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Autor Tema: KARL MARX Y LA HISTORIA DE ESPAÑA  (Leído 12850 veces)
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Maelstrom
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« : Febrero 16, 2009, 22:35:17 »


"Los movimientos de aquello que solemos llamar Estado han afectado tan escasamente al pueblo español, que éste se ha desentendido muy gustosamente de este estanco dominio de alternas pasiones y mezquinas intrigas de los guapos de la Corte, de los militares, aventureros y del puñado de sedicentes estadistas, y no ha tenido razones importantes para arrepentirse".



Más de un siglo ha transcurrido desde que la fecunda pluma de Karl Marx anotó que "acaso no haya país alguno, salvo Turquía, que sea tan poco conocido y mal juzgado como España" y "dado el carácter de la Historia moderna de España merece ser apreciado muy diversamente de como lo ha sido hasta ahora, aprovecharé una oportunidad para tratar este tema en una de mis próximas cartas". Estas cartas (o crónicas) se materializaron en una extensa serie de artículos sobre España redactados al calor de los acontecimientos revolucionarios de la llamada "Vicalvarada" y del compulsivo devenir del histórico período decimonónico denominado "Bienio Progresista" (1854-1856). A lo largo de este "Bienio Progresista" se consolidaron las bases para la definitiva implantación hegenmónica del modo de producción capitalista en España. Desde entonces, la Historiografía (gracias al distanciamiento adquirido y a la acumulación de investigaciones) ha ido aclarando las incógnitas en torno al proceso de la revolución burguesa y el desarrollo capitalista en España, hasta desembocar en una cierta unanimidad acerca de ambos procesos. Y pese a que a estas alturas la capacidad analítica de Marx no debería asombrar a nadie, no deja de ser sorprendente el que estas recientes investigaciones hayan venido a confirmar bastantes de sus interpretaciones, elaboradas al hilo de los acontecimientos, y sobre un país que desconocía por completo. Lo que no hace sino poner de relieve, una vez más, el talento de Marx y, sobre todo, la operatividad de su metodología para el análisis histórico.



Karl Marx publicó un total de 21 artículos sobre España en el estadounidense New York Daily Tribune, entre junio de 1854 y agosto de 1856, que redactó cuando vivía en Londres, tras el aplastamiento de los movimientos revolucionarios europeos de 1848. Estos movimientos tuvieron repercusiones en España (por primera vez aparecen levantamientos armados de ideología republicana) pero no alcanzaron la envergadura de lo que tuvo lugar en Francia, Austria, Alemania...Y pasaron desapercibidos más allá de los Pirineos. Sin embargo, un lustro después, cuando Europa se encontraba sumida en el reflujo de 1848, en España el pronunciamiento de O´Donnell en junio-julio de 1854 (La Vicalvarada) y los acontecimientos que entonces se suceden, constituyen el aldabonazo que anuncia a las más lúcidas conciencias europeas la existencia de un país en el que fracciones de la burguesía se enfrentan a los Borbones y donde el proletariado catalán lucha, no sólo, por mejorar sus condiciones de vida, sino que pretende además el desmantelamiento del sistema político y social. Marx captó la importancia que encerraba este levantamiento, pues "no sería cosa de asombrarse si estallara en la Península un movimiento general partiendo de la mera rebelión militar" y se propuso escrutarlo de cerca, comentándolo para sus lectores...Pero su método le llevó más lejos, y a medida que sus crónicas aparecían en el New York Daily Tribune, profundizaba en el estudio de la Historia española con el fin de hallar las razones de aquellos hechos, entre otros motivos porque "no es exagerado afirmar que no hay en estos momentos zona alguna de Europa, ni tan siquiera Turquía con la guerra rusa, que ofrezca al observador reflexivo interés tan profundo como España" y para suministrar a "nuestros lectores un concepto de la primitiva historia revolucionaria de España, como medio para la comprensión y enjuiciamiento de los acontecimientos que esa nación está ofreciendo a la contemplación del mundo".*
Del conjunto de escritos publicados, unos fueron crónicas de urgencia, otros son analíticos, y las series de escritos tituladas respectivamente España Revolucionaria y Revolución en España (agrupando un total de 10 artículos) consisten en ensayos por entregas. Las fuentes de información que Marx manejó para sus textos acerca de España son libros de Historia y los despachos publicados en la prensa europea ( Moniteur, Journal des Debats, The Times, The Morning, etc) por los corresponsales destacados en nuestro país.
Antes de abordar el contenido de estos escritos, hay que decir que a lo largo de ellos late la necesidad de descubrir los rasgos específicos, lo peculiar de los sucesos españoles, huyendo así del mecanicismo interpretativo que tan nefastos resultados ha tenido cuando se ha utilizado la metodología historicista de Marx como si de un sistema cerrado y omnicomprensivo se tratara.



También hay que decir que Marx apenas aborda la estructura económica de la sociedad española. Es incomprensible que no se ocupe de cuestiones tan importantes como las desamortizaciones, la situación de la agricultura o la industrialización de Cataluña, por citar algunos ejemplos. Finalmente, debemos darnos cuenta de que a lo largo de estos escritos se deslizan frecuentes errores onomásticos o cronológicos, siendo muy pobres los vistazos que Marx echa a la España anterior al siglo XIX...No podía ser de otra manera, debido a la escasez de investigaciones históricas en la época y al poco tiempo que Marx dedicó a los asuntos españoles, ya que estaba elaborando El Capital. Todo esto no quita ningún mérito a Marx, que con tan escasa información y en unos artículos redactados apresuradamente fue capaz de sintetizar las claves de nuestro pasado, muchas de las cuales no volverían a ser desveladas hasta la segunda mitad del s. X por la investigación histórica contemporánea...
 
Marx trata la España medieval y moderna de forma sistematizada en la primera entrega de la serie Revolución en España, y lo hace no con pretensiones de exhaustividad, sino como una premisa metodológica para explicar los sucesos revolucionarios españoles: "Así se preparó España para su reciente carrera revolucionaria, y se vió lanzada a las luchas que han caracterizado su desarrollo en el presente siglo".
Como es sabido, la configuración del feudalismo en la Península Ibérica, fraguado en medio de un dilatado período bélico, adoptó formas diferenciadas en los distintos reinos, y el feudalismo de Castilla fue harto dispar de los feudalismos de Aragón o los reinos europeos occidentales. La necesidad de repoblar extensas zonas de la Meseta fronterizas con los dominios árabes suscitó la organización de tierras comunales, una mayor autonomía de las urbes respecto a las clases nobiliarias y la difusión de un cierto espíritu democrático en un contexto estamental. Los intentos de la nobleza de imponer su jurisdicción allí donde aún no la ejercía aumentaron las reacciones hostiles, los motines y las rebeliones campesinas, y otro tanto ocurrió en las ciudades cuando fueron despojadas de sus derechos o recortados sus privilegios.



Pero paulatinamente la nobleza fue imponiendo su ley y con el reinado de los Reyes Católicos asentó definitivamente su poderío económico, a costa de delegar parte de su influencia política a favor de la Corte, y la Península se convirtió en un inmenso señorío. Carlos V tampoco puso en cuestión el poderío de los nobles, sino que por el contrario lo garantizó al aliarse con ellos frente a las ciudades y las reivindicaciones antiseñoriales de los campesinos durante la Guerra de las Comunidades en Castilla. Este factor, junto a otros como las guerras imperiales, la inflación generada por la "revolución de los precios" provocada por la masiva llegada de metales preciosos de las colonias americanas, los privilegios otorgados a la Mesta, el endeudamiento de la hacienda estatal con banqueros y comerciantes y la asunción por la mayotía de la sociedad de un paralizador espíritu de hidalguía dieron al traste con la incipiente industria textil castellana y anquilosaron a una sociedad avanzada que se asomaba a la Edad Moderna.
Marx (tras reseñar la parte de las numerosas luchas dinásticas y rebeliones populares) incidiendo sobre todo en la particular autonomía conquistada por las ciudades castellanas en el Medievo, se centra en el levantamiento comunero castellano.  El futuro autor de El Capital afirma que "a pesar de estas repetidas insurrecciones no ha habido en España hasta el presente siglo revoluciones serias, exceptuando la guerra de la Junta Santa en tiempos de Carlos I". Marx caracteriza muy esquemáticamente a la rebelión comunera, como "la defensa de las libertades de la España medieval contra los abusos del absolutismo moderno", pero capta muy nítidamente el contenido de lucha de clases que encerraba, así como las consecuencias de su desenlace:"Consecuentemente la nobleza se mostró muy dispuesta a apoyar a Carlos I en su proyecto de destruir la Junta Santa. Aplastada en su resistencia armada, Carlos se ocupó personalmente de reducir los privilegios municipales de las ciudades, las cuales, disminuyendo rápidamente de población, riqueza e importancia, perdieron pronto su influencia en las Cortes".



Antes de extraer estas conclusiones, ha esbozado las causas originarias del estallido comunero y las ha ubicado, básicamente, en fenómenos de sobreestructura, soslayando custiones como el malestar campesino por el sojuzgamiento al que le sometía la nobleza, el comercio de la lana o el regresivo sistema tributario vigente, que maniataba las transacciones mercantiles y el consumo de las masas urbanas y rurales. Pero sin embargo, el latido de los condicionamientos económicos está presente y adquiere toda su relevancia cuando Marx se enfrenta a problemáticas más globales, como cuando estudia la imbricación de los niveles económico y político en la formación el Estado Español y en el retraso de la articulación del mercado nacional, que es una de las claves para una correcta compresión de los vaivenes decimonónicos, suscitados en gran medida por una burguesía timorata que al enfrentarse al Antiguo Régimen para demolerlo (o al enfrentarse a los gabinetes moderados para profundizar la revolución burguesa) temblará y retrocederá al percibir la presencia desbordante de las clases subalternas retornando al regazo monárquico y nobiliario, para reiniciar tiempo después la tentativa revolucionaria. Veamos, pues, como concibe Marx la decadencia económica de la España imperial y, por lo tanto, el retraso con que las formas capitalistas de producción van imponiéndose, así como su limitado desarrollo.
Tras unas interesantes precisiones teóricas sobre el papel jugado por las monarquías absolutas europeas en la transición del feudalismo al capitalismo, y después de contrastar éstas con los reinados de Austrias y Borbones, Marx expone cómo el retraso en ésta transición en España se debió a que "mientras la aristocracia se sumía en la degradación sin perder sus peores privilegios, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia". Con el ocaso de las ciudades, escribe más adelante, "se hizo cada vez más escaso el tráfico interior y menos frecuente la mezcla de habitantes de las distintas regiones, se descuidaron los medios de comunicación y se abandonaron los grandes caminos".Todo esto tuvo como resultado un Estado inarticulado, significado por la desvinculación de sus nacionalidades o regionalidades, lo que va a "impedir que se desarrollaran intereses comunes basados en una división nacional del trabajo y en una multiplicación del tráfico interior (única y verdadera base sobre la que poder crear un sistema uniforme) y el dominio de leyes generales" o sea, un Estado en el que no se crea un mercado nacional, que es uno de los requisitos para la expansión capitalista. Así, ni Austrias ni Borbones lograron la centralización estatal, lo que permite a Marx extraer una sorpendente conclusión: la forma del poder en España "debe ser más bien catalogada junto con las formas asiáticas de gobierno".
En mayo de 1808 se derrumba el andamiaje del Antiguo Régimen y las masas populares (primero en las calles de Madrid y luego en la mayoría de las restantes ciudades) irrumpen espontáneamente en defensa de una patria vendida por quienes encarnaban su soberanía, Carlos IV y su hijo Fernando VII. Ambos aceptaron sin resistencia los designios de Napoleón, y con ellos el Consejo de Castilla, la Junta de Gobierno, la Administración, la nobleza y el alto clero.
El rechazo popular al monarca José Bonaparte, inaugura un singular período de nuestra Historia contemporánea, pues la lucha no se limita a reponer a Fernando VII en el trono, sino que se desencadenará una dinámica de ruptura con el pasado que sentará la bases de la Revolución Burguesa en España. Reseñemos sólo algunas de las muchas cuestiones cruciales planteadas a lo largo de 1808-1814, que enmarcarán (como veremos a continuación) los escritos de Marx sobre este período: la contradictoriedad en el seno del bloque insurgente (los liberales, apoyados en las clases medias urbanas y los más activos en la dirección de la guerra, y los serviles o absolutistas, que encarnan los intereses de las clases dominantes del Antiguo Régimen) y la existencia de los afrancesados, los cuales creyeron encontrar en Bonaparte la posibilidad de concluir las reformas ilustradas que habían quedado paralizadas tras la muerte de Carlos III. También destaca Marx las formas de lucha practicadas por los pueblos de España (la guerrilla) y el surgimiento de organismos inéditos en el pasado que sustituyen a la Administración absolutista: las Juntas Provinciales y la Junta Central.
Marx efectuó el examen de los sucesos de 1808-1814 en una serie de amplios artículos, publicados entre septiembre y diciembre de 1854) con el título común de España Revolucionaria. Esta serie (que, por su extensión, puede ser considerada un ensayo) es sensiblemente más amplia, ya que se profundiza mucho más en el tema. Las valoraciones de Marx sobre los asuntos de ésta época son extraordinariamente ricas, hasta el punto de que muchas de ellas pasarán al acervo de la historiografía más actual y científica.
Es perceptible en la serie de artículos de España Revolucionaria una evolución de los juicios de su autor sobre los acontecimientos revolucionarios de la Península. Así, de considerarlos (como hicieron corrientes liberales europeas) movimientos reaccionarios, que oponían "las viejas leyes instituciones, costumbres y leyes a las racionales innovaciones de Napoleón; y supersticioso y fanático en su defensa de la Santa Religión en contra de lo que se llamaba en ateísmo francés o la destrucción de los especiales privilegios de la Iglesia Romana"; pasa a afirmar en un artículo posterior que "Para nosotros, empero el punto decisivo consiste en probar, basándonos en las numerosas manifestaciones de las Juntas Provinciales cerca de la Central, el hecho tan a menudo negado de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época del primer movimiento español". Y, finalmente, Marx asume y propaga en sus últimos artículos (centrados en el análisis de las Cortes de Cádiz) no sólo el contenido progresista e innovador de la Constitución de 1812, sino también la labor legislativa desplegada para desmontar la vieja sociedad estamental y configurar una moderna sociedad clasista: "Al trazar esta nueva estructura del Estado Español, las Cortes tenían plena conciencia de que una Constitución política tan moderna sería en todo punto incompatible con el viejo sistema social y promulgaron consecuentemente una serie de decretos encaminados a provocar cambios orgánicos en la sociedad civil", citando a continuación la mayoría de estas trascendentales medidas: abolición de la Inquisición, de los señoríos jurisdiccionales, secularización de las órdenes religiosas, tímida reforma agraria con reparto de tierras bladías, derechos de cercamiento y otras, a las que podríamos añadir la libertad de imprenta y la de industria y comercio.



Desde el principio, Marx percibe certeramente el delineamiento de las clases sociales en sus alianzas y en su respuesta a la presencia de las tropas napoleónicas, lo que en definitiva marcará la orientación político-ideológica del bloque insurgente. Así, mientras "algunos miembros de las clases altas consideraban a Napoleón como el providencial regenerador de España, otros como el único baluarte capaz de enfrentarse con la Revolución; ninguno de ellos, por último, creía en la posibilidad de una resistencia nacional". [/i] Es decir, que "desde el comienzo mismo de la guerra por la independencia la alta nobleza y la vieja administración perdieron todo contacto con las clases medias y con el pueblo a consecuencia de su deserción en el momento en que se iniciaba la lucha". Por lo que al bloque interclasista se refiere, en su seno existía "una minoría activa en influyente que consideró el levantamiento popular contra la invasión francesa como la señal de la regeneración política y social de España. Esta minoría estaba formada por habitantes de las ciudades portuarias y comerciales y, en parte también por elementos de las capitales de provincia, donde bajo el reinado de Carlos I se habían desarrollado hasta cierto punto las condiciones materiales de la sociedad moderna. Todos estos elementos fueron reforzados por el sector más cultivado de las clases altas y medias (escritores, médicos, juristas e incluso clérigos) para el cual los Pirineos no habían sido barrera suficiente contra la invasión de la filosofía del s. XVIII".
A continuación desvela Marx las contradicciones en las que estos últimos incurrieron (aceptación del Consejo de Castilla, creación de una Regencia, despertar y estimular los sentimientos patrióticos mediante la exaltación de valores chauvinistas) y los aspectos militares del conflicto (la guerra de guerrillas) apoyándose en una copiosa información sobre los episodios y personajes más relevantes.
« Última modificación: Agosto 19, 2017, 16:47:34 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #1 : Febrero 16, 2009, 22:39:04 »


Por último, se plantea el por qué una Constitución como la de 1812, "estigmatizada por las testas coronadas europeas reunidas en Verona como la invención más incendiaria del espíritu jacobino, surgiera del cerebro de la vieja España monacal y absolutista" y el cómo de "su desaparición repentina y sin resistencia a la vuelta de Fernando VII".  El primer interrogante lo desentrañará desarrollando el análisis del delineamiento clasista frente a las tropas francesas, y el segundo le posibilitará, tras exprimir las contradicciones de las fracciones liberales, para emitir un lúcido diagnóstico de su derrumbe ante la primera arremetida del bando absolutista liderado por el monarca Borbón ("Pocas veces ha contemplado la Historia un espectáculo más humillante"). Sintetizando sus agudos razonamientos, la Constitución de 1812 (que proclama la soberanía nacional en una época de resurgir de los absolutismos europeos) se caracterizaba por "inconfundibles síntomas de un compromiso concluído entre las ideas liberales del s. XVIII y las oscuras tradiciones teocráticas" (recuérdes, por ejemplo, que el art. 12 del texto consitucional proclamaba que "La religión de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera, pero es forzoso admitir que éste artículo reflejaba los sentimientos religiosos de la mayoría de la población). Y éste texto constitucional, en realidad, había nacido muerto, puesto que las Cortes de Cádiz estaban "reducidas a un aislado rincón de la Península, separadas del cuerpo principal del Reino durante dos años por el acoso del Ejército francés y representando la España ideal mientras la España real se encontraba en plena lucha o había sido ya conquistada". Además, como es harto sabido, sobre los diputados influyó mucho el inflamado ambiente liberal que se respiraba en Cádiz, lo que les forzó a aceptar una Constitución muy avanzado que no se correspondía con la realidad: una sociedad predominantemente rural, en la que el campesino estaba oprimido por el arcaico sistema de valores derivado por las formas de producción pré-capitalistas. Por todo ello, Marx afirma lo siguiente: "En el momento de las Cortes, España estaba dividida en dos partes. En la Isla de León (donde se reunieron al principio las Cortes) ideas sin acción; en el resto de España, acción sin ideas". Y para cuando las tropas francesas iniciaron la retirada que permitiría a la Constitución ser aplicada, la sociedad española era "una sociedad fatigada, exhausta, todo sufrimiento, consecuencia necesaria de una guerra tan prolongada" y no era presumbile que "en ese estado resultara muy sensible a las abstractas bellezas de una Constitución política de un tipo u otro".
 


A pesar de la brutal restauración del absolutismo por Fernando VII, los sucesos de 1808-1814 le habían asestado un golpe mortal al Antiguo Régimen. La obcecación del monarca por mantener el absolutismo mediante sanguinarios métodos, además de vana, tuvo nefastas consecuencias para el desarrollo económico y social de España. El liberalismo había arraigado en amplios sectores de la sociedad y en especial en las más dinámicas fracciones burguesas, las cuales, sobre todo a partir de la reducción del mercado colonial volvieron la vista al interior de un país exánime, y se convencieron de que era urgente liberlarle de las trabas que entorpecían el desarrollo capitalista (señoríos jurisdiccionales, solariegos y eclesiásticos, organización gremial, privilegios nobiliarios, sistema tributario arcaico, legislación que limitaba la libertad comercial e industrial). Para lograr éste objetivo, era necesario instaurar un régimen político liberal.
La restauración del absolutismo sentó un precedente nefasto cuyas repercusiones aflorarían una y otra vez durante la primera mitad del s.XIX: al impedir drásticamente toda oposición dentro del sistema, a ésta no le quedaba más remedio que conspirar en el Ejército (en donde aún había círculos liberales). Y cuando la conspiración triunfe (a través de una rebelión militar) los nuevos gobernantes expulsarán de la legalidad a los derrocados; creándose así un círculo vicioso, un sistema excluyente donde los antagonismos (primero entre absolutistas y liberales, después entre moderados y progresistas) se dirimirán por medio del pronunciamiento militar, sin que ninguna de las dos tendencias ideológicas puedan consolidarse a largo plazo.
Marx examinó las peculiaridades del Ejército durante los reinados de Fernando VII e Isabel II, a partir de la respuesta militar española a los ejércitos de Napoleón: la guerra de guerrillas. No vamos a detenernos en los acertados comentarios que emite sobre las características de ésta, por ser hoy bastante conocidas (dispersión, apoyo de la población, dificultades del terreno, hostigamiento desmoralizador) pero sí vamos a repara en un dato que expone, sin el cual no es posible entender el protagonismo del Ejército ("tanto tomando la iniciativa revolucionaria cuanto echando a perder la revolución con su pretorianismo") a lo largo de los tres primeros cuartos de siglo: "El que la revolución comenzara en el seno del Ejército se explica fácilmente por el hecho de que todas las instituciones de la vieja monarquía el Ejército fue la única cosa que resultó radicalmente transformada y revolucionada por la Guerra de la Independencia" y al que se incorporaron, además, un cuantioso contingente de cabecillas guerrilleros, muchos de los cuales no perderían su entronque popular.



El mecanismo del pronunciamiento se completaba con la creación de juntas en las ciudades (controladas por los elementos liberales) l unaas cuales, apoyadas por milicias urbanas integradas por burgueses, asumían la soberanía entre ellas y establecían una red de coordinación que a veces cuajaba en una junta estatal. El proceso era lento, aunque bullicioso, y llegaba a su fin cuando el monarca, la regente o la reina Isabel comprendían que debían plegarse a las exigencias de los pronunciados, so pena de que el pronunciamiento se convirtiera en una rebelión antimonárquica. A continuación procedían a integrar a los organismos sublevados y a sus líderes mediante nombramientos para cargos de la Administración central, provincial o local, quitando así hierro a sus demandas iniciales y disolviendo los lazos que les unían con las masas descontentas. Esta estratagema de la Corona funcionaría eficazmente hasta 1868.
Este aspecto de "longue durée" de las convulsiones políticas decimonónicas, que no pueden considerarse revoluciones en sentido estricto, fue comentado por Marx de la siguiente manera: "De tres años parece ser el plazo más breve a que se constriñe, si bien un ciclo revolucionario abarca a veces hasta nueva años" y el pronunciamiento era factible porque "En primer lugar, lo que llamamos Estado, en el sentido moderno de la palabra, no tiene verdadera corporeización frente a la Corte, por causa de la vida exclusivamente provincial del pueblo, si no es en el Ejército. En segundo lugar, la peculiar posición de España y la guerra por la Independencia crearon condiciones en las cuales el Ejército resultó el único lugar en que podían concentrarse las fuerzas vitales de la nación española".Una vez en el poder los progresistas, y antes de 1834, los liberales se alejaban progresivamente del espíritu innovador que les había inducido a la conspiración. La consecuente desilusión popular allanaba el camino para que, poco después, fueran desalojados de las instancias gubernamentales (de grado o por fuerza) mediante un pronunciamiento moderado. Marx al describir los intermitentes avances y retrocesos de la revolución burguesa española, reparó en éste fenómeno del que dedujo una propuesta de tipo general para los "gobiernos revolucionarios abortivos": "Reconocen como obligaciones nacionales las deudas contraídas por sus predecesores contrarrevolucionarios. Para poder pagarlas tienen que seguir con los viejos impuestos y contraer nuevas deudas. Para poder llevar a cabo nuevos empréstitos tienen que grarantizar el "orden", es decir, tienen que tomar ellos mismos medidas contrarrevolucionarias. Y así el nuevo gobierno popular se transforma finalmente en servidor de los grandes capitalistas y en opresor del pueblo".
El bienio progresista, aunque efímero (desde julio de 1854 hasta julio de 1856) es uno de los más decisivos períodos de nuestra historia decimonónica. Resumir en pocas líneas la prolijidad de que pasó en esta época, su significado y sus consecuencias, es tarea imposible y ni tan siquiera resulta factible reseñar sus rasgos sobresalientes debido a su multiplicidad. Por ello, nos limitaremos a mecionar unos, soslayando otros no menos significativos, alguno de los cuales emergerá al hilo de los comentarios sobre los escritos de Marx.
De la década de 1830 (tras la muerte de Fernando VII) arranca la industrialización en España, que hasta mediados de siglo se centraliza exclusivamente en Cataluña y algunos enclaves levantinos y andaluces.



Con la mecanización de la industria textil y la introducción de los altos hornos nacía el proletariado industrial, e inmediatamente comienzan sus luchas contra la explotación capitalista, que tras un breve perídodo luddita (quema de la fábrica El Vapor, 1835) adoptará las pautas organizativas, en asociaciones de clase. Las trágicas consecuencias del maquinismo en las primeras fases industrializadoras (paro, jornadas extenuantes, accidentes, niños y mujeres incorporados a la máquina) estimularon la reflexión de los primeros socialistas utópicos españoles (La Sagra, Abreu) que luego fueron recogidas por los sectores más progresivos del republicanismo democrático (Sixto Cámara, Fernando Garrido). En el bienio progresista asistimos al protagonismo del movimiento obrero, el republicanismo de masas y la inclusión en los programas políticos progresistas y demócratas de bastantes de las reivindicaciones obreras. Pero también (una vez más) a la inconsecuencia de una burguesía que, pese a que de ella ha partido la inconsecuencia revolucionaria, alarmada ante el auge de las luchas obreras se vuelve atrás, refugiándose en el protector regazo de la Monarquía isabelina y las clases aristocráticas, soldándose así la alianza del bloque financiero-terrateniente, el mayor lastre para la historia social española posterior. Las leyes de bancos y sociedades de crédito, la de ferrocarriles y la desamortización civil de Madoz sentaron las bases del espectacular desarrollo económico de la década siguiente y de la masiva penetración del capital extranjero.
El bienio progresista se inauguró y clausuró simbolizado por el protagonismo de las masas urbanas y especialmente de las proletarias. Por primera vez, los sublevados de 1854 debían recurrir a la movilización popular (a pesar de que no la deseaban y la temían) y por primera vez, también, las masas obreras irrumpían en las calles dos años después para intentar desbaratar la involución conservadora. Y en medio, una huelga general obrera en Cataluña, en defensa de la legalidad de sus organizaciones, fenómeno que era también inédito hasta entonces. El papel estelar de este brillante reparto recayó en un peculiar y contradictorio personaje, con pretensiones de caudillo: el general Baldomero Espartero, brillantemente analizado por Marx.
Como hemos señalado, lo que impulsó a Marx a interesarse por España y su Historia fueron los sucesos derivados del pronunciamiento de O´Donnell y Dulce en junio de 1854, y a ellos dedicó la mayor parte de sus crónicas y artículos, que se redactaron un publicaron en dos períodos: durante los acontecimientos de 1854 y al final de la experiencia de 1856. Obviamente, éstos últimos artículos serán más analíticos y completos que los primeros, redactados al calor de los hechos, y tendrán en cuanta fenómenos muy importantes que han estado ausentes, salvo alusiones, en los primeros, como son el movimiento obrero, el republicanismo o el entramado económico.
Sin embargo, ya desde las primeras líneas escritas, Marx deshilvana metódicamente la malla de los intrincados desarrollos político-sociales del bienio, no así de los económicos (a los que dedica menor espacio).



El primer episodio determinante radicará en que "Al convencerse las ciudades españolas no pueden movilizarse esta vez por una mera revolución palaciega, O´Donnell ha postulado inesperadamente principios liberales", algunos de los cuales eran "el perfeccionamiento de las leyes electorales y de prensa, la disminución de impuestos, la implantación en las carreras civiles del ascenso por méritos exclusivamente, la descentralización y el establecimiento de una Milicia Nacional con amplia base". Es entonces cuando la indiferencia de la población urbana, escéptica de los cambios reales que podía traer un nuevo pronunciamiento, reacciona con entusiasmo a favor de los pronunciados. El proceso se repite, Isabel II comprende que debe plegarse a los sublevados e integrarles en los aparatos estatales. Paralelamente, los obreros catalanes realizan numerosas huelgas en protesta por la introducción de las máquinas "selfactinas" en la industria textil, y se produce una sugestiva proliferación de la prensa republicana y democrática, algunos de cuyos órganos hacen gala de un obrerismo militante. Como en otras ocasiones, los sublevados, una vez en el poder, van desprendiéndose del radicalismo inicial: "Si hay algo que llame especialmente nuestra atención es la prontitud con que ha empezado a actuar la reacción", pues "Apenas habían sido retiradas las barricadas de Madrid (a petición de Espartero) cuando ya estaba actuando la contra-revolución. El primer paso contra-revolucionario fue la impunidad acordada a la reina Cristina, Sartorius y sus asociados. A ese paso siguió el de formación del Gabinete, con el moderado O´Donnell en la cartera de Guerra y todo el Ejército, por tanto, puesto a disposición de ese viejo amigo de Narváez". El pueblo era otra vez estafado por quienes se proclamaban sus representantes, y aunque el proletariado catalán (al que enseguida restringió Espartero los derechos de asociación) prosigue sus luchas, la mayoría de la población liberal o progresista apenas si opone resistencia. ¿Por qué? Para Marx "Una de las peculiaridades de las revoluciones consiste en que, en el momento mismo en que, el pueblo, parece estar a punto de dar un gran paso e inaugurar una nueva era, sucumbe a ilusiones del pasado y pone todo el poder e influencia, tan costosamente conquistados, en manos de hombres que representan, o se supone que representan, el movimiento popular de una época ya terminada. Espartero es uno de esos hombres tradicionales que el pueblo acostumbra cargarse a las espaldas en los momentos de crisis sociales y que, como el perverso viejo que hundía obstinadamente sus piernas en torno al cuello de Simbad el Marino, son luego muy difíciles de quitar". ¿Más por qué un espadón como Espartero (desprestigiado durante su regencia de 1840-1843 por incumplir sus promesas regeneradoras) podía ser acogido nuevamente por el pueblo con el carisma de un caudillo libertador? La respuesta habría que rastrearla en "los diez años de reacción que ha sufrido España bajo la brutal dictadura de Narváez y el tentacular yugo de los favoritos de la reina, sucesores de Narváez. Epocas de reacción intensa y duradera son maravillosamente adecuadas para restablecer a los hombres desprestigiados en abortos revolucionarios"
« Última modificación: Abril 17, 2015, 00:12:41 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #2 : Febrero 16, 2009, 22:49:04 »


Por lo que respecta a otras cruciales cuestiones planteadas durante el bienio (como el movimiento obrero, el republicanismo o las trascendentales medidas legislativas de carácter económico) pasamos en los escritos de Marx de una ausencia casi total a su presencia en los artículos de 1856, aunque no llegarán a recibir un tratamiento pormenorizado (por ejemplo, hablará frecuentemente y valorará en toda su dimensión las luchas obreras, pero nunca mencionará sus organizaciones, tipos, reivindicaciones, etc; y algo similar ocurre con los restantes temas mencionados) debido seguramente a la información poco detallada que suministraban los corresponsales de la prensa europea. En un pasaje de los primeros artículos, para él, rotundamente : "La causa principal de la revolución española ha sido el estado de la Hacienda", que ciertamente no podía ser más ruinoso y viciado por una corrupción escandalosa ("cuando se realizó la inspección de la Caja de Obras Públicas, en vez de justificantes de obras realizadas se hallaron recibos de favoritos de la corte. Es sabido que la administración ha sido durante mucho tiempo el negocio más fructífero de Madrid"). Si bien esto es muy cierto, no sería ni mucho menos la única causa de la revolución española, pues existieron otros motivos más amplios: los proyectos autoritarios de Bravo Murillo, el marginamiento (por la camarilla de Isabel II) de los moderados, la necesidad de dar una salida legislativa a los avances económicos de la Década Moderada...
En los artículos de 1856, además de comentar y enjuiciar las noticias sobre la caída de Espartero y la resistencia popular a O´Donnell, examinó el signifiacdo que había tenido el bienio progresista en el panorama político español. Comparando la caída de Espartero en 1843 y la que ha tenido lugar recientemente, explica cómo "hay suficientes rasgos distimtivos en los dos movimientos para poner de manifiesto la magnitud de los pasos dados por el pueblo español en tan breve período", que se resumen en que: "En 1856 no tenemos ya simplemente la Corte y el Ejército de un lado contra el pueblo de otro, sino que, además, tenemos en las filas de pueblo las mismas divisiones que en el resto de la europa occidental"; clara alusión a las asociaciones obreras y a la existencia del Partido Demócrata, en cuyo interior bullían importantes núcleos socializantes, usufructadores de la herencia teórica de los primeros utopistas españoles.
También el binomio Ejército-sociedad había sufrido una sustancial modificación en estos dos años del bienio progresista, pues si ya el hecho de que O´Donnell se viera impelido a abandonar el manifiesto reivindicativo para despertar el entusiasmo de la población en torno a los pronunciados, anunciaba "lo reducida que se había hecho la base del predominio militar en la revolción española", sus intervenciones antipopulares, en 1854-1856, y el papel jugado en el retorno al moderantismo isabelino ha conducido a que, esta vez, el Ejército haya estado "completamente sólo contra el pueblo, o, más exactamente, sólo ha luchado contra el pueblo y contra Guardia Nacional. Con otras palabras: ha terminado la misión revolucionaria del ejército español".



Y por lo que respecta a las clases obreras (siempre utilizadas por el progresismo burgués como fuerza de choque contra el liberalismo moderado o doctrinario) éstas comprendieron, con la decepcionante experiencia del bienio, que jamás encontrarían la solución de sus problemas uncidas al yugo de una burguesía que habría de volverse atrás en cuanto empexase en su entorno el espectro de la agitación social. Por ello, el sector organizado del proletariado (antes de encontrar su propia definición autónoma en el anarquismo o el marxismo) se alejó desde entonces del Partido Progresista para vincularse al Partido Demócrata, representante del radicalismo de las capas pequeño-burguesas. Este problema fue felizmente captado por Marx, el cual (después de analizar cómo "los proletarios fueron captados y abandonados por la burguesía" y éstos "declararon desde un prinicpio que no querían saber nada de un movimiento organizado por esparteristas e insistieron en la proclamación de la República" ) formuló una tesis de impar trascendencia sobre la disociación del movimiento burgués-obrero, que nos sirve de colofón a estas notas acerca de las magistrales incursiones de Marx en la Historia española: "Espartero abandonó a las Cortes, las Cortes a los jefes, los jefes a la clase media y ésta al pueblo". Esto suministra una nueva ilustración del carácter de la mayoría de las luchas europeas de 1848-1849 y de las que tendrán lugar en adelante en la porción occidental del continente. Existen, por una parte, la industria moderna y el comercio, cuyas cabezas naturales (las clases medias) son contrarias al despotismo militar; por otra parte, cuando empiezan su batalla contra ese despotismo, arrastran consigo a los obreros (producto de la moderna organización del trabajo) los cuales reclaman la parte que les corresponde del resultado de la victoria. Aterradas por las consecuencias de una alianza tal, puesta sobre sus hombros involuntariamente, las clases medias retroceden hasta ponerse bajo las protectoras baterías del odiado despotismo. Éste es el secreto de los ejércitos permanentes en Europa, incomprensibles de otro modo para el futuro historiador. Las clases medias de Europa han tenido así que comprender que deben rendirse ante un poder político que detestan o renunciar a las ventajas de la industria y del comercio modernos y de las relaciones sociales en ellas basadas, o renunciar a los privilegios que la organización moderna de las fuerzas sociales productivas ha derramado en su primera fase, sólo sobre su clase. El que esta lección se haya dado también en España es algo tan impresionante como inesperado.
 
 
 
 
 
* Además de estos veintiún artículos sobre España, redactaría otro que no fue publicado, describió las luchas independentistas en las colonias españolas para la New American Cyclopaedia en 1858, así como la personalidad de Simón Bolívar. Engels también mostró interés por los asuntos españoles, publicó tres artículos sobre la toma de Tetuán por O´Donnell en el New York Daily Tribune. También redactó las voces "Badajoz" y "Bidasoa" para la New American Cyclopaedia, exponiendo los episodios bélicos allí desarrollados durante la Guerra de la Independencia (como se sabe, a Engels le apasionaban los temas militares) y no podemos olvidarnos de la serie de cuatro artículos titulada "Los bakuninistas en acción", publicada poco después del levantamiento cantonal contra la I República.
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« Respuesta #3 : Febrero 17, 2009, 03:43:55 »


Mil gracias, ¿de dónde lo has sacado?
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« Respuesta #4 : Febrero 17, 2009, 23:11:37 »


Pues mira, este post lo he escrito a partir de la información contenida en: Marx, Engels, Revolución en España, del prof. Sacristán; la Historia del Socialismo Español de Manuel Tuñón de Lara, Karl Marx: su vida y pensamiento, de David Mc Lellan; así como un extenso artículo sobre este asunto aparecido en la revista Tiempo de Historia...
« Última modificación: Diciembre 02, 2011, 22:25:19 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #5 : Febrero 18, 2009, 04:11:32 »


Joder, ¿todos los artículos que cuelgas los escribes tú?

Según la información que tengo yo Karl Marx consideró la Revuelta Comunera como la primera revolución moderna. Me imagino que el adjetivo moderna se refiere a "propia de la Edad Moderna y no medieval", anuque quizás pudiese referirse a otro tipo de modernidad.

Tenemos pendiente una cosa ;-)
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« Respuesta #6 : Febrero 19, 2009, 15:27:19 »


Sí, todos los artículos que cuelgo los escribo yo. No copio nada de ningún sitio de Internet, y si lo hago, cito la fuente.
Y es cierto, tenemos pendiente una cosa. icon_mrgreen
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