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Autor Tema: Vida y obra de Emiliano Barral, escultor sepulvedano  (Leído 8388 veces)
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« : Junio 29, 2010, 00:38:35 »




Emiliano Barral nació en Sepúlveda, allá por 1896. Situada junto al Duratón, esta localidad segoviana está repleta de callejuelas empinadas, escaleras de piedra, viejas casas señoriales, rincones que han sido testigos de sucesos protagonizados por Fernán González o por Abubad y Abismen, los alcaides moros de la villa.
Emiliano, que comenzó a trabajar seriamente en las canteras cuando apenas tenía 12 años, nunca pensó en ser escultor, vocación que le llegó tarde y de modo fortuito. Responder al llamado de la escultura fue el más bello remate de sus novelescas andanzas de adolescente. A los 14 años comenzó a simpatizar con el anarquismo, debido a la influencia de su padre, entre cuyas lecturas se hallaban títulos como La conquista del pan, de Pedro Kropotkin y El dolor universal, de Sebastián Faure. Poco después, huyó de su casa en compañía de un portugués llamado Couceiro. Este individuo (también libertario y trabajador de las canteras sepulvedanas) debió influir mucho en el muchacho.
¿Cuáles eran los objetivos de Barral y Couceiro? Pues la revolución social, por supuesto. Tenían planeado iniciar una huelga general en las minas de Riotinto, en Huelva. Pudieron llegar hasta esta provincia, pero no consiguieron lo que se proponían, ya que fueron detenidos sin motivo aparente por la Guardia Civil de Ayamonte. Tras pasar unos días en la cárcel de aquella localidad, fue trasladado a Huelva. Años después, Barral relataría así su entrada en la ciudad:

"-Y en Huelva entré - me acordaré siempre - un día de Carnaval, atravesando los grupos de gentes por las calles entre la Guardia Civil. ¡En mi vida he sentido orgullo mayor!".

De Huelva, reclamado por su padre, fue trasladado a Madrid, donde conoció a Santiago Alba (Ministro de Gobernación) y a Méndez Alanís (Director General de Seguridad), a quienes "chocó mucho que hubiera un revolucionario de quince años y me hicieron comparecer ante ellos". Su regreso a Sepúlveda se realizó sin incidentes, y su padre le recibió con la mayor comprensión.
Emiliano Barral no permaneció mucho tiempo en Sepúlveda. Un buen día, salió de la villa en bicicleta, a pagar los jornales de una contrata de obras que su padre tenía en un pueblo cercano...Y no volvió. Con el dinero y con la bicicleta se fue hasta Valencia. Allí tuvo un apasionado idilio con una estrella de varietés, con la que se gastó la totalidad del dinero. Cuando se vió en la miseria, se marchó en un barco que iba a Barcelona. Sin pagar el pasaje, por cierto.
En Barcelona entró en contacto con las agrupaciones anarquistas. Conoció al mítico cenetista Salvador Seguí, a quien regaló su bicicleta muy generosamente. Con los bolsillos vacíos otra vez, Emiliano Barral marchó a Francia. Viajó sin billete en los ferrocarriles franceses y, a pesar de ser arrestado en Lyon, pudo llegar a París. Al verse desamparado en aquella ciudad extraña, acudió al Consulado Español en demanda de ayuda. Al preguntarle sobre lo que sabía hacer declaró que era cantero, y consiguieron colocarle en un taller de escultura, donde pasó a trabajar como sacador de puntos. El dueño del negocio apreció pronto las cualidades del joven Barral, y le encomendó la talla de piedras duras y otras labores por el estilo.
Allí, con una ocupación bien pagada, podrían haber concluido las peripecias de Emiliano Barral. Otro era, sin embargo, el destino que le estaba reservado. Aquel París del Postimpresionismo y del Modernismo; de Picasso, Juan Gris, Marc Chagall y Modigliani, fue el revulsivo que necesitaban las capacidades artísticas de nuestro biografiado.
Barral anduvo por el Barrio Latino y consiguió hacerse amigo de escritores y artistas, a los que visitaba en sus estudios y con los que acudió a galerías y exposiciones. El joven sepulvedano abandonó el taller y se convirtió en todo un bohemio de aspecto descuidado. A los seis u ocho meses de arrastrar aquella vida, sin dinero, cansado de privaciones y amenazado por la anemia y la tuberculosis, Barral decidió regresar a Sepúlveda y plantearse en firme eso de ser escultor.
Ya en su villa natal, Emiliano Barral no pudo entregarse inmediatamente a su vocación. Se imponía la lucha por la supervivencia, y antes de que se le presentara una ocasión propicia tuvo que volver a ganarse la vida como cantero, trabajando en diversos lugares de Castilla. Sabemos, entre otras cosas, que participó en la restauración de la fachada de la Universidad Complutense.
Con el sustento asegurado, realizó su primera obra escultórica, que no fue sino un pequeño encargo para el cementerio sepulvedano. Se trata de una sencilla losa rematada por una estela con un ángel en bajorrelieve, que parece emerger de la piedra para llorar amargamente. Realizaría más obras funerarias, siendo la más notable una representación de las Tres Virtudes Teologales. Tallada en piedra amarilla de Sepúlveda, se halla en el cementerio de Burgo de Osma (Soria). Estas esculturas, realizadas siguiendo las pautas de la estética modernista, no parecían satisfacer a Barral, que ni acordarse de ellas quiso.
En 1917 nuestro escultor tuvo que incorporarse al servicio militar, que realizaría integramente en Madrid. Coincidió en el cuartel con el escultor andaluz Juan Cristóbal, que le brindó la oportunidad de trabajar en su taller. Allí realizó diversas experiencias que le permitieron el descubrimiento de sí mismo, al poner frente a frente sus conceptos estéticos y las cualidades de la materia.
De nuevo en Sepúlveda, realizó el busto del poeta Rosendo Ruiz y Bazaga, autor del primer artículo sobre Emiliano Barral que conocemos. Este texto apareció en el diario El Adelantado de Segovia, el 28 de julio de 1919, y está redactado con un estilo efectista y un tanto hagiográfico:

"El gran escultor sepulvedano, gloria de Castilla, acaba de hacerme un retrato...Barral, en cuanto a mí, ha querido esculpir la encarnación de una más o menos luminosa ráfaga sentimental que cruza el valle de la vida, tremando, flébil, en la lobreguez de una almunia escondida y esfumándose, rauda, en la sombra letal de un campo inadvertido...Barral, en cuanto a él, como supremo analizador de la almas, como un dios de la forma, no inmortalizará mi nombre, pero eternizará el suyo en esta su obra maestra, que se perpetuará a través de los siglos. A fe mía que un pobre diablo como yo no merecía una escultura tan genial".

Barral no era ninguna "gloria de Castilla", ni mucho menos, sino un oscuro y desconocido escultor principiante. Pero sabía lo que quería, era consciente de sus limitaciones y estaba dispuesto a llegar a lo más alto. El artículo periodístico que acabamos de citar tendría más importancia de la esperada: el grupo de intelectuales que se estaba asentando en Segovia se enteró por él de la existencia de Emiliano Barral, y algunos acudieron a Sepúlveda para conocer su obra.
A principios de 1920, nuestro joven escultor acudió a la Diputación segoviana en demanda de ayuda. Presentó dos de sus obras para demostrar que daba la talla, pero no consiguió la beca por él solicitada. Sin embargo, la buena factura de aquel par de tallas empezó a hacerle conocido, y el periodista Juan Francisco de Cáceres publicaría elogiosos comentarios sobre Barral en La Tierra de Segovia. Aquel mismo año alcanzó Emiliano su primer éxito más allá de los límites provinciales, ya que participó en un concurso convocado por la Sociedad de Amigos del Arte de Madrid y consiguió que se le encargase realizar el busto de la hija de los Marqueses de Jura Real. Para él (que se hallaba decepcionado por la ayuda que le denegó la Diputación segoviana) fue un estímulo importante.



Por aquellos años, la ciudad de Segovia vivía los inicios de un dinámico movimiento cultural con la aparición de la Universidad Popular Segoviana y de periódicos como La Tierra de Segovia. Y no tardó Barral en alinearse con esta corriente artístico-cultural: colaboraciones con el semanario Segovia, participación en exposiciones colectivas de artistas locales, defensa vehemente del patrimonio artístico segoviano (fue notable su oposición al expolio de las pinturas románicas de la ermita de la Vera Cruz, en Maderuelo), etc... Pero estas actividades, que son una prueba de la seriedad con que abordaba cualquier compromiso, no pueden eclipsar la importante tarea que llevó a cabo como escultor. Barral llevó a cabo una serie de bustos en los que inmortalizó a los protagonistas de aquellos momentos de la cultura segoviana: Ignacio Carral (periodista), Julián María Otero (escritor), Eugenio de la Torre (pintor), Antonio Ibot de León (crítico), Fernando Arranz (ceramista), José Tudela (archivero y arqueólogo) y el gran poeta Antonio Machado. También esculpió el retrato de la niña Mercedes de Cáceres y modeló el de Cecilia Herrero, futura esposa de José Tudela.



Barral presentó dos de sus esculturas (las efigies de Eugenio de la Torre y Antonio Machado) a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1922. Pasó la prueba de admisión, pero sus obras no merecieron ni la más mínima atención del jurado. Tras dar forma a una serie de figurillas de barro que eran coloreadas y esmaltadas por el ceramista Arranz, nuestro artista fue ampliando su círculo de amistades y, consecuentemente, su galería de retratos. Realizó el busto del padagogo Blas José Zambrano a partir de un duro bloque de granito robado de La Lastrilla, y la obra fue presentada en la Exposición de Artistas Segovianos que tuvo lugar en Medina del Campo.
Pero las cosas empezaron a cambiar para Barral. La Diputación Provincial segoviana acordó encargarle una obra, y obtuvo su primer triunfo a nivel nacional cuando Los Amigos de Rubén Darío (a través de una comisión presidida por Azorín) resolvieron encomendarle la realización de una escultura del ilustre poeta nicaragüense. Tras cumplir estos trabajos, Emiliano volvió a presentarse a la Exposición Nacional de Bellas Artes, y a ella acudió con dos obras: Cabeza de Pablo Iglesias y El Arquitecto del Acueducto. Tampoco logró en aquella ocasión que el jurado se fijase en ellas, aunque sí consiguió cierto éxito de crítica.
Pero fue en Segovia, entre los suyos, donde Barral encontró el mayor reconocimiento: las autoridades le encomendaron la ejecución de un monumento a Daniel Zuloaga, que se ubicará en la Plaza de Colmenares. Esta estatua, planteada con una concepción original, es la interpretación del tronco de un árbol resuelto en bloques de sienita recorridos por grafismos e incisiones, el conjunto está coronado por la cabeza del gran ceramista y pintor madrileño. Además, realizó un busto de basalto titulado Segoviana, en homenaje a las mujeres de su provincia.
Barral obtuvo, en septiembre de 1924, una beca de la Diputación que le permitiría ampliar sus conocimientos de cultura en el extranjero. Esta ayuda le permitió recorrer Italia de Norte a Sur, admirando las obras de Donatello en Florencia, las estatuas barrocas de Roma o las ruinas de Pompeya. Visitó Sicilia y escribió una carta a sus amigos segovianos para comunicarles su regreso desde Agrigento. En septiembre de 1925 se hallaba de nuevo en la ciudad del Acueducto.
Tan activo como siempre, realizó varias obras: el panteón de la familia Cernuda-Pedrazuela para el cementerio segoviano, el monumento al maestro Victoriano Corredor ubicado en Burgo de Osma, el panteón de los Cisneros-Tudela y el de Ezequiel Tudela (ambos en el camposanto de Ágreda). Tras formar parte del jurado que habría de fallar los premios del Concurso Nacional de Escultura de 1925-1926, Barral se trasladó a Madrid. Volvió a participar en la Exposición Nacional de Bellas Artes, presentando esta vez cuatro esculturas... Y volvió a pasar inadvertido para el jurado, si bien la crítica artística volvió a elogiar sus obras. Buena prueba de ello son los artículos de Francisco Alcántara y Antonio Lezama, por citar dos nombres.
A pesar de este relativo fracaso, la obra del sepulvedano comenzó a ser apreciada en círculos cada vez más amplios, de ahí que se le encomendaran dos trabajos importantes: un monumento dedicado al ingeniero Manuel Ortueta (en Gijón) y el mausoleo de Pablo Iglesias (en Madrid).
Manuel Ortueta había muerto en accidente en el puerto gijonés al intentar salvar la vida a dos obreros, Luis y Lorenzo Martínez, que (desgraciadamente) perecieron también. El monumento, inaugurado en 1927, rebasa el concepto clásico de escultura. Se integra en un espacio concreto, un parque, e introduce (con valor de símbolo) el lento resbalar del agua que gota a gota, como si de lágrimas se tratara, acaricia la piedra de un monolito.



Pablo Iglesias, figura fundamental del socialismo español, había muerto el 9 de diciembre de 1925 en su domicilio madrileño. Barral acudió a su lecho mortuorio para tomar apuntes de su cabeza yacente, de la que haría (al menos) cuatro versiones: una en arcilla, otra en piedra caliza y dos en mármol gris. Este interés por tomar al creador del PSOE como modelo influyó, sin duda, para que se le encomendara la ejecución de su mausoleo. Barral hizo la maqueta de la obra en colaboración con el arquitecto socialista Francisco Azorín: ésta fue presentada al público en 1927 y el conjunto funerario quedó inaugurado en 1930. Los trabajos del mausoleo (para el que esculpió la cabeza yacente de Iglesias coronando un pequeño monolito, una Maternidad y varios relieves) no absorbieron por completo a Barral, que tuvo tiempo de realizar varios bustos.
Pero, justo entonces, la desgracia se cebó con nuestro escultor. En su número correspondiente al día 16 de febrero de 1929, El Adelantado de Segovia publicaba la siguiente noticia:

"Anoche, a las nueve y en la estación del metro de Ríos Rosas, se arrojó al paso del convoy la señora Elvira Arranz, esposa del conocido escultor don Emiliano Barral, llevando en brazos a un niño de pocos meses, hijo de ambos. A pesar de los esfuerzos del conductor, que se dió cuenta del accidente, no pudo frenar a tiempo, y el tren, impulsado por la pendiente, arrolló a dicha señora y a la criatura...Se ignoran las causas de este desgraciado accidente, aunque la prensa supone que se trata de un suicidio...".


La tragedia no llegó a consumarse. Tanto el pequeño como la mujer pudieron ser sacados de las vías, y si bien ella tuvo que sufrir la amputación de un pie, el niño resultó prácticamente ileso.
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« Respuesta #1 : Junio 29, 2010, 00:43:50 »


Mientras se desarrollaba aquel drama familiar, Barral preparaba su primera exposición individual y acudía, presentando 27 esculturas, al Salón que la Sociedad de Amigos del Arte poseía en el Museo Español de Arte Moderno. Allí estaban, mostrándose al público y a la crítica, sus diez años de escultor, y toda la prensa (ABC, Atlántico, Blanco y Negro, Estampa, La Esfera, La Voz...) se hizo eco del acontecimiento, especialmente reseñado por la revista Arte Español. En la prensa segoviana, que venía prestando una atención continua a Emiliano Barral, se publicaron varios artículos en torno a la exposición, siendo el más emocionado el que Antonio Linage (su amigo) escribió para El Adelantado de Segovia:

"Emiliano Barral, el joven escultor sepulvedano, que consiguió gloria y nombre a su cuna y enaltecer a su provincia, ha celebrado no ha mucho una interesante exposición en Madrid...Viendo la obra de Barral forzosamente hay que pensar que es artista castellano, por su nervio y su rara inspiración y diría más, conociendo Sepúlveda forzosamente hay que pensar que es sepulvedano...De sus peñas tan llenas de ensueño y poesía, de su ambiente, no podía salir un escultor que produjera obras de meticuloso detalle y florituras como las de Collaut, Marinas, Benlliure...".

Aquella exposición significó mucho para nuestro biografiado. El Duque de Alba adquirió una de sus obras, otra fue comprada por el doctor Vital Aza, y el director del Museo de Arte de Chicago intentó conseguir una, sin lograrlo. La buena sociedad madrileña abrió sus puertas al artista sepulvedano, llegándose a la paradoja de que aquel escultor revolucionario pasara a ser uno de lo más solicitados por muchos miembros de la misma. De ahí que Barral realizase los bustos del doctor Marañón, Miguel Artigas, Varela Rodio, Rosita Díaz Gimeno... Y aunque tuvo algunas decepciones (fallido proyecto de monumento al pintor Julio Romero de Torres), aquel año de 1929 ganó el concurso convocado para erigir un monumento al político Diego Arias de Miranda en Aranda de Duero.
Barral colaborará con la Universidad Popular Segoviana, enviando tres de sus obras a una de sus exposiciones: Cabeza yacente de Pablo Iglesias, Mi madre y Alfredo Guido. A éstas se añadieron El Arquitecto del Acueducto y los retratos de Julián María Otero y Eugenio de la Torre.
Al poco de proclamarse la Segunda República, Barral encabezará un manifiesto dirigido a la opinión pública, aparecido en el periódico libertario La Tierra. Era la carta de presentación de la Agrupación Gremial de Artistas Plásticos, que expresaba sus deseos de acabar con los obsoletos planteamientos del arte español. Aquel mismo año fue nombrado vocal del Patronato del Museo Nacional de Arte Moderno y, por si fuera poco, alcanzó un considerable éxito en el XI Salón de Otoño de Madrid con una esculturas de osos polares.
La noche del 21 de diciembre de 1931, Emiliano Barral se disponía a entrar en su domicilio cuando fue abordado por dos desconocidos. ¿Vulgares delincuentes? ¿Extremistas revolucionarios, tal vez? No lo sabemos. Sea como fuere, los dos desconocidos le pegaron un tiro, teniendo Barral que ser operado en la clínica del doctor Bastos. Entrevistado pocos días después, el artista sepulvedano dio pruebas de su recio temple:

"Pero, en fin, aquí estamos dispuestos a afrontar la fatalidad si se presenta de nuevo".

Y ésta volvería a presentarse, golpeando a su amigo Luis de Sirval, que fue asesinado por los legionarios en los días de la Revolución de Asturias. El propio Barral tampoco se libraría de sobresaltos. Se cuenta, aunque es noticia sin confirmar, que unos energúmenos le dieron una tremenda paliza por salir a la calle bien trajeado y con sombrero.
Pero nuestro escultor soportaba con entereza todas las contrariedades, y seguía adelante con una obras cada vez más maduras. De aquellos años datan algunas de sus más relevantes esculturas: la inconclusa cabeza de Sirval, el monumento a Lope de la Calle (Segovia), el erigido en honor a Leopoldo Cano (Valladolid), el dedicado al doctor García Tapia (Riaza), el panteón de la familia Luchsinger y, sobre todo, el monumento a Pablo Iglesias en La Moncloa. Éste último estaba compuesto por una cabeza granítica del político socialista de 1,10 metros de altura, la representación de un manojo de herramientas y una alegoría del proletariado en marcha.



Algo después, el sepulvedano participó en dos exposiciones: la Nacional de Bellas Artes y la de Arte Libre, respectivamente. Antes de que ambas finalizaran, estalló la Guerra Civil. Barral, hombre comprometido, no tardó en cambiar el cincel por el fusil y participar en la lucha contra los sublevados.
En el Centro Segoviano de Madrid, situado en plena calle Mayor, se crearán las Milicias Segovianas. Emiliano Barral, Antonio Linage y el gran dulzainero Agapito Marazuela serán sus fundadores, si bien la idea de unas milicias con gentes de Segovia partió de Pedro Barral, hermano de nuestro escultor. Y las Milicias Segovianas, con Emiliano como comisario político, se batieron valientemente a lo largo de un vasto frente que se extendía entre la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo, defendiendo posiciones propias y acudiendo a cubrir los huecos que otras milicias producían al retirarse, como Los Leones Rojos.
El día 21 de noviembre, mientras se libraban los más cruentos combates de la Batalla de Madrid, Emiliano y Alberto Barral acompañaban a varios corresponsales de guerra extranjeros que pretendían acercarse a las primeras líneas. Cuando la camioneta en la que iban todos llegó a las proximidades de Usera, descendieron de la misma y, al poco tiempo, el campo se vio batido por un cerrado fuego de mortero. Un obús estalló cerca del escultor, siendo golpeado en la cabeza por un trozo de metralla. Herido gravemente, murió momentos después de ingresar en el hospital de sangre existente en el Palace Hotel.
Así murió el gran Emiliano Barral, cayendo en defensa de la República. Fue solemnemente sepultado en el Cementerio Civil del Este, allí donde quedaron algunas de sus mejores obras. Entre los asistentes, el poeta Antonio Machado, amigo fiel en los días de Segovia y escritor de versos en su memoria:

"...Y tu cincel me esculpía
en una piedra rosada,
que lleva una aurora fría
eternamente encantada.
Y la agria melancolía
de una soñada grandeza
que es lo español (fantasía
con que adobar la pereza)
fue surgiendo de esa roca,
que es mi espejo,
lína a línea y plano a plano,
y una boca de seed poca
y, so el arco de mi cejo,
dos ojos de un ver lejano,
que yo quisiera tener
como están en tu escultura
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver."




SANTAMARÍA, Juan Manuel.-. Junta de Castilla y León, Colección Villalar nº6, 1986, Castilla y León.
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