Nuevos actores para viejas tradiciones en Tierra de CamposDesde San Pedro de las Dueñas, hasta Benavente, las inmensas planicies de cereal, rematadas por imponentes iglesias, conviven con nuevos iconos y pobladoresP. ALCÃNTARA (ICAL) / VALLADOL
"En Tierra de Campos sólo hay agua en los bares». No es una definición poética, pero sà certera. El viajero se la escucha a Aishe, una mujer búlgara, menuda, sonriente y plenamente adaptada al territorio, que se expresa en un español claro y cantarÃn, a pesar de que sólo lleva dos años residiendo en Melgar de Arriba. Ella y su marido pastorean un rebaño de unas 600 ovejas. En su pueblo, Nicopol, bañado por el Danubio, sobra el agua y el suelo «es mucho mejor, no tiene piedras como aquû. Bulgaria es un vergel, pero tuvieron que marcharse porque «allà no hay dinero». Al escucharla, Florencio Bajo, el amo del ganado que pasa de los 70 años, solo acierta a señalar en tono lastimoso que, «ahora que hay un buen nivel de vida, se ha ido la gente».
Los búlgaros son los nuevos pobladores de la parte más septentrional de Tierra de Campos. A mediados de los noventa del siglo pasado se asentaron en torno a Mayorga y con su presencia colaboraron a aumentar el censo de la zona en unos 500 habitantes. Eso sÃ, apenas se mezclan con los lugareños. Telegráficamente, Suhat, de 38 años, dos hijas, y también pastor, ofrece la única razón convincente para emigrar a esta comarca esteparia, «a mà donde hay dinero, me gusta». En su paÃs ganaba 120 euros al mes. Ahora cobra 750 y, junto a su hermano, que también recaló en Melgar de Arriba con su familia, se encarga de sacar al campo y ordeñar las ovejas de don José Luis, el médico; «es una buena persona, trabajamos ocho horas y nos da la casa». Suhat y Amed sólo se quejan del calor.
La ribera del Cea. Ni ellos, ni sus hijos se han acercado en este tiempo al azud del Cea, el área recreativa que construyó la Confederación Hidrográfica del Duero, en 1996 a las afueras de Galleguillos de Campos, para compensar a los vecinos por el trasvase del Cea al Carrión. Este pueblo se enorgullece de ser el más húmedo entre León y Valladolid, aunque este año las actividades se han reducido y sólo se puede tomar el sol y dar algún que otro chapuzón en estas aguas remansadas. Las desavenencias entre el regidor de Sahagún, del PSOE, y el alcalde de este pueblo, del PP, ha impedido que las canoas naveguen por este afluente del Esla camino de San Pedro de las Dueñas como otros veranos. «No hay permisos y las piscinas han pegado un bajón», se queja Salvador López, el concesionario del bar. Al hilo de los lamentos, algunos clientes rememoran épocas pasadas. «Hubo años que para vendimiar llegaban hasta 300 personas de fuera y habÃa baile todas las noches». Ahora, apenas si quedan cien vecinos en invierno.
Galleguillos se merece una distinción por parte de la Dirección General de Tráfico. Un vecino, SerafÃn, ha rotulado buena parte del pueblo con carteles alertando de la obligatoriedad de usar el cinturón. En un alarde de genialidad ha colocado un Guardia Civil, con bigote y tricornio incluido, junto al siguiente lema: «Modere la velocidad».
Sin saberlo, el autor de estas pedagógicas pintadas ha dado con una de las claves para descubrir y embeberse de Tierra de Campos, hay que viajar despacio, porque no es un tópico afirmar que el tiempo en este territorio discurre de otra forma. De hecho, los vecinos de estos pueblos usan la bici por los caminos de sirga para deleitarse con uno de los paisajes más simples que se puede contemplar: cielo y tierra. Campos de cereal y girasol. Horizontes donde los dÃas claros se divisa la Cordillera Cantábrica, aseguran que, desde el Teleno hasta el Curavacas, allá en Palencia. El resto del año el decorado lo forman los palomares y las torres de las iglesias, porque como señaló Jesús Torbado, aquà se cuentan «más catedrales que silos y más historia que vida».
‘el vitor’. Los vecinos de capital de la ribera del Cea vallisoletana viven todo el año pendientes del 27 de septiembre. Ese dÃa se celebra El Vitor, una de las más originales procesiones cÃvicas donde los protagonistas son el fuego y el estandarte de Santo Toribio. Asegura Carlos Blanco que «el fuego es el trazo de unión de todos los sÃmbolos». La fiesta es en sà «divertida y, aunque no lo parezca, existe una rudimentaria organización a cargo de las peñas que provee de nuevas antorchas y socorre a los sedientos cortafuegos con buenos tragos de vino», desvela el autor de Fiestas Populares de Castilla y León.
Esa noche, cientos de mayorganos se visten con andrajos cubiertos de pez, guantes, un sombrero de paja y una vara de la que cuelga un pellejo de cabrito, relleno de pez y alquitrán, que prenden durante la procesión que se prolonga hasta que despuntan las primeras luces del dÃa. La procesión de este año tiene un significado especial ya que se conmemora el aniversario de la llegada de las reliquias de Santo Toribio de Mogrovejo a su pueblo natal, y el cuarto centenario de su muerte en Perú.
Otras procesiones han desaparecido de Mayorga, como la de los rebaños de ovejas camino de la trashumancia. De aquella época sólo sobrevive un buzón, el más antiguo de España, según presumen los lugareños. Data de 1793 y el propietario de la vivienda donde se encuentra el orificio alerta al forastero de que «no es un casillero para depositar la correspondencia, sino un depósito donde los pastores de merinas dejaban los recados para sus compañeros que iban detrás». José Patrocino Bernardo compró la casa hace 20 años, respetó el receptáculo y encogiéndose de hombros remata su explicación con un «eso es lo que tengo entendido».
Un Giacometti al aire libre. Ya camino de Urones de Castroponce se percibe la entrada en un enclave donde se aprecia el arte. Una esbelta y estilizada escultura humana, de más de cinco metros de alto y realizada con tablas de madera, , inspirada en los obras del gran Giacometti y creada por Vicente Pérez Alejo, recibe al viajero. Es uno de los trabajos de Arte Campos, una iniciativa que según la historiadora Teresa Ortega-Coca «nació en el 2000 con una intención similar a una utopÃa. Su intencionalidad era la de elevar el nivel cultural de unos pueblos, de una manera quizá muy insólita, mediante la comprensión y el contacto directo con el Arte Contemporáneo». El empeño ha supuesto la instalación de un «Museo Vivo situando el Arte y sus artÃfices en la calle de todos esos pueblos».
Nada tiene que ver con esta iniciativa la aparición de una cruz de cráneos humanos que fueron descubiertos al quitar el enfoscado que protegÃa una de las paredes exteriores de El Salvador. A falta de estudios, las opiniones se reparten entre quienes ven un pasado templario y los que apuestan por su pertenencia una cofradÃa de ánimas, que, según el antropólogo Alonso Ponga, «asà mostraban su poder sobre los feligreses para conseguir rezos y limosnas».
Urones es un buen ejemplo de la situación que padece toda la Tierra de Campos. Hace diez años, su censo supera los 200 vecinos y ahora apenas sà alcanza los 140. Cada año se producen tres muertes, mientras que sólo tiene lugar un nacimiento cada tres. Todos los pueblos terracampinos sobrellevan este sino. La despoblación engendra despoblación. Pero, paralelamente a esta pérdida de habitantes, surgen emprendedores.
abejas obreras. Javier Peña y MarÃa Pérez, no superan la treintena y tienen dos hijos que han nacido en el pueblo. Se dedican a la agricultura y hace unos años decidieron crear una empresa apÃcola. «Envasamos miel artesanal pura y la vendemos en la comarca», cuenta MarÃa asegurando que la vida en un pueblo te permite realizar muchas más actividades que en una ciudad, «además, las labores agrÃcolas se circunscriben a unos periodos de tiempo muy concretos, el verano y el otoño, y nos queda mucho tiempo para hacer otras cosas». De cada colmena obtienen unos 60 kilos de miel. «Es increÃble lo laboriosas que son», se admira la propietaria de esta pequeña envasadora, sin saber que ella pertenece también a esa estirpe de abejas obreras.
Parece una premonición. Hace poco más de un siglo, los pueblos de Villagrá y Villar de Roncesvalles se fundieron en un solo municipio con eufemÃstico nombre, La Unión de Campos. Allá, a lo lejos queda Benavente, en la esquina de Tierra de Campos, ejerciendo todo su poderÃo de gran capital de la comarca.

