La Falange española y los judíos

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Madrid 33:
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La Falange y los Judíos
-Elías García de Santos-

En el Congreso sobre los judíos celebrado en Londres el pasado año, Enrique Múgica Herzog, representante de España, miembro del Partido Socialista Obrero Español y judío, exculpaba al régimen del general Franco acerca de persecuciones en la dura época de la Segunda Guerra Mundial. El resumen de su intervención venía a subrayar la diferencia de trato que el General Franco dispensó a demócratas o a judíos. Algo que no es novedoso, ni constituye intento alguno de revisar al alza el régimen del General Franco, simplemente de colocar las cosas en su sitio, que, por otra parte, ya habían sido colocadas con toda la carga de un rigurosa investigación histórica por parte del profesor Luis Suárez (1)

El que fuera Jefe del Estado español, simultaneaba su cargo con el de Presidente de Gobierno, Generalísimo de los Ejércitos y Jefe Nacional del Partido Único, o sea, de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS.

Por las similitudes que algunos han querido ver entre la genéricamente denominada Falange y otros partidos totalitarios, genéricamente denominados fascismos, conviene un acercamiento a la postura que la Falange adoptó ante el tema del racismo y en concreto acerca de su relación con el tema judío.

El 14 de Diciembre de 1935, José Antonio Primo de Rivera había fundado en Milán la primera extensión extranjera de la Falange Española de las JONS. De forma espontánea y con escasos lazos con la organización radicada en España fueron surgiendo núcleos de militancia falangista en algunos lugares como Cuba, Argentina o Méjico. Mayor consistencia cobraron estos grupos a raíz del estallido de la Guerra Civil lo que obligó a que el 9 de Febrero de 1937 quedara oficialmente constituido el Servicio Exterior de Falange Española de las JONS con Felipe Ximénez de Sandoval al frente. El Reglamento de ese Servicio explicaba que la finalidad de aquella creación era el desarrollo de la Falange “entre los españoles que residan fuera de la Patria, así como entre los extranjeros unidos a nosotros por imperecederos lazos de sangre, idioma y raza y mantener relaciones con aquellos movimientos nacionales de ideología similar a la nuestra". Los extranjeros que pretendieran militar en la Falange no podrían pasar de la categoría de adheridos.

Los reajustes subsiguientes al Decreto unificador (Decreto integrador 255) acabarían por convertir ese Servicio en la Delegación Nacional del Servicio Exterior con José del Castaño Cardona al frente, un diplomático de segundo rango nombrado Delegado Nacional, para quien “se ha constituido la Falange Exterior, precisamente para establecer el vínculo entre los compatriotas que viven más allá de nuestras fronteras y los que en este momento , dentro de España luchamos para conseguir dos finalidades: la de ganar la guerra contra el marxismo internacional y la de crear un nuevo Estado…”

Esta Delegación Nacional cursaba en Noviembre de 1937 unas órdenes con el propósito de evitar suspicacias en Estados donde pudiera haber militantes falangistas no españoles: “Falange Española Tradicionalista y de las JONS…tiene por lo tanto, un carácter y contenido profundamente polìticos y sus afiliados tienen, por el hecho de ser falangistas, derecho de intervención y de actuación en la gobernación del Estado y, asimismo, la obligación de ejercitarlo. De aquí se deduce la imposibilidad de que los ciudadanos extranjeros puedan ostentar la condición de falangistas de pleno derecho para lo que es indispensable gozar de la nacionalidad española.”

Con esas coordenadas resultaba inviable que la Falange exterior sirviera para cualquier no español y esta condición la habían perdido los judíos sefarditas hacía ya cuatrocientos cuarenta y cinco años, con las amplias excepciones de quienes renegaron y se dispusieron a vivir en una fe distinta a la de sus antepasados, integrados de pleno en la sociedad española. Pero siendo la función esencial la ya aludida no había por qué olvidar a quienes extranjeros (tanto viviendo en otros Estados como haciéndolo en la España nacional) decidieran acercarse a la Falange.

El ya mencionado Reglamento del Servicio Exterior de la Falange había abierto esa vía, pero la realidad bélica la sobrepasaba porque la llegada de voluntarios extranjeros incluidos en las Milicias de la Falange confería el grado de militancia de pleno derecho, es decir, la condición de militante y alteraba la consideración reglamentaria de “adheridos”.

Para ordenar el tema y no perder los apoyos de falangistas de otros Estados, a partir del 11 de Noviembre de 1937 se reservó una condición especial para ellos, la de “simpatizantes extranjeros” con resquicios de excepcionalidad para cobijar a algún militante, también extranjero (2), Esa condición de simpatizante extranjero se debía aplicar, según el propio Del Castaño “con un criterio de gran amplitud”. Pero si bien así se hizo entre quienes se acercaron a los escaparates falangistas diseminados por medio mundo, hubo una dolorosa excepción, un baldón para la Delegación Nacional del Servicio Exterior: la cuestión de los judíos sefarditas.

Destacadas figuras de la Falange como Agustín de Foxá o Ernesto Giménez Caballero pudieron tener un sentimiento a favor de los sefarditas y aunque este comportamiento, en opinión de algún hipercrítico de la Falange, lo fuera por razones “imperialistas”, resulta innegable la corriente de simpatía hacia ese eslabón hispánico desgajado: simpatía que también había tenido el régimen del General Primo de Rivera, que, por vez primera desde la expulsión, había arbitrado un procedimiento para que los sefarditas pudiesen recuperar la nacionalidad española. Es posible contraponer a este sentimiento ciertas opiniones antijudías de algún precursor del falangismo como es el caso de Onésimo Redondo, que había sacado a la luz en sus escritos lo que se podría relacionar con el subsconciente castellano de la maldad de los judíos, emparentado con creencias e interpretaciones religiosas y no con prácticas de segregación racial. Por otra parte, un breve repaso a la opinión sobre los judíos en la corta vida política de la Falange Española no revela animadversión declarada, todo lo más, no era un tema de preocupación principal en el pensamiento falangista.

En Enero de 1934 el portavoz oficial de la Falange Española, el semanario FE, publicaba un artículo en donde tras considerar el antisemitismo como una peculiaridad del “fascio–alemán” (sic) y elemento de diferenciación con otros movimientos afines, llegaba a cierta comprensión de esa postura en un escenario dialéctico que conducía fatalmente a la dominación o, en caso contrario a ser dominado (3) Todavía en esos albores de 1934 la inmisericorde persecución contra los judíos no había estallado en Alemania.

En 1935 algunos falangistas entraron en los almacenes SEPU de la Gran Vía madrileña y produjeron algunos desperfectos. Era la respuesta a las tropelías que los propietarios realizaban con las empleadas, novias algunas de ellas de estudiantes de la Falange. El capital de ese establecimiento parece pertenecía a judíos y ese detalle, curiosamente, apenas ha sido tratado en textos históricos, tanto en los de tipo defensor como en los de carácter crítico.

Si el antisemitismo era elemento catalizador en centroeuropa no lo era desde luego en España. La ausencia de esa característica en el pensamiento falangista se ponía de manifiesto en Junio de 1936 por boca de su Jefe Nacional, preso por aquel entonces. En efecto, con ocasión de una entrevista (4), tras señalar la posibilidad de que el programa sindical del nacional sindicalismo y del nacionalsocialismo tuvieran algún parecido, dejaba claro, sin que mediara pregunta directa sobre el tema que “…en cambio, Falange ni es ni puede ser racista”. Difícilmente podía ser otra la manifestación de quien anclaba sus pensamientos en el catolicismo, una religión de esclavos, heredera del judaísmo.

Lejos de cualquier racismo, para el fundador de la Falange, "España no se justifica por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por una vocación imperial para unir lenguas, costumbres, para unir razas y para unir costumbres en un destino universal" (intervención parlamentaria de 30 de noviembre de 1934).

No existe nada parecido con el sentimiento de superioridad racial o de exclusión por razón de razas. Sin embargo es posible ver en publicaciones falangistas surgidas espontáneamente, haciendo la guerra por su cuenta, esporádicas manifestaciones antijudías, en donde la simpatía con el nazismo alemán en su vertiente antisemita era más fuerte que la coherencia doctrinal con los presupuestos de José-Antonio Primo de Rivera. Mariano Eloy Rodríguez Otero hablaba de “muestras explícitas de un antisemitismo flagrante” en publicaciones falangistas de Argentina. La conspiración judaizante la extendían éstos al sindicato CGT de Méjico o a los judíos franceses que apoyaban el comunismo (5). Se puede observar también cómo se da a los judíos un valor corporativo -algo de lo que ellos nunca renegaron por otra parte- opuesto al Alzamiento nacional y favorable al Estado republicano Las circunstancias internacionales fomentaban estos conatos de repulsión que en la pura ideología no existían.

Hay también singulares ejemplos de afiliados falangistas judíos como el caso de Santiago Elías encuadrado en la Falange de Milán antes que medidas prohibitorias impidieran el acceso. También en Rumanía se iba a producir el ingreso o su intento en las filas de la Falange por parte de judíos. En Abril de 1938, ante estas demandas por sefarditas, el Delegado Nacional indicaba al Delegado falangista en aquel país que esas peticiones no deberían ser atendidas mientras no hubiera un pronunciamiento claro sobre el tema. Como ya se ha indicado más arriba, el propio del Castaño había indicado máxima generosidad en cuanto a la acogida. De hecho, un ciudadano estadounidense mandaba la extensión falangista de Puerto Rico, no había en puridad ningún impedimento racial y las publicaciones oficiales de la Falange Exterior llegaban a propagar con entusiasmo que “La Falange arraigó pronto entre los negros” (6), inequívoco signo de brazos abiertos. Sin embargo, la falta de definición, el compás de espera acerca del tema judío, el titubeo ya se había instalado en las jerarquías de la Falange.

Un mes más tarde, el Delegado de la FET en Turquía, Fernández Chwoyka recibía desde España el siguiente escrito: “con respecto a los sefarditas no debes admitirlos en nuestra organización es un asunto que ha de ser estudiado y sometido a la opinión de las jerarquías superiores del Movimiento, mientras tanto debes atenerte a las normas de conducta que antes te indico”. Lo que antes se indicaba era la no precipitación. Debieron pesar más las ráfagas antisemitas de países amigos que la consideración de fidelidad histórica de esa minorías de judíos españoles que, después de haber sido expulsados de su patria, continuaban cuatrocientos cincuenta años más tarde, reafirmando orgullosos su origen con su nombre colectivo.

En el mes de Octubre de 1938 decidieron las jefaturas definitivamente la no admisión de judíos: “…pasa a constituir una norma de carácter general que debe ser conocida, en forma confidencial, por los Jefes y Delegados de Falange Española Tradicionalista y de las JONS en el Exterior, a fin de que se abstengan de admitir en nuestras Organizaciones a los judíos sefardíes, aun cuanto tuvieran la nacionalidad española.”

El patriotismo de la Falange, con horizonte verbal en la Hispanidad, que no se sujetaba a conceptos raciales o telúricos en opinión de Primo de Rivera, quedaba en entredicho. Todo lo más que se estaba dispuesto a admitir era la posibilidad de que los sefarditas pudieran formar sociedades a favor de los nacionalistas españoles, apoyadas por la Falange. Pero incluso esta opción producía cierto temor a la hora de respaldarla ante los mandos de Exterior. Por ello, Juan Beneyto, Delegado falangista en Rumanía, ya acabada la guerra española, le decía a Agustín de Foxá que fuera él quien propusiera esa medida. El Delegado rumano en un medio proclive al antisemitismo y en circunstancias manifiestamente hostiles se contagiaba de aquello. En otra comunicación que enviaba a Foxá, en Diciembre de 1940, se justificaba de cierta carta de presentación que había hecho para un afiliado judío (admitido posiblemente por error en la Falange) con el argumento de ser puro compromiso y declarando no tener el menor interés por él. Apatía, indiferencia, desprecio. La “santa hermandad de la Falange” quedaba por tierra como tantas veces.

El problema sobre integración de los sefarditas se había manifestado con cierta frecuencia en el área de los Balcanes. El Inspector falangista para aquella zona, Alfonso de Zayas, había propuesto al Delegado rumano en Junio de 1939 la medida siguiente: “Yo creo, y más por la experiencia que tienes, se podría crear algo en los países balcánicos que podría halagar a los que siempre han tenido un sentido Nacionalista y adhesión sincera al Generalísimo.. Por ejemplo: simpatizantes sefarditas, adheridos sefarditas y militantes sefarditas, pero siempre agregando la palabra sefardita que no les daría ningún derecho en el Partido, y sí un título honorífico con el que premiaríamos su entusiasmo”. Estas palabras de Alfonso de Zayas, después de la circular prohibitoria de admisión y del sentimiento antisemita que barría Europa, se deben considerar, a pesar de todo, de tono favorable a los sefarditas. No hay más que pensar en la vorágine antijudía de Alemania, la gran amiga de España.

En los ánimos de muchos falangistas había intereses encontrados. Por una parte, escasa devoción hacía el fenómeno judío al que se emparentaba con los peores enemigos: masonería y comunismo, y por otra, la realidad de los judíos sefarditas a quienes desde una actitud hispánica se hacía preciso englobar en el proyecto de expansión civilizadora de España.

Una realidad añadida y contradictoria completaba el tema de los sefarditas, la de que apoyaban, en casos, la causa nacional y aportaban recursos y que, sin embargo, seguían siendo judíos.

La falta de definición y los aspectos contradictorios hay que situarlos en una dinámica de imprecisión, donde la coyuntura o el oportunismo acababan por marcar las pautas. No tengo por seguro si lo que ocurrió se debió más a que dominó una cara del poliedro falangista o a que como dice Miguel Argaya Roca “… a alguien escandalizaré todavía si digo que no creo que exista una “doctrina falangista”. (7)

Se adoptó un camino de exclusión que, conocido o no, tenía su raíz en Alemania. Efectivamente, el 25 de Marzo de 1935 la Liga del Reich de ex combatientes judíos había mostrado un deber y un honor el servicio militar obligatorio en la Alemania de Hitler. Entendían incluso las medidas tomadas con los judíos del Este. A pesar de ello se les negó el derecho a formar parte de la Patria alemana

1.- Por más que no falten los que se empeñan bobamente en presentar los heroicos esfuerzos de los diplomáticos españoles por salvar a hebreos (la labor meritoria de Sanz Briz, de Muguiro, de Perlasca) como si se tratase de un empeño personal, independiente de las instrucciones que recibían del Gobierno de España.

John Graham:
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¿Y qué cojones tiene que ver con la historia de Castilla? Si ya lo decían los compañeros de Yesca que al final sois tan españolistas como el resto de NS's.

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