Llegó una paloma al balcón de mí vecino, pegandito al mío, anidó y tiene dos pollos a los que la madre alimenta durante el día y, al anochecer, se posa sobre ellos con las alas tendidas en espera del nuevo día, pasa del balcón vecino al mío confiada, como si no percibiera peligro para sus crias.
Se lo dije al vecino y los dejó vivir, yó podría alcanzarles y quitarme ese inconveniente de la palomina que ensucia el balcón, simplemente abortando el ciclo vital de un pájaro que escogió, confiado, mí vecindad, pero he dejado que se desarrolle la vida que tan providencialmente se puso en mís manos. Ahy están, ocupando ya un espacio al que tienen derecho por la más alta razón anterior a toda ley, indefensos e inocentes, no pueden hablar ni tan siquiera pedir piedad y yó no soy Dios para negarsela, no lo abortaré.

