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Autor Tema: Evocaciones e interpretaciones históricas de la rebelión comunera  (Leído 12454 veces)
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Maelstrom
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« : Abril 26, 2009, 02:07:15 »


Pocos movimientos han tenido tantas y tan variadas interpretaciones como los comuneros de Castilla, episodio histórico generador de no pocos recuerdos y evocaciones. En el siglo en que tiene lugar la Guerra de las Comunidades, el XVI, la mayoría de las opiniones son favorables al bando imperial. Para los historiadores de la época, casi todos favorables a Carlos V, las consecuencias de aquella guerra fueron heridas que debían ser cicatrizadas por medio de la represión y los castigos ejemplares. Es la opinión eruditos historiadores como Antonio de Guevara, Pedro Mexía, Diego de Colmenares, Alonso de Santa Cruz, Prudencio de Sandoval...Son pocos los que se posicionan a favor de los perdedores y sus demandas de justicia.
El miedo latente en el ambiente castellano bajo del dominio absoluto de los Austrias impedirá a los historiadores del siglo XVII prestar atención al movimiento comunero, considerado como una subversión política y social.



En los comienzos del siglo XVIII, en las luchas dinásticas entre Austrias y Borbones (y aun reconociendo los abusos de las pretensiones fiscales de Carlos V) no se homenajea a la rebelión comunera por sus principios de poner límites a la Monarquía. Ya en la mitad de esta centuria, Carlos V es visto como un tirano arbitrario que desprecia las leyes fundamentales del Reino, leyes defendidas por los comuneros en su lucha por la libertad. El conde aragonés Juan Amor de Soria (partidario de los Austrias exiliado en Viena tras la victoria de Felipe V) comparte esta visión, que pone por escrito en 1741, siendo un precedente de la interpretación liberal del movimiento comunero. Décadas más tarde, Jovellanos denunció el abuso de poder cometido por Carlos V en las Cortes de Santiago de Compostela; a la vez que lamentaba la derrota acontecida en Villalar: "La causa de la nación fue vencida entonces por la intriga y la fuerza". Por su parte, el escritor y pensador León de Arroyal interpretaba lo acontecido en Villalar como "el último suspiro de la libertad castellana". Así lo afirma este ilustre valenciano en su carta al Conde de Lerena.
El liberalismo español tiene su primer impulso con la Revolución Francesa. Las frecuentes intentonas revolucionarias de ésta época tienen dos ejemplos a seguir en el comunero Juan de Padilla y en el rebelde aragonés Juan de Lanuza. Por ejemplo, el movimiento revolucionario de 1795 se inspira (según el testimonio de Godoy) en los comuneros de Castilla, los agermanados valencianos y los levantamientos aragoneses contra Felipe II. Sin embargo, en este siglo, ser calificado como "comunero" equivalía a ser tachado de "mal cristiano o algo semejante. Prueba de ello es lo que sucedía en la reaccionaria Universidad de Oñate (Guipúzcoa). Para poder ser catedrático de la misma, además de superar los correspondientes exámenes, el aspirante era sometido a una inspección de su árbol genealógico, pudiendo ser rechazado "si desciende de brujos, hechiceros, o malos cristianos, conocidos por tales, o de Comuneros, a quienes el Señor Emperador Carlos Quinto declaró traidores". Así, ser descendiente de comuneros (aun a fines del siglo XVIII) impedía acceder a una cátedra en esta Universidad, por mucho que se tuvieran los mayores méritos intelectuales. En esta misma línea ideológica se mantendrán los que anclados en el pasado (reaccionarios), despreciarán a los comuneros, tachándoles de ser contrarios a las esencias patrias. En este sentido, podríamos decir que aquellos rebeldes castellanos tendrán el triste privilegio de ser los primeros excluídos como "antiespañoles".



Casi tres siglos de Monarquía absoluta silenciaron el recuerdo de la causa comunera, cayendo en el olvido los esfuerzos de éstos luchadores, hasta que son redescubiertos por el liberalismo del s. XIX, que les convierte en mártires por las libertades. Los liberales ven a la rebelión castellana como un precedente de su lucha contra el absolutismo, y la batalla Villalar es convertida en un dato histórico de importancia nacional. Padilla, Bravo y Maldonado fueron exaltados como grandes hombres, como luchadores por las libertades patrias.
La Guerra de la Independencia (1808-1814) puso en primer plano al movimiento comunero, interpretado desde una perspectiva liberal. Las Cortes de Cádiz de 1812 mencionaron continuamente a los comuneros, esos "bravos castellanos". Un poeta que colaboró con estas Cortes, el madrileño Manuel José Quintana, escribió en 1813 una Oda a Padilla, en la cual defiende apasionadamente a los comuneros, reprimidos en su lucha por la libertad y contra la tiranía.
En 1820 da comienzo el llamado Trienio Liberal, que finalizará con la invasión de España por parte del Ejército francés, restaurándose así el absolutismo real, el tradicionalismo y la más negra reacción. Durante este Trienio reformista y democrático los comuneros de Castilla serán elevados a la mayor mitificación.



Con una actividad inusitada, no exenta de romanticismo, se buscaron documentos históricos y noticias sobre la Guerra de las Comunidades. Fueron consultadas las obras de los más relevantes historiadores, y se revisaron los archivos de Simancas y de la Catedral y el Obispado de Zamora en busca de información acerca del movimiento comunero. Se pretendió averiguar el lugar exacto donde se desarrolló la batalla de Villalar, así como el sitio donde fueron enterrados Padilla, Bravo y Maldonado. Como no podía ser de otra forma, los investigadores se dirigen a la localidad de Villalar, en la creencia de que los restos de los cabecillas comuneros permanecían allí, aunque no existiera vestigio formal alguno. En abril de 1821, a tres siglos del suceso, el general gobernador de Zamora (Juan Martín Díez "El Empecinado") quiso saber dónde estaban sepultados los cuerpos de los tres valientes y nombró una comisión encargada de averiguarlo. Por aquel entonces, Villalar pertenecía a la diócesis de la ciudad gobernada por "El Empecinado".

Juan Martín Díez

Los vecinos más influyentes de Villalar, sospechosos de detestar la memoria de los comuneros y temerosos de represalias liberales, tuvieron la ocurrencia de sacar del osario local varios esqueletos y enterrarlos en la Plaza Mayor, junto al rollo de la Villa, con lo cual las aspiraciones de la comisión zamorana quedarían satisfechas.
Los detalles de esta superchería parecen confirmarse (aunque con distinta localización) por declaración del cura de Villalar en 1864 (Don Melchor Zarataín); pero sobre todo por la referencia escrita del Archivo Parroquial de la iglesia de San Juan Bautista, a cargo de Don Juan María Baz, arcipreste y párroco de Villalar en la época en que tuvo lugar este fraude. Éste sacerdote anota en el folio 151 del Archivo:
 
"Huesos de cinco hombres"  

[Al margen] "En el día 25 de Julio de 1820 a las 7 de la tarde, yo, el infrascrito párroco de San Juan de esta Villa, di sepultura canónica, grada abajo, inmediato al Choro [coro] a los huesos de cuatro o cinco difuntos que me entregó la Justicia de esta Villa en dicha hora; les hice el oficio de la sepultura y para que conste lo firmo en esta de Villalar, dicho día, mes y año"

Manuel Baz                                                                                                                                                                          
 
En la visita pastoral de julio de 1826 hecha por el obispo de Zamora, Fray Tomás de la Iglesia y España, éste advierte al párroco Baz en el folio 164 del libro de difuntos "que hay muchas enmiendas y huecos que luego se han rellenado, efecto de la dilación...Y se ordena al párroco que lo subsane y no ponga en lo sucesivo partida alguna interfoliar. Ello se hecha de ver desde el folio 150". Adviértase que en el folio 151 está la inscripción de la inhumación de los 4 ó 5 hombres sin identificar...
El 13 de abril de 1821 las reliquias fueron buscadas y halladas junto al rollo de la Plaza. Aun persistiendo en la creencia del engaño de los restos humanos, surge la duda sobre su ubicación con los datos apuntados del libro parroquial, en el que se anotan los enterramientos, y no las exhumaciones. Hemos de referirnos a las "andanzas" de los supuestos restos de los jefes comuneros siempre en hipótesis, pues no se han hallado documentos fidedignos que lo antestigüen. Y además, durante el último cuarto del s.XX, con motivo de la urbanización de la Plaza de Villalar, donde ocurrieron los acontecimientos, se removió el subsuelo y a pesar del ciudado puesto en ello, nada ha aparecido, ni siquiera señales de tierra removida...
La noticia del "hallazgo" corrió por todas partes: se imprimió una memoria del hecho que fue difundida por toda España, llegando hasta las Cortes, donde se produjo un gran entusiasmo, a juzgar por las disposiciones oficiales se llevaron a cabo.
Una vez descubiertos "los huesos de los jefes comuneros" fueron éstos depositados en la parroquia de San Juan, en Villalar, celebrándose con tal motivo una solemne misa de campaña, a la que asistió una gran multitud, así como soldados venidos de Zamora, Toro, Valladolid y Tordesillas. Pero "debido a la inseguridad que tienen en Villalar los restos de los valientes castellanos, éstos deberán ser trasladados a la Catedral de Zamora" : así se lo comunicaron al obispo de ésta ciudad, Pedro Ignacio Rivero. Éste hombre, que había sido diputado en las Cortes de Cádiz y que tenía ideas avanzadas, tuvo sin embargo enfrentamientos con las autoridades del Trienio Liberal, porque, en su opinión, "no está entre mis principios, ni puede ser lección recomendable en ningún tiempo el hacer armas contra el Gobierno establecido, y en este concepto no puede convenir V.S. en la idea de ensalzar la gloria de aquellos héroes y la parte que tuvo en ellas el Obispo, mi antecesor, Don Antonio de Acuña".
Lo cierto es que, el 17 de noviembre de 1822, los huesos desenterrados en Villalar fueron llevados a la Catedral de Zamora, organizándose una comitiva especial, que acompañó a los restos por las calles de la capital, siendo adornadas las casas por donde pasaba el desfile con guirnaldas y colgaduras. Asistieron al evento las autoridades, entre ellas el obispo y el Cabildo. Entre cantos fúnebres, la arqueta que contenía los huesos fue solemnemente depositada en la capilla de San Pablo de aquella Catedral, levantándose acta del hecho. Una vez depositados los restos, "el Empecinado" cerró la verja de la capilla y se quedó con las dos llaves de ésta. El Cabildo reclamó para sí una llave, que no le fue entregada, lo que dió lugar a protestas. La arqueta con los restos permanecería intacta en aquel lugar hasta el 15 de junio de 1823.

Fernando VII, retratado por Goya

Cambiaron los tiempos, y con ellos cambió el ideario político del Gobierno nacional y de la Monarquía. El 26 de abril de 1823, las autoridades liberales y las tropas acantonadas en Zamora salieron de la ciudad, quedando ésta indefesa. Para evitar posibles disturbios y conservar el orden público, se crea una Junta de Seguridad cuya presidencia es ofrecida al obispo Iguanzo, pero éste rechaza la oferta. Al cabo de doce días, restaurado el absolutismo, llega a Zamora el nuevo gobernador político y militar, Francisco Vázquez. Éste, el día 15 de junio, ordena al Cabildo "que para evitar cualquier desacato que pudiera ocasionar no estar expedita la entrada a la capilla de San Pablo en la que existen los titulados Padilla, Bravo y Maldonado, manda esté pronta la llave que tiene el Cabildo, autorizando a éste para que sin ruido ni publicidad se limen las argollas de los otros dos candados, cuyas llaves no aparecen".A partir de éste momento, la información es confusa y contradictorio. Algunos historiadores afirman que los absolutistas acudieronen gran número a la Catedral y se apoderaron de la arqueta, quemándola en público después y arrojando las cenizas al Duero. Sin embargo, no hay testimonio alguno que respalde este hecho.
Con el absolutismo restablecido, el Trienio Liberal era ya parte del pasado. Había acabado una época irrepetible de pasión liberal, y con ella, una intensa mitificación de la rebelión comunera. A éste período constitucionalista corresponde este interesante Decreto:
 
"Don Fernando VII por la gracia de Dios y por la Constitución de la Monarquía española, Rey de las Españas, a todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: Que las Cortes han decretado lo siguiente: las Cortes usando de la facultad que se les concede por la Constitución, estimuladas de la Justicia, y anhelando honrar la memoria de Juan de Padilla y Juan de Lanuza y demás defensores principales de las libertades de Castilla y Aragón, han decretado lo siguiente:
Artículo 1º- Se declara beneméritos de la Patri en grado heroico a los tres caudillos de las Comunidades de Castilla Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado.
Artículo 2º- Se pondrán sus nombres en el Salón de las Cortes, y en una sóla lápida al lado derecho del solio junto al mismo, y por exigirlo así el orden de los tiempos con separación de las de los héroes modernos, y la inscripción será:
 
JUAN DE PADILLA
 
JUAN BRAVO
 
FRANCISCO MALDONADO
 
DEFENSORES DE LAS LIBERTADES DE CASTILLA
 
Artículo 3º- Se erigirá a los tres en Villalar y en el sitio donde fueron decapitados un monumento costeado por la Hacienda pública luego que su estado lo permita, y que será de la especie y forma que por regla general decreten las Cortes deba erigirse a los héroes de primer orden.
Artículo 4º-...Cuando llegue el caso de levantar este monumento...La inscripción se dispone...En los términos siguientes: Restablecida con grandes ventajas la libertad de la patria a los ilustres comuneros Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, aquí decapitados por haberla defendido proyectaron este monumento las Cortes Generales de la Nación Española de los años MDCCCXX y MDCCCXI y lo mandaron erigir por unanimidad las de MDCCCXXII y MDCCCXIII.


[...]    (Este monumento nunca se erigió, en su lugar se levantó un obelisco en 1889 por iniciativa del Ayuntamiento, siendo restaurado y dignificado en 1992 por el propio Consistorio)
 
Artículo 10º- El mismo Gobierno dispondrá se depositen en una Iglesia con la conveniente honorífica distinción los restos de los tres héroes castellanos, que se han extraído de sus sepulcros...Hasta que erigiéndose un panteón sean colocados en los sepulcros y cenotafios de los hombres grandes que ha tendio y tenga en adelante la España.
 
[...]

Artículo 12º- Se encargará a la Academia de Historia...Que trabaje y publique una memoria sobre la guerra de las Comunidades de Castilla.
 
Artículo 13º- El Gobierno...Manifestará al General Juan Martín "El Empecinado", al Coronel...De Ingenieros de la Plaza de Zamora, Don Manuel Tena, al Teniente de Infantería Don Máximo Reinoso, al Asesor Don Bernardo Peinador y al Juez de Primera Instancia Don Diego Antonio González Alonso, actual Diputado de Cortes haberles sido grato su celo por la gloria de los tres héroes castellanos... En el descubrimiento y exhumación de sus restos; y dispondrá se imprima en la gaceta la exposición de Don Manuel Tena a las Cortes relativa a dicha exhumación. Madrid 14 de abril de 1882. Cayetano Valdés, Presidente. Oliver y Salvá , Secretarios.
 
Por tanto mandamos...Que guarden y hagan guardar...El presente Decreto en todas sus partes. Rubricado de la Real Mano. En Aranjuez, a 20 de abril de 1822."

 
También hay que mecionar la aparición en esta etapa liberal de una sociedad política llamada Confederación de Caballeros Comuneros (o Hijos de Padilla) considerada una sociedad secreta por muchos. Nació de la Masonería, aunque más tarde se radicalizaron, lo que les llevó a un enfrentamiento con los masones, de ideario más moderado. Los miembros de esta organización de rituales truculentos se dividían en "torres" y "castillos", llevando todos ellos un distintivo morado que les identificaba. El supremo jerarca de la sociedad se llamaba "el Gran Castellano" y, para culminar la teatralidad (muy al gusto masónico) había en la sede de los Caballeros Comuneros una urna con restos humanos que representaba la sepultura de Padilla.
Mientras tanto, la labor historiográfica progresaba: las obras del asturiano Martínez Marina tendrán sus continuadores en Modesto Lafuente y en Ferrer del Río, ambos castellanos. Para el primero, el levantamiento comunero fue el estallido popular contenido por el empobrecimiento de Castilla: "por siglos enteros quedaron sepultadas en los campos y en la plaza de Villalar las libertades de Castilla". Para Ferrer del Río, de ideario liberal de izquierda, la decadencia de España empieza con la derrota comunera, que dio paso a "la despótica voluntad de uno sólo".
Los grandes historiadores del siglo XIX son a la vez políticos. Tal es el caso del vasco Salustiano Olózaga, enemigo de Espartero y dirigente del Partido Progresista. Según Olózaga, la derrota de Villalar supuso "el fin de la antigua Constitución castellana y toda España perdió su libertad y se pretendió que se perdiera su memoria y el conocimiento de sus leyes fundamentales".

Salustiano Olózaga

El liberal moderado Martínez de la Rosa, propagador del parlamentarismo británico en España y antiguo diputado por las Cortes de Cádiz, se fija en las justas reivindicaciones de los comuneros (tales como que todos contribuyesen y pechasen) y la negativa de Carlos V a cualquier concesión. Este político escribiría dos obras teatrales románticas y de gran éxito: La Viuda de Padilla y Juan de Padilla o Los Comuneros.
Los republicanos federalistas admirarán también a los Comuneros. La Revolución Gloriosa de 1868, que destrona a Isabel II, rinde también pleitesía a los comuneros, cuyos nombres desde entonces permanecen grabados en las paredes del Congreso. Francisco Pi y Margall afirma en una de sus obras que "Castilla fue entre las naciones de España la primera que perdió sus libertades en Villalar bajo el primer rey de la Casa de Austria", como Aragón y Cataluña perderían las suyas bajo el primer monarca Borbón.
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« Respuesta #1 : Abril 26, 2009, 02:25:07 »


En la Restauración, el conservador Cánovas del Castillo opina sobre la lucha entre "aristocracia y pueblo" en la guerra de las Comunidades, tras el episodio de Villalar Castilla quedará sometida a un "régimen tranquilo pero miserable"...
En el siglo XIX distintas corrientes políticas y sociales se contraponen en la interpretación de la rebelión castellana contra Carlos V. El político, historiador y jurisconsulto Manuel Danvila y Collado simpatiza con la Monarquía liquidada por la Revolución Gloriosa, siendo un detractor de los comuneros y sus ideales. Ministro durante la Restauración, recibe en 1882 el encargo de escribir una obra sobre los comuneros, donde desmitifica a los héroes castellanos, por su oposición a los abusos y la sinrazón del Emperador. Esta línea conservadora y defensora de la "unidad central de la Monarquía" es la defendida por historiadores como Menéndez Pelayo y Vázquez de Mella, para quienes la victoria de los comuneros hubiera supuesto el retroceso en la Historia y la vuelta al caos anterior a los Reyes Católicos.
A partir de la extensa obra de Danvila (versión oficial de la Restauración) los historiadores de la época se limitan a repetir esta visión anticomunera, y el estudio de la guerra de las Comunidades se paraliza. La admiración liberal por Padilla, Bravo y Maldonado es sustituída por otra que les considera personajes movidos por rastreros intereses particulares.
Para los historiadores del s. XX las interpretaciones se diversifican. Altamira continúa con la opinión liberal según la cual los comuneros intentan innovadoras reformas políticas, económicas y sociales, pero para él se equivocaron fomentando una lucha de capas sociales. Fernández Duro calificó al movimiento como "antifiscal", Ballesteros recoge en su obra las dos tendencias contrapuestas: "la de que las Comunidades representan lo caduco y la España del progreso que era el centralismo". Esto escribía en 1920; tras la Guerra Civil defenderá la idea Casi cuatro siglos depués de la batalla de Villalar, la simpatía por los comuneros había sido sustituída por la exaltación de Carlos V, visto como europeísta e innovador. Para los regeneracionistas, esta corriente de opinión suponía un canto a la extranjerización de España y el desprecio de lo autóctono. Para Ricardo Macías Picavea, el levantamiento comunero fue "un movimiento nacional contra el intrusismo cesarista". Así lo interpreta Narciso Alonso Cortés: con el triunfo de Carlos V el espíritu de la raza fue anulado. Ángel Ganivet cree que aquellos rebeldes eran autonomistas, pero que defendían la tradición frente a la innovación europeizadora de Carlos V.



La Generación del 98 conceptúa a los comuneros como negadores de las esencias nacionales. Se llega a defender al Emperador, que sería un revolucionario frente al atraso y la barbarie que representaban los comuneros. El segoviano Marqués de Lozoya afirma que la derrota de Villalar facilitó todos los posteriores triunfos de Carlos V. Y ya en el franquismo (era de exaltación de la España Imperial) el médico, político e historiador Gregorio Marañón desarrolla la teoría de Ganivet (que contempla a los comuneros como un movimiento tradicionalista) y va más allá, acusándoles de xenófobos, inquisitoriales y fanáticos religiosos, cuando está demostrado todo lo contrario.
Quien es un ferviente defensor del levantamiento castellano es Manuel Azaña, para quien la batalla de Villalar es mucho más importante que otras tenidas por famosas (Alcolea o Bailén); nos dice que allí los partidarios del Emperador lucharon por mejorar sus intereses personales, mientras que en el bando comunero peleaban juntos "oficiales y mercaderes, burgueses, nobles, legalistas y clérigos". Una revolución de fuerte contenido social, como lo demuestran los documentos coetáneos del cronista Gonzalo Ayora y el manifiesto redactado por un anónimo fraile burgalés; estos textos son el soporte de un historiador tan próximo en el tiempo como Prudencio de Sandoval.



Azaña opina que los comuneros llevaron a cabo una "revolución igualitaria" , siendo un anticipo de las ideas sociales que más tarde se plantearon en nuestro continente. La aristocracia triunfante en Villalar supuso la desaparición de la burguesía, siendo la rebelión comunera una verdadera subversión social a partir del levantamiento de Dueñas (Palencia), a partir del cual la nobleza se pone decididamente de lado del Emperador. De ahí que Juan Ignacio Gutiérrez Nieto cree que a las Comunidades les cuadra mejor el calificativo de "movimiento antiseñorial".
Hay dos interpretaciones que pueden tener algún asidero en el ideario de la Santa Junta: el ideal republicano a imitación de las señorías italianas del Renacimiento, tesis defendida por Menéndez Pidal; y la de un "empuje converso" que sostiene Américo Castro, por la especial participación de los judeoconversos en la revuelta, debido al deseo de un nuevo ordenamiento y la reforma inquisitorial que propugnaban los comuneros, bien contraria a las tesis de Marañón.
Regionalistas castellanos, pero también hombres de izquierda, republicanos y demócratas asumieron que los comuneros habían sido el precedente histórico de sus propuestas. De tal manera que la II República, como no podía ser de otro modo, recuperó las hazañas de Padilla, Bravo y Maldonado, presentándoles como luchadores por las libertades, y como líderes de una sublevación genuinamente popular reprimida por la nobleza. El proyecto reformista y modernizador de los republicanos, unido a la impronta social de las ideas izquierdistas, contribuyó a relanzar la lectura en clave progresista de las Comunidades de Castilla. Expresión popular de lo aquí señalado serían esas miles de banderas tricolores que inundaron las calles españolas cuando la República fue proclamada, el 14 de abril de 1931. La franja morada de la nueva bandera republicana tenía un significado simbólico-histórico bastante evidente: hacía (errónea) referencia al color de la bandera de Castilla que los comuneros habían alzado contra Carlos V.



Adoptada por el Gobierno provisional el 27 de abril de 1931, la bandera tricolor sustituyó a la tradicional enseña rojigualda, identificada con la Monarquía. Pedro Rico López, alcalde republicano-socialista de Madrid, explicaba así el significado del color morado presente en la nueva bandera española:
 
"El pueblo ha considerado siempre el color morado como el distintivo de Castilla. Ahora bien, lo que sí existía con arraigo profundo en la conciencia del pueblo español, ya fueran sus raíces históricas o simplemente legendarias, era la creencia de que el color de la región castellana morado y de que éste había sido el emblema bajo el cual se habían realizado sus hazañas; y no sólo ésto, sino también de que era el símbolo de sus libertades abatidas en Villalar, representado el recuerdo de unas y otras por aquel glorioso pendón morado de Castilla".
 
Durante los debates parlamentarios en torno al Estatuto de Cataluña (1932), el diputado federal Eduardo Barriobero no tuvo inconvenientes en responder a las arengas anticatalanistas de Royo Villanova  con una defensa del autonomismo y la memoria del movimiento comunero:

"Por tradición, el municipio en España es autónomo y lo es hasta la llegada de Carlos V. Entonces empiezan a perderse las autonomías municipales y ya en Villalar se pierden del todo".

Y no conviene olvidar la existencia, durante la Guerra Civil, del batallón republicano Comuneros de Castilla, puesto en marcha el 10 de agosto de 1936 a iniciativa del Centro Abulense de Madrid, situado en el nº 11 de la calle Fomento. En su célebre discurso "Doce motivos para la victoria", el renombrado anarco-sindicalista Ángel Pestaña expresaba su fe en el triunfo de los republicanos porque, entre otras once razones, "somos la tradición de los comuneros de Castilla".
Acaba la Guerra Civil, y la dictadura franquista se cierne sobre España. A pesar de que en esta época olvidable se suceden descalificaciones contra los comuneros ( como las de José María Pemán, por ejemplo) es hacia el final de la dictadura cuando se retoma el estudio historiográfico sobre la rebelión castellana. Corolario esencial del triunfo de la libertad es el régimen representativo que M. Fernández Álvarez atribuye al movimiento comunero: aquellas Cortes que ante las presiones absolutistas se mostraron débiles eran uno de los factores que motivaron la reacción por un régimen más representativo, más sólido; con la derrota en Villalar fracasó y las Cortes serían incapaces de defender los intereses de Castilla, la sacrificada. En 1961, el catedrático Enrique Tierno Galván (futuro alcalde socialista de Madrid) interpretó la revuelta comunera llamando la atención sobre la violencia empleada por los dos bandos en liza, fijándose también en la estructura constitucionalista del programa comunero, y lamentando, en cierto modo, el fracaso de este programa. Por otra parte, Ramón Menéndez Pidal destaca el signo de independencia urbana del movimiento comunero frente al poder real, al modo de las ciudades-estado italianas. Ya en 1972, se publica en la revista Cuadernos para el Diálogo el impecable romance Los Comuneros, de Luis López Álvarez. Sus versos serán musicados posteriormente por Nuevo Mester de Juglaría, convirtiéndose la última parte del largo poema (el Canto de Esperanza) en todo un símbolo del castellanismo político y cultural.


L. López Álvarez, castellanista de pro

Hay dos monografías contemporáneas sobre la guerra de las Comunidades que son clásicas y casi definitivas, un suceso histórico de hace siglos que, a pesar de todo, resulta de constante actualidad en la España de hoy, según Joseph Pérez.
Las Comunidades como movimiento antiseñorial de J.I. Gutiérrez Nieto, que aunque está de acuerdo con Maravall en el núcleo central de los objetivos comuneros, discrepa en cuanto al número de campesinos participantes en la revolución. Para el segundo la gente del campo se mantuvo al margen de todo aquello, para el primero hay abundantes documentos que demuestran esa participación. Las glebas y apoyos del Obispo Acuña los encuentra en el campo, ya sea por simpatías hacia su persona o por oposición a la nobleza; movimiento pues, popular y antiseñorial, con un nacionalismo agitado desde los púlpitos contra los "extraños", y antifiscal, contra el abuso de impuestos y tributos.
El otro libro fundamental es el de J.A. Maravall, Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna. Según Maravall, si los comuneros hubiesen ganado la guerra se habría instalado en Castilla un régimen parlamentario con varios siglos de adelanto al sistema inglés, aunque con evidentes motivos distintos al actual. Insiste este historiador en el carácter democrático del movimiento; sus aspiraciones son más de libertades democráticas que de libertades individuales.
Algo posterior es el libro de A.Guilarte El Obispo Acuña. Historia de un comunero, en que se ve la defensa del pueblo frente al absolutismo monárquico. La respectiva obra de Julio Valdeón Baruque sobre el tema no es muy precisa, pero éste historiador vallisoletano ha divulgado en innumerables artículos y conferencias los antecedentes, remotos incluso, de la rebelión comunera contra la expansiva nobleza. Villalar es todo un símbolo para Valdeón.



Y ya en una fecha reciente como 1998, aparece el libro Absolutismo y Comunidad; los orígenes sociales de la guerra de los Comuneros de Castilla, de Pablo Sánchez León. A través de un interesante análisis comparativo entre los sucesos comuneros que tuvieron lugar en Guadalajara y Segovia, este historiador se apoya en una sólida base metodológica inspirada en el marxismo. Pablo Sánchez León señala que el movimiento comunero no fue tanto una revolución cuanto una "revuelta social antiabsolutista" motivada por la lógica patrimonial de la Monarquía. De haber triunfado los comuneros, afirma este estudioso, se habría reducido considerablemente la capacidad de centralización de la Monarquía y, desde luego, los objetivos imperiales se habrían frustrado, imponiéndose en su lugar un sistema de inspiración federal al estilo genovés. Hace dos años, el periodista ultraconservador Enrique de Diego (habitual de Radio Intereconomía) sostenía que "la reacción nobiliaria acabó con la esperanza comunera. Mas las clases medias fueron tomando conciencia de su fuerza, de la dignidad como personas". (El Manifiesto de las Clases Medias, 2007).
También en el extranjero ha despertado interés el levantamiento castellano: el alemán C. Von Höfler califica a Acuña en su obra sobre este Obispo como "el Lutero español", que subleva al pueblo contra la nobleza. Pfandl sostiene que fue "el mayor movimiento democrático de la antigua historia española". El norteamericano Stephen Haliczer, prologado por Valdeón, se ocupa en su libro sobre la insurrección comunera de los 30 años anteriores a ésta: se resalta en antagonismo entre la realeza y la burguesía urbana, creándose un cúmulo de tensiones que terminarían por desembocar en la sublevación castellana. Junto a las perspectiva de los comuneros como defensores del patriciado urbano frente a la alta nobleza, Haliczer enfatiza lo que, a su juicio, es un triunfo póstumo de los postulados comuneros: el restablecimiento del papel político de las Cortes y la apertura de la administración y la justicia. D.Hume, inglés, cree que Villalar ahogó "la esperanza de gobierno representativo por 250 años en Castilla". Saever sostiene que las medidas propuestas por los rebeldes suponían un cambio del Estado tendente a su moralización.
Por el contrario, el actual hispanista J. Elliott apoya a Marañón y cree que los comuneros lucharon "contra un objetivo y no por un objetivo determinado" . Para Roger Bigelow Merriman el motivo de la sublevación era el odio al extranjero y el fin de un movimiento nacional. Por otra parte, el francés Fernand Braudel (el más destacado historiador francés posterior a la II Guerra Mundial) afirma que el único movimiento social en la Europa occidental del siglo XVI fue el comunero.
Pero, sin duda, la mejor investigación historiográfica sobre la guerra de las Comunidades es la tesis doctoral del hispanista Joseph Pérez, titulada La révolution des "Comunidades" de Castilla (1520-1521). En este estudio se afirma que "lo que se había preparado durante los Reyes Católicos y el Gobierno de Cisneros, una nación independiente y moderna, Carlos V lo abortó sin duda" . Apoyado en un exhaustivo estudio documental, Pérez insiste en las motivaciones socio-económicas de la revuelta (enfrentamiento entre exportadores de la periferia y del interior) y sintetiza su tesis en cuatro aspectos básicos: estaríamos ante un movimiento fundamentalmente "centro/castellano", excluyendo a las tierras burgalesas y las situadas más allá de Sierra Morena; sería un levantamiento básicamente urbano pero que encuentra apoyo en el campo a través de acciones antiseñoriales; su programa de reorganización política presentaría un indudable signo moderno, revolucionario para su época y marcado por el intento de limitar el poder arbitrario de la Corona; y, finalmente, el fracaso de la revuelta habría sido debida a la alianza entre nobleza y monarquía, trayendo como consecuencia el reforzamiento de las tendencias absolutistas de la Corona.

« Última modificación: Noviembre 21, 2018, 12:06:49 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #2 : Abril 26, 2009, 02:32:08 »


El recuerdo en Villalar
 
Pero donde nunca desapareció la memoria de los comuneros y sus gestas fue en Villalar, el pueblo que presenció su derrota; padres y abuelos narraron durante generaciones aquel suceso a los niños, a veces con tintes exagerados. Se contaba, entre otras cosas, que los comuneros estuvieron apresados en una casa de la hoy llamada Plaza de los Comuneros, donde dejaron grabados en las paredes. Desde allí habrían sido conducidos a la Plaza Mayor en lúgubre procesión, "e fueron degollados" en el cadalso, adornado con los emblemas del Emperador. Pero no sólo la tradición oral ha perdurado en Villalar como recuerdo de aquellos sucesos; hasta nuestros días ha llegado una piedra en forma de prisma cuadrangular, de unos 50 cm. de altura por 40 de base, con desgastadas cabezas de ángeles adornando sus aristas. Es la conocida "piedra de los Comuneros" , no se empleó para cortarles las cabezas como se decía, más bien es el remate del Rollo existente en el lugar de la ejecución. La dicha piedra se conserva hoy en el Ayuntamiento, hallándose hasta 1994 en una casa que perteneció a un funcionario local, Leandro Domínguez Villar, que sin duda la recogió de alguna dependencia municipal. A instancias del alcalde (Félix Calvo Casasola) el gobierno regional se hizo con ella, trasladándola al lugar en donde se encuentra ahora.



Precisamente en el Ayuntamiento, el día 28 de octubre de 1888, la Corporación municipla acuerda levantar un obelisco en memoria de Padilla, Bravo y Maldonado. En principio, aquel monumento se situaría en el sitio conocido como Puente de Fierro, donde tuvo lugar la batalla, pero el Regidor 1º (Eugenio Carro Higuera, indicó que la Plaza Mayor sería mejor emplazamiento, idea ésta que prosperó. Se acuerda nombrar una Comision de Fiestas para los días 24 y 25 de abril de 1889 inaugurar el obelisco, enviándose un programa a los alcades de la provincia. Se hizo todo por cuenta del Ayuntamiento, "con cargo al capítulo de imprevistos"; si bien alguna versión relata que también contribuyeron otros consistorios.
Acercándose 1921 (el 4º Centenario de la batalla) el Ayuntamiento de Villalar nombra una Comisión (presidida por el entonces alcalde Perfecto Villamar Negro) para solicitar un nuevo monumento, la idea fue muy bien acogida por el presidente del Gobierno, Eduardo Dato Iradier. Pero al ser éste asesinado en marzo de aquel año, la iniciativa quedó frustrada; no así los resultados de una visita que dicha Comisión (acompañada por el diputado liberal José María Zorita) al Ministro de Instrucción Pública. El objetivo de dicha visita era conseguir que al nombre de Villalar se le añadiera el apelativo "de los Comuneros", lo que se logra por Real Decreto de 16 de noviembre de 1921. A partir de entonces: Villalar de los Comuneros.
Tiempo después, en mayo de 1923, el Ateneo de Valladolid coloca en la Escuela de Villalar una placa en homenaje a los comuneros, en medio del clamor popular. De la devoción a estos héroes castellanos es buena muestra la dedicatoria que tienen en el frontispicio del Congreso de los Diputados, como se ha relatado.
Durante la II República el pueblo sería visitado por ministros, teniendo lugar ofrendas y homenajes ante el obelisco.
Inicialmente, el obelisco no tenía cimientos y estaba descentrado en la Plaza Mayor (cuentan que el entonces alcalde ordenó colocarle así para poder verle desde la puerta de su casa, en la calle Padilla). Al ser urbanizada la Plaza en 1970 se le situó convenientemente. En 1992, al ser remodelada la Plaza, el Obelisco fue realzado, aumentándosele la altura a casi el doble (11 metros) del original, y añadiéndosele 8 pivotes que sostienen cadenas. Al cumplirse el centenario de la erección del monumeo (en 1989) se llevaron a cabo varios actos culturales, no faltando la asistencia de autoridades provinciales y regionales: Ovidio Fernández Carnero (Presidente de la Diputación vallisoletana) y Francisco Javier León de la Riva (Consejero de Cultura).


 


Y, por supuesto, esta localidad vallisoletana acoge (desde aquella primera convocatoria de 1976) la celebración del Día de Castilla. Aquellos primeros Villalares, celebrados durante la Transición, fueron símbolos de la lucha antifranquista y democrática en las tierras de Castilla. Consolidada por el paso de los años y oficializada en 1986, esta celebración es hoy en día la de todos los castellanos, sin exclusión alguna. Los comuneros, aquellos valientes hombres que lo dieron todo por Castilla, merecen ser honrados y recordados por siempre.
No quisiera acabar este recorrido por las distintas visiones del movimiento comunero sin los emocionantes versos finales del Canto de Esperanza:
 
Quien sabe si las cigüeñas
han de volver por San Blas,
si las heladas de marzo
los brotes se han de llevar,
si las llamas comuneras
otra vez crepitaran.
Cuanto más vieja la yesca
más facil se prendera
cuanto más vieja la yesca
y más duro el pedernal.
Si los pinares ardieron
aún nos queda el encinar...

 
Ojalá vuelvan a crepitar por toda Castilla las llamas comuneras. Ojalá llegue el día en que esta tierra olvidada, maltratada, humillada, envejecida, anquilosada, plagada de conformismo e inmovilismo y abandonada por todos los Gobiernos de la nación vuelva a defender lo que por derecho es suyo. Si las gentes de Castilla no miramos por lo que es nuestro, nadie lo hará por nosotros.
¡ CASTELLANOS, DESPERTAD !

« Última modificación: Junio 03, 2015, 21:08:41 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #3 : Mayo 02, 2009, 18:08:45 »


Y la conferencia de Joseph Perez, en los dias de Villalar alguien la escucho? que impresion saco de la misma
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« Respuesta #4 : Mayo 03, 2009, 13:23:21 »


¡Increíble post! Cuando he visto el mapa del movimiento comunero, he visto que Ciudad Real fue un foco que no estuvo muy en post de la revuelta, y me ha venido a la cabeza -y por lo tanto creo que es bueno decirlo como curiosidad-, que la capital ciudadrealeña en realidad estuvo en contra de los héroes comuneros, y que Carlos V por la ayuda recibida, le regaló dos inmensos escudos de piedra, que ha día de hoy (y misteriosamente, ¡qué cosas!) han desaparecido.

PD: No todos los culipardos somos iguales, je, je ;)
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