Aquí, la leyenda completa, una versión diferente, pues hay varias, procedente del añorado blog, Terra Castellae:
El azor y el caballo
Sancho, rey de León, envió mensajeros a Fernán González para recordarle la obligación de asistir a las Cortes. El conde acudió, aunque no gustosamente, pues no le complacía sentirse vasallo del rey leonés.
Cuando llegó Fernán González, el rey salió a recibirle y a honrarle. Portaba el conde un hermoso azor en la mano y montaba un magnifico corcel ganado a Almanzor. El rey quedándose prendado de ambos, quiso comprarlos diciendo: “Magnifico caballo montáis, conde, y vuestro azor es envidiable. Quiero compraros uno y otro.” El conde dijo: “No ha de pagar el señor cosa que posee el vasallo. Vuestros son”. El rey no aceptó recibirlos sin paga, y entonces Fernán González puso una pequeña cantidad como precio, pero advirtiendo que por cada día que pasara había de doblarse el mismo. Sancho complacido aceptó.
Siete años transcurrieron, cuando de nuevo el rey mandó misivas a Fernán González para que acudiera a Cortes. En ellas le exhortaba a acudir a su mandato, advirtiéndole que de no hacerlo habría de dejar el condado y marchar de aquellas tierras. El conde, ante este mensaje, fue a León. A su llegada se arrodilló a los pies de don Sancho y le pidió las manos para besarselas. Mas el rey se las negó, acusándole de traidor, pues hacía dos años que lo llamaba y él no acudía. Y le reprochó, además, haberse alzado con el condado y no pagar los tributos debidos.
Ante estas palabras, el conde se puso en pie y replicó: “Señor, hace siete años que vine a vuestras Cortes y no cobré honra, sino deshonra. Si me he alzado con el condado, es porque no recibo la paga de la venta que os hice del caballo y el azor. Echad cuentas de lo que me debéis y yo os pagaré la diferencia.” Sancho enojado ante las palabras del Conde, le contestó: “Lenguaraz eres, conde, mas he de callar tu insolencia”. Y mandó que se le recluyera en prisión.
Cuando la condesa supo la prisión de su marido, se puso en camino acompañada de trescientos hijosdalgo castellanos, a los cuales dejó atrás. Llegando ella sola a pedirle al rey que le permitiera visitar a su marido. El rey lo permitió y llevaron a la condesa a la torre donde estaba el conde. Éste tuvo una gran alegría cuando vio a la condesa. Ella le dijo prestamente: “Levantaos, señor y trocad las ropas conmigo”. El conde lo hizo así y salió disfrazado con las vestiduras de la condesa, sin que el engaño fuera advertido por los soldados que guardaban al preso. Al día siguiente, y el conde ya en seguridad en sus tierras, las dueñas que habían acompañado a la condesa se presentaron, y al preguntárseles qué deseaban, contestaron que recoger a su señora. Abrieron la celda y con gran sorpresa vieron que quien la ocupaba era la esposa de Fernán González. El rey se asombró mucho de lo sucedido y dejó libre a la condesa, mandándola escoltada hasta encontrar a su marido.
El conde mando decir al rey que le pagase el azor y el caballo o lo cobraría por la fuerza. El rey echó cuentas y vio que la cantidad necesaria para pagar la deuda era superior a lo que podría reunir y no tuvo más remedio sino perdonar al conde el tributo que habría de darle.
Y así fue como Fernán González consiguió la independencia del condado de Castilla.