El siglo XIX es conocido como el siglo de los derechos civiles. Dichos derechos daban forma a una nueva concepción del individuo y aseguraban las bases del nuevo sistema liberal que nacía entre los escombros del Antiguo Régimen. La libertad individual, de este modo, aparece recogida como principio fundamental e inviolable para la nueva sociedad burguesa.
De igual forma, el siglo XX es reconocido por la mayoría de historiadores como el de los derechos sociales. Las contradicciones de un nuevo Sistema que crea una clase obrera explotada salvajemente pero que, a su vez, necesita asegurar las condiciones para su mínima supervivencia como clase, van a ser la base de estos nuevos derechos que terminarán imponiéndose a través de mucho esfuerzo y sangre de la clase obrera por conseguir unas migajas de dicho Sistema. Derechos como la educación, la salud, el trabajo o la vivienda han pervivido en Europa y se han reforzado con la llamada “sociedad del bienestar”, que no es otra cosa que la serie de concesiones burguesas ante la presión del bloque socialista. De paso, sirvió para disimular dichas contradicciones y crear una “limpieza” de la conciencia de clase obrera.
Estamos ante una nueva realidad. Si no lo evitamos, el siglo XXI lleva camino de ser titulado en un futuro como el “siglo de la muerte”. El inicio del siglo XXI tiene un punto culminante que es el ataque en el 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York. Este hecho marcó un antes y un después a nivel mundial. Por primera vez, la potencia predominante había sido atacada en su mismo corazón. Lo que viene después todos lo sabemos en cuanto a derramamiento de sangre y expansión de nuevos mercados. La segunda consecuencia es más oscura y siniestra. Este ataque es el principio de muerte de los derechos civiles. El derecho individual, siempre puesto en boca de la burguesía como principio inalienable, es ahora cuestionado. La libertad de movimiento, de privacidad, de expresión, de pensamiento; son ahora atadas por un Sistema que siempre renegó del papel del Estado y que ahora lo hace aparecer en su línea represora como “salvador” de las amenazas de unos cuantos fanáticos. Este mismo golpe de efecto consigue algo esperado: la identificación con el Sistema. Una vez “muerto” el comunismo, el enemigo universal se mostraba difuso y se corría el riesgo de que se empezara a apuntar a quien no se debía. Este ataque marca el punto de inflexión, ahora tenemos un enemigo común y sólo este Sistema puede salvarnos de quien quiere comer nuestras migajas.
Un segundo punto a tener en cuenta a nivel psicológico es el miedo como instrumento, el ver al otro como enemigo, el no saber quien está a tu lado y quien pertenece al “lado oscuro”. De forma casual o no, los siguientes ataques en Gran Bretaña y en el Estado español no harían sino expandir dicho mensaje a nivel internacional.
La crisis que ahora vivimos sería un segundo escalón en esta evolución. Una vez marcados de muerte los derechos civiles, es hora de mirar en torno a los derechos sociales. Tenemos a una sociedad debilitada, identificada con el Sistema como el único clavo ardiendo. La “nueva crisis” aparece en escena como algo esperado por tod@s; pero lo hace de una manera furibunda y feroz. Esta crisis es el segundo enemigo y sólo lo podemos vencer vendiendo parcelas de “bienestar”. Para ello, los Estados (que vuelvo a decir, siempre renegaron de su papel) se muestran como padres piadosos que intentan devolver a su rebaño al buen camino. “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, dicen una y otra vez los medios. Es inequívoco que la culpa de todo este desaguisado es de la clase obrera. Y como culpables debemos pagar nuestros “excesos” que han terminado afectando a nuestro abyecto “papá Estado” (que nunca vino a casa), debemos renegar de parte de nuestros derechos. Esta es nuestra condena.
La parte de miedo que había creado una nueva sociedad debilitada, se ha transformado, ahora, en terror, una sociedad incapacitada para responder. Y mientras los derechos salen por la puerta comprendemos apesadumbrados que, quizás, es demasiado tarde para la respuesta porque el miedo nos paraliza.
El “siglo de la muerte” intenta, por el momento, herir a la clase obrera. Y no sería exagerado decir que, más adelante, paliarla en número. El incremento en la edad de jubilación, las privatizaciones sanitarias, el incremento de las horas de trabajo; todo ello encaminado a una “reestructuración social” basada en la contención de los gastos generados por la clase obrera al Sistema burgués.
El Estado español tiene sus propias características y, como ha quedado demostrado hace muchos años, ejerce el papel de laboratorio del capitalismo a nivel internacional. Sirva como ejemplo que los derechos civiles anulados a nivel internacional a raíz del 11-S nunca llegaron a existir con plenitud en el Estado español con la excusa del terrorismo; en cuanto a los derechos sociales, harían carcajear a la mismísima Thatcher. Si dentro del Estado español se ha podido hacer, ¿por qué no hacerlo en el resto de Europa? Aquí radica la importancia de nuestra respuesta en este momento clave. Somos, muy a pesar nuestro, la base de lo que está por venir.
El capitalismo ha lanzado su órdago y se confiesa ganador pero no estamos muertos y ellos lo saben. Latinoamérica hierve y ese es un buen síntoma. A nivel europeo, Grecia estalla y nuestro 29- S es la prueba de que, con trabajo y mirada de futuro, la clase obrera (muchas veces dejada de lado por nosotr@s mism@s) responde con contundencia. Lo que venga a partir de ahora está en nuestras manos y en nuestras manos está el evitar inscribir la palabra muerte en el siglo que acaba de nacer.
Pedro A. Pérez (militante de Izquierda Castellana)
Castilla a 3 de octubre de 2010.