Por cierto, me ha gustado esta entrada de uno de los
blogs de El Mundo:
Los fanáticos no vuelan10 de junio de 2008.- Ayer entré en una papelería-librería de Palma que lleva abierta al menos 20 años. Compré Marca y unas chucherías. Fui a pagar a la dependienta, que era china o coreana. Me dijo: dos y cincuenta. Tras pagarle no pude evitar preguntarle si alguna vez, algún cliente, le había pedido que lo atendiese en catalán. Me dijo que no. Esta mujer, pienso ahora, no le serviría a La Plataforma per la Llengua como personaje de unos de esos tebeos que han regalado, uno de esos 13.000 papeles con los que pretenden extinguir el castellano de Baleares.
Porque así piensan estos fanáticos: no se trata de que la gente entienda y use el catalán cuando le apetezca o lo necesite. Lo que ellos quieren es que el español se escurra por las alcantarillas. Que si existe, sea en un submundo. Según aquel cómic que El Mundo reprodujo hace unos días, los inmigrantes tienen más sensibilidad e interés por aprender catalán que los españoles peninsulares o los baleares castellanoparlantes como yo. Un delirio. El objetivo de este cómic, salta a la vista, no es sólo fomentar el uso del catalán, sino el desprecio del español. Quieren vender a los inmigrantes la trola de que su integración pasa por ahí: por asumir que el español es una lengua extraña, invasora e impuesta. Así una campaña que podría ser loable, cultural y educativa, se pervierte al pasar a ser ideológica.
Leo la opinión sobre la polémica con Air Berlin de Biel Barceló, líder del Bloc, que dice que la aerolínea “contentaría a gran parte de sus clientes” usando el catalán. No lo creo. No creo que contentase a nadie. Primero porque nos trae sin cuidado que nos intenten vender un zumo durante un vuelo en alemán, inglés, español o catalán. Sólo gente que se mira el ombligo todo el día, sólo gente con un problema vital importante enrolada en una cruzada surrealista, o sea sólo los fanáticos se pueden sentir contentos (triunfantes, exultantes, realizados) porque vean a las azafatas de un avión alemán diciendo cuatro cosas en su lengua local. Y esos pocos fanáticos nacionalistas no cogen aviones: el nacionalismo se cura viajando. Del mismo modo que nadie en Palma le ha intentado enseñar catalán a la china del kiosco, nadie tiene interés en enseñarle catalán al personal de Air Berlin. Nadie excepto los pelmazos en cuyas manos Antich, Calvo y Armengol han puesto la política lingüística de sus instituciones. Nadie excepto ellos mismos. Así se da el caso patético de que unos pocos, con sus traumas y fobias, tocan una música absurda y nos hacen bailar a todos, jugando irresponsablemente con nuestra libertad y futuro. ¿Cómo es que este fanatismo ha impregnado a todos los políticos? Tampoco es tan extraño. Para ser político ya hay que ser de los que comen aparte. La tragedia es que en sus manos están las decisiones y las ocurrencias que nos arreglan o nos joden la vida. El gran problema de Antich es que cree en la causa, (anda, y yo, si es la supervivencia y el fomento del catalán) pero ha de tragar que la defiendan unos descerebrados que te plantan una esvástica en cuanto les chistas.
(
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/06/10/archipielago_gulasch/1213123321.html)

