Pocos movimientos han tenido tantas y tan variadas interpretaciones como los comuneros de Castilla, episodio histórico generador de no pocos recuerdos y evocaciones. En el siglo en que tiene lugar la Guerra de las Comunidades, el XVI, la mayoría de las opiniones son favorables al bando imperial. Para los historiadores de la época, casi todos favorables a Carlos V, las consecuencias de aquella guerra fueron heridas que debían ser cicatrizadas por medio de la represión y los castigos ejemplares. Es la opinión eruditos historiadores como Antonio de Guevara, Pedro Mexía, Diego de Colmenares, Alonso de Santa Cruz, Prudencio de Sandoval...Son pocos los que se posicionan a favor de los perdedores y sus demandas de justicia.
El miedo latente en el ambiente castellano bajo del dominio absoluto de los Austrias impedirá a los historiadores del siglo XVII prestar atención al movimiento comunero, considerado como una subversión política y social.
En los comienzos del siglo XVIII, en las luchas dinásticas entre Austrias y Borbones (y aun reconociendo los abusos de las pretensiones fiscales de Carlos V) no se homenajea a la rebelión comunera por sus principios de poner límites a la Monarquía. Ya en la mitad de esta centuria, Carlos V es visto como un tirano arbitrario que desprecia las leyes fundamentales del Reino, leyes defendidas por los comuneros en su lucha por la libertad. El conde aragonés Juan Amor de Soria (partidario de los Austrias exiliado en Viena tras la victoria de Felipe V) comparte esta visión, que pone por escrito en 1741, siendo un precedente de la interpretación liberal del movimiento comunero. Décadas más tarde, Jovellanos denunció el abuso de poder cometido por Carlos V en las Cortes de Santiago de Compostela; a la vez que lamentaba la derrota acontecida en Villalar:
"La causa de la nación fue vencida entonces por la intriga y la fuerza". Por su parte, el escritor y pensador León de Arroyal interpretaba lo acontecido en Villalar como
"el último suspiro de la libertad castellana". Así lo afirma este ilustre valenciano en su carta al Conde de Lerena.
El liberalismo español tiene su primer impulso con la Revolución Francesa. Las frecuentes intentonas revolucionarias de ésta época tienen dos ejemplos a seguir en el comunero Juan de Padilla y en el rebelde aragonés Juan de Lanuza. Por ejemplo, el movimiento revolucionario de 1795 se inspira (según el testimonio de Godoy) en los comuneros de Castilla, los agermanados valencianos y los levantamientos aragoneses contra Felipe II. Sin embargo, en este siglo, ser calificado como "comunero" equivalía a ser tachado de "mal cristiano o algo semejante. Prueba de ello es lo que sucedía en la reaccionaria Universidad de Oñate (Guipúzcoa). Para poder ser catedrático de la misma, además de superar los correspondientes exámenes, el aspirante era sometido a una inspección de su árbol genealógico, pudiendo ser rechazado
"si desciende de brujos, hechiceros, o malos cristianos, conocidos por tales, o de Comuneros, a quienes el Señor Emperador Carlos Quinto declaró traidores". Así, ser descendiente de comuneros (aun a fines del siglo XVIII) impedía acceder a una cátedra en esta Universidad, por mucho que se tuvieran los mayores méritos intelectuales. En esta misma línea ideológica se mantendrán los que anclados en el pasado (reaccionarios), despreciarán a los comuneros, tachándoles de ser contrarios a las esencias patrias. En este sentido, podríamos decir que aquellos rebeldes castellanos tendrán el triste privilegio de ser los primeros excluídos como "antiespañoles".
Casi tres siglos de Monarquía absoluta silenciaron el recuerdo de la causa comunera, cayendo en el olvido los esfuerzos de éstos luchadores, hasta que son redescubiertos por el liberalismo del s. XIX, que les convierte en mártires por las libertades. Los liberales ven a la rebelión castellana como un precedente de su lucha contra el absolutismo, y la batalla Villalar es convertida en un dato histórico de importancia nacional. Padilla, Bravo y Maldonado fueron exaltados como grandes hombres, como luchadores por las libertades patrias.
La Guerra de la Independencia (1808-1814) puso en primer plano al movimiento comunero, interpretado desde una perspectiva liberal. Las Cortes de Cádiz de 1812 mencionaron continuamente a los comuneros, esos
"bravos castellanos". Un poeta que colaboró con estas Cortes, el madrileño Manuel José Quintana, escribió en 1813 una
Oda a Padilla, en la cual defiende apasionadamente a los comuneros, reprimidos en su lucha por la libertad y contra la tiranía.
En 1820 da comienzo el llamado Trienio Liberal, que finalizará con la invasión de España por parte del Ejército francés, restaurándose así el absolutismo real, el tradicionalismo y la más negra reacción. Durante este Trienio reformista y democrático los comuneros de Castilla serán elevados a la mayor mitificación.
Con una actividad inusitada, no exenta de romanticismo, se buscaron documentos históricos y noticias sobre la Guerra de las Comunidades. Fueron consultadas las obras de los más relevantes historiadores, y se revisaron los archivos de Simancas y de la Catedral y el Obispado de Zamora en busca de información acerca del movimiento comunero. Se pretendió averiguar el lugar exacto donde se desarrolló la batalla de Villalar, así como el sitio donde fueron enterrados Padilla, Bravo y Maldonado. Como no podía ser de otra forma, los investigadores se dirigen a la localidad de Villalar, en la creencia de que los restos de los cabecillas comuneros permanecían allí, aunque no existiera vestigio formal alguno. En abril de 1821, a tres siglos del suceso, el general gobernador de Zamora (
Juan Martín Díez "El Empecinado") quiso saber dónde estaban sepultados los cuerpos de los tres valientes y nombró una comisión encargada de averiguarlo. Por aquel entonces, Villalar pertenecía a la diócesis de la ciudad gobernada por "El Empecinado".
Juan Martín DíezLos vecinos más influyentes de Villalar, sospechosos de detestar la memoria de los comuneros y temerosos de represalias liberales, tuvieron la ocurrencia de sacar del osario local varios esqueletos y enterrarlos en la Plaza Mayor, junto al rollo de la Villa, con lo cual las aspiraciones de la comisión zamorana quedarían satisfechas.
Los detalles de esta superchería parecen confirmarse (aunque con distinta localización) por declaración del cura de Villalar en 1864 (Don Melchor Zarataín); pero sobre todo por la referencia escrita del Archivo Parroquial de la iglesia de San Juan Bautista, a cargo de Don Juan María Baz, arcipreste y párroco de Villalar en la época en que tuvo lugar este fraude. Éste sacerdote anota en el folio 151 del Archivo:
"Huesos de cinco hombres" [Al margen]
"En el día 25 de Julio de 1820 a las 7 de la tarde, yo, el infrascrito párroco de San Juan de esta Villa, di sepultura canónica, grada abajo, inmediato al Choro [coro] a los huesos de cuatro o cinco difuntos que me entregó la Justicia de esta Villa en dicha hora; les hice el oficio de la sepultura y para que conste lo firmo en esta de Villalar, dicho día, mes y año" Manuel Baz En la visita pastoral de julio de 1826 hecha por el obispo de Zamora, Fray Tomás de la Iglesia y España, éste advierte al párroco Baz en el folio 164 del libro de difuntos
"que hay muchas enmiendas y huecos que luego se han rellenado, efecto de la dilación...Y se ordena al párroco que lo subsane y no ponga en lo sucesivo partida alguna interfoliar. Ello se hecha de ver desde el folio 150". Adviértase que en el folio 151 está la inscripción de la inhumación de los 4 ó 5 hombres sin identificar...
El 13 de abril de 1821 las reliquias fueron buscadas y halladas junto al rollo de la Plaza. Aun persistiendo en la creencia del engaño de los restos humanos, surge la duda sobre su ubicación con los datos apuntados del libro parroquial, en el que se anotan los enterramientos, y no las exhumaciones. Hemos de referirnos a las "andanzas" de los supuestos restos de los jefes comuneros siempre en hipótesis, pues no se han hallado documentos fidedignos que lo antestigüen. Y además, durante el último cuarto del s.XX, con motivo de la urbanización de la Plaza de Villalar, donde ocurrieron los acontecimientos, se removió el subsuelo y a pesar del ciudado puesto en ello, nada ha aparecido, ni siquiera señales de tierra removida...
La noticia del "hallazgo" corrió por todas partes: se imprimió una memoria del hecho que fue difundida por toda España, llegando hasta las Cortes, donde se produjo un gran entusiasmo, a juzgar por las disposiciones oficiales se llevaron a cabo.
Una vez descubiertos
"los huesos de los jefes comuneros" fueron éstos depositados en la parroquia de San Juan, en Villalar, celebrándose con tal motivo una solemne misa de campaña, a la que asistió una gran multitud, así como soldados venidos de Zamora, Toro, Valladolid y Tordesillas. Pero
"debido a la inseguridad que tienen en Villalar los restos de los valientes castellanos, éstos deberán ser trasladados a la Catedral de Zamora" : así se lo comunicaron al obispo de ésta ciudad, Pedro Ignacio Rivero. Éste hombre, que había sido diputado en las Cortes de Cádiz y que tenía ideas avanzadas, tuvo sin embargo enfrentamientos con las autoridades del Trienio Liberal, porque, en su opinión,
"no está entre mis principios, ni puede ser lección recomendable en ningún tiempo el hacer armas contra el Gobierno establecido, y en este concepto no puede convenir V.S. en la idea de ensalzar la gloria de aquellos héroes y la parte que tuvo en ellas el Obispo, mi antecesor, Don Antonio de Acuña".Lo cierto es que, el 17 de noviembre de 1822, los huesos desenterrados en Villalar fueron llevados a la Catedral de Zamora, organizándose una comitiva especial, que acompañó a los restos por las calles de la capital, siendo adornadas las casas por donde pasaba el desfile con guirnaldas y colgaduras. Asistieron al evento las autoridades, entre ellas el obispo y el Cabildo. Entre cantos fúnebres, la arqueta que contenía los huesos fue solemnemente depositada en la capilla de San Pablo de aquella Catedral, levantándose acta del hecho. Una vez depositados los restos, "el Empecinado" cerró la verja de la capilla y se quedó con las dos llaves de ésta. El Cabildo reclamó para sí una llave, que no le fue entregada, lo que dió lugar a protestas. La arqueta con los restos permanecería intacta en aquel lugar hasta el 15 de junio de 1823.
Fernando VII, retratado por GoyaCambiaron los tiempos, y con ellos cambió el ideario político del Gobierno nacional y de la Monarquía. El 26 de abril de 1823, las autoridades liberales y las tropas acantonadas en Zamora salieron de la ciudad, quedando ésta indefesa. Para evitar posibles disturbios y conservar el orden público, se crea una Junta de Seguridad cuya presidencia es ofrecida al obispo Iguanzo, pero éste rechaza la oferta. Al cabo de doce días, restaurado el absolutismo, llega a Zamora el nuevo gobernador político y militar, Francisco Vázquez. Éste, el día 15 de junio, ordena al Cabildo
"que para evitar cualquier desacato que pudiera ocasionar no estar expedita la entrada a la capilla de San Pablo en la que existen los titulados Padilla, Bravo y Maldonado, manda esté pronta la llave que tiene el Cabildo, autorizando a éste para que sin ruido ni publicidad se limen las argollas de los otros dos candados, cuyas llaves no aparecen".A partir de éste momento, la información es confusa y contradictorio. Algunos historiadores afirman que los absolutistas acudieronen gran número a la Catedral y se apoderaron de la arqueta, quemándola en público después y arrojando las cenizas al Duero. Sin embargo, no hay testimonio alguno que respalde este hecho.
Con el absolutismo restablecido, el Trienio Liberal era ya parte del pasado. Había acabado una época irrepetible de pasión liberal, y con ella, una intensa mitificación de la rebelión comunera. A éste período constitucionalista corresponde este interesante Decreto:
"Don Fernando VII por la gracia de Dios y por la Constitución de la Monarquía española, Rey de las Españas, a todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: Que las Cortes han decretado lo siguiente: las Cortes usando de la facultad que se les concede por la Constitución, estimuladas de la Justicia, y anhelando honrar la memoria de Juan de Padilla y Juan de Lanuza y demás defensores principales de las libertades de Castilla y Aragón, han decretado lo siguiente:
Artículo 1º- Se declara beneméritos de la Patri en grado heroico a los tres caudillos de las Comunidades de Castilla Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado.
Artículo 2º- Se pondrán sus nombres en el Salón de las Cortes, y en una sóla lápida al lado derecho del solio junto al mismo, y por exigirlo así el orden de los tiempos con separación de las de los héroes modernos, y la inscripción será:
JUAN DE PADILLA
JUAN BRAVO
FRANCISCO MALDONADO
DEFENSORES DE LAS LIBERTADES DE CASTILLA
Artículo 3º- Se erigirá a los tres en Villalar y en el sitio donde fueron decapitados un monumento costeado por la Hacienda pública luego que su estado lo permita, y que será de la especie y forma que por regla general decreten las Cortes deba erigirse a los héroes de primer orden.
Artículo 4º-...Cuando llegue el caso de levantar este monumento...La inscripción se dispone...En los términos siguientes: Restablecida con grandes ventajas la libertad de la patria a los ilustres comuneros Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, aquí decapitados por haberla defendido proyectaron este monumento las Cortes Generales de la Nación Española de los años MDCCCXX y MDCCCXI y lo mandaron erigir por unanimidad las de MDCCCXXII y MDCCCXIII.[...] (Este monumento nunca se erigió, en su lugar se levantó un obelisco en 1889 por iniciativa del Ayuntamiento, siendo restaurado y dignificado en 1992 por el propio Consistorio)
Artículo 10º- El mismo Gobierno dispondrá se depositen en una Iglesia con la conveniente honorífica distinción los restos de los tres héroes castellanos, que se han extraído de sus sepulcros...Hasta que erigiéndose un panteón sean colocados en los sepulcros y cenotafios de los hombres grandes que ha tendio y tenga en adelante la España. [...]
Artículo 12º- Se encargará a la Academia de Historia...Que trabaje y publique una memoria sobre la guerra de las Comunidades de Castilla.
Artículo 13º- El Gobierno...Manifestará al General Juan Martín "El Empecinado", al Coronel...De Ingenieros de la Plaza de Zamora, Don Manuel Tena, al Teniente de Infantería Don Máximo Reinoso, al Asesor Don Bernardo Peinador y al Juez de Primera Instancia Don Diego Antonio González Alonso, actual Diputado de Cortes haberles sido grato su celo por la gloria de los tres héroes castellanos... En el descubrimiento y exhumación de sus restos; y dispondrá se imprima en la gaceta la exposición de Don Manuel Tena a las Cortes relativa a dicha exhumación. Madrid 14 de abril de 1882. Cayetano Valdés, Presidente. Oliver y Salvá , Secretarios.
Por tanto mandamos...Que guarden y hagan guardar...El presente Decreto en todas sus partes. Rubricado de la Real Mano. En Aranjuez, a 20 de abril de 1822." También hay que mecionar la aparición en esta etapa liberal de una sociedad política llamada
Confederación de Caballeros Comuneros (o Hijos de Padilla) considerada una sociedad secreta por muchos. Nació de la Masonería, aunque más tarde se radicalizaron, lo que les llevó a un enfrentamiento con los masones, de ideario más moderado. Los miembros de esta organización de rituales truculentos se dividían en "torres" y "castillos", llevando todos ellos un distintivo morado que les identificaba. El supremo jerarca de la sociedad se llamaba "el Gran Castellano" y, para culminar la teatralidad (muy al gusto masónico) había en la sede de los Caballeros Comuneros una urna con restos humanos que representaba la sepultura de Padilla.
Mientras tanto, la labor historiográfica progresaba: las obras del asturiano Martínez Marina tendrán sus continuadores en Modesto Lafuente y en Ferrer del Río, ambos castellanos. Para el primero, el levantamiento comunero fue el estallido popular contenido por el empobrecimiento de Castilla:
"por siglos enteros quedaron sepultadas en los campos y en la plaza de Villalar las libertades de Castilla". Para Ferrer del Río, de ideario liberal de izquierda, la decadencia de España empieza con la derrota comunera, que dio paso a
"la despótica voluntad de uno sólo".
Los grandes historiadores del siglo XIX son a la vez políticos. Tal es el caso del vasco Salustiano Olózaga, enemigo de Espartero y dirigente del Partido Progresista. Según Olózaga, la derrota de Villalar supuso
"el fin de la antigua Constitución castellana y toda España perdió su libertad y se pretendió que se perdiera su memoria y el conocimiento de sus leyes fundamentales". Salustiano OlózagaEl liberal moderado Martínez de la Rosa, propagador del parlamentarismo británico en España y antiguo diputado por las Cortes de Cádiz, se fija en las justas reivindicaciones de los comuneros (tales como que todos contribuyesen y pechasen) y la negativa de Carlos V a cualquier concesión. Este político escribiría dos obras teatrales románticas y de gran éxito:
La Viuda de Padilla y
Juan de Padilla o Los Comuneros.Los republicanos federalistas admirarán también a los Comuneros. La Revolución Gloriosa de 1868, que destrona a Isabel II, rinde también pleitesía a los comuneros, cuyos nombres desde entonces permanecen grabados en las paredes del Congreso. Francisco Pi y Margall afirma en una de sus obras que
"Castilla fue entre las naciones de España la primera que perdió sus libertades en Villalar bajo el primer rey de la Casa de Austria", como Aragón y Cataluña perderían las suyas bajo el primer monarca Borbón.