Dato de interes: este año 3000 sindicalistas han perdido al vida por los grupos paramilitares que trabajan al servicio del gobierno de UribeFracaso de la Marcha por la Guerra Sucia, golpe político al militarismo x José Antonio Gutiérrez D. :: Más articulos de esta autora/or: Más artículos La marcha fue un fiasco, pese a la unidad de prácticamente todos los sectores políticos (desde la derecha hasta importantes sectores de la “izquierda democrática”)
El fracaso rotundo de la iniciativa de movilización contra las FARC-EP estimulada por el gobierno y el bloque dominante colombiano, confirman que el embrujo autoritario que ha dominado la política colombiana por casi una década ha comenzado a desvanecerse.
Dice un proverbio popular que se puede engañar a muchos por poco tiempo, o a pocos por mucho tiempo. Pero que no puede engañarse a muchos por mucho tiempo. El fracaso rotundo de la iniciativa de movilización contra las FARC-EP estimulada por el gobierno y el bloque dominante colombiano, confirman que el embrujo autoritario que ha dominado la política colombiana por casi una década ha comenzado a desvanecerse.
La Marcha de la Guerra Sucia ¿reacción espontánea de la “sociedad civil”?
Esta movilización fue convocada tras el fallido rescate militar en el que murieron cuatro uniformados en poder de esta organización insurgente en circunstancias que aún no han sido investigadas de manera imparcial e independiente. Este fallido rescate militar, además, ocurrió en momentos en que estos uniformados serían liberados de manera unilateral por parte de los rebeldes[1]. El gobierno, como una manera de evadir la responsabilidad que le cabe en esta fallida e irresponsable acción militar, que frustró la inminente liberación, buscó movilizar a la población colombiana en contra de la organización guerrillera. Del llamado del gobierno se hicieron eco inmediatamente los principales grupos económicos del país y por supuesto, los principales medios de comunicación (El Espectador, El Colombiano, El Tiempo, Caracol, RCN) que se caracterizan por su falta de independencia y su servilismo a las políticas del gobierno. También se sumaron ultraderechistas y proto-fascistas de ultratumba como “Colombia soy Yo”. La propaganda fue asfixiante, día y noche, y recordó a la que se vivió los días previos a la movilización contra las FARC-EP del 4 de Febrero del 2008.
Un rol importante en la convocatoria lo tuvieron los columnistas de opinión supuestamente de izquierda “progresista”, esa socialbacanería arrodillada ante la mentada “unidad nacional” de Santos que se han convertido en los apologistas de ultima hora más entusiastas del neoliberalismo armado[2]. Lamentable también fue el apoyo dado a la marcha por Clara López, alcaldesa mayor de Bogotá, representante del alicaído partido izquierdista Polo Democrático Alternativo, pues contribuyó al confusionismo político en momentos en que más se precisa de claridad.
¿Qué buscaba el gobierno con esta movilización, aparte de evadir su responsabilidad ante el dramático resultado de su aventurerismo bélico?
-Por una parte, se buscaba distraer al pueblo del creciente malestar social que se expande por todo el territorio nacional y que se ha expresado en importantes movilizaciones populares como las de campesinos, petroleros, trabajadores de los biocombustibles y estudiantes.
-Sin embargo, lo más importante, para el gobierno era buscar movilizar apoyo popular de masas para la escalada militarista que se viene en el conflicto. La última semana de Noviembre el gobierno estaba anunciando un incremento importante en el pie de fuerza del Ejército para lo que llamaban la “fase final del conflicto”[3], decretado aún borrachos de triunfalismo sobre la sangre caliente del máximo jefe de las FARC-EP, Alfonso Cano, asesinado el 4 de Noviembre.
6 de Diciembre: Plebiscito para profundizar la Guerra Sucia y el Neoliberalismo Armado
Si la insurgencia está tan debilitada, ¿por qué es necesario ampliar de manera tan importante el poderío bélico del Estado? ¿Cuál es la urgencia por lanzar una ofensiva militar tan letal?
La necesidad de esta nueva fase militar va de la mano de la aprobación del Tratado de Libre Comercio con los EEUU y del Plan de Desarrollo Nacional, anclado en las “locomotoras santistas”, fundamentalmente las actividades extractivo-mineras y la agroindustria. Estas actividades requieren despejar importantes áreas del territorio colombiano para la operación de las empresas transnacionales y para la penetración de estas actividades, desplazando a quienes vivan en áreas de interés económico para el gran Capital. Es decir, estamos asistiendo en estos momentos a una profundización inédita del tradicional patrón colombiano de (sub)desarrollo económico por despojo violento[4].
Este modelo económico está en la base del conflicto social y armado que azota a Colombia por más de seis décadas. De la mano de la “confianza inversionista”, ahora viene el concepto de “prosperidad democrática”, que se traduce en el enriquecimiento ilimitado del gran Capital nacional e internacional, mediante la ampliación por la vía militar de la frontera del control estatal. Esta acción militar es imprescindible para quebrar la resistencia de las comunidades en contra del despojo (una de cuyas múltiples expresiones ha sido históricamente la insurgencia), para profundizar la privatización de los servicios y recursos, para permitir la penetración de inversiones que destruyen el tejido social y el medio ambiente. La naturaleza real de esta acción que combina la política militar contrainsurgente, la “mano negra” paramilitar y la presión económica-mafiosa, para desplazar las comunidades y destruir los tejidos sociales se puede apreciar de manera clara en las llamadas zonas de consolidación: “buena parte de la expansión paramilitar se está dando en zonas de ‘consolidación’ o de fuerte presencia de la fuerza pública. (…) (E)n el primer semestre del 2011, según (…) informaciones parciales y preliminares, se habría desplazado a unas 89.750 personas, de ellas el 28% provendrían de las zonas de consolidación territorial del Estado, lo cual es coincidente, grosso modo, con las cifras globales de desplazamiento de 2010, que indicarían un 33% de desplazamiento de las zonas de consolidación. Este desplazamiento va de la mano (…) de las “locomotoras”, de los megaproyectos, del agronegocio, del latifundio, de la palma, del caucho, de la minería”[5]. Ese es el verdadero espejo de la guerra en Colombia.
Para validar ante la población este inmenso despliegue guerrerista, esta política de guerra sucia y tierra arrasada, y las atrocidades que se vienen para impulsar este modelo de neoliberalismo armado, es que se convocó a la movilización del 6 de Diciembre.
Agotamiento político de la “solución militar” y aislamiento del bloque dominante
La marcha, sin embargo, resultó ser un fiasco total, pese a la unidad de prácticamente todos los sectores políticos (desde la derecha de ultratumba hasta importantes sectores de la “izquierda democrática”), de los medios y el respaldo de no pocos representantes de la llamada “sociedad civil”. La convocatoria fue penosa: en Bogotá no se pasó de más de 5.000 personas y la movilización fue caracterizada por mensajes encontrados –algunos que reclamaban por la solución política, mientras la mayoría de los participantes eran prueba viva de los peor de un ultraderechismo furibundo, que con espuma en la boca, gritaban por la crucifixión de Iván Cepeda o Piedad Córdoba, pedían más bombardeos y plomo para las “ratas guerrilleras”. En verdad esto era una clara muestra del legado de odio e irracionalidad de la “seguridad democrática”. En el resto del país no fueron más que grupitos de decenas o a lo más cien personas marchando, la mayoría uniformados de civil o a veces hasta con el uniforme. Fue tal el desespero que el mismo presidente Santos tuvo que llamar, en vano, a las personas a abandonar sus oficinas y sus hogares para unirse a la marcha[6].
¿Qué factores estuvieron en juego para el estrepitoso fracaso de la marcha de la guerra? Los medios, que de manera tan estridente azuzaron todos los odios, todos los prejuicios, todas las bajas pasiones, con tal de hacer propaganda para la “marcha de la guerra”, han guardado un prudente silencio y no han evaluado las razones detrás de este fracaso[7]. Parece claro que el odio intolerante del cual se alimenta la política proto-fascista impuesta a sangre y fuego en Colombia desde el Plan Colombia ya no convence al sector del cual se nutrió el 4 de Febrero del 2008: las clases medias enardecidas en los grandes centros urbanos. Mucho menos a las masas populares urbanas, y aún menos a las masas campesinas, que al vivir el conflicto en carne propia, han sido casi impermeables al discurso uribo-santista de profundizar la guerra total. Este desgaste no es nuevo y se estaba gestando ya en la fase final del gobierno de Uribe Vélez –de hecho, el lenguaje edulcorado del “santismo”, que hace referencias retóricas a la negociación política y a temas relativos a los derechos humanos mientras en la prácitca profundiza el modelo militarista de Uribe, es en parte reflejo de este desgaste. Pero la retórica santista, aún cuando esté en contradicción abierta con su práctica (donde aumentan las violaciones de todo tipo), genera expectativas en sectores de la población. Esas expectativas, por ingenuas que sean, fueron violentadas con el lenguaje franco y belicista del establecimiento en las últimas semanas y con la convocatoria polarizadora y odiosa.
Santos está consolidando su “unidad nacional”, la cual representa lo que Gaitán llamaba el “país político”, cada vez más distante del “país nacional” que le mira desde abajo con recelo, agobiado por el hambre, el invierno y las inundaciones, la incertidumbre, la pobreza, cansado del guerrerismo, la corrupción, la impunidad y la violencia oficial. En realidad, el actual momento es un momento de avance en todo sentido de las luchas populares, y ante el avance popular, el atractivo del militarismo, del proto-fascismo, retrocede. El pueblo colombiano está identificando con mayor claridad cuales son los verdaderos enemigos que le impiden la vida digna. No es casual que raíz de las protestas estudiantiles un comentarista dijera que el talón de Aquiles de Santos era la calle[8], el cual es en lenguaje simbólico, la lucha de masas; el 6 de Diciembre lo confirmó.
Reforzar las luchas del bloque popular y la resistencia contra el modelo del despojo
Debemos leer bien el significado de esta importante derrota política de Santos, de esta derrota política para la profundización de la guerra sucia y no descansar en momentos que requieren del esfuerzo de todos los elementos comprometidos para frenar la locura belicista del régimen y para resistir la profundización del modelo económico antipopular que va de la mano del belicismo.
La consigna hoy es la resistencia. Resistencia que no es, como diría algún triste arrepentido al servicio del régimen, un “disfraz de la derrota”[9]; la resistencia hoy es la afirmación vital de los oprimidos. Resistir en el campo la “mano negra” que desplaza y asesina para favorecer la concentración de tierras de esa alianza de narcos, ganaderos, latifundistas y agronegocios. Resistir la privatización del área pública de la economía y de los servicios más esenciales del pueblo. Resistir al militarismo que se cuela en cada uno de los rincones de la sociedad y que hoy se cubre con el manto de una impunidad absoluta y por derecho gracias a la ampliación del fuero militar (clamor de los sectores más obscuros del terrorismo de Estado). Resistir por todos los medios la criminalización de los que luchan: no olvidemos a los presos políticos, redoblemos los esfuerzos para que se les respeten sus derechos, para que se detengan las torturas, malos tratos y el asesinato impune en las prisiones. No olvidemos tampoco a las víctimas ignoradas del terrorismo de Estado que se movilizan día a día, enfrentando las amenazas, la muerte y al discurso negacionista oficial.
Apoyemos las iniciativas de lucha popular que ya empiezan a vislumbrarse para el 2012. En Febrero se viene la Marcha Patriótica y todos tenemos que rodearla para garantizarle el máximo de seguridad, y debemos apoyarla políticamente por todos los medios para visibilizar que los campesinos, pese al genocidio, están en pie de lucha. Apoyemos las iniciativas que hoy defienden la educación y la salud, pilares de una vida digna: la MANE y la Campaña Nacional “Salud y Seguridad Social, Derecho Fundamental”. Apoyemos las iniciativas de solución política del conflicto adelantadas por organizaciones como Colombianos y Colombianas por la Paz y defendamos a sus voceros que hoy son blanco favorito de los ataques de la jauría fascista.
Por último, la reciente derrota política de Santos es, en última instancia, sintomática de la derrota de un proyecto político incapaz de seducir al país, incapaz de ofrecer nada más que sangre y muerte a los colombianos. Nuestra fortaleza como movimiento popular debe ser esa capacidad de seducir con una propuesta radicalmente diferente al país, a los sectores populares, a los campesinos, a los excluidos: al calor de la movilización de la lucha, de la resistencia al modelo del despojo y la muerte, debemos oponer un modelo discutido desde las bases, de manera democrática, incluyente, recuperando así los horizontes emancipatorios que han animado más de medio siglo de luchas del pueblo. Ese modelo cualitativamente superior, al servicio de las masas empobrecidas, debe ser el eje de la solución política del conflicto social y armado.
No podemos hacernos falsas ilusiones, porque la lucha por un proyecto verdaderamente popular y libertario, no será una apacible negociación en la cual la oligarquía, que, no ha mostrado en medio siglo la menor voluntad de ceder en lo más mínimo sus privilegios absolutos, súbitamente se iluminará, cambiará de corazón y cederá derechos a los oprimidos y explotados. Por el contrario, será un lucha de dimensiones revolucionarias, que enfrentará la tenaz oposición de quienes se benefician del actual modelo de hambre y guerra, de las reducidas élites enquistadas en las esferas del poder de la última república oligárquica del continente… pero ante un pueblo unido y movilizado no hay tiranía ni ejército que pueda oponerse. La unidad del bloque popular es la única garantía para la victoria de la vida digna.