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Autor Tema: La Sociedad de los Caballeros Comuneros  (Leído 2084 veces)
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Maelstrom
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« : Julio 14, 2010, 23:26:24 »


En 1821 se fundó en Madrid la Sociedad de los Caballeros Comuneros. La "Comunería" tenía formalmente el aspecto de sociedad secreta similar a la Masonería, es creada para hacer triunfar los ideales que en otro tiempo inspiraron la fracasada revolución de las Comunidades castellanas contra Carlos V. Su ritual de ingreso, sus juramentos y ritos, hacen de la Comunería reconstruida en 1821 un movimiento similar al carbonarismo italiano.

EL NACIMIENTO DE LAS "TORRES COMUNERAS"

La primera asamblea comunera tuvo lugar en septiembre de 1821 y, hay que presuponer, que sus orígenes databan como mínimo de un par de años antes. Entre sus fundadores se encontraban masones con cargos de importancia en el gobierno (Romero Alpuente, Flores Estrada, Gutiérrez Acuña, Megía), liberales exaltados (Riego, Mura, Torrijos, Jauregui, Piquero) y postergados que, por un motivo u otro, habían roto con la Masonería y coincidían con los anteriores en el interés de constituir una sociedad secreta autóctona, desprovista de la superestructura ritual y simbólica de la Masonería (excesivamente aparatosa para su gusto), que fuera políticamente más radical en dirección al liberalismo y que segara la influencia que las potencias extranjeras (Francia en particular) ejercían sobre los Grandes Orientes.
Las logias comuneras recibían el nombre de "torres", es imposible saber cuantas existieron en Madrid, pero no cabe duda que entre 1820 y 1823 fueron varias decenas. Tampoco se ha podido saber el número total de afiliados de la Sociedad de los Caballeros Comuneros. Según sus propias fuentes ascendía a 40.000; algunos de sus enemigos prefirieron elevar estas cifras para convertir a la sociedad secreta en un terrible chivo expiatorio y se tuvo como cierto en estos sectores que 60.000 comuneros afilaban sus armas en 1825. Todo esto parece muy exagerado y nos inclinamos a compartir las cifras más mesuradas que ya en su tiempo se dieron: apenas 10.000 -lo cual no es poco- de los que entre 1.800 y 2.000 estarían radicados en Madrid. Cada "torre" comunera agrupaba entre 40 y 80 miembros. La proporción de estas cifras solo se puede valorar teniendo en cuenta que en 1845, la población de la Villa y Corte era de apenas 200.000 almas: 1 de cada 100 madrileños pertenecían a las "torres" comuneras". Estas se numeraban en función de su antigüedad. En 1822 eran 50, siendo la más antigua la madrileña.

EL SECRETO COMUNERO

Una sociedad así era imposible que fuera muy secreta, por su volumen, pero también por lo apresurado del reclutamiento de sus miembros. Un autor del siglo pasado escribe: "Los comuneros guardaban muy mal sus secretos, a pesar de sus juramentos: así es que se sabe mucho acerca de ellos, al paso que de la franc-masonería se sabe poco, y eso poco en su mayor parte revelado por los comuneros (...) Juraban dar muerte a cualquiera a quien la secta declarase traidor y si no cumplían la promesa, entregaban su cuello al cuchillo, sus restos al fuego y las cenizas al viento [según la fórmula de juramento comunera] (...) y como en la admisión no había tacto ni escogimiento, inundaron los castillos y torres con mozuelos sin hiel, que, infieles al secreto, revelábanlo a sus queridas. En algunos puntos de la Península también fundaron las mujeres sus torres y adornaron su pecho con la banda morada, distintivo de los llamados émulos de Padilla".
La figura de Padilla, mucho más que las de Bravo y Maldonado, focalizaban el espíritu comunero. Se tiene como cierto que por Madrid circularon en aquel tiempo, unos huesos y una rodela que estaban reputados de haber pertenecido al propio Padilla. En la capital los juramentos comuneros se realizaban revistiendo al recipiendario con el escudo del comunero vencido en Villalar. En un momento dado los asistentes desenvainaban sus espadas apoyándolas contra el escudo y hacían pronunciar al candidato la fórmula de juramento.

COMUNEROS, CARBONARIOS Y MASONES, UNA DIFICIL ENTENTE

Algunos de estos comuneros compartían militancia en la Masonería, sobre todo algunos de sus elementos más jóvenes. La Comunería no tuvo, ni remotamente, el carácter elitista de la Masonería. Mientras que para acceder a esta se precisaba incluso un cierto potencial económico (las iniciaciones, la cuota mensual, los derechos de tránsito de un rito a otro o de una logia a otra, los mandiles y joyas, ya costaban entonces buenos dineros), la Comunería se mostraba más asequible para la pequeña y baja burguesía, el estudiantado y las clases populares.
Entre 1823 y 1824 las fricciones y disputas entre comuneros, carbonarios y masones habían adquirido caracteres siniestros. Abundaban las delaciones y las denuncias mutuas. Cada asociación había elegido por colores los propios y contradictorios con los otros: los masones el azul, los comuneros el morado (alegando que el pendón de Castilla era de ese mismo color), los carbonarios el verde. En una primera fase masones y comuneros hicieron causa común contra los carbonarios. Luego se modifican las alianzas y los comuneros se ven combatidos por la alianza de los otros dos rivales.
En las elecciones de 1823, masones y carbonarios pactan áreas de influencia. Al año siguiente vuelven a cambiar las alianzas y los comuneros exigen a los masones la destrucción del carbonarismo, para ello cuentan con la ayuda del general Guglielmo Pepé (italiano exiliado y disidente del carbonarismo) que presentó al Gran Oriente liberal un "Plan para Regenerar Europa". Rechazado, Pepé dejó a sus peones en Madrid mientras viajó a Londres y Lisboa; sus correligionarios constituyeron en los locales de La Fontana de Oro la "Sociedad Europea".
Mientras que el carbonarismo se extinguió con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, la Comunería aun dio que hablar, por sí misma o gracias a sus disidencias. La primera, que afectó a 10 "torres", tuvo lugar tras unos desgraciados incidentes frente al Palacio Real el 30 de junio de 1822. Al cerrarse las Cortes, varios paisanos instigados por los comuneros insultaron a la Guardia Real que vitoreó al Rey. Hubo choque y menudearon los golpes, palos y caídas. Un oficial de la Guardia Real, Mamerto Landáburu, presumiblemente comunero, intentó contener sable en mano a sus soldados en cuyos oídos retumbaban los insultos y oprobios verbales de los paisanos. Al alzar el sable contra el grupo de soldados más exaltados, fue derribado de unos disparos. Al día siguiente nacía en el Café de Malta la "Sociedad Landaburiana", compuesta a partes iguales por masones y comuneros dirigidos por Romero Alpuente y Asensio Nebot, el primero con el título de "Moderador del Orden". El primer acto de la sociedad fue exigir una "víctima expiatoria a los manes de Landaburu". Resultó ahorcado un oficial francés, Teodoro Goiffeux, detenido cuando se encaminaba a Francia disfrazado de civil, y que no parece muy claro que tuviera algo que ver con el episodio. Poco duró la "landaburiana", cuyos elementos fueron a engordar otras disidencias de la Comunería.
En 1823, la Comunería se partió en dos. Aparecieron los Comuneros Españoles y los Comuneros Constitucionales (estos últimos pasaron a la Masonería). Ambos grupos eran llamados, respectivamente, "descalzos" y "calzados", según tuvieran cargo oficial en el Concejo de Madrid o no lo tuvieran. La palabra "calzado" equivalía a "ponerse las botas" con el usufructo del cargo público. Juan Palarea (un antiguo landaburiano) dirigió la disidencia que engordó a las logias y que posibilitó los estallidos de 1834 y 1835, con las subsiguientes matanzas de frailes.

1834: LA QUEMA DE CONVENTOS. COMUNERIA AL ATAQUE

Muchos autores contemporáneos que vivieron los sucesos madrileños de 1834 no albergaron en su momento la menor duda que el degüello había sido inspirado por las sectas conspirativas, con la Masonería y la Comunería al frente. Tres días antes de los sucesos, circulaban rumores por Madrid de lo que iba a pasar, hasta el punto de que en algunos conventos e iglesias habían puesto a buen recaudo piezas de arte y joyas sacras, igualmente algunos liberales cuyos hijos asistían a colegios religiosos, fueron advertidos de la conveniencia de quedarse en casa.
La noche del 16 de julio de 1834, que los cronistas madrileños recuerdan como lluviosa, en la calle de Toledo y de los Estudios, un desconocido cantaba una lúgubre canción, presagio de lo que se avecinaba:

"Muera Cristo
Viva Luzbel
Muera Don Carlos
Viva Isabel".


Un mes antes, el cólera había atacado en Vallecas. Un regimiento de ingenieros acordonó el pueblo pero no pudo evitar que la epidemia se transmitiera. Las sectas conspirativas difundieron el rumor de la implicación del clero en la transmisión de la epidemia. Similares rumores sobre la implicación del clero en envenenamientos de aguas corrieron por las mismas fechas en toda Europa. Es impensable que se tratara de un reflejo anticlerical espontáneo; debió, necesariamente, de existir un centro conspirativo difusor de rumores.
A las 12 del medio día un crío había resultado linchado tras ser sorprendido arrojando arena o inmundicias en la cuba de un aguador, travesura muy común en la época. En esta ocasión el ambiente estaba muy sensibilizado respecto a la manipulación del agua, considerado como vehículo del cólera morbo y el pobre niño pagó cara su broma. Perseguido por los aguadores, estos gritaban que "echaba cosas malas al agua". En este mismo momento se gritó que otro muchacho, cómplice del infortunado, había conseguido huir al Colegio de los Jesuitas, el llamado Colegio Imperial de la calle del duque de Alba. El tumulto agrupó a varios cientos de personas que a las 3 de la tarde lo asaltaron. Era jueves y no había clases: allí mismo cayó asesinado el padre Francisco Sauri. Luego, en el mismo punto, otros tres sacerdotes sufrieron degüello, entre ellos el padre Artigas, distinguido orientalista. Los cadáveres de los jesuitas más jóvenes que intentaron huir disfrazados de colegiales (reconocidos por la tonsura) fueron arrastrados hasta la parroquia de San Millán, en la plaza de la Cebada. En las proximidades de la misma parroquia resultó asesinado un lego que se dirigía desde el antiguo convento de La Latina hasta una cerería próxima. En un paño llevaba los restos de cera antigua para cambiarla por cirios nuevos. Detenido por los revoltosos, fue apuñalado con saña al grito de "¡ése que lleva el veneno!". Puede juzgarse la psicosis colectiva que reinaba en Madrid. Los incidentes se trasladaron al convento de San Francisco el Grande donde los asesinatos revistieron rasgos de particular iniquidad. Aún a las 12 de la noche las turbas asaltaban el convento de la Merced, en la plaza del Progreso.
La secuencia de los actos violentos se inició como hemos visto a las 3 de la tarde; hasta las 5 se asedió el convento de San Isidro, de 5 a 7 la matanza en Santo Tomás, de 7 a 9 un piquete de coraceros impidió el asalto al convento del Carmen Descalzo. De 9 a 11 horas los incidentes de desplazaron a San Francisco el Grande, en las dos horas siguientes cayó presa de las llamas el convento de la Merced y a las cuatro de la mañana el convento de Atocha sufrió el mismo destino. Cuarenta y ocho personas fueron apaleadas, acuchilladas o degolladas, la mayoría de ellos clérigos y monjes o personas de servicio en los conventos. Otros muchos conventos sufrieron daños e intentos de asalto, pero todo induce a pensar que se trató de un grupo no excesivamente numeroso de agitadores que se fueron desplazando de uno a otro lugar, amparado por espontáneos que los arropaban. En los meses siguientes, pareció como si los liberales más exaltados hubieran levantado la veda del clérigo: los incidentes y linchamientos se sucedieron por toda la Península.

LA RESPUESTA: SOCIEDADES SECRETAS CATOLICAS

Las consecuencias de esta campaña anticlerical, supuestamente orquestada por las sociedades secretas y conspirativas, tuvo como primera consecuencia el encono de los sectores católicos contra la Masonería y el liberalismo. A partir de 1820, los monárquicos legitimistas y católicos ultramontanos quisieron organizarse siguiendo las mismas pautas del enemigo, y fue así como florecieron las sociedades secretas opuestas al liberalismo: jovellanistas, la "Junta Apostólica", la famosa sociedad del "Ángel Exterminador", los concepcionistas...Aparecen después de 1824. Se tienen pocos datos sobre estos grupos, aunque se intuye que tuvieron importancia en el apoyo que recibió en los primeros momentos Carlos María Isidro (hermano de Fernando VII) en sus aspiraciones al trono. El "Ángel Exterminador", fundada por el obispo de Osma en 1827, contó entre sus filas a un buen número de prelados; los concepcionistas, por su parte, luchaban por el restablecimiento de la Santa Inquisición. Éstos se vieron engrosados por los miembros de la "Sociedad Defensora de la Fe", fundada en 1825.
Hacia 1845 la Comunería había desaparecido completamente. Sus militantes pasaron a engrosar los partidos políticos republicanos que, poco a poco, fueron emergiendo a medida que cambiaba la situación política. Otros, fundaron organizaciones socialistas y comunistas utópicas. Una parte de la historia del castellanismo había concluido, el entendimiento entre organizaciones ocultistas y medios políticos sería, a partir de entonces, mucho menor y protagonizada fundamentalmente por las distintas obediencias masónicas...Así hasta el advenimiento de la Segunda República.
Fue la Comunería decimonónica un eco postrero de la oposición que debió afrontar Carlos V, Emperador a poco de llegar a Castilla. Si el movimiento comunero del siglo XVI representaba la opción del pueblo castellano que anteponía los intereses de Castilla a los del imperialismo exarcebado del Austria y al saqueo de los recursos económicos hecho por sus adláteres, la Comunería decimonónica representaba esos mismos valores, triunfantes en el siglo XIX y laicizados. Frente a la monarquía, la opción liberal suponía la búsqueda de una legitimación en principios telúricos (la Nación), femeninos (el recurso al "demos") y ginecocráticos (la idea republicana, simbólicamente representada por una mujer provista del gorro frigio).



[Fuente: Página web de Tierra Comunera]
« Última modificación: Julio 14, 2010, 23:42:52 por Maelstrom » En línea
Tizona
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CASTILLA Y LEON


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« Respuesta #1 : Julio 21, 2010, 18:05:18 »


En este momento Castilla necesita todas las sinergias unidas contra una asimetría estatal que nos destruye. Por ello, sobran ideologías, sociedades y fantasmas del pasado. Hoy se está con Castilla, sin colores partidistas, o contra ella.
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