Correos. Así se han llamado popularmente en Pradoluengo desde siempre, a los autobuses de línea, ya que en ellos, llegaban cartas y certificados, además de muchas otras mercancías. A perro flaco todo son pulgas. La crisis se ceba con el mundo rural, y servicios básicos como la sanidad y la movilidad, se convierten en humo por mor de los recortes. Localidades referentes otrora en el panorama provincial, como Trespaderne, Oña, Salas de los Infantes o Pradoluengo, ven peligrar sus guardias médicas, sus colegios, su autobús. Qué tiempos aquellos, en los que a la Villa Textil llegaban dos ‘correos’, el de Burgos y el de Haro, repletos de productos, víveres, correspondencia, muebles, vino y, claro, viajeros. Este sistema de comunicación, vital para el desarrollo de las zonas rurales, era transmisor de ideas y noticias, de rumores e ilusiones, de sucesos y quimeras, acercando comarcas enteras, hasta entonces encerradas en sí mismas, a un mundo progresivamente global.

Y es que la comunicación era primordial. Un claro ejemplo de la importancia que suponía para la venta de las bayetas, boinas y calcetines pradoluenguinos, lo encontramos en la construcción de la carretera hasta Ibeas. Uniéndose en la población juarreña a la proveniente de Logroño, esta vía facilitaba la llegada a Burgos. Su relevancia se demostraba desde el momento en que, uno de cada cuatro reales invertidos en esta obra fueron sufragados por el ayuntamiento pradoluenguino. En 1871, una reunión vecinal ponía de manifiesto su necesidad, ya que con ella se unirían «todos los pueblos que se hallan situados a las faldas de la Sierra de Urbión y Montes de Oca con la capital de provincia, a donde podrán transportar con gran economía los productos no sólo de la industria, sino también las riquezas de madera y minerales que contienen y encierran estas dilatadas Sierras».
Este camino supuso un enorme esfuerzo hasta el punto de que, en 1877, y en años posteriores, se suspendieron los actos festivos de la Virgen y San Roque, exceptuando los religiosos, con el fin de terminarlo. En 1882, aún no había concluido, surgiendo problemas ante la falta de pagos de otros pueblos y de la Diputación, lo que llevó al ayuntamiento, prácticamente, a la bancarrota. Todo se daba por bueno con tal de mejorar las comunicaciones.
Hasta la llegada del ferrocarril, las diligencias fueron el medio de locomoción moderno por antonomasia. Se trataba de coches de colleras, armatostes incómodos pero sólidos, arrastrados por mulas, con diferentes asientos según fuese la categoría del billete: berlina en el interior, cabriolé fuera, pero con capota, o de rotonda, ya en el techo del coche. La velocidad oscilaba entre los 5 y 10 kms/h., lo que hacía de los viajes toda una aventura y su llegada a los pueblos, un acontecimiento.
A finales del XIX, se puso en marcha una línea de gran relevancia en las comunicaciones pradoluenguinas, el correo de Haro. El coche de Haro ponía en comunicación la cuenca alta del Tirón con la baja, llegando hasta la capital de la Rioja Alta, centro comercial clave para los intercambios de la Demanda con el Valle del Ebro.
Años más tarde se produjo un salto trascendente con el establecimiento, en 1907, de la primera línea de autobús con Burgos. Por aquel entonces, los ayuntamientos de varios pueblos destacados de la provincia, acordaron adquirir acciones de la Compañía de automóviles burgalesa, eso sí, «siempre que la misma comience a funcionar de inmediato». Con el fin de promocionar estas líneas, la propia sociedad de autobuses realizó excursiones a los pueblos final de trayecto. El recibimiento del que fueron objeto en Melgar, Belorado o Pradoluengo, fue excepcional.
Bien es cierto que estos servicios tenían carencias notables. En 1916 se repiten las quejas pradoluenguinas, «en especial de la clase industrial y mercantil», porque en ocasiones el vehículo-correo no llegaba hasta las 8 de la noche y, con esa excusa, la correspondencia quedaba sin repartir. Lo mismo ocurría con la hora de salida. En 1923, un calcetinero se quejaba de que, al partir antes de las 8 a Burgos, no podía contestar a sus clientes, «por lo que las cartas pierden tres fechas, con grave trastorno del comercio y la industria».
Estos coches eran el medio de socialización de los habitantes rurales más allá de su terruño. En ellos, no sólo viajaban los zapatos o trajes comprados en la capital, sino los sueños de prosperidad, la visita a lugares insospechados, la posibilidad de estudiar. De ellos se apeaban los gaiteros de Treviana, los toreros, los comediantes del Teatro Glorieta, los tratantes en lanas, las profesoras del colegio; la prensa llegaba hasta los últimos rincones; los vecinos accedían a las últimas novedades políticas y sociales; los pueblos sentían latir el pulso de la ciudad...
Ya iniciada la segunda década del siglo XXI, la crisis económicas de las administraciones y la ‘supuesta’ falta de rentabilidad económica, son la excusa para eliminarlos. Con su falta, cesará el trajín de viajeros, los novios no se despedirán en la estación y los chavales ya no correrán hasta los maleteros de los ‘correos’, disputándose los paquetes que podían granjearles una pequeña propina.
http://www.diariodeburgos.es/noticia/ZEFA81991-F25E-E916-9681AB3127236A31/20130103/mas/aislados/siglo/xix
