo en la medida de lo posible las escasas relaciones comerciales del país, prohibiendo las remesas de los que residen en Estados Unidos dirigidas a sus familiares en la isla, obstaculizando las actividades cubanas de solidaridades en todo el mundo (por medio de maestros y médicos, un verdadero ejemplo de cooperación al desarrollo), amenazando a quienes ofrezcan oxígeno contra el bloqueo como Venezuela. Por cierto, el vicepresidente venezolano, José Vicente Rangel, respondió que el plan “confirma el intervencionismo abierto y flagrante del gobierno del presidente Bush en el nombre de principios que no respeta”.
Poco nuevo bajo el sol. Lo relativamente novedoso es el ruidoso silencio internacional ante otro zarpazo ilegal. El horizonte político de Cuba corresponde decidirlo a los cubanos. Ellos encontrarán seguramente las formas democráticas y revolucionarias de avanzar, a pesar de su propia burocracia. Pero sobre esa perspectiva nada tienen que hacer los gringos, salvo acogerse lealmente a las leyes de las relaciones internacionales. Si Washington apostara por dialogar con La Habana sobre democracia o cualquier otro asunto, suspendería las agresiones económicas en lugar de acentuarlas. No creo que los cubanos inviten a Bush para colaborar con la hermosa y dura tarea de construir el futuro de su país. Lo mejor será que este presidente se abstenga de acudir a la fiesta.
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