
Vamos a visitar la Tierra de Medinaceli, comarca ubicada en el Sureste de Soria. Nuestro recorrido por esta zona de la vieja Castilla empezará por la villa que le da nombre:
Medinaceli, encrucijada de romanos, godos y árabes.
La villa de Medinaceli está emplazada sobre una prominencia (a 1200 metros de altitud) que domina el inicio del valle del Jalón y las llanuras que se extienden hasta el Duero. Pero no entraremos aún por sus casas y bardales. Echaremos a andar por las eras y nos alejaremos un trecho, contemplando el paisaje, oyendo la soledad y el silencio. Miremos la tierra, el cielo y el horizonte en que se funden; el valle cárdeno, largo y estrecho, del Arbujuelo; los esteros blancos de las Salinas; el plateado cauce del Jalón; Azcamellas, Lodares, Beltejar... Oir el paisaje y leerlo es lo más hondo que se puede hacer hoy al visitar Medinaceli.
Su historia se remonta hasta los tiempos de la Celtiberia: fue un castro fortificado, seguramente la Ocilis de la que escribiera Apiano. Era un lugar de importancia estratégica, por estar colocada en una encrucijada de caminos y un altozano de fácil defensa, que contaba con la riqueza que suponía la explotación de las salinas. De ahí que Roma no tardara en someter a Ocilis: fue ocupada en el año 153 a.C. por el cónsul Fulvio Nobilior, que aquí puso sus almacenes y guardó los dineros... Pero tras su derrota ante los numantinos, los habitantes de Ocilis se rebelaron, expulsado a los romanos. Un año después, el cónsul Marcelo rindió la ciudad definitivamente.
A partir de ese monento, Ocilis iba a romanizarse en su trazado urbanístico, formándose un entramado a partir del cruce de las dos calles principales (en su intersección estaría el Foro), que se fortificó con nuevas murallas. Éstas, que cerraban un espacio que 15 hectáreas, son aún visibles en parte. Junto a ellas, en el extremo Sur del "cardo", se levanta el monumental Arco romano: señalaba la entrada a la ciudad, siguiendo una vía que arracaba del itinerario Cesaraugusta-Toletum para llegar hasta Uxama, la actual Osma. La ubicación del Arco romano parece indicar también la división administrativa entre las demarcaciones de Clunia y Zaragoza.

Se trata de un monumento conmemorativo de tres vanos (único de estas características en España) realizado con grandes sillares colocados sin argamasa, superando los 13 metros de anchura por 8,5 de altura y 2 metros de grosor. Sobre los dos pequeños arcos laterales, en ambas caras, hay frontones que apoyan en pilastras estriadas donde probablemente se alojaron relieves o lápidas; y en la cornisa, por encima de la imposta que lo recorre, se reconocen las marcas donde estaban colocadas las letras que formarían una inscripción en recuerdo del prócer en cuyo honor se levantó. En cuanto a la fecha de su construcción, no existe acuerdo: para algunos se levantó en tiempos de Trajano (a principios del siglo II), para otros fue cuando Constantino (dos siglos después).
Por su privilegiada situación estratégica, Medinaceli tuvo un notable protagonismo en las luchas entre muslimes y cristianos. Nada menos que Muza y Tarik vinieron aquí en el 712 a convertir en mora a la población (Madinat-Salim) y a repartirse las joyas abandonadas por los nobles visigodos, la mesa de esmeraldas procedente de la Catedral de Toledo y hasta el mismísimo manto que la Virgen le trajo del Cielo a San Ildefonso. Desde Madinat-Salim, el general y poeta Galib le arrebató a García Sánchez de Navarra (al que decían "El Temblón" y "El Marrano") todas sus posesiones de la Submeseta Norte. Galib ejerció como gobernador local unos 35 años, hasta que su suegro Almanzor le asesinó, arrebatándole Madinat-Salim.
El infame caudillo Almanzor engrandeció la villa, hasta que en
"el año 1002, arrebatado por el demonio, a quien él había encarnado en vida, en Medinaceli, grandísima ciudad, fue sepultado en el infierno". Según las crónicas, Almanzor habría fallecido en Medinaceli tras lograr huir de la adversa Batalla de Calatañazor (1002), abatido por la derrota. Pero lo cierto es aquella batalla nunca tuvo lugar: Rodrigo de Toledo y Lucas de Tuy, cronistas del siglo XIII, son los forjadores de tal hecho apócrifo. Dice Lucas de Tuy que la batalla de Calatañazor se dio por los aliados Garci Fernández de Castilla, Bermudo II de León y Garci Sánchez de Navarra; y que, amparado por la noche, el caudillo musulmán logró huir, falleciendo poco depués en Medinaceli. Juzguemos la veracidad de este relato partiendo del siguiente hecho: los tres líderes de aquella coalición habían muerto antes del año 1002. Lo verdaderamente cierto fue que, al regreso de su razzia anual, en la que había saqueado el monasterio de San Millán de la Cogolla, la enfermedad que venía padeciendo y en cuyo diagnóstico no se ponían de acuerdo los médicos le obligó a descabalgar y a reposar en una litera. Murió en la noche del 10 al 11 de agosto de 1002. Según Menéndez Pidal, el caudillo andalusí fue sepultado en el patio de la alcazaba de Medinaceli. Parece ser que su sepultura se conservaba aún en el siglo XV: el mencionado historiador nos refiere que, al pasar por Medinaceli un embajador del rey granadino, la tumba le fue mostrada por petición suya.
Sería el Cid Campeador quien arrebatara la villa a los muslimes. Más exactamente, fue Alvar Fáñez de Minaya, en el 1104. Y ambos tuvieron la inusual fortuna de encontrar en esta tierra un buen cronista de sus gestas: el anónimo autor del Canta de Mio Cid era de aquí, o de muy cerca, a juzgar por la minuciosidad con que describe estos parajes cuando los recorren Ruy Díaz y sus mesnadas. Tras volver a caer bajo dominio de los musulmanes, el rey Alfonso I de Aragón incorporó definitivamente a Medinaceli a la cristiandad allá por 1123, casi 40 años después de la toma de Toledo. Al fallecer el monarca aragonés, Medinaceli pasó a formar parte de Castilla, constituyéndose en una Comunidad de Villa y Tierra que rebasaba ampliamente los actuales límites provinciales. La Junta Comunera celebraba sus asambleas en la localidad de Anguita, hoy situada en Guadalajara.
Fortificada tanto por sarracenos como por cristianos, se conservan en Medinaceli varios vestigios medievales, entre los que destaca la Puerta de la Muralla, en el extremo occidental de la villa, abierta en arco apuntado. Se conocen también los restos de un arruinado castillo y de lo que fuera la puerta meridional del cerco.

La villa llegó a contar con 12 parroquias, pero a mediados del siglo XVI el Duque Juan de Medinaceli decidió derribarlas todas para levantar, a cambio, una mole colegial. En la recién construida Colegiata de Santa María vivían de alabar a Dios un abad, un prior, una chantre, un maestreescuela, un tesorero, 16 canónigos y 4 racioneros. Quiso el Obispo de Sigüenza dar lustre con un Vicario a la Colegiata de nuevo cuño y, después de que le devolvieran malparados a los 3 o 4 que envió de fuera, logró convencer a uno de dentro para que aceptara el cargo. Enterado de esto el Duque, insultó y amenazó al osado, que recibió el desprecio de sus hermanos: quienes habían sido acusados de descubrir secretos de confesión pidieron que se le diera una tunda de palos; los amancebados, al ser por él reprendidos, le contestaron con mamporros y codazos; y los borrachos y jugadores (más prácticos) optaron por echarle de la Colegiata.
Por lo demás, la Colegiata de Santa María es un amplio edificio de mampostería, de una sólo nave y tres tramos con capilla mayor que termina en ábside poligonal, cubierto con bóvedas de crucería. A esta fábrica de raigambre gótica (que se construyó aproximadamente entre 1500 y 1540, interviniendo en ella los maestros canteros Pinilla y Jáuregui) se le añadieron posteriormente capillas laterales. A los pies hay una sencilla sillería coral que se cierra con una reja gótica, de la misma cronología que el edificio, pero con una inscripción que refiere que en el 1734 se hizo en Madrid a expensas de don Nicolás Fernández de Córdoba de la Cerda y Aragón, Duque de Medinaceli, que por la fecha debe corresponder al cerrojo. También de comienzos del siglo XVI es la reja que cierra la capilla mayor, realizada por el maestro Osón, colaborador de Juan Francés. En la cabecera se instala un retablo del siglo XVII con columnas salomónicas y sendas hornacinas a los lados, realizadas por el maestro contero Juan Ramos en 1619, que sirvieron de sepulcro de los Duques hasta el siglo XIX, si bien algunos fueron inhumados en el Monasterio de Santa María de Huerta y sólo después de la exclaustración de los monjes fueron trasladados sus restos a esta Colegiata. En el exterior destaca la torre, de finales del siglo XVIII.
Visitamos ahora el Convento de Santa Isabel, de monjas clarisas. Es el único que permanece en pie de los tres conventos que hubo en Medinaceli. Obra de comienzos del siglo XVI, en su fachada resaltan ventanas con arcos conopiales, y la puerta de entrada se enmarca por un doble alfiz que representa el cordón franciscano.

Otro edificios religioso es el Beaterio de San Román (pues beatas, que no monjas, eran llamadas sus moradoras). Fijémonos cómo a su fábrica, que quiere ser románica, se le sublevan todos los elementos arquitectónicos voceando su origen de mezquita musulmana o recinto sinagogal judío. En el retablo de la nave izquierda podremos ver colgado el huso de 15 centímetros que un hilandero se tragó y expulsó al cabo de seis días por la ingle. Lo autentifica con su firma el médico que lo curó y lo atestigua el nada crédulo Padre Feijoo, que añade que era tan cerrado el menestral que no supo decir como se tragó el huso; pero que debió ser un intento de suicidio en un momento de desesperación por la miseria y el hambre. Pero el otro plato fuerte de la visita al Beaterio está en el altar mayor de la otra nave:
"la preciosa urna que conserva los célebres cuerpos santos". Nadie sabe quiénes son, ni de dónde eran, ni a qué vinieron. Se les llama Arcadio, Pascasio, Eutiquiano, Probo y Paulino. Se les hace romanos, soldados, nobles feudales de Genserico y mártires africanos. Se cuenta que llegaron aquí traídos por dos bueyes que, llegados a la iglesia donde reposan, cayeron muertos en la misma puerta; si bien una segunda versión afirma que fue un camello el que los trajo, dejando la nada etérea prueba de una de sus costillas (un hueso de 1,60 metros de largo que puede verse en la sacristía). El racionalista Padre Feijoo no dijo nada sobre esto, pero ¿a que la mencionada costilla se parece sospechosamente a los fosilizados huesos del cercano yacimiento paleolítico de Ambrona?
Lo que sí es muy cierto es que en 1581 estaba a punto de hundirse una capilla en el Beaterio, y las monjas no tenían con qué arreglarla. El espiritual consejo que inspiró a la superiora el capellán fue mandar a decir a Roma que había en la capilla gran culto, que la gente se agolpaba a rezar por la ventana hasta de noche y que un año de sequía sacaron los restos venerados que contenía en procesión hasta el río y, tras ser bañados en el Jalón, comenzó a llover intensamente. Y se armó el lío: se abrieron los sepulcros y no importó gran cosa que entre los muertos, que debieran ser soldados, apareciese un obispo; se pidieron rezos propios y una fecha y una biografía en el martirologio romano; y como Roma no los daba a pesar de la intercesión de un Cardenal y del Duque de Medinaceli, el Ayuntamiento (cuyos méritos y arrestos conocemos) los declaró sin más patronos de la villa y les dedicó una fiesta de primera. Luego, en 1639 apareció (perdido al desgaire por cualquier cajón) un papel con la historia de los santos. Y se encargó un cuadro que pintara lo recién contado; y unas estatuas, la urna, reliquias, estampas... Y así hasta hoy, si Dios quiere.

El último edificio religioso que nos queda por ver es la ermita del Beato Julián de San Agustín, nacido aquí en 1550 y aquí fallecido en 1606. Es un humilladero con una bella portada de la segunda mitad del siglo XVI, formada por dos arcos de medio punto que apoyan sobre una columna central. El Beato que da nombre a esta humilde templo fue
"el patrón de la observancia franciscana", al decir de sus cronistas, que nos lo pintan como
"el humilde sastre que sumido en el amor a Jesús crucificado, andaba como fuera de sí mismo". Parece ser que
"solicitó el hábito en varios conventos franciscanos, pero con tal rigor penitenciaba que lo tomaban por demente y él mismo daba pie llamándose loco y predicador"; tras lo cual
"anduvo por los campos misionero, ermitaño en chozas del monte, catequizador de niños y campesinos y predicador de gentes de mala vida". Realizó, al decir de los mismos cronistas que cito,
"112 milagros comprobados por más de 50 jueces".
Mayor trascendencia tiene la arquitectura civil en Medinaceli. Son numerosas las casas nobles jalonadas con blasones, y adquiere especial significación la Plaza Mayor, porticada, y a la que se abre el Palacio Ducal. Este data de comienzos del siglo XVII, pero se suprimieron las torres laterales en el siglo XIX, y en la actualidad se encuentra en estado ruinoso. Es un edificio de marcada horizontalidad distribuido en dos pisos, que se disponen simétricamente a partir del eje que constituye la portada. En misma Plaza Mayor también se emplaza la Alhóndiga, otrora centro del acaecer profano y sede del Concejo de Medinaceli.

En la noche del 13 al 14 de noviembre (durante las fiestas patronales de los cinco cuerpos santos), la Plaza Mayor de esta villa se transforma en un coso ardiente de todas las reminiscencias culturales de la vieja Celtiberia, pues en ella tiene lugar el festejo del "toro júbilo", el único toro embolado de Castilla la Vieja. Cinco hogueras alumbran la noche y la fiesta en la cumbre del altiplano. A la luz de las llamas, entre el humo y el viento, la música, el vino, las brasas y el canto, corren los hombres a un toro bravo. Lleva el animal astas postizas de hierro tras los cuernos y sus puntas son teas hechas de una arroba de pez, aguarrás y azufre impregnado de estopa ardiendo. Una capa de arcilla roja humedecida protege la testuz, el lomo y los costillares del morlaco, que no es sacrificado en la ceremonio ritual. Unos días después sí, y asado y comulgado en la fraternidad de los vecinos, ya sólos, bajo el sol tibio de un domingo. El "toro júbilo" se ha corrido siempre (dos o más veces al año, en época de los Duques), aunque estuviese prohibido entre 1962-1977, por iniciativa de la Sociedad Protectora de Animales. Todo por las artes de unos reporteros ingleses que pusieron protestaron a las más altas instancias clamando piedad, tanto como si de salvar la vida a un cercano pariente se tratara. Las autoridades de entonces (perplejas sin dida ante tan encendido amor por el toro) decidieron tapar la boca de los ingleses prohibiendo el "toro júbilo", aunque sabían que los de Medinaceli harían caso omiso al impedimento. Y así fue: en cuanto la guardia civil desaparecía o hacía la vista gorda, corrían al toro en una plaza contigua a la de siempre.
Nos marchamos de Medinaceli, incorporándonos a la carretera de Barcelona (N-IIa): a nuestra izquierda quedan el Jalón y la línea férrea. Kilómetros más adelante, tras salvar el río, la carretera se agrega a la Autovía del Nordeste (A-2). En ésta, tomaremos un desvío que nos lleva a la pequeña localidad de
Lodares. Una vez en ella, tenemos dos opciones: seguir la carretera de Barcelona o internarnos por el camino de Lodares a Coversín. Si optamos por la segunda posibilidad, llegaremos al despoblado de
Coversín... Observemos sus muros derruidos, triste y silencioso testimonio del éxodo rural que ha sufrido Castilla, pero que ha sido especialmente trágico en Soria. Antes de llegar a Coversín, veremos que la senda se bifurca: si echamos a andar por aquí, llegaremos a
Yuba, otro despoblado. A él accedemos tras adentranos por barrancos y subir a la cresta de un picacho. Recorrer su caserío, acercarse a ver el río en la alameda vieja y dejarse sobrevolar por los buitres inquietados por nuestra inusual presencia serán componentes de la sensación más honda que recibiremos en nuestro andar por las ruinas de Yuba...

Pero regresemos a Lodares. Continuamos circulando por la carretera a Barcelona, que se cruza y se descruza con el Jalón y las vías del tren. Pasaremos por
Jubera, donde se apareció sobre un árbol Nuestra Señora de los Mártires, protagonista de una peculiar procesión que tiene lugar dos veces al año: los hombres portan la enseña y los estandartes y las mujeres la imagen sacra, circulando por separado los unos y las otras (hacia la Plaza Mayor ellos y hacia el Barrio Perchel ellas). Ambas procesiones acaban por encontrarse, momento en que los hombres ofrecen la bandera a la Virgen. El posterior trayecto hacia la parroquia se realiza en sentido inverso: los caballeros van hacia el Barrio Perchel y las señoras hacia la Plaza Mayor...

Y como quien no quiere la cosa, llegamos a
Somaén, burgo pintoresco y frontero enclavado en un paisaje rocoso de singular belleza. Ya que las curvas nos exigen reducir la marcha, miremos el paisaje de viejas rocas erosionadas y grajos sobrevolando las hoces del Jalón... Fue esta localidad una fortaleza musulmana, sobre la cual se levantó el castillo que hoy vemos, del último cuarto del siglo XIV, cuando Somaén cayó bajo la jurisdicción de Medinaceli. El castillo presenta una tipología frecuente en esta comarca: dos torres que unen dos lienzos de muralla entre los que se podía cobijar una pequeña guarnición. Aunque haya perdido una de sus torres, aún se yergue junto al acantilado del río Jalón, dominando el paso por el desfiladero, mientras que en la cara Norte el terreno desciende con suavidad y es donde se asienta el caserío. Señalemos además que cerca de esta localidad se encuentra la Cueva de la Reina Mora, que contiene los vestigios de vasos campaniformes más antiguos de España (entre el 2.800 y el 2.600 a.C, según las pruebas de Carbono 14).


