Os pongo un relato que nos ha mandado un colaborador de Zamora.
https://castilladespierta.wordpress.com/2011/03/28/color-verde-esperanza-zamora/Color verde esperanzaOtra vez ha llegado la primavera a Castilla. O, mejor dicho, está llegando, a pesar del refrán que asevera que en Castilla lo que hay son nueve meses de invierno y tres de infierno.
El caso es que ya podemos alegrarnos la vista con los almendros en flor y las llanuras revestidas por toda la gama de verdes imaginable, los trinos de los pájaros y el crotorar de las cigüeñas en los campanarios al majar el ajo, como dicen en mi pueblo.
Basta detenerse un momento a admirar el soberbio paisaje para detectar algún tractor que realiza sus labores de labranza; o pararse a echar un vistazo en alguna plazuela donde veremos a varios septuagenarios tomando los primeros rayos de solecico primaveral. Si disponemos de mucha suerte quizás incluso podamos contemplar cómo pasa fugazmente algún chiquillo en su bicicleta.
Pero la realidad, a poco que se raspe en la superficie de esta bucólica imagen, es muy distinta en cualquiera de nuestros pueblos. Y es que pese a las esperanzas que en todas partes infunde la llegada de la primavera, aquí, en nuestra tierra, en cualquiera de nuestros pueblos (llámese El Pego, Villarrín, Peñausende o Equis) a cualquiera con un poco de sentido común lo que le invade es una profunda desconfianza hacia el futuro.
Para cualquiera que esté mínimamente familiarizado con el mundo rural castellano la realidad es bien distinta: el tractor que divisamos a lo lejos en nuestra excursión estaba sulfatando las tierras con veneno (pesticidas y herbicidas es lo que toca en esta época); veneno que merma año tras año nuestra riqueza ecológica y que al filtrarse a través de la tierra envenena nuestros acuíferos y, por consiguiente, a nosotros mismos.
Los ancianos a los que vimos aprovechar los rayos de sol no son sino los últimos supervivientes de una época pasada y muy lejana, cuando en nuestros pueblos había vida y juventud. También sudor y trabajo duro, claro está. Pocas comodidades y muchos desvelos. Pero sí amor al terruño, conocimiento auténtico del medio (y no ese sarcasmo que enseñan a los chavales en el colegio) y apego a las tradiciones e idiosincrasia tradicionales.
El crío al que vimos pasar a toda leche con su bici tendrá que emigrar en unos años para poder labrarse un futuro que aquí es impensable.
Y es que, aunque dicen que la primavera la sangre altera, aquí con toda seguridad seguiremos inmutables, viendo sucederse los días, sucederse las muertes de los ancianos que quedan, sucederse los dramas de todos aquellos que tienen que marcharse de su tierra para poder subsistir….
Aunque quizás esta primavera sea diferente. A lo mejor alguien, al leer esto en su rincón de la Meseta, piensa que ya está bien. Quizás a alguien se le ocurre buscar alternativas de cultivo ecológicas. Quizás a alguien le pica el gusanillo por escuchar las historias que aún cuentan los viejos en las plazas. Quizás no todo está perdido…
¡ZAMORA, DESPIERTA!¡¡CASTILLA, DESPIERTA!!