… y allí, allí estábamos,
como rosas tardías o pájaros varados en un cielo escondido;
... mientras era el silencio nos cayeron las lunas, la luz, el movimiento,
roto todo, ay memoria, mientras pegaba y golpeaba la belleza caída,
vertiendo la ilusión tan joven, o no tan joven, por el uso y abuso de la muerte;
... si alguien vio vadear las cegueras del alba, si alguien vio cómo fueron las navajas
del hambre, los témpanos del miedo, ah, si alguien los vio, sabe bien del amor,
pues que el dolor se acaba amando – ah desgracia infinita – aunque torne amargos
los panes reverentes;
... fue en el pueblo y en la ciudad de piedra, en los presbiterios sacros de los credos civiles,
fue donde sólo hijos-súbditos hubo, hijos yermos, desvertebrados hijos, hijos tristes;
... éramos madreselvas-niño o niños-madreselva pálidos por el sur de las tardes,
tras una iniciación tan épica en toses y gritos,
en los estremecidos vendavales del corazón;
... los niños de la historia blanca, ah, bien lo recuerdo,
jugábamos en las venas rojas del río y allí nos descubrían,
combatiendo la noche con la sangre furtiva de una hoguera.
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Antonio Justel Rodriguez
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