Cita de: "Valhala"
¿Medio moros, medio judíos?
Una de las armas que el Sistema y sus más o menos reconocidos adláteres utilizan con mayor predilección para que España, y por ende sus legítimos pobladores, pasen a formar parte, sumisa y definitivamente, de la Aldea Global amorfa y de encefalograma plano en que intrigan en convertir a nuestro planeta, es la de convencernos de que nuestras venas están regadas, en proporción nada desdeñable, por sangre de pueblos que nada tienen que ver con el indoeuropeo o ario o lo que viene a ser lo mismo, blanco no semita y con su consiguiente concepción vital, y de que, por tanto, no somos los españoles más que un híbrido racial sin personalidad ni acervo propios y originales que valgan la pena defender ni conservar. Un híbrido que , en lógica consecuencia, debería aceptar sin rechistar el mestizaje con todo tipo de razas que, al mezclarse, irían perdiendo, paulatina e inexorablemente sus inherentes, peculiares y diferenciadoras idiosincracias, potencialidades, costumbres, hábitos y culturas, en beneficio de un nuevo género humano uniforme que, al haber sido desposeido de identidad, será fácilmente programable por los garantes del Sistema de Valores Dominantes y se convertirá en servil esclavo del Pensamiento Único y en autómata que (bajo el tintineo machacante de las soflamas caducas, vacías y demagógicas de Igualdad, Libertad y Fraternidad que sin cesar escuchará) bovinamente asumirá los únicos papeles que se le asignarán: el de mero medio de producción
y/o el de voraz y frenético consumista, para mayor hinchazón del opresor armatoste capitalista.
Para que aceptemos este papel que se nos tiene asignado, se nos intentará borrar cualquier vestigio de orgullo racial que podamos sentir, pues el desarraigo del hombre con respecto a su familia, a su clan, estirpe, etnia o raza lo hace fácilmente manipulable y lo convierte en potencial instrumento al servicio de cualquier bajo, obscuro e innoble propósito.
Se nos dirá aquello tantas veces repetido por ìlibrepensadoresî y ìprogresistasî de que somos ìmedio moros y medio judíosî, con el objeto de que si cualquiera pudiera experimentar el dicho orgullo de pertenecer a los pueblos blancos que tanta gloria y grandeza han desbordado a lo largo de la historia de la humanidad, empiece a percibir este sentimiento de pertenencia al mundo indoeuropeo o boreal tal como gustaba definirlo al gran intérprete de la Tradición Primordial, Julius Evola como un error en que se hallaba sumido; percepción del ìerrorî que le hará renunciar a sus principios y a la visión del mundo que caracterizó el obrar de los pueblos arios y, en lógica consecuencia, le hará arrodillarse dócilmente bajo los pies del gigante mundialista y globalizador.
Y, para eliminar la ponzoña ideológica con la que se nos quiere envenenar, no tenemos nada más sencillo que recurrir a la profilaxis que nos ofrece la
historia para comprobar que únicamente son pueblos de origen boreal (nuestras tradiciones y mitos más remotos sitúan los orígenes de los pueblos indoeuropeos en tierras situadas en lo más septentrional de nuestro planeta y conocidas con nombres como el de Thule o Hiperbórea), de origen boreal, decíamos, los que podemos considerar como antepasados nuestros de sangre. Y estos pueblos son, principalmente, íberos, celtas, romanos y visigodos.
Quien se haya sorprendido por la gran similitud existente entre el alfabeto rúnico nórdicogermánico y el íbero, quien sepa que también los íberos
practicaban el rito funerario exclusivo de los pueblos boreales de la incineración, quien sea consciente de la organización jerárquica de este pueblo y de su concepción guerrera de la vida. Quien todo esto no ignore, no dudará, en modo alguno, de la naturaleza indoaria de los íberos; entre los que con toda probabilidad y dicho sea de paso, se encontraban los vascos o vascones único pueblo que, al refugio de las montañas, pudo conservar su antigua lengua íbera: el éuscaro o vascuence.
Sobre los celtas, como antepasados nuestros, deberíamos aclarar que la zona que ocupa la Meseta Central de nuestra península, que generalmente se había considerado como habitada en la época prerromana por pueblos resultantes de la fusión física y cultural de íberos y celtas los conocidos como celtíberos -, habría estado ocupada en realidad exclusivamente por celtas. La confusión
histórica habría tenido lugar por hechos como, por ejemplo, el que los
erróneamente considerados como celtíberos utilizaban el alfabeto íbero.
Pero el análisis lingüístico realizado durante los últimos años, en torno a las inscripciones encontradas en restos y yacimientos arqueológicos de la Meseta han demostrado que, aunque el alfabeto era íbero, las estructuras sintácticas son las propias de las lenguas celtas. Por lo cual hemos de deducir que pertenecían a este último pueblo quienes grabaron dichas inscripciones, aunque adoptaran como suyo el alfabeto del vecino pueblo.
Fueron muchos los siglos en que nuestras tierras peninsulares al principio parcialmente, más adelante por completo- formaron parte del orbe romano. Desde el siglo III a.C., en que las legiones vinieron para combatir a los cartagineses en la Segunda Guerra Púnica, hasta que, a finales del siglo V d.C., se acaba desmoronando el Imperio Romano de Occidente, el aporte racial romano es más que considerable. En un principio fueron, básicamente, legionarios destinados a Hispania que, al licenciarse, recibieron tierras en la Península y se establecieron en ella. Más tarde, artesanos y comerciantes provenientes de la capital del Imperio y de otros puntos más o menos alejados de ella fueron también estableciéndose paulatinamente en nuestro territorio.
Nuestra cuarta y última aportación racial la recibimos de los visigodos que, poco a poco, empezaron a unirse sanguíneamente con la población existente antes de su llegada. Una población resultante de la total fusión habida entre íberos, celtas y romanos y conocida históricamente con el nombre de hispanorromana.
Lo que empezó,con el transcurrir de los años, a convertirse en generalizadas uniones matrimoniales entre visigodos e hispanorromanos, hubo, a la postre, de considerarse como acorde con las leyes y así quedó constancia con la promulgación del ìLiber visigotiumî o Fuero Juzgo.
Sólo cabe calificar de local, reducida, mínima o ridícula e insignificante cualquier otra contribución a la configuración fisica de los españoles, por parte de otras etnias y razas.
Nuestro siguiente objetivo consistirá pues, en dejar los puntos sobre las ies de este otro tema.
Y, cronológicamente hablando, corresponde empezar por fenicios y griegos. Semitas los primeros, indoeuropeos los segundos. Ambos llegaron a nuestra península con fines exclusivamente mercantiles y en pequeño número. Únicamente fundaron algunas colonias o factorías en nuestro litoral meridional y de levante, con el objetivo de comerciar con los asentamientos íberos vecinos. Nunca tuvieron en mente propósitos pobladores algunos.
Toca dejar claro que los cartagineses de origen fenicio sólo estuvieron de paso por nuestras tierras con motivo de la Segunda Guerra Púnica que mantuvieron con los romanos.
Avanzando por el tiempo llegamos a las invasiones germánicas (suevos, alanos, vándalos,...) - más o menos coincidentes cronológicamente con la visigoda que precipitan el fin del Imperio romano de Occidente y de entre las que destaca la sueva, por su posterior, aunque localizada, fusión con la población que, por esas fechas, habitaba la actual Galicia.
Los alanos, que acabaron fundiéndose con las gentes que moraban los territorios
de lo que hoy en día es Portugal, no representaron un contingente especialmente numeroso. Y los vándalos fueron expulsados, desde el reino que habían establecido en el sur de España, hacia el norte de África por el empuje de un reino visigodo que, a la postre, quedó desmantelado tras la invasión musulmana iniciada a principios del siglo VIII.
Musulmanes entre los que se contaba una proporción muy elevada de descendientes de vándalos islamizados y entre los cuales apellidos como el de Tariq (o Taric), uno de los dos principales caudillos de la invasión inicial del año 711, denotan su origen germánico; apellido que, por su coincidente terminación, nos evoca el de reyes visigodos como Alaric (o Alarico) o Roderic (Rodrigo). Musulmanes, asimismo, que trajeron consigo un buen número de esclavos procedentes de otra etnia indoeuropea, como la eslava de aquí el origen etimológico de la palabra esclavo -. Y musulmanes de entre cuyas élites dirigentes era patente la buena dosis de sangre boreal que corría por sus venas; y para corroborar lo dicho, basta con conocer el fenotipo rasgos o aspecto físicos de personajes como el califa Abderramán III: pelirrojo y de ojos verdes.
Pero, al margen de que el invasor mahometano poco tenía que ver, físicamente, con el magrebí o moro de hoy en día, el hecho cierto es que la mezcla racial entre la población que sufrió la invasión cristiana y la que la protagonizó, fue prácticamente nula.
Y lo fue:
- Por el encono con el que se enfrentaron durante los casi ocho siglos que duró nuestra Reconquista.
- Por lo mal vistos que estaban, en ambos bandos, los matrimonios mixtos.
- Porque la población, de un lado u otro, que quedó en zona enemiga vivió en ghettos situados a las afueras de las ciudades; como ocurrió con los mozárabes población cristiana que quedó en zona musulmana, conservando la religión y con los mudéjares población islámica que, tras los primeros éxitos de la Reconquista, permaneció en la nueva zona cristiana, conservando igualmente su fe, y que, a la postre, sería expulsada de la Península, bien como consecuencia del primer decreto de expulsión dictado por los Reyes Católicos en 1.492, o bien bajo los efectos del segundo, de expulsión de los moriscos, promulgado el año 1.609, durante el reinado de Felipe III -.
Por otro lado, los únicos que sí se unieron racialmente con los invasores fueron los cristianos que se convirtieron al Islam los llamados muladíes y que, como consecuencia de esto, al igual que el resto de sus hermanos de fe entre los cuales se fueron diluyendo también hubieron, debido a la derrota militar del Islam en la Península, de instalarse definitivamente en el norte de África.
Y siguiendo esta política de unidad territorial, religiosa y racial iniciada, de manera diáfana y contundente, por los Reyes Católicos y continuada bajo la práctica totalidad del reinado de los Habsburgos o Austrias, la población judía afincada en España no podía correr destino distinto al de la mahometana. Así pues, en 1.492, unos 400.000 que se negaron a abrazar el cristianismo tuvieron que buscar residencia fuera de nuestro territorio. Y los pocos que permanecieron aquí, lo hicieron en barrios separados del resto de la población, a pesar de que públicamente habían renunciado a sus creencias mosaicas para convertirse al cristianismo; aunque, como las pesquisas de la Inquisición fueron demostrando, dichas conversiones fueron, en la mayoría de los casos, sólo aparentes.
Es digna de resaltar la marginación a que, tras el decreto de expulsión de 1.492, ha sido sometida esta población hebrea en España, pues, aunque supuestamente se había convertido al cristianismo, se la quiso diferenciar del resto de la población definiendo a sus individuos como ìcristianos nuevosî que, por no ser de sangre indoeuropea, no tenían derecho sobre todo bajo el reinado de los Reyes Católicos y de los Habsburgos - , por ejemplo, a ocupar cargos públicos o a formar parte de las órdenes religiosomilitares; esto, repetimos, por no poder cumplir con el requisito definido en la época con los términos de ìpureza de sangreî.
Con calificativos como el de ìmarranosî o ìchuetasî han sido conocidos a lo largo de estos siglos.
Y todavía llama la atención cómo botón de muestra hoy en día, y pese a la avalancha inmigratoria derivada del ìboomî turístico en las islas Baleares, sufren marginación los chuetas mallorquines y cómo se rechaza no ya sólo los matrimonios mixtos con alguno de ellos, sino hasta la relación de amistad con miembros de este colectivo.
Aclarado el tema judío, sólo restaría mencionar la fundación de un buen número de municipios, localizados en tierras jienenses, que promovió, en la segunda mitad del siglo XVIII, Carlos III durante su reinado. Estos pueblos fueron poblados, inicialmente, de manera exclusiva por alemanes.
Con ello creemos haber dejado bien clara cuál es la composición racial de los españoles y , tras esto, señalar cómo los diferentes pueblos boreales que se han ido encontrando, a lo largo de la historia, en nuestro suelo, no han tenido ningún inconveniente en acabar, más tarde o más temprano, fundiéndose. Y como, en cambio, dicho pueblos no han hecho lo mismo con aquellos otros de extracción racial semita que, movidos por unas razones u otras, han ido desembarcando en la Península.
De manera más o menos consciente las diferentes etnias indoarias se han ido identificando entre sí y, bajo el vínculo del remoto origen común, se han ido, con el devenir del tiempo, fusionando. La similitud de costumbres, hábitos, cultura, religión y concepción de la vida han hecho posible dicho proceso unitario.
En términos muy bien definidos y explicados por Julius Evola, una manera de entender la existencia jerarquizada, vertical, uránica, viril, patriarcal, guerrera, olímpica, heróica, solar e iluminada por la Luz del Norte representada por los pueblos indoarios ha rechazado, combatido, marginado y/o expulsado a las gentes que comulgaban con la forma opuesta de ver y vivir la vida: igualitaria, horizontal, telúrica, pelásgica, matriarcal, lunar e inspirada por la Luz del Sur.
Quede, finalmente, claro que no se ha tratado de elaborar un mero artículo con fines y naturaleza básicamente biológicos, sino de dejar patente la adscripción indoeuropea o hiperbórea de los pobladores de toda la Península Ibérica y descartar cualquier duda o tergiversada manipulación sobre mestizaje, pues éste ha sido sinónimo, en cualquier civilización, de decadencia, caos y desaparición y hubiera imposibilitado las grandes gestas y las inigualables páginas de grandeza, gloria y heroísmo que España, en todo el orbe, ha dejado escritas.
Eduard Alcántara
Una de las armas que el Sistema y sus más o menos reconocidos adláteres utilizan con mayor predilección para que España, y por ende sus legítimos pobladores, pasen a formar parte, sumisa y definitivamente, de la Aldea Global amorfa y de encefalograma plano en que intrigan en convertir a nuestro planeta, es la de convencernos de que nuestras venas están regadas, en proporción nada desdeñable, por sangre de pueblos que nada tienen que ver con el indoeuropeo o ario o lo que viene a ser lo mismo, blanco no semita y con su consiguiente concepción vital, y de que, por tanto, no somos los españoles más que un híbrido racial sin personalidad ni acervo propios y originales que valgan la pena defender ni conservar. Un híbrido que , en lógica consecuencia, debería aceptar sin rechistar el mestizaje con todo tipo de razas que, al mezclarse, irían perdiendo, paulatina e inexorablemente sus inherentes, peculiares y diferenciadoras idiosincracias, potencialidades, costumbres, hábitos y culturas, en beneficio de un nuevo género humano uniforme que, al haber sido desposeido de identidad, será fácilmente programable por los garantes del Sistema de Valores Dominantes y se convertirá en servil esclavo del Pensamiento Único y en autómata que (bajo el tintineo machacante de las soflamas caducas, vacías y demagógicas de Igualdad, Libertad y Fraternidad que sin cesar escuchará) bovinamente asumirá los únicos papeles que se le asignarán: el de mero medio de producción
y/o el de voraz y frenético consumista, para mayor hinchazón del opresor armatoste capitalista.
Para que aceptemos este papel que se nos tiene asignado, se nos intentará borrar cualquier vestigio de orgullo racial que podamos sentir, pues el desarraigo del hombre con respecto a su familia, a su clan, estirpe, etnia o raza lo hace fácilmente manipulable y lo convierte en potencial instrumento al servicio de cualquier bajo, obscuro e innoble propósito.
Se nos dirá aquello tantas veces repetido por ìlibrepensadoresî y ìprogresistasî de que somos ìmedio moros y medio judíosî, con el objeto de que si cualquiera pudiera experimentar el dicho orgullo de pertenecer a los pueblos blancos que tanta gloria y grandeza han desbordado a lo largo de la historia de la humanidad, empiece a percibir este sentimiento de pertenencia al mundo indoeuropeo o boreal tal como gustaba definirlo al gran intérprete de la Tradición Primordial, Julius Evola como un error en que se hallaba sumido; percepción del ìerrorî que le hará renunciar a sus principios y a la visión del mundo que caracterizó el obrar de los pueblos arios y, en lógica consecuencia, le hará arrodillarse dócilmente bajo los pies del gigante mundialista y globalizador.
Y, para eliminar la ponzoña ideológica con la que se nos quiere envenenar, no tenemos nada más sencillo que recurrir a la profilaxis que nos ofrece la
historia para comprobar que únicamente son pueblos de origen boreal (nuestras tradiciones y mitos más remotos sitúan los orígenes de los pueblos indoeuropeos en tierras situadas en lo más septentrional de nuestro planeta y conocidas con nombres como el de Thule o Hiperbórea), de origen boreal, decíamos, los que podemos considerar como antepasados nuestros de sangre. Y estos pueblos son, principalmente, íberos, celtas, romanos y visigodos.
Quien se haya sorprendido por la gran similitud existente entre el alfabeto rúnico nórdicogermánico y el íbero, quien sepa que también los íberos
practicaban el rito funerario exclusivo de los pueblos boreales de la incineración, quien sea consciente de la organización jerárquica de este pueblo y de su concepción guerrera de la vida. Quien todo esto no ignore, no dudará, en modo alguno, de la naturaleza indoaria de los íberos; entre los que con toda probabilidad y dicho sea de paso, se encontraban los vascos o vascones único pueblo que, al refugio de las montañas, pudo conservar su antigua lengua íbera: el éuscaro o vascuence.
Sobre los celtas, como antepasados nuestros, deberíamos aclarar que la zona que ocupa la Meseta Central de nuestra península, que generalmente se había considerado como habitada en la época prerromana por pueblos resultantes de la fusión física y cultural de íberos y celtas los conocidos como celtíberos -, habría estado ocupada en realidad exclusivamente por celtas. La confusión
histórica habría tenido lugar por hechos como, por ejemplo, el que los
erróneamente considerados como celtíberos utilizaban el alfabeto íbero.
Pero el análisis lingüístico realizado durante los últimos años, en torno a las inscripciones encontradas en restos y yacimientos arqueológicos de la Meseta han demostrado que, aunque el alfabeto era íbero, las estructuras sintácticas son las propias de las lenguas celtas. Por lo cual hemos de deducir que pertenecían a este último pueblo quienes grabaron dichas inscripciones, aunque adoptaran como suyo el alfabeto del vecino pueblo.
Fueron muchos los siglos en que nuestras tierras peninsulares al principio parcialmente, más adelante por completo- formaron parte del orbe romano. Desde el siglo III a.C., en que las legiones vinieron para combatir a los cartagineses en la Segunda Guerra Púnica, hasta que, a finales del siglo V d.C., se acaba desmoronando el Imperio Romano de Occidente, el aporte racial romano es más que considerable. En un principio fueron, básicamente, legionarios destinados a Hispania que, al licenciarse, recibieron tierras en la Península y se establecieron en ella. Más tarde, artesanos y comerciantes provenientes de la capital del Imperio y de otros puntos más o menos alejados de ella fueron también estableciéndose paulatinamente en nuestro territorio.
Nuestra cuarta y última aportación racial la recibimos de los visigodos que, poco a poco, empezaron a unirse sanguíneamente con la población existente antes de su llegada. Una población resultante de la total fusión habida entre íberos, celtas y romanos y conocida históricamente con el nombre de hispanorromana.
Lo que empezó,con el transcurrir de los años, a convertirse en generalizadas uniones matrimoniales entre visigodos e hispanorromanos, hubo, a la postre, de considerarse como acorde con las leyes y así quedó constancia con la promulgación del ìLiber visigotiumî o Fuero Juzgo.
Sólo cabe calificar de local, reducida, mínima o ridícula e insignificante cualquier otra contribución a la configuración fisica de los españoles, por parte de otras etnias y razas.
Nuestro siguiente objetivo consistirá pues, en dejar los puntos sobre las ies de este otro tema.
Y, cronológicamente hablando, corresponde empezar por fenicios y griegos. Semitas los primeros, indoeuropeos los segundos. Ambos llegaron a nuestra península con fines exclusivamente mercantiles y en pequeño número. Únicamente fundaron algunas colonias o factorías en nuestro litoral meridional y de levante, con el objetivo de comerciar con los asentamientos íberos vecinos. Nunca tuvieron en mente propósitos pobladores algunos.
Toca dejar claro que los cartagineses de origen fenicio sólo estuvieron de paso por nuestras tierras con motivo de la Segunda Guerra Púnica que mantuvieron con los romanos.
Avanzando por el tiempo llegamos a las invasiones germánicas (suevos, alanos, vándalos,...) - más o menos coincidentes cronológicamente con la visigoda que precipitan el fin del Imperio romano de Occidente y de entre las que destaca la sueva, por su posterior, aunque localizada, fusión con la población que, por esas fechas, habitaba la actual Galicia.
Los alanos, que acabaron fundiéndose con las gentes que moraban los territorios
de lo que hoy en día es Portugal, no representaron un contingente especialmente numeroso. Y los vándalos fueron expulsados, desde el reino que habían establecido en el sur de España, hacia el norte de África por el empuje de un reino visigodo que, a la postre, quedó desmantelado tras la invasión musulmana iniciada a principios del siglo VIII.
Musulmanes entre los que se contaba una proporción muy elevada de descendientes de vándalos islamizados y entre los cuales apellidos como el de Tariq (o Taric), uno de los dos principales caudillos de la invasión inicial del año 711, denotan su origen germánico; apellido que, por su coincidente terminación, nos evoca el de reyes visigodos como Alaric (o Alarico) o Roderic (Rodrigo). Musulmanes, asimismo, que trajeron consigo un buen número de esclavos procedentes de otra etnia indoeuropea, como la eslava de aquí el origen etimológico de la palabra esclavo -. Y musulmanes de entre cuyas élites dirigentes era patente la buena dosis de sangre boreal que corría por sus venas; y para corroborar lo dicho, basta con conocer el fenotipo rasgos o aspecto físicos de personajes como el califa Abderramán III: pelirrojo y de ojos verdes.
Pero, al margen de que el invasor mahometano poco tenía que ver, físicamente, con el magrebí o moro de hoy en día, el hecho cierto es que la mezcla racial entre la población que sufrió la invasión cristiana y la que la protagonizó, fue prácticamente nula.
Y lo fue:
- Por el encono con el que se enfrentaron durante los casi ocho siglos que duró nuestra Reconquista.
- Por lo mal vistos que estaban, en ambos bandos, los matrimonios mixtos.
- Porque la población, de un lado u otro, que quedó en zona enemiga vivió en ghettos situados a las afueras de las ciudades; como ocurrió con los mozárabes población cristiana que quedó en zona musulmana, conservando la religión y con los mudéjares población islámica que, tras los primeros éxitos de la Reconquista, permaneció en la nueva zona cristiana, conservando igualmente su fe, y que, a la postre, sería expulsada de la Península, bien como consecuencia del primer decreto de expulsión dictado por los Reyes Católicos en 1.492, o bien bajo los efectos del segundo, de expulsión de los moriscos, promulgado el año 1.609, durante el reinado de Felipe III -.
Por otro lado, los únicos que sí se unieron racialmente con los invasores fueron los cristianos que se convirtieron al Islam los llamados muladíes y que, como consecuencia de esto, al igual que el resto de sus hermanos de fe entre los cuales se fueron diluyendo también hubieron, debido a la derrota militar del Islam en la Península, de instalarse definitivamente en el norte de África.
Y siguiendo esta política de unidad territorial, religiosa y racial iniciada, de manera diáfana y contundente, por los Reyes Católicos y continuada bajo la práctica totalidad del reinado de los Habsburgos o Austrias, la población judía afincada en España no podía correr destino distinto al de la mahometana. Así pues, en 1.492, unos 400.000 que se negaron a abrazar el cristianismo tuvieron que buscar residencia fuera de nuestro territorio. Y los pocos que permanecieron aquí, lo hicieron en barrios separados del resto de la población, a pesar de que públicamente habían renunciado a sus creencias mosaicas para convertirse al cristianismo; aunque, como las pesquisas de la Inquisición fueron demostrando, dichas conversiones fueron, en la mayoría de los casos, sólo aparentes.
Es digna de resaltar la marginación a que, tras el decreto de expulsión de 1.492, ha sido sometida esta población hebrea en España, pues, aunque supuestamente se había convertido al cristianismo, se la quiso diferenciar del resto de la población definiendo a sus individuos como ìcristianos nuevosî que, por no ser de sangre indoeuropea, no tenían derecho sobre todo bajo el reinado de los Reyes Católicos y de los Habsburgos - , por ejemplo, a ocupar cargos públicos o a formar parte de las órdenes religiosomilitares; esto, repetimos, por no poder cumplir con el requisito definido en la época con los términos de ìpureza de sangreî.
Con calificativos como el de ìmarranosî o ìchuetasî han sido conocidos a lo largo de estos siglos.
Y todavía llama la atención cómo botón de muestra hoy en día, y pese a la avalancha inmigratoria derivada del ìboomî turístico en las islas Baleares, sufren marginación los chuetas mallorquines y cómo se rechaza no ya sólo los matrimonios mixtos con alguno de ellos, sino hasta la relación de amistad con miembros de este colectivo.
Aclarado el tema judío, sólo restaría mencionar la fundación de un buen número de municipios, localizados en tierras jienenses, que promovió, en la segunda mitad del siglo XVIII, Carlos III durante su reinado. Estos pueblos fueron poblados, inicialmente, de manera exclusiva por alemanes.
Con ello creemos haber dejado bien clara cuál es la composición racial de los españoles y , tras esto, señalar cómo los diferentes pueblos boreales que se han ido encontrando, a lo largo de la historia, en nuestro suelo, no han tenido ningún inconveniente en acabar, más tarde o más temprano, fundiéndose. Y como, en cambio, dicho pueblos no han hecho lo mismo con aquellos otros de extracción racial semita que, movidos por unas razones u otras, han ido desembarcando en la Península.
De manera más o menos consciente las diferentes etnias indoarias se han ido identificando entre sí y, bajo el vínculo del remoto origen común, se han ido, con el devenir del tiempo, fusionando. La similitud de costumbres, hábitos, cultura, religión y concepción de la vida han hecho posible dicho proceso unitario.
En términos muy bien definidos y explicados por Julius Evola, una manera de entender la existencia jerarquizada, vertical, uránica, viril, patriarcal, guerrera, olímpica, heróica, solar e iluminada por la Luz del Norte representada por los pueblos indoarios ha rechazado, combatido, marginado y/o expulsado a las gentes que comulgaban con la forma opuesta de ver y vivir la vida: igualitaria, horizontal, telúrica, pelásgica, matriarcal, lunar e inspirada por la Luz del Sur.
Quede, finalmente, claro que no se ha tratado de elaborar un mero artículo con fines y naturaleza básicamente biológicos, sino de dejar patente la adscripción indoeuropea o hiperbórea de los pobladores de toda la Península Ibérica y descartar cualquier duda o tergiversada manipulación sobre mestizaje, pues éste ha sido sinónimo, en cualquier civilización, de decadencia, caos y desaparición y hubiera imposibilitado las grandes gestas y las inigualables páginas de grandeza, gloria y heroísmo que España, en todo el orbe, ha dejado escritas.
Eduard Alcántara
Bla,bla,bla, bla, mira psudo Bilogo, a mi no me importa de que arbol se bajarón tus padres, ni tan siquiera, si los primeros habitantes de castilla llegaron de tal o cual parte del globo terraqueo, simplemente, me importa una una realidad, y es el resultado de toda esa mezcla, que ha dado como lugar al sentimiento Castellano, como unico echo diferenciador, y como objeto para estar orgullosos. Y como castellano, no siento ninguna simpatia por los semitas. Y tampoco siento ninguna simpatia por todo aquel que llega a nuestras tierras, como nuestro pan y prentende imponernos las costumbres de donde llegan, no compartirlas , sino imponerlas.En cambio acepto a todo aquel que quiere compartir un conocimiento o una costumbre, pero sobre todo acepta las nuestras, ya que es más facil que uno se adapte a mil que no mil a uno.
Y despues de todo esto, un saludo,