FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO.... EN LOS ESTADOS UNIDOS.
José Ramón Villanueva Herrero.
(Diario de Teruel, 13 abril 2007)En estos últimos años se ha producido en las esferas del poder económico y político de los EE. UU., una creciente influencia de los sectores religiosos ultraconservadores. Curiosamente, el término “fundamentalismo” surgió a principios del s. XX en los EE.UU. para denominar a los grupos cristianos que fundamentaban su fe (de ahí su nombre), en la interpretación literal de la Biblia, a la cual concedían primacía sobre cualquier tipo de normativa o legislación civil.
Este fundamentalismo ha llegado, incluso, hasta la misma Casa Blanca. Un presidente tan cuestionado como George Bush, recordando su polémica elección en el año 2000, afirmaba: “siento que Dios desea que sea presidente. No puedo explicarlo, pero siento que mi país va a necesitarme. Algo va a ocurrir....sé que no será fácil para mí ni para mi familia, pero Dios quiere que lo haga”. Por su parte, el general William Boykin, adjunto al Secretario de Defensa, afirmó que Bush fue elegido presidente, porque “Dios lo puso allí” para reconducir la política mundial. Tal es así que Bush, se considera un enviado de Dios, que es quien le indica el camino a seguir. Por ello, no tuvo ningún rubor en manifestarle a Nabil Shaat, ministro de Relaciones Exteriores de la Autoridad Nacional Palestina en junio de 2003 que, “he sido encargado por Dios de una misión. Dios me ha dicho: George, ve y lucha contra esos terroristas en Afganistán. Lo hice, y entonces Dios me dijo: George, ve y acaba con la tiranía en Irak, y lo hice”. Resulta preocupante pensar cual podría ser la próxima “misión” encomendada a George...
Este creciente poder e influencia del fundamentalismo religioso en las esferas de poder de los EE. UU. no es un fenómeno nuevo. De hecho, coincidiendo con los años en que el movimiento por los derechos civiles luchaba por abolir la segregación racial en los estados sureños de la Unión, se produjo una reacción de los sectores ultraconservadores norteamericanos contrarios a la igualdad y a la integración racial alegando para ello supuestas razones religiosas. De este modo, mientras algunos predicadores manifestaban que “mezclar razas no es intención de Dios”, otros, como el reverendo James F. Burks, negaba el reconocimiento de los derechos civiles a la población afroamericana pues, según el, la integración racial sería el preludio del Apocalipsis.
Esta ofensiva conservadora, o mejor dicho reaccionaria, hizo que desde 1964, año en el que se aprobó el Acta de los Derechos Civiles por la que se acababa legalmente con la segregación racial en los EE.UU., los principales predicadores fundamentalistas optaran abiertamente por vincularse al Partido Republicano. Estos, convertidos en auténticos empresarios de la religión, (“Savonarolas místico- financieros” los denominó Mario Benedetti), consideran que este partido era el mejor garante de sus fortunas e intereses y, también, de su sesgada visión del cristianismo. Estos influyentes predicadores nunca critican la agresiva política exterior americana, las violaciones de los derechos humanos ni los abusos de las multinacionales, pero hablan, y mucho, del “demonio” (para ellos, sinónimo de comunismo, sida y aborto) y, también, del “pecado”, sobre todo cuando éste tiene nombre de mujer como fue el “caso Mónica Lewinski”, tema éste utilizado por los fundamentalistas contra el presidente demócrata Bill Clinton, que no se había dejado presionar por el poder de los sectores religiosos ultraconservadores. Para ello, abandonando los duros bancos de sus iglesias semivacías, han pasado a utilizar de forma masiva la radio y la televisión para difundir sus mensajes contando para ello con centenares de canales de televisión y varios miles de emisoras locales de radio.
Excepción hecha de los demócratas Carter y Clinton, la influencia de los predicadores fundamentalistas ha sido determinante en la actuación de algunos presidentes norteamericanos. Este fue el caso de Richard Nixon, que ganó las elecciones con discursos plagados de alusiones a la raza y la religión y que tuvo por asesor y confidente al reverendo Billy Graham. Por su parte, Ronald Reagan estuvo muy influido por famosos predicadores como Pat Robertson, lider de la todopoderosa Coalición Cristiana, el lobby religioso más importante de los EE.UU., y Jerry Falwell, los cuales reclamaron contraprestaciones por haberle aportado los votos del electorado ultraconservador. Por ello, le exigieron la implantación de la oración en las escuelas públicas, la supresión del aborto legal y las restricciones de los derechos de los homosexuales, además de otras medidas contra las minorías étnicas y contra las feministas.
En temas de política exterior, también han dejado su impronta. Robertson, que dirige la Red de Radioemisoras Cristianas, cuyos beneficios se cifran en 300 millones de dólares anuales y tiene negocios en las minas de diamantes de Liberia en unión del corrupto expresidente Charles Taylor, fue el que impulsó la alianza de Reagan con las dictaduras latinoamericanas, especialmente con la del general guatemalteco Efrain Ríos Montt, miembro también de la Iglesia Evangélica, ya que, según el predicador, éste “seguía instrucciones de Dios”.
Todos estos telepredicadores apoyan con firmeza la alianza de los EE.UU. con Israel. Ello se debe, además de a intereses geoestratégicos en la conflictiva zona del Oriente Medio, también a motivaciones religiosas. En opinión del predicador Pat Robertson, los intentos por parte del mundo árabe de destruir a Israel suponen “un plan de Satán para prevenir el regreso de Jesucristo” y ello es lo que explica el firme respaldo del lobby evangélico americano a la política proisraelí de los EE.UU. En la actualidad, el fundamentalismo religioso americano abandera la lucha contra el islamismo radical en Afganistán e Irak y fomenta una política belicista contra los países que, como es el caso de Irán o Corea del Norte, George Bush ha situado en el “Eje del Mal”.
Por todo lo dicho, nada bueno puede esperar la Humanidad de la pugna entre fundamentalismos religiosos: no es tiempo de avivar odios entre religiones y culturas sino de tender puentes de diálogo y cooperación entre civilizaciones. Este es el gran reto que, superando banderas nacionalistas y diferencias religiosas, debemos asumir en este incierto siglo XXI cuya andadura acabamos de iniciar.