http://www.elconfidencial.com/saltiberio/indice.asp?id=4752Fin de Semana El Cultiberio
EL CULTIBERIO
¡Socorro, tenemos un nuevo idioma!@Incitatus
Sábado, 01 de diciembre de 2007
Acabo de enterarme de que tengo un idioma propio, mío, ancestral, autóctono y prístino, del que no sé una sola palabra. Se llama llïonés. Estoy completamente desolado. Es como una pesadilla esto.
Manda huevos, que hubiese dicho don Federico Trillo. Toda la santa vida tratando de hablar y escribir bien el español; toda la vida leyendo a Cervantes, Lope, Onetti, Cortázar, Delibes, Neruda, Carpentier y por ahí; tantos años obedeciendo sin rechistar las severas enseñanzas de Lázaro Carreter; tanto esfuerzo dedicado al soneto quevedesco, a la novela según san Márquez, al artículo de inspiraciones umbralianas, aromas millásicos o aderezos juliocambenses, y ahora resulta que lo estaba haciendo todo mal. Que mi obligación de buen patriota, de buen hijo de mi tierra, era escribir en llïonés, que ahora resulta que es mi lengua, ¡mi idioma, nada menos!, aquel con el que nací y me crié (y si así no fue, ¡pues muy mal hecho!), y el que debería hablar con toda corrección y fluidez y sintaxis. Porque yo, sépanlo de una vez, no nací en León, como siempre me hicieron creer las malas personas que tanto abundan, entre ellos mis padres, ¡esos agentes secretos pagados por el centralismo castellanista!, sino en Llïon. Oigan, y yo sin enterarme. Tengo un disgusto
Vamos a ver, seamos serios. La aparición en el mundo de una nueva lengua no es cosa banal, y menos cuando esa lengua resulta que es la de uno y uno estaba en la más completa inopia. O, por mejor decir, en Babia, comarca de mi tierra de León (perdón: de Llïon) (es que no me acostumbro a esa diéresis tan pimpante y zangolotina que le han puesto) a la que se retiraban los reyes de Llïon para descansar del gobierno de los llïoneses, que siempre dieron mucha lata y tuvieron actitudes algo extravagantes.
Esta calzoncillada del llïonés procede, en rigor, de las últimas elecciones municipales de mi pueblo, las de 2007. Les cuento y, además, anoto los nombres que se les da en la calle a los protagonistas para que se hagan ustedes cargo de cuál es su aproximada catadura. El socialista Francisco Fernández, de toda la vida Paco Raquetas por su afición al tenis, pero últimamente Paco el Pobre o El pobre Paco, necesitaba, para ser alcalde, los votos de los tres concejales de una formación política residual, electoralmente mínima y desgalichada, de carácter (vamos a llamarlo así) secesionista-leonesista, que se llama Unión del Pueblo Leonés. No llegaron estos mozos a ocho mil votos en las últimas municipales. Tienen un diputado provincial y un diputado a Cortes autonómicas. Una docenita de alcaldes. Vamos, que no son precisamente el Partido Republicano de EE UU, ¿eh? Ahora les comanda un tal Chamorro, que no sé quién es, pero, antes de la última y enésima escisión del partido, su líder era un oscuro abogado de la localidad al que todo el mundo llama El Pelines. Si los tres concejales leonesistas se iban de novios con el candidato de la derecha, Mario Amilivia, por mal nombre El de la gomina (cuando fue alcalde cargaba las facturas de su fijador del pelo a los gastos municipales), Paco Raquetas o Pobre Paco se quedaba sin el sillón. Así que prometió a los muchachos del Chamorro todo lo que quisieron. Cosas de la política, dirán ustedes. Así es, convendré yo. Pero anoten: este asunto se dirime entre personajes que se conocen por Paco Raquetas, Pelines, Mario el de la Gomina y por ahí. Vamos, que es como para estar tranquilos.
Pero es que los muchachos del Chamorro, o sea los leonesistas, una vez en el equipo de gobierno, exigieron la creación de algo asombroso: la Concejalía de Educación y Cultura Tradicional Leonesa, algo jamás visto por mi tierra llïonesa. Tan curioso puesto recayó sobre las espaldas de un señor que se llama Abel Pardo, a quien tampoco tengo el entomológico placer de conocer. Dicen que tiene estudios universitarios y que habla italiano. Puede que así sea pero me extraña, porque una persona con cierta formación académica y con las neuronas en su sitio jamás se atrevería a impulsar, y menos a proponer como asignatura en las escuelas, una cosa que no existe ni ha existido jamás, que es el idioma leonés. Perdón (es que me distraigo, coño), llïonés.
Uno, en su humildad, respeta todas las opiniones políticas a condición de que esas ideas no provoquen que se mate a alguien. Así pues, admite con naturalidad que haya personas, sin duda muchas y buenas personas, que sueñen con que la provincia de León se segregue de la Comunidad de Castilla y León y forme una autonomía propia. Yo no estoy de acuerdo y, además, ese asunto me parece una cuestión rancia y de muy menor importancia para las gentes, pero están en su derecho. A esas personas quizá no les importe saber que ese leonesismo, con su correspondiente sentimiento de animadversión hacia Castilla, nació impulsado por los más cavernarios caciques de mi tierra, los dueños de la provincia durante los años del franquismo, a quienes, para seguir medrando y gobernando y cortando el bacalao, les convenía más un asiento a solas (aunque fuese de tercera) que un vagón compartido con ocho provincias más. Eso es cosa suya.
Pero lo del idioma es otro asunto. Es sabido que el nacionalismo, cualquier nacionalismo, necesita, para existir, de tres cosas indispensables: una bandera, un idioma y un enemigo. Todo lo demás es secundario y puede esperar, pero eso no. La bandera, los leonesistas la adoptaron pronto. Bien. Hubo problemas con los colores, pero bien. El enemigo lo buscaron a toda velocidad: Castilla, contra la cual los leoneses no habíamos tenido jamás un problema, un enfrentamiento, una diferencia, un pleito de lindes, ni siquiera una rivalidad regional futbolística. Los leoneses teníamos tirria, de toda la vida, a los asturianos, y viceversa; pero jamás nos llevamos mal con Castilla, con la cual nos integramos hace setecientos años sin que desde entonces haya habido es que ni un catarro. Ah, pero nuestros cagamandurrias nacionalistas convirtieron a Castilla, de la noche a la mañana, en la Potencia Opresora e Invasora, en la causa de todos los males y en el pararrayos de todos los odios. Como todos los nacionalistas, reinventaron, manipularon, falsearon la historia a su conveniencia (no hay espacio aquí para contar cómo, y además da mucha vergüenza) y hasta han entrado a saco en Wikipedia para pervertir y reescribir a su conveniencia la historia de León, de Castilla y, desde luego, de su idioma. Compruébenlo ustedes mismos. Y luego piensen si hay que fiarse de Wikipedia.
Porque con el idioma sí que tuvieron problemas. El llïonés, y encima con esa diéresis tan elegante, no existe. No ha existido jamás. Nunca. No lo habla absolutamente nadie. ¡Ni una sola persona! A los niños de las escuelas de mi pueblo, desde este curso se les está enseñando en clase una lengua absolutamente inventada. Como el idioma canario que se iba imaginando por la radio, desde Argel, todas las tardes a la hora de merendar, aquel loco de Antonio Cubillo. Al llïonés yo le he oído llamar, en los últimos veinticinco años, lleonés, lleunés, llaunés y de muchas formas más. Es como el Yeti o el monstruo del Lago Ness: la gente que gana dinero con ello llama de muchas maneras a algo que nadie ha visto
porque no existe. En realidad se trata del modo de hablar que tenían las viejas en la montaña de León. Una corrupción del bable que variaba extraordinariamente de un valle a otro, de un pueblo a otro
y de una vieja a otra. Pues ése es el ahora llamado llïonés
¡que están enseñando a los niños en los colegios!
Se han matado los talileoneses (¿o talillïoneses? No sé) para encontrar documentos antiguos que den carta de naturaleza a algo ficticio, artificial, pero que ellos necesitan para seguir chupando del bote de sus concejalías. Y hallaron, en los legajos de la Catedral y comentados muy brevemente por algún ilustre erudito, las anotaciones de un monje del siglo X que escribió, sin duda a toda velocidad y reproduciendo la fabla de su abuela la del pueblo, una especie de inventario de quesos. El texto, al que ahora llaman solemnísimamente Nodicia de Kesos (menos mal que no han escrito Nodïcia, ¡con lo que a estos palurdos les gustan las diéresis!), contiene, en pocas líneas, un pésimo latín y un aún más patético romance primitivo; el que lo escribió era un patán iletrado de padre y muy señor mío, pero eso ha bastado a los patriotas leonesistas para inventarle abuelos a su no menos falso idioma, que es de lo que se trataba.
El colmo: los leonesistas dicen que la Unesco, nada menos, ha dado carta de naturaleza al llïonés y lo considera una lengua en grave peligro de desaparecer. Pero coño, ¿cómo va a desaparecer si jamás ha aparecido? No he tenido tiempo de comprobar si eso de la Unesco es verdad o es otra mentira más, porque esta gente no se corta un pelo. Pero, si es cierto, ése sería un hallazgo
teológico. Significaría la demostración de que Nuestro Señor, en su infinita ecuanimidad, habría repartido entre todos los hombres por igual la facultad de decir gilipolleces, ya sean éstos pescadores, fariseos, publicanos, galileos, samaritanos, gentiles o funcionarios de la Unesco.
Y el gil
el cret
el alcalde de León, Paco el Pobre, ha tenido los hígados de salir en los periódicos diciendo que ese fraude, esa idiotez del llïonés, es nuestro idioma (¡¡!!) y nuestra lengua. Ah, ¿lo habla él? ¿Lo hablaron sus padres, sus bisabuelos siquiera? Claro, qué va a hacer: si dice lo que de verdad piensa y se le enfadan esos talibanes de la UPL, le quitan la Alcaldía. Así que a tragar
El premio Cervantes Antonio Gamoneda, que nació en Oviedo pero vive en León desde hace 74 años; que no le debe nada a nadie y que jamás ha consentido que le toquen mucho los nísperos, lo ha dejado claro: el llïonés que esta tropa de descerebrados está haciendo enseñar en las escuelas gracias al inmenso poder de tres votos en un Ayuntamiento, es una invención que procede nada más de lo que hablaban las gentes de las montañas próximas a Asturias. Una podredumbre del bable. No es, desde luego, un idioma, ni una lengua, ni un dialecto siquiera. No es nada más que una pirueta política.
El llïonés, lleunés, llaunés, o como quiera que a estos cretinos le apetezca llamarlo en lo sucesivo, sólo ha tenido hasta la fecha (y sólo puede tener en realidad, porque los idiomas los hace la gente y el uso, no los concejales) una aplicación práctica: enguarrar los letreros indicadores de tráfico hasta hacerlos completamente inservibles. Los leonesistas, spray en mano, han corregido tantas veces la grafía de esos letreros que, cuando llegas a mi tierra, ya no hay forma humana de saber dónde estás ni cuánto falta para Ponferrada. Sólo para eso sirve esta gente.
Yo espero que la concejalía de Educación y Cultura Tradicional Leonesa, tan parecida al Ministerio de Educación Popular y Propaganda que creó Goebbels, desaparezca pronto y sin dejar demasiada memoria: ya está bien de que la gente se ría de los leoneses porque nos tengan, como decía el humanista Martín González de Cellórigo en el siglo XVI, por homes desatinados, fuera del orden natural de las cosas.
Este caballo se esforzará toda su vida para escribir mejor en un idioma maravilloso: el español, que hablan 400 millones de personas. Y a inventos artificiales como este que les cuento, que no lo habla absolutamente nadie ni maldita la falta que hace, que les den por
Ahora que lo pienso, ¿cómo se dirá eso en llïonés? ¿Le pondrá el concejal Abel Pardo la diéresis en la U o en la O? Qué intriga, caramba.
Ilustraciones de Julio Cebrián